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Cuando El Karma Te Alcance: Cuando El Karma Te Alcance Vol 1
Cuando El Karma Te Alcance: Cuando El Karma Te Alcance Vol 1
Cuando El Karma Te Alcance: Cuando El Karma Te Alcance Vol 1
Libro electrónico292 páginas4 horas

Cuando El Karma Te Alcance: Cuando El Karma Te Alcance Vol 1

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La historia de un joven que vivio en carne propia las causas del karma. En el se manifiesta que la tierra donde estes es tierra de oportunidades, si las sabes aprovechar; La vida que lleves, las cosas que hagas, a la larga son las que definiran tu destino, es decir las consecuencias, por que toda accion tiene una reaccion y todo lo que hagas en contra o por los demas, un dia se regresara triplicado. Si te va mal, reflexiona, mira en tu pasado, algo habras hecho mal contra alguien y tendras que sufrir las consecuencias; si te va bien es porque tus accioines te propiciaron buenas cosas. Todos vamos por la vida, a veces haciendo mal a los demas, y cuando tenemos que sufrir el resultadode nuestras acciones clamamos a Dios preguntando,  por que a mi? Envidiamos la vida que llevan algunas personas que no se preocupan por el destino, siempre hacen bien, siempre ayudan a los demas, siempre escuchan a quel que los busca solicitando ayuda o consejo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jun 2024
ISBN9798227589231
Cuando El Karma Te Alcance: Cuando El Karma Te Alcance Vol 1
Autor

Luis Enrique Pedraza

Luis Enrique Pedraza was born in a place of low resources in the beautiful state of Colima, Mexico, where he did his first studies in the Ignacio Manuel Altamirano school, reaching only the fourth grade. Later at 18, he finished elementary school in Mexico at an adult school. Then, to improve economically, he emigrated to the United States, settling in the beautiful state of California. He first worked in the apple and other fruit orchards in the fields of Watsonville,Castroville and Salinas all in the same of California. Later, he worked in general labor and later joined the OE3 Operators Union, he currently works at CDM Smith and today resides in Spring, Texas, where he enjoys writing in his spare time.

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    Cuando El Karma Te Alcance - Luis Enrique Pedraza

    Cuando El Karma Te Alcance

    L U I S EN R I Q U E P E D R A ZA

    Luis Enrique Pedraza

    Todos los derechos reservados copyright 2020  Primera edición

    Prologo

    Este es la historia de un chico que, buscando el sueño americano, encontró algo diferente en el paso de la vida.

    en él se manifiesta que la tierra donde estés es tierra de oportunidades, si las sabes aprovechar, la vida que lleves, las cosas que hagas, a la larga son las cosas que definirán tu destino, es decir las consecuencias, porque toda acción tiene una reacción y todo lo que hagas en contra o por los demás un día se te regresara triplicado, si te va mal, reflexiona, mira en tu pasado, algo abras  echo mal contra alguien y tendrás que sufrir las consecuencias, si te va bien, es que tus acciones te propiciaron buenas cosas, todos vamos por la vida a veces haciendo mal a los demás, aprovechándonos de su ignorancia o de su condición y cuando tenemos que sufrir el resultado de nuestras acciones clamamos a Dios preguntando, ¿por qué a mí? envidiamos la vida que llevan algunas personas que no se preocupan por el destino, siempre hacen el bien, siempre ayudan a los demás, siempre escuchan a aquel que los buscan solicitando ayuda o un consejo.

    La sala de la corte estaba en silencio. El Fiscal le había ordenado al acusado ponerse de pie. El jurado ya había deliberado. El juez, daba tres golpes en su escritorio dictando sentencia: ‘El acusado es declarado culpable, de acuerdo con la evidencia mostrada en su contra, se determinó que actuó con alevosía y ventaja en el homicidio doloso de Manuel De la Fuente.

    Se le condenaba a 20 años en la Prisión del Estado, sin derecho a apelación’.

    El sentenciado se llevó las manos a la cabeza y gritó:

    —¡No, no! ¡Soy inocente, soy inocente! ¡Ustedes saben que soy inocente!

    Llorando, se dejó caer sobre el asiento que estaba detrás de él, se sentía exhausto. Un murmullo de voces se extendió en la sala llena hasta el tope de personas, unas a favor del reo y otras en contra. —¡¡Silencio!! —gritó el juez—. Trasladen al reo a su celda.

    Dos guardias levantaron al hombre, sentía que sus pies no le respondían, como si fueran de esponja.

    —¿Por qué son tan crueles conmigo? —preguntaba—, soy inocente, soy inocente —repetía en voz baja, sin fuerzas ya para gritar.

    Así, fue llevado a una celda, desde la cual pronto sería trasladado al penal en donde pasaría los siguientes veinte años de su vida.

    Leonardo García, había sido condenado a purgar su condena por el asesinato del rico empresario, agricultor y vitivinicultor, Manuel De la Fuente, quien fue encontrado muerto con un balazo en el pecho.

    Al día siguiente, el reo fue llevado al penal, le habían puesto una cadena, que iba del collar puesto en su cuello, a las esposas de

    las manos y los grilletes de los pies; los guardias lo aventaron sin consideración dentro del camión en el que sería trasladado.

    Al llegar al edificio que albergaba el penal, el reo sintió un escalofrió que recorrió su espalda mirando espantado los altos muros que en lo alto remataban en alambres de púas. En ese momento se sintió como en un sopor, como en un sueño, como que no era él quien estaba ahí, sintió que los guardias lo levantaban sin miramientos, brutalmente, sin ninguna consideración, caminaba como sobre nubes, sentía que se iba a desmayar.

    Dos guardias armados le abrieron las puertas, que luego se cerraron a sus espaldas con un estrepito que el reo jamás podría olvidar; pasaron un gran patio para luego internarse por pasillos enrejados de las que sobresalían muchas manos de los reos que a su vez purgaban otras condenas.

    ‘Bien hecho’, gritaban algunos, otros le gritaban frases groseras y obscenas: ‘Tú vas a ser mi perra cabrón, vete preparando’. Pareciera que los reos ya saben de antemano quien llega y el crimen que cometió, como si tuvieran contactos en el exterior.

    Leo, de pronto sintió pánico y muchas ganas de poder escaparse, convertirse en ave y salir volando de ahí; pero aquello, era imposible. Lo metieron en una celda oscura con varios camastros ocupados ya por otros inquilinos del penal.

    —Esa va a ser tu cama —le dijo un compañero.

    Él se quedó mirándola mientras los guardias le quitaban el collar, las esposas de las manos y los grilletes de los pies; luego, se subió a ella, depositando sobre esta el cobertor que los guardias le habían dado.

    Todavía no acababa de comprender lo que sucedía, todavía le parecía un sueño, se llevó las manos a la cabeza, pensando...pensando mucho. Cerró los ojos hasta que por fin un sueño benigno vino a dar por terminadas todas las pesadillas sucedidas durante los últimos días, recuerdos de la infancia volvieron a su mente.

    Leonardo García, de treinta cinco años, mediana estatura, delgado, pelo ligeramente ondulado, ojos oscuros, su mirada como de halcón, su andar era como si cargara debajo de cada brazo un bulto de ropa, lo que le daba un aire de bravucón sin serlo.

    6

    Cuando EL Karma TE Alcance

    Hombre con muchas aspiraciones, algunas las había logrado otras quedaron en simples proyectos. Por azares del destino, un día conoció a Manuel De la Fuente; un chico serio, un tipo callado reservado más bien tímido y apocado, un tipo con poca camaradería, no muy alegre, en veces un poco loco. 

    Habían ido juntos a la escuela, en el mismo grado y alguna vez lo defendió de más de un bravucón y hasta había llegado a considerarlo su mejor amigo, pero...la gente cambia.

    C apítulo 1

    Sus primeros recuerdos se remontaban, allá por 1969, cuando él era solo un niño ocurrente, como todos los de su edad. El conocía a su padre solo por fotos que su madre le había mostrado, vistiendo uniforme militar; se veía muy guapo y gallardo. Su regimiento había sido enviado a pelear en la guerra que los Estados Unidos había emprendido contra Vietnam, Su madre, Sara, llena de esperanza, le decía que un día él iba a regresar.

    Por fin un día, su padre regresó a casa. Fue un día lleno de luz y de alegría para el pequeño Leo, su padre durante los primeros días era muy osco y reservado con él y con la madre de Leo, que lo dejaba solo cuando lo veía de mal humor.

    El exsoldado, de nombre Leonardo, tenía alrededor de 28 años, de mediana estatura, moreno, de pelo ondulado, sólo había estudiado la educación de preparatoria en los estados unidos, Se había enlistado en el ejército para un mejor futuro y conservó por mucho tiempo el paso y el porte militar aprendido en sus días de campaña durante la guerra.

    Desafortunadamente, también un poco de secuelas y traumas producto de sus terribles impresiones de los enfrentamientos con los enemigos, de lo que prefería contar poco para ir olvidando las terribles escenas vividas.

    Pocos días después de su llegada, empezó a trabajar en la pizca de lechuga y la utilizó como terapia ocupacional para lidiar con sus terribles recuerdos. Junto con su esposa, entraron a una compañía que, hacia un recorrido por los campos de cultivo o files, como muchos les llaman en varias ciudades de California. Siempre habían vivido en una casita modesta en Soledad California, un caserío rodeado de campos cultivados, hortalizas y otros cultivos que en cualquier estación se mantenían siempre verdes; en las montañas alrededor bosques de pinos y otros árboles que en otoño tomaban un color ocre, entre café pálido y amarillo y muchos tumbaban sus hojas para resistir mejor el invierno que era muy crudo todos los años.

    Sara, su madre, era una mujer llenita, de pelo largo que siempre llevaba en una trenza, de ojos grandes y vivaces de color café, de labios un poco abultados que se podría decir sensuales, de estatura más bien baja, amable y risueña; todo lo hacía con una sonrisa, que a él siempre le gustaba y que había encantado a su padre. Se había criado como todas las hijas de campesinos que trabajaban en los campos de California, Arizona, Oregón y otros estados de la unión, productores de frutas y hortalizas, a quien sus padres llevaban recorriendo campos y trabajando de sol a sol.

    Su padre y su madre eran personas muy trabajadoras, ambos descendientes de mexicanos, pero nacidos en la unión americana, lo que se dice pochos o chicanos.

    Se conocieron porque los padres de ambos se habían conocido en el pueblo del que eran originarios, un pueblito perdido entre los cerros de Colima, según decían. Periódicamente se visitaban y se llevaban regalos, y entre risas y bebidas solían hacer recuerdos del pueblo en que habían nacido y a donde tenían la esperanza de regresar algún día.

    Leo, admiraba mucho a su padre, siempre activo y trabajador, que siempre se ganaba fácilmente la buena voluntad de sus patrones; Leo algunas veces le había dicho:

    —Papá, cuando crezca, quiero ser como tú.

    —No hijo —contestó—, cuando crezcas, quiero que estudies y seas mucho mejor que yo y que seas alguien en la vida y no un simple recogedor de lechuga, un simple campesino que no puede aspirar a más, aunque es un trabajo honrado yo quiero que estudies y te superes. ¿Me entendiste?

    Aunque su madre era muy trabajadora y muchas veces acompañaban a su padre en los campos, a veces se quedaba con él en casa. Recordaba también como varias temporadas anduvieron trabajando por el Valle de Salinas y hasta Oxnard, y por Coliga del estado de California.

    En el invierno en que escaseaba el trabajo en los campos, los llamaban para trabajar en los viveros O en los campos de brócoli o de apio, los cuales se cosechan durante los días lluviosos. Por esa razón no pudo tener una escuela fija como cualquier niño, aunque eso a él no le importaba porque era muy amiguero y siempre dejaba amigos en cada pueblo, deseando siempre volver a su casita en Soledad, en donde siempre lo esperaban sus principales amigos.

    Recordaba que muchos de sus amiguitos eran también hijos de campesinos que eran compañeros haciendo las corridas por campos de verduras; había mexicanos, filipinos, guatemaltecos, salvadoreños, algunos también de Brasil o Haití. En ocasiones Leo, hablaba inglés, el cual había aprendido en la escuela, pero sus padres se enojaban y le decían que ese idioma era para cuando estuviera en la   calle y en la casa se debía hablar español; Leo no entendía por qué ya que sus padres habían nacido en California y hablaban muy bien el inglés, aunque los papás de sus papás eran mexicanos, en casa poco se hablaba de ellos.

    Hubo un tiempo en que había demasiado trabajo y muy poca gente para trabajar en el campo, Leo oyó a sus papás decir que el presidente de Estados Unidos le estaba pidiendo al presidente de México que enviara más campesinos para trabajar en los campos para cosechar las frutas y verduras.

    Recordaba una conversación durante la cena entre sus papás:

    —Vieja, no sé si el presidente va a hacer bien o mal.

    —¿Por qué viejo?

    —Porque cada día hay más gente ilegal en estos lugares y cada día hay más policías de migración correteando gente por los campos.

    —Pues sí viejo, pero es gente que viene a hacerle la lucha.

    —S í mujer, yo entiendo , lo malo es que cuando se los llevan, nosotros tenemos que hacer el trabajo que ellos no terminaron y limpiar hasta el cochinero de ellos.

    Y era verdad. Recordaba Leo como los oficiales de migración, se llevaba a los trabajadores con sus familias que con muchos trabajos los habían traído. Él sentía lastima por ellos y comprendía lo que su padre quería decir. Entre los chicanos, mexicanos que nacieron en Estados Unidos, iba naciendo unresentimiento hacia los braceros mexicanos. Él no sabía por qué, si eran todos de las mismas raíces étnicas, pero siempre hay un celo; luego empezó a llegar más gente de fuera para trabajar en los campos y el trabajo se empezó a escasear. Recordó que su padre le dijo un sábado al regresar del trabajo:

    —Hijo, dile adiós a tus pocos amigos de la escuela, nos vamos a mudar para Brentwood, California.

    —¿A dónde papá? ¿Dónde queda eso? Mamá, yo nunca he oído de ese pueblo...allá no tengo amigos.

    A pesar de que estaba acostumbrado a viajar por muchos lugares a causa del trabajo de sus padres, nunca había oído hablar de ese pueblo.

    Al día siguiente, su padre y su madre tenían todo preparado para largarse a aquel pueblo desconocido en donde a su padre le habían ofrecido un puesto de mayordomo, posición que aceptó de buena gana; además de que tendría un mejor sueldo le daba la oportunidad de establecerse para que Leo pudiera estudiar adecuadamente en una buena escuela.

    Una de las razones por las cuales le ofrecieron el puesto a su padre, fue por saber hablar fluidamente los dos idiomas, inglés y español. Cuando emprendieron el viaje de salida del pueblo de Soledad, en que habían vivido por varios años, su papá quiso recorrer las pocas calles del pueblo; ya casi a la salida, por las ultimas casas, su padre se detuvo ante una de ellas, y exclamo hacia él:

    —Hijo, aquí vive tu tía Elena, pasa para que la conozcas y te despidas de ella.

    —¿De mi tía Elena? —respondió Leo con asombro.

    —Sí Leo, es la hermana de tu abuelito Miguel, por parte de tu papá —le dijo su madre.

    —Sí mamá, pero ¿por qué nunca me habían platicado de ella ni me habían traído a visitarla?

    —Mira hijo, tu papá se hablaba muy poco con ella, pero la visitaba en vez en cuando, es la única hermana que queda por parte de su papá.

    Leonardo, su padre, tocó el timbre de la puerta, luego a poco salió una señora, ya entrada en años, con el pelo casi totalmente blanco, saludo a sus papás y los invito a pasar a la sala, donde tomaron asiento. Después un momento de platica en que intercambiaron algunas preguntas, por fin se dirigió hacia Leo, se le quedó mirando y muy emocionada le dijo:

    —¡Qué grande estás! ¡Como te pareces a tu abuelito y a tu padre, te ves muy guapo y fuerte!; ven dame un abrazo —exclamó mientras se le acercaba, lo abrazaba y le besaba la mejilla, el chico se sentía cohibido.

    —Dale un beso a tu tía hijo porque ya nos vamos —le dijo su madre.

    —¿Por qué tan pronto?, si de por sí casi nunca me visitan, y yo entiendo por qué mi sobrino es muy trabajador ¿y ya se van?

    —Si tía —dijo su padre—, nos vamos a Brentwood, California; me ofrecieron trabajo de mayordomo y tengo que presentarme allá lo antes posible.

    —¡Qué lástima! —contestó la tía Elena a quien al parecer era  la última vez que la vería.

    Por la ventana de la camioneta en que viajaban, pudo ver por última vez a aquella viejecita que le decía adiós agitando su manita. Más adelante pasaron por la escuela, se imaginó que iban a decir sus amigos cuando ya lo vieran llegar; ¿lo extrañarían? A esa escuela iba cuatro meses al año, los meses de verano, después, acompañaba a sus padres en las corridas de la lechuga, en su mente siempre van a estar aquellos paseos de los domingos con sus padres por el parque viejo de esa localidad de Soledad, California.

    Poco a poco se fue quedando en la lejanía aquel pueblo, que, aunque solo vivía ahí cuatro o seis meses del año y de que era muy caliente en verano y muy ventoso en invierno, lo consideraba ‘su pueblo querido’.

    El viaje a Brentwood se le hizo largo y eterno, por el camino no hubo nada que le llamara la atención, a ratos dormitaba y a ratos veía pasar las filas interminables de postes alineados a la orilla de la carretera. Como entre sueños, recordaba que sus padres habían comentado algo sobre la tía Elena.

    —Pobre tía Elena, soy el único pariente que le queda, se queda sola en ese pueblo. Me siento mal por ella, la voy a extrañar, ella nunca tuvo hijos y ahora me alejo de ella.

    —Si viejo, nada más procura llamarle por teléfono continuamente, para que no se sienta sola, no pierdas el contacto con ella.

    —Si vieja, tienes razón.

    Cuando menos se había dado cuenta, llegaron a un caserío, solo tres o cuatro calles y unas cuantas casas modestas se veían aquí y allá, el clima se sentía muy caliente y seco. A Leo se le hizo muy raro no ver a ninguna persona caminando o realizando alguna labor afuera de su casa, más bien parecía un pueblo abandonado, le causó risa el haber abandonado un pueblo pequeño para llegar a vivir a otro más pequeño. Las planicies a lo lejos y por todos lados se podían ver cubiertas de maizales que el viento las movía haciendo extrañas olas con las espigas de las cañas; se les podían ver los cabellos rubios a los elotes, todo era verde.

    —¿Aquí vamos a vivir? —le preguntó a su padre.

    —No hijo, no vamos a vivir en el pueblo, vamos a ir a un rancho cerca de aquí.

    Leo, ya no ponía atención a los comentarios de sus padres, admirando los campos verdes sembrados de milpas por todos lados. Así, entraron y salieron del pueblo, el vehículo que los transportaba tomo por un camino vecinal muy bien cuidado, cubierto a los lados por multitud de flores de diferentes tipos y colores.

    Más adelante, después de recorrer algunas millas, llegaron a un rancho con cercas de madera pintadas de blanco, árboles frutales de diferentes variedades a los lados de la vereda que llevaba a las casas, en la puerta estaban dos personas de tez blanca y un muchacho de tez mas obscura; el hombre blanco, de pelo rubio, casi canoso que sobresalía de un sombrero tipo tejano de ala ancha, su cara se adornaba con un gran mostacho que tapaba completamente su boca, tendría alrededor de 50 años, usaba overol y botas altas, la señora vestía ropa sencilla con un delantal estampado de flores en el que se apreciaban diversas manchas, posiblemente de alimentos que cocinaba, un poco obesa, su cabello en una cola de caballo, dorado como los cabellos de los elotes que se habían visto por todos lados al llegar y al salir del pueblo, ambos tenían ojos de color, muy sonrientes los esperaban a la entrada del rancho.

    Uno de los tajadores del rancho le ayudó a sus padres con el equipaje, la señora americana se le acercó muy sonriente, tomándolo del brazo y comentándole en un español con acento norteamericano.

    —Sin duda tú has de ser el famoso Leo, ¿verdad?

    —Si señora —contestó él.

    Nos llevaron a una casita enfrente de la casa grande, era espaciosa, aunque pequeña, amueblada con muebles sencillos, tenía su refrigerador de regular tamaño y todos los aparatos eléctricos y utensilios que se podían necesitar para preparar cualquier comida.

    Leo se sentía feliz, levantando sus brazos daba vueltas y vueltas, ninguna brisa de viento movía los frondosos y grandes árboles de eucalipto que estaban alineados a la orilla del rancho y que daban bastante sombra amortiguando un poco el sofocante calor del medio día.

    De pronto un perro enorme salió de alguna parte y se abalanzó sobre él, por lo que corrió tratando de escapar de aquel enorme animal. Alguien le gritaba al enorme perro mientras su madre le decía que no corriera. Casi llegando al portón de entrada del rancho, el enorme perro lo alcanzo tirándolo al suelo, cayendo el pequeño Leo boca abajo y volteándose rápidamente para protegerse con las manos. El enorme animal no lo atacó, se le quedó viendo con sus grandes ojos, jadeando con la lengua de fuera, tirando su aliento sobre la cara de Leo que muy asustado se quedó inmóvil. El ‘americano’ y su esposa que luego supo eran Míster y Miss Walker, se acercaron corriendo, tomando al perro de su collar, regañándolo por asustar tan cruelmente a un niño pequeño e indefenso; Leo no lloraba, solamente tenía los ojos muy abiertos todavía por la impresión y el pavor que le había causado el enorme perro de los Walker.

    Aquel enorme animal era de raza Boyero de Berna’, raza de perros grandes parecidos al ‘San Bernardo’, que, aunque juguetones, no son agresivos. Lo que había temido la señora Walker era que el perro pudiera lastimar al niño con su gran cuerpo.

    El padre y la madre de Leo muy asustados se acercaron a él, su padre lo levantó y lo abrazó mientras le sacudía la ropa.

    —¿Estás bien hijito? ¿No te pasó nada? ¿Te lastimaste? —dijo su madre, mientras su padre le repetía:

    —Ya pasó hijo, ya pasó, tranquilo...

    Luego se dieron cuenta que el pequeño se había orinado del susto y el miedo.

    Mientras tanto la señora Walker se llevaba al enorme animal disculpándose.

    El señor Walker comentó que el perro nunca hacía eso, pero como era muy juguetón, tal vez creyó encontrar un compañero de juegos en el niño.

    Regresaba la señora Walker diciendo:

    —Ya encerré al perro, ya no molestará al niño. Disculpen ustedes la bienvenida, espero que lo que pasó con el perro no cambie su modo de pensar, a Nudo le encanta jugar y el niño sin saberlo corrió por miedo, pero no pasó nada.

    El pequeño Leo se sentía avergonzado por haberse orinado en sus pantalones, su madre lo abrazaba y le

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