Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Fuerzas Violentas
Fuerzas Violentas
Fuerzas Violentas
Libro electrónico143 páginas1 hora

Fuerzas Violentas

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Es la historia de una familia a través de varias generaciones.

Un matrimonio con un hijo adolescente que se deshace. El padre, Roque, se va con otra mujer de nombre Rita. El hijo, Fernando, va en busca de su padre. Al hacerlo conoce a Eliana, la hermana de la amante de su progenitor. Tienen relaciones, de la que nace un hijo. La mujer lo lleva con el padre, pero éste le da a entender que no quiere que se quede con él. La madre de Fernando, Clelia, espera a su hijo. Al no llegar, ella se va a casa de su hermana. En el trayecto conoce a un hombre, Federico, casándose con él y con el cual tiene una hija, Amanda.

Fernando conoce a una chica, Melisa. Luego de varios años de noviazgo, se casan. Tienen un hijo, Octavio.

Octavio viaja en un velero con su esposa, Carla, quién está embaraza. Naufragan, siendo rescatados por un crucero, donde conocen a Clelia. Y donde nace Gustavo, hijo de Octavio y Carla.

Roque tiene una hija con Rita, Marina, la que se convierte en amante de Enrique, socio de Fernando, con el cual tiene una concesionaria de automóviles.

Marina deja a Enrique y se quita la vida, internándose en el mar.

La mujer de Enrique, sabiendo de la infidelidad de su marido, se viste como prostituta y actúa como tal, yéndose con un hombre que conoce en la calle. Luego regresa a su casa y le arroja el dinero ganado, a su marido.

Se suceden varias generaciones por parte de Clelia y de Roque. Se producen muertes y nacimientos.

Amanda tiene una hija: Constanza, a la que su padre, Gonzalo, le construye una máquina de hacer muñecos. Y en una casa de techo transparente, también construida por Gonzalo, se hallan todos los que integran la gran familia. Dicha máquina, al ponérsele una foto o dibujo, produce un muñeco bastante fidedigno al original. Marina y Constanza se conocen y la primera introduce en su máquina, una foto de Enrique, entregándole a Marina, el muñeco correspondiente.

Constanza es acusada del homicidio de un hombre que había sido su novio, en su adolescencia. Es defendida por Gustavo, prestigioso abogado, nieto de Fernando.

Constanza es juzgada y declarada inocente.

Constanza viaja en un crucero, en donde ve a Marina, con quién habla.

Se van produciendo los encuentros de todos integrantes de la familia. De manera casual, podría decirse.

Hay una constante en la novela, señalada metafóricamente. Los sucesos relevantes y negativos, que les ocurren a los personajes, son como naufragios y así se describen.

Finalmente, todos (muertos y vivos), se reúnen en una isla donde han construido un poblado, concluyendo de esa manera la novela.

IdiomaEspañol
EditorialEmooby
Fecha de lanzamiento28 jun 2011
ISBN9789897140600
Fuerzas Violentas
Autor

Erasmo Sondereguer

Soy Erasmo Pedro Sondereguer.Nací en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, el 29 de octubre de 1939.Actualmente vivo en México, siendo mi esposa es mexicana.Comencé a escribir a los doce años, alentado por mi padre, que también era escritor.Publiqué un poemario en 1970: Canto y Realidad. Y una novela: Regresa para Regresar, en 1994.Por Internet, en revistas: Letralia, El Túnel, Ariatna, Otro Cielo, Cronopio, SinFin y otras. En el diario Buenos Aires, Corazón porteño. En todos, poemas y cuentos. Y una novela: Expiación, en la editorial elaleph.A principios de 1980, realicé en Buenos Aires, una exposición colectiva de poemas ilustrados.En México, publique en los periódicos, La Opinión, el Sudcaliforniano, y en la revista Análisis.

Relacionado con Fuerzas Violentas

Libros electrónicos relacionados

Artes escénicas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Fuerzas Violentas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Fuerzas Violentas - Erasmo Sondereguer

    I

    Naufragaron. Desde el bote ven hundirse al velero.

    Clelia tiene setenta años. Está en cubierta mirando el mar. Presintiendo presencias, gira su cabeza. Ve a una joven con un niño en brazos. Junto a ella, el esposo de la joven.

    —¡Qué hermoso bebé! —exclama, Clelia, acercándose—. ¿Cuál es su nombre?

    —Gustavo —le contestan.

    —Escuché su historia. ¡Qué sorprendente! ¡Tantos días en el mar! ¿¡Y sobre el bote tuvieron a esta preciosa criatura!?

    —No —sonríe, el padre—. Nos rescataron antes. Nació en el barco.

    —¡Ah! ¡Gracias a Dios! —exclama con alivio, la mujer y continúa—. Mi nombre es Clelia. Decidí viajar. Mi marido murió hace algunos años. Tengo una hija casada. Y entonces me decidí...

    Su impulso de hablar es incontenible. Carla y Octavio, dándose cuenta de la necesidad de expresarse de la anciana, le indican unas reposeras. Cómodamente sentados, el matrimonio escucha a la señora. Esta sostiene al pequeño, quién parece observarla. El sol ilumina el rostro de la mujer. Pese a los años, la juventud está en ella, en el silencio de la bondad de un tiempo. Y es una joven de veinticuatro años, con su bebé en brazos; cerca de la baranda, de espaldas al mar. Se da vuelta y enfrenta al océano.

    —Ahora ya no podés abandonarme. ¡Sos tan pequeño! ¡Y me necesitás!

    Clelia, con la criatura en brazos, observa a Carla y a Octavio, quienes juegan al tenis. Cuando finalizan, le dice al bebé:

    —Vamos, encanto. Tus padres te esperan.

    Lo acuesta en la cuna que está en el camarote. Se mira al espejo, hay ternura y tranquilidad en su rostro.

    —¡Gracias por cuidar a este sinvergüenza! —le agradece, Carla, sonriendo.

    —¡Es divino! —pronuncia la anciana, retrotrayéndose.

    Clelia, sintiendo confianza ante esos jóvenes, les habla. Cuenta parte de su historia.

    Octavio se da cuenta, al oírla, quién es esa mujer. Disimula su asombro. Por el momento decide no manifestar su conocimiento sobre ella.

    —El día que cumplí veinticuatro años, nació Fernando, mi hijo. Mi esposo era comerciante, ganaba muy bien. Durante más de doce años, nuestro matrimonio fue excelente. Pero algo comenzó a suceder que yo ignoraba. Lo supe al término del día, en que fuimos a festejar en la casa de mi suegra, los cumpleaños de Fernando y el mío. Mi hijo cumplía catorce y yo treinta y ocho.

    Volvimos de la reunión. Estábamos en nuestro dormitorio. Roque me dijo, mirándome, y con una voz extremadamente suave y nerviosa:

    —Me voy. Te dejo.

    Era el fin de dieciséis años de matrimonio. Yo sólo lo miraba. No sabía qué decirle".

    Él, ante mi silencio, continuó:

    —Conocí a una mujer...

    Se detuvo, observándome, como esperando de mí una reacción. Al no haberla, prosiguió:

    —Me voy con ella.

    Sonreí levemente, siguiendo en mi mudez. Gritaba por dentro: ¡De tu hijo no te importa nada! Como si leyera en mi expresión, que yo tal vez, involuntariamente revelaba, asintió:

    —Hablaré con Fernando. Le explicaré. ¡Adiós, Clelia!

    Se fue. Le faltó decirme: ¡Feliz cumpleaños! Abrí la boca para exteriorizar mi rabia, mi desamparo, mi odio, pero... no pude decir nada. Me fui al baño, y vestida, me puse bajo la ducha. El agua fría me hizo erizar, sentí escalofríos. Finalmente me calmé.

    —Hemos sido abandonados —le dije a mi hijo.

    —Papá volverá por mí. Me lo prometió —exclamó, Fernando.

    —¡No debiste creerle! —le grité.

    Me miró. En él había rabia. Salió corriendo.

    Al otro día encontré una nota: Buscaré a mi padre. Solamente esas cuatro palabras. Fui a la policía.

    Se detiene, mirando a sus interlocutores. Nota el interés que tienen en su relato. Continúa con cierta lentitud.

    —Han transcurrido treinta y dos años. Mi hijo tiene cuarenta y seis. ¡Capaz que ya tengo nietos!

    Gustavo despierta, comenzando a llorar.

    —Tiene hambre —dice Clelia, con una sonrisa.

    Carla lo alza. El pequeño se prende al pezón de su madre.

    Clelia sonríe. Son las once de la noche. Por el ojo de buey observa el cielo. El mar está manso. Siente la bondad y la quietud de un tiempo, que ahora vuelve a ser presente. Fernando se alimenta, prendido al pezón de su madre. El naufragio de Clelia ha ocurrido hace mucho. Ahora, ella está retornando a un espacio, un tiempo, un silencio, habiendo un canto infinito que enriquece. Lo ve y lo oye decir:

    —He vuelto. Te pido perdón, mamá.

    Amanecer. El sol expande su intensidad, desparramándola sobre el océano. Una maravillosa rutina. En realidad: una creación constante.

    Clelia abraza a su hijo.

    —Debés descansar, mi pequeño. Tu viaje ha sido largo.

    —Sí, mamá. Mi viaje ha sido largo —expresa, Fernando.

    Ambos comienzan a caminar juntos. Al llegar al muelle, bajan hasta el bote y lo abordan. El muchacho empieza a remar. Lo hace por más de una hora. Las olas se elevan y hacen descender la embarcación, aunque sin motivos para alarmarse. De pronto ven a una persona en el agua, nadando hacia ellos.

    —¡Es papá! —grita, Fernando.

    Lo ayudan a subir al bote.

    Está oscureciendo. Los tres, abrazados, se quedan dormidos. El bote prosigue a la deriva. El mar y el horizonte, resplandecen. Van hacia alguna parte... o tal vez... a ninguna.

    Al despertar, Clelia está sola. Su marido y su hijo no se encuentran. El bote sigue a la deriva. Por el ojo de buey entra luz. Clelia se levanta. Piensa que Gustavo la espera y ansía verlo.

    De pronto, el bote, con sus tres tripulantes, se hunde.

    Clelia recorre parte del barco. Mira a los demás, que pasean y se divierten. Hermoso bullicio. Tiene treinta y ocho años y contempla su presente. Se halla como aguardando pero sin saber. Mira la cama que compartiera con su marido. De inmediato, va a la habitación de su hijo. Observa todo lo que hay: objetos, ausencias, presencias... ¿Debe recomenzar? ¿Debe buscarlos? Decide.

    Contempla en el espejo cada detalle de su persona. Se satisface con lo visto.

    Su hijo no vendrá. Hace un llamado telefónico y toma un tren. El trayecto es largo. Su hermana la espera.

    Observa el paisaje: quietud del campo, monótona y apacible. Las penas son de nosotros/ las vaquitas son ajenas. Sonríe, cantando en voz baja, mirando al ganado en la distancia. Está triste, pero no se arrepiente de haberse ido. Se convence de que Fernando está con su padre. Y es mejor así.

    Va a almorzar al comedor del tren. Mientras come, se da cuenta que alguien la observa. Es un hombre de unos cincuenta años. Bien parecido, elegante. Clelia, trata de no prestarle atención. El hombre persevera con su mirada y su silencio, y se atreve a sonreírle. Ella intenta relajarse, exhibiendo, casi a su pesar, un esbozo de sonrisa. Entonces, lo ve de reojo levantarse, yendo despacio a su encuentro.

    Clelia le permite, ante una amable solicitud, sentarse a su mesa. Él le agradece.

    —Estoy divorciado. Tengo una hija casada, que vive en México. Por el momento, estoy solo...

    Se detiene. Mira a Clelia, como justificándose.

    —No piense —sonríe— que trato de que me compadezca. Solamente describo mi situación. No crea que yo busco…

    Clelia se echa a reír.

    —No se preocupe —le dice al hombre.

    Toman café y quedan conversando.

    —Vamos a la misma ciudad. Yo voy por negocios.

    —Yo, a ver a mi hermana. Creo que necesito su amparo —sonríe, la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1