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Antes De Que Se Muera El Último
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Antes De Que Se Muera El Último
Libro electrónico420 páginas4 horas

Antes De Que Se Muera El Último

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Kevin, el protagonista, se embarca en una travesía intensa para descubrir la identidad de aquellos que conspiran en su contra, desentrañando capa tras capa de engaño mientras lucha por reconciliarse con su complicado pasado. La narrativa teje hábilmente entre el presente, donde Kevin lidia con acusaciones injustas, y el pasado, donde las raíces de su sufrimiento y determinación se entrelazan.

En este fascinante viaje, el lector se encuentra inmerso en una exploración profunda de la identidad, la traición y la resistencia del espíritu humano. Los acontecimientos, repletos de suspenso, revelan conexiones inesperadas y obligan a Kevin a enfrentarse a la verdad, incluso cuando esta amenaza con desmoronar las bases de su vida.

Únete a Kevin en esta intriga que fusiona pasado y presente, en un constante choque de emociones y descubrimientos. "Antes de que muera el último" invita a reflexionar sobre la complejidad de la existencia, la lealtad y la lucha por la verdad en medio de la adversidad. ¿Logrará Kevin desentrañar la maraña de engaños que amenazan su vida y encontrar la redención que anhela? Sumérgete en esta historia envolvente y descúbrelo por ti mismo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 jul 2011
ISBN9781465899224
Antes De Que Se Muera El Último
Autor

Silvia Susana Torres

Silvia Susana Torres, was born in Buenos Aires, Argentina on January 13, 1962, she living there until 1968, when she was forced to leave her home after the separation of her parents.She devoted a grand part of her childhood to reading, which allowed her to enter a magical world full of adventures and where the world around her Seemed to have no room. Ironically this was her source of inspiration for her books.When she was 16 years old and because of her father's declining health, she returned to the house where she was born, and shared his last years with him.On September 6, 1980, her father died after a long and painful illness, plunging her into immense depression.Before the death of her father Silvia began to write letters, these helped discharge all her grief and the letters would end up becoming a form of communication between her and her father, still to this day she continues to write these letters.Among her favorite writers were Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Gabriel Garcia Marquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Nicholas Sparks, Danielle Steel and many others.Endowed with an unique imagination for many years and with the encouragement of friends and her family that she decided to turn her scattered annotations into books.Silvia has resided since 1988 in Melbourne, Australia, with her husband and her 5 sons.Silvia Susana Torres, nació en Buenos Aires, Argentina el 13 de enero de 1962, viviendo allí hasta 1968, cuando se vio obligada a abandonar su hogar después de la separación de sus padres.Dedicó gran parte de su infancia a la lectura, lo que le permitió entrar en un mundo mágico lleno de aventuras y donde el mundo que la rodeaba parecía no tener sitio. Irónicamente, esta fue su fuente de inspiración para sus libros.Cuando tenía 16 años y debido a la salud decadente de su padre, volvió a la casa donde nació y compartió sus últimos años con él.El 6 de septiembre de 1980, su padre murió después de una enfermedad larga y dolorosa, hundiéndola en una depresión inmensa.Antes de la muerte de su padre Silvia comenzó a escribir cartas, estas ayudaron a descargar toda su pena y las cartas acabarían convirtiéndose en una forma de comunicación entre ella y su padre, hasta el día de hoy sigue escribiendo estas cartas.Entre sus escritores favoritos estuvieron Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende, Nicholas Sparks, Danielle Steel y muchos otros.Dotada de una imaginación única durante muchos años y con el estímulo de amigos y su familia decidió convertir sus anotaciones dispersas, en libros.Silvia ha residido desde 1988 en Melbourne, Australia, con su esposo y sus 5 hijos.

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    Antes De Que Se Muera El Último - Silvia Susana Torres

    Antes De Que Se Muera El Último

    Silvia Susana Torres

    Copyright© Silvia Susana Torres 2011

    Published at Smashwords

    Smashwords License Statement

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    Capítulo Uno

    Kevin Williams abrió la puerta de su departamento y dejó caer su mochila al piso, con el pie empujó la puerta que se cerró detrás suyo, luego, como siempre solía hacer, arrojó las llaves sobre la mesita de la entrada y siguió hasta el living donde su cuerpo se desplomó sobre uno de los sillones. Hoy no era un día más, el sol brillaba con la misma intensidad de siempre, pero para él, era un día gris, uno de esos en los que uno preferiría no haberse levantado.

    Odiaba cuando esto sucedía, pero esta vez no estaba dispuesto a permitir que nada, ni nadie, interfiriese en sus cosas, esta era una decisión que había tomado el mismo día en que abandonó la casa de sus padres.

    Su vida no había sido fácil, aún hoy de tanto en tanto, los fantasmas del pasado volvían a acosarlo, los cuales sin lugar a dudas influyeron en su introvertida personalidad. Esa fue una de las razones por la cual al mudarse eligió un lugar alejado y tranquilo, él era una persona solitaria y de muy pocos amigos, tal vez por eso se enamoró de un pequeño suburbio en San Francisco.

    Su departamento era pequeño comparado con la casa donde vivió la mayor parte de su existencia, pero al menos allí encontró la paz que tanto anhelaba.

    Esa mañana, desde el momento en que abrió los ojos, tenía el pálpito que este sería un día muy especial. Mientras se duchaba, trató de convencerse de que todo era producto de una noche mal dormida. Después de desayunar, salió de su casa como todos los días rumbo a su trabajo, sin siquiera sospechar que a partir de hoy, su vida sufriría algunos cambios por una serie de inesperados incidentes.

    Ahora, lo primero sería tratar de comprender lo que estaba sucediendo, para poder defenderse de las acusaciones en su contra, pero todo parecía inútil, por lo visto las evidencias lo condenaban.

    En su mente revivió una vez más la reunión paso a paso, en busca de una explicación para lo que acababa de suceder; los cargos en su contra eran ridículos, ellos lo conocían muy bien y sabían qué clase de persona era, en todos estos años nunca les dio ningún motivo para que dudaran de su comportamiento. Cualquiera que conociese a Kevin pensaría exactamente lo mismo, todo esto era absurdo, su conducta siempre había sido intachable, pero por alguna razón, alguien se había encargado, con muy buenos resultados, de ensuciar su imagen.

    Otra persona en su lugar ya lo hubiese hecho a un lado y hubiera continuado su camino, pero no Kevin, si lo hiciera sería como retroceder en el tiempo, por esa razón no pararía hasta saber quién estaba detrás de todo esto.

    Sin mover un músculo de su cuerpo, permaneció sentado con la mirada clavada en el techo, después decidió darse un baño, tal vez con la intención de relajarse.

    Con sus manos apoyadas sobre los azulejos de la ducha, dejó que el agua recorriera cada rincón de su cuerpo con el propósito de distender sus nervios, mientras los recuerdos se apoderaban de él. Desde sus primeros años en la escuela secundaria había soñado con ser abogado, pero los planes de su padre habían sido otros y no tuvo otra salida que obedecer sus órdenes. Él fue el principal motivo por el cual se marchó de San José; entre ellos nunca existió ese vínculo entre padre e hijo y no porque él no lo hubiese intentado, era Kevin quien trataba de acercarse a su padre en busca de mejorar la relación, pero con George todo acercamiento era inútil. Si no hubiese sido por su madre, jamás se hubiera molestado en intentarlo, fue ella la única razón por la cual él soportó sus maltratos durante tantos años.

    Kevin desde muy pequeño había hecho lo imposible por conseguir no solo el cariño, sino la aprobación de su padre en todo lo que hacía, una sonrisa o tan solo una palabra de aliento, pero nada parecía enternecer su insensible corazón y lo peor fue que a medida que su hijo iba creciendo, la situación se tornaba cada vez más insostenible.

    George Williams había nacido en el núcleo de una familia de clase media, en los Estados Unidos. Desde muy joven, su ambición había sido alistarse en las fuerzas especiales del ejército de ese país. Su vocación y perseverancia lo llevaron a estudiar varios idiomas y a realizar un exhaustivo entrenamiento físico, consiguiendo así que poco después de cumplir sus veintidós años, pasara a formar parte de la organización.

    Sin lugar a dudas, los años y el rigor de las actividades a las que era expuesto, fueron las causantes de su indiferente y autoritaria personalidad. Era casi inexplicable como dos personas, como era el caso de sus padres, con tan poco en común, formaran una familia. Pero el hombre del cual Martha se había enamorado no era el mismo que Kevin conocía; su esposo había sido suficientemente astuto como para disimular durante años los malos tratos hacia su hijo, cuando su esposa se encontraba presente. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo, ella no era ajena a lo que pasaba entre ellos y en más de una ocasión lo había enfrentado, obviamente sin ningún resultado.

    Cuando terminó de vestirse, se preparó un café y volvió a sentarse en el sillón, pero esta vez encendió el televisor para tratar de distraerse. Con el control remoto en la mano, pasaba los canales sin poner atención a los programas, era evidente que en su mente aún seguía dando vueltas la reunión que había tenido lugar esa mañana.

    Kevin trabajaba para el gobierno norteamericano, como lo había hecho su padre, o por lo menos lo hacía hasta esa mañana. Años de estudios, entrenamientos y dedicación, tirados a la basura.

    Los primeros tiempos fueron difíciles para él, aquella no era la carrera con la que había soñado, pero para su padre esas eran tonterías, fue él quien lo obligó a incorporarse a esa Unidad.

    Primero, vino un entrenamiento exhaustivo, después comenzaron a llegar los viajes a países con bajos recursos, donde requerían sus servicios, para terminar con alguna guerra civil o tan solo por protección. En muchas ocasiones había tenido que obedecer órdenes, que lo llevaron hacer cosas que iban en contra de sus principios, tal vez eso fue lo que provocó aún más su aislamiento del resto del mundo. Pero si tuviese que encontrar el lado positivo, de toda esta experiencia a lo largo de estos años, sería sin lugar a dudas la ayuda humanitaria, que tanto sus compañeros como él, les brindaron a todas aquellas personas que se vieron afectadas por los problemas internos de sus respectivos países, sin noción alguna de lo que estaba sucediendo a sus alrededores, como era el caso de tantos niños que la mayoría de las veces morían injustamente. Ese era uno de los motivos por el cual siguió adelante, para dedicar parte de su tiempo a los necesitados, llevándoles una palabra de consuelo o la esperanza de un nuevo día. Todas las misiones de las cuales formó parte dejaron en él huellas imborrables, especialmente una, la que influyó en su decisión de quedarse en la organización y seguir ayudando.

    Una de las primeras tareas de rescate en las que participó fue en una pequeña isla del Pacifico, en la cual dos bandos revolucionarios peleaban por el poder, destruyendo y matando a todo aquel que se interpusiera en su camino. Cientos de inocentes perecieron en aquel enfrentamiento.

    Al llegar, se encontraron con un panorama devastador, en las calles principales descansaban los cuerpos ya sin vida de las víctimas, la situación parecía estar fuera de control y el trabajo de ellos sería proteger a la población y al mismo tiempo tratar de capturar a los responsables.

    Una noche, mientras montaban guardia en una parte de la ciudad, donde familias enteras se refugiaban bajo la protección que la unidad, para la cual Kevin trabajaba les proporcionaba, un grupo de revolucionarios atacaron el lugar con explosivos, provocando que la gente abandonara sus precarias viviendas y corriera hacia la calle, donde más tarde eran asesinados a sangre fría. El saldo de esa noche fue lo que motivó el cambio en él.

    Cuando lograron dominar la situación, comenzaron a socorrer a todos aquellos que de alguna manera lograron sobrevivir al atentado. Cientos de niños lloraban junto a los cuerpos sin vida de sus padres, como suplicando un milagro que les devolviera la vida. La mayoría no alcanzaba los seis años y lo más penoso fue al intentar separarlos de aquellos cuerpos sobre el asfalto y tratar de ganarse su confianza. Los niños huérfanos permanecieron con ellos hasta que todo terminó, lo cual tomó varias semanas.

    Cuando les llegó la hora de abandonar el lugar, la Cruz Roja ya se había hecho cargo de los pequeños. Nunca nada lo había afectado tanto como aquel escenario, ver el dolor dibujado en los rostros de aquellos inocentes, los cuales habían quedado desamparados, por el egoísmo y la ambición de un grupo de personas en busca de poder, esos niños que perdieron lo más importante en su vida, sus padres, los mismos que lucharon en vano para protegerlos, porque ahora tendrían que enfrentar el mundo sin ellos.

    Pero eso pertenecía al pasado, hoy ellos lo acusaban de haber quebrantado una de las reglas principales de la organización.

    Sus directores tenían todas las pruebas necesarias para dejarlo cesante y aparentemente no había nada que él pudiese hacer o decir en su defensa, su destitución ya era un hecho. Él siempre pensó que las cosas pasaban por alguna razón, pues esta vez tendría que ser muy importante, porque de la noche a la mañana se había convertido en un desocupado.

    Allí permaneció sentado en busca de una solución, cuando el timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. No estaba de humor para hablar con nadie, así que dejó que fuera el contestador automático quien atendiera la llamada. Al escuchar la voz, se dio cuenta de que se trataba de su madre, pero prefirió no atender y sin moverse escuchó el mensaje:

    Kevin, es mamá, quería recordarte que el próximo viernes es el aniversario de tu padre y si es posible me gustaría contar con tu compañía, si es que no tienes otros compromisos, de lo contrario no te sientas obligado, llámame y lo hablamos, un beso, cariño.

    Sintió remordimiento por no haberla atendido, pero no deseaba preocuparla con sus problemas, ella lo conocía muy bien y hubiera sido inútil tratar de disimular.

    Su madre se refería al aniversario de la muerte de su padre, para Martha el perder a su esposo fue un golpe muy fuerte, por eso apreciaba tanto la compañía de su hijo, especialmente en ocasiones como esta y él nunca la defraudaba, siempre estaba pendiente de ella, sobre todo en estos últimos años después de la repentina muerte de George.

    Kevin era único hijo, lo que hizo que la relación con su madre fuese muy especial, Martha había dedicado su vida a él y todavía hoy lo seguía haciendo. Cuando niño solía refugiarse en ella cuando algo lo preocupaba, en busca de una caricia o una palabra de aliento que lo ayudara a enfrentar sus miedos. Mientras fue creciendo su timidez o su falta de carácter, hicieron que lo protegiera aún más y por coincidencia eso era lo que enfurecía a su padre.

    Sin darse cuenta el cansancio lo fue venciendo, hasta quedarse dormido en el sillón. Descansó por varias horas y cuando finalmente despertó, su estómago rugía de hambre, se puso de pie y se dirigió hacia la cocina buscando algo para comer, pero en su heladera lo único que abundaba era espacio; por lo visto, no tendría otra solución que salir a comprar algo.

    Buscó su mochila, que había dejado en el piso junto a la puerta al entrar esa mañana, para sacar de esta su billetera. Allí todavía estaba el sobre que le entregaron ese día en la reunión, que contenía las pruebas en su contra. Por un momento, pensó en echarle una ojeada, pero era tanta el hambre que sentía, que volvió a guardar el sobre, tomó las llaves y salió.

    Estaba tan hambriento que al pasar por un pequeño restaurante donde servían las mejores hamburguesas de todo San Francisco, decidió retomar y estacionar su auto cerca del establecimiento. Normalmente, conseguir una mesa libre en ese lugar no era tan fácil, pero hoy parecía ser una excepción. Kevin eligió como era habitual la última mesa que estaba contra la vidriera, desde allí se podía disfrutar no solo de la exquisita comida, sino también de aquel espectacular paisaje que caracterizaba a San Francisco.

    Después de comer, decidió estirar las piernas y salió a caminar por una de las calles más pintorescas del pueblo, Paradise Drive. La tarde estaba cálida y por si esto fuera poco, llegó al muelle justo a tiempo para ver la puesta del sol, muchas personas se acercaban hasta el lugar para disfrutar la función.

    Deambuló entre la gente sin rumbo, como un turista más, después de todo ya no tenía obligaciones, ni horarios que cumplir. Luego volvió al muelle y se quedó allí sentado contemplando el agua, aquella vista era realmente un paraíso, tal como el nombre de la calle lo anunciaba.

    El lugar estaba algo alejado de la ciudad, pero era exactamente lo que necesitaba cuando volvía a casa, algo que lo relajara y muchas veces, que lo hiciera olvidar. Su madre hubiera preferido que al mudarse lo hubiese hecho más cerca, pero ella respetaba su privacidad y además la casa de sus padres quedaba tan sólo a setenta kilómetros de distancia.

    El tiempo se fue volando, cuando miró su reloj eran casi las ocho de la noche, fue ahí cuando emprendió el camino de regreso hasta su automóvil y paulatinamente manejó hacia su casa en Beach Road. Pero antes de llegar, pasó por un pequeño almacén para comprar algunas provisiones.

    Cuando llegó, volvió a prepararse un café y se sentó frente a su computadora, chequeó si tenía algún mensaje y leyó las noticias, luego volvió a sentarse nuevamente en el living y encendió el televisor por segunda vez. De pronto, sus ojos se fijaron una vez más en la mochila, recordando que en esta se encontraba el sobre con las evidencias. Finalmente tomó el sobre con las pruebas y empezó a mirar cada una de las fotos detalladamente, nada le resultaba familiar, no había dudas de que las fotos eran suyas, sin embargo era la primera vez que las veía, era evidente que la persona que las retocó había hecho un excelente trabajo.

    La organización lo acusaba de haber publicado sus fotografías y datos personales en un sitio de Internet, al cual todo el mundo tenía acceso. Kevin sabía que no era responsable de lo que estaba pasado, pero tampoco podía probar lo contrario, su única salida era llegar al fondo del asunto, pero sabía que necesitaría ayuda.

    Sin perder más tiempo buscó su celular y llamó a uno de sus compañeros, en quien sabía que podía confiar ciegamente.

    —John, ¿cómo estás?, habla Kevin... necesito pedirte un favor.

    —Hola Kev, ¿en qué puedo ayudarte? —le preguntó su amigo, intrigado por su llamada. Lo conocía muy bien y sabía que para que Kevin requiriera su ayuda, algo grave tenía que estar sucediendo.

    Kevin le comentó todo lo ocurrido y le pidió que le consiguiera toda la información posible, para averiguar quién estaba detrás de todo eso. John trabajaba en las oficinas del lugar, por lo cual tenía acceso a las computadoras y a los archivos, para él sería muy fácil conseguir lo que su amigo le pedía. Antes de cortar, John le aseguró que volvería a contactarlo, ni bien tuviese alguna novedad.

    Esa noche, cuando se fue acostar, se llevó las fotos para estudiarlas más detalladamente. Era innegable que la persona que aparecía en ellas era él, obviamente se trataban de fotos trucadas, eso no era ningún misterio, todo el mundo lo podía hacer, la pregunta era, con qué intención. Por lo visto, alguien lo quería fuera de la organización, pero, ¿por qué?

    A la mañana siguiente, se despertó tarde, lo que era inusual en él, pero le había hecho bien descansar, el día anterior había sido agotador, no solo físicamente, mentalmente también.

    Esa mañana, después de desayunar, llamó a su madre para invitarla a cenar y así arreglar los detalles de la visita al cementerio. Le prometió que pasaría a buscarla a las cinco de la tarde, lo cual le daría tiempo para organizar un poco sus cosas, en caso que decidiera pasar unos días con ella.

    Mientras manejaba, pensaba si le comentaría a su madre lo que estaba sucediendo o si dejaría pasar un tiempo y ver si las cosas se solucionaban. Cuando estacionó su auto, Martha salió a recibirlo, feliz de volver a verlo después de casi dos meses. Estaba acostumbrada a estar sola, su esposo al igual que su hijo solía pasar largo tiempo fuera de la casa, esta profesión se los exigía.

    Kevin abrió el baúl del auto y sacó un bolso de su interior con algo de ropa, finalmente había decidido pasar unos días en San José, muchas veces se sentía culpable por pasar tanto tiempo lejos de ella. Martha pasaba la mayoría de su tiempo en su casa, su vida social era muy limitada, una vez por semana se reunía con amigas para almorzar, pero el resto del tiempo lo dividía entre las plantas, sus mascotas y por supuesto su hijo, siempre y cuando que la profesión de él se lo permitiera.

    Cuando era más joven acostumbraba hacer algunos trabajos voluntarios, pero en los últimos años su salud se había ido deteriorando, lo que hacía que sus salidas sola, fueran cada vez más esporádicas.

    —¡Mamá, estás fantástica! —dijo mientras la abrazaba.

    —Hijo, tú siempre el mismo mentiroso —le contestó ella sonriente.

    —Kevin, ¿me parece a mí o has perdido más peso desde la última vez que nos vimos? —le preguntó su madre preocupada.

    —¡Ay, mamá, mamá! Tú siempre me ves más delgado.

    —¿Cuándo volviste? —volvió a preguntarle ella.

    —Hace solo unos días.

    —La última vez que hablamos creí haber entendido que estarías lejos por más tiempo.

    —¡Sí!, yo pensé eso, pero todo se terminó antes de lo previsto —le contestó, mientras pensaba en lo que acababa de decir, todo se terminó, esa era la verdad.

    —Pero no hablemos más de mí, ¿cómo has estado? —le preguntó, mientras la tomaba del brazo para entrar en la casa.

    —Nada nuevo hijo, lo mismo de siempre. ¿Quieres que te prepare un café? —le preguntó su madre, mientras cerraba la puerta.

    Kevin aceptó la invitación de su madre y los dos se sentaron a beber el café en la cocina. Mientras conversaban comenzaron a notar la caída del sol, porque la luz que entraba por los ventanales, no era suficiente para iluminar el lugar. Este siempre fue uno de los lugares preferidos de Kevin cuando aún vivía allí, desde los ventanales se podía contemplar el jardín de rosas de su madre y al infiltrarse el sol a través de ellas, el lugar parecía cobrar vida.

    Luego de cerrar las cortinas, Martha fue por su cartera y los dos salieron a cenar, Kevin había hecho reservaciones en un restaurante italiano. El lugar era excelente y la cena una delicia, lo que hizo que pasaran una velada agradable. El tiempo que compartía con su madre era para él una bendición, ella tenía la particularidad de hacerle olvidar sus preocupaciones, nadie nunca lo hizo sentirse tan querido como ella.

    A la mañana siguiente los dos visitaron la tumba de su padre, tal cual se lo prometió. Si hubiera sido por Kevin, nunca hubiese vuelto al cementerio, para él George había muerto el mismo día que en que abandonó la casa de ellos, pero Martha se merecía aquel sacrificio.

    En el viaje de regreso su madre permaneció en silencio la mayor parte del tiempo, sumida en sus pensamientos. Su matrimonio no fue perfecto, en muchas ocasiones hubo nubarrones que empañaron su felicidad, pero a pesar del mal carácter de su esposo, siempre lo había querido y perderlo había sido un golpe muy duro.

    —Muchas gracias hijo por acompañarme, sé cuánto te cuesta hacerlo —le dijo, rompiendo el silencio.

    Ella había sido testigo de las injusticias cometidas por George hacia su hijo, también sabia lo importante que hubiera sido para Kevin ganarse el afecto y la confianza de su padre, pero todo esfuerzo había sido inútil.

    —No digas eso Mamá, sabes que lo hago con gusto —le respondió él con una sonrisa, sin apartar sus ojos de la ruta.

    —Desearía que las cosas hubiesen sido distintas entre ustedes dos —continuó diciendo ella.

    —Ya no pienses más en eso, las cosas se dieron así y debes aceptarlo, de nada sirve seguir torturándonos, lo importante es que estamos juntos, lo demás pertenece al pasado —le dijo su hijo, a pesar de saber que sería imposible olvidar.

    El resto de los días que Kevin pasó en San José, se dedicó a su madre, la llevó al cine, compartieron largas caminatas y por las noches conversaban hasta muy tarde, sentados en la galería que daba al jardín.

    La visita había llegado a su fin y Martha sintió pena al verlo marchar. Él también sentía tristeza de dejarla sola una vez más, pero ya había empezado a extrañar la intimidad de su departamento, además necesitaba seguir investigando el problema de las fotos, estaba ansioso por recibir alguna novedad de su amigo, ya habían pasado varios días y no había tenido noticias de él.

    En el viaje de vuelta fue pensando como haría para averiguar quién era el encargado de difamarlo, tenía algunos contactos que podrían ayudarlo con el tema, pero no deseaba involucrar a ninguna otra persona, al menos por el momento. También tenía que ver de qué manera organizaría su vida ahora que estaba desocupado. Si bien en todos esos años que trabajó para ellos tuvo la oportunidad de ahorrar lo suficiente como para vivir sin privaciones, sabía que tendría que decidir qué haría con el tiempo libre. Tal vez, podría retomar los estudios de abogacía que tuvo que abandonar por capricho de su padre.

    Cuando llegó a San Francisco era de noche, al entrar notó que la luz intermitente de su contestador le indicaba que tenía varios mensajes, que fue borrando a medida que los escuchaba. Ninguno era importante o al menos ninguno era de John.

    Habían pasado casi dos horas y ya estaba por irse a acostar, cuando sonó el teléfono. El que llamaba era justamente su amigo con algunas novedades.

    —Sí, ¿encontraste algo? —le preguntó Kevin.

    —No puedo hablar mucho porque no estoy solo, voy a mandarte un mensaje a tu teléfono con la dirección de un sitio, sigue mis instrucciones. Era evidente que algo extraño estaba sucediendo.

    —OK, gracias por todo.

    Unos minutos más tarde recibió el mensaje, al leerlo vio que se trataba de una dirección de Internet, sin perder tiempo se sentó frente a la computadora y escribió el nombre del sitio tal como John se lo había mandado,

    Fotomillons.com/joaquinquintana y esperó. Al abrirse la página principal, comenzaron aparecer fotos suyas; el sitio era en español, idioma que él dominaba casi a la perfección. Desde muy pequeño, su madre se había encargado de enseñarle ese idioma; sus padres habían vivido en varios países de habla hispana, por el trabajo de él se habían visto obligados a vivir como nómadas por varios años.

    El sitio parecía como si le perteneciera, excepto por el nombre. Hizo clic en los datos personales y comenzó a leer. Quien fuese el que estuviera detrás de todo esto, no solo sabía su fecha de nacimiento, sino también el lugar donde había nacido.

    Lo único que no coincidía, además de su nombre, era el lugar de residencia, que era Madrid, España, y su profesión era la de maestro de escuela primaria.

    Ahora comprendía la reacción de sus superiores y las razones para destituirlo de su cargo, la organización tenía ciertas reglas que sus integrantes debían respetar y no quebrantar bajo ninguna circunstancia. Por lo visto, esto no era exactamente lo que las pruebas demostraban, su existencia se había hecho pública, si bien Kevin no era quien había comenzado todo esto, para ellos él era el único responsable.

    Miró una y mil veces las fotos sin llegar a comprender o sin siquiera imaginarse quién podría estar detrás de todo esto; era evidente que alguien quería perjudicarlo y por cierto lo estaba consiguiendo.

    Kevin era una persona muy honesta, sus amigos, los cuales eran muy pocos, sentían un gran aprecio por él, ¿pero enemigos? Hasta el momento nunca creyó tenerlos, aunque ahora las apariencias demostraran lo contrario.

    Después de revisar el sitio, paso a paso en busca de alguna pista, se puso de pie y caminó a hacia el balcón. Allí, apoyado en la baranda, trató de hacer memoria, pero no había nada que lo hiciera desconfiar de nadie en particular. Todo era muy confuso, pero tenía que buscar la manera de llegar al fondo del problema, no con la intención de recuperar su trabajo, lo que tal vez en un primer momento hubiera sido la idea, sino por la intriga de saber cuál era el propósito de todo esto.

    Allí permaneció un largo rato escuchando el ruido del agua, desde su balcón alcanzaba a divisar el muelle y en este, los pescadores montando guardia con sus cañas, mientras compartían viejas anécdotas vividas.

    Cuando volvió a la computadora, ya sabía lo que haría. Su imagen ya daba vueltas en la red, donde todo el mundo tenía acceso y nada que él hiciera podría evitarlo, por lo tanto decidió jugar al gato y al ratón, con la única diferencia que esta vez Joaquín Quintana seria el ratón. Su objetivo sería conseguir toda la información posible acerca de su enemigo y ¿cómo lo haría?, ¡muy simple!, tratando de ganarse su confianza, creando un sitio personal.

    Ni bien lo terminó le mandó un mensaje a Quintana presentándose como Brian Smith y solicitándole que lo agregara a su lista de conocidos. Todos sus datos eran falsos, incluida la fotografía

    Después de mandar el mensaje, chequeó en el Internet cuantas horas de diferencia existían entre San Francisco y Madrid, obviamente esperando que Joaquín Quintana no hubiese mentido en relación a su lugar de residencia. Entre los dos países existían solamente nueve horas de diferencia y después de chequear su reloj, calculó que en España serian alrededor de las once de la mañana y con un poco de suerte tendría novedades más pronto de lo que esperaba.

    Esa noche, dejó la computadora encendida y se fue a acostar, el día parecía haber tenido mucho más de veinticuatro horas y su cuerpo y mente comenzaron a sentirlo.

    Permaneció despierto en la oscuridad de su habitación pensando y planeando paso a paso lo que haría, hasta que el sueño termino venciéndolo.

    Esa noche soñó con muchas cosas, algunas del pasado y otras recientes, todo parecía haberse moldeado hasta crear la pesadilla que se apoderó de él. No faltó ningún detalle, incluso su padre estuvo en ella, torturándolo como era su costumbre.

    A la mañana siguiente se despertó agitado, con el cuerpo empapado en sudor y más cansado que la noche anterior. Tuvo que hacer un esfuerzo para poder sentarse en la cama y tratar de despabilarse. Cuando recordó el mensaje que había enviado la noche anterior, sin perder tiempo saltó de la cama y caminó rápidamente hasta donde se encontraba la computadora para chequear su correo electrónico y descubrió que el famoso Joaquín lo había integrado a su grupo de amigos y por si esto fuera poco, se encontraba en línea. Primero analizó por un momento lo que haría y decidió entablar conversación con él.

    —Hola Joaquín, gracias por agregarme a tu lista —le dijo.

    —Hola, es un placer haberlo hecho —le respondió el impostor muy amablemente.

    —¿Cuánto hace que vives en Madrid? —le preguntó Kevin.

    —Prácticamente desde que nací —contestó Joaquín y fue su turno de preguntar.

    —¿Y tú de dónde eres?

    —¡Soy de San Francisco! Leí en tus datos personales que eres profesor —volvió a preguntar Kevin, tratando de no demostrar mucho interés.

    —¡Sí!, enseño segundo grado en una escuela privada.... Y tú, ¿eres norteamericano?, ¿a qué te dedicas?

    —Sí, nací en California y soy vendedor.... ¿Eres casado, con hijos? —Kevin trataba de sonsacarle alguna información.

    —¡No, no!, ni una cosa ni la otra, y ¿tú? —le preguntó Joaquín, sin siquiera sospechar las intenciones del otro.

    —Tampoco.

    —¿Cómo es que dominas tan bien el idioma español? —preguntó asombrado.

    —Mis padres vivieron algunos años en Puerto Rico y ahí aprendí el idioma —mintió Kevin.

    —Qué bueno, mis padres eran argentinos —le comentó Joaquín.

    —¿Eran?

    —Sí, murieron en un accidente automovilístico hace varios años.

    —Lo siento mucho... ¿Hermanos? —la interrogación seguía.

    —No, ¿y tú?

    —Tampoco.

    —¿Vives con tus padres? —le preguntó Quintana.

    —No, vivo solo, mi padre murió hace unos años y mi madre vive lo suficientemente cerca como para seguir controlando a su niño, típico de una madre, ¿tú sabes? Eso era lo único verdadero que había dicho hasta el momento.

    —Sí, me imagino, mi madre era igual.

    Por momentos, le parecía como si estuviese diciendo la verdad, Kevin no podía creer como un ser humano podía mentir con tanta naturalidad.

    —¿En qué parte de Madrid estas? —le preguntó Kevin.

    —En el centro, mi departamento está ubicado en la calle Paseo de las Delicias —le contestó el otro hombre sin ningún empacho, como si no estuviera escondiendo nada.

    —Aparte de enseñar, ¿te dedicas a algo más? —siguió hurgando Kevin.

    —¡No!, como te imaginarás después de compartir mi día con veinticinco niños, no me quedan

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