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Cuatro Puertas
Cuatro Puertas
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Libro electrónico139 páginas1 hora

Cuatro Puertas

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Los personajes, digamos de fondo, llegan a ser La Sombra y El Partideño.
¿Qué es la sombra? Todo aquello que se escapa del dominio de los personajes de primer plano y hacia donde puede sustraerse alguien de la acción, en algún plano de la conciencia propia; porque la sombra llega a ser una conciencia su-perior, que se ignora, imposible de adquirir, mientras que el que se refugia en ella de la manera que sea es arrastrado por el devenir: inevitablemente es arran-cado de la sombra.
El Partideño tendría que ser la herencia genética y cultural, determinante en alto grado, pues no elimina el margen de elección que nos define.
Se presenta a manera de estampa la acción en un pequeño grupo, de carácter individual y no colectivo; aunque las relaciones sean inevitables, y de carácter ligero, hay telaraña de fuerte hilo.
Una ilustración pudiera llevar: la sombra, el fondo absoluto; luego, la telaraña; y la ceiba del Partideño, el caserío del Cantón Esmeralda y algún detalle de las gentes del lugar.
Así sucede en una época de la que queda la sombra y la herencia del Partideño.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2015
ISBN9781310324192
Cuatro Puertas
Autor

Rolando Costa

No me pregunte a mí sobre significados; pregúntese usted mismo.Acepto otras preguntas.Anticipo alguna pregunta de tales otras. ¿Por qué Helechos? Brevemente.Inicialmente, conformado por unos cuantos poemas, titulé la colección “Fugacidad alucinante”. A medida que fue creciendo, la titulé “Epitafios”, y finalmente, ya en la versión definitiva, la titulé “Helechos”.

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    Cuatro Puertas - Rolando Costa

    -¡Quédese allí doctorcito!

    El grito imperativo que le llega desde el lado opuesto de la calle sorprende al abogado. El grito procede del hondero que, a horcajadas en la moto, con chumpa de piel negra y de gran bigote y con lentes oscuros, pantalón de lona y camisa de algodón, se cree estar sobre un caballo grande, de pelaje negro y reluciente, caballo de los conquistadores de José Santos Chocano. Este hombre que inmerso en todo este aparato ha gritado, abre sus brazos de manera amigable.

    -¿En qué lío te ha metido el gran animal que te carga, mi charro de Jalisco de alma llanera? ¡Bájate de allí!—, a risotadas responde el espigado jurista, ufano en su traje de casimir verde tierno, camisa de seda color crema y corbata esmeralda. Al acercarse el enchumpado, en el apretón de manos le explica:

    -¡Voy llegando! ¿Qué haré por ti esta vez?

    -¡Nada!—, exclama el hombre de la moto y enfatiza en tono burlón:-¡Teníamos que librar la finquita!

    - Con serenatas y francachelas poco se logra.

    - Tampoco refundiéndose en el ceibón del Partideño, demócrata.

    -¡Sin insultos, que no soy ni marinero ni monta burros! ¿Oíste? Te dije que acabo de llegar.

    -¿Qué pasó entonces?

    -Que ya tengo arreglos para evitar la inminente hipoteca. No he estado ocioso…

    -¡Olvídalo! ¡Mira!

    -¿Qué banco has asaltado?

    - Ninguno. ¡Puros seises!

    -¿Hay suficiente?

    - De sobra.

    -¡Que no te vuelva a pasar! Poco faltaba…

    - La finquita es mi garantía. ¿Cómo crees que voy a perderla?

    - Si sigues así un día sucederá… ¡Y hasta la moto perderás! No te atengas a la suerte, Juan charrasqueado. Supe lo de Panchito.

    -¡La resaca que se ha de mandar!

    -¡Que casi lo matan es el cuento! Y vos, ¿te darás un descanso?

    PANCHITO

    -Panchito…

    -¿Sí Martita?

    - Para nada me gustó su serenata de anoche. Hasta balazos se oyeron. Todavía tengo miedo…

    - No fue mía la serenata, Martita. Para usted mis canciones habrían sido otras y sin balazos.

    -¿Y no las cantó usted, pues?

    - De parte de Jorge.

    -¡Vaya! ¿Acaso le pagó?

    - Martita, dos cosas deciden lo que cantaré: mis ganas de cantar, siempre; y los tragos, a veces. Pero en esta vez no fui yo quien cantó para usted, excepto por algunas partes; fue Jorge. Además de ser mi primo, pagó por sus canciones. Perdóneme Martita. Para usted mis canciones habrían sido otras.

    - ¿Cuáles?

    -Ya usted sabrá, Martita.

    - Jorge me ha pedido casamiento. ¿Qué dice usted de eso, Panchito?

    - Yo no puedo decirle nada; solo obsérvelo.

    - A veces me da miedo. ¿Qué piensan de él sus amigos?

    -¿Sus amigos? ¿Qué puedo decirle? Sus amigos no son mis amigos.

    -¿Y qué piensa usted de Jorge?

    - Es mi primo, Martita. Lo que uno dice en secreto, en un corredor como este, llega a saberse. Usted decidirá sobre eso.

    -¿Y si me equivoco? ¿Me lo diría usted antes de un mal paso?

    -¿Tiene miedo, Martita? ¿Por qué? Usted no necesita que nadie le diga nada. Usted tiene ángel. Y si sus padres están de acuerdo… La verdad es que no hay hombre que la merezca, Martita, y perdone la franqueza.

    -¿Qué canciones me habría cantado?

    - Canciones bonitas.

    -¿Como el alma llanera esa con que comienza siempre sus serenatas?

    - Las de Jorge, Martita; las de Jorge…

    -¿Me quiere usted, Panchito?

    - No voy a responderle. Lo que yo diga sobre lo que estamos hablando, si Jorge llegase a preguntarme, se lo diría. Y él es mi primo.

    - Cánteme una canción, Panchito. ¿Podrá olvidar lo que pasó entre nosotros? ¿O se lo dirá a Jorge? Lo nuestro es una cosa y lo de Jorge otra. ¿Está de acuerdo, Panchito?

    - Para mujeres como usted se han hecho muchas canciones, Martita. Lo nuestro ha sido puro y lo que usted resuelva, estará bien. ¿Cuál canción es la que quiere? Tráigame la guitarra que por ella vine.

    LOS DOS PRIMOS

    Entre los dos primos hay fuertes lazos que los unen y grandes diferencias que los separan. Enrique jamás desarregla su imagen ni pierde su aplomo y, cuando decide, lo que decide lo hace, como cuando sale fuera del país en dirección del Distrito Federal, a sus fiestas en México. Jorge no es así. Por lo general, y con frecuencia, su fiesta la comienza en la esquina de su casa, en el pueblecito de La Esmeralda, en la tienda de doña Jacinta, no en el cabaret El Burro y una vez al año como Enrique. Y donde comenzó Jorge allí termina Jorge, a veces bien, a veces mal, sin saber cómo, y allí se juntan con un Enrique bien dispuesto, como los vemos ahora. Jamás acuerdan entre sí tales correrías ni las mezclan, aunque algunas veces al encuentro hallen ocasión para disputas bravas y a tiros de parte de Jorge, nunca a golpes, por una sencilla razón: Enrique no resistiría ni el primer puñetazo. Y los tiros son a no darle en el cuerpo, pero sí muy cerca, para asustarle el alma, como dice Jorge. Podemos entender como le iría a Panchito si delante del mismo Jorge cruzara la línea en torno a Martita. O cuando sepa que la cruzó antes que él. ¿Qué pudiera garantizarle que no lo harían más? Solo la muerte. Aunque a Panchito, llevado al extremo, aún no le conocen bien; por primo que a su vez sea de ambos… Porque tiene su vena fuerte, la cual intuyen, Enrique con respeto y Jorge con cautela. No es así Ernesto, el Nene, como le dicen, hermano menor de Panchito. Ernesto preferiría, antes que voltearse en contra de su hermano o de sus primos, pegarse un tiro él solo. ¿Los ama, les teme? Él vive para sus canciones, como Pancho para el canto. Él es un arrullo, Pancho es el viento. El Nene buscaría un nido, Pancho una caverna. A Pancho lo reclaman; el Nene se acerca. Pancho resiste todo; el Nene, fuera de su medio, se ahoga. Cuando se arrepiente o perdona, Pancho olvida; el Nene no olvida ni el haber matado una mosca, aunque tampoco olvida al que haya matado una mosca enfrente de él.

    Enrique interpreta, explica, relaciona, y a resultas se pone serio, a veces grave; sonríe, con muy diferentes matices, y con frecuencia se carcajea de manera convulsa, a menudo agónica, sobre todo en la etapa posterior a sus vicisitudes políticas, un poco deportivas, con lesiones permanentes en no se supo cuales protuberancias de su cerebro. Refiere con lujo de detalles la mañana culminante en que desde la calle, la patrulla cantonal y la guardia le hicieron bailar por todo el corredor de su casa con música de ráfagas de pistola y máuser, a escape al fin por los matorrales por donde aparecía el Partideño. De algún modo llegó a México, al exilio, y volvió de allá con su estilo desgarbado que ahora luce, medio calvo y más peche, más blanco y con más ganas de ayudarnos a entender muchas cosas, en tono ora doctoral ora folclórico, y con la historia de todas partes de través en su lengua, difícil de seguir y entender, porque sabe más que uno de tales asuntos: como sus manos largas, delgadas y con uñas a propósito crecidas y dorados dedos por la nicotina saben liar un cigarrillo, así maneja su intelecto tales asuntos. Empero, en la ocasión en que presentamos el relato, esto todavía no había sucedido: fumador era, pero de cigarrillos importados en manos de pianista nato. Tampoco lo de Jorge. La cuestión de su hígado inflamado, su separación y otros muchos acontecimientos que en rápida sucesión amargaron su vida aún ni siquiera asomaban.

    Enrique disfruta oyendo cantar a Caruso, y también a Jorge Negrete, y a Panchito; Jorge no soporta a Caruso ni estando bolo, a menos que cantara Alma Llanera, y a Negrete y a Panchito, solo estando bolo.

    - Jorge canta como un burro y yo me le emparejo al señor gobernador-, ha dicho Enrique más de una vez.

    Pancho admira a Caruso, pero ensalza a Negrete, y hasta ha copiado su bigote y, cantando, dice, lo remeda. Y canta los tangos de Gardel como nadie. El Nene se queda con Guti Cárdenas, y también luce bigotillo.

    Jorge, bolo, es amigo de los pobres; sobrio, detesta a los ricos y a los cultos. Bolo es todo un mariachi; sobrio, la música lo aburre y lo exaspera. Su esposa será solo suya; las demás mujeres también son suyas y de quien ellas quieran.

    Pancho respeta a las mujeres porque tiene dos hermanas y a una de ellas poco le falta para ser monja.

    Enrique también respeta a las mujeres, aunque cuando le hablan de enamorarse exclama de inmediato:

    -Me agacho revira contra. Tengo pararrayos.

    Y El Nene las adora y es a quien de todos ellos se le ve sufrir por su causa. Y los cuatro cuentan, cada quien a su tiempo y medida y en su propio tono, chistes colorados. De los chistes del Nene casi nadie ríe.

    Siempre llega el momento en que Jorge declama Los caballos de los conquistadores o "Amor

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