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Mujeres iberoamericanas y derechos humanos: Experiencias feministas, acción política y exilios
Mujeres iberoamericanas y derechos humanos: Experiencias feministas, acción política y exilios
Mujeres iberoamericanas y derechos humanos: Experiencias feministas, acción política y exilios
Libro electrónico569 páginas7 horas

Mujeres iberoamericanas y derechos humanos: Experiencias feministas, acción política y exilios

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Este libro es el resultado de una dilatada planificación y fase de escritura llevada a cabo en España y Latinoamérica por parte de un amplio equipo de trabajo en el que han participado especialistas de diferentes disciplinas, universidades y países: España, México, Colombia, Argentina y Chile. Utilizando como hilo conductor la relación entre Mujeres y Derechos Humanos en coyunturas, sociedades y países diferentes, se ha dividido en tres partes: el estudio de la ciudadanía y los movimientos de mujeres a un lado y otro del Atlántico, las dinámicas seguidas en la construcción del feminismo iberoamericano y, por último, la exploración del fenómeno migratorio femenino desde la península ibérica hacia la otra orilla, solapado a veces entre las redes de la prostitución y la trata de blancas, la lucha de las mujeres contra el fascismo y el estudio de la memoria y las experiencias de las exiliadas españolas de 1939, difuminadas hasta hace poco tiempo entre los discursos masculinos que pretendían perfilar un relato universal sobre dicho acontecimiento. En sus páginas se puede constatar que las mujeres se han visto obligadas a reivindicar sus derechos, crear redes y subvertir su marginación política y social tanto en los regímenes políticos constitucionales como en los dictatoriales en estos con grave peligro de sus vidas, su libertad y su dignidad, mostrando las líneas de tensión entre los derechos femeninos y los mal llamados derechos universales. El camino recorrido para alcanzar la ciudadanía ha sido largo en todas partes debido a la necesidad de refutar los discursos y actuaciones contrarios a la igualdad y mostrar también el valor de la diferencia en la construcción de las libertades y la demanda de derechos. Por otra parte, en la tensión entre universalidad y diferencia los feminismos históricos han mostrado, como se pone de relieve en algunos capítulos, una pluralidad en la que entren en juego identidades, experiencias, estrategias, clases, etnias y culturas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 mar 2017
ISBN9788416770502
Mujeres iberoamericanas y derechos humanos: Experiencias feministas, acción política y exilios
Autor

Varios Autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    HISTORIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

    Directores del Consejo:

    Alberto Carrillo-Linares

    Universidad de Sevilla

    Jaime García Bernal

    Universidad de Sevilla

    Consejo editorial:

    María Ángela Atienza López

    Universidad de La Rioja

    Miguel Cardina

    Univesidad de Coimbra

    María José de la Pascua Sánchez

    Universidad de Cádiz

    Mª Dolores Ramos Palomo

    Universidad de Málaga

    Rubén Vega

    Universidad de Oviedo

    Dedicado a:

    Isabel Palomo, una mujer valiente

    Pablo García León, regalo de felicidad

    Manuela Muñoz, una luchadora

    Francisco Javier Blanco, en eterna memoria.

    Introducción

    La Declaración de Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas y ratificada en París en 1948 supuso la necesidad de adoptar numerosos acuerdos para hacerla universal. Aunque se introdujo el concepto humanidad para eliminar cualquier barrera de raza, sexo, etnia, nacionalidad o creencias, la praxis de los tratados conllevaría atropellos e infracciones que pondrían en tela de juicio la igualdad, de derecho y de hecho. En este sentido, la división de esferas pública/privada contribuyó a reforzar las discriminaciones de género y la posición subordinada de las mujeres en diferentes sociedades. Hubo un olvido generalizado de lo que sucedía en los espacios privados para primar los intereses sociales, económicos y políticos —por cierto, también desiguales— ubicados en la vida pública. Evidentemente, la situación periférica de las mujeres, excluidas en muchos países de la reglamentación jurídica y la vigilancia gubernamental, incumplía lo acordado en la Declaración Universal; siendo este incumplimiento, frecuentemente sesgado por el género, muy visible en el marco doméstico, familiar e íntimo. Por esta razón, la violencia de género y doméstica, ubicadas en la cultura de lo privado, se han beneficiado de la impunidad y la invisibilidad con que se transgreden los derechos de las mujeres en sus hogares, en su vida sentimental y sexual.

    En este sentido, las definiciones ligadas a los derechos humanos, construidas desde una perspectiva androcéntrica, han marginado, desplazado o minusvalorado los derechos de las mujeres: políticos, civiles, sociales, reproductivos. No obstante, la segregación jurídica y la adjudicación de una ciudadanía de segundo orden han contribuido a crear espacios de reflexión en ámbitos del pensamiento crítico y feminista. Evidentemente, el orden patriarcal ha conformado un entramado histórico caracterizado por unas relaciones de poder que otorgan a los hombres determinados privilegios legitimados por una cosmovisión masculina del universo. Por ello, la ONU declaró el Año Internacional de la Mujer en 1975 y organizó las Conferencias Mundiales sobre la Mujer en México D.F. (1975), Copenhague (1980), Nairobi (1985) y Pekín (1995), que se convirtieron en una plataforma de denuncia y un espacio en el que se formularon estrategias de actuación y redes femeninas. La diversidad de clases sociales, razas, etnias y creencias de las asistentes puso de relieve sus diferencias y a la vez la necesidad de establecer puntos comunes. Surgió así un movimiento transnacional y globalizador con la idea de producir estrategias de cambio, subvertir la discriminación y mejorar las condiciones de vida de las mujeres.

    El análisis de las movilizaciones femeninas implica la necesidad de tener en cuenta una serie de conceptos íntimamente ligados a sus experiencias. Las prácticas de vida y los discursos producidos en los pasados años sesenta conformaron un conjunto de demandas, visibilizaron a las mujeres como agentes sociales y contribuyeron a subvertir las estructuras patriarcales desde perspectivas más igualitarias. La construcción de espacios de sociabilidad y de una conciencia feminista contribuyó a extender los debates, las redes y movilizaciones a uno y otro lado del Atlántico, en las sociedades del Norte y el Sur. Las diferentes identidades, experiencias, representaciones y simbologías constituirían un entramado entrecruzado por las culturas políticas, las coyunturas históricas y las relaciones sociales de clase y género, entre otras variables. Por otra parte, las voces y el activismo femenino se manifestaron en ámbitos institucionales, gubernamentales, jurídicos y legislativos, en las calles y en los espacios privados, otorgando pleno sentido a la consigna: «lo personal es político». Ello supuso la adopción de estrategias colectivas con el objetivo de cambiar las relaciones de poder entre los sexos. El movimiento de mujeres integró en sus agendas diversas reivindicaciones: educación, trabajo, salud, medio ambiente, pobreza y paz, entre otras. La heterogeneidad de las redes no obstaculizaría la denuncia de la violación de los derechos humanos, las desigualdades y las situaciones de opresión o segregación. La necesidad de luchar por un mundo diferente fue el lazo de unión entre las redes y sus motivaciones para cambiar el orden conocido.

    En este sentido, el movimiento feminista se haría visible en las esferas del pensamiento crítico, en los debates y las prácticas de vida, y mostraría su trayectoria histórica. ¿Cómo explicar el avance de las mujeres en occidente sin las biografías y aportaciones de las pioneras? Todo apuntaba en dirección a la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana de Olimpe de Gouges (1791), la Vindicación de los Derechos de la Mujer de Mary Wollstonecraft (1792), la Declaración de Séneca Falls (1848) y las luchas por el sufragio. Sin duda, los orígenes y los hitos contribuyen a que entendamos las tradiciones y las genealogías feministas. Con ellos como telón de fondo, las mujeres reformularán su activismo político, sus reivindicaciones, estrategias y canales de actuación, tanto en la esfera pública como en la privada, en la segunda mitad del siglo XX. Evidentemente, las relaciones entre clase, género, etnia, nación y cultura sobrepasaron los postulados del feminismo occidental, que de forma temprana comprendió que los discursos y las prácticas de vida de las mujeres se producían en marcos históricos, espaciales y temporales diferentes, contribuyendo a repensar las identidades en el marco del multiculturalismo, la globalización y el posmodernismo. Por otra parte, los movimientos ecologistas, pacifistas y feministas plantearon, a veces de forma conjunta, la necesidad de un profundo cambio social. En todos ellos la acción política de las mujeres, conscientes del trato discriminatorio recibido, contribuiría a remover los cimientos de la sociedad patriarcal. Así, lo que en principio fue fruto de la fuerza y la motivación de unas pocas pioneras, se convertiría en un enérgico movimiento social y político con relevantes ondas expansivas en torno a los derechos civiles y sociales, la consecución del sufragio y las libertades privadas. Proceso en el que se constatan altibajos, particularidades, obstáculos y momentos destacados.

    El libro que el público lector tiene en sus manos es resultado de una dilatada planificación y fase de escritura en España y Latinoamérica. Hemos colaborado en él las y los integrantes del Grupo de Investigaciones Históricas Andaluzas¹, el Seminario de Estudios Interdisciplinarios de la Mujer², ambos en la Universidad de Málaga, y las profesoras invitadas Carmen González Canalejo (Universidad de Almería) y Haydée Ahumada Peña (Universidad de Chile), especialistas en el exilio republicano español de 1939. De acuerdo con las líneas de investigación de nuestros equipos, se ha dividido en tres partes: el estudio de la ciudadanía y los movimientos sociales de mujeres, la construcción del feminismo en Iberoamérica y la emigración, la lucha contra el fascismo y los exilios políticos.

    Gloria Bonilla (Universidad de Cartagena, Colombia) abre la primera parte referenciando el dispar camino seguido por el feminismo, o los feminismos, en América Latina. Consciente de sus diversidades, analiza la situación en Argentina, uno de los países más avanzados por sus movilizaciones, y señala sus principales reivindicaciones: el derecho al voto y la mejora de las condiciones educativas y laborales. En Perú, la industrialización; en México, la participación en actividades militares y revolucionarias; y, en Panamá, la construcción del Canal constituirán puntos de inflexión e intervención de las mujeres en el espacio público. El ejemplo de Colombia muestra las enormes dificultades que tuvieron que sortear y la negativa influencia del poder paternal y marital. Paradigmática fue la postura de los liberales en este país, proclives, en principio, a los derechos de las mujeres, pero muy recelosos ante la posibilidad de que ejercieran el sufragio. El temor a las redes de la Iglesia se manifestó con fuerza, igual que en numerosos países.

    La existencia de una corriente maternalista en los movimientos de mujeres y la importancia del debate político centrado en la educación están presentes en varios capítulos. Estas ideas empapan la exposición de Cecilia Lagunas y Nélida Bonaccorsi (Universidad Nacional de Luján y Universidad Nacional de Comahue, en Argentina), que ofrecen una acertada visión sobre los movimientos de mujeres en las universidades argentinas en el cruce de los siglos XX-XXI. El retorno de la democracia, en 1983, produjo la vuelta de numerosas exiliadas y fomentó la introducción del pensamiento feminista en la vida académica. La construcción de formas de conocimiento no androcéntrico y de espacios femeninos, como los Centros de Estudios y los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM), permitió abrir líneas de investigación, analizar los espacios públicos y privados y el imaginario social a partir de la producción literaria, por citar dos ejemplos, revelando el estado de la condición femenina y la persistencia de parámetros tradicionales en asuntos como el matrimonio y la familia.

    Sandra Salomé (Universidad Nacional de Avellaneda, Argentina) relata los orígenes y aspectos más destacados de los citados encuentros, convertidos en señales de referencia del feminismo latino. No cabe duda de la importancia de unas reuniones en las que miles de mujeres debaten libremente, desde 1986, sobre temáticas diversas. En este sentido, sus demandas se han convertido en leyes, a pesar de la oposición de los sectores conservadores y eclesiásticos, que aspiran a controlar los debates. La singularidad de los encuentros reside en la coexistencia de talleres oficiales y no oficiales —estos organizados sobre la marcha—, el respeto a la libertad de opinión, la estrecha vinculación con los planteamientos feministas, la celebración de marchas reivindicativas que adquieren un carácter masivo y la diversidad sociocultural de las participantes, algunas procedentes de los barrios populares. Sin duda, estos espacios tienen un potencial transformador de las realidades políticas y sociales femeninas.

    El primer tramo del libro se cierra con una herramienta ineludible hoy en día para los movimientos sociales, incluido el feminismo: las nuevas tecnologías de la comunicación. Teresa Vera y Anselmo Ramos (Universidad de Málaga, España) transitan por estos senderos considerando sus formidables potencialidades, sin olvidar los riesgos o conflictos de su uso. En este sentido, se puede afirmar que la red es un entorno amigable para el feminismo, ya que permite la visibilización y participación pública desde lo privado, y subraya las potencialidades de cambio, tanto en las relaciones entre los sujetos como en la ruptura de la dicotomía que identifica lo cultural y lo tecnológico únicamente con lo masculino. Así, el ciberfeminismo trabaja en la construcción de identidades femeninas al margen del poder patriarcal, pero debe enfrentar las relaciones de poder constituidas en torno a la tecnología y el activismo de los grupos resistentes, que explotan el altavoz tecnológico para perpetuar visiones tradicionales y discriminatorias. Por ello, alcanzan especial relieve las propuestas de «Mujeres en red» y «Red feminista», ejemplos de un modelo de periodismo social y cívico en un mundo global.

    Historia, presente y futuro de los movimientos de mujeres cruzan, pues, la primera parte del volumen para dar paso en la segunda al estudio del feminismo iberoamericano en las dos orillas del Atlántico —abarcando las costas de diferentes países—, con el fin de dibujar los movimientos de emancipación femenina durante el siglo XX en contextos diferentes; marcados, en unos casos, por la pérdida de las libertades y de los derechos humanos y las prácticas represivas, y en otros por las críticas, burlas e incomprensiones del patriarcado. El punto de partida de los numerosos escenarios y hechos recogidos en este bloque lo ocupa el estudio realizado por Rosa María Ballesteros García (Universidad de Málaga, España) sobre el movimiento feminista portugués en las primeras décadas del novecientos, cuyo origen tiene mucho que ver con la proclamación de la República en el país lusitano. Las culturas políticas jugaron un papel en la construcción del movimiento de emancipación de las mujeres. Surgió así el feminismo moderado o «de orden», liderado por Ana de Castro Osório, una escritora, pedagoga y activista burguesa comprometida con el republicanismo y la masonería, que denuncia en sus escritos el maltrato conyugal femenino y la necesidad del divorcio, a la vez que reivindica una educación universal, sin límites ni diferencias respecto a la de los hombres. Aunque la armonización del feminismo y el republicanismo luso de la primera mitad del siglo XX resultó difícil, la líder portuguesa lucharía, con otras mujeres, por el sufragio femenino y la libertad de conciencia.

    Si, en general, la reconstrucción del feminismo se ha realizado a partir de las biografías de las activistas más señeras y de los movimientos en los que se integraron, resulta igualmente sugerente la perspectiva mostrada por la prensa. Precisamente, los estereotipos y los dobles discursos periodísticos registrados en Veracruz (México) en 1915-1931 vertebran el capítulo de Rosa María Spinoso Arcocha (CULAGOS, Universidad de Guadalajara, México). El ejemplo más claro de la difusión de noticias en un tono cínico de chanza —e incluso escarnio— lo encontramos en el periódico El Dictamen, con motivo de la celebración del Primer Congreso Iberoamericano de Mujeres de la Raza en Ciudad de México (1925), en el que se trataron temas relacionados con el derecho al voto, la educación femenina, el hogar, el anticlericalismo y la moral pública y privada. El choque ideológico imposibilitó la adopción de acuerdos. La filiación política y la identidad de clase convirtieron el congreso en un escenario de disputas y reproches que aprovechó el citado rotativo para ejercer su crítica basada en el «desquiciamiento de los valores morales y sociales» de las mujeres liberadas. Otras voces, favorables a la emancipación femenina, se agruparon en torno a la revista La Mujer Moderna, de la que era asidua colaboradora Salomé Carranza, pionera del feminismo veracruzano y que reivindica en sus escritos la necesidad de romper el yugo de la ignorancia y el fanatismo eclesiástico, el rechazo del matrimonio y de la esclavitud doméstica. La educación era la piedra angular de su discurso, el remedio de los males sociales padecidos por las mujeres.

    En plena onda expansiva del movimiento feminista surgido en los años sesenta y setenta del pasado siglo se sitúa el capítulo de Eva Rodríguez Agüero (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina) sobre el tratamiento dado por la revista cultural Crisis, de amplio alcance en el ámbito latinoamericano, a la emancipación de las mujeres. La lectura de sus textos ofrece una idea del feminismo como un fenómeno importado desde Estados Unidos y Europa. En cualquier caso, el marcado sesgo político de la revista hace de la subordinación femenina al capitalismo un tema recurrente en sus páginas. El modelo tradicional de feminidad, sujeto al consumo, la moda, el ideal de belleza y el romanticismo sentimental de las novelas «rosas» —como las de Corín Tellado—, se considera un vehículo de alienación y perpetuación del sistema patriarcal. Pese a los destacados artículos de mujeres comprometidas —María Ester Gilo, Sara Facio y Diana Bellesi—, el feminismo documentado en Crisis es muy residual, eclipsado por la atención a los movimientos antiimperialistas y de liberación de la prensa argentina de los años setenta.

    Esta tibieza sería un mal menor frente a la pérdida de derechos individuales y libertades sufrida en los años setenta en Argentina. La cárcel, la estigmatización, la tortura y la muerte formaron parte del plan de restauración moral y política emprendido en los años previos y posteriores al golpe de estado de 1976, como reflejan Alejandra Ciriza y Laura Rodríguez Agüero (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina). En este caso, la batalla feminista la encabezan miles de maestras, quienes, a través de los seminarios organizados a partir de 1973, abogan por un nuevo proyecto —frustrado por el conservadurismo— de una ley educativa basada en la colaboración fraternal y en la propiedad social. Igual suerte corrió la teología de la liberación liderada por el Centro de Investigaciones de la Mujer (CIM), de carácter ecumenista y católico. La emancipación quedó cercenada por el nacionalismo de derechas y los grupos integristas, perpetuando la alianza entre capitalismo y patriarcado. Así, el elogio de la moral y las buenas costumbres se rodeó de prácticas aberrantes: violaciones, torturas, secuestros y ejecuciones. Las actuaciones gubernamentales en Mendoza se consideran, entre 1972 y 1979, uno de los genocidios más crueles de la historia. Únicamente, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos obligó al régimen a frenar la espiral de crueldades.

    Por último, cierra la segunda parte el espinoso tema del aborto en el ámbito iberoamericano. Una cuestión aún no zanjada y de plena actualidad. La contribución de Rosana Paula Rodríguez permite esbozar la evolución histórica de las prácticas y leyes abortivas en Argentina y España, desde una visión transnacional del feminismo, utilizando dos ejemplos distantes en lo geográfico pero a la vez cercanos en los aspectos culturales y avatares políticos. La pobreza, la ilegalidad, la clandestinidad, la condena moral y religiosa se contraponen con las estrategias feministas puestas en marcha en las dos orillas para conseguir avances en la despenalización y legalización del aborto libre, con garantías médicas y sin restricciones. Este interesante estudio contribuye a visibilizar una problemática en la que se condensan las relaciones sociales de dominación sobre las mujeres, avocadas equívocamente por su biología a ser madres, diferenciando claramente entre sexualidad y reproducción.

    La amplia casuística desplegada sobre la construcción del feminismo y la acción política en Iberoamérica contrasta con el hilo argumental de la tercera y última parte del presente libro: la emigración, la lucha antifascista y los «exilios». El discurso histórico oficial sobre el exilio español ha venido reflejando una historia construida desde una perspectiva androcéntrica, protagonizada por las experiencias y discursos masculinos que pretendían perfilar un relato objetivo. Pero debemos tener en cuenta que los exilios —femeninos y masculinos— no solo tienen un origen político, sino también económico. En este sentido, una parte de la diáspora femenina estará marcada por las desigualdades de género en el marco del sistema patriarcal.

    Si hemos mencionado anteriormente la pluralidad que conforman los denominados «exilios femeninos», podríamos ensanchar el concepto añadiendo el término de «exilio económico». El concepto de «doble exilio» femenino se caracteriza, en una de sus vertientes, por las incisiones materiales de la desigualdad de género en el marco del sistema patriarcal. Sobre todo jóvenes solteras, pero también mujeres casadas en su papel de sustentadoras del hogar —a veces como amas de casa y a la vez cabezas de familia— y viudas, todas víctimas, frecuentemente, de un sistema laboral desigual y fragmentado en las dos esferas, deciden emprender el viaje a otros lugares y países empujadas por las dificultades financieras. Jordi Luengo López (Universidad Pablo Olavide, Sevilla, España) estudia un episodio de trata de blancas acaecido sobre las españolas inmigrantes en su camino a Buenos Aires, uno de los mayores focos de recepción del tráfico de mujeres en las tres primeras décadas del siglo XX. Se trataba de una organización prostibularia a gran escala en cuyas redes cayeron mujeres europeas y españolas.

    La internacionalización de las redes de ayuda femeninas será una de los elementos que mejor detallen la historia del exilio femenino. El poder que adquieren estas redes tiene su respuesta en el tejido que entrelaza los continentes transatlánticos. Verónica Oikión Solano (El Colegio de Michoacán, México) nos introduce en la lucha contra el fascismo a través del Frente Único Pro Derechos de la Mujer, que recoge las corrientes de las culturas políticas femeninas y el activismo a nivel internacional, así como el ejemplo de un enlace que articularía y serviría de apoyo a la actividad que desarrollarían las exiliadas españolas en el mismo suelo. La entidad mexicana hizo suyos los principios de la Primera Conferencia de Mujeres Antifascistas. Mexicanas y españolas compartieron un lenguaje y un objetivo común basado en la defensa de la democracia y los derechos políticos y sociales de las mujeres, entre otras reivindicaciones de género.

    Un relato histórico que nos ayuda a enfocar el preludio del exilio político español y la amplitud de este concepto que arroja nuevos episodios para definir y delimitar sus márgenes. Gracias al auge de la Historia de las Mujeres y la Historia de Género, a partir de la década de los ochenta del pasado siglo comenzó una ardua tarea para recuperar las experiencias de las mujeres que sufrieron los pormenores de la diáspora. Carmen González Canalejo (Universidad de Almería, España) plasma perfectamente en su trabajo, a partir de la historiografía y las fuentes del exilio, archivísticas y testimoniales, el éxodo femenino a Francia a través de los Pirineos, las condiciones de vida de las mujeres, las redes de solidaridad y la trascendencia de un movimiento internacional de apoyo que traspasaba los horizontes de la política, los nacionalismos o los ideales.

    Los estudios sobre esta temática en particular han puesto en relieve las especificidades del lenguaje y de las representaciones simbólicas con que las mujeres tejen sus propios relatos. La memoria es una de las principales herramientas utilizadas para rescatar del olvido las experiencias vividas durante el exilio. Esta labor encierra el objetivo de reconstruir la historia de las mujeres que fueron silenciadas pero también la de aquellas otras que se solidarizaron con sus compañeras y gritaron por ellas. María Dolores Ramos Palomo (Universidad de Málaga, España) aborda esta tarea en el capítulo dedicado a las memorias escritas de dos militantes libertarias españolas en la difícil coyuntura de la Guerra Civil y los primeros años de la postguerra: Sara Berenguer y Federica Montseny. Ambas transmiten en sus textos el testimonio personal de la diáspora, el dolor y la lucha por la supervivencia, pero también su voluntad de seguir luchando contra el fascismo en Francia y en otros países. Muchas de nuestras protagonistas entendieron así su compromiso histórico y repararon simbólicamente el daño individual y colectivo que habían sufrido.

    Participando del carácter militante de Silvia Mistral, afiliada a la organización anarco-feminista Mujeres Libres, y del análisis de su diario (Éxodo), Milagros León Vegas, Remedios García Muñoz y Sergio Blanco Fajardo (Universidad de Málaga, España) escriben un capítulo en el que se relata sin tapujos la huida de la población tras la caída de Barcelona —y, más concretamente, las experiencias de Mistral y un grupo de mujeres en territorio francés, el internamiento en los campos de refugiadas, el recorrido por caminos inciertos y las condiciones de vida en diferentes albergues habilitados para las desplazadas, hasta que la posibilidad del viaje a América se perfila en el horizonte como una señal esperanzadora—. Todo ello permite ver los vericuetos del exilio de las mujeres y el interés del lenguaje del «yo» ligado al cuerpo femenino, una forma de expresar los síntomas del dolor y las cicatrices de la supervivencia.

    Pero existen otras realidades en el marco del definitivo embarque de las refugiadas hacia destinos seguros. La biografía de la republicana Elena Gómez de la Serna y Fojo, una de las responsables de la evacuación de las obras de arte de los museos españoles a Ginebra, revela los caminos recorridos por tantos exilados y exiladas en la búsqueda de sus familiares en los campos de concentración, la llegada a París y la necesidad de encontrar hueco en los «barcos del exilio». La llegada a Chile y su activa participación en la revista Eva, que llegaría a dirigir, constituyen el eje central del capítulo de Haydée Ahumada Peña (Universidad de Chile).

    Parte de las exiliadas se unieron a la resistencia, llevadas por su firme compromiso antifascista, reconstruyeron sus redes políticas en diferentes países y surcaron los mares en varias direcciones. Sofía Rodríguez López (Universidad de Málaga, España) analiza el caso de Carmen Tortosa, embarcada el último día de la Guerra Civil en Almería con destino a Argelia, donde su vida estaría marcada por el compromiso con el Socorro Rojo, el Partido Comunista y la Unión de Mujeres Españolas. Su peregrinar a Orán, y después a Casablanca, hasta llegar finalmente a La Habana revolucionaria, muestran su doble drama —político y personal— y, con él, la fuerza de los testimonios de dos generaciones: la suya y la de sus hijas, capaces, con el paso de los años, de llegar a empatizar con ella y entender su vida y sus difíciles decisiones.

    En definitiva, esta obra recoge las voces y experiencias históricas de las mujeres desde una visión global, entendiendo los ejemplos desarrollados en ambas orillas como una lucha frente al patriarcado, que guarda diferentes particularidades motivadas por la pluralidad de culturas y contextos. Los testimonios, prácticas de vida y representaciones simbólicas de las mujeres contribuyen a que entendamos sus estrategias y acciones políticas tanto en los sistemas democráticos como en los conflictos bélicos y las dictaduras. El lenguaje, los símbolos, las luchas, las movilizaciones, los viajes hacia otras realidades, tejen la historia, la plataforma de encuentro entre discursos y actuaciones, y el motor de cambio de un orden social desigual y hostil para las mujeres.

    I

    EN TORNO A LA CIUDADANÍA Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES DE MUJERES

    Redefiniendo la política: feminismo, ciudadanía y movimientos sociales de mujeres en América Latina

    Gloria Estela Bonilla Vélez

    Universidad de Cartagena (Colombia)

    1. Introducción

    Estas páginas se proponen describir algunas de las transformaciones que incidieron en la situación de las mujeres en América Latina y en Colombia, en la primera mitad del siglo XX, y pretenden establecer cómo se produjo la llegada del pensamiento feminista al país y cómo influyó este en las luchas de las mujeres por la conquista de sus derechos. Plantean, además, las posturas de liberales y conservadores frente a la educación y la ciudadanía femenina y su expresión en el Congreso Internacional Femenino de 1930 realizado en Bogotá. En este capítulo también se tratan los principales problemas que condicionaron la situación económica, política y social de las mujeres colombianas y cómo dicha situación ha estado marcada en Colombia por múltiples factores vinculados a la condición sexual femenina. Sin duda, la opresión y la discriminación de las mujeres es un hecho histórico que traspasa todas las clases sociales y está presente en una cultura patriarcal que compromete a ambos sexos. Este hecho se manifiesta en las diferentes formas que adquirieron las luchas de las mujeres en relación con la conquista de sus derechos civiles, sociales y políticos, el acceso a la ciudadanía y el modo de asumir el feminismo desde ópticas diversas, y se refleja asimismo en las polémicas surgidas en torno al derecho al sufragio.

    A comienzos del siglo XX se reelaboran y difunden a nivel internacional discursos y experiencias que introducen modificaciones en los modelos y los roles femeninos en la familia y en la sociedad, identificándose tales ideas y prácticas sociales con los planteamientos feministas entendidos desde el punto de vista de la filosofía política, el pensamiento crítico y la acción colectiva. Así, mientras en Europa y Estados Unidos los movimientos de mujeres crecían, Latinoamérica fue escenario de numerosos movimientos de mujeres y de la expansión del feminismo desde plurales perspectivas ideológicas y teóricas. A partir de este planteamiento hay que recuperar, hasta donde la historiografía permita, la historia de los movimientos feministas y los movimientos sufragistas, así como la participación de las mujeres en las revoluciones y en el movimiento obrero durante las tres primeras décadas del siglo XX en América Latina. Hablamos de movimientos de mujeres y no de mujeres en los movimientos sociales; la diferencia se establece, en el primer caso, en la composición exclusivamente femenina de las organizaciones, aunque no hay que olvidar que las mujeres han participado y participan en movimientos sociales donde no están solas y en otros que son realmente suyos casi exclusivamente³.

    2. Rebeldes e insumisas: movimientos de mujeres y propuestas feministas

    El país latinoamericano con mayor organización feminista en las primeras décadas del siglo XX puede decirse que es Argentina. Allí se hicieron visibles las luchas sociales de mujeres, la feminización del mercado laboral en ciertos sectores productivos y las movilizaciones sindicales de las trabajadoras desde inicios del siglo XX. Esta situación originó notables diferencias con otros países latinoamericanos donde la vinculación al mundo fabril fue más tardía. Según Asunción Lavrin:

    El censo de 1914 mostró que en Buenos Aires las mujeres constituían el 16 % de la totalidad del trabajo industrial, empleadas principalmente (93,2 %) en el procesamiento de alimentos, vestuario, industrias químicas y empaquetadoras. Entre 1845 y 1941 el número de mujeres empleadas en el comercio se duplicó, el número de maestras aumentó casi siete veces y casi se triplicó el número de mujeres trabajando en profesiones de la salud⁴.

    Visto así, estas mujeres vinculadas al mercado laboral engrosarán tanto las filas del movimiento feminista anarquista como las del socialista, en lucha por la conquista de sus derechos. Porque, si bien este sector de la población estaba excluido del sufragio, el proceso de democratización consolidó el desarrollo y el surgimiento de organizaciones feministas que reclamaban la participación política de las mujeres, así como la ampliación de los derechos civiles. Lavrin califica el período de 1919-1932 como los años dorados de la campaña feminista en Argentina⁵. En este país, aunque existen reivindicaciones aisladas fechadas con anterioridad, la acción grupal comienza a principios del siglo XX. Las condiciones particulares del desarrollo argentino, marcado por profundas modificaciones vinculadas a la consolidación del Estado liberal y a su proyecto modernizador, inciden en la evolución de estas tendencias. Como indica Marcela Nari, el feminismo es tanto un elemento emergente de un momento histórico-social concreto, como uno de los agentes transformadores que inciden en él⁶. Su surgimiento evidencia innegables influencias de los postulados teóricos y las prácticas de las organizaciones internacionales, que van cristalizando tanto a nivel discursivo como en contactos personales e inciden en la constitución de asociaciones que aparecen como extensiones de las europeas. La formación de estas entidades tiende a concentrar los esfuerzos individuales al procurar objetivos comunes. Supone conciliar diferencias personales para arribar a un consenso pragmático que posibilite un accionar conjunto. Así se constituyeron, entre otras organizaciones, el Consejo Nacional de Mujeres, la Unión Gremial Femenina, el Centro Socialista Feminista, el Centro de Universitarias Argentinas, el Centro Feminista, la Liga para los Derechos de la Mujer y el Niño y la Liga Feminista de la Republica Argentina⁷.

    Paulatinamente, las organizaciones mencionadas irán sumando adhesiones. Si bien Buenos Aires concentrará numerosas actividades por su carácter de capital de la república, las repercusiones llegarán al interior de las provincias. Integrar un frente común les otorgará visibilidad, permitiendo un alcance más amplio de sus mensajes. En el mismo sentido, estos grupos propiciarán la realización de reuniones con el fin de posibilitar intercambios intelectuales. Siendo el feminismo una corriente de ideas y prácticas políticas y sociales sumamente heterogéneas, cada núcleo ostenta particularidades, unificándolos la intención manifiesta de modificar las condiciones de inserción social de las mujeres argentinas. La formación de asociaciones, la organización de congresos, la publicación de artículos periodísticos y la redacción de proyectos destinados a transformar los marcos legales que prescriben los derechos civiles y políticos, son algunas de las estrategias desplegadas con el fin de renovar las modalidades que asumen las relaciones entre los géneros⁸.

    El feminismo anarquista surgió en Buenos Aires en la década de 1890, en el contexto modelado por tres factores que distinguían a Argentina entre los estados latinoamericanos de finales del siglo XIX y comienzos del XX: un crecimiento económico rápido, el flujo de grandes remesas de inmigrantes europeos y la formación de un movimiento laboral activo y radical. Desde la década de 1870 se abrieron oficinas especiales en Italia, España, Francia y Alemania para atraer a los inmigrantes a Argentina con la promesa de tierras baratas, pasajes y prestamos. La respuesta en las áreas deprimidas de Europa fue positiva y la tasa de inmigración alcanzada no tuvo comparación con la de ningún otro lugar en el subcontinente. El anarquismo en Argentina alcanzará su pico más alto en las primeras décadas del siglo XX. La historia anterior de este movimiento puede ser vista como un avance lento, y muchas veces interrumpida, hacia este clímax. El periódico La Voz de la Mujer apareció, después de medio siglo de continua actividad anarquista, como una de las primeras expresiones de lo que llegaría a ser el anarquismo argentino en su mejor momento. Pertenecía a la tendencia del comunismo anarquista⁹ propagado por Kropotkin y Eliseo Reclús en Europa y por Emma Goldman y Alexander Berkmann en los EEUU.

    Hay que recordar que tanto el socialismo como el anarquismo se centraban, ante todo, en la clase trabajadora, aunque también expresaban su simpatía por la emancipación de la mujer. Hacia 1880 ya se conocían en Argentina las publicaciones de escritoras como Soledad Gustavo (Teresa Mañe) y Teresa Claramunt, ubicadas en el ámbito anarquista hispánico, y las de Voltairine de Cleyre, Emma Goldman y otras representantes del movimiento norteamericano. En sus textos y editoriales ya aparecen críticas a la familia y se manifiesta el apoyo al «feminismo», que era un término comúnmente utilizado. El mayor impulso a la corriente emancipadora femenina provino de las y los activistas españoles y los exiliados italianos —como Erico Malatesta y Pietro Gori—, que apoyaron las ideas feministas en sus diarios y artículos. Es comprensible que algunas feministas se sintieran atraídas por el anarquismo, en tanto que sus preceptos básicos acentuaban la lucha contra la autoridad.

    Por otra parte, el feminismo anarquista centraba sus energías en el poder ejercido sobre las mujeres en el matrimonio y la familia, buscando cauces de libertad fuera de estas instituciones. Así, La Voz de la mujer expresaba: «odiamos la autoridad porque aspiramos a ser personas humanas y no maquinas automáticas o dirigidas por la voluntad de otro, se llame autoridad, religión o cualquier nombre. Ni Dios, ni patrón, ni marido»¹⁰. Ya en la década de 1890 el movimiento anarquista presentaba una serie de rupturas. La Voz de la Mujer y La Voz de Ravachol perdieron terreno rápidamente frente al auge del movimiento socialista, muy sensible a las luchas de la clase trabajadora. En 1894 se fundó el Partido Socialista Argentino, comprometido con la participación electoral y la reforma laboral. Ante el repliegue de la corriente feminista anarquista surgió un nuevo movimiento político y social feminista que intentará dar respuesta a las demandas y reivindicaciones de las mujeres y se hará cargo de problemas como al alza de salarios y las mejores condiciones de trabajo. Se trata del feminismo impulsado por el Partido Socialista. Mujeres como Cecilia Grierson, Alicia Moreau de Justo y Juana Rouco Buela propiciaron la lucha por la igualdad de derechos, la consecución de mejores oportunidades educacionales y la reforma del código civil, y al hacerlo redefinieron la política, las estrategias y el terreno de la lucha feminista¹¹.

    Aunque el programa socialista apuntaba a lograr resultados más tangibles que los que propugnaba el anarquismo, carecía sin embargo del ardiente radicalismo que había formado parte de la militancia libertaria. Más importante aún es que, debido a su tendencia a derivar la opresión de las mujeres primariamente del capitalismo, o a verla como mediada por las prácticas discriminatorias del Estado, los socialistas no desarrollaron, como los anarquistas, una crítica radical de la familia, el machismo y el autoritarismo. Tampoco la sexualidad ocupó un lugar importante en el discurso feminista socialista. En la década de los treinta, la agenda política de las feministas argentinas no solo perseguía el derecho a voto sino que proponía la resolución de una problemática más amplia del colectivo femenino: medidas de protección para las embarazadas y sus hijos y mejoras en las condiciones de trabajo. Aunque con el golpe de Estado de 1930 estas agrupaciones se vieron limitadas para actuar, lograrían el derecho al voto en 1952.

    Como se ve, la irrupción de las corrientes anarquistas procedentes de ultramar fueron determinantes en la construcción de las ideas sobre la emancipación femenina y la crítica a la sexualidad y a la familia. En la práctica, el ideario anarquista que trajeron los miles de inmigrantes llegados impulsó la creación de sindicatos y formas de organización comunitaria. En México, Bolivia, Cuba y Perú la prédica libertaria también se dejó sentir. Grupos anarquistas colaboraron con los líderes de la revolución mexicana a través de los llamados «batallones rojos». El famoso Plan de Ayala de Emiliano Zapata es de inspiración libertaria. En Cuba, durante la Guerra de Independencia librada contra los Estados Unidos, los obreros anarquistas constituyeron un importante bastión de apoyo.

    En Perú el proceso de industrialización permitió el ingreso de las mujeres al trabajo productivo asalariado, incorporándose a la lucha política y sindical. En 1905, el proletariado peruano inició la conquista de la jornada de ocho horas. A pesar del bajo porcentaje de obreras, la participación femenina fue significativa. En Junio de 1916, durante las manifestaciones de Guacho, Irene Salvador y Manuela Chaflajo fueron asesinadas, con otras tres obreras, por la policía. Dos años después, en 1918, se logró la jornada de ocho horas para las mujeres y los menores de edad. En 1914 se había fundado la primera organización de mujeres: Evolución Femenina, dirigida por María Jesús Alvarado e integrada por mujeres profesionales y de clase media. En 1915 se sancionó el Proyecto de Ley —defendido por Evolución Femenina— que aprobaría el acceso de las mujeres de la clase media a la esfera social del trabajo, pues las representantes de las capas populares ya se habían incorporado al trabajo productivo. Este movimiento y la lucha por la igualdad jurídica de la mujer y la reforma del Código Penal ocasionaron que María Jesús Alvarado fuera deportada a Argentina. Años más tarde, en 1919, el proletariado realizó un paro general en contra del coste de la vida. Un grupo de mujeres desfiló en la manifestación bajo la consigna: Abajo los capitalistas. Viva la organización femenina¹². En 1936 se creó la primera Organización de Mujeres en el Perú, que trató de unir la acción política con la lucha por reivindicaciones específicamente femeninas (como la igualdad de derechos sociales, la igualdad de salarios, la capacitación profesional, la creación de guarderías y el cambio de la situación jurídica de las mujeres): Acción Femenina, fundada por Alicia del Prado. Por primera vez se unirán mujeres comunistas, apristas e independientes en la lucha por objetivos comunes. Asimismo, en la década de los cuarenta surgirá una organización estudiantil universitaria. Finalmente, los derechos políticos femeninos se obtendrán en 1956¹³.

    En México, durante el movimiento revolucionario de 1910, la incorporación de las mujeres fue muy importante, no solo como acompañantes de los hombres y realizando sus tareas tradicionales (cocinar, lavar y cuidar los hijos, entre otras), sino también ejerciendo actividades militares y difundiendo las ideas revolucionarias: fueron espías, correos, enfermeras, y colaboraron en diferentes planes y proyectos. Por citar un ejemplo, Dolores Jiménez y Muro participó en la redacción del Plan Ayala de Emiliano Zapata¹⁴. Consecuencia de la revolución mexicana (1910-1917) fue la formación de una arena política renovada, en la cual el feminismo de corte liberal adquirió una dimensión política. Así:

    A partir de 1915 la facción constitucionalista, encabezada por Venustiano Carranza, inició la creación de un nuevo orden político, empezó a reconstruir espacios políticos [con] las fuerzas sociales contendientes durante el proceso revolucionario y buscó satisfacer algunas de las demandas del movimiento armado. Las reformas sociales y políticas impulsadas por el movimiento constitucionalista fueron

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