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La Exploración de África
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Libro electrónico195 páginas3 horas

La Exploración de África

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No hace mucho, el interior de África era un libro cerrado para el mundo civilizado. Los mapas presentaban una terra incognita, o montañas estériles, donde los viajeros modernos han hallado ríos, lagos y cuencas aluviales, o exhibían páramos yermos donde, según descubrimientos recientes, hay praderas surcadas anualmente por arroyos, salpicadas de ciudades y poblados amurallados, animadas por rebaños de ganado o con cultivos en plantaciones de maíz y algodón. Jack Donahue nos guía hasta la Edad de la Exploración de África, a mediados del siglo XIX, con relatos en primera persona de los que estuvieron allí.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2017
ISBN9781507142820
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    La Exploración de África - Jack Donahue

    DEDICATORIA

    ––––––––

    Rage Against the Machine decía que siempre habría renegados; con los exploradores pasa lo mismo. Este libro está dedicado al explorador de patios a la salida del colegio, al explorador de las profundidades marinas, al explorador del espacio exterior, al explorador urbano y a todos aquellos que se encuentran entremedias. No dejéis nunca de expandir vuestras propias fronteras y las de los demás.

    ÍNDICE

    ––––––––

    ––––––––

    Prefacio

    ––––––––

    Los primeros datos que tenemos del interior de África proceden de Heródoto, quien intentó recabar toda la información posible acerca de los aspectos generales de Egipto durante su estancia en el país. Lo describe como mucho menos fértil que las zonas cultivadas de Europa y Asia, y mucho más expuesto a la sequía, a excepción de unos pocos puntos verdes. A la costa norte la bautiza como la frente de África y dice que, inmediatamente al sur de la misma, la fertilidad comparativa del suelo disminuye rápidamente. Hay colinas de sal naturales, en las que los habitantes excavan casas para resguardarse del tiempo; de la lluvia no tienen que preocuparse, pues rara vez desciende gota alguna sobre esta sofocante región. Si nos adentramos aún más al sur, no hay comida que sustente a hombre o bestia: ni matorral ni una sola gota de agua; todo es silencio y desolación extrema. A continuación, Heródoto procede a relatar una serie de fábulas monstruosas que suponen una proporción apabullante respecto a los fragmentos de su narración que se sabe son verídicos. También describe un gran río interior que discurre de oeste a este, que algunos suponen es el río Níger. Extrajo esta información de los informes de varios viajeros que afirmaron haberlo visto con sus propios ojos tras un largo viaje al interior. Muchos otros autores antiguos han confirmado esta versión, pero los escritores modernos se cuestionaron durante un largo tiempo si el río del que se hablaba era el río Gambia o el Senegal; algunos incluso negaban categóricamente la existencia del río Níger.

    Diodoro repitió las fábulas de Heródoto, con algunas adiciones, pero la narración de Estrabón sobre las costas septentrionales y occidentales es un tanto más particular y auténtica; no obstante, no añade nada a nuestro conocimiento del interior. Los griegos navegaron por el mar Rojo bajo el gobierno de la dinastía ptolemaica, continuaron comerciando con Egipto y establecieron algunos asentamientos en el país. Ptolomeo Evergetes conquistó parte de Abisinia y fundó un reino cuya metrópolis era Aksum. Desde entonces se han encontrado restos de arquitectura griega en la región. El conocimiento que los antiguos poseían de África estaba confinado casi exclusivamente a las dos zonas mencionadas.

    Los árabes fueron los primeros en introducir el camello en África, un animal cuya fuerza y rapidez estaban particularmente adaptadas a las travesías por la inmensa extensión de arena ardiente. Por medio de caravanas, los árabes lograron entablar relación con el interior, de donde obtenían suministros de oro y esclavos, y muchos de ellos migraron al sur del Gran Desierto. Su número se multiplicó rápidamente. Fundaron varios reinos; el principal, llamado Gano, pronto se convirtió en el mayor mercado de oro y sigue siendo un lugar extenso y poblado bajo el nombre de Kano (en la actual Nigeria), el principal lugar de comercio en el interior de África. Los escritores árabes del siglo XII dan una versión extremadamente espléndida, y tememos que exagerada, del estado floreciente de estos reinos.

    Mungo Park, explorador escocés

    Como se desprende de los escritos de Mungo Park, que datan de principios del siglo XIX, la domesticación de África es una hazaña que los antiguos griegos y otros habían intentado sin éxito desde el siglo XII. En los siglos XVIII y XIX comenzó la exploración y la conquista del continente oscuro por parte de los exploradores europeos. Estos exploradores se encontraron un continente lleno de riquezas inconmensurables. No sólo en términos de oro y diamantes, sino por la mera belleza de sus paisajes. Esta colección es una serie de ensayos escritos por y acerca de esos primeros exploradores durante sus viajes.

    Incluso a día de hoy, muchos años después de la Edad de la Exploración, África sigue siendo el continente oscuro. Cada día se hacen nuevos descubrimientos. Algunos buenos, otros malos. De entre todos los continentes de la Tierra, África es del que menos conocemos.

    Jack Donahue, 21 de agosto de 2014

    El río Níger y sus exploradores

    E. h. derby

    ––––––––

    Hace un siglo el interior de África era un libro cerrado para el mundo civilizado. Candance, reina de los etíopes, había aparecido en las Sagradas Escrituras; el Nilo, con Tebas y Menfis a sus orillas, y un canal de navegación hasta el mar Rojo con trirremes en su superficie no habían pasado desapercibidos para Heródoto; no obstante, los países que alumbraron a la reina y al río eran igualmente desconocidos. En los versos del poeta se podía seguir el rastro de las soleadas fuentes, la arena dorada y las planicies de palmeras africanas, pero no hacía mención alguna de longitud ni latitud. Los mapas presentaban una terra incognita, o montañas estériles, donde los viajeros modernos han hallado ríos, lagos y cuencas aluviales, o exhibían páramos yermos donde, según descubrimientos recientes, hay praderas surcadas anualmente por arroyos, salpicadas de ciudades y poblados amurallados, animadas por rebaños de ganado o con cultivos en plantaciones de maíz y algodón.

    Aunque la costa norte de África fue una vez el granero de Cartago y Roma, el cultivo había disminuido y los barcos de maíz de antaño habían dado paso a falucas de corsarios a la caza del comercio europeo. Algunas caravanas, cargadas con un poco de marfil y polvo de oro o con escasos paquetes de drogas y especias, reptaban desierto a través y la trata de esclavos fue la causa principal, si no la única, de que la atención de las naciones civilizadas se dirigiera hacia África. Egipto, Trípoli y Túnez, Turquía y las provincias españolas, las islas de las Indias Occidentales y los estados sureños lo conocían como el emporio donde se compraban y vendían seres humanos; y los cristianos se reconciliaron con el tráfico con la esperanza de que pudiera contribuir al bienestar moral, ya que no físico, de los cautivos al trasladarlos a una región más civilizada.

    Durante los tres últimos siglos, millones de africanos han perecido o bien de camino a la esclavitud o de extenuación por el duro trabajo bajo el sol tropical; y la bandera inglesa ha sido la más destacada en este tráfico desmoralizante. No obstante, es justo conceder a Inglaterra que, después de retirarse de la misma, ha intentado expiar su pasado con una noble y perseverante devoción al progreso de África. Mediante repetidas expediciones, misiones, tratados, colonias e incentivos al comercio, ha iluminado el interior y ahora tanto las civilizaciones del desierto, como las naciones civilizadas la reconocen como el gran protector de África y tanto la geografía como el comercio le deben la mayoría de los avances en el continente africano.

    Era tan poco lo que se sabía de África que, cuando Mungo Park realizó su informe del Níger en 1798 y describió grandes ciudades a sus orillas y embarcaciones con cargas de cincuenta toneladas surcando sus aguas, el mundo lo recibió con incredulidad y su posterior destino formó una neblina en torno al tema que no se disipó por completo hasta que los exploradores modernos rastrearon su curso y verificaron sus afirmaciones.

    La ruta del Dr. Park discurría desde la costa oeste, cerca de Sierra Leona, hasta los ramales superiores del Níger. En su segunda expedición llevó consigo un destacamento de soldados británicos y una partida de civiles, recién salidos de Inglaterra, ninguno de los cuales le sobrevivió. Por lo que se desprende de sus diarios, sus hombres siguieron los senderos de los nativos, dormían al aire libre, por la noche estaban expuestos al rocío y los pilló la estación lluviosa antes de aventurarse en el Níger. No estaban aclimatados, ni contaban con medios de transporte adecuados, ni un atuendo apropiado y no tomaron precaución alguna contra la fiebre del país, por lo que casi todos ellos cayeron víctima de sus errores. Sin embargo, Park zarpó finalmente por el Níger a bordo de su goleta, pasó por la ciudad de Tombuctú y, junto con dos o tres ingleses, siguió el río a lo largo de más de mil seiscientos kilómetros hasta Boussa. En este punto, al alcanzar los rápidos en una zona de agua somera, cometió la indiscreción de abrir fuego contra los nativos y se ahogó al intentar huir de ellos, aunque su destino permaneció incierto durante dieciocho años.

    La larga contienda con Napoleón y el temor a perder la vida, destino que le deparó a Park su viaje, junto con las dudas sobre su suerte, empañaron la exploración de África durante muchos años. En 1821 se emprendió un tercer intento de explorar el Níger por parte del comandante Laing, cuyos esfuerzos por alcanzar Tombuctú fracasaron y sucumbió a la intolerancia mahometana.

    En 1822 Inglaterra realizó una nueva tentativa para adentrarse en el interior y los señores Denham y Clapperton se unieron a la caravana con salida desde Trípoli y cruzaron el desierto hasta Sudán. Exploraron el país hasta los nueve grados de latitud norte, hallaron grandes estados negros y mahometanos en su interior, y visitaron Saccatoo, Kano, Murfeia, Tangalra y otras grandes ciudades, algunas de las cuales albergaban hasta veinte o treinta mil personas.

    En su diario nos encontramos un vívido boceto de un ejército negro avanzando desde Bornú en dirección sur, compuesto por jinetes ataviados con cotas de malla como en los días de la caballería y, al igual que en esa época, equipados con lanzas, arcos y flechas. Se describen vivamente los estragos que dejaban tras de sí. Cuando entraban en un país enemigo, su camino quedaba marcado por la desolación, destruían casas y trigales a su paso, ejecutaban a todos los varones adultos, y las mujeres y los niños eran sometidos a la servidumbre.

    Era patente que había una lucha incesante en curso entre los estados mahometanos y negros, y que la fe mahometana y la sangre árabe ganaban dominio paulatinamente sobre la población negra, incluso hasta el ecuador. Las tribus conquistadoras estaban cambiando gradualmente la raza mediante matrimonios cruzados con las mujeres e infundiendo un mayor vigor e inteligencia, y las razas mestizas han demostrado una gran aptitud en varias ramas de la manufactura. Los invasores trajeron consigo grandes rebaños de ganado y llevaban una vida pastoral, dejando la cultura de la región principalmente a la población negra.

    En 1825 Clapperton emprendió su segunda expedición al interior, acompañado por Richard Lander. En este viaje los intrépidos viajeros desembarcaron en Badagry y atravesaron Yarriba hasta llegar al Níger. De camino pasaron varios días en Katunga, capital de Yarriba, una ciudad tan extensa que, según describen, poseía una calle de ocho kilómetros de longitud. Estos viajeros mencionan la ciudad de Koofo, de veinte mil habitantes, así como extensas plantaciones de algodón, y es posible hacerse una idea del territorio que exploraron a partir de sus narraciones:

    Cuanto más nos adentramos en el país, mayor densidad de población nos encontramos y la civilización se hace sorprendentemente más palpable a cada paso. A ambos lados se extendían grandes ciudades, a solo unos pocos kilómetros de distancia entre sí, según nos informaron, cuyos habitantes acataban las normas con sumo respeto y vivían bajo alguna forma de gobierno regular.

    Es a esta región fértil, poblada y pacífica del interior donde se han dirigido los esfuerzos más exitosos de los misioneros ingleses.

    El capitán Clapperton murió de la fiebre de la región durante esta expedición. Su fiel sirviente Lander regresó a África en 1830 tras publicar su diario, desembarcó en Badagry junto con su hermano y atravesaron de nuevo el país hasta llegar al Níger.

    Fue en Boussa donde obtuvieron la primera información verídica de la muerte de Park y donde recuperaron su arma, su ropa y otras reliquias. Aquí embarcaron en canoas y navegaron río arriba por los rápidos hasta Yaouri, desde donde lo siguieron hasta el mar en el Golfo de Benín. Por el camino descubrieron el Benue, que se une al Níger a cuatrocientos treinta kilómetros del océano, con un volumen de agua y una anchura casi comparables. Se toparon con un gran número de canoas, de casi quince metros de longitud, en algunos casos armadas con un cañón de latón de tres kilos en la proa y cada una tripulada por sesenta o setenta hombres implicados activamente en la trata de esclavos. Cerca de la desembocadura del Níger en Eboe se encontraron cuarenta de estas canoas juntas.

    Durante el intervalo entre las dos expediciones de Lander para trazar el curso de este misterioso río, Francia estuvo explorando aguas arriba. En 1827, el francés Rena Caillie dejó la costa oeste disfrazado de mahometano en Kakundy, unos pocos kilómetros al norte de Sierra Leona, y cruzó las tierras altas intermedias hasta los afluentes del Níger, los cuales halló a cuatrocientos kilómetros de la costa.

    Primero llegó al Tankesso, un arroyo veloz con desembocadura en el Níger, justo debajo de las cascadas, y aquí divisó una montaña de cuarzo de un tono rosa pálido en estratos regulares de cuarenta y cinco centímetros de grosor; unos pocos kilómetros por debajo el río daba paso a un arroyo ancho y tranquilo que atravesaba extensas planicies que fertilizaba con sus inundaciones. A unos ciento sesenta kilómetros más abajo, en Boure, había ricas minas de oro a menos de treinta kilómetros del Níger. En la estación seca se encontró con aguas frías que cubrían hasta la cintura.

    Caillie viajó por estrechos caminos intransitables para caballos o carruajes con un grupo de nativos que transportaban la mercancía sobre sus cabezas. Su ruta discurrió a través de un terreno que ascendía gradualmente, montañoso en ocasiones, pero que gozaba de una máxima fertilidad y estaba regado por varios arroyos y riachuelos, los cuales mantenían ese verdor siempre fresco, con llanuras encantadoras que tan sólo requerían la labor del agricultor para producir todo lo necesario para la vida humana.

    Continuando hacia el oeste, llegó al Níger principal, el cual encontró al final de la estación seca, y antes de la desembocadura de sus principales afluentes, con 2,7 metros de profundidad y 275 metros de anchura, con una velocidad de cuatro kilómetros por hora.

    En este punto, donde el río se vuelve navegable para los barcos de vapor, se podría construir fácilmente una carretera común o ferrocarril de cuatrocientos ochenta kilómetros de longitud desde Sierra Leona; y sorprende un poco que Gran Bretaña, con su afán de llegar al interior, no se haya sentido tentada por la fertilidad, las minas de oro y las aguas navegables en la parte posterior de Sierra Leona, tan bien ilustradas por Caillie, como para abrir por lo menos una vía común al Níger, un proyecto que podría realizarse por cincuenta mil libras. Aunque esto puede lograrse con facilidad, la ruta principal al interior de África sigue siendo la senda de caravanas desde Trípoli a través del desierto, que requiere tres meses mediante un viaje peligroso y

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