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Windy
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Libro electrónico248 páginas4 horas

Windy

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Windy, es una dramática y conmovedora historia que indaga el maltrato de menores, el lado oscuro a la que fue sometida en su juventud la autora, el poder del perdón y el espíritu inquebrantable de una mujer que con apenas cinco años es cuando inicia el desarrollo de esta gran historia. Celeste sabe que fue causante de algo, porque así se lo han dicho, por eso su irascible madre la somete a terribles castigos y malos tratos. Luego la desampara dejándola a la suerte de sus dos hermanastras. Ella sabe que su padre es incapaz de protegerla. Su mundo, una confusa mezcla de miedo, soledad y dolor da un repentino vuelco cuando ella decide viajar a los Estados Unidos, un amigo le da el dinero para el boleto de ida. Boleto que con tanta ilusión ella tomó, buscando una mejor vida sin saber que ese boleto era de ida a su des fortuna; allí se cautiva de un joven inmigrante provocando otro dramático cambio en su vida que la empujó a salir al mundo real. Para enfrentarse a sus duros retos.

Con profunda penetración psicológica, la autora retrata la odisea de una niña maltratada que, al convertirse en mujer con la ilusión de toda mujer enamorada, entrega toda su alma, corazón y vida al enemigo sin saberlo; luego una vez convertida en madre, tiene el valor para liberarse del pasado, el fantasma de los años, una pesadilla tan real y toma las riendas de su propio destino. Toda una lección de entereza, esperanza y amor.

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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 may 2021
ISBN9781098081881
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    Windy - Virgen Milagros

    Caguas, Puerto Rico, 1968

    El reloj del cuarto de Celeste tintineaba insistentemente mientras se ocultaba en la obscuridad del armario de su cuarto con la puerta casi abierta; era un buen escondite. Allí nunca a sus padres se les ocurría mirar, menos en pleno verano. El calor en el abarrotado armario era sofocante. Con la mirada perpleja, Celeste oyó acercarse pasos y contuvo la respiración. El martilleo de los tacones de su madre pasó por el armario como un rayo y Celeste notó la ráfaga de aire en la cara. Aliviada, se permitió respirar una vez y volvió a contener el aliento, como si algún ruido o leve sonido pudiera atraer la atención de su madre. Con apenas 5 años ella tenía claro que su madre tenía poderes sobrenaturales o algo diferente a las demás mamás. Siempre estaba colocando velas, vasos de agua clara, se encerraba a leer unos libros con imágenes de Santos como La Santa Marta dominadora, La Santa Camisa , en fin, nada parecido a lo visto en la Iglesia católica, ni sobre lo que leían de la sagrada Biblia, le resultaba escalofriante.

    Dondequiera que se escondiera siempre acababa encontrándola, como si pudiera detectar su olor. Era la inevitable atracción de una madre a su hija, de esos ojos marrones y profundos que todo lo veían y sabían. Celeste sabía que por mucho que se escondiera su madre siempre acababa encontrándola, más tenía que intentarlo.

    Celeste era una niña que para su edad lucía mayor de la cuenta; pues era alta, escribía, leía correctamente; de pensamientos fugitivos, su mente siempre viajando por el mundo; en su cabeza ella trabajaba con los planos de otro mundo, otra casa, otras gentes, y otras cosas. Celeste siempre soñadora, eso era lo único genuino, sus sueños. Por eso siempre sufría desvelándose, le costaba dormir tranquila desde siempre. Una niña muy brillante, para su corta edad. Con unos profundos ojos marrones y largas pestañas. Una cabellera lacia larga, negra como el ébano; era un encanto de niña, piel oliva. La gente que la conocía decía que era una muñeca. Celeste solo soñaba siempre con ser la princesa en la torre capturada por un príncipe que la sacara de las garras del dragón su madre, no paraba de pensar en ello; su fe siempre ahí, a veces como un grano de mostaza, siempre guardaba esperanzas de un príncipe encantador que vendría a salvarla y llevarla a su casa.

    Celeste todo el tiempo decía: Yo no soy de aquí soy de otro mundo. Ese pensamiento hacía que las gentes notaran que siempre estaba retraída, lejos de la verdad. Es que Celeste creó su propio mundo donde solo ella podía entrar. Lucía como un querubín recién caído al lugar donde estaba, ignorando totalmente todo lo que le esperaba. Nada de lo que había vivido durante esos primeros cinco años de vida se parecía a lo que le hubieran podido prometer en el cielo. Ni con lo que ella leía en sus cuentos y leyendas.

    Los tacones de su madre pasaron de nuevo frente al armario, esta vez el martilleo fue más fuerte y Celeste comprendió que la búsqueda se había intensificado. A estas alturas el armario de su cuarto estaría patas arriba, así como el de las herramientas del cuarto detrás de la cocina. Vivían en el área norte de la ciudad jardín de Puerto Rico, una isla en el Caribe. Casi siempre llegaba a visitarlas ya tarde en la noche un primo de la madre de Celeste y siempre con olor a alcohol, borracho, con la casualidad que siempre que se aparecía nunca estaba su padre y sus hermanas siempre dormidas o en sus cuartos, no fallaba que su madre llamara a Celeste... Que fastidio, se decía Celeste, pero debía obedecer; su madre la miraba muy seria y le decía: Celeste anda y saluda al primo David que vino, y le echaba los brazos a Celeste la sentaba en su falda y Celeste odiaba que la besaran con ese olor tan espantoso, ella sentía que su primo sudaba y se movía mientras ella estaba sentada en su falda, Celeste no entendía nada, miraba a su madre con ojos de súplica, lamentablemente a Celeste una y otra vez no le quedaba otra que obedecer. Su madre cambiaba el rostro como que con ella no era la cosa. Celeste notaba que siempre que ese tal primo visitaba la casa era de noche y traía víveres del mercado, nunca fallaba. Así fue como Celeste fue identificando quiénes eran los leones que como fantasmas en la noche le robaban su paz.

    Por eso nada como vivir en sus libros, su ambiente el cual fue creado por ella; hasta una amiga imaginaria formuló y fue mejor; así se la pasaba mejor. Su madre le gustaban las flores de diversas clases de colores, ya fueran silvestres como las de mayor cuidado, las rosas o las gardenias, era el atractivo de la casa; las flores. Las plantas medicinales jugaban un gran papel, ya que su madre siempre conseguía una planta para remediar cualquier queja o dolencia. A veces para largar humo y vapor por toda la casa con olor horrible, su madre decía que era para limpiar la casa, los teses que preparaba con Poleo eran los de olor más fuerte. Parecía orín de gato.

    Muchas veces Celeste la miraba sin ser vista o simplemente se hacía la distraída y su madre escribía en papel de bolsa marrón nombres, hasta de su hermana mayor y los envolvía con papel de aluminio o papel de plomo, así le llamaba y lo colocaba en el congelador; Celeste escuchaba que eso era para que se tranquilizara el espíritu de su hermana. A veces colocaba el papel debajo de la imagen de Santa Marta, a Celeste no se le pasaba un detalle; no entendía nada, pues nada de estas cosas escuchó en la Iglesia Católica a la que su madre la llevaba. Solo que Celeste sospechaba que su madre no era como las demás.

    Ciertamente tenían un jardín pequeño en la casa; gozaban de un amplio patio donde Celeste podía jugar y correr a sus anchas. Su madre, ante todo; odiaba el desorden, el ruido, la suciedad, las mentiras; los perros tal vez pasaban con suerte, no le gustaba estar en medio de la gente por lo que Celeste iba armando su mundo perfecto irreal, en su cabeza; todo lo que a ella le gustaba sin sacar la verdad de sus padres. Su madre no le gustaba estar con nadie... Celeste acostumbrada a pedir la bendición y a darle un beso, cosa de que la besaran y abrazaran; a la madre de Celeste no le gustaba; en sí no le gustaba el contacto con la gente. Celeste tenía motivos para sospechar que más que cualquier otra cosa, odiaba a los niños. Era extremadamente estricta. Los niños son muy inquietos. Jeringan, decía su madre, Hacen ruido y desorden. Se pasaba el día indicándole a Celeste que no se ensuciara y Celeste le respondía que para qué entonces le había puesto ese vestido; si sabía que se iba a ensuciar, Celeste como niña al fin algo derramaba o se manchaba y siempre le decía a su madre que lo sentía, que la disculpara, que trataría de ser más cuidadosa la próxima vez.

    Tantas reglas para una niña de cinco años, Celeste se preguntaba si de grande todo ese esquema de vida cambiaría, solía salir con su madre como un lazarillo para recordarle el camino a la casa y a todos los lugares que su madre precisaba ir en sus diligencias diarias.

    La madre de Celeste era muy poquita en direcciones y diligencias; no le gustaba hacer ninguna, prefería que todo se lo llevasen a la casa sin ella hacer nada. Celeste no tenía libertad de usar lápices de colores o témpera, porque manchaba, al igual que escuchar la radio, para ser una niña, le encantaba la música; todo era estrictamente al ritmo de su madre. Una vez se le derramó pintura de colorear en su vestido favorito de unos bolsillos muy curiosos de manzanitas que su padre le había regalado, sus hermanas tenían uno muy parecido; solo que para Celeste el de ella era espectacular, su madre le dijo que destrozó su mejor vestido. Celeste se dijo que no fue para tanto, que mejor era cambiarlo y dejarlo en agua con blanqueador para eliminar la mancha. Celeste contaba con solo una muñeca a la que puso por nombre Periquita, año tras año le pedía a los Tres Reyes Magos o a Santa Claus que le trajesen una muñeca que hablara y un cochecito para pasearla, solo que siempre cada mañana de día de Reyes; se encontraba con solo una bota de dulces colgada en los barrotes de su cama. El corazón de Celeste se llenaba de tristeza; no solo porque no le traían lo que deseaba, sino que su madre lloraba y era entonces únicamente cuando la veía llorar, Celeste pensaba que su madre en el fondo intentaba complacerla; solo que no había dinero para ello, solo había para unos retazos de telas y los usaba en la ropita de su muñeca Periquita.

    Vivía Celeste con sus dos hermanas de 8 a diez años de diferencia, las cuales nunca se inmutaban por lo que les traían los Reyes Magos. Al parecer la única que vivía todo un dilema era ella. Escuchaba que a la vecinita su madre le decía tienes que sacar buenas notas y portarte bien para que los Reyes Magos te traigan regalos. Si no te portas bien no van a venir, entonces se preguntaba en qué falló, qué hizo mal; si tenía buenas notas obedecía a su madre en todo, terminaba todos los deberes. Celeste estaba clara que de no hacerlo así, su madre le podía dar una tremenda paliza, así que se mantenía muy juiciosa.

    Luego comenzó a anotar en una libreta del semestre escolar anterior en la cual había usado solo hasta la mitad; todo lo que le diera pistas para entender lo que no le cuadraba con los Reyes Magos; pues en su cabeza eso de tener que ponerle yerba y agua al pie de su cama a los camellos, le resultaba solo cosa de no perder la costumbre. No hay otra, se decía. Celeste le perdió la ilusión a soñar con esa muñeca. La muñeca ya era cosa del pasado. Para qué, se decía; si por más que intentara el resultado sería el mismo. Su madre le confeccionaba un vestido nuevo a Periquita cada año, le lavaba el cabello y le hacía bucles, de esa forma Periquita lucía como nueva cada año. Listo, decía su madre, y que no se entusiasmara con más; ni así bajara un hada de sus cuentos. Comenzó desde ese entonces a gravitar en su mente que cuando fuera grande iba a trabajar en un banco y aprendería otros idiomas, para así poder ganar mucho dinero y poder comprarse todo cuanto le apeteciera. Celeste disfrutaba mucho de la lectura, el colorear, darle colores de fantasía a sus dibujos, sus libros eran su mundo. Su madre la había matriculado en primer grado de escuela elemental saltando la jardinera; como Celeste era muy vivaracha, de modo que se conocía muy bien la materia de un primer grado sin siquiera haberlo cursado. Su madre nunca llevó su partida de nacimiento; para así poder adelantarla de grado. Justo Celeste se dio con una maestra de inglés que no era nada amable con ella, siempre estaba amargada con un carácter fatal. Celeste se decía a sí misma; pero que es que vivía en su casa cuidándose de ver la cara de su madre mucho, porque de nada se llevaba un rezongo y ahora esa maestra era igual; Celeste estaba cuadrada en su pensamiento, más bien algo frustrada, no entendía por qué razón esa maestra era tan seria con ella.

    Llegó el día de la graduación de primer grado y a Celeste la eligen para proclamar una poesía la cual se aprendió al dedillo; poesía que hasta el sol de hoy no olvida. Los fines de semana su padre llevaba a toda la familia de paseo al parque Luis Muñoz Rivera en el viejo San Juan, ciudad capital de Puerto Rico, o a visitar la familia por parte de su madre, unos fines de semana iban al campo montaña arriba a Guamaní, a casa de una de las hermanas de su madre que quedaba en un campo de el pueblito de Guayama, en el sur de la isla era un campo que de verdad para estar en pleno siglo XX el adelanto aún no había llegado hasta allí, el escenario era como el de octubre 29, 1929, hasta antes de nacer su madre, como del tiempo de la Gran Depresión.

    En otros momentos visitaban el pueblo de donde eran sus padrinos. Celeste disfrutaba mucho cuando iba al campo, en la casa de su tía Andrea, así se llamaba, Andrea; era una de las cuatro hermanas que su madre tenía, de ojos grandes marrones expresivos piel chocolate y figura esbelta, una mulata hermosa; bien campesino su modo de hablar; le resultaba peculiar, el esposo de su tía Andrea era un hombre esbelto de cabellera lacia abundante negra, y unos profundos ojos azules, parecía un español, solo que al hablar denotaba su humilde origen de campo. La tía preparaba el café de grano, lo molía en un enorme pilón, todos los alimentos eran de su propio cultivo; las hortalizas, el pollo, los huevos, la leche de cabra y hasta el cerdo; todo era de su finca, no tenían que ir afuera a comprar alimentos; pues los producían en su propia tierra. La comida que se preparaba en el campo era de un sabor totalmente diferente, muy sabroso comparado con la comida de su casa o la casa de otros familiares que solían visitar. Se daba cuenta de la gran diferencia que había entre la vida de su tía Andrea en el campo y la vida de su madre en la ciudad. Para llegar de la carretera a la casa de la tía Andrea había que subir bastante montaña arriba, fácil dos a tres millas de camino. El sol estaba siempre candente acompañado de un cielo azul maravilloso con unas enormes nubes blancas. Un paisaje realmente majestuoso sin dejar de mencionar la armonía relajante, resultado de las aves del campo con su lindo trinar. Sonaban como cientos de pequeños cascabeles mostrando su libertad. De camino a su casa había un riachuelo donde Celeste tomaba unas hojas enormes y con ellas es que tomaba del agua que bajaba del riachuelo, con las hojas hacía un tipo de cono para tomar agua fresca y sacarse un poco la fatiga de la caminata.

    Al llegar a la casa de la tía Andrea se desataba un ambiente que era toda una fiesta para Celeste, el poder jugar con todos sus primos, justo había una de las primas, la más chica de uno a dos años menor que ella de nombre Socorrito, era con quien más jugaba. Socorrito era una niña blanquita de cabello rizado, unos enormes ojos negros, con tal gracia al mover sus pestañas que parecían abanicos. Celeste notaba la gran diferencia de las visitas a casa de sus padrinos del pueblo en Guayama, donde lo que se sentía en el ambiente era una entrada y salida de gente continuamente que para qué contar; nunca podía calcular quién era quién, de tantos primos que eran, fácilmente contaba diez de todas las edades que jamás se quedaban quietos para que ella así pudiese saber los que aún vivían ahí o los que se encontraban estudiando en la universidad fuera, o simplemente que estaban de visita como ella. Su padrino era uno de los hermanos mayores de su madre, de nombre Ramón. Su madre le quería mucho, decía que tanto él como su esposa era la parte de su familia con la cual ella simpatizaba más. Ciertamente eran en total una cantidad de diez primos de todas las edades y había dos que eran mellizos de la edad de Celeste, con los cuales solía jugar mayormente, la niña era de nombre Ani, la familia decía que tenía un gran parecido a Celeste, parecía su hermana gemela, en cambio el niño era de abundante cabello rubio, ojazos verdes, que en nada se parecía a Ani siendo ellos mellizos.

    Ani siempre sacaba sus muñecas de cartón y vestiditos de papel para jugar con Celeste, esto le resultaba muy divertido; eso de cambiarle los vestidos a las muñecas y hacer que iban de fiestas, le gustaba combinar sus ropas. Un día su madre le comenta que iban a estar visitando todos los fines de semana a su abuela Ramona a la que nunca iban a visitar. Le contó que se encontraba delicada de salud, que ella quería atenderla y para ello su padre iba a construir una casa al lado de la de su abuela. La noticia no le agradó a Celeste en lo absoluto, pues le gustaba su escuela y la casa en que vivían. Comenzaron semana tras semana los viajes a Guayama a la casa de su abuela en el Barrio Corazón de ese pueblo. La mayor parte del tiempo se la pasaba junto a su padre mirando cada detalle de su trabajo de carpintero, construyendo él mismo la casa donde se irían a vivir. No le gustaba la idea de mudarse, solo que comenzó a entusiasmarse porque miraba que su padre estaba siempre tan feliz y sonriente que parecía no darle la menor importancia en buscar alguien que le ayudase con todo ese trabajo. Miraba cómo levantaba esas tablas gruesas, pesados moldes de madera y las puertas que instalaba, su padre era un hombre vigoroso, nunca lo escuchó quejarse por nada. Así que terminó ayudándole con sus herramientas. Cada vez que la llamaba: Celeste alcánzame el nivel, por ejemplo, Celeste corría a alcanzárselo con alegría, le enseñaba para qué se usaba cada herramienta que le pedía y finalmente en vez de irse a jugar por los alrededores de la casa de la abuela, Celeste se mantenía cerca de su padre para ayudarle.

    Ya se notaba rápidamente que la casa estaba tomando personalidad, la construyó linda y acogedora. Celeste en todo ese tiempo que pasaron en el proyecto de la casa nueva, se preguntaba, de qué estará enferma su abuela si la veía caminar arriba y abajo para alimentar sus aves de corral, siempre cocinaba ella, le gustaba la cocina, siete días sin fallar; ella preparaba todo para todos, pues ahora eran la familia de Celeste, su abuela y el esposo. Pero como niña al fin no se le escapaba nada, pero daba el beneficio de la duda a la versión de su madre.

    Caguas, 1969

    Llegó el día de la mudanza, su padre tenía un camión bastante grande en el cual pudo acomodar todo lo que tenían en la casa, vio cómo su padre se echó en su espalda una nevera (heladera), los colchones, las mesas, en fin, todo lo hizo solo. Ya que a su casa jamás iba nadie a visitarles, nunca vio que su padre tuviese amistades. En un abrir y cerrar de ojos ya estaban instalados en la casa de madera que hizo su padre. Pudo al fin ver al esposo de su abuela Ramona, don Lucio, así le llamaban, nunca lo había visto en las veces que estuvo de visita. Don Lucio parecía que era mudo, no decía palabra alguna y siempre caminaba a pie, no tenía transporte alguno, usaba unas botas negras como las que usan los agricultores y un gran sombrero de paja para el sol. Su abuela Ramona era de estatura baja, delgada, cabellera lacia llena de canas y de ojos verdes. Ojos ya cansados pues su mirada era tenue. Que podía Celeste decir de ella que vivía cuidando un montón de gatos, gallinas y pollitos que tenía por el patio, y en las tardes acostumbraba a sentarse en la sala a mecerse en un sillón de madera a mascar tabaco, que asco, se decía Celeste, que mucho le gustaba el tabaco a la abuela de Celeste eso era un asco para Celeste.

    Al estar las casas una tan cerca de la otra, parecía una continuidad a la casa de su abuela, Celeste se decía: Ahora somos más, pero eso era como la nada pues nadie se inmutaba, era un ambiente tan frío, no escuchaba buenos días o buenas tardes, cómo te fue hoy, como en sus libros, no comían juntos en la mesa sino que la comida la preparaba su abuela en una cocina a la que llamaban fogón, era a leña y tenía que mencionar que nunca antes comió una comida tan sabrosa como la de su abuela. Celeste le preguntaba sobre las verduras, que de dónde las sacaba y por qué tenían mejor sabor que las que llegó a comer en otros lados si el nombre era el mismo, aunque ciertamente el color de la batata era amarillo pollito, se decía que al ser cultivada en esa región tenían un sabor diferente a la cultivada en el norte. Cada miembro de la casa se servía tan pronto estaba la comida y mientras hubiera se servían como les provocara. Nunca su familia tuvo la costumbre de comer juntos en la mesa. De dar gracias a Dios por el alimento que tenían de frente. Su madre siempre se servía y comía parada, decía que no le gustaba sentarse. Usaba un vaso para tomar agua, el que guardaba en la puerta de la heladera, decía que nadie podía tomar en su vaso porque se podían contagiar de las enfermedades que ella tenía o pasar gérmenes. Celeste veía a su madre sana, pensaba que tales enfermedades solo las llevaba en su cabeza. La realidad que para todo hacía un melodrama. Siempre veía a su madre dormir sola en su cama que por cierto era bien grande, un día Celeste le dice a su madre que la dejase dormir un rato a su lado. Cosa que le responde que a ella no le gustaba dormir con nadie, que no le gusta que la toquen mucho, menos que la abracen. Celeste quedó triste de una pieza, sin poder decir nada adicional, ya que por más que intentara en su familia todos eran callados, fríos, una manga de amargados. Celeste nunca pudo lograr ver en qué momentos su padre se marchaba de la casa en la

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