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La fascinación del deporte: cuerpo, práctica, juego y espectáculo
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Libro electrónico605 páginas8 horas

La fascinación del deporte: cuerpo, práctica, juego y espectáculo

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¿Por qué el deporte es tan relevante en nuestros días? Ya sea pensada como un ejercicio espiritual, ritual o valoral, la práctica corporal es una constante en las culturas humanas. La actividad deportiva moderna tiene perspectivas únicas,
reflexionar sobre ellos es el objetivo de los 19 trabajos que conforman La fascinación del deporte: cuerpo, prá
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jun 2024
ISBN9786079497842
La fascinación del deporte: cuerpo, práctica, juego y espectáculo

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    La fascinación del deporte - Daniela Pérez Michel

    PRÓLOGO

    Juegos para pensar o Huizinga tenía razón*

    ÉDISON GASTALDO

    En 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el historiador holandés Johan Huizinga publicó un libro que se convertiría en un clásico en los estudios sociales del deporte. Homo ludens. El juego y la cultura, fue un libro que arrojó luz sobre un aspecto normalmente relegado en las grandes narrativas de la historia de las sociedades: el juego. Y más específicamente, acerca del principio profundamente humano de la voluntad de jugar. Someterse voluntariamente a reglas, aceptar la competición entre adversarios, el placer de ponerse a prueba, de correr riesgos, el deleite del juego. Para Huizinga el juego antecede a la cultura como forma elemental de la interacción humana, y, en su forma de juegos sagrados, es una dimensión que preside el origen de instituciones fundantes de nuestra civilización como lo son la religión, la política, la poesía, la justicia y la guerra.

    El concepto de juego de Huizinga es bastante conocido: el juego es una actividad u ocupación voluntaria, ejercida dentro de ciertos límites de tiempo y de espacio, según reglas libremente consentidas, pero absolutamente obligatorias, dotado de un fin en sí mismo, acompañado de un sentimiento de tensión y de alegría, y de una conciencia de ser diferente de la vida cotidiana (Huizinga, 1971, São Paulo, Perspectiva, p. 33).

    En esta acepción, el juego es un fenómeno humano universal: como lo evidencia el que todas las sociedades hasta ahora conocidas tengan un gran número de juegos, competiciones físicas, actividades recreativas y pasatiempos y un sentido específico para cada uno de ellos en su marco cultural. Se pueden saber muchas cosas importantes sobre una sociedad —antigua o contemporánea— analizando sus juegos y diversiones, sus prácticas de sociabilidad y sus formas de disfrutar el tiempo libre.

    A pesar de hablar sobre el juego como fenómeno universal y de compartir ejemplos de las más diversas épocas y sociedades de todo el mundo, en los días que escribió su libro Huizinga no era nada optimista respecto a los rumbos que la cultura lúdica estaba tomando en Occidente. Es importante recordar que él escribió sobre el deporte en el contexto de la ascensión del nazismo. En particular, presenció el uso ostensivo de la propaganda nazi durante los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 organizados bajo el sello del Comité Olímpico Internacional. También pudo ver cómo en 1938, en la Copa del Mundo celebrada en Francia y organizada bajo el sello de la FIFA, la selección de Austria no pudo enviar equipo pues había sido anexada por Alemania, de tal forma que los jugadores austriacos se vieron obligados a jugar por el equipo de Alemania. Crítico de los nazis, Johan Huizinga perdería su cargo de rector de la Universidad de Leyden cuando Holanda fue invadida por los alemanes. Y moriría poco tiempo después como prisionero de éstos en su natal Holanda, en febrero de 1945. Sin embargo, su obra permanecería como un monumento al humanismo. De hecho, en un obituario en su homenaje, Huizinga fue identificado como Un Erasmo de tiempos sombríos.

    En el libro Homo ludens, la crítica que Huizinga realizó hacia el deporte moderno la realizó a partir del contexto histórico-político que le tocó vivir, el cual sin duda lo empujó a percibirlo como una perversión del espíritu del juego.

    Y es que en primer lugar, el deporte moderno exige de los atletas, además de dedicación corporal, dietas especiales y largas horas de entrenamiento antes de cualquier situación de competición. En otras palabras, exige que los/las deportistas vivan para su deporte. Con eso, la primera gran característica aunada al concepto de juego —el ser una actividad libre y voluntaria— se pierde, ya que un atleta profesional no juega cuando tiene ganas: juega cuando su contrato lo exige, pues se trata de un trabajo, no de una actividad realizada por ocio.

    En segundo lugar, la obsesión del deporte por victorias, medallas y récords —y el dinero y el poder que estos representan—contaminó no sólo el mundo de los juegos, sino también el mundo del trabajo, ya que se demanda que los trabajadores también rompan el récord de la producción, que venzan a la competencia, que se pongan la camiseta y que jueguen como un equipo. Es decir, para Johan Huizinga la conversión del juego en el deporte moderno merece crítica porque hizo que lo lúdico se convirtiera en un trabajo y el trabajo se simbolizara como una especie de juego competitivo. El historiador holandés fue sin duda un profeta de tiempos sombríos.

    En términos económicos, el universo de los juegos, deportes y ocios representa hoy uno de los principales pilares de la economía mundial. Junto con la industria cinematográfica y la industria de videojuegos, el deporte mueve cantidades gigantescas de dinero en la compra y venta de jugadores, en los contratos de derechos de imagen, en la compra y venta de derechos de transmisión, de licenciamiento de productos a los patrocinadores oficiales y de una larga lista de fantásticos negocios. Como se puede intuir, el Grand Monde del deporte mundial no es nada parecido a una broma de niños. Y la crítica de Huizinga se dirige justo hacia esta mercantilización del juego promovida por el deporte moderno. Ya que al poner el valor de todas las cosas en dinero, tratando atletas y equipos como bienes a ser comprados o vendidos, para el autor de Homo ludens algo de puro se pierde. Desde el punto de vista de la pureza del espíritu lúdico, el mundo del deporte profesional es de hecho una máquina de destruir sueños. Del mismo modo, el departamento de marketing de los clubes, las federaciones y las emisoras es una máquina de explotar comercialmente la pasión de las personas por el deporte. Basta ver la dimensión de la oferta de productos y servicios a disposición de quien quiera pagar por ellos: transmisión exclusiva de juegos en pay-per-view, camisas oficiales, productos licenciados, tarjetas de crédito temáticas, etcétera. A primera vista, todo parece estar dominado por el capital y la pasión parece haberse convertido en un rehén más de la codicia.

    Mientras tanto, frente a la industria del deporte, en el mundo de la vida cotidiana la gente común usa el deporte para jugar y socializar, y en la mayoría de las ocasiones sólo por recrearse y experimentar placer. Puede ser un pretexto sólo para contarle un chiste al guardia o al portero del edificio que se sabe le va al equipo rival, una excusa para hacerle una broma sobre el partido de ayer a un compañero de trabajo o una buena ocasión para apostar una ronda de cerveza en un bar. Nada de esto pasa por el departamento de marketing de los clubes, ni de la FIFA, ni de ninguna otra organización. Hay en el universo de las prácticas deportivas —y en la apropiación que las personas comunes hacen de ellas— algo que resiste, algo de libertad, de puro juego, de impulso lúdico casi infantil. Algo que sin duda a Huizinga le encantaría ver. Algo que hace reír, que hace llorar, que también genera rabia y que provoca ansiedad. ¡Y que no cuesta nada!

    En este libro están reunidos diecinueve trabajos que exploran diferentes ángulos del universo de las prácticas, consumos y espectáculos deportivos. En su conjunto, estos trabajos tratan tanto de diferentes deportes, así como de prácticas corporales individuales y espectáculos mediáticos colectivos. Entre sus asuntos, se analizan y reflexionan prácticas esencialmente silenciosas e individuales como lo son el yoga, el montañismo o las artes marciales, hasta acciones colectivas y ruidosas en las que participan millones de aficionados como sucede dentro del beisbol profesional, del Tour de France, el futbol americano o los grandes campeonatos avalados por la FIFA. Además de los resultados, récords y títulos, interesa a los autores comprender desde una perspectiva filosófica los discursos y las emociones que son inherentes al espectáculo deportivo. ¿Cuáles son los sentidos atribuidos al dolor, a los sacrificios, a la violencia, a la victoria y a la derrota? ¿De qué manera estas narrativas de héroes y villanos deportivos expresan los mitos y la mentalidad más profunda de nuestra sociedad, así como nuestros sistemas de valores, nuestra ética y hasta nuestras culturas?

    Es relativamente sencillo sentarse, ver y divertirse con un espectáculo deportivo, sea un partido de futbol-soccer, una competición de atletismo o una función de lucha libre mexicana.

    Mucho menos fácil es correr sin parar 90 minutos detrás de una pelota, escalar montañas, caminar incontables kilómetros, pedalear en las carreteras o enfrentarse a adversarios en un tatami.

    Más complicado es percibir, bajo los uniformes, equipos, estadísticas y máscaras, las dimensiones sociales, políticas, económicas, religiosas y culturales de estos fenómenos. Para las cuestiones donde está implicada la cultura, no hay respuestas fáciles. Sin embargo, en cada uno de los capítulos siguientes, el lector tendrá la oportunidad de enriquecer su entendimiento y plantearse preguntas más sofisticadas.

    Y es que los juegos no sólo son buenos para vivir y para aprender. También son muy buenos para pensar.

    Tradución del portugués por José Samuel Martínez López, académico del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

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    Introducción

    FRANCISCO V. GALÁN VÉLEZ

    I. Una visión internalista del deporte

    Los trabajos de este libro tratan de responder a las preguntas de cómo y por qué el deporte ha llegado a ser algo tan importante en nuestra cultura. Las respuestas externalistas entienden al deporte moderno desde algo diferente a él; en general, lo entienden como un fenómeno generado en el capitalismo tardío, y reducen su significación a ello. Su enfoque sigue siendo en lo fundamental el del materialismo histórico, y por ello establecen la relación con la ideología y la enajenación. Otros autores complejizan más el deporte al entenderlo desde la sociedad del espectáculo, fenómeno que sigue ligado al del capitalismo tardío, pero que presenta ciertos rasgos de autonomía cultural.

    El dominio de estos enfoques en el ambiente intelectual de la segunda mitad del siglo XX llevó a muchos profesores de humanidades apasionados del deporte a considerarse como una especie de engendro impuro del trabajo intelectual: ¿Cómo ser aficionado de algo que sólo sirve para perpetuar la dominación del capital? Hans Ulrich Gumbrecht, quien nos entrega en este libro una magnífica reflexión al respecto, ha sido de los pocos que, a contracorriente, han confesado su afición por mirar los deportes, y al mismo tiempo ha querido reflexionar críticamente sobre ellos, con todo el poder de su gran erudición y capacidad analítica.

    El siglo XX continuó la tradición moderna de separación de la mente y el cuerpo, y de reducción de lo espiritual a mecanicismos de diversa índole. Los tratamientos externalistas, descritos líneas arriba, así lo atestiguan, pero la pregunta que nunca han podido contestar es: ¿y en dónde está el chiste del deporte? Siempre me ha asombrado que muchos transeúntes que pasan por una cancha de futbol o de algún otro deporte, sin tener la menor idea de quién está jugando, se detienen a mirar. Sin duda el deporte tiene mucho de circo para el pueblo, pero —sin menospreciar al circo— no es un espectáculo circense. El apasionamiento que produce no está en un mero afán de novedades, o en una diversidad de impresiones fuertes que distraen y divierten. En la diversión o en la mera experiencia placentera, el objeto que provoca tal situación puede ser reemplazado sin mayor problema. Sin duda, reducir la complejidad del entramado de sentimientos, emociones, intereses, que genera un mundial de futbol, el Tour de France, la temporada del beisbol, el esfuerzo del alpinista o el del maratonista por conquistar la meta, a mera diversión, es quedarse demasiado cortos de mira.

    El deporte ha sido abordado en su reflexión desde muchos ángulos y se ha entendido principalmente de tres maneras: como ejercicio físico que puede practicar cualquier persona con el principal objetivo, aunque no el único, de cuidar su salud;¹ en segundo lugar, como actividad corporal lúdica encaminada al esparcimiento y disfrute de los que lo practican; en tercer lugar, como práctica competitiva de alto rendimiento que se convierte en espectáculo y en un tópico dramático de la vida social.

    Aunque en el presente libro se le da más peso a esto último, los otros aspectos los encontrará el lector en varios trabajos, especialmente la reflexión acerca de las prácticas de ejercicio corporal, pues finalmente el deporte-espectáculo moderno entreteje aspectos milenarios del ejercicio corporal encaminado a diversos fines y al disfrute lúdico de ello.

    En la invitación hecha a los diversos colaboradores se presentaron como guía las seis características que John Hargreaves² atribuyó al deporte como hoy lo conocemos, y que en esta introducción procederé a comentar:

    Es un juego

    Es una actividad que ha sido formalizada y gobernada por códigos y estatutos muy refinados

    Lo incierto de su resultado le hace crear una creciente tensión que lleva a una intensidad emocional única

    Provee de drama y se vuelve un tópico de la vida pública

    Pone énfasis en ciertos sentimientos que se considera tienen especial relevancia, y por ello configura un mundo simbólico, valoral y ritual.

    Exalta al cuerpo, el cual es el núcleo de la actividad deportiva.

    1. EL DEPORTE ES UN JUEGO

    Si se concede el carácter lúdico del deporte, entonces se tendrá que aceptar que sus explicaciones externalistas o funcionalistas, a pesar de que presentan muchos aspectos que sin duda son ciertos, no son suficientes para explicar el deporte moderno. Es verdad que del juego al deporte hay aún una gran distancia, pues la mayoría de los juegos no son deportes. Los seres humanos siempre hemos jugado de diversas maneras en diferentes culturas, mientras que el deporte moderno es algo que está ligado a la sociedad moderna occidental. Sin embargo, el deporte sigue siendo un juego, y por ello, aunque refleja más el juego del adulto de cierta cultura, conservará siempre el recuerdo del tiempo mágico de la niñez.

    El juego, además, nos abre la dimensión estética de la experiencia, esto es, considerar a la experiencia como fin y no como simple medio para advertir lo que daña o acrecienta la vida. También mucho de la reflexión del juego, sobre todo psicológica, ha sido dominada por los funcionalistas. El juego humano pudiera tener su origen en el juego animal, el cual parece no ser más que una preparación para la vida adulta, a ejercitar las habilidades que son fundamentales en la lucha por sobrevivir. Pero aún en el juego de algunos animales se presenta una especie de derroche de energía, y de disfrute placentero, que prefigura la libertad del juego humano. El juego animal de algunos predadores parece conducir a un control fino de la bestia sobre su propio cuerpo. Se presenta ahí el fenómeno de desconectar o suspender la agresión para que la mordida no lastime, como si el animal se dijera: sólo estamos jugando.

    Es hasta el juego de los humanos en donde éste se vuelve plenamente juego, al instaurar su propio universo, su campo de sentido autónomo, lo cual se consigue a partir de la regla. Roger Caillois señaló que hay dos principios que están en la base del juego humano:³ la paidia, que es un impulso al movimiento, un gozo de la agitación corporal —correr, brincar, rodar—, lo cual tiene su origen en el juego de los animales y expresa el disfrute de experimentar, la conciencia del movimiento de la vida; el ludus, en cambio, marca con claridad la especificidad del juego humano, ya que establece una regla, la cual, como decíamos, demarca el espacio y el tiempo del juego respecto al de la vida seria, le pone una señalización al movimiento, una meta.

    En sintonía con la idea de Wittgenstein de que en el juego no podemos encontrar una definición que valiera para todos los juegos, y que por ello más bien debemos pensar en que a lo más hay parecidos de familia entre ciertos juegos, Caillois propone una admirable clasificación de estas familias en cuatro tipos de juegos.

    En primer lugar, tenemos los juegos de Agón de competencia, en los que el chiste del juego es saber quién es el más veloz, el más astuto, el más fuerte, etc. Las reglas tratan de que sea justo el resultado, en el sentido de que sean los más habilidosos quienes ganen; las influencias ajenas a dichas habilidades vician la competencia. Los deportes pertenecen a este tipo de juegos.

    El segundo tipo son los juegos de suerte, Alea, en los que, a diferencia de los de Agón, el jugador cuenta con lo que sea, menos con él y sus destrezas. El jugador puede usar su talismán, puede tratar de evitar la mala suerte, pero al final será completamente pasivo respecto al desenlace. En los juegos de suerte el jugador espera conocer quién es él, si es el amado y elegido por los dioses, si la suerte le favorece. Pues, como escribió Dostoievski, todo jugador que entra a un casino sabe que los apostadores tienen las probabilidades en contra. Todos, menos él.

    En tercer lugar, tenemos los juegos de simulación, Mimicry, que caracterizan al juego infantil, y que para algunos representan la esencia del juego. Jugar a las muñecas, a la escuelita, a los monstruos, expresan la capacidad de simbolización del niño. Son concomitantes a la adquisición del lenguaje que emplea signos convencionales para trasmitir un significado, y por ello le enseñan al niño la magia de poder transfigurar la realidad.

    Por último, tenemos los juegos de vértigo, Ilinx, que expresan el gusto de transgredir las reglas ordinarias y llegar al extremo. Dar vueltas hasta marearse, romper platos o vidrios, jugar a la ruleta rusa, no son juegos en el sentido en que lo son los otros, pero (SINO QUE) también expresan una separación de la vida seria y productiva.

    Johan Huizinga⁴ hizo una contribución fundamental a la teoría de los juegos, al mostrar cómo el juego no es una actividad infantil y sin mayor importancia, sino un componente esencial en las culturas humanas. Caillois profundizó esta línea de reflexión al mostrar que los tipos de juego se pueden combinar en las culturas. En el caso del deporte hay una combinación entre el Agón y la Mimicry. Esta combinación le parece a Caillois natural ya que toda competencia es de suyo un espectáculo. Estamos tan acostumbrados a esto, que nos parece normal que los competidores salgan a la cancha disfrazados. La simulación está en la base de los espectáculos dramáticos y escénicos. Y el deporte es una puesta en escena en la que los deportistas representan un personaje que se identifica con ellos mismos en cuanto deportistas. Nadia Comaneci, Maria Sharapova, Pelé o Lebron James, son ellos mismos, mas no en cuanto personajes de su vida diaria. Pero el público también participa, porque se trata de una suerte de ritual, por lo que el aficionado también se disfraza, se pinta la cara, se pinta el cuerpo, se pone la camisa de Messi, canta y baila, se quita la camisa si su equipo anota gol.

    También para Caillois hay una combinación natural entre el vértigo y los juegos de suerte, pensemos por ejemplo en un jugador empedernido, como Dostoievski, después de haber apostado una fuerte cantidad, y presenciar helado el movimiento de la ruleta.

    La combinación que parece forzada y antinatural es la del Agón con la Alea. Caillois señala la paradoja de que en el capitalismo se fomenten los juegos de azar, en los que se puede ganar muchísimo dinero en un golpe de suerte. Lo que un trabajador no podría reunir con el salario ganado en toda su vida laboral, por más que se esforzase en ahorrar lo más posible, lo podría ganar en algún tipo de lotería. Paradójico es también que en el deporte-espectáculo se combinen naturalmente el Agón y la Mimicry, pero también va a aparecer la Alea, y ésta se les unirá casi indisociablemente, como explicaré un poco más adelante.

    2. ES UNA ACTIVIDAD PROFUSAMENTE REGLAMENTADA

    Bernard Suits, un espléndido pensador que se ha ocupado tanto del juego como del deporte, destaca el papel fundamental de las reglas. En términos de Caillois, diríamos que Suits profundiza el ludus. Para Suits hay una actitud del jugador como jugador que Suits llama lúdica (lusory), la cual consiste en aceptar unas reglas ajenas a la vida diaria. En un juego hay un fin, unos medios para llegar al fin, las reglas y la actitud lúdica. En el fin o meta hay que distinguir lo que Suits llama pre-lúdico de lo lúdico. El primero apunta a aquellos estados de cosas que el jugador puede querer, pero que podrían realizarse a través de ese juego, o de cualquier otra actividad. El fin lúdico se fija únicamente a través de los medios específicos que las reglas van a establecer, los cuáles no son tan eficientes como los que se emplean en la vida diaria. Suits pone el ejemplo de un boxeador que quisiera vapulear a su odiado rival, pero que lo hiciera disparándole en la cabeza, o mordiéndole la oreja, en cuyo caso el juego se cancelaría.

    Jugar un juego es el intento de alcanzar un específico estado de cosas (meta pre-lúdica) usando únicamente los medios permitidos por las reglas (medios lúdicos), en donde las reglas prohíben el uso de medios más eficientes en favor de medios menos eficientes (reglas constitutivas), y en donde tales reglas son aceptadas solamente porque ellas hacen posible tal actividad (actitud lúdica). También ofrezco la siguiente, no tan precisa, pero más fundamental, versión de la definición mencionada arriba: jugar un juego es el intento voluntario de vencer obstáculos innecesarios.

    Son estas reglas constitutivas las que separan al juego-espectáculo de los criterios productivos y eficientes de la vida diaria, aunque no logran crear una autonomía completa respecto a ésta, pues no siempre tendremos al participante del juego como alguien que acepte completamente las reglas del mismo. De aquí viene el tema del fair play, y la distinción que hacía Caillois entre el tramposo y el aguafiestas (el spoiler, el que arruina la ilusión del juego). Es paradójico que se pueda hacer trampa, ya que el tramposo acepta que las reglas son importantes y que quiere jugar, pero las viola para conseguir el fin lúdico. Pensemos en la mano de Dios de Maradona. Él quiso hacer creer que estaba pegando al balón con la cabeza, pues si se detectaba la mano, la jugada se declararía nula, es decir, que no existió, porque, según la regla, no sería un golpe válido. Notemos que en el ajedrez se puede hacer trampa o bien se puede dar una jugada ilegal, pero si está jugando una computadora esta situación no se puede dar, pues la máquina no acepta que tal jugada existió, no es una jugada permitida. Maradona fue un tramposo, pero conservó el objetivo del fin lúdico: meter gol. El aguafiestas, en cambio, es el que les dice a los demás jugadores que las reglas del juego son una estupidez, que lo que importa son los objetivos de la vida diaria, lo que Suits llama pre-lúdico. La Junta Militar Argentina que al parecer sobornó a varios jugadores de Perú en el mundial de 1978, los jugadores que han recibido dinero de los apostadores para perder, como los Medias Blancas de Chicago de 1919, no están intentando el objetivo lúdico, lo que quieren es el dinero o el poder, y el juego-deporte es un medio solamente, como podría ser cualquier otro.

    Por ello, deben distinguirse casos como el de Lance Amstrong, que se dopó para ganar el Tour de France, y el jugador que quiere destacar en el deporte para poder comprar cocaína. Mientras el primero es un tramposo, el segundo un aguafiestas, ya que nos viene a decir que finalmente el juego es una simple ilusión de poca monta.

    3. INCERTIDUMBRE Y TENSIÓN EMOCIONAL

    En todo juego el resultado debe ser incierto, en el deporte profesional éste es el elemento esencial que lleva al espectador, y sobre todo al aficionado, a un determinado deportista o equipo, a vivir una tensión emocional única. Gumbrecht cita al nadador Pablo Morales para describir la vivencia del aficionado y del competidor de sentirse perdido en una intensa atención-concentración (To be lost in focus intensity).⁶ Para el aficionado, el deporte que presencia se vuelve un juego de Alea, de modo que vive esa sensación de esperar, en el filo de la navaja, dónde se va a inclinar la suerte. El deportista compite, pone su concentración completa en sus destrezas físicas, en reaccionar de manera oportuna. El espectador que lleva la camiseta de su ídolo, y por tanto participa del juego de la Mimicry del carnaval y la máscara, se transforma en ese espectador-jugador pasivo que espera a conocer el veredicto de los dioses, y espera vivir el acontecimiento agraciado —que no siempre se presenta y que en algunos casos casi nunca se da—de ganar el campeonato, aunque, por supuesto, se presenten las victorias parciales. En el futbol, por ejemplo, es tan difícil meter un gol que el grito estalla celebrando que se haya producido.

    Si uno de los deportes modernos principales es el futbol, y éste surge con fuerza relacionado con la condición de los obreros a principios del siglo XX, debemos entender que, para el obrero, frente a tal trabajo rutinario y desgaste de su cuerpo en la sórdida repetición, el domingo, el tiempo libre, la ocasión de ir a la cancha, le permiten situarse fuera del tiempo productivo, en el que nada pasa propiamente, y el partido de futbol se vuelve la posibilidad de que acontezca algo significativo.

    ¿Por qué atraen los juegos de Alea? ¿Qué se busca en ellos? Como señalé, el jugador que entra en un casino sabe que la gente tiene las posibilidades en contra, pero piensa que tal vez él no sea la gente, toda vez que él podría tener una cualidad que, de alguna manera, considera merecer; aunque no se haya esforzado por la práctica corporal o la disciplina: tal vez él tiene suerte. El tema es que el jugador es pasivo, cuenta con su pata de conejo, con su corbata de dragón, con su pelo largo, con todo, menos propiamente con él. El deporte nos va a llevar al mundo de la reflexión simbólica del destino, entendiendo por ello el conjunto de circunstancias involuntarias que, sin embargo, forman parte de lo que somos. Y si bien el equipo se ha preparado largamente, el boxeador ha demostrado ser el mejor; con todo, el rival cuenta, y el resultado no puede ser predicho con certeza. Por ello, el deportista también invoca a los dioses, y en muchos casos no se jacta soberbio del triunfo, sino llora humildemente, agradeciendo el suceso agraciado, porque lo experimenta como gratuito, como un favor, como un merecimiento inmerecido. El jugador soberbio dirá que estaba seguro de que él era el mejor, y el aficionado ostentoso también se jactará de haberlo predicho con seguridad.

    No obstante, esta transformación del deporte-espectáculo en un juego de azar lo vuelve el terreno fértil de las casas de apuesta. Es curioso el caso de México, en donde mucho tiempo estuvo prohibido el juego de apuesta,⁷ por considerarse que tenía un efecto perverso en el pueblo ignorante, y hoy en la trasmisión de espectáculos deportivos, abiertamente se acepta el patrocinio de las casas de apuesta. El mundial de Rusia fue el clímax de ello. En cada partido, no solamente al inicio, sino en cualquier situación posterior, se le decía al televidente el momio para que apostara, logrando que se cambiara la afición al deporte en la especulación por el dinero.⁸ En los Estados Unidos, donde las casas de apuesta proliferan en muchos lugares, no se da tal contaminación en la televisión, ya que puede haber espectadores niños y adolescentes, quienes no tienen permitido entrar al Booking.⁹ La transformación del espectáculo deportivo en un casino lleva a la destrucción del carácter interno del deporte

    4. UN TÓPICO DE LA VIDA PÚBLICA

    Ya mencioné que en el trabajo rutinario de la gran mayoría no pasa nada. Es el tiempo productivo que no se puede perder. El deporte-espectáculo en cambio, crea su propia secuencia temporal y se vuelve un suceso de la vida ordinaria. No es igual al tiempo productivo, pero se inserta en las noticias de la vida diaria, y logra volverse una sección especializada del diario de circulación nacional. Para ello, el deporte debe encontrar su esquema de repetición. Se instaura la temporada, la liga, la Champions, el Giro d’Italia, Wimbledon, la copa mundial, la olimpiada. Para que esto sea posible se necesita de la institución deportiva que regule y establezca los récords.

    De esta suerte, llevar la hazaña a un número, cuantificar el suceso, es algo que no tuvo ningún sentido en las olimpiadas griegas, mientras que es algo fundamental en el deporte moderno. Cuantificar es poner unas cosas en relación unas con otras, a diferencia de lo que hacemos en la vida diaria, es decir, poner las cosas en relación a nuestros intereses. La cuantificación permite que comparemos unos sucesos con otros, y así se crea una historia deportiva, con un cierto sentido de un tiempo no lineal, ya que el suceso deportivo se vuelve periódico, por ello, la historia deportiva se vuelve también una cierta narración mítica para los aficionados. En el récord conviven Pelé y Maradona, Fittipaldi y Hamilton, Bjon Borg, Peter Sampras y Nadal. Es un tiempo especial: si bien no es estrictamente cíclico, está más cerca de él que del tiempo lineal del progreso, en el que el pasado queda cada vez más lejos. La afición a un equipo se vuelve parte de la identidad y de la manera en la que el aficionado narra su vida. No es una guerra que ya se libró para siempre, es un campeonato que se estuvo cerca de ganar, y que quizás el próximo año, o en los siguientes, se pueda conseguir. Los aficionados mueren como individuos, pero los campeonatos del Barcelona, Boca Juniors, las orejonas que ganó el Madrid, o los Súper Bowls de Pittsburgh, siguen. Al volverse un tópico público, los héroes deportivos y sus grandes hazañas se quedan siempre en las conversaciones de las cantinas, en los especiales de los canales deportivos, en las narraciones de las olimpiadas y mundiales.

    5. UN MUNDO SIMBÓLICO PROPIO

    El tiempo cíclico del acontecimiento deportivo se vuelve un ritual. El deporte configura un mundo simbólico propio, que, como señala Gumbrecht, permite un re-encantamiento del mundo moderno. El deporte genera cohesión social y sentido de pertenencia, y en gran medida se vuelve una religión sin Dios, tal como Pierre de Coubertin pensó el olimpismo, aunque después se transformase en una forma de humanismo internacional.¹⁰

    Los espectadores asisten a un estadio que espacialmente constituye el espacio ligado a la vida ordinaria, pero, separado de ella, realiza la misma función que hace el templo. Los asistentes a un partido de su equipo en otra ciudad, o en la Copa del Mundo, hacen algo muy semejante a una peregrinación. Conservan la pelota del cuadrangular del record, el autógrafo o los más afortunados la camiseta de su dios; son las reliquias que también hoy están sujetas al comercio y a la falsificación. Hoy se puede uno tomar una selfie al lado de alguna estrella, para apresar la singularidad del momento lleno de gracia, que ahora se vuelve intemporal. Ya mencionamos la repetición cíclica, que al igual que la liturgia, permite la convivencia de los presentes y los ausentes. También están los tatuajes, que son los votos perpetuos de fidelidad al equipo de los amores, aunque después cometa uno blasfemia y abjure a consecuencia del olvido de los dioses. Cuando las fuerzas del mal se desatan, los ídolos también caen y se corrompen, y serán necesarios nuevos conjuros y fiestas expiatorias para poder recuperar el encanto. Existen las conversiones inimaginables, el aficionado puede girar en su afición hacia el archi-enemigo, ante el estupor y vergüenza de sus antiguos correligionarios.

    Ni qué decir que el deporte se vuelve símbolo nacional. La rivalidad Barcelona- Real Madrid va más allá de lo que es la rivalidad Boca-River. En la Copa del Mundo se cantan los himnos nacionales de cada país con las respectivas banderas, algunos presidentes llegan a ir a la competencia, que paradójicamente es organizada y presidida por una organización comercial transnacional. En las prioridades de los gobiernos se introduce el deporte de alto rendimiento, pues llega a ser casi el único símbolo que es aceptado por la gran mayoría de connacionales.

    6. EXALTA AL CUERPO EL NúCLEO DE LA ACTIVIDAD DEPORTIVA

    Y finalmente tenemos al cuerpo, el protagonista central del deporte. Si bien en su origen la palabra deporte tenía el sentido de lo que se hace por placer,¹¹ por ocio, en el deporte moderno se llega a identificar con la práctica corporal. En el capitalismo tardío, prácticamente todo se vuelve medio, se racionaliza completamente la acción, al grado de que el cuerpo prácticamente desaparece. Pensemos en los índices accionarios, que por la diferencia de horarios casi están presentes sin interrupción; los números y signos se suceden sin que ello nos remita en lo más mínimo a los cuerpos humanos. Pensemos en el uso de los celulares. Las personas pasan al lado de alguien y no lo saludan porque vienen absortos en la presencia digital. Internet es la plétora de datos sin que aparezca propiamente el cuerpo, ni siquiera en la pornografía.

    El corredor, la gimnasta, el que se ejercita en el gym, juega tenis o practica el montañismo, deben ejercitar su cuerpo, deben hacer frente a las adversidades de lesiones y fatigas, deben habérselas con el dolor, con su dolor. Y aunque para los apostadores el cuerpo vuelve a transformarse en números, el aficionado que va al estadio paga un precio muy alto por poder estar ahí, debe sufrir el calvario de transportarse al estadio, y sobre todo regresar después; pero el aficionado compra su boleto incluso en la reventa, porque, aunque sea más cómodo verlo en casa, nada se compara a la emoción del momento en el que los jugadores salen a la cancha, a la emoción de ver la ejecución corporal de Yelena Isinbáyeva, ver a Pelé cabecear, a Rafa Nadal sacrificar su cuerpo, o escuchar los gritos de Sharapova. Porque tampoco nada se compara con la emoción de llegar a la cima, a la meta del triatlón, a pegar un triple o el servicio as. Porque el cuerpo es mortal y por eso el tiempo se vuelve el espacio del acontecimiento, porque, de hecho, envejecemos. En la vida seria, en la cotidianidad, el presente temporal, señaló Heidegger, discurre desde lo que ha sido, por ello el presente no sorprende, ni acontece nada. No voy a entrar en la discusión de si los toros son un deporte o no, ni si son una abominación que debería prohibirse, pero las palabras de Agustín Lara dedicadas a Silverio Pérez resumen para mí lo que quiero decir: Y no cambio la gloria, por mi barrera de sol.

    II. El contenido del libro

    El conjunto de los trabajos se ha dividido en dos grandes secciones: en la primera se analiza el deporte como una práctica corporal y en la segunda se examina el deporte principalmente como un espectáculo.

    El ensayo inicial de Hans Ulrich Gumbrecht: ¿La atracción restringida por la ‘ética’? Cómo los eventos atléticos atraen a sus espectadores, se ha colocado con anterioridad a las dos grandes secciones, ya que presenta las ideas centrales que dieron origen al proyecto. Gumbrecht señala cómo los teóricos del deporte que lo criticaron, así como los que recientemente lo han querido defender, no se han preguntado por la razón de la atracción que ejerce éste en los aficionados, y han hecho reflexiones éticas sobre él sin explorar su dimensión estética. Gumbrecht muestra la conexión que en la modernidad tardía ha adquirido lo estético con lo religioso, y muestra el papel del cuerpo y de la colectividad de cuerpos presentes en el significado de la fascinación por el deporte.

    La primera sección dedicada a la consideración del deporte como disciplina, ejercicio o práctica corporal, nos lleva a una reflexión más amplia que la de nuestra situación cultural contemporánea. Partimos de la idea de práctica de Sloterdijk, quien, al presentar el concepto de antropotécnica, aquellas prácticas que nos van configurando como seres humanos, señala: "Defino como ejercicio cualquier operación mediante la cual se obtiene o se mejora la cualificación del que actúa para la siguiente ejecución de la misma operación, independientemente de que se declare a ésta como un ejercicio."¹²

    El trabajo de Javier Martínez Villaroya: Correr en círculos. Las carreras de larga distancia y el origen de la filosofía, es una honda reflexión sobre el significado antropológico de la práctica de correr. Con gran erudición analiza el significado que se le atribuyó a las carreras de larga distancia en la cultura griega clásica, pero su trabajo va mucho más allá de dicho contexto: ¿por qué desde niños nos gusta correr? ¿por qué hay culturas como la raramuri que le dan un gran significado a correr? Si algo implica la carrera de larga distancia es la perseverancia, y esto es fundamental en la tarea humanizadora de la cultura.

    Del correr pasamos al caminar, aunque ahora la reflexión no es sobre su significado en distintas culturas sino en especial en la práctica corporal de Sigmund Freud, que estuvo íntimamente ligada a su práctica intelectual. Gibrán Larrauri, en Aproximaciones al caminar de Freud, realiza un análisis acucioso de por qué caminar se ha practicado no sólo en razón de sus beneficios para la salud o para adelgazar, sino para pensar. El desarrollo de las ideas es una ruta que se marcha, pero las ideas también se adquieren a través de los pies, al caminar.

    Una tercera práctica, que sí podemos llamar propiamente deportiva, es la del montañismo. Adrián Gómez Farías, en Alpinismo y Mística, la trata de pensar filosóficamente como deporte que entraña conductas de riesgo físico y/o de extrema pasión en la práctica contemporánea del deporte, en este caso de atracción a la montaña. Gómez Farías piensa esta práctica desde la tradición fenomenológica de la corporalidad, con especial atención en la posibilitación que se da de cierto tipo de experiencia mística, vivencia de lo sagrado, de lo otro, o del éxtasis.

    La reflexión sobre práctica corporal, deporte competencia y espiritualidad se continua en el trabajo de Oscar Mendiola: El código de valores en las artes marciales. Mendiola analiza las artes marciales en Oriente, y expone cómo casi la mayoría de ciertos valores se han perdido por completo en la mera práctica deportiva, por ejemplo, del Tae Kwan Do, disciplina que constituye la especialidad de Mendiola.

    En esta misma línea sobre cómo se pueden repetir ciertas rutinas corporales pero con significado completamente diferente, encontramos el artículo de Fernando Aurelio López Hernández: "El Yoga: de la espiritualidad al fitness". Es tal el vaciamiento del sentido espiritual, en la práctica contemporánea del Yoga comercializada a granel, que incluso podríamos preguntar si se trata de la misma práctica corporal.

    Para pensar la práctica del ejercicio físico moderno, Genevieve Galán en "Mens sana in corpore sano" nos hace ver lo importante de reflexionar en torno a los cambios en las representaciones del cuerpo, ya que todo cambio en la representación trae implícito, también, un cambio en las prácticas. La especialista en historia del cuerpo pregunta: ¿Cuándo comenzamos a valorar el ejercicio físico (actividad repetitiva, planificada y estructurada) como algo benéfico en sí mismo, óptimo para el bienestar corporal y social? ¿Por qué en los colegios se comenzó a dedicarle tiempo al ejercicio físico hasta convertirlo en una asignatura más del currículo escolar? ¿Qué vínculo mantiene el ejercicio físico con la moral, la higiene pública y la disciplina corporal? ¿Qué cambios en la forma de pensar el cuerpo y su funcionamiento contribuyeron progresivamente a partir del siglo XIX a convertir el deporte amateur y el ejercicio físico en una exigencia, un derecho y en un incuestionable bien individual y social?

    Otro importante estudio histórico de la transformación de prácticas corporales, pero ahora en el contexto del deporte de la gimnasia olímpica, nos lo ofrece Diana Plaza: De bailarinas a acróbatas: ética, estética y política en la gimnasia artística femenina (1956-2016). Diana, gimnasta olímpica y profesora de Ciencia Política, estudia el papel que jugó el sistema soviético deportivo como madre de la gimnasia moderna, el cual se construye desde un punto de vista ético, estético y político desde 1917 hasta 1956, para trazar desde esas tres vertientes las modificaciones al reglamento que acaecen en la gimnasia mundial en los últimos veinte años y sus consecuencias directas en el deporte en cuestión. Variaciones deportivas que reflejan los cambios del orden geopolítico mundial y muestran a los vencedores en forma de medallas olímpicas.

    Daniela Pérez Michel y Covadonga Soto en Género y deporte, nos ofrecen un análisis histórico del creciente, aunque aún marginal, papel de la mujer en el deporte. Las autoras señalan cómo el deporte femenino se sigue viviendo y pensando como una práctica incompleta del deporte masculino. Desde la educación física, los permisos para tomar parte en competencias deportivas, las organizaciones deportivas, hasta la brecha salarial, todo nos muestra el machismo profundo del deporte moderno.

    El último trabajo de esta sección nos pone en la frontera entre el deporte y la práctica lúdica. Fernando Auciello, filósofo del juego, señala en su trabajo cómo el juego es el fenómeno fundamental de la existencia humana que permite iluminar el sentido del deporte. El carácter lúdico del deporte es el criterio normativo de la práctica deportiva. Auciello trabaja también el tema de la relación entre deporte-educación física y deporte-juego, a través de la comparación del pensamiento de Enrique Romero Brest (fundador de la enseñanza de la Educación Física en Argentina) y Johan Huizinga. El deporte añade siempre al juego el movimiento y el cuerpo.

    DEL JUEGO AL ESPECTÁCULO

    Con los trabajos finales de la primera sección ya hemos cruzado la frontera hacia el deporte-espectáculo. En la primera sección la categoría central es la del cuerpo, en la segunda es la del deporte profesional espectáculo, pero el asunto es qué papel sigue jugando aún el juego. ¿Cómo es que pasamos del juego al deporte? ¿Se puede aún entender el deporte como juego?

    Francisco Castro nos ofrece un análisis de la conexión intrínseca entre el juego y el azar, la cual será fundamental en el desarrollo del deporte-espectáculo. Castro alude a la universalidad de la pregunta sobre la necesidad y el azar. ¿Es nuestra vida una suma de contingencias o bien es una cadena de sucesos determinados? Pero el punto central es por qué en el deporte nos entregamos a la contemplación de sucesos que parecen tanto resultado del virtuosismo del deportista como de la mala o buena fortuna.

    Esta misma línea de reflexión la encontramos en el trabajo: Al final sólo queda la frialdad de los números: el beisbol, la actualidad y posibilidad de lo real. En este texto, de mi autoría, se profundiza en la transformación que sufre el deporte en el espectador, de ser un juego de competencia (Agón) a volverse uno de suerte (Alea). La idea central es que en el beisbol, como en el ajedrez, es más importante lo que puede pasar que lo que efectivamente pasa. El juego abre una constelación de posibilidades, que en la estadística final parece que nunca habría existido.

    Después tenemos dos magníficas reflexiones sobre el dolor corporal en el deporte. Ambos trabajos podrían estar también en la primera sección, ya que el dolor corporal se vuelve práctica para soportarlo, y espectáculo. "En la tierra de los ciegos al dolor: descifrando el deporte del rugby, Paula Arizmendi, especialista en el tema del dolor y del mal en una cultura en la que Dios está muerto (Algodicea), nos ofrece una aguda reflexión al respecto. Arizmendi explica el enorme riesgo que lleva la práctica de este deporte de sufrir una lesión de por vida, por ello se pregunta: ¿por qué se sigue jugando rugby? ¿Qué hace al jugador desdeñar de tal manera el dolor, la violencia, las posibles lesiones, para seguir jugando un deporte que algunos caracterizan como honorable"? ¿En dónde radica tal honor? ¿Qué hay de fascinante en el rugby que termina por ser lo más importante, más que los dientes en su lugar, más que caminar, más que la salud?

    Priscila Requião Lessa, André Mendes Capraro y Marcelo Moraes e Silva nos ofrecen un erudito estudio del dolor en el Tour de France, la importantísima competencia internacional, considerada por algunos la tercera más importante, después del Campeonato Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos. Los autores brasileños nos abrirán a la realidad del esfuerzo y del dolor sin límites que una competencia

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