Montañas singulares: Europa, África y Oriente Medio
Por Ricardo Hernani
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Montañas singulares - Ricardo Hernani
off-the-beaten-track.
Hvannadalshnúkur, geografía de hielo y fuego
«Our land of lakes forever fair below blue mountain summits of swans, of salmon leaping where the silver water plummets, of glaciers swelling broad and bare above earth’s fiery sinews- the Lord pour out his largess there as long as earth continues!»
Jónas Hallgrímsson
Al norte del viejo continente, un mar de hielo bajo un brillante cielo azul, sobre una tierra viva que se escapa por cada hendidura, e innumerables cotas heladas esperando al escaso visitante. ¿Quién no ha soñado alguna vez con un paisaje así?
El 11% de la superficie de Islandia, concretamente 11.400 km², se encuentra cubierto por glaciares, por los hielos eternos que confirieran su nombre a la isla. A grandes rasgos, son 13 los glaciares que a lo largo y ancho del territorio tiñen la tierra de un perenne manto blanco; aunque cuatro de ellos, el Vatnajö-kull, el Langjökull, el Hofsjökull y el Mýrdalsjökull, destacan sobre los demás por su amplia extensión. Concretamente el Vatnajökull se ensancha a lo largo de 8.300 km² al sudeste de Islandia, cerca de la población de Höfn, tratándose del primer glaciar de Europa por el volumen de sus hielos y el tercero del continente en extensión tras el Austfonna de las islas Svalbard y el de la isla de Severny en la fronteriza y lejana Nova Zembla. El grosor de los hielos del Vatnajökull llega a alcanzar 900 m en algunos lugares, con una media general de 400 m. Bajo este inmenso desierto blanco, algo más grande que el País Vasco, permanecen activos y amenazantes varios volcanes como el Bárdarbunga, segunda elevación independiente de Islandia con 2005 m, en cuyas inmediaciones se produjo un suave terremoto en septiembre de 2010, o el Grímsvötn, de 1725 m, cuya última erupción se habría producido en mayo de 2011. Ambos hechos enmarcan muy bien el carácter de la geografía islandesa y por ende el de sus habitantes, así como el sentimiento de aventura que acompaña al viajero.
Atravesando el glaciar encaramos el Hvannadalshnúkur.
Por encima de las elevaciones anteriores, y cubierto también por los hielos perpetuos, se eleva con cierto carácter propio el Öraefajökull, el mayor volcán activo islandés, dotado de un cráter de 5 km de diámetro, de cuya cresta emergen diversas cotas, entre estas, la del Hvannadalshnúkur, con 2110 m, la más elevada del país. Afortunadamente en este caso, las dos principales erupciones datan ya de antaño, de 1362 y 1727, y para sorpresa del neófito en la materia el principal motivo de devastación no fue tanto la lava expelida, que hizo inhabitables importantes superficies y despobló las granjas más cercanas, sino la significativa inundación causada.
Al igual que el resto de los glaciares islandeses, el Vatnajökull se está derritiendo progresivamente y el gobierno islandés estima que desaparecerá, en caso de continuar el actual calentamiento global, en menos de un siglo.
Parque Nacional Vatnajökull
Hemos dejado atrás hace escasos minutos el albergue Bölti, junto a las estéticas cascadas anejas. Su dueño se sonríe con los turistas que visitan el Vatnajökull National Park —nombre con el que fue renombrado en 2008 el anteriormente conocido como Skaftafell National Park— y se rinden finalmente a los encantos de sus modestas construcciones de madera una vez contrastadas con la frialdad del desangelado camping local de Skaftafell. Presupongo la impresión que le causaríamos el atípico grupo humano que ultima los preparativos en el aparcadero de Sandfell: Jóhann, el guía islandés, una robusta pareja de la misma nacionalidad, un australiano, un alemán y tres vascos. Son las siete y media de la mañana. Entre nuestra situación, a los pies de los contrafuertes rocosos que se descuelgan desde el Öraefajökull, y el mar se abre una considerable llanura arenosa de tenebroso aspecto, el Skeidarársandur, aplastado ahora por bajos nubarrones y surcado desde siempre por los infinitos cursos de agua que provoca el deshielo entremezclándose una y otra vez entre sí en su búsqueda del océano.
Sobre el glaciar Vatnajökull, emerge el volcán Öraefajökull y su cima más alta, el Hvannadalshnúkur.
Comenzamos la andadura ganando altura a media ladera, soslayando el desnivel, por paisaje verde islandés, musgo y humedad, niebla y frío. Un precario puente de madera nos permite sortear el primero de los dibujos del agua. Ascendemos con suavidad hasta un segundo arroyo de mayor caudal que se precipita en fotogénicos saltos. A nuestra derecha, guiados por el devenir del agua, remontamos directamente la vaguada (NE) escoltados entre dos ramales mientras nos acercamos paulatinamente al de nuestra derecha. Sobre el mismo, usándolo de referencia, las lenguas del glaciar iniciarán nuestro cortejo a ambos lados hasta que la roca muere a los pies del hielo. A 1100 m, tras 2 horas de suave progresión, es el momento de asegurarse.
La cuesta sin final
Comienza entonces la «endless slope», la «cuesta sin final», también hacia el nordeste, una larga y sostenida pendiente caracterizada por no conceder respiro alguno. El guía nos coloca en la cuerda sin que uno alcance a comprender los motivos del orden. Entre las desventajas de encordarse a un grupo de desconocidos se encuentra el hecho de que nadie quiere aparecer como el más débil. El grupo remonta así a buen ritmo. La pendiente, muy manchada por restos de lava escupidos recientemente, cubre de por sí cualquier panorámica, aunque al norte asoma lenta y paulatinamente la ansiada cumbre.
Hemos superado las nubes y el cielo nos regala un intenso azul, idéntico al azul soñado por cualquier visitante. Somos afortunados, no es habitual. Por lo general, son mayoría los montañeros que vuelven sobre sus pasos ante la lóbrega visión que la montaña presenta de continuo en sus estribaciones.
Pero todo tiene un final, incluso la «endless slope», y así accedemos al plateau superior del volcán, una colosal e inabarcable planicie blanca glacial apenas cerrada por varias cotas en la lejanía. Al norte, el helado peñasco del Hvannadalshnúkur, impronunciable nombre para la cima más alta de la isla de los hielos. Los surcamos, evitando alguna que otra escondida grieta. La cumbre ejerce de poderoso imán, de proa sobre los glaciares, que nos hace virar con suavidad hacia el noroeste. Al norte otra cima del mismo volcán, el Snaebrid, de 2041 m, emerge también con poderoso influjo.
Vatnajökull, el mayor glaciar de Islandia y uno de los más grandes de Europa.
La aproximación a la base del Hvannadalshnúkur se nos antoja larga. Seis horas después de iniciada la marcha, descansamos por fin a 1800 m de altitud al pie del farallón de hielo. El guía nos vende la idea de que se trata de la ascensión europea de mayor duración sin asistencia. Lo ponemos en duda. Lo que sí resulta cierto es que nadie se adentra por estos dominios en solitario. Nos ajustamos los crampones. Sentimos la cima cercana.
Sobre un mar de hielo
Acometemos el ascenso de la fuerte pendiente trazando amplios zigzags pero una gran grieta nos detiene cicatrizando la ladera casi en su totalidad.
Dudamos, charlamos, el guía tantea los puentes de hielo, no lo tiene claro. Desandamos