Las subordinadas adverbiales impropias en español, I: Bases para su estudio
Por Antonio Narbona
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Antonio Narbona
Antonio Narbona Jiménez es Catedrático de Lengua Española en la Universidad de Sevilla. Licenciado en Filología Románica por la Universidad de Granada, se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, con una tesis sobre Las proposiciones consecutivas en español medieval (Granada, 1978), que obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado de la Universidad Autónoma de Madrid y el Premio Rivadeneira de la RAE. Fue también profesor de las Universidades Autónoma de Madrid, de Extremadura y de Córdoba y actualmente es académico correspondiente de la RAE y miembro de la Academia de Buenas Letras de Sevilla. En 2010 se le concedió el Premio Fama de la Universidad de Sevilla a la trayectoria investigadora, en la rama de "Artes y Humanidades" y un año después fue galardonado con el XV Premio Andalucía de Investigación de la Junta de Andalucía (2011). Es autor de diversas obras, entre otras de una edición de Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo (Madrid, 1980), Textos hispánicos comentados (Córdoba, 1984), Sintaxis española: nuevos y viejosenfoques (Barcelona, 1989). Ha escrito, asimismo, varios libros dedicados a las hablas andaluzas: Las hablas andaluzas (Córdoba, 1982), El español hablado en Andalucía (en colaboración con Ramón Morillo-Velarde y Rafael Cano Aguilar, primera edición en 1998 y última en 2011), Sobre la conciencia lingüística de los andaluces (Sevilla, 2003), y ha coordinado, más recientemente, otros dos en torno a la misma temática: La identidad lingüística de Andalucía (Sevilla, 2007) y Conciencia y valoración del habla andaluza (Sevilla, 2013). Es autor de un gran número de artículos sobre sintaxis del español coloquial, ámbito en el que sus trabajos fueron responsables de abrir nuevas vías de investigación pragmática en nuestra lengua.
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Las subordinadas adverbiales impropias en español, I - Antonio Narbona
LENGUA ESPAÑOLA
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Universidad de Múnich
Presentación
En los dos fascículos titulados Las subordinadas adverbiales impropias en español. Bases para su estudio (1989) y Causales y finales, comparativas y consecutivas, condicionales y concesivas (1990), Antonio Narbona se ocupó de las estructuras bipolares en español. La obra, producto, inicialmente, de un encargo para la colección de Cuadernos de lingüística de la editorial Arco/Libros (de ahí su carácter propedéutico y su vocación de servir de manual universitario para el abordaje en el aula de los problemas sintácticos de que se ocupa), terminó excediendo la extensión máxima permitida en dicha colección, y encontró acogida en la misma serie en que la editorial Ágora de Málaga, lamentablemente ya desaparecida, había publicado previamente los Aspectos básicos de sintaxis funcional de Guillermo Rojo, o la Aproximación al estudio de las funciones informativas de Tomás Jiménez Juliá, que, al igual que esta dedicada a las subordinadas impropiamente llamadas adverbiales, continúan siendo de lectura recomendable para quien desee conocer los debates fundamentales que en la década de los 80 lograron dar un impulso definitivo a la sintaxis funcional española, ayuna hasta ese momento de títulos de referencia.
Esta nueva edición de Las subordinadas adverbiales impropias en español. Bases para su estudio, en la que se ha intervenido únicamente para acomodar el estilo de citación bibliográfica a los estándares hoy generales en Lingüística, no responde, sin embargo, a un mero interés historiográfico
, sino también al convencimiento de la actualidad de sus contenidos para los estudiantes tanto de gramática o sintaxis de los últimos cursos de los nuevos grados en Filología Hispánica, como de Doctorado, que se inicien en la investigación lingüística. Los lectores contemporáneos de estas páginas se sorprenderán, quizás, de tener entre sus manos un estudio pionero en muchas de sus reivindicaciones: la necesidad de atender a la lengua coloquial, de integrarla en los estudios sintácticos en igualdad de condiciones con respecto a las modalidades escritas formales tradicionalmente preferidas y privilegiadas por los gramáticos, la introducción del estrato informativo y de la perspectiva comunicativa en la descripción gramatical y, con ello, de la entonación, las pausas o el orden de los constituyentes como fenómenos dignos de atención en el análisis lingüístico. Pero, además, Las subordinadas adverbiales impropias es un tratado ejemplar, en el sentido de que sus formas de abordar los problemas atingentes a obstáculos de la sintaxis oracional –como el de la inexistencia de una estructura común a todas las oraciones, la falta de isomorfismo pleno entre oración simple y compleja, la necesidad de considerar que el plano construccional al que pertenecen las unidades superiores del análisis es cualitativamente distinto de aquel al que pertenecen las demás unidades gramaticales, de combatir el espejismo de la autonomía de la sintaxis
y de superar la concentración exclusiva en los elementos de conexión, en detrimento de la estructura completa, abandonando de una vez por todas las oscilaciones e incoherencias que se producen en la adopción de los puntos de vista semasiológico y onomasiológico, etc.– resultan premonitorias de las dificultades, prácticamente idénticas, con que, años más tarde, se ha encontrado el estudio del texto, unidad para la que también ha sido imposible postular una estructura común, o, más recientemente, el de los llamados marcadores del discurso, que en muchos casos han vuelto a incurrir en el desacierto de atribuir a las partículas valores y funciones que ni les son privativas ni desempeñan en exclusividad. Desde esta nueva perspectiva, parece evidente que la apuesta de A. Narbona, tanto en esta obra como en tantos otros libros y artículos posteriores, por una sintaxis verdaderamente histórica, que atendiera a todas las dimensiones del diasistema lingüístico, incluida la modalidad coloquial, y verdaderamente funcional, por cuanto debía considerar las funciones pragmáticas y discursivas de las estructuras sometidas a examen, no ha perdido un ápice de vigencia pese a que ya haya transcurrido un cuarto de siglo desde que las reflexiones que conforman este libro vieran por primera vez la luz.
Araceli López Serena
La sintaxis oracional, hueco o fracaso de la lingüística moderna
Las oraciones comúnmente denominadas compuestas o complejas no han sido propiamente objeto de análisis en la gramática española hasta una fecha relativamente reciente. Si bien no faltan precedentes¹, es a Andrés Bello a quien debemos las primeras observaciones de interés acerca de las conjunciones y pronombres relativos, del que anunciativo de proposición subordinada, etc.². Pero sus ideas, como en tantos otros casos, apenas encontraron eco entre los gramáticos posteriores. Si la Gramática académica se decidió a introducir en su edición de 1920 un capítulo sobre ellas, pudo deberse a la aparición en 1905 del libro de J. Cejador y Frauca Gramática de la lengua de Cervantes, en el que, en opinión de J. G. Moreno de Alba (1979: 18), «se ofrece la más amplia y coherente exposición de sintaxis de la oración compuesta española, sólo superada por obras posteriores muy recientes».
En 1972 reconoció F. Lázaro que, «en general, los trabajos sintácticos que se presentan fundamentados en supuestos estructurales suelen diferir no mucho, en planteamientos y soluciones, de los tradicionales»; y añadía: «puede afirmarse que la Sintaxis ha constituido el fracaso de la lingüística de orientación saussureana»³. Casi por las mismas fechas, E. Coseriu escribía que la situación de la gramática funcional es particularmente deficitaria «en lo que concierne a los niveles superiores de estructuración gramatical», ámbito en el que «sigue teniendo mucha aceptación la creencia de que las funciones oracionales son universales y de índole más bien ‘lógica’ que gramatical»; «la gramática transformacional –continúa diciendo– encontró, por así decir, un hueco en la investigación, debido a la escasez y las deficiencias de los estudios dedicados por el estructuralismo clásico a la sintaxis ‘superior’ (en particular, a la sintaxis oracional)», hueco que tampoco colma, «pues no se propone establecer las correspondientes unidades funcionales idiomáticas (propias de tal o cual lengua)»⁴.
No puede extrañar, por tanto, que las llamadas subordinadas adverbiales o circunstanciales, sin duda las que más problemas plantean dentro de las oraciones compuestas, se hallen aún muy lejos de recibir un tratamiento adecuado. Puede decirse que es el capítulo de las insuficiencias y de las confusiones; ni siquiera hemos alcanzado una total clarificación terminológica y conceptual, como lo revela el que sigan apareciendo nuevas propuestas de clasificación de las subordinadas⁵.
El reconocimiento de que en el estudio de la sintaxis oracional, en general, y particularmente de las oraciones denominadas adverbiales, poco se han dejado sentir los avances y logros teórico-metodológicos resulta especialmente grave, si se tiene en cuenta que la oración se ha considerado siempre la unidad fundamental de la gramática, su fin, según dice G. Correas⁶, su contexto máximo, como afirma O. Kovacci (1965), o su unidad máxima y fundamental, en palabras de J. Lyons (1980: 562), por citar opiniones distantes y distintas.
Merece la pena, pues, preguntarse por las razones y circunstancias de tal fracaso de la investigación sintáctica.
1. La noción de oración. Dificultades y problemas
1.1. La oración, unidad sistemática y construccional
Si una lengua es, ante todo, un sistema de paradigmas funcionales, sobra decir que la identificación y caracterización de sus oraciones, que constituyen el nivel superior de organización sintáctica, ha de resultar tarea difícil y compleja.
Ni siquiera sorprende que incluso se haya cuestionado la necesidad de contar con la oración como unidad específica¹, si bien en la práctica nadie prescinde de ella.
Apoyándose en ciertas afirmaciones contenidas en el Curso de lingüística general, de F. de Saussure, algunos han puesto en duda su carácter de unidad del sistema². Sin embargo, el carácter sistemático de la oración, es decir, su pertenencia a la langue, se pone claramente de manifiesto en el propio Curso³. Y la propia distinción que algunos tratadistas establecen entre oraciones de sistema y oraciones de texto⁴ viene, en realidad, a reconocer que la gramática se ha centrado siempre en las primeras en cuanto construcciones que responden a esquemas teóricos abstractos. Y no puede ser de otro modo, al menos inicialmente. Otra cosa es que se pase por alto la falta de correspondencia entre unas y otras, a lo que más adelante nos referiremos⁵.
En todo caso, tampoco es del todo acertado calificarla de unidad superior o máxima, pues ello implicaría aceptar que la oración se integra en una escala, gradual y jerarquizada, de niveles de organización de las lenguas. Como dice J. A. de Molina, la oración es la unidad base, «lógicamente» anterior a las demás, por pertenecer al plano construccional, cualitativamente distinto de aquel en que se sitúa el resto⁶.
1.2. Concepciones fundamentales de la oración
Dado que repetidamente se ha hecho recopilación y balance de las numerosas definiciones de oración (más de 300 se han contabilizado, al parecer), así como de los principales criterios subyacentes⁷, nos limitaremos a poner de relieve algunos hechos que resumen, nos parece, el estado de la cuestión.
1.2.1. Dos concepciones lingüísticas fundamentales, a menudo entremezcladas, se descubren en las que más convienen al español, por más que una y otra se presenten formuladas en múltiples variantes:
—la que se centra en la estructura bimembre sujeto-predicado.
—la que se refiere a su carácter de unidad de sentido completo.
1.2.2. No hace falta recordar las continuas objeciones que se han hecho a esta última. Ello es lógico, si se piensa que está por medio la compleja noción de significación lingüística. Con todo, gran parte de la discusión se podría haber evitado si no se hubieran confundido los planos de la realidad designada y de la conformación que de esta efectúa cada lengua particular, y se hubiera entendido la expresión «completa semánticamente», no como «con significado o sentido completo»⁸, sino en cuanto «significativamente interpretable», que no es lo mismo.
1.2.3. Por lo que se refiere a la concepción primera, hay que decir que las coincidencias y discrepancias que se advierten en la lingüística moderna obedecen a la diferente forma de entender la descripción y explicación de los hechos lingüísticos:
1.2.3.1. La sintaxis funcional ha tratado de liberarla del carácter lógico subyacente –que se advierte en los mismos términos sujeto y predicado– y se ha esforzado en encontrar una caracterización propiamente formal y funcional. No extraña, pues, que hayan quedado arrinconadas aquellas definiciones que parecen sostener cierto paralelismo entre la oración y el juicio lógico («expresión oral de un juicio», por ejemplo), y la atención se fije en las relaciones sintagmáticas de los elementos constituyentes. La relación o función predicativa sería, concretamente, la característica de la unidad oracional⁹.
Hasta en el modo de interpretar tal estructuración bimembre se nota el esfuerzo por zafarse de la influencia de la lógica. Es sabido que tradicionalmente –y muchos siguen pensando de igual modo¹⁰– sujeto y predicado se han situado (explícitamente o no) en idéntico nivel jerárquico¹¹. Sin embargo, y de un modo no siempre coherente, esta concepción binarista de la oración se ha querido hacer compatible muchas veces con la idea de que es el predicado el que predomina. Claramente lo dice S. Gili Gaya (1961⁹: § 12): «El núcleo es un verbo en forma personal»; «todos los elementos, palabras, frases u oraciones enteras, que se relacionen de modo inmediato o mediato con un verbo en forma personal, forman con él una oración»; «un verbo en forma personal lleva consigo, en español, una relación entre dos conceptos explícitos: sujeto y predicado»¹².
Ciertos tratadistas modernos, como A. Martinet o L. Tesnière, parecen claros partidarios de tal posición. Para el segundo, por ejemplo, el sujeto estaría tan subordinado al verbo como el complemento directo o el indirecto¹³. Y algo semejante, aunque más matizado, sostiene E. Alarcos (1985: 10), quien reconoce que el verbo puede constituir oración por sí solo, ya que también el sujeto gramatical está ubicado en él; las demás unidades significativas que lo acompañen (incluido el sujeto léxico) son términos adyacentes, caracterizados por diversas relaciones con el núcleo oracional.
Llevar hasta sus últimas consecuencias tal idea (que salva el escollo que supone la