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El poeta De Cuén
El poeta De Cuén
El poeta De Cuén
Libro electrónico107 páginas1 hora

El poeta De Cuén

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Geraldo De Cuén ha dedicado su vida a crear poesía y beber vino. Su felicidad es escribir para otros, a veces por dinero, a veces simplemente para leerles a los parroquianos que dan vida a su cantina favorita.
¡Qué viva el poeta De Cuén!, es la ovación con la que son agradecidas día tras día sus creaciones.
Su desapego a lo material es tan grande como su bonhomía, su comprensión de la naturaleza humana no tiene par y sus convicciones resisten cualquier prueba.
Enamorado de las mujeres y siempre atento a las carencias ajenas, su perspectiva de la vida es singular. Quizá por eso le será concedido experimentar un inusitado viaje místico, del que podría regresar siendo otro.
Mientras la historia transcurre, el pasado del poeta se va explicando, y cada explicación sacude nuevamente su código de conducta.
¿Serán las circunstancias capaces de cambiar al gran Geraldo De Cuén?

IdiomaEspañol
EditorialRubén Cota
Fecha de lanzamiento1 ago 2012
ISBN9781476415512
El poeta De Cuén

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    El poeta De Cuén - Rubén Cota

    El poeta De Cuén

    Rubén Cota

    Smashwords Edition

    Copyright 2010 Rubén Cota

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    - - -

    La frase predilecta del filósofo y poeta Geraldo de Cuén:

    Si la vida fuese absolutamente agradable, también sería absolutamente aburrida.

    Un hombre serio, sencillo, de carácter definido y bromista en el momento adecuado. Gusta de tomar la copa en un viejo bar del centro de la ciudad, donde es antiguo cliente y famoso por sus frases, poesías y versos, que ahí mismo escribe.

    Otra frase que constantemente se le escucha al poeta:

    El vino poco a poco va envenenando el cuerpo pero, ¿quién puede fijarse en eso, cuando ya antes nos ha obsequiado momentos maravillosos?

    Son numerosas las frases que cada tarde escribe De Cuén mientras paladea su vino. Sus poesías y versos son la diferencia. Es obvio que él nació para escribir. Su pluma se desliza con facilidad al dictado fluido de las ideas. Es un hombre enamorado del amor. Apasionado de la belleza femenina y ocurrente ante un amor frustrado.

    "Me siento satisfecho al ver que te ríes de mí sabiendo que te deseo,

    ¡pero cuánto darías tú porque aquellos que deseas, aunque fuese una mueca te obsequiaran!"

    Es el bohemio perfecto. Aquél que, escribiendo, desahoga sus penas y alegrías.

    Hoy es una tarde agradable y los parroquianos han abarrotado el lugar. Se han reunido para festejar los treinta y cinco años del poeta. Los hombres y mujeres que se han citado no lo hacen únicamente para agasajar al escritor, también los lleva el interés de escuchar al poeta declamar alguna de sus muy conocidas poesías, o algo del nuevo material que esa noche presente.

    Su inseparable amigo Chirrín, un hombre que ya ha rebasado los cincuenta años; reprende al poeta:

    —No entiendo por qué te dejas robar. Esa gente para la que escribes se está haciendo famosa con tus obras. Las poesías, versos y cuentos, los publican como si ellos fueran los autores, mientras a ti te dan cualquier bicoca.

    —Ése es problema de ellos, Chirrín. Con lo que me pagan por el trabajo que les hago, y que no me esfuerzo para hacerlo, me alcanza muy bien para pagar lo más elemental. Vivo con tranquilidad y por las noches duermo sin sobresaltos. En cambio, ellos no encuentran la paz. Para mantenerse vigentes necesitan que periódicamente les escriba nuevo material; viven con el temor de que un día decida ya no trabajar más. Ellos ya tienen una línea, y sería difícil que sus lectores aceptaran un cambio total. Sería como empezar nuevamente.

    Al calor de las copas y pasada la medianoche, los asistentes piden que declame el poeta:

    —¡Qué declame De Cuén! ¡Qué declame De Cuén! ¡Qué declame De Cuén!

    De Cuén levanta la mano en ademán de pedir silencio. Deja escapar un par de segundos para ponerse de pie:

    —Me voy a permitir complacerlos con una muy corta poesía que escribí hace unos minutos.

    La voz del filósofo poeta se escucha, haciendo eco por los rincones del pequeño lugar. Al terminar de leer su poesía, los aplausos y vivas estallan mientras todas las copas se vacían a un mismo tiempo.

    La noche se ha prolongado más allá de lo acostumbrado. Casi amanece cuando los últimos trasnochadores abandonan el bar. De Cuén camina haciendo esfuerzos para mantener erguido el cuerpo, pero de pronto tambalea.

    Quien no puede ocultar su gran borrachera es Chirrín, que también tambaleante se sujeta de lo que encuentra a su paso. Además de la serie de frases que va pronunciando y que sólo él entiende:

    —Es que, pesque, tiene…

    De Cuén voltea a verlo:

    —No te entiendo nada. ¿Qué dices?

    —Quesque tono, llego, llego…

    De Cuén lo vuelve a mirar, pero ya no lo cuestiona. Aun en su embriaguez el poeta comprende que el vino ha hecho más daño a su amigo que a él.

    Son las tres de la tarde.

    De Cuén trata de abrir los ojos y sufre la molesta luz de los fuertes rayos del sol que logran filtrarse a través de la ventana. El poeta siente que todo da vueltas en su cabeza; apenas si puede incorporarse. Aún quedan remanentes de alcohol en su cerebro.

    En otra habitación, Chirrín está tirado en el piso.

    Después de darse un baño, el poeta toca en la puerta de la habitación de su amigo.

    —¿Qué sucede? —pregunta Chirrín.

    —Levántate, amigo; ya amaneció.

    —¿Pues qué hora es?

    —Van a dar las cuatro.

    —¿Las cuatro de la mañana?

    —No, amigo. Las cuatro de la tarde —contesta De Cuén.

    El poeta encuentra una botella de licor a medio vaciar, de la cual sirve una copa que apura a su boca.

    —¡Ah! Después de un buen baño con agua fría, necesariamente una copa de buen vino.

    Chirrín hace lo propio, y más tarde los dos abandonan el departamento.

    Han caminado un par de calles y Chirrín no ve que su amigo tenga la intención de abordar un taxi o un camión:

    —¿Piensas caminar hasta la oficina de Carlos Ruiseñor?

    —Eso creo, Chirrín. No lo había pensado, pero ahora que lo dices, tal vez nos haga bien caminar. Quizá así se controle mi cabeza. Todavía siento que me da vueltas.

    Chirrín no está muy de acuerdo

    —¿Para qué hablé? Yo también siento que me da vueltas la cabeza y las piernas me tiemblan.

    Los amigos llegan hasta el lugar, en donde son atendidos por una joven y hermosa dama:

    —Va a tener que esperar un momento, señor De Cuén, ahora mi jefe está ocupado; en unos minutos lo atenderá.

    El poeta no pierde ocasión para lanzar piropos a una mujer bonita:

    —Esperaré con paciencia, señorita. Estando frente a mí una criatura tan hermosa, esperaré toda la vida si es preciso.

    La joven se sonroja y agradece al caballero sus palabras.

    De Cuén y Chirrín toman asiento.

    La puerta del despacho se abre para dar paso a un individuo que porta lentes oscuros.

    —Buenas tardes, señorita. ¿Me podrá recibir el licenciado Ruiseñor?

    La secretaria le pide esperar:

    —Tendrá que esperar. Ahora está ocupado, y enseguida atenderá al Sr. De Cuén.

    El recién llegado pregunta:

    —¿A quién dijo que va atender?

    —Al señor De Cuén.

    El hombre voltea hacia donde se encuentran el poeta y su amigo, y casi gritando exclama:

    —¡No me digas que tú eres Geraldo De Cuén!

    —El tiempo nos cambia por fuera y la vida nos cambia por dentro, pero sigo siendo Geraldo De Cuén.

    Al escuchar las palabras del poeta, el tipo ríe de buena gana.

    —Claro que eres tú. Nadie más podría contestar con una frase filosófica. Soy Elías del Solar, ¿me recuerdas?

    —Claro que te recuerdo. Siempre intentabas robarme a mis chicas cuando éramos estudiantes. Y, ¿qué haces por aquí?

    —Traigo un asunto con Carlos Ruiseñor.

    —Pues tendrás que esperar. Yo tengo tiempo esperando mi turno. Por cierto, mira, en este momento se retira la persona que estaba

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