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El tetrapléjico
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El tetrapléjico
Libro electrónico276 páginas4 horas

El tetrapléjico

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La comunicación y el amor entre los seres humanos es una tarea compleja y su construcción y mantenimiento deben ser el fruto de un cuidadoextremo.
En las vidas de cada ser puede haber varias historias íntimas, algunas de las cuales ni siquiera son conocidas por quienes, a diario, conviven.
Vivir supone traspasar cada día riesgos y cuando en una vida se cruzan las enfermedades y estas son de carácter neurológico la incapacidad asoma como una guadaña invisible.

En esta novela el autor trata de describir las dificultades de vivir en un mundo que suele "pasar" de aquellos que no pueden seguir el ritmo. De hoy para mañana un sujeto puede pasar de estar vivo y contento a parecer muerto y triste.
¿Cómo se lleva esto por quienes son su familia y amigos? Esta puede ser una historia que ayude a comprender.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 may 2016
ISBN9781310769689
El tetrapléjico

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    El tetrapléjico - Carlos Pajuelo de Arcos

    AVISO AL LECTOR.

    Esta novela no lo es al uso. No hay un planteamiento, un nudo y un desenlace. Sucede que al investigar los mecanismos del pensamiento de un paciente afectado por una tetraplejia, los tiempos, los recuerdos fluyen de forma distinta al de una persona llamémosla normal. Ni los neurólogos son capaces de explicar estos fenómenos.

    La inclusión de citas y reproducciones largas son la consecuencia de la necesidad del autor en explicar el origen de dichos, anécdotas y tradiciones que bullen en la desordenada cabeza del tetrapléjico y eso puede haber extendido unas páginas más el total de la obra.

    Se espera la benevolencia activa del lector y el esfuerzo de casar ––si se quiere–– ficción y realidad temporal.

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    DE LA PORTADA.

    Cómo ya es habitual mi amigo el reconocido diseñador y creativo publicitario Sergio González ha sido mi oponente en el debate previo a toda la portada.

    Se planearon dos líneas gráficas:

    1. Una geométrica derivada del hecho esencial de la novela cual es del personaje caído y devenido en tetrapléjico

    2. Otra conceptualmente más adecuada a la psiquis de un inválido y al sufrimiento que eso supone en el orden vital de los acontecimientos y de su memoria.

    Si es un hecho en la novela, y en la realidad, las dificultades de percepción del tiempo y los acontecimientos vividos confundiéndose en historias desordenadas en el cerebro del enfermo parecía claro que una línea gráfica que pudiera reflejar eso mismo entrecruzan y desaparecen en la nada absoluta que es negra.

    En el debate cordial y caluroso que surge de estas dos maneras de entender consensuamos la 2ª y esa es la que está reflejada en la portada.

    Es evidente que una vez más Sergio se lleva mi agradecimiento y así lo quiero dejar escrito. Gracias Sergio.

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    CITAS.

    Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.

    Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

    Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimosmasticados y digeridos.

    Sir Francis Bacon (1561-1626) Filósofo y estadista británico.

    Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres.

    Heinrich Heine (1797-1856) Poeta alemán.

    Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro.

    Emily Dickinson (1830-1886) Poetisa estadounidense.

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    PRÓLOGO.

    No crea el lector que este libro es una novela al uso, no, nada de eso, se trata de una historia, como tantas hay en la vida, real y novelada.

    Una sucesión de imágenes costumbristas, habituales y excepcionales, tiernas y crueles , pueblerinas e internacionales, entrelazadas por un torrente de sentimientos que expresados de forma espontánea y coloquial, hacen que el lector identifique como propias las sensaciones tan difíciles de transmitir y que el autor consigue pasárnoslas en vena con una desfachatez asombrosa.

    Preguntado al autor por el propósito respondióme escribir es respirar (A. Matute) y él necesita respirar. De esta forma, el autor da rienda suelta a su imaginativa interpretación de las realidades, vivencias incluso propias, y nos las coloca, a traición, haciéndonos vivir la angustia de la sala de urgencias de un hospital en donde atienden a un ser querido o la relación de un tetrapléjico con el mundo.

    El profesor Carlos Pajuelo, periodista y humanista, prolífico columnista de opinión y autor de más de una docena de libros, hace honor a su fama de arborescente y con gran maestría nos permite disfrutar tanto, o en ocasiones más, de las historias tangenciales, que no vienen al caso, o si, como de la historia principal. Estas historias/ cuentos, ramas del tronco, a veces divertidas, otras interesantes, otras curiosas, cortas o menos cortas, aportan un colorido singular al libro, que hace que desde las primeras páginas nos cueste esfuerzo dejar de leer. Estas desviaciones intencionadas y espontáneas de otras historias descritas encadenadamente como eslabones independientes de una cadena, divierten al lector de forma interesada y contínua. Hasta tal punto despierta el interés del lector esta estrategia que justifica momentos de odio hacia el autor cuando esboza el principio de una de estas cortas historias y en la segunda línea renuncia a contarla.

    Se trata de un libro que se lee con mucha facilidad, demasiada facilidad, su fluido lenguaje hace que se nos quede corto. Diálogos inconexos, íntimos, secretos, a veces monólogos mudos, hacen que el lector participe confidencialmente de la historia. Aunque de lectura ágil y rápida, no renuncia a múltiples notas aclaratorias y culturales, interesantes y a veces divertidas, que nos enseñan desde enología a historia, donde el secreto está en el don de la oportunidad y el despertar la curiosidad.

    Hace, el autor, gala de su estrecha relación con el mundo de la medicina, exponiendo adecuadamente escenas sanitarias, llenas de tierna y cruel humanidad. En definitiva, tiene delante un libro, como dije al principio, singular, que ensambla magistralmente, la historia de un tetrapléjico con los bancos, la trama rusa, la liturgia… y un sinfín de escenas, que sin duda no harán llorar al lector pero sí congoja, no le harán reír a carcajadas pero si sonreír, no verán identificados en todas las escenas pero sí en muchas de ellas..

    Juanjo García Borrás

    Médico

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    PERSONAJES DE LA TRAMA SEGÚN APARECEN.

    Cirilo - Ex bancario. Tetrapléjico sobre el que gira la novela.

    Facunda - Mujer de Cirilo.

    UMA - Hija de Cirilo y Facunda. Periodista.

    Aidán - Azafata de vuelo de la compañía escandinava de aviación SAS.

    Amparito - Criada de la familia en Benimamet- Valencia.

    Santiago - Hijo de Cirilo y Facunda.

    Donoso - Perro de la familia de Cirilo y Facunda.

    Emilieta - Curandera local. Usa el método conocido como "fregapan

    ches" (masaje y tocamientos del vientre del enfermo).

    Menéndez de Araujo - Médica del SAMU (servicio médico de urgencias).

    Fermín - enfermero del SAMU.

    Rodríguez Fornil Abilio (Abi) - Neurólogo del Hospital General y amigo de UMA.

    Lloribo - Jefe de Urgencias del Hospital General.

    Axel y Aidán - Pareja sueca. Catalina - Cati, enfermera especialista en recuperación verbal.

    Sakura - Amiga japonesa de Cirilo en Goteburgo.

    Sergei Vasily - Ucraniano que recupera un bolso robado de Cirilo. Socio posterior en el Banco del Este.

    Mani - Forma coloquial en ucraniano para designar al dinero.

    Mijaíl Petrov - Tío de Sergei y banquero presidente propietario del Banco del Este.

    Natacha Petrova - Secretaria de Cirilo.

    Florián sin apellido - Capo de una organización rusa en el Mediterraneo.

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    FUENTES DE NOTAS E HISTORIA.

    Laureada de San Fernando - Wikipedia.

    Tetraplejia - Medisalud y otros.

    Espantá del Gallo -Ganaderos de lidia unidos.

    Tristán e Isolda - leyenda del ciclo arturiano. Wikipedia.

    Mafia rusa - fuentes diversas.

    Iglesia ortodoxa - rusopedia.rt.com.

    Cuentos y Artículos - del autor de la novela.

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    Primavera - verano del año 2016.

    -¿Policía?- la voz angustiada de Cirilo llamaba al 091.

    -Sí. ¿Quién llama? ––contestó una voz masculina con cierta desgana.

    -Soy Cirilo Bonacasa y les llamo porque han entrado a robar en mi casa.

    -Tomo nota. Deme los datos. ¿Dónde está la casa? ¿Dirección? ––la

    voz se anima.

    -Calle de Los Pinos-Benimamet, en Valencia

    -¿Ha llamado a la Guardia Civil? Esa dirección es competencia de

    la Guardia Civil.

    -No. Solo a ustedes.

    -Siga, en todo caso lo veremos primero nosotros ––parecía que

    querían ellos hacerse cargo.

    -Repítame. Deme los datos. Sobre todo la dirección exacta.

    -Cirilo Bonacasa. 65 años. DNI...- inició el trámite habitual Cirilo.

    -No. Eso se lo dará usted a la patrulla que le mandamos ahora. Dirección exacta, por favor ––la voz se suavizó en el tono.

    -¡Ah! Ya. C/ de los Pinos 4 ––Benimamet.

    -¿Se han llevado algo? ¿Ha habido fuerza?

    -Sí. A primera vista el ordenador y debe haber algo más. Está todo revuelto y por los suelos. Han abierto la puerta con una palanca, porque la cerradura está reventada, creo ––Cirilo no sabía si el término correcto era violentada o reventada.

    -No se mueva y no toque nada.

    -Aquí espero.

    La patrulla llegó enseguida. Él y ella, jóvenes y muy educados.

    Mediante los saludos de rigor y la toma de datos, inspeccionaron-las estancias y no encontraron nada de relevancia. Algunas huellas de guantes y la conclusión fue.

    -Eran profesionales. Ve usted estas huella en la mesa del despacho ––señalaron con sus manos el polvillo blanco que dejaba al aire unas huellas.

    -Sí.

    -Tienen la forma de un guante tipo cocina, de esos que se pone uno para no quemarse y esos no dejan huellas dactilares.

    -¿Qué hecha usted de menos?

    -Mis archivos bancarios, mi ordenador y dos pendrives que guardaba en este cajón especial que está al fondo de este otro ––señaló Cirilo al que se le notaba alterado, nervioso, más por haber perdido los datos que por alguna otra cosa.

    -¿Un cajón secreto?

    -A medias. Me gusta ese tipo de medio escondites. Me viene de pequeño ––añadió nostálgico.

    -¿Tenía usted información sensible en ese ordenador y en los pen drives? - preguntó la joven policía.

    -¿Sensible?

    -Sí algún dato, números y claves de las cuentas... lo normal.

    -Sí. Cosas del pasado. He sido banquero, mejor dicho bancario... hay una diferencia importante.

    -Vaya, lo siento. Tendrá usted que pasar por la comisaria en 48 horas para hacer una denuncia completa y pasaremos esta información a la cientifica para...

    -¿La científica?

    -Sí. Son los especialistas en hallar huellas, rastrear. Este tipo de delitos van siempre a estos compañeros. Es raro, de todas formas. No se han llevado nada de valor, dinero, joyas. ¿Tiene usted caja fuerte?

    -Sí. No la han abierto y realmente ahí no guardo nada. Unas joyas sin casi valor, algo de dinero suelto, nada. Bueno, tabaco, puros.

    ¿Puros, en la caja fuerte? ––preguntó la joven policía llena de curiosidad mezclada con algo de risa interior.

    -Sí. A mi mujer no le gusta el olor del puro y , a veces, creo que me los quita y por eso he decidido controlar mis puros.

    Los policías sonrieron comprensivamente y se limitaron a cabecear afirmativamente y a añadir un: Bien ––al tiempo que pensaban: qué cosas más raras hace la gente.

    -¿Puedo cambiar la cerradura?

    -Por supuesto. Hágalo después de que hayan venido los compañeros y tras poner la denuncia. Ponga un FAC, parece que son los más seguros.

    -Muy bien. Añadiré una barra transversal de hierro como en los castillos medievales ––señaló Cirilo en un alarde, en un intento de ofrecer un imagen de seguridad serena.

    Los policías no dijeron nada, aunque pensaron que quien quiere entrar lo hace con barras o sin ellas o como quien se empeña en matar a alguien.

    Cuando se marcharon Cirilo encendió el portátil que, extrañamente, no lo habían tocado o al menos eso parecía.

    Con los avances tecnológicos cualquiera estaba expuesto a ser espiado sin tener conciencia de ello. Se hablaba tanto de eso que se había creado una conciencia colectiva. La intimidad iba desapareciendo y las huellas de tu presencia quedaban, dicen, en una especie de nube para siempre. Eternidad pública contra intimidad finita.

    Él no terminaba de dominar las nuevas tecnologías y solo sabía escribir y guardar - enviar; se había ido haciendo con la práctica.

    Cambió la cerradura, puso el FAC y una barra de hierro negra bloqueaba la puerta.

    Hacía un año y desde entonces dormía mal.

    Cualquier anomalía, cualquier ruido no identificado como normal bastaba para inquietarle y entonces el sueño volaba. Dormía mal, fragmentado señalaban los expertos.

    Los sueños fragmentados daban mucho para pensar y vivía encerrado en una secreta capsula de inquietud.

    -Vete al médico ––era la recomendación general. Sí, sí. Pero no iba. ¿Para qué? Esperaba algo. No se fiaba de aquella gente, eran muy violentos

    aquellos tipos del Este. Tenían otro concepto de la vida y la muerte. Y estaban los datos.

    La carta no se la habían llevado.

    Hace dos meses Uma entró en la casa con una carta cerrada que llevaba extraños caracteres que le parecieron rusos.

    -Papá aquí tienes una carta y creo que contiene algo de Rusia. Será eso porque identifico, creo, estas letras como lenguaje cirílico. ¡Que cosas! Si yo se lo contara a mis amigas. Es emocionante ––¿No, papá?

    -Depende. ¿Contar el qué?

    -Que te carteas con las gentes del Este ––al decirlo una mueca de

    estupor divertido alegró la cara de Uma y traspasó la risa a su padre.

    -Son cosas de cuando yo era joven.

    -Me las tienes que contar. No sé casi nada de esa estancia tuya en

    Suecia. ¿Y en Rusia también has estado? -Sí. Estuve en Ucrania cuando Ucrania pertenecía casi a la URSS.

    Cosas de trabajo y de juventud.

    -Cuenta, cuéntamelo ahora. Tengo tiempo ––insistió su hija.

    -Hay poco que decir. Es una etapa como la que tu vives ahora.

    -Pero mi nombre es raro, es el único por aquí. ¿De dónde viene? Por lo menos cuéntame eso ––insistía la hija con la tozudez de los jóvenes cuando quieren conseguir algo.

    -Uma es un nombre sueco, sí. Fue y es un recuerdo imborrable que me traje de allí ––el tono y la expresión le dieron un aire romántico a la respuesta y despertó aún más la curiosidad de Uma que detectó una buena historia.

    Uma era periodista y creía ver titulares e historias constantemente a su alrededor. No se equivocaba. Lo difícil era penetrar en el asunto y hacerlo interesante para el lector.

    -Papá me has de contar esa historia. Es mía también ––lo dijo con la fuerza del joven, con la certeza de saberse poseedora de un secreto que adivinaba.

    -¿Tuya? ––contestó el padre metido a medias entre las ganas de contar y las de guardar un sentimiento, una experiencia, que consideraba solamente suya, que pertenecía a su esfera más íntima.

    Uma era su ojo derecho. Aquella hija era lista, espabilada y aunque siempre se ha dicho que un hijo es igual a otro como los dedos de una misma mano y que no puedes elegir; lo cierto es que para Cirilo esa hija suya le fascinaba y siempre lo había hecho, por la enorme carga de curiosidad que tenía por todo en la vida y, en cierto modo, le recordaba a él mismo cuando era joven y el mundo le parecía cercano y se sentía con ganas y capacidad de comérselo como si fuera una manzana.

    El sonido estridente de un teléfono interrumpió la conversación y su derrotero.

    El padre se había salvado por puntos. La conversación se había cortado intempestivamente para la hija y él pensó que el timbre del teléfono venía a ser como la campana de un asalto de boxeo dónde se perdía por puntos. Él iba perdiendo.

    El teléfono que irrumpe, sin pedir permiso, con descaro en nuestra cama, en la mesa y a cualquier hora.

    Habitualmente contestamos, pero habría que aprender a contenerse. Era una enseñanza esa de contenerse que estaba por venir, pero vendría, estaba seguro.

    La contención era en cierto modo una represión y siempre que él pensaba en ello pensaba en la educación inglesa, la educación, en todo caso, victoriana.

    ¿Cuál era mejor? ¿La inglesa o la nuestra,la latina?

    Había dudas y dependía de las circunstancias, claro. Era como todo. Nada era absoluto, radical.

    -¿Sí, diga? ––se apresuró Uma a preguntar.

    -¡Ah! Hola mamá. Estoy aquí con el papá. Ahora te lo paso.

    Papá. Tu mujer.

    ¿Por qué diría eso en vez de decir mamá?- pensó Cirilo al tiempo de decirlo Uma.

    Cirilo se levantó ––Si. Dime. ¿Qué pasa?

    -¿Un ventilador de aspas? ¿Para qué queremos uno?

    -Está bien intentaré montarlo. Ya sabes que tengo algunas dificultades para eso de los trabajos manuales.

    -Vale, vale. Lo intentaré ––al contestar su cabeza se acompañaba con un movimiento afirmativo.

    ¡Qué insistente es esta mujer y lo quiere para ya, para ahora mismo! rezongó con una mezcla de comprensión, amor y fastidio. Eso era lo que sentía.

    -¿Comes fuera? De acuerdo. Diviértete. Hasta luego.

    El sonido del clic metalizó un sentimiento de descanso.

    ¿Por qué le fatigaba hablar con su mujer , o era que siempre le estaba mandando cosas?

    ¿Sería eso un signo de debilidad?

    ¿Una actitud amorosa?

    Ya empezaba a dudarlo y la duda corroe, erosiona.

    -Uma, estoy un poco cansado. Voy a intentar una siesta. Ya te contaré un día cosas.

    Uma le dio un beso y le arrancó la promesa de contarle esos pasajes rusos de su vida y el secreto de su nombre y obtuvo la certeza de que sería pronto.

    -Sí, sí. No seas pesada. Te pareces a tu madre ––Uma le deseó un descanso tranquilo.

    Cuando llegó a la habitación abrió la carta y su sorpresa fue mayúscula. Solo tenía una nota en español.

    Decía así: Hemos de hablar contigo urgentemente. Permanece operativo. No te olvides o ya te lo recordaremos. Viva Ucrania libre.

    Breve pero intensa. No sobraba nada. Contenía un aviso y encerraba una velada amenaza y una reivindicación nacionalista, tan de moda.

    ¡Qué pesados los nacionalistas! Cirilo pensó que era como volver a las tribus.

    Cirilo Bonacasa tembló y volvió a leer la nota.

    ¡Ya te lo recordaremos!

    ¿Qué tenía que recordar? ¿Cómo pensaban recordárselo?

    Se durmió y en un sueño aterrador sintió sobre su carne el dolor de un pinchazo; un pinchazo agudo que le llegaba hasta el último rincón de su garganta, en la frontera con el principio de la región cerebelosa.

    Al despertar pensó que los sueños son vidas conectadas en otra dimensión, pero son vidas paralelas. Uno vive dos veces y ambas vidas están embridadas por retazos de penumbras y soles. Luz y oscuridad. Siempre lo mismo. Un vaivén de sentimientos. Aspiraba a la serenidad del no movimiento, aunque eso podría parecerse a la muerte. Y no era eso. Sería el mortal aburrimiento.

    Una oleada de recuerdos en cascada acudió a su mente y el principio de todo, el origen hay que buscarlo en un mostrador de la compañía aérea sueca SAS y con un nombre de fuego: Aidán.

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    La caída.

    Cirilo parecía incólume,pero la historia que sigue demuestra que no.

    Cirilo Bonacasa Ferro, conocido, desde su jubilación, como El Serrucho entre sus familiares más cercanos, debido a su afición a serrar todo lo que le venía a mano sin distinción de clase, color o idioma, se hallaba encaramado en los últimos peldaños de una escalera de tijera intentando montar un ventilador con aspas.

    Era el último capricho de Facunda Malpie Trenza, esposa de Cirilo desde que eran muy jóvenes (algunos pensaban, incluso ellos, que demasiado jóvenes); el ventilador, que había comprado en una rebajas de un almacén de bricolaje, le pareció lo último en moda esencial.

    Los movimientos de la moda son inescrutables e iban y venían en un viaje cuyo itinerario venía establecido por los gurús de las tendencias. Había estudiosos de la moda que decían que todo estaba ya inventado y que solo con mirar la Historia se encontraban las fuentes de la inspiración.

    La moda esencial se basaba en la simplicidad y ella se preguntó: ¿Hay algo más esencial que el batir de unas alas para mover el aire cuando hace calor?

    Alguien le hubiera dicho que un abanico e incluso las hojas de un periódico ya leído. Podía ser una de las posibles funcionalidades de la letra impresa, la de servir para dar aire antes de morir, al día siguiente, por antigua.

    Facunda era aficionada a comprar cosas innecesarias, lo hacía en tiendas de bricolaje o en mercadillos y siempre presumía de ello cuando se daba la ocasión o la buscaba en los juegos conversacionales destinados al culto de uno mismo. Con el tiempo se había convertido en una especialista de su yo.

    No era una cuestión de dinero, decía, es que debe ser así. Era la tendencia del siglo.

    No hay que malgastar los recursos remachaba, al tiempo que se atusaba un pelo que había pasado por una peluquería de moda y se ajustaba el collar de perlas que lucía como un trofeo de caza mayor.

    La perla. La piel lujosa y escasa de visón, la joya de esmeralda o el Svarosky titilante, eran esenciales e innecesarias al tiempo, en una suprema contradicción ininteligible. Era un sí, pero no, andante.

    Facunda Malpie Trenza era así y nadie le había dicho nada e incluso se le habían reído sus caprichos. Se lo podía permitir y se lo permitía. Gastaba menos de lo que tenía, y tenía.

    Y no lo necesitaba, se moriría rica, sÍ. Rica, pero muerta. Un por si acaso. Y eso que no se tenía noticia fidedigna de nadie que hubiera vuelto para contarlo o de que en el cielo se daban fiestas de cóctel cada vez que llegaba uno bueno, rico y esplendoroso en su vida terrenal. La igualación de ricos y pobres se culminaba en el último minuto de vida y se lograba sin consenso, ni Constituciones. La guadaña de La Parca no distinguía cuellos.

    Facunda llevaba visto el ventilador en demasiadas ocasiones, haciendo juego de movimiento, sobre la cama de los actores de su serie preferida: La vida de un indiano y había llegado a la convicción de que a Cirilo, su Cirilo, le gustaría hacer, bajo el ventilador, juegos de amor acrobático. Facunda trataba de confundir la ficción con la realidad. No era la única y no era

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