El regreso de Teo
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Tras perderse siguiendo un rastro sufre varias desventuras que lo llevan a mostrarnos el lado más salvaje con que los humanos podemos tratar a los animales. Nos quiere hacer ver, sin saberlo, desde su ingenuidad, que la comunicación entre perros y humanos es posible y necesaria, y que en ocasiones falla más de lo que nos damos cuenta.
Me he permitido la libertad y el placer de plasmar por escrito los sentimientos y el modo de ver el mundo que tiene un perro. Este pequeño relato pretende encariñar y acercar al lector de una forma especial a la mente de un perro, a la mente de Teo.
David Vicente Cardós
Mi nombre es David Vicente, y nací en el año 1977, un 1 de agosto. Soy natural de Ontinyent (Valencia), y desde niño me han gustado los animales, sin importar su tamaño, color o aspecto, todos me atraían. En el año 2006 comencé a colaborar en varias protectoras de animales, sustituyendo así a mis colecciones de libros por los perros, sin duda los mejores maestros. Entonces un día me pregunté '¿cómo llegar a entender mejor a nuestro amigo canino?'. Y entonces lo vi claro: dándole voz para que se exprese a su manera a través de una novela fantástica (pero a la vez muy real). Y así fue como nació Teo, el protagonista de esta cálida y romántica historia. Él te enseñará a ver a través de sus ojos y te adentrará en un mundo desconocido para nosotros, donde los sentimientos y los hechos se ven de manera muy distinta, donde lo más importante es el amor hacia sus seres queridos. Me he permitido la libertad y el placer de plasmar por escrito los sentimientos y el modo de ver el mundo que tiene un perro. Este pequeño relato pretende encariñarte y acercarte de una forma especial a la mente de un perro, a la mente de Teo.
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El regreso de Teo - David Vicente Cardós
Capítulo 1
Sonó como un coche que chocara contra otro, que ahogara mi último suspiro que traería tras de sí todo un torrente de emociones. Toda una miríada de sensaciones pasaron por mi cabeza en aquellos interminables y eternos segundos.
Pero curiosamente predominaba una frente a las demás, algo que desde lo más profundo de mí salía con toda su fuerza, con todo derecho, al mundo exterior. A la realidad. Porque es curioso que cuando algo temes de todo corazón, termina sucediendo.
Y allí estaba, tendido, yaciendo como si nunca hubiera visto la luz a través de sus llameantes ojos almendrados. Fue tan rápido que apenas tuve tiempo a llenarme de tristeza, tristeza que condensó en lágrimas como si quisieran borrar aquella fatídica estampa. Aquel Ford Orión de color gris no pudo hacer nada por evitar el accidente. Hank se escapó de mis manos, como tantas otras veces había ocurrido, y había ido directo hacia sus queridos y escurridizos enemigos, aquellos gatos omnipresentes que parecían aparecer y desaparecer como por arte de magia. Pero esta vez fue distinta; aquel vehículo vino a cruzarse con él justo cuando atravesaba la carretera, cual Cancerbero protegiendo el mundo de los muertos.
Una mezcla mortal de exceso de confianza, desobediencia, energía, fatalidad.
Quise pensar que aquello no era real, que, de nuevo, íbamos a plantearnos en serio la reeducación de nuestro perro Hank. Quise entender que aquello iba a ser un aviso más, como tantos otros, a los que ya nos habíamos peligrosamente acostumbrado desde hacía unos pocos meses, desde que Hank cumplió el primer año de vida.
Pero no se levantó nunca más. Yo tampoco. No recuerdo si pasaron segundos, minutos, horas o quizás días; o quizás si no pasó ya nada más. Todo se borró de mi mente excepto Hank y todos sus recuerdos, que acudían a mí como para darme la fuerza necesaria para seguir pensando en él.
Repentinamente tuve un invitado de honor, y aquel viento que azotaba los árboles de aquella transitada avenida vino a sucumbirme de nuevo a la realidad. Hank tendido, un señor conmocionado con las manos en la cabeza, Teo a mi lado, como siempre, aunque temblando, histérico, escondiéndose y encogiéndose del dolor.
Lo siguiente que recuerdo es a ese señor haciendo levitar con sus manos a Hank como si éste le hubiera dado su permiso, llevándolo dentro del maletero de su coche.
Pocos minutos más tarde estaban certificando la muerte de Hank en el centro veterinario.
—Tiene múltiples fracturas por todo el cuerpo, aunque la muerte ha sido provocada por el traumatismo craneoencefálico que ha sufrido. Ha llegado al centro ya muerto. Lo siento mucho —dijo el veterinario que nos atendió.
Tuve que abandonar la sala porque no lo soportaba más. Roberto, mi marido, al que había llamado de camino al centro, era más fuerte que yo. Él se encargó del resto.
Después pudimos regresar ya a casa con Teo.
—¡Fue un descuido, no sé qué me pasó! Lo tenía sujeto de la correa, y de repente… ¡Oh, no sé qué me ha podido pasar! —sollocé.
—Tranquila cariño, no ha sido culpa tuya, ha sido un tirón muy fuerte, tenía mucha fuerza —dijo Roberto.
—Pero es que…
—Tsst, vaaale, no le des más vueltas, ya no hay nada que hacer. Aprenderemos la lección —añadió él.
—Llevamos diciendo eso meses, y nunca hicimos nada.
Un prolongado silencio invadió desde ese momento el habitáculo del coche. Ahí estaba, nunca tomamos medidas. Ésta