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BloodStained
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Libro electrónico137 páginas2 horas

BloodStained

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Información de este libro electrónico

Edward Wickersham es un exorcista, un cazador de demonios que fue mordido por uno de pequeño, obteniendo habilidades especiales que lo convierten en una amenaza superior para estas criaturas. En un mundo donde los demonios forman parte de la vida cotidiana de la Inglaterra Victoriana, Edward se unirá a un grupo de jóvenes con habilidades especiales con el único propósito de extinguir a las criaturas del infierno, no sera una tarea sencilla, pero son los únicos capaces de realizarla.
En esta primera entrega de BloodStained, siete individuos desconocidos, pero con un poder abrumador, intentarán destruir a la orden de exorcistas mientras buscan la llamada «caja de Pandora», un artefacto que alberga en su interior un poder altamente destructivo y que, por obvias razones, los exorcistas no deben permitir que caiga en las manos equivocadas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2024
ISBN9788410687400
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    BloodStained - Nate River

    Portada de Bloodstained revelaciones hecha por Nate River

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Nate River

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-740-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    El joven del brazo rojo y el ojo de demonio

    La niebla era espesa y ni siquiera la luz de la luna lograba penetrarla. Edward Wickersham estaba atento a cualquier criatura que pudiera aparecer de entre las sombras. Su ojo izquierdo comenzó a brillar, lo suficientemente como para poder ver a través de la espesa niebla. Escuchó una risa, «la risa de un maniaco», pensó. Miraba alrededor, pero cada vez que se fijaba en el lugar del cual parecía provenir aquella macabra risa, la criatura que la producía parecía moverse de lugar.

    —Te atrapé —susurró Edward y se escuchó un disparo. De su brazo izquierdo salía humo como si se hubiese prendido en fuego y luego extinguido.

    —¿Qué era esa cosa? —exclamó la señorita Lovelace. Edward volteó la mirada hacia ella y dijo en un tono serio:

    —Era un clown. —Un clown era un tipo de demonio creado para divertir, pero no a los humanos, sino colectando vidas de humanos y divertir a su amo—. Vendrán más si no nos marchamos ahora mismo —exclamó el joven.

    Su cabello gris se confundía con el color de la espesa niebla. Edward se acercó a la señorita Lovelace, que se encontraba hincada sobre la sangre de sus compañeros y extendió su mano. Se alejaron lo más rápido que pudieron. A lo lejos, Edward podía escuchar las risas de los clowns acercándose con rapidez. Eran demasiados para que el joven combatiera solo. Llegaron hasta una mansión que parecía haber estado abandonada los últimos cincuenta años. La hierba debería de tener unos dos metros de altura y toda puerta, incluso la pared, se encontraban manchadas de moho. Edward no tuvo problema en abrir la puerta de entrada, en cuanto la tocó, esta se abrió, parecía faltarle un tornillo. Una vez dentro de la casona, fueron cubiertos por la oscuridad.

    —Maestro, despierte —dijo Edward. El hombre al que llamaba maestro había caído dormido súbitamente después de haber bebido más de lo que un hombre podría soportar la noche anterior.

    —No molestes —dijo en tono de fastidio.

    Cuando por fin despertó, con su cabellera roja y totalmente revuelta le tendió a Edward un sobre. Era poco usual, de color negro y tenía un sello en la parte de enfrente, era un pentagrama, una estrella de cinco puntas que mantenía el sobre sellado.

    —Lleva esto a al instituto de exorcistas en Ruttenburg y entrégaselo a Mikael Clawford, él te ayudara.

    Antes de que Edward pudiera preguntarle en que lo ayudaría aquella persona, Cross se sumió en un profundo sueño y el joven no fue capaz de despertarlo. El camino hacia Ruttneburg era peligroso y más en aquella fecha que había reportes de clowns atacando a las personas durante la noche. Pero a Edward no le importaba, desde la muerte de su madre y la desaparición de su padre, deseaba convertirse en un exorcista y, para ello, derrotaría cualquier peligro necesario. Sin nada más que decir, Edward se marchó colina abajo, donde se encontraba el pueblo de Ruttenburg.

    La señorita Lovelace se estremecía, pero no porque tuviera miedo a la oscuridad, temía a lo que podía haber dentro de aquella casona.

    —Señorita Lovelace —dijo Edward en un susurro.

    —Parece que esa puerta está abierta. —Edward se dirigió hacia esta y, detrás de él, le seguía Katherine Lovelace.

    En efecto, aquella puerta se encontraba abierta, era una habitación inusual. La casona parecía estar abandonada desde hacía varias décadas, pero esa habitación se encontraba en un estado impecable, como si hubiese alguien o algo viviendo allí. Era el único lugar en toda la casona en el que entraba un poco de la luz de la luna. Ambos decidieron quedarse hasta que la niebla se disipara o, si no, hasta que amaneciera. Las horas pasaban y la niebla parecía cada vez más espesa. Si ya había amanecido, era imposible darse cuenta. Desde dentro de la oscuridad se escuchó un chirrido. Katherine estuvo a punto de soltar un grito, pero Edward le cubrió la boca y le indicó que callara. Su ojo comenzó a brillar, con él podía ver a través de la pared. Del otro lado de la habitación se encontraba un clown, pero este tenía un aspecto distinto. Su apariencia era huesuda y solo tenía un gran ojo en medio de su rostro. No tenía boca y tampoco nariz. Ed continuó observando a la criatura. Se estaba acercando a la puerta de la habitación. De pronto, el brazo izquierdo del joven se transformó. Parecía un cañón. Edward Wickersham lo apuntó hacia la puerta. De cierta forma, la cria tura parecía percatarse de esto, pues se alejó de la puerta. La expresión del joven parecía confusa. ¿Por qué se había alejado? No lo sabía, pero no le dio mucha importancia. Después de unos segundos, ambos se dieron cuenta de que la niebla había desaparecido. Se podía ver la luz sol entrando radiante por la ventana.

    —¿A dónde te diriges? —preguntó Katherine Lovelace en un tono curioso. Edward metió la mano en el bolsillo y sacó el sobre que su maestro le había dado esa mañana.

    —Busco este lugar. —Edward le tendió el sobre a la joven, esta parecía confundida.

    —Lo siento, no… no puedo ayudarte. —La señorita Lovelace parecía asustada, como si hubiera visto un fantasma.

    Al salir de la casona, Edward vio a lo lejos un edificio, parecía una catedral.

    —Ese debe ser —dijo en voz alta el joven del brazo rojo.

    Se despidió amablemente de la señorita de los ojos castaños. Sin pensarlo siquiera un segundo, Edward Wickersham se dirigía hacia la gran casona que se encontraba en lo alto de las montañas. El camino parecía muy largo, con cada paso que el joven daba, el camino parecía alejarse más. Edward pensó que eso podría ser un sistema de defensa de aquella catedral. Al cabo de unas horas, el camino se detuvo y Edward se encontró frente a una gran puerta que parecía tener remaches de oro y plata. «La puerta es enorme», pensó el joven. Se quedó mirando durante unos segundos. Iba a golpear en ella, pero justo en ese momento escuchó una voz.

    —¿Quién desea entrar? —La voz era grave y resonante.

    Edward miró hacia arriba. Parecía una mirilla. En vez de ser un cristal transparente, era un ojo. Un ojo que observaba todo lo que sucedida fuera de la casona. Estaba mirando a Edward.

    —Mi nombre es Edward Wickersham. —respondió el joven. El exorcista Cross me envió.

    La puerta se fue abriendo poco a poco, no se podía ver mucho por dentro. La habitación estaba sumida en una profunda oscuridad.

    —No temas —dijo una voz proveniente de adentro—. Sabíamos que vendrías.

    Edward entró lentamente en la casona, una vez dentro, la oscuridad se iluminó.

    —Mi nombre es Mikael Clawford y soy el director de esta institución.

    El violinista del tejado

    ¿Qué es la música sino la manifestación de nuestros más profundo sentimientos? Incluso, algunas veces, más dichosa que las palabras mismas. Ese era el pensamiento que Jasper Green tenía todas las noches. No era necesario hablar cuando se tenía la música. Esa noche le sería difícil encontrar un buen lugar, lo habían echado de tantos hogares que ya no sabía dónde podía expresarse. Cuando al fin encontró un buen lugar para posarse, el joven sacó un delicado instrumento de una pequeña maleta que colgaba de su hombro. Un violín.

    —Muy bien, ¡arriba todo mundo! —gritaba el director del instituto. Su voz resonaba por los largos pasillo de la catedral. Edward Wickersham dormía profundamente cuando escuchó los gritos. Se levantó de golpe y se dirigió al salón principal lo más rápido que pudo. Mikael Clawford estaba parado en el centro, miraba su reloj. Edward se acercó a él, se preguntaba a que se debían tantos gritos en una hora tan temprana—. Ahí estás —dijo el director y su cara se iluminó de alegría. A su lado se encontraba una joven—. Ella es mi hermana menor, Elizabeth.

    Edward la miró de reojo. No pudo evitar pensar que la joven era muy bella.

    —Es un placer —dijo el joven con la voz temblorosa y le tendió la mano. La joven sonrió y se ruborizó un poco.

    —¿Qué está ocurriendo? —preguntó el joven con curiosidad.

    —Uno de los gólem detectó la presencia de una bendición —contestó el director de la organización—. Aquí llamamos bendición a todos los humanos que poseen un alma dañina para los demonios.

    Edward lo miraba con curiosidad, no lograba entender completamente a qué se refería con «bendición». Elizabeth pareció darse cuenta y entonces explicó al joven.

    —Una bendición es algo así como tu brazo. Es, de cierta forma, un arma que nos ayuda a eliminar a los demonios. —La joven sabía de lo que estaba hablando, pero Edward, por otra parte, parecía muy confundido.

    —Tú y Elizabeth serán enviados a Hustfridge en busca de la bendición, una vez que regresen, verás de qué estamos hablando. —El director habló con una voz firme y directa. Ambos jóvenes enseguida se marcharon. Elizabeth por delante y Edward detrás de ella, siguiéndola.

    Atravesaron las enormes puertas, afuera se encontraba un hombre que vestía con una túnica negra y cubría su rostro por completo. En su espalda llevaba un mecanismo un poco extraño, parecía una caja

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