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La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete
La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete
La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete
Libro electrónico421 páginas5 horas

La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete

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Información de este libro electrónico

En el pueblo de Las Varas, Nayarit, la gente se preparaba para una gran fiesta de quinceanera. Elvis Jacob sale de caceria junto con su padre, cuando vuelven un acontecimiento les marca su vida para siempre. Debido a este acontecimiento, el libro se convierte en una historia de aventura, persecucion y de accion.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 may 2024
ISBN9781662497575
La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete

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    La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete - A. G. Valencia

    cover.jpg

    La impactante historia del joven Elvis Jacob en sabado siete

    A. G. Valencia

    Derechos de autor © 2024 A.G. Valencia

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2024

    ISBN 978-1-6624-9734-6 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-6624-9757-5 (Versión Electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Tabla de contenido

    Dedicada con todo mi amor a mi amada familia.

    En especial para mis hijos, nietos y sobrinos.

    Agradecimiento

    Introducción

    Parte uno

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    8

    9

    10

    11

    12

    13

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    16

    17

    18

    19

    20

    21

    22

    23

    24

    25

    26

    27

    28

    Parte dos

    29

    30

    31

    32

    33

    34

    35

    36

    37

    38

    39

    40

    41

    42

    43

    44

    45

    46

    47

    48

    49

    50

    51

    52

    53

    54

    55

    56

    57

    58

    59

    60

    61

    62

    63

    64

    Parte tres

    65

    66

    67

    68

    69

    70

    71

    72

    73

    74

    75

    Parte cuatro

    76

    77

    78

    79

    80

    81

    82

    83

    84

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    86

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    88

    89

    90

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    93

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    97

    98

    99

    100

    101

    102

    103

    104

    105

    Dedicada con todo mi amor a mi amada familia.

    En especial para mis hijos, nietos y sobrinos.

    Agradecimiento

    Quisiera dar las gracias a mi familia por animarme y apoyarme con este libro. A mis hermanas Evangelina, Apolonia y mi sobrina Kimberly por su dedicación, afecto e inquebrantable confianza en que acabaría por producir algo publicable. Esto se lo quiero dedicar a mis hijos que amo tanto y me inspiraron a escribir este libro.

    Introducción

    El guateque había iniciado bastante temprano. El solar en el cual se llevaba a cabo era lo suficientemente grande para albergar una fiesta casera de aquel tipo. A las seis de la tarde se quebraron cinco piñatas repletas de dulces y una que otra moneda de baja denominación para todos los niños presentes. No se trataba de una pachanga infantil, sino que el señor Luis Macarena Angulo, como cada año lo hacía, una vez más tiraba la casa por la ventana para agasajar a vecinos y amigos influyentes que esta vez invitará. En efecto, celebraba el número 44 de su vida.

    El famoso DJ, Tito Sánchez, con su sonido americano, amenizaba el ambiente con su extensa mezcla de música versátil. El terreno disponible resplandecía con adornos de crepe y globos de colores por todas partes. Las mesas y sillas de plástico, repartidas por el terreno, se extendían hasta la mitad de la calle Catecalt obstruyendo el paso vehicular en ambos sentidos. La mesa grande, con mantel blanco y dorado, que resaltaba casi a media calle, era la de Luis Macarena e invitados.

    El diputado Felipe Mena y el jefe del ayuntamiento estaban allí con sus esposas e hijos, Don Julio y Cazadores eran sus bebidas. Treinta minutos hacían falta para las ocho de la noche y ya no había mesa desocupada. El guateque estaba en su apogeo.

    En una parte del fondo del terreno estaba construida la casa del anfitrión. Se trataba de una casa de doble piso con pintura rosa fucsia con blanco. El patio se extendía al frente y al borde de la calle Catecalt. A lado izquierdo de la casa se ve una cocineta improvisada para la ocasión atiborrada de personas debajo de una lona azul. Un caso grande, de cobre bruñido, freía en su interior pernas de pollo, alas y buchitos, por un lado, la parrilla está repleta de bistecs y longanizas. En la mesa larga que había bajo la carpa algunas señoras embellecían platos de fon con frijoles puercos, sopa fría y unas suculentas piezas de pollo freído, entonces, unos jóvenes los repartían entre las mesas de los invitados, acompañados con su respectivo vaso de agua de horchata o fresa de leche. Los que tomaban podían pedir una media, tú podías elegir. Así se comportaba Luis en el día de su cumpleaños, no estimaban gastos, esa solía ser la razón principal por la que los vecinos de la colonia atiborraban su casa en ese día.

    La comida y bebida siempre brotaba a raudales y Macarena nunca le daba reversa al que pidiera doblete. Para algunos era, más bien, como la celebración anual de la colonia. Aunque no podía verse por lo nublado, la esfera luminosa era completa en el cielo, de modo que la tierna noche era oscura con calor húmedo. A pocos metros de allí, una docena de jóvenes futboleros hacían caso omiso de ambos eventos, la fiesta y el calor. Seguro, sobre la misma Catecalt, en short y descalzos, disputaban retos de cuatro jugadores con porterías improvisados con dos piedras, demostraban sus dotes deportivos.

    La calle protagonista de esta escena, la Catecalt, era algo amplia, 12 metros cuando menos, con todo y banquetas. Para correr a lo largo de la montaña, en el cual se asentaba la colonia conocida como Cama de Piedra, estaba algo inclinada hacia abajo, no mucho, se podía realizar cualquier deporte sin problemas. Su superficie polvorienta era de Tepetate amarillo. Contaba con guarnición por ambos lados, aunque no toda su acera yacía con cemento. Las casas construidas a lo largo de ella eran la mayoría de ladrillo rojo con diferentes tamaños y fachadas, tenían grandes patios frontales o traseros llenos de flores. Se trataba de una zona humilde, pero muy bonita. En aquella noche, calle y colonia, se encontraban de fiesta. La mayor parte de los residentes se alegraban con Luis Macarena, entraban y salían del guateque con un plato de comida o vaso de bebida.

    Dos hombres bastante altos de pronto aparecieron doblando por la esquina de la Catecalt, a solo un bloque del borlote, por la calle Antigua. La mirada de los dos hombres altos eran fieras, sus apariencias imponentes, sin embargo, ninguno de los dos se podía notar con una simple mirada. En efecto, sus ropas de trabajo, semejantes a las de un albañil recién salido del jale, disipaban toda sospecha posible. En sus cabezas traían unas gorras de béisbol todas desgastadas, mientras que por detrás de sus cabezas asomaba un estuche de cuero negro, descolorido, de una posible guitarra eléctrica. Ambos trabajaban sus pies hacia la fiesta en cuestión.

    —Así es don Luis Macarena —vino la respuesta—. Siempre tratando de impresionar a sus humildes vecinos.

    —Y tal parece que lo hace con éxito rotundo, todos traen una sonrisa de oreja a oreja.

    El inmutable rostro de Morgan fue adornado con una discreta sonrisa.

    —Así es, Gestróv, siempre lo logra —confirmó.

    —Aunque, por cierto, que gusto volver a verte.

    —El placer es el mío, señor.

    Sonrieron al momento de saludarse con un fuerte apretón de manos. Entonces, Gestróv artículo:

    —¿Y qué es lo que se supone que haremos en un pueblo tan pequeño como este?

    —Lo mismo de siempre, compañero.

    —Protección.

    —Así es.

    —Mmmmmm —pasó sus pupilas en los invitados de la fiesta.

    —¿Quién de todos será? —pensó y dijo.

    —Debe ser alguien especial.

    —Debe ser —fue la respuesta de Morgan.

    —Si no nos hubieran enviado a nosotros —con la cabeza señaló la mesa de Luis Macarena—. Mira, ese que está sentado en la mesa grande con camisa negra es el anfitrión de la fiesta.

    —¿Es él?

    —Negativo.

    —¿Entonces?

    —No comas ansias.

    Para la acera contraria a la fiesta, y con zancada normal, avanzaron por la Catecalt con rumbo a la calle Texpai. Al ir pasando frente a la fiesta, uno que otro pachanguero reparo en su presencia sin mostrar ningún interés. Sus dientes y muelas demolían carne de ave como si estuvieran en un concurso de a ver quién come más. Les echaron un ojo y regresaron su atención al plato frente a ellos. Los que sacudían la polilla en la pista de baile, ni en cuenta. El jefe del Ayuntamiento les dio una ojeada por encima del hombre y al no reconocerlos los dejó tranquilos.

    Jugando a los desencantados, unos chilpayates, en sus 5 o 7 años, los tomaron de escudo para que no los tocaran. Ellos sacudieron sus cabelleras, con una sonrisa, y entonces continuaron su camino a la Texpai. Los albañiles abundaban por esa zona del pueblo, de manera que ni aun doña Pachita los miró con intereses.

    Al faltar unos diez pasos para alcanzar la esquina de la Texpai, una parvada de aves abstractas, en diversos tamaños y formas, apareció de pronto batiendo sus alas implumes frente a ellos. Se trataba de vultúridos con aspectos de mandriles, con alas y espolones de Johny Jumper, revoloteando como gallinas culecas, casi al ras de suelo. Sus amarillentos ojos saltones parecían de reptil asustado, además de parecer zorrillos de monte, su olor era repugnante.

    —¿Qué hicieron los de la fiesta? —ellos no podían mirarlos.

    Los dos albañiles sí podían y al instante detuvieron sus pasos. Con un movimiento a la velocidad de la luz, Gestróv realizó tres cosas como en una sola. Llevó el estuche de su guitarra a su abdomen, deslizó abajo el cierre y cerró su mano alrededor de la empuñadura dorada de su poderosa espada que llevaba dentro.

    —Tranquilo —Morgan lo detuvo a tiempo.

    —No, saben que somos nosotros.

    Gestróv observó, por unos latidos, los pajarracos y entonces obedeció. El malgastado estuche regresó a su espalda. Morgan dio unos golpecitos a su hombro y reanudaron su marcha. Al llegar a la esquina miraron que por la Texpai subía una lujosa camioneta gran Cherokee negra del año, rodeada de un enjambre de vultúridos horripilantes. Algunos de ellos rodearon la camioneta olisqueándolos como ratas al queso. Ellos se detuvieron y la camioneta pasó. Los mandriles voladores hicieron su trabajo y prosiguieron con su patrullaje con los invitados de la fiesta.

    —¡El demonio de Sodoma! —Gestróv exclamó al reparar en los tripulantes de la camioneta.

    Morgan asintió:

    —Se reproducen como los chinches, están por todas partes.

    En la esquina de la boca de Gestróv apareció una sonrisa.

    —Tienes razón, más en estos tiempos.

    —Y contando.

    Añadió Morgan mirando a la fiesta. Luis Macarena e invitados se levantaban para recibir al que parecía ser su invitado estrella, con bombo y platillo. Como si fuera el mismo presidente México. Hasta la música se paró para darle la bienvenida. Morgan y Gestróv arquearon las cejas al verlos. Intercambiaron una mirada de desagrado. Se encogieron de hombros y entonces continuaron su rumbo a la Xóchitl.

    —Justo a tiempo, señores —la voz grave llegó a sus oídos en cuanto llegaban a la esquina de la Xóchitl.

    Ambos giraron todo su cuerpo a la cosa que ocupaba la esquina contraria. Cruzando la calle, miraron a un Big Show Emerger del garaje de la misma. Se trataba de un gigantón de pelo y barba larga que parecía un tanque de guerra. Dos hombres, también altos y de cuerpo recio, lo acompañaban. Morgan y Gestróv cruzaron la calle y saludaron, con un gran abrazo a cada uno de los tres. Se ponían al corriente cuando, entonces la puerta de la casa se abrió de par en par. Dos hombres con ropa militar, gorro y mochila a la espalda reían al salir de ella. Cuatro mujeres salían tras ellos acompañados por otro varón. Parecía que bromeaban.

    —Es él —anunció el gigantón de barba refiriéndose a los militares.

    —¿Cuál de los dos, Felee? —inquirió curioso Gestróv.

    —El chino —el gigante replicó.

    De inmediato Gestróv escaneó al señalado.

    —¿Estás seguro?

    Felee asintió con una orden.

    —Así es, amigo. Ahora va de cacería con su padre, encárguense de que no regrese hasta la hora señalada.

    Vino una pausa más o menos larga. Entonces Morgan expresó sus pensamientos.

    —Todavía es un niño.

    —Lo sé —Felee dijo para atrás.

    —¿Resistirá? —preguntó Gestróv.

    —Lo hará, el espíritu jamás se equivoca —el barbón repuso.

    En ese momento, los dos cazadores nocturnos comenzaron a trabajar sus pies hacia arriba de la Xóchitl. Ellos dieron un breve repaso a los órdenes recibidas. Se despidieron como la bienvenida y entonces Morgan y Gestróv siguieron, cerro arriba, a los cazadores. Unos veinte metros después que los cazadores se internaron en la espesa jungla y sus ropas de albañil se transformaron en vestidura de lino blanco resplandeciente. Los estuches de sus guitarras desaparecieron para dejar en sus manos una poderosa espada dorada. Ambos se miraron. Esbozaron una sonrisa y se colocaron a dos pasos de la retaguardia de los cazadores. Su nueva misión había comenzado.

    Parte uno

    1

    Las Varas, Nayarit.

    Abril 6, 2019.

    El calor de aquel hermoso día, viernes 6 de abril, se había sentido demasiado caliente, sofocante y pegajoso. Cualquier movimiento físico que realizaras te provocaba un río de sudor. Aunque claro, no era para menos, siempre se ponía de esa manera después de un fuerte aguacero. Aguacero poco común para aquella época del año. A las 8:37 de la noche ya no estaba lloviendo, pero la lluvia caída durante toda la madrugada y parte de la mañana, había provocado que durante todo el santo día la tierra húmeda emanara un vaporcito grueso y caliente, más bien desesperante. Aunque por la noche, por los ríos que corrían alrededor, solía refrescar en el pueblo, aquella noche en especial continuaba muy caliente y sofocada.

    Una cortina de nubes negras prevalecía en el cielo, cada respiro era difícil, espeso y pesado. No era difícil imaginar la escena, ¿o sí? Ciertamente, para toda persona que nunca había estado en el pueblo, pero lo que era para mi padre y para mí. Esa noche solo era otra noche como todas las demás en época de calor. Aún no era la época fuerte de calor, aunque parecía. Pero como sea, mi padre y yo salimos por el regalo de mi hermanita, tal y como lo habíamos planeado un par de meses de atrás.

    Aún recuerdo la expresión de su cara cuando le aseguré que cazaría un venado para sus quince. Ya habían pasado casi dos horas desde que salimos de casa. Casi dos horas de lenta caminata, todo estaba bien y tranquilo. A nuestro alrededor, la oscuridad era total. La senda nos era conocida, pero avanzábamos con pies de gato. En lo personal, a mí me encantaba salir de cacería aquella hora de la noche. La jungla Nayarita, con todo y sus moradores nocturnos, siempre se portaban muy amigables conmigo. Es más, hasta llegué a concebir que se alegraban al mirarme husmear en su intimidad.

    —¡Miren! Ya llegó nuestro amigo Elvis Jacob.

    —Ya saben, locos desvaríos de juventud.

    Papá y yo íbamos dentro de nuestros uniformes de caza, pantalón, botas y camiseta militar, todo verde con camuflaje. Llevábamos nuestras gorras y guantes de piel y por supuesto, nuestro poderoso repelente fabricado por mi padre, con cebo de venado y quién sabe qué otra cosa más, que hacía que todo zancudo saliera despavorido de nuestra presencia. Claro exageraban. Esa era la experiencia de papá, me encantaba cazar con él.

    Absorbía toda su enseñanza, en especial lo relacionado con las armas y el ejército. Su experiencia dentro del gobierno militar. Él también me enseñó a someter a una persona sin lastimarla y golpear con mis puños. A usar mi cuchillo, me encantaba estar con él. Aquella noche, como siempre lo hacíamos cuando salíamos juntos de cacería, conversaba de todo con él. En particular, surgieron dos temas de interés, uno para mi padre y otro para mí. Mi hombría, mejor dicho, la suya. En efecto, la suya porque la mejor amiga de mi hermanita no escondía su interés por mí y él miraba que yo ni siquiera la tomaba en cuenta, pero no sabía que su cachorro se llevaba muy bien con ella. Que ya la había acompañado a su casa en varias ocasiones. La que si no ignoraba. Sin embargo, era mi timidez para entablar amistad con las chicas de mi edad. Eso era lo que le preocupaba, que todavía no tuviera novia.

    A mis dieciocho yo ya había andado noviando con Nadia y Susana, unas vecinas de la colonia, pero él nunca se enteró, fue algo corto y sin importancia. Más bien cosas de niños. Más aquella noche traía toda la onda conmigo. De manera que comenzó a desembuchar, con sutileza, su preocupación.

    —¿Y qué paso con la amiguita de tu hermana? —repentinamente disparó como a la ventana.

    Él caminaba dos pasos por delante de mí y como al principio no comprendí el porqué de su pregunta, no respondí. Yo vivía bastante orgulloso de mi madre, siempre buscaba hacer cosas que lo agradaran. Cuando no estaba haciendo llaves en la cerrajería o realizando tareas que dejaban en la prepa, me llevaba a Baxter, mi perro de caza, al monte y no regresaba a casa hasta que de mi hombro viniera colgando alguna presa. La presumía a todos, deseaba que todos los que nos conocieran supieran que también yo salía ser un gran cazador como él. A mi padre, por supuesto, eso lo llenaba de orgullo. Agradecía al señor por ello. No solo a él, también a mi madre y hermana. ¿Qué yo era un chavo amargado y aburrido? Para nada, sino que eso de andar noviando con una y otra chica solo para que todos miraran y digieran: ¡Mira al Elvis, cuantas novias tiene!. Para mí no tiene sentido desperdiciar horas pegado a un cuadrito con pantalla decorada y botones luminosos. Olvídalo.

    Mis prioridades eran otras. Aunque bueno, lo reconozco y lo confieso, Emily Kim sí me movía el tapete. Ella era la chica más bella e inteligente que había conocido hasta aquel momento y, si los planetas se alineaban en un par de añitos, más estaría ocupando un lugar en nuestra casa. ¿Específicamente? En mi recámara, como mi esposa. Mi viejo respiraría tranquilo. Nos detuvimos por un momento, delante de nosotros se distendía un pequeño valle al pie de la ladera de un cerro. Un riachuelo lo bordeaba. Yo alcancé a distinguir algunos de los muchos árboles que lo adornaban eran abedules, vetos, ciruelos y arrayanes. No muchos ciruelos, pero sí suficientes. Después de secar nuestro sudor, mi padre me miró por encima de su hombro izquierdo.

    —¿No me escuchaste o qué? —se aferró.

    2

    —No, padre. ¿Qué me dijiste? —fingí sordera.

    —Te pregunté acerca de la amiguita de Belén.

    —¿Emily?

    Arqueó una ceja.

    —Mmmm, sí, creo que así se llama.

    —¿Qué hay con ella?

    —¿Es tu novia o qué?

    Al decir esto disimuló buscar algo en las bolsas bajas de su pantalón militar, no sé qué cosa, pero por cierto que para eso solía ser un actor de bajísimo presupuesto. Luché para no reírme, bien sabia hacia dónde iba.

    —No, padre —parafraseé paciente—. Solo es una amiga, me llevo muy bien con ella, pero hasta ahí nomás.

    —¿Y eso?

    —Ah, pues porque sus amados padres no la dejan tener novio todavía y yo no quiero tener problemas de ese tipo ahorita —con un ademán señalé el valle frente a nosotros.

    —¿Este es el lugar?

    —Pero si a ti te gusta —me ignoró.

    —Podrían intentarlo, se ve que está loquita por ti.

    —¿De veras?

    —Claro, harían muy bonita pareja.

    —Mmmmm.

    —No me digas que no te gusta, Elvis, la niña está bastante bonita como para que lo niegues, ¿eh?

    —¿Alguno de ustedes ha visto a un padre empecinado?

    —Bueno —rasqué mi nuca, entonces reconocí—. No voy a negar ninguna de las dos cosas, pero como ya le dije, padre, sus padres no la dejan tener novio todavía —resalte la última frase.

    Él insistió inopinado:

    —Es la misma edad que teníamos tu madre y yo cuando nos conocimos. Ustedes también podrían intentarlo como lo hicimos nosotros. No tiene nada de malo.

    —¿Qué parte de sus padres no la dejan?

    —Yo conozco a sus padres.

    Adivinó mi mente.

    —Miguel y Pola fueron a la misma secundaria conmigo y sé que no son malas personas.

    —¿Pero?

    —Hablaré con ellos para que les den su consentimiento, no creo que se nieguen, ellos saben bien que tú no eres ningún vago ¿Qué te parece, campeón?

    Noté emoción en sus palabras, en su cara, al voltear a verlo sobre mi hombro. Sin embargo, no me sorprendía mucho que conociera a los padres de Kim ni tampoco deseara mirar a su primogénito del brazo de una joven tan bonita como ella. Lo que sí me sorprendía era su aferramiento de saberme con novia, al parecer esto iba en serio. Tenía que hacer algo si no quería pasar toda la noche hablando de Emily Kim. Ciertamente, en cuanto a nuestra educación escolar, y moral, él siempre había sido bastante estricto con Belén y conmigo, más del modo, siempre nos daba la confianza de hablar, con ellos, todo lo que nos incomodara sin temer reprimenda alguna de su parte. No obstante, así como no deseaba hablar de Emily toda la noche, tampoco deseaba tumbarle el choro. De manera que aprovechando que había traído a mamá a nuestra plática de ahí me agarré.

    —Está bien —dije enredando mi toalla alrededor de mi cuello—. Te lo agradeceré mucho, pero ahora cuéntame la historia de cómo conociste a mamá y de todo lo que pasaste por conquistarla.

    Me miró por unos segundos antes de empezar a trabajar sus pies hacia un área cubierta de maleza alta.

    —Yo te he contado eso, Elvis —decía al caminar.

    —Mejor dime tú, por qué te peleaste en la escuela.

    —¡Gulp!

    Mi manzana subió y cayó, aunque bueno, al menos no me preguntó algo de la Biblia, como siempre lo hacía. No porque no me gustaba eso, sino porque no entendía ni papa. Pero de los tres temas puestos a la mesa, Kim, la Biblia y la escuela, por supuesto, ninguno.

    —Solo me lo has contado una vez, padre —caminaba tras él—. Y eso fue hace uff, cuando tenía doce años. ¿Te das cuenta cuantos años han pasado ya? Más de seis.

    —Y no me digas que ya se te olvidó —él replicó sin detenerse.

    —La neta sí, padre.

    —Pero dime, ¿qué tiene que ver eso con la que estamos hablando?

    —Ah, pos mucho, pa. Con eso voy a levantar perlas para conquistar a Emily como tú conquistaste a mamá.

    Se detuvo otra vez, con la ceja arqueada me observó por encima de su hombro.

    —La última vez —insistió haciendo caras persuasivas.

    —Mmmm, está bien.

    Di en el clavo. Lo seguí dentro de unos árboles gigantes cubiertos por maleza y enredaderas. Como una especie de cueva. En su interior la tierra yacía cubierta de verticilo. Mi padre limpió un área al pie de unas grandes raíces entretejidas y extendidas por todo el lugar, y entonces se dejó caer exhalando un suspiro de alivio. Yo lo limité. Desde allí, entre las aberturas del ramaje de la cueva, podíamos dominar todo el perímetro del valle extendido por delante de nosotros. No había necesidad de preguntar. Habíamos llegado al lugar planeado. Él me lo confirmó al pedirme que estuviera atento a unos ciruelos erguidos, por un lado del riachuelo a unos ochenta metros de distancia. Yo asentí con excitación.

    —No se apure papá, tengo el mejor maestro de cacería que pueda haber en Nayarit, así que puede comenzar cuando guste.

    Aquello de mejor maestro de cacería, le gusto, pude mirarlo en su expresión y por supuesto, no estaba exagerando. De cualquier modo, luego de un poco de persuasión comenzó con la historia de mamá. Su voz apenas era audible, pero le entendía bien.

    —Nuestra historia fue una de esas historias con final feliz.

    —¿Por qué te quedaste con mamá? —quitaba la mochila de mi espalda.

    Él sonrió.

    —Sí —admitió.

    Hizo una breve pausa y entonces continuó meditativo.

    —Pero también tuvo sus momentos difíciles, recuerda que por eso tu abuela y tus tíos dejaron el pueblo, lo bueno es que —descansó su mochila en su regazo—, el país del dólar les cayó de maravilla, ya todos hablaban inglés.

    Esbocé una sonrisa. Mi padre prosiguió.

    3

    Desde el primer día que mi memoria empezó a trabajar hasta hoy, recuerdo que mi padre siempre me ha llevado con él de cacería a la selva. A mis cinco años ya disparaba mi rifle, que él mismo me regalara. Todavía lo conservo en mi casa. Desde entonces he disparado varios tipos de calibres como el potente Kalashnikov, el M–16, 30–30 y hasta el hermoso 300 Win Mag de mi viejo. He perfeccionado mi técnica de disparo. El porcentaje de mi puntería es de cien. Ahora, a mis dieciocho, mi rifle de caza es un bello R18 Commander que mi padre me consiguió con unos de sus amigos militares de la capital. Fue su regalo de mis dieciocho. ¡Es una belleza! ¡Me encanta! Le agregué una mira láser y un lente de 32 aumentos, con 26 de potencia, con el cual parezco como todo un cazador profesional, 99 de 100. Ok, tienen razón, es difícil errar con un juguete así, pero, aunque no me lo crean, y para nada es petulancia, con mira o sin ella, aseguro un blanco con cualquier rifle que pongas en mis manos. Rifle, aclarando, porque las pistolas no son de mi agrado. Por supuesto que he disparado algunos, pero prefiero las armas largas y en aquella noche especial llevaba mi Commander con todos sus accesorios de gala, listo para la guerra animal.

    Eran los quince de mi hermanita y no pensaba en que darle. Mis padres siempre me dieron todo lo que yo necesité, papá ya se había montado en la silla de los recuerdos. Aquello, por supuesto, no era lo que yo deseaba escuchar, pero por cierto que tampoco lo detuve. De hecho, al mirar que la charla iba para largo, agarré mi R, por el enfriador, la atravesé sobre mi regazo y me desgravé en tierra para escucharlo cómodo, teníamos tiempo.

    —Tu abuelita —él continuaba hurgando su mochila—, había salido de Michoacán porque allá sufría mucho. Su madre la vendía a un hombre de cuarenta años cuando ella apenas tenía catorce, y eso destruyó todos los sueños que tenía en su corazón.

    Esa parte es nueva, me interesó.

    —Pobre abuela —reaccioné sincero.

    —Sí, hijo, pobre abuela, pero no soportó mucho; una noche que el hombre estaba bien borracho, se armó de valor y se escapó con una amiga que sufría el mismo destino que ella, fue cuando a Santiago —mi padre repuso.

    —Allí fue en donde conoció a mi abuelo Pedro, ¿no es así?

    —Así es.

    —¿Pero por qué no me habías contado eso, pa?

    —Bueno —extendía su brazo a mí. Había una Zero en su mano—, tú ya lo dijiste antes, apenas tenías doce años —agarraba la botella.

    —¿Y ahora?

    —Pues, mírate ahora, ya eres todo hombre.

    —Ay, papá, si apenas cumplí dieciocho.

    —Sí, pero ya eres un gigantón, ya hasta tengo que levantar mi cara para verte a los ojos —hizo mímicas.

    —Ay, papá, no es para tanto —me empiné mi fenilalanina.

    Él hizo lo mismo. Se golpeó el pecho. Eructó y entonces retornó la palabra.

    —Es bueno que sepas la historia de tu familia, uno nunca sabe cuándo se pueda llegar a necesitar.

    —Eso, sí —acepté.

    —Además, tú me lo pediste. ¿Qué no?

    —Otro sí, papá.

    —Bueno —de nuevo llevó su mano dentro de su mochila militar—. Pues luego de un tiempo de andar de un lado a otro con tu abuelo, vinieron y se establecieron aquí en el pueblo. Aquí nacieron todos tus tíos y yo —se detuvo abruptamente.

    Yo lo miré interrogante. Entonces se escuchó el crujir de hojas secas a muy corta distancia de nosotros. Cuatro metros a nuestra izquierda, giramos al ruido al instante.

    —¿Escuchaste eso? —mi padre susurró.

    Yo asentí con un movimiento de cabeza. El Commander ya estaba en mi hombro derecho listo para disparar. Otra vez el ruido, lo busqué con mi láser. Nada.

    —¿Crees que sea un venado? —musité.

    —No, está demasiado cerca —él replicó.

    El verticilo crujió de nuevo. Busqué a nivel tierra. Cinco segundos, entonces apareció.

    —A tu derecha —mi padre chasqueó con premura.

    Lo localicé, la yema de mi índice izquierdo acarició el tibio metal del gatillo de mi R. Entonces papá agarró mi hombro.

    —¡Espera! —me detuvo.

    Nos quedamos inmóviles, bajé mi rifle. Ambos nos miramos y luego nos reímos. Se trataba de un dinosaurio, un armadillo tipo Godzilla. En serio, parecía fisiculturista, estaba bien chonchote. Aunque, sin embargo, no se trataba de un armadillo cualquiera, no señor. Este era una de tres bastante tonto. Muy valiente o muy descarado, o cuatro, ciego. En efecto, porque pasó casi por encima de nuestras

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