La gran broma: Pérdida, duelo y transformación
Por María Salmerón
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El sentido de la vida, el espejismo de la muerte, el presente como realidad única, y el empoderamiento a todos los niveles, convierten a esta obra en un referente enormemente tranquilizador para «transitar el camino»».
«Nos encontramos ante un testimonio de cómo el dolor desgarrador de una pérdida puede transformarse en un torrente de luz, vitalidad, comprensión y profunda serenidad. Para mí, ha sido mucho más que la lectura de un libro… Ha sido un bálsamo para mi alma».
Carlos Odriozola. Psicólogo y creador del proceso M.A.R.
«A veces, reconocer el ser infinito que en realidad somos, es casi más difícil que reconocer la propia sombra. He aprendido más de la vida, en realidad de la muerte, que de cualquier curso que haya hecho. Y todo lo que he aprendido lo pongo al servicio de todos para crear una realidad más hermosa, más amable y más grandiosa. Ya voy soltando esa necesidad compulsiva de aliviar el sufrimiento con la que empecé a dedicarme a esto, y ahora elijo el disfrute y la satisfacción de ser testigo de la transformación de otros. Porque otra vida, es posible».
María Salmerón. Médico y psicoterapeuta.
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La gran broma - María Salmerón
La gran broma
Pérdida, duelo y transformación
María Salmerón
Nota de la autora
Comencé este libro en 2006, tras cuatro años en los que me despertaba casi todas las mañanas escribiendo en mi mente uno de los capítulos. Al final, una de esas mañanas, me levanté y escribí de una tacada «El viaje y las revelaciones».
Desde ese momento y durante casi 20 años he estado volviendo a él de forma esporádica, añadiendo poco a poco todos los capítulos que lo forman, viajando en el tiempo, entrando en las profundidades, ascendiendo a los cielos y descendiendo a los infiernos. He querido olvidarme. Y a ratos lo he conseguido. Pero él me ha perseguido con insistencia, como un niño que tira de la falda de su madre hasta que le hace caso.
En el texto hago bastantes referencias a pasajes del Antiguo o del Nuevo Testamento. Se debe simplemente a que me he criado en la religión católica y conozco muchos de esos fragmentos de memoria. No es porque crea que esta religión porte la única verdad. Estoy segura de que en cualquiera de las otras tradiciones religiosas se manejarán los mismos conceptos, mensajes y visiones, solo que no los conozco. Contemplo todas las tradiciones y sus maestros con sumo respeto.
He creado una lista de música para acompañar la lectura de algunos capítulos, ya que para mí fue una banda sonora de muchos de los momentos que viví y una fuente de inspiración a la hora de escribirlos. Se puede acceder a las canciones a través del código QR que encontrarás en la siguiente página. Para identificar los capítulos que llevan temas se incluye una nota musical al comienzo de cada uno de ellos.
Lista de canciones
¡Buen viaje!
Prólogo
El año 2000 terminaba y, a pesar de algunos vaticinios, el mundo no se había acabado. Sin embargo, para mí ese año, el mundo, la vida, tal y como los conocía, cambiaron para siempre.
Sería finales de noviembre. Deambulaba por los pasillos de una inmensa librería de techos a cinco metros. Puedo inventarme que eran abovedados, porque la impresión que me causaba esa librería era la de una catedral, con su altar mayor circular en el centro de la planta, lleno de sacerdotes del saber, sus ayudantes y sus ordenadores. Con larguísimas escaleras de madera con barandilla y púlpito arriba desde donde poder sermonear a los clientes despistados, o bien acceder a los libros situados en la parte más alta.
No sé si fue por esa impresión catedralicia o simplemente porque estaba cerca de casa que acabé, como peregrina desahuciada por mí misma, recorriendo sus estantes en busca de alguna respuesta.
No quería todas. Me bastaba solo una que pudiera darle un mínimo sentido a todo lo que me estaba pasando. Hacía unos días que había salido del hospital y aún tenía abierta una parte de la herida de la cesárea que me tuvieron que practicar de urgencia. Mi hija, a pesar de eso, apenas sobrevivió unas horas. Entramos al hospital las dos sanas, y a los pocos días ella estaba muerta, y yo con una infección interna que me tuvo tres semanas ingresada.
Justo después de la cesárea me llevaron a la planta donde estaban las mamás que habían tenido a sus bebés. Pero yo iba sin mi bebé. Me pusieron en una habitación con una de ellas y el llanto de su hijo me despertaba por la noche. Tenía que verla dándole de mamar. Si salía de la habitación, había bebés por todas partes. Tenía la sensación de estar sometida a algún tipo de tortura y de que a cada poco subían la intensidad, como probando a ver hasta dónde podía resistir.
Entonces apareció la infección, el dolor físico se hizo más intenso, empezó la fiebre y tuve que quedarme más tiempo en el hospital.
Las curas de la herida eran tan dolorosas que creía que iba a perder el conocimiento. Aquellas semanas fueron El Infierno. Ya había vivido otros infiernos antes, pero no El Infierno. Ahora lo sé. Mi hermana había muerto hacía dos años, después de una larga y penosa enfermedad, y aún no me había recuperado de su pérdida cuando me vino esto. Su muerte me había destrozado el corazón, pero lo que sentía ahora era distinto. Literalmente sentía el dolor de un puñal clavado en él. Me vino la imagen de la Virgen María, con su corazón atravesado por pequeñas dagas. Llevaba viendo eso desde niña, pero nunca lo había entendido como ahora. Exactamente era así como se sentía una madre que había perdido a su hijo… Vivir es incompatible con llevar un puñal clavado en el corazón, así que supongo que te conviertes en una especie de «muerto viviente».
Para mí la vida en esos momentos era completamente absurda. Y no me servían ninguno de mis esquemas anteriores, ni mi formación como psicoterapeuta, ni mis bonitas experiencias de unidad cósmica, ni la religión católica, ni Un curso de milagros, ni todos aquellos libros de gente tan inspirada que hablaban del amor y de la confianza, y de que «en cada momento ocurre lo que tiene que ocurrir».
¡Y una mierda! ¿Qué sabían ellos? ¿Acaso alguno había estado en mi situación? ¡Qué fácil es decir eso cuando la vida te ha tratado bien! (En esos momentos creía que la vida había tratado bien a todo el mundo menos a mí, claro). ¿Y Dios? ¿Dónde estaba Dios? ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Es que acaso era Él el que lo «mandaba» para que nos purificásemos? Esa opción no me servía de mucho, porque tener a un Dios tan cruel pendiente de mí no era algo que precisamente me transmitiera paz, sino terror y rencor. Pero, si Dios no estaba implicado en el asunto, entonces ¿quién era el responsable de esto? ¿Nadie? ¿Así, simplemente el azar? ¿Te toca o no te toca? ¿Para qué? ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene entonces existir, estar vivo?
¿Vivir para ver morir a tus hijos?
¿Vivir para ver sufrir a los que más quieres?
¿Vivir para sufrir tu propia agonía?
¿Vivir cada instante emborrachando la conciencia para no sentir el miedo a que ESO, en cualquier momento te puede ocurrir?
Y vagaba por aquella inmensa librería, buscando con desesperación algún libro en el que hubiera escrito:
«CALMA CHIQUILLA, EL SENTIDO DE TODO ESTO ES…»
Pero no lo encontré, y sentí profundamente que era imposible que esto estuviera escrito en algún sitio.
Aun así, quería un milagro. Sentir que todos los trozos resultantes de mi existencia devastada podían volver a unirse en una Gloriosa Certeza.
En ese momento, parada frente al estante de libros esotéricos y de psicología, me dije: «Si algún día salgo de esto (no sé cómo), lo haré. Escribiré el libro que estoy buscando, para todos aquellos que estén en la misma situación en la que yo me encuentro ahora».
ES PARA TI
CALMA, CHIQUILLA, EL SENTIDO DE TODO ESTO ES…
Si escribiera ahora mismo el sentido que finalmente encontré a todo esto, creo que no entenderías mucho. A veces las respuestas van mucho más allá de lo que habíamos esperado en un principio y los aprendizajes necesitan de un proceso más extenso de lo que nos gustaría. Por eso voy a ir poco a poco.
En general, esperamos soluciones acomodaticias, en las que no haya apenas cambio. Aun habiendo mucho sufrimiento, nos cuesta trabajo abandonar nuestros patrones de pensamiento, nuestras creencias y la forma en que hacemos las cosas, porque al fin y al cabo eso es algo que conocemos, nos es familiar, y lo familiar nos da cierta seguridad. Así como lo desconocido del mundo exterior puede asustarnos, lo desconocido de nosotros mismos, muchas veces, nos aterra. Más que modificar algo en nuestro ser interno, esperamos que cambie lo de afuera adaptándose a nuestras supuestas necesidades y deseos.
En el caso de la muerte esa realidad no puede modificarse: quien se ha ido, se ha ido. Por eso la muerte puede convertirse en una gran maestra.
Aunque hay personas que pueden aprender importantes lecciones de forma súbita, como en una especie de «revelación», es más frecuente que esos aprendizajes vengan precedidos por un trabajo personal más o menos profundo. También hay personas que pueden aprender y crecer sin lágrimas. No es lo común. La mayoría de nosotros solo comienza una verdadera transformación cuando la vida nos pone entre la espada y la pared.
Para mí, atravesar el dolor extremo fue necesario para ver lo absurdo del sufrimiento humano y poder sentirme con derecho y con profundo deseo de ser feliz, y disfrutar todo lo bueno de la vida.
La muerte es la gran oportunidad para confrontarlo todo en nuestra existencia. O para esconder más basura debajo de nuestra alfombra personal, según se elija. Pero el precio que se paga por esto último es muy alto: renunciar a una vida plena.
PARTE 1
PÉRDIDA
El comienzo
«Por ello, Siddhartha los amaba; veía en ellos la vida, la existencia, lo indestructible».
Siddhartha. Hermann Hesse
Sin necesidad de evocarla viene a mí la escena, nítida y resplandeciente, como si hubiera ocurrido hace un instante, como si aún estuviera viajando por aquella carretera, en una mañana de primavera.
Puedo recordar perfectamente el momento, el cielo azul salpicado de nubes algodonosas, la carretera serpenteante, atravesando pastos de un verde intenso, como un paisaje recién lavado, lustroso, brillante.
Esta fue la primera experiencia un tanto fuera de lo normal con la que siento que empezó este viaje de transformación.
Sucedió en uno de los cursos de la Formación en Terapia Gestalt y Bioenergética que estaba haciendo en aquella época, en junio de 1997. El último fin de semana antes del verano, nos juntábamos los dos grupos de formación: el de Huelva y el de Málaga (unas 50 personas).
Íbamos de camino al Molino de Aracena, charlando animadamente, mi compañero de curso y yo. Hablábamos de la muerte y de Dios. Para mí estaba todo tan claro…
No me resulta curioso recordar tan bien la escena. A veces mi mente hace un bucle entre el presente y el futuro, como si entonces supiera que algún día volvería