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Entre el bien y el mal
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Entre el bien y el mal
Libro electrónico962 páginas16 horas

Entre el bien y el mal

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Cuando Nathan Collins viajó a Nueva York, lo hizo con la convicción de que triunfaría como hombre y profesional. Sin embargo, su puesto como inspector pende de un hilo y su vida sentimental se acaba. Si no admite que necesita ayuda, y acepta la colaboración de Carmen Ramírez, no podrá cerrar el caso Imperio ni encontrar la felicidad que tanto ansía al lado de la mujer de la que está enamorado en secreto.

El inesperado regreso del narco Lyam Wells a Manhattan, supone el comienzo de una nueva era al lado del sanguinario Alexander Dücrov con el que debe aliarse para poder escapar con los bolsillos lo suficientemente llenos como para labrarse un futuro en el que se asegure una vida lejos de prisión o de una muerte segura. Sus planes empiezan a tambalearse cuando conoce a Kayla Hart, una mujer con las ideas muy claras y una personalidad desbordante. Será su carisma, su valentía y su arrojo los que comprometerán los planes del narco, a no ser que sean unos sentimientos más primarios los que le lleven a replantearse su futuro.

Nathan Collins y Lyam Wells son enemigos, son el bien y el mal. Dos hombres dispuestos a todo por conseguir lo que quieren trabajando en bandos contrarios sin saber que sus vidas no son tan diferentes, que comparten problemas, miedos y sentimientos. Adéntrate en las calles de Manhattan y descubre sus historias, solo así podrás saber de qué lado estás.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 may 2023
ISBN9788419545411
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    Entre el bien y el mal - Erica C

    Nota del autor

    Una historia narrada desde el punto de vista de dos hombres que si bien no se conocen y aparentemente no tienen nada en común comparten mucho más de lo que creen. Una disputa familiar los alejó de sus casas, una traición amorosa endureció su corazón. Ahora, lejos de sus vidas pasadas ambos intentan rehacer su vida por caminos diferentes entre el bien y el mal.

    Una historia abierta a todos los géneros literarios. Una novela negra ambientada en las calles de Manhattan. Una gesta policial en contra de la alianza de dos narcos dispuestos a cubrir la ciudad con el polvo blanco que los hará millonarios. Una trama de corrupción en la que el más inocente es el peor de los verdugos.

    Una fantasía erótica en la que el sexo jugará una baza ganadora, con la prostitución de lujo como anfitriona. Un club, una proxeneta, mujeres hermosas y hombres dispuestos a dilapidar su fortuna por unos minutos de placer.

    Un testimonio ficticio adaptado a la realidad que se vive en las calles. Una crónica entre el drama y lo social adulterado por el influjo de las mafias y su poder. Prostitución, drogadicción, secuestros y asesinatos reunidos en una trama en la que todo tiene cabida.

    Un romance épico en el que el amor será la única razón para sobrevivir. Dos mujeres, dos historias marcadas por la violencia y un futuro incierto al lado de dos hombres que rigen su vida bajo el dolor de una traición.

    Prólogo

    Austin, Texas

    Cargo la última maleta y cierro el maletero del viejo Chevrolet. Adivino la silueta de mi padre tras la cortina del salón. Se ha negado a despedirse de mí. No puedo creer que vaya a dejar mi casa sin haber logrado que mi padre comprendiera mi situación. Necesito vivir mi vida, seguir adelante. Nunca aceptará que haya dejado la empresa familiar para ser policía en la ciudad de Nueva York. Observo a mi madre apoyada en la desvencijada cerca de madera. Lleva una cesta en las manos, intuyo la comida casera protegida por uno de los paños de la cocina.

    ―Mamá, deja de llorar ―le suplico―. Te llamaré todos los días y vendré a verte en cuanto el trabajo me lo permita. No discutas con papá y cuídalo mucho. Asegúrate de que se toma la medicación y no dudes en llamarme si sucede cualquier cosa. Cogeré el primer el vuelo si es necesario.

    ―Ten mucho cuidado, Nathan y prométeme que no te meterás en líos en Nueva York.

    Despedirme de mi madre está siendo muy doloroso, aunque lo que realmente me está destrozando es que mi padre se niegue a despedirse de mí. No quiero irme sin que me dé uno de sus abrazos, no conociendo su estado de su salud. Hace dos veranos que sufrió un infarto y desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Lo encuentro sentado frente a la chimenea removiendo las ascuas. Sabe que estoy junto a él, se niega a mirarme. Hace años, cuando yo ni siquiera había nacido, mi abuelo fundó una empresa de vigilancia. Mi padre y mi tía la heredaron haciéndola crecer, labrando un futuro para nosotros. Mis primos aceptaron seguir adelante con el legado, yo no. Defraudé a mí familia marchándome a la academia y perdí a mi padre al aceptar un trabajo tan lejos de casa. Igualmente, me niego a marcharme sin despedirme de él.

    ―Debes irte ya si no quieres defraudar también a tus jefes―espeta sin tan siquiera mirarme.

    ―Papá, por favor… sé que no vas a aceptar mi decisión porque te preocupa el futuro de la empresa. Lo haces en vano porque mi intención es regresar antes de que te jubiles, necesito hacer esto porque quiero crecer como hombre y aprender a sobrevivir sin vosotros.

    ―Has tomado una decisión sin tener en cuenta las necesidades de la familia. Nos abandonas porque eres un egoísta. Me has fallado, Nathan. Y has mancillado la memoria de tu abuelo.

    ―Siento mucho que pienses así, pero soy tu hijo y deberías apoyarme. Voy a vivir mi vida como tú has vivido la tuya. Adiós, papá. Cuídate mucho.

    Conduzco sin intención de detenerme. No quiero despedirme de nadie más, no es necesario sembrar más sufrimiento. Apenas me separan unos metros del cartel que delimita la entrada a Austin para ser libre, para cumplir mi sueño y empezar mi propia vida. La camioneta roja de Annie atraviesa la carretera impidiéndome que siga con mi camino. Ese maldito trasto ha sido testigo de nuestro primer beso, también de nuestra primera vez. Jamás olvidaré aquella noche. Annie era la mujer perfecta y se había fijado en mí, aunque no tenía nada que ofrecerle. Tras recibir mi título; mis compañeros y yo decidimos salir a celebrarlo. Un cartel anunciaba el concierto de Annie en uno de los restaurantes de la zona. Desde aquella noche nos habíamos separado puntualmente, tan solo por sus conciertos. Annie era una famosa cantante de country y su carrera estaba en lo más alto.

    ―¿Ibas a marcharte sin despedirte de mí? ―me increpa antes de bajarme del coche.

    ―Me dijiste que no querías volver a verme.

    ―También te pedí que te quedaras―contesta contraatacando.

    ―Y yo que vinieras conmigo. ―Detengo la discusión antes de que uno de los dos perdamos los nervios―. He discutido con mi padre, no quiero hacerlo ahora contigo. No me lo pongas más difícil y aparta la camioneta.

    Apoyo mi cuerpo sobre el Chevrolet, agotado. Estos dos últimos meses los he pasado discutiendo con todo el mundo por defender mi sueño y francamente, no tengo fuerzas para continuar luchando. Lo único que quiero es marcharme y dejar que el tiempo cure las heridas. No regresaré hasta que haya cumplido mi sueño. Aunque esté solo y nadie me apoye, la decisión está tomada. He perdido a mi padre y al resto de la familia, a excepción de mi madre. Mis amigos ni siquiera se han molestado en escucharme y Annie… ella fue la primera en dejarme. En cuanto supo que estaba destinado a Nueva York me dejó. La encuentro frente a mí. Nuestros cuerpos se rozan despertando lo que nunca se ha dormido. Sus manos recorren mi pecho con suaves caricias hasta el cuello. Sus labios, sobre los míos, inician un beso. La excitación me posee hasta que la realidad me golpea en la cara.

    ―Me dejaste y no he vuelto a verte desde entonces. ¿Por qué has esperado hasta hoy para volver conmigo?

    ―No he vuelto contigo, solo quería despedirme y desearte suerte. No compliquemos las cosas con una relación a distancia, no funcionaría. Ambos lo sabemos.

    ―Entonces deja de besarme y aparta tu camioneta.

    Los Ángeles, California

    Apresuro el paso, tengo tantas ganas de verla y estrecharla entre mis brazos. Es la mujer de mi vida, hace tiempo que lo sé. No quiero pasar un día más sin estar a su lado. Ahora que hemos dejado la universidad y que mi padre me ha ofrecido formar parte de su bufete de abogados podemos dar un paso adelante en nuestra relación. La casa que he comprado en Brentwood en el Westside es perfecta para formar la familia que tanto deseamos. Aún recuerdo la primera vez que la vi. Acababa de mudarse a la casa de enfrente. Jugaba con unas Barbies de diseño en el balcón de su nuevo dormitorio. Su melena negra, ligeramente ondulada se dejaba mecer por la brisa. Pasé horas mirándola, asombrado por su belleza, aunque no era más que un niño. El primer día de clase en el instituto, Amanda se sentó a mi lado y sonrío dulcemente. Nuestra amistad creció y nos hizo inseparables hasta el baile de fin de curso donde reuní el valor que necesitaba para pedirle que bailara conmigo. Aquella misma noche, la besé y me declaré.

    He guardado la llave de nuestra casa en una pequeña caja de terciopelo rojo. Quiero que este momento sea tan especial como todos los que hemos vivido juntos. En nuestra casa, nos espera una cena con sus platos favoritos y un ramo de doce rosas rojas. Una por cada año que llevamos juntos. Tendremos una noche de ensueño, ella se merece que le haga feliz. No hay tiempo que perder. Respiro hondo, busco las llaves de su apartamento en el bolsillo de mi abrigo y hago girar el mecanismo de la cerradura. Amanda está en la cocina comiéndose una tostada con queso fresco, semidesnuda. Me excito al descubrir su cuerpo mientras ella muestra su peor rostro. Algo le preocupa. Instintivamente corro a su lado para protegerla. Las lágrimas escapan de sus ojos miel provocándome un sufrimiento inmediato. Taylor Harris atraviesa el pasillo y hace aparición en el salón abrochándose los botones de su camisa.

    ―Brian, cariño. Puedo explicártelo. Taylor solo ha venido a pasar la noche porque ha tenido problemas con…

    ―No me mientas más, Amanda. ¿Desde cuándo estáis juntos? ―pregunto sin dejar de mirarle a los ojos.

    ―Pasó sin más, has estado muy ocupado en los últimos meses y yo me sentía muy sola, Brian.

    ―¡Estaba trabajando para comprarte la casa que me habías pedido! ―le entrego la llave con rabia sabiendo que nuestra relación está acabada.

    Redirijo mi mirada hacia Taylor. Mi amistad con el más joven de los Harris terminó por una pelea absurda y fue suficiente para separarnos. Desde aquel día hemos evitado reencontrarnos, ambos conocíamos los riegos. Cierro los puños e inmediatamente, Amanda los acaricia. Quiere calmarme, pero siento tanto dolor que nada podrá detenerme. Voy a matarlo. Los brazos de Amanda me rodean intentando detenerme. Me suelto de su abrazo, no quiero que me toque, no quiero nada de ella. Necesito acabar con esto cuanto antes y largarme de aquí. Frente a Taylor e ignorando las suplicas de Amanda, lo sujeto con firmeza por el cuello de su camisa. Responde rodeando mis muñecas haciendo uso de toda su fuerza para zafarse de mi agarre. Lo logra, pero inmediatamente después lo lanzo contra el suelo con un golpe certero. Aturdido por el puñetazo con el que he golpeado su mandíbula, Taylor maldice. Ni siquiera lo entiendo, los gritos de Amanda impiden que lo escuche. Ahora que he empezado a golpearlo no puedo parar. La sangre de mis venas hierve bombeando mi corazón con fuerza. Espero a que se levante y cuando lo tengo frente a frente lo golpeo en la cara, después en la boca del estómago. Advierto la sangre en mis nudillos. Harris ha perdido el conocimiento. La cara cubierta de sangre apenas deja entrever las cicatrices y la hinchazón de sus ojos. Escucho el llanto de Amanda. Me gustaría abrazarla, consolarla y decirle que todo irá bien, sin embargo, lo que me ha hecho no puedo perdonárselo. Ni a ella ni a él.

    ―Si le dices a alguien lo que ha pasado aquí, lo mato ―amenazo antes de abandonar el apartamento.

    1

    Juego de seducción

    Provoca quien sabe, resiste quien tiene juicio.
    Desconocido

    Nathan Collins

    En las últimas semanas no he podido evitar pensar en Austin, en la vida que llevaría ahora si no hubiera sido un egoísta, si no hubiera interpuesto mis metas ante mi pareja y mi familia. Dejé a Annie y mentí a mis padres por cumplir un sueño que ahora se ha convertido en una auténtica pesadilla. ¿Habrá merecido la pena tanto dolor? ¿Tanto esfuerzo? He llegado a donde quería estar. Soy todo por lo que he peleado, sin embargo, no soy feliz. Hace tiempo que Annie ya no me recibe en su cama y mi padre tan siquiera me permite entrar en casa. Y así han pasado los años, encerrado en mi despacho, permitiendo que el tiempo pasara sin hacer visitas ni llamadas e incumpliendo todas las promesas que le hice a mi madre. ¿Y todo por qué? ¿Por un sueño absurdo? ¿Por una carrera que tan solo me ha dado quebraderos de cabeza? Supongo que ya es tarde para enmendar mis errores. Tengo lo que quería, soy el inspector de la comisaría, o al menos eso indica la placa de mi mesa. Ha llegado el momento de enfrentarme a la soledad en la que me he sumergido y centrarme en ser un buen inspector. Tengo a mi cargo muchas responsabilidades y un departamento que implica toda mi atención. Sobre todo, ahora que mis errores del pasado están haciendo que mi puesto penda de un hilo. Estoy fracasando en el caso en el que llevo años trabajando y con ello perdiendo el respeto de todos mis agentes quienes no dudan en contradecir todas mis órdenes, todos salvo ella. La mujer que me mira desde el otro lado del ventanal. Una joven apasionada, valiente e increíblemente inteligente. Carmen Ramírez es todo lo que me gusta en un agente y para que mentirnos, todo lo que me enloquece en una mujer. Formamos un gran equipo, laboralmente hablando. Mi superior, el comisario Brown, ha insistido en que trabajemos juntos en la investigación del caso White Empire¹ y no seré yo quien se niegue a desobedecer una orden. Pasar tiempo con ella se ha convertido en el único pasatiempo que me hace olvidar todo lo que me atormenta. Me vuelve loco trabajar con ella y me vuelve aún más loco disfrutar del aroma de su perfume. El caso Imperio está desbordado y la ciudad se ha convertido en puto caos. De ahora en adelante pasaré los próximos meses patrullando las calles con ella, comiendo y cenando con ella, trabajando con ella. Una dulce tortura que hará mis días más amenos y mi vida más compleja. Me niego a decir la verdad, a confesarle como me siento cuando estoy con ella. Ni siquiera sabría cómo describirlo, es algo mucho más intenso de lo que sentí con Annie, algo que no sé cómo controlar y que estoy decidido a callar. Sé que el amor y la vida en pareja no están hechas para un hombre como yo. Además, no hay más que verme. No hay más que verla a ella. Nunca pasará, está fuera de mi alcance y así debe seguir siendo. Soy el inspector de la comisaria. No puedo permitirme un escándalo amoroso ni joder todo el trabajo de estos años por una mujer que ni siquiera sabe que existo, salvo porque soy su jefe. Un jefe que debería dejar de divagar y olvidarse de todo lo que no esté relacionado con el caso Imperio. Aún tengo que encerrar a dos hombres y sacar las drogas de las calles antes de que esos dos hijos de puta acaben conmigo. He trabajado demasiado para llegar hasta aquí y no voy a permitir que un caso de narcóticos arruine mi carrera. Por eso debo volver al principio, a aquellos días en los que solo era un agente de tráfico. Manhattan nunca ha sido una ciudad fácil para un policía y aunque el crimen violento ha ido disminuyendo y su tasa de criminalidad se encuentra en las más bajas, los homicidios, robos, secuestros y violaciones siguen asolando el distrito, especialmente desde que años atrás la presencia de dos narcotraficantes enfrentados por el control del territorio incrementaron la violencia. Mi puesto de trabajo apenas me permitía ir más allá de poner unas cuantas multas y evitar atropellos, pero mi ambición me llevó a incumplir las normas. Investigué hasta la saciedad y tras meses de trabajo, logré mi propósito. Sabía dónde se escondía Lyam Wells. Después de enfrentarme a una investigación y verme obligado a acatar las órdenes y cumplir la sanción de mi expediente, mi esfuerzo se vio recompensado. Había encontrado el agujero donde se escondía uno de los mayores delincuentes de la ciudad y aquello me catapultó hacia el ascenso. Sin embargo, mi éxito se vio truncado semanas después. Nunca pude demostrarlo, a pesar de que siempre he sabido que alguien ayudó a escapar a ese hijo de puta, alguien dentro de la comisaría. Muchos de mis superiores dudaron de mí, de mis capacidades y de mi osadía. Aseguraron que mi falta de experiencia, juventud y ambición me habían llevado a cometer un error y tenían razón. Alguien de esta comisaría me traicionó, permití que me traicionase y tarde o temprano descubriré quien es. Pasé aquellos días entre despachos e interrogatorios. Insistí en seguir adelante con el caso y llegar hasta el final para descubrir la verdad. Todo cuanto pedí me fue denegado. No era más que un policía que acababa de salir de las calles para enfrentarme a mi primer caso y sin autorización. No iban a permitir que siguiera trabajando por mi cuenta y si quería seguir disfrutando de mi nuevo puesto y todas las ventajas que ello conllevaba, debía cumplir las normas. Nunca olvidé a Wells, no hubo una sola noche que no repasara uno por uno los informes que habíamos recopilado, siempre alerta para que no me descubrieran. Aquellas noches en vela me bastaron para obsesionarme con el caso y con ese hijo de puta que se me había escapado y en el que actualmente trabajo. El jefe de división, Alfred Cook, insistió en que siguiera adelante. Fue el único dispuesto a darme una oportunidad. Pero seguir trabajando en el caso tenía un precio. Debía olvidarme de Wells y centrarme en la otra pieza del puzle. La detención de Alexander Dücrov se convirtió en mi prioridad, al menos de cara a mis superiores, porque, debo insistir, jamás he olvidado a Lyam Wells y debería hacerlo. Han pasado cuatro años y Wells es un fantasma del pasado al que se lo ha tragado la tierra. Debo seguir adelante y centrarme en dar caza a Alexander Dücrov. He releído su ficha policial una infinidad de veces e igualmente, cada mañana, cuando llego al despacho vuelvo a hacerlo: varón de origen ruso, cuarenta y siete años en los que se ha forjado una amplia carrera delictiva. Robos con violencia, tráfico de drogas, armas y mujeres, extorsión y asesinato. Sabemos que es líder y fundador de una organización criminal armada y peligrosa, sabemos quién es, con quien se acuesta y quienes trabajan para él. En todos estos años no ha cometido el más mínimo error. Él es quien toma las decisiones, jamás ejecuta un delito. Para ello ya tiene a sus dos hombres de confianza y todo un ejército de hombres dispuestos a cualquier cosa por un puñado de billetes. Para llegar hasta Dücrov tenemos que ir tras sus hombres. Myroslav Bagach, un padre de familia endeudado por la coca y las putas de lujo. Y Vladimir Kalich. Un hombre joven y fuerte sin escrúpulos ni conciencia. Y como guinda del pastel, Nika Yarovenko. Una mujer de unos treinta años, ex modelo de pasarela. Una joven de caprichos caros y mente perversa, algo necesario para ser la amante de un narcotraficante y no morir. Con Wells desaparecido, Dücrov se proclamó como el nuevo rey de la droga. Y como consecuencia a este hecho, Manhattan se está hundiendo por el alto indice de criminalidad convirtiéndose en una ciudad insegura. Dücrov y sus hombres están destruyendo la ciudad y están acabando conmigo. Cada vez que he logrado detener a uno de sus hombres, cada vez que he evitado robos o secuestros, cada vez que he interceptado uno de sus alijos, Dücrov se ha cobrado el precio asolando mi ciudad con secuestros y asesinatos. Homicidios, narcóticos, crimen organizado son solo algunos de los departamentos que están involucrados en el cierre de este caso y aunque trabajamos juntos y con ahínco parecemos incapaces de acabar con el ruso y su organización. Muchos de mis compañeros se han rendido ante este hecho. Se limitan a hacer las diligencias pertinentes sin ir más allá, sin tirar del hilo. Ahora solo depende de mí y de mi equipo encontrar ese camino que me lleve a poner fin a la oleada de crímenes y devolverle el estatus de ciudad segura a Manhattan. Solo debo esperar a que el subinspector Roberto Rivera entre en mi despacho con buenas noticias. Timothy Hill, nuestro experto informático lleva días trabajando en una nueva prueba. Gracias a las escuchas telefónicas, ahora tenemos una dirección. Si somos cautos y la fuente es fiable, esta misma tarde podré estar interrogando a Myroslav Bagach, una pieza importante de este puzle y que puede llevarme hasta Dücrov. Que colabore será complejo, pero conozco sus puntos débiles. Sé dónde atacarle y lo haré si no me queda más cojones. En cuanto reciba la confirmación de que ese hijo de puta está dilapidándose el dinero de su familia en un club de las afueras podré poner en marcha el operativo para ejecutar su detención. Tengo la orden sobre la mesa y las pruebas suficientes para que no salga de la cárcel hasta que sus hijas cumplan la mayoría de edad. Si no colabora, su familia estará en peligro. Dücrov no dejará cabos sueltos, de eso podemos estar seguros. Espero que en esta ocasión sea más inteligente y deje de pensar en sí mismo. La vida de su mujer y de sus hijas está en sus manos. Se ha arriesgado demasiado y ese error le ha llevado hasta mí. Ha llegado la hora. El esfuerzo de mis agentes se verá recompensado con la detención de Bagach. Por ello y por ellos no me he dejado llevar por la adrenalina ni la excitación que me provoca esta operación. He conducido tranquilo, dejando que el silencio reine en el habitáculo, sin permitir que la influencia de Carmen me desconcentre. Pero ahora que me encuentro frente al club, puedo sentir el latido de mi corazon reverberando en mis tímpanos, amenazando con reventármelos aquí mismo. Tengo que relajarme, antes de entrar en el club, debo hacer mi trabajo. Hay varias entradas y en todas ellas la vigilancia es exhaustiva. No nos ha dado tiempo a investigar demasiado sobre este lugar, solo sé que no es club cualquiera. Aquí, las prostitutas son escort de lujo y las botellas que descansan en las estanterías de cristal superan mi salario. Un club donde sus clientes son políticos, jueces, empresarios, multimillonarios. Hombres con clase y vicios caros. Un lugar discreto en el que cerrar acuerdos empresariales y hacer negocios, no siempre legales. Y lo que sucede aquí, se queda aquí. El secreto es el mayor de los tesoros que aguarda este lugar que tendré vigilado. Estoy seguro de que el Belinda ´s club va a darme muchas satisfacciones.

    ―Ha llegado el momento, Nathan. Rivera y tú debéis entrar ya en el club. El contacto acaba de confirmar que Bagach está dentro y fuera de juego. No os extralimitéis. Las invitaciones podrían ser canceladas en cualquier momento, sed precavidos, actuad como nuevos clientes. Si seguridad sospecha lo más mínimo, darán la voz de alarma y no podremos efectuar ninguna detención. Este club vela por la seguridad de esos hombres sin importarles nada ni nadie. Tienen amigos muy poderosos y no dejarán que el negocio se hunda.

    Hace tiempo que leí un artículo relacionado con el narcotráfico, el dinero y la influencia de los hombres poderosos. Si tienes cocaína, tienes dinero. Y si tienes dinero, tienes poder. Lo que no calle un arma, lo hará un soborno. Es un círculo perfecto en el que, si un día entras, jamás podrás salir. Les pertenecerás para siempre porque conocen tus secretos y tus miedos. Y si intentas jugársela, tu final no será el que esperabas. Quizás la muerte no sea una mala opción. Esos hombres no tienen escrúpulos y cuando quieren algo o a alguien no se detienen hasta conseguirlo. Ahora, Rivera y yo debemos fingir que somos parte de su mundo porque si descubren quienes somos antes de detener a Bagach nuestras carreras estarán acabadas. Una llamada sería suficiente para hundirnos. No somos más que piezas reemplazables en esta partida. Inicio la marcha, persiguiendo los pasos de Rivera, intercambiando un saludo cortés como si fuese la primera vez que nos vemos. Interpretando un papel que nos haga ser lo que nunca seremos. Me detengo frente a las escaleras, sorprendido por una sensación de tensión que nada tiene que ver con el operativo. Es este lugar y quienes lo ocupan lo que me inquieta. Sé perfectamente la clase de negocios que se celebran en las mesas que rodean la barra y los tratos que se llevan a cabo en los reservados. Podría investigar a todos estos hombres, pero antes de que terminase de escribir uno de esos nombres en mi ordenador, estaría despedido. Sin embargo, puede que con Bagach tenga más suerte. Que dilapide su fortuna en el mismo club que todos estos hombres no le convierte en uno de ellos.

    ―Buenas tardes, caballero. Permítame que los acompañe hasta la barra. ¿Les apetece un poco de champán? ―pregunta amablemente una de las chicas del club.

    ―Tenemos una cita en uno de los reservados y no queremos llegar tarde. Ahórrese el champán y dígales a sus compañeras que no nos molesten.

    Estaba seguro de que, al entrar en este maldito lugar, el contacto de Rivera y Hill nos conduciría hacia el reservado donde se esconde Bagach. Dar con el ruso no va a ser tan sencillo como esperaba y debería serlo. Cuanto más tiempo, mayor es el riesgo. Mi intuición me está pidiendo a gritos que haga esa detención y me marche antes de que las cosas se compliquen.

    ―Disculpen, si son tan amables de acompañarnos. Los estábamos esperando…―nos alerta.

    Un tipo corpulento, más joven que nosotros, originario de Europa del este nos invita a seguir sus pasos a través de un pasillo estrecho y atestado de puertas con carteles numéricos. El silencio es abrumador y la oscuridad me obliga a mantenerme en alerta. Tengo mi arma a buen recaudo y si tengo que usarla no dudaré en hacerlo. Rivera se ha apostado frente a una de las puertas preparado para actuar y un gesto basta para que se disponga a entrar en la habitación mientras yo le cubro. El reservado es una habitación amplia que culmina en una cama redonda de sábanas rojas donde Myroslav Bagach descansa inconsciente entre restos de vodka y cocaína. Todo el esfuerzo, todas las horas sin dormir y sin comer han merecido la pena porque hemos conseguido dar caza a uno de esos hijos de puta. Ahora debemos salir de aquí sin llamar la atención, sin ser vistos. Si queremos que Bagach llegue a comisaría y preste declaración, debemos ser rápidos y precavidos. Rivera actúa ante mi indecisión lanzándole los restos de agua y hielo de una cubitera. Bagach se muestra desorientado, sorprendido y violento con nuestra presencia. No sabe quiénes somos ni porque hemos irrumpido en su reservado. De un modo frenético busca su arma o algún objeto con el que enfrentarse a nosotros, está tan nervioso y aturdido que cuando reacciona solo puede mantenerse inerte ante nuestras placas y nuestras armas.

    ―Myroslav Bagach, soy el inspector Collins, a partir de este momento está detenido y debe acompañarnos a comisaría. Ahora dese la vuelta y ponga las manos contra la pared, colabore y seremos amables con usted y su familia.

    ―Si hace algo a mi familia…―grita exasperado.

    ―No prosiga, Bagach, no le conviene, haga lo que le he ordenado.

    Llevo horas sentado frente a un hombre que no está dispuesto a hablar ni a negociar. Preferiría morir antes que fallar a su jefe. Si descubriesen que ha estado negociando con la policía y aunque Dücrov estuviera preso, su poder y su influencia harían que su miserable existencia llegase a su fin. Ni siquiera podríamos mantener con vida y a salvo a su familia. Sin embargo, si actuamos antes de que Dücrov descubra la detención de su hombre, podremos salvar a su mujer y sus hijas. Supongo que ha llegado el momento de optar por otra línea de negociación y si esto no funciona siempre puedo dar una rueda de prensa, informar de la detención y esperar la reacción del capo. Si contamos todas las causas que tiene con la justicia saldría de la cárcel con setenta y cinco años. No verá crecer a sus hijas, su mujer lo abandonará siempre que Dücrov nos la venda o las asesine. Bagach no tiene opción porque si no colabora no podrá salvar a su familia.

    ―Mi jefe va a matarte ―responde a la vez que escupe al suelo.

    ―No seas imbécil, Myroslav. Dame un nombre, direcciones, lugares de entrega. Dame la información que me haga llegar a tu jefe y te dejo libre, sin cargos y con un billete de avión para ti y tu familia donde nadie pueda encontraros.

    Una hora, una maldita hora he necesitado para que ese hijo de puta acepte. La vida y la seguridad de su mujer y sus hijas estaba en juego. Lo cierto es que Bagach me ha sorprendido, después de todo ha pensado en alguien más que en sí mismo. Ahora tenemos un acuerdo y aunque para ello haya tenido que saltarme las normas y dejar libre a un delincuente sé que mi decisión es la correcta. Si quiero dar con el paradero de Dücrov y joder todas sus operaciones necesito que Bagach siga trabajando para él. Llevábamos meses trabajando con pistas falsas, cometiendo errores, pero hoy nuestra suerte ha cambiado y con Bagach de nuestro lado, triunfaremos. Bagach tiene tres meses para entregarme a su jefe y llevarnos hasta la coca antes de que entre en la ciudad. Tres meses, de lo contrario, lo detendré y su familia tendrá que protegerse a sí misma, porque no contará con nuestra protección.

    Regreso a mi despacho dispuesto a redactar un informe en el que solo daré las explicaciones oportunas. Estoy cansado de cumplir las normas, de hacer siempre lo correcto y actuar como mis superiores esperan. Sé que le prometí a Alfred Cook que no volvería a comprometer al cuerpo, ¿acaso tenía otra opción? El resto de departamentos han dado el caso por perdido y mis hombres no se implican. Tenía que dar un paso adelante y lo he hecho. Ahora mi futuro está en manos de ese hijo de puta y si él cae, yo seré el siguiente. Y no voy a permitir que eso suceda, por muchos problemas que surjan, me siento preparado para lidiar con ellos. ¡Joder! Necesito una copa, salir de aquí y olvidarme durante unos segundos del agujero en el que me he metido y lo haría si Carmen no hubiese entrado en mi despacho. Ha esperado a que estemos a solas para entrar y su mirada inquisidora me da la respuesta a su inesperada decisión. Quiere una explicación, una que le convenza para seguir apoyándome. Hace tiempo que me negó su respeto, a pesar de que soy su jefe y ella no es más que una subordinada. Desde que nos conocimos, hemos pasado muchas horas juntos. El trabajo nos obligó a compartir la tensión de los casos, las horas de vigilancia y los días sin descanso, uniéndonos en una amistad sincera y respetuosa. Mis errores, muchos de ellos imperdonables, nos han distanciado. Supongo que ese es el motivo por el que me mira con inquietud y dudas.

    ―¿Por qué lo has hecho? ―pregunta sin reticencias―. Necesito que me lo expliques porque tengo la sensación de que no nos respetas, ni a mí ni a mis compañeros.

    ―Soy consciente de los esfuerzos que habéis hecho para dar con Bagach y estoy orgulloso de ello. Sin embargo, es preciso que ese hombre siga en la calle porque ahora trabaja para nosotros.

    ―Te he defendido hasta la saciedad, nunca te he desobedecido ni te he desacreditado y lo seguiré haciendo porque eres mi superior, pero ya no creo en ti―declara con suma tristeza.

    ―Cuando Bagach nos entregue a su jefe me cubriré de gloria y quiero que cuando eso suceda tú estés conmigo. Sigamos siendo un equipo, Carmen, tienes que confiar en mí, aunque sea por última vez.

    Más que dictar una orden, le estoy suplicando. Desde que la conocí me sentí atraído por ella y desde ese día he acallado mis sentimientos porque no quiero cometer los errores del pasado. No con Carmen, no con una compañera de trabajo. Y seguiría callando si no sintiera que estoy a punto de perderla. Lo que siento al estar a su lado es tan intenso que logra bloquearme y ahora que estoy frente a ella no puedo dejarme vencer por mis miedos. Es una mujer tan especial… su firmeza al caminar, su fuerte personalidad y su cuerpo, tan atractivo y sugerente me vuelven loco. ¡Joder! ¡La necesito! Sentimentalmente estoy hecho una mierda, he perdido toda relación con mi familia y laboralmente no estoy en mi mejor momento. Lo único bueno que tengo en mi vida es ella y no estoy dispuesto a perder, a ella no. Me sorprendo tomándola de la mano y atrayéndola hasta mí. ¿Y ahora qué debería hacer? ¿Besarla? ¿Abrazarla? ¡Joder! Parezco un adolescente que nunca ha estado con una mujer. ¡Joder! ¿Qué cojones estoy haciendo? Sé lo que quiero y sé lo que necesito, solo tengo que ser valiente, como lo es ella. Me pierdo en sus ojos grandes, negros y brillantes. Es todo lo que necesito para lanzarme contra sus labios, pero no es hasta que abre la boca que me atrevo a entrelazar su lengua con la mía. Nuestro beso está lleno de tanta pasión, de tantas ganas que no puedo detenerme. Me apresuro a desabrochar cada botón de su blusa mientras acaricio cada parte de su cuerpo que voy descubriendo. Sigo con su camiseta, después con el sujetador y cuanto más desnuda está, mayor es mi deseo, más intensas son mis caricias y más profundos son mis besos. Un gemido escapa de entre sus labios cuando aprecia mi excitación y mis ganas, un simple gesto que me lleva hasta la mesa de mi despacho, a despejarla de un manotazo y sentar a Carmen sobre la madera. Sigo besándola, acariciándola y mientras lo hago no puedo dejar de mirar esos ojos negros que brillan presos de la pasión y el deseo. Sin demorarme, la penetro con suavidad, pero mis acometidas pronto se vuelven más bruscas y severas. No quiero separarme de ella, solo quiero hacerle el amor hasta que no me queden fuerzas. El sexo con Carmen es incluso mejor de lo que habría podido imaginar. Sabe cómo comportarse, como moverse, como hacerme sentir para que el placer sea aún mayor. Sin duda, es todo cuanto me gusta en una mujer. Inteligencia, valentía, firmeza, amistad, lealtad, generosidad… Podría seguir enumerando todas sus virtudes y no me alcanzaría la vida. Estoy enamorado y aunque sé que acostarme con ella es arriesgado y que no solucionará nuestros problemas, tenerla cerca me hace sentir vivo. Incremento el ritmo cuando aprisiona mi labio inferior entre sus dientes. Con sus piernas alrededor de mis caderas ya no hay distancia que nos separe. Acreciento mis envestidas, penetrándola todo lo que su cuerpo me permite, dejándome llevar hasta un orgasmo sin precedentes, dejándola tiempo para que los dos pongamos fin a esta locura juntos. Un último beso es suficiente para que los dos alcancemos el clímax.

    Sudorosos, sobre la mesa y aun desnudos, la timidez se cuela entre nuestros cuerpos, separándonos. Las dudas embriagan el momento más íntimo que hemos compartido, o al menos lo hacen conmigo porque Carmen ya ha dejado atrás la mesa, abandonándome. Su iniciativa se reduce a recoger su ropa, esparcida por el suelo y vestirse sin mirarme, obviando mi presencia, como si quisiera olvidar todo lo que hemos vivido.

    ―Tengo que irme… es tarde. Y Nathan… creo que lo mejor es que esto no vuelva a repetirse.

    ―¿Y ya está? ¿Te muestro mis sentimientos y tú me utilizas?

    ―¿Tus sentimientos? Lo que has hecho ha sido ganar tiempo porque no sabías que contestarme. Si hay alguien que ha utilizado al otro, ese has sido tú.

    Una parte de mí se niega a aceptar que esto acaba aquí, que Carmen tiene razón. ¿Qué habría pasado si alguien nos descubre? Habría perdido mi puesto y comprometido la carrera de Carmen. Pero es ella la que se me escapa de entre los dedos y no voy a permitirlo. No quiero que esto acabe aquí, con un poco de sexo en mi despacho. He imaginado nuestra primera vez de todas las formas posibles y ninguna de ellas implicaba a nuestro trabajo, supongo que es momento de aceptar las consecuencias. Carmen merece la pena, que me trague mi orgullo y luche por ella. Solo necesito dar rienda suelta a mis sentimientos y dejar atrás mis miedos.

    ―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunta a través de la puerta.

    ―Tenemos que hablar…

    Parece suficiente, pues me permite la entrada. El piso de Carmen apenas cuenta con un dormitorio, un pequeño rincón en el que poder descansar después de un intenso día laboral. Cuenta con la decoración adecuada y muebles bien organizados, lo necesario para crear un hogar. Tomo asiento en un viejo sofá descolorido por el paso del tiempo. La limpieza es exquisita y el aroma indescriptible.

    ―Nathan, ha sido un día horrible y solo quiero ducharme e irme a la cama. Habla o vete.

    El deseo por volver a sentirla aún no se ha apagado, creo que no se apagará jamás. Después de lo que ha pasado en mi despacho no volveré a ser el mismo, no puedo dejar de pensar en ello, ni en quitarle esa camiseta que se transparenta demasiado, con calma, disfrutando sin necesidad de esconderme, sin dudar de lo que pueda sentir por mí. Quizás no sea más que atracción, que el único idiota enamorado sea yo y no me importa. Solo quiero estar con ella y que me acepte a su lado. Una amistad ya no es suficiente. Quiero más, necesito más y con esa firmeza abandono el sofá. Quiero convertir esta noche en nuestra noche y a Carmen en mi único pensamiento. Camino sigiloso, me siento vigilado por una mujer de ojos negros que se mantiene alerta que no puede negar que está tan excitada como yo. Frente a ella, permito que su perfume me envuelva y aunque me mira con desconfianza, permite que me acerque y hasta que enrede mis dedos entre los mechones de su pelo. Un gemido se escapa de entre sus labios cuando vuelvo a besarla. Es la señal que necesitaba para volver a recorrer su cuerpo con mis manos y esta vez con pasividad para que se sienta tranquila y segura entre mis brazos, para que las dudas no vuelvan a separarla de mi lado, para que no me eche ni me rechace. Pero en esta ocasión es ella quien toma el mando, desnudándome y besándome con una ansiedad que me desarma. ¿Será posible que Carmen…? De repente sus manos resultan torpes. La ansiedad y los nervios no le permiten que su improvisación resulte natural. ¿Por qué? ¡No, no, no! Tiene que calmarse, si quiere que esto suceda tiene que disfrutarlo. Olvidándose de los prejuicios, de la comisaría y la tensión del caso. De nuestra discusión, de que soy su superior. Una mirada parece suficiente para que vuelva a mostrarse serena, para volver a tomar el mando y seguir adelante con una segunda vez que recordaré para siempre. Carmen es la única persona capaz de derribar las barreras que había levantado para autoprotegerme. La mujer que ha logrado que volver a enamorarme no resulte tan aterrador. Ahora que mi cuerpo descansa sobre las sábanas de su cama me obligo a dejar de pensar. Ansío volver a estar dentro de ella, apreciar cómo su cuerpo se retuerce de placer bajo mi peso, notar como arquea su espalda con cada penetración, escuchar sus gemidos cuando rozo sus zonas erógenas. El movimiento de sus caderas es tan sensual que apenas puedo contenerme, alzo mi espalda y apreso uno de sus pezones entre mis dientes, tirando ligeramente hasta que un nuevo clamor se escapa sin permiso. Repito mi hazaña a la vez que la apremio para que se mueva más rápido. No puedo más, no aguanto más.

    Hemos pasado la noche enredados entre las sábanas haciendo el amor, me he sentido pleno, incluso feliz. Ahora que ha amanecido, esos sentimientos han sido derrotados por las dudas y el miedo. La presión que oprime mi pecho me obliga a salir del dormitorio, ni siquiera soy capaz de mirar atrás. Solo quiero irme y olvidar que esto ha pasado. Carmen nunca aceptará ser mi pareja y no estoy dispuesto a ser partícipe de un juego de seducción y provocaciones que solo nos hará perder el tiempo y la paciencia. Puede que Carmen se sienta joven para estar jugando, yo no. No quiero complicaciones, quiero una vida tranquila fuera de la comisaría para la que, probablemente, Carmen no esté preparada.

    Camino de regreso a mi apartamento, el cual es todo lo contrario al de Carmen. Lo que he convertido en mi hogar es un cúmulo de polvo, ropa sucia y comida caducada. Mi cama luce desvencijada, con las sábanas arrugadas a los pies. El nórdico descansa sobre el suelo, recibiendo ropa sucia que he ido acumulando a lo largo de la semana. El baño no ha tenido mejor suerte. Las toallas mojadas se acumulan en el cesto dejándome sin la posibilidad de darme un baño que necesito más que nunca. Quiero quitarme de encima el olor de Carmen, borrar todo recuerdo, incluso el de sus manos sobre mi cuerpo, pero el sol ilumina las diferentes estancias de mi piso informándome de que llego tarde a trabajar. Mi teléfono, dispuesto para recibir una llamada que requiera de mi presencia en comisaría, permanece en silencio sobre la barra de la cocina. He adquirido una vida solitaria. Dejé a mi familia, a Annie y ahora he abandonado a la única persona a la que parecía importarle. No puedo seguir así, con esta vida vacía con los únicos sobresaltos que proporciona mi trabajo. Quizás hoy sea un buen día para quedarme en casa, olvidarme de todo y de todos y tomar una decisión. Dar mi vida por perdida o recuperar las riendas antes de que me ahogue en mi propia mierda. Si no me enfrento ahora a todos mis problemas y a mis errores, estaré acabado. No soy un cobarde, nunca lo he sido. ¿Por qué debería empezar ahora?

    Lyam Wells

    A través del ventanal de mi oficina, la imagen de la ciudad se pierde en el horizonte. Mientras que decenas de hombres de negocios inician su jornada laboral, yo me esmero en que mi tapadera sea creíble, levantando un imperio en el mundo de la noche. Tras mi acuerdo con Alexander Dücrov, me urge organizar un plan de huida. Gracias a nuestra alianza, ganaré mucho dinero, lo suficiente para empezar de nuevo. Me gusta ser lo que soy e igualmente necesito tomarme un puñetero descanso. Si quiero ser libre, he de poner a punto una coartada perfecta, sin cabos sueltos. La Habana será mi meta y adquirir los derechos y explotación de un complejo hotelero, un proyecto prioritario. Cuando Collins nos descubra, que lo hará, será demasiado tarde para improvisar. Hace cuatro años que dejé la ciudad por culpa de ese cabrón. Se obsesionó conmigo hasta tal extremo que no dudó en extralimitarse. En cuanto descubra que he regresado, vendrá a por mí. Hasta ahora he tenido suerte, pero su investigación contra Dücrov, acabará salpicándome. Volver ha sido muy arriesgado, pero la oferta del ruso merecía la pena. Siempre he querido labrarme un futuro del que todo el mundo hable. Convertirme en el puto rey de la coca y mi inesperado socio me lo puso en bandeja. Ahora soy un hombre rico y con mucho poder y Dücrov es la pieza que me falta para que mi organización sea perfecta. Alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio. Me basta su fama de sanguinario para hacerme más poderoso y así erigirme como el dueño de la ciudad. No voy a manchar mis manos de sangre, eso me convertiría en un asesino y yo no soy un maldito psicópata. Estuve a punto de joderla una vez y no pienso cometer el mismo error. Abro el portátil, dispuesto a dejar de divagar y ponerme en marcha. Ni siquiera he encendido la pantalla cuando Mónica entra en mi despacho. Esta mañana le advertí que no quería interrupciones. Ni mensajes ni llamadas. Silencio absoluto. Lo peor de todo no es que haya osado importunarme, sino que ahora se mantenga inerte, cabizbaja y en silencio, incapaz de encontrar las palabras correctas para no desatar mi ira. Sé que me tiene miedo, que me considera un hombre violento, sin embargo, me desea con todas sus fuerzas. Su matrimonio ha fracasado y ha encontrado en mí lo que su marido no ha conseguido darle.

    ―La agencia ha enviado a una mujer para suplir la baja de maternidad de su asistenta. Insiste en que sea usted quien la reciba hoy mismo ―titubea asustada.

    ―Ocúpate de ella y no te atrevas a interrumpirme de nuevo―le reprendo.

    La observo a través de la cristalera que separa mi despacho del resto de la oficina. Los zapatos de tacón estilizan su cuerpo. El vestido ajustado realza su figura. Es una mujer muy atractiva e inteligente, pero es débil y carece de personalidad. No puedo culparla de que no sea suficiente para mí. Los problemas que tengo con las mujeres son una realidad fehaciente y la única culpable de ello es Amanda. Esa zorra me ha destrozado la vida, me ha convertido en un monstruo y no será fácil dejar de serlo. Me apasiona esta vida, solo necesito que el tiempo cierre las heridas.

    Una figura femenina llama mi atención obligándome a dejar atrás mi mesa. Mónica camina tras ella lo más rápido que puede. Abro la puerta y le impido la entrada. Ni mi mirada, ni mi cuerpo amilanan a la mujer que tengo frente a mí. Es la primera vez, después de Amanda, que una mujer no se muestra sumisa ante mí. Reparo en sus ojos verdes… tiene una mirada muy intensa, unos labios carnosos y brillantes y su pelo… es negro como el carbón y cae sobre sus hombros ligeramente ondulado. Es una mujer muy hermosa, atractiva y desprende un olor indescriptible. ¿Será posible qué…? Tiene que largarse de una puta vez.

    ―Me he saltado semáforos en rojo, he sobrepasado los límites de velocidad y he dejado mi moto aparcada en una zona privada, ¿de verdad crees que voy a marcharme sin mi entrevista?

    Sabía que detrás de toda esa belleza había algo malo. Me sobresalta su desfachatez. Tengo frente a mí a la antítesis de mi secretaria. Una mujer con una personalidad tan fuerte que parece imposible doblegar, salvo para mí. Soy un experto seductor y me encanta llevar hasta el final ese juego peligroso que vuelve loco a mujeres y despierta envidia en hombres. Mi atractivo y mi labia son dos armas que manejo a la perfección y estoy ansioso por utilizarlas contra esta mujer. Empecemos: me paseo por el despacho asegurándome de que puede apreciar mi musculatura a través de la chaqueta del traje. Antes de tomar asiento, desabrocho los botones, dejando entrever una camisa blanca tan ajustada que le resultará imposible no detener su mirada en mi torso, sin embargo, cuando vuelvo a encontrarme con sus ojos verdes no hay nada, ninguna señal que me asegure que ha caído en la trampa, tan solo desprecio. Sin esperar mi autorización, lanza su documentación sobre la mesa. Una mala decisión que tendrá consecuencias. Y si no fuera un error, permitiría que mi mente depravada diera rienda a todo lo que está imaginando. Soy un hombre libre y poderoso porque no me dejo llevar por impulsos banales. No tolero la improvisación, no confío en nadie y no permito que se cometan errores. Y cuando alguien osa tocarme los cojones, no sale impune. Si la contrato, deseará no haber entrado por esa puerta. Sin embargo, parece que no será posible… Son este tipo de situaciones las que me hacen ser mejor cada día. Cuando llamé a la agencia fui claro y conciso con mi petición. Una asistenta, una mujer adulta, a ser posible con familia y con experiencia en viviendas de alto nivel adquisitivo. La mujer de los ojos verdes no reúne ninguno de los requisitos, ni siquiera es una puta asistenta. Sino una camarera prepotente en la que no confío.

    ―¿Por qué no vas a contratarme? No encontrarás a nadie mejor―espeta.

    ―Si quisiera una camarera ya trabajarías para mí. Tengo el dinero suficiente para tener a los mejores a mi servicio, sin embargo, no te necesito, estoy buscando una asistenta.

    ―Yo no limpio casas, soy camarera y soy la mejor ―contesta arrebatándome la carpeta de las manos.

    Pensativo, acaricio con mesura mi barba áspera y dura. Nuestra reunión debería acabar aquí, he perdido demasiado tiempo y como he dicho antes, si he llegado a ser quien soy es porque no tolero que nadie me mienta o me tome por imbécil. Soy un hombre libre, tengo más dinero del que podría imaginar, mis negocios son prósperos y mi éxito es digno de envidia y todo ello se lo debo a mi astucia e inteligencia. No confío en nadie, no tolero errores ni creo en casualidades. ¿Cuántas probabilidades hay de que la agencia se equivoque al enviar a una de sus empleadas? Ninguna. ¿Qué cojones hace esta mujer aquí? Y lo más importante, ¿quién cojones es? No es camarera, tampoco está aquí por un puto trabajo. Es una maldita trampa y si mi astucia no me falla, Collins debe estar detrás. Kayla Hart no es una camarera, es una puta policía.

    ―Estoy dispuesta a llegar a un acuerdo― espeta mientras se deshace de su chaqueta.

    Observo con detenimiento su cuerpo y el tatuaje que decora su brazo izquierdo. Una enredadera de flores multicolores marca su piel, una marca que detesto. Desde que tengo uso de razón me he relacionado con mujeres elegantes, educadas y de buena posición social. Ninguna de ellas se atrevería a comportarse como Kayla Hart. Reúne todo lo que odio en una mujer y, sin embargo, sigo perdiendo mi tiempo con ella a pesar de que su sola presencia supone peligro. Si Collins no me ha encontrado hasta ahora es porque ha estado dando caza a Dücrov o simplemente estaba esperando el momento oportuno.

    ―¿Vas a darme un trabajo o no? ―pregunta sin disimular lo molesta que está―. ¿Quién te crees que eres? Tu dinero y tus trajes caros no te dan derecho a ningunearme. Soy mejor que cualquier camarera que trabaje para ti, jamás encontrarás a nadie tan eficiente como yo.

    ¡Hija de puta! Tengo que deshacerme de ella, no puedo escapar ahora. No voy a renunciar a mi acuerdo con Dücrov ni voy a seguir aguantando las impertinencias de esta mujer. Tengo que acabar con ella.

    ―¿Quieres que te contrate? De acuerdo, tendrás tu trabajo. Atrévete a desobedecerme, incumple mis normas y haré que tu vida sea un puto infierno.

    ―¿Me estás amenazando? ―Y más que preguntarme, me está retando.

    ―Voy a obviar lo que acabas de decir. Necesito una camarera para mis fiestas privadas. Te pagaré lo suficiente para que mantengas la boca cerrada. Y si lo haces, sabré recompensarte.

    Sonríe. Esta maldita mujer se está riendo de mí. Es intolerable y pagará caro por ello. Tarde o temprano obtendré mi venganza. Voy a descubrir la tapadera tras la que se esconde con mi juego preferido. Seduciéndola hasta que caiga rendida en mis brazos y cuando eso suceda, no podrá mentirme. Se sincerará conmigo y ese será su final.

    Soy inteligente, nunca me precipito. No tomo decisiones sin socavar las consecuencias o sin consultarlo con Marcus. Desde que he conocido a esa mujer sabía que me ocasionaría problemas y aun así he aceptado contratarla. La he metido en mi casa, el lugar donde me reúno con mis hombres, donde tomo decisiones arriesgadas y ahora una policía será testigo de ello. En las próximas semanas tendré que reunirme con mis hombres casi a diario. He de trabajar en la estructura de la operación y no puedo errar porque de ello depende que el proyecto de La Habana siga adelante. Ahora que he metido al enemigo en casa, deberé ser más cauto. He creado un problema que no tenía y he de enfrentarme a él. A solas, me dispongo a trabajar.

    ―Necesito información sobre una mujer. ―Marcus responde a mi llamada al primer tono.

    Dime un nombre y te daré una respuesta.

    ―Kayla Hart.

    La pantalla de mi portátil alerta de que he recibido un nuevo correo. El trabajo de Marcus ha sido rápido, exhaustivo y eficiente. Tengo frente a mí la verdad que descubrirá que he cometido el mayor error de toda mi vida, la verdad que confirma que Kayla Hart es policía, que el inspector Collins sabe que he regresado. La verdad que me declara como a un auténtico imbécil. La primera carpeta hace referencia a su vida personal. Fecha de nacimiento, recuerdos de su infancia, fotografías, perfiles en redes sociales… nada que pueda interesarme, nada que confirme lo que ya sé. Abro la segunda carpeta, la proveniente del contacto que tenemos en comisaría. El informe insiste. Solo es una camarera con una impresionante experiencia laboral. Collins ha hecho un buen trabajo borrando el pasado de esa mujer, pero a mí no puede engañarme. El contacto de Marcus nos está jodiendo y no podemos permitirlo.

    El contacto insiste en que no hay ningún operativo activo contra el grupo.

    ―Tu contacto ha mentido. Si esa mujer es policía, tu contacto debería saberlo. Organiza un equipo de vigilancia, entra en su piso y llénalo de cámaras y micros.

    Perdemos el tiempo. He leído el informe, es un error de la agencia y el resto de la historia, mera casualidad.

    ―Haz lo que te digo y habla con tu contacto. Si Collins sabe que hemos vuelto, quiero saberlo.

    Cuelgo el teléfono exasperado. Marcus me ha tocado los cojones con esa actitud pasiva y eso me jode, me jode tanto que no puedo pensar con claridad. No debería confiar en su contacto sino en mi intuición, esa que me grita que Hart es una policía infiltrada. Debería acabar con ella. No puedo ni quiero seguir perdiendo el tiempo con esa mujer. Bastaría una llamada para que la secuestraran y asesinaran. Y de hacerlo, todo el cuerpo de policía de Manhattan se presentaría en mi despacho porque es el último sitio donde esa mujer ha sido vista. En menos de dos horas estaría en los calabozos de Collins prestando declaración por la desaparición y asesinato de un agente de policía, que me estaba investigando. Debo volver al plan inicial. Seducirla, enamorarla y descubrir la verdad. Utilizaré la información que tengo para ganarme su confianza, solo así podré atacar sus puntos débiles. Voy a descubrir la verdad sobre esa mujer, aunque sea lo último que haga. No me arriesgaré, no llamaré la atención. Collins sabe que he vuelto, eso no significa que deba darle un solo motivo para que se pase el día persiguiéndome. Sé que me he equivocado, que me he precipitado al contratarla, pero si Collins quiere joderme, quiero estar preparado.

    Sigo adelante con el informe, aún me quedan unas páginas por leer y las etiquetas que resumen la información relevante sobre una operación policial llaman mi atención. Sabía que esa zorra mentía y voy a desenmascararla.

    Un intento de violación a manos de uno de los hombres de Dücrov. Una denuncia en la comisaría del único policía que ha logrado joderme la vida y que ha pasado los últimos años investigándome. Tras cada paso que daba, cada cheque que he firmado y cada kilo de coca que he colocado en esta maldita ciudad, siempre ha estado la sombra de Collins, alerta y preparado para actuar en cuanto surgiera la oportunidad que necesitaba para detenerme. Este informe confirma mis sospechas. Kayla Hart miente y voy a desenmascararla. Ahora que ha firmado el contrato ya no hay vuelta atrás, empieza el juego. Voy a acabar con ella y con su futuro. Al mínimo error, la bonita cara de Hart ocupará las portadas de los periódicos de la ciudad. Depende de ella acabar muerta o vendida a alguna mafia que negocie con la trata de blancas, no es mi estilo, pero siempre puedo contar con la inestimable ayuda de Dücrov.

    Esta noche acudirá a la reunión que tengo con mis hombres, será una cena tranquila así que tendré tiempo para observarla, aunque antes debo confirmar que Marcus ha hecho el trabajo que le he encargado. Necesito tenerla controlada las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.

    Las cámaras y los micros están conectados. Tienes el programa instalado en tu ordenador, cuando vuelvas al apartamento lo instalaré en tu teléfono.

    ―¿Qué hay de tus hombres? ¿Has vuelto a hablar con tu contacto? ―insisto insatisfecho con la información.

    He organizado guardias. Si sale de casa, lo sabremos. El contacto ha insistido, están ocupados con los hombres de Dücrov. Debes relajarte, esa mujer no es un peligro.

    Esta noche pondré en marcha mi plan. Voy a seducirla y después acabaré con ella. Regreso a mi apartamento recordando todo lo que ha sucedido en la mañana. La agencia ha errado y yo no acepto ni creo en los errores. He contratado a una camarera que no necesito y que, en realidad, es una puta estafadora. ¿Por qué cojones…? ¡Joder, necesito beber algo! Enciendo el último cigarrillo de la cajetilla y abro una nueva botella de whisky mientras prosigo con la lectura del informe sobre Kayla Hart. Bajo los efectos del alcohol ceso con el trabajo con más dudas que respuestas. Tan solo sé que he contratado los servicios de una mujer que no necesito, que no cumple con las expectativas ni las exigencias para trabajar en mis fiestas privadas y que probablemente no sea quien dice ser. Su presencia en mi casa y en mis fiestas es peligrosa. Tanto si es policía como si no, las reuniones que celebro son privadas y las conversaciones no pueden ser escuchadas. Deberé reforzar la seguridad, vigilarla con atención y ser paciente. Kayla Hart es un problema, también un misterio que estoy dispuesto a descifrar. Puede que hoy sea yo el que está perdido, pero en unas semanas, será ella quien me suplique y será demasiado tarde. Voy a acabar con ella, a aplastarla y destruirla.

    ―Es la hora, ¿estás seguro de que quieres seguir adelante con esto? ―Marcus irrumpe en mi despacho―. Ya tienes instalado el sistema de vigilancia en tu móvil. ¿Qué quieres que haga ahora?

    ―Ve a por ella, empieza a trabajar esta noche. No tardes, la reunión empezará en una hora.

    Tras una ducha y la elección de un buen traje descorcho una botella de vino. La espera frente al ordenador resulta frustrante pues lo único que he visto hasta ahora son imágenes de habitaciones vacías. Marcus ha tenido la deferencia de no instalar ninguna cámara en el aseo, salvo unos micros que solo me confirman que se está dando una ducha. Detengo la mirada sobre mi copa ya vacía. Ha pasado poco más de media hora y ya he consumido más de media botella. Supongo que mi problema con los excesos no es ningún secreto. Me gusta el alcohol y fumar buenos puros. Las drogas forman parte del pasado, las he sustituido por el sexo y no me avergüenza reconocer que en la mayoría de las ocasiones ha sido pagando. Puede que todos conozcan mis excesos, también que jamás cometo un error. Les he demostrado que soy un hombre inteligente y ni el alcohol, ni las drogas, ni las mujeres me han impedido ser exitoso. Bebo una copa más cuando una mujer semidesnuda capta mi atención. La cámara del dormitorio me permite ver cómo baila al son de una música insoportable salvo por el movimiento insinuante de sus caderas. La toalla cae sobre el suelo de madera y para mi disgusto ya lleva puesta la ropa interior. Tiene un cuerpo espectacular, marcado por el deporte y por el pasado. En la espalda, próxima a su hombro derecho reluce la cicatriz que me recuerda el informe en el que

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