No salgas de mi vida
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Novela juvenil romántica.
«Un día voy a escribir todo lo que siento.
Y vas a a leerlo y a preguntarte si se trata de ti.
Y probablemente sí.
Y posiblemente no»
¿Qué harías cuando te enamoras de la persona equivocada?
Aria ha pasado por un momento doloroso y cuando menos lo esperaba vuelve a sentir por la persona menos indicada. ¿Qué debería hacer? ¿Lucha por lo que siente o pasa página?
Junto con sus dos mejores amigas, Maite y Azu, y sus amigos de clase, Sergio y Raúl, Aria se va unos meses a veranear por Alicante, a dejarse llevar por la costa y volver a sentirse viva, pero no como ella esperaba.
Descubre lo que es amar, sufrir, reír, llorar, y mucho más con No salgas de mi vida.
Diana Costa Ortega
Diana Costa (Alicante, 1992) estudiante de Magisterio Infantil por la Universidad de San Antonio de Murcia y Pedagogía en la UNED. Como escritora a ratos y soñadora a tiempo completo, escribe en sus ratos libres para entretener a sus amig@s con amor real y dando a conocer No salgas de mi vida por internet. @dcostaortega / @nosalgasdmivida
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No salgas de mi vida - Diana Costa Ortega
Primera edición: Febrero 2015
© 2015, Diana Costa Ortega
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Sobre la autora
Un día voy a escribir todo lo que siento.
Y vas a a leerlo y a preguntarte si se trata de ti.
Y probablemente sí. Y posiblemente no.
Acción poética.
Capítulo 1
Siete de la mañana. No me puedo creer que esté despierta
pensó mientras ponía los pies en el suelo. Anoche discutió con Ramiro, su novio desde hacía 4 años, y no había dejado de pensar en ello, ni siquiera en sueños. ¡Menuda pesadilla!
Y pensar que toda la discusión que hayan tenido no serviría de nada, porque él no iba a cambiar, era demasiado orgulloso y egocéntrico, y ella lo olvidaría todo en cuanto se le acercase, le dijese cuatro tonterías y le diese cinco besos. Eso le daba demasiada rabia, pero ya lo había vivido.
Fue hacia el servicio y se miró en el espejo. Madre mía, menuda cara. Menos mal que no tenía que asustar a nadie de buena mañana. Era una de las ventajas de haberse tenido que ir a vivir sola, con solo 18 años. Y menos mal, porque lo prefería totalmente. Incluso ahora que ya se le había pasado el cabreo que le dio cuando su querido Ramiro le dijo que era mejor que no vivieran juntos. Aria soltó un largo suspiro. Después de tenerlo todo comprado, y de haberle dicho a Carmen, su madre, que la dejara estudiar en otra ciudad porque él estaría con ella, cambió de opinión. No entendía como después de todo seguía adorándole como yerno perfecto.
Se volvió a mirar en el espejo de arriba abajo, tenía una cara singular, y lo sabía, pero no le gustaba que se lo dijesen. Tenía unos grandes ojos verdes, con ojeras por culpa de la mala noche, una nariz pequeña y respingona, unos labios carnosos bien definidos, y una larga cabellera negra despeinada que sobresaltaba sobre su tez blanca. Se lavó la cara, después cogió un cepillo y se peinó el pelo, dejándolo con una ondulación digna de peluquería. Tenía suerte, pensó, por lo menos no tenía que estar tres horas para dejarse el cabello decente como alguna de sus amigas.
Miró el reloj. Eran las ocho y hasta las diez no entraba a clase. Aún podía ir con tranquilidad, pero no con demasiada, que el metro salía muy puntual y como lo perdiese no llegaba a las dos primeras horas. Habían pasado tres años y aún no se había acostumbrado a la vida universitaria, ni a vivir a trescientos kilómetros de su casa, alejada de su madre y su padre. A veces, se sorprendía a sí misma cuando pensaba que hasta extrañaba las discusiones tontas con ellos, por ver a quien le tocaba bajar a Rocky, su perro. Los echaba de menos, a los tres, aunque allí había conocido a grandes amigos, pero ellos, por mucho cariño que les hubiese cogido, nunca sustituirían a su familia. Se había emocionado, que tonta. Sonrió mientras se calmó un poco. Menudo día le esperaba, qué melancólica estoy
pensó.
Fue hacia la habitación. Lo que daría por tirarse en la cama y ser capaz de soñar de nuevo. Hacía mucho que no soñaba con cosas bonitas, o si lo hacía, no lo recordaba, no como cuando era una cría que siempre se acordaba de todo lo que pasaba mientras dormía y se despertaba preguntándose si lo que había soñado era parte de la realidad. Ojalá. Miró el interior del armario. No sabía que ponerse, ¿la chaqueta azul?
La sacó en su percha y la miró. Se la regaló Ramiro. No, eso no. Refunfuñó. Era su forma particular de manifestarse contra su novio, aunque éste no la fuese a ver. Lo dejó de nuevo en el armario. Mejor se decantaba por la camiseta de duff roja y los pantalones negros de pana. Sí, con eso irá bien.
Ocho y media, aún le daba tiempo a tomarse un café y seguir dándole vueltas a las cosas, ¿de verdad quería eso?
La casa le venía grande en estos momentos, tanto espacio para ella sola le superaba en momentos como este, pero no le quedaba otra. Miró a un lado y a otro de la casa. Era mejor que se tomase el café en la universidad, no le apetecía nada estar en su casa y mucho menos ponerse a pensar.
¿Qué hora era? ¡Madre mía eran las doce!
Ramiro pegó un brinco en la cama y miró a su alrededor. No se podía creer donde estaba. Desde luego no era su casa. ¿Qué había hecho?
Repasó mentalmente la noche anterior. Sabía perfectamente lo que había pasado y no debería haber vuelto a pasar, se lo prometió a sí mismo. Echó otro vistazo a su alrededor. Empezó a sentir como algo le quemaba dentro. ¿Cómo podía haber sido tan gilipollas otra vez?
Buscó con la mano su ropa. La camiseta, los pantalones… ¿Y los calzoncillos? Oh, Dios. ¿Dónde estaban? ¡Menudo idiota! ¿Cómo había podido haberlo hecho de nuevo?
– Buenos días. Pensaba que querías dormir un poco más.
– Ya me iba – dijo el chico poniéndose los pantalones.
Laura era guapa, con el pelo corto a lo Halle Berry en catwoman, rubio, labios finos y un buen cuerpo, con curvas, y sobre todo esto, era su mejor amiga.
– No seas tonto. Quédate a tomarte un café.
– No puedo, de verdad.
¿Cómo podía hablar con tanta tranquilidad como si no hubiese pasado nada?
Pensó Ramiro. Ya lo habían dejado todo hablado. No debería haber vuelto a pasar.
Se levanta poniéndose la camiseta. Madre mía. Laura iba con una camiseta larga que dejaba ver unas piernas largas, interminables. ¿Qué haces Ramiro? Joder.
– Como quieras – dijo mientras se apartaba un mechón rubio que le caía sobre la cara.
– Bueno ya hablaremos, ¿vale?
Ramiro se estiró la ropa con la mano y sin levantar la mirada del suelo cogió su mochila, se la cuelga de la espalda y empezó a caminar dirección a la puerta. Laura le paró en seco cogiéndole del brazo.
– Si quieres hablar de Aria, llámame, ¿vale?
¿En serio?
La miró incrédulo. Dudaba que ella quisiera hablar de ella a menos que fuese para ponerla verde.
– Sabes que no lo haré – le respondió cortante.
La chica sonrió maliciosa ante su respuesta. Sabía que le llamaría, como tantas otras veces. No podía evitarlo. Se había convertido en una costumbre: Peleaba con Aria, venía, lo hacía y luego se arrepentía. Era como la pescadilla que se mordía la cola.
– Como quieras.
Laura se cruzó de brazos mientras el chico cruzó la habitación. Menudo idiota está hecho.
No pudo evitar repetirlo mil veces en su cabeza. Y es que iba a resultar, que después de todo empezaba a molestarle ser el segundo plato de Ramiro.
Menos mal que no había más clases por hoy, entre el agotamiento de llevar todo el día fuera y esperar una maldita llamada de Ramiro…
Entró en el tren con Maite, su mejor amiga desde el primer día que pisó la universidad. Pasó la tarjeta mientras miraba la pantalla del móvil.
– ¿Estás bien? – preguntó Maite, la había estado viendo ausente durante todo el día.
– Sí. – Respondió Aria. – Anoche tuve una discusión con Ramiro, nada importante.
Maite la miró. No aguantaba como Ramiro la trataba, pero ella no era quien para meterse en medio de una pareja, que se pasaba la vida peleándose. Por lo menos lo arreglaban
, pensó Maite. En fin. Abrió el libro que llevaba entre las manos y comenzó a leer.
Aria no paraba de darle vueltas al asunto. No podía llamarlo, no podía permitirse flaquear, él fue quien se enfadó sin razón. Él debía entenderlo, era su novio.
A veces, pensaba que seguía con él por rutina, porque se habían acostumbrado el uno al otro, bueno, más bien a las peleas continuas, pero ¿por qué seguía aguantándolo?
En el fondo, debajo de tanto orgullo ella sabía que la quería, con locura, pero la distancia les había desgastado mucho. Apenas se veían 3 veces al mes, ocasionalmente 4 al mes, y se pasaban la mitad del tiempo juntos discutiendo por cualquier chiquillada, y encima ahora ella quería irse de vacaciones 3 meses fuera que quieres perderme de vista ya del todo, ¿no? Pues corre, ¡vete! ¡Cuando vuelvas no vengas a buscarme!
Las palabras de Ramiro, se repetían una y otra vez en su cabeza. Maldita sea, ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
Sus amigos llevaban meses planeando ese viaje, al año siguiente ya tenían las prácticas profesionales y no pasarían ni la mitad del tiempo que pasaban ahora juntos. Cuando quiso compartir con él su felicidad se encontró con eso y ¿ahora qué?
Peleados, enfadados, porque no era libre de escoger, porque como se fuese, lo perdía, no quería perderle, pero era una experiencia que no podía perderse.
Sentada junto con su amiga empezó a ver como pasaban los edificios. Se le formó un nudo en la garganta. No podía perderle. Tenía que llamarlo y arreglarlo. No, no podía, pero es que esto había sido culpa de ella…
Pasaron varias paradas y bajaron las dos juntas. Vivían en el mismo barrio, Maite dos calles antes que la casa de Aria.
– Mañana nos vemos, ¿vale? – Dijo Maite despidiéndose con la mano mientras caminaba hacia delante.
– Adiós.
Comenzó a caminar sola, meditabunda. Iba a llamarlo, tenía que hacerlo. Definitivamente. Botón verde. Contestador. Volvió a intentarlo. Nada otra vez. ¿Seguiría enfadado?
Lo volvió a intentar. Nada. Suspiró y cerró los ojos. Tal vez fuese momento de hacerle una visita.
Otra llamada. No por favor. El remordimiento le comía. No podía evitarlo. Las cosas no deberían ser así. Era su mejor amiga, le contaba todo, conocía a Aria, sabía que la quería, pero en el fondo sentía algo por Laura. Se odiaba a sí mismo. Dio vueltas en la sala de estar. Miró el móvil, una y otra vez. No sabía qué hacer. Aria no paraba de llamarle y no se atrevía a cogerlo. Tenía que hablar con ella, pero ¿qué le debía decir?
Esto estaba llegando muy lejos y no podía estar jugando así con ella, la quería, eso lo tenía claro. Debía contarle las cosas. Cogió el móvil. No, antes tenía que hablar con Laura y aclararlo todo. Cogió el móvil de nuevo. No, mejor no, bueno, mejor pensado sí, necesitaba poner punto y final a esta locura. Marcó el número. Suspiró. Tecla de llamada.
– ¿Dígame?
Que voz más dulce. Joder, Ramiro céntrate.
– Laura, soy yo.
– ¡Ah, hola!– dijo cambiando el tono de voz – no esperaba volver a saber de ti en unos días, pero me alegro de que me hayas llamado.
Venga Ramiro, que tú puedes.
– Quería hablar de lo que ha pasado…
– Habla pues – le dijo la chica animándolo a hacerlo.
– Esto no puede llegar más lejos – suspiró – Tiene que acabar.
Silencio al otro lado del teléfono.
– Ramiro. – Rompió el silencio, cambiando su voz a un tono más serio. – Estas cosas no se pueden hablar por teléfono. En una hora estoy en tu casa.
Cuelga. Joder, ella y su manía de llevar siempre la iniciativa, pero tenía razón. Era mejor dejar las cosas claras, y cuanto antes mejor.
Capítulo 2
Tenía ganas de verlo. ¿Y si llegaba antes? No, lo bueno siempre se hace esperar, además tenía que prepararse bien. Lleva varios días dándole vueltas, ¿Se ha enamorado? No estaba muy segura, siempre había sido una chica bastante libre, nunca había tenido que darle explicaciones de lo que debía y no debía hacer a nadie, pero desde hacía unas semanas hasta ahora, en concreto desde el primer día que su relación de amistad con Ramiro pasó a ser algo más, la cosa había cambiado.
Se acordaba del día que lo conoció. Fue en el cumpleaños de Berto, su hermano, Ramiro había estado varias veces en su casa, y también lo había visto en la boda de Berto, pero nunca se había fijado en él, hasta que un día los presentó y empezaron a hablar. Conectaron enseguida y se hicieron muy buenos amigos. Vaya tonta. Recordaba ese momento como si fuese ayer, hasta podría decir que recordaba cómo se sintió. Nunca habría imaginado que iban a terminar así. Era curioso las vueltas que daba la vida, hacía dos meses sin ir más lejos, Ramiro le estaba repitiendo hasta la saciedad como conoció a Aria y ella dándole consejos para que no la dejase y, sin embargo ahora se arrepentía de haberlo hecho. Tal vez si no hubiese estado con ella las cosas hubieran sido diferentes. Empezaba a odiarla con todas sus ganas, más de lo que querría. Sonrió. Tal vez estaba empezando su momento y se estaba acabando el de esa niña pija.
Habían pasado 15 minutos desde que colgó y no tenía nada preparado, estaba dudando sobre qué ponerse. El vestido azul era precioso, pero muy elegante, el rojo muy fresco y el negro…el negro era perfecto, y los tacones negros de charol mustang que tanto le gustaban. Decidido. Solo le faltaba un poco de rímel y un buen pintalabios rojo que pudiese jugar mucho a su favor. Vale, arreglado. Dio unas vueltas por su habitación, no podía evitar no controlar los nervios que le recorren.
– ¿Qué haces?
Nuria, la hermana pequeña de Laura había entrado a su habitación.
– Nada– dijo sentándose en la cama y cogiendo las manitas de Nuria– ¿Por qué lo dices peque?
– Porque no paras de hacer ruido con los zapatos– dice la niña soltándose una mano para frotase los