UNO PUDIERA PENSAR QUE UN ENTRENADOR campeón del mundo dispone de forma vitalicia, como los expresidentes del Gobierno, de algo así como un gabinete, con despacho y asistente, que le ayude por ejemplo a lidiar con los medios de comunicación, tan voraces cuando se aproximan citas como el Mundial de Catar. No es el caso de Vicente del Bosque (Salamanca, 1950). La vía para entrevistarle es conseguir su móvil y pedírselo directamente, y aprovechar, además, que le cuesta decir que no: por ayudar, dice, y porque parece sentir–esto no lo dice él–algo así como una especie de responsabilidad para compartir con la sociedad tanto logro cosechado. Eso sí, que nadie espere ni en esta ni en otras entrevistas pronunciamientos sobre nombres propios, alineaciones ideales o consejos a Luis Enrique una de las obsesiones de Del Bosque es no convertirse en “un mal ex”, según sus propias palabras, y esto, volvemos al principio, también le aleja de algunos expresidentes.
Vicente del Bosque no necesita presentación. Es, ni