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La larga carretera de arena
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Libro electrónico124 páginas1 hora

La larga carretera de arena

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 Entre junio y agosto de 1959, montado en un Fiat 1100, Pasolini recorre «la larga carretera de arena» de Ventimiglia hasta Palmi y de allí, «presa de una especie de obsesión deliciosa», llega hasta el municipio más al sur de Sicilia para luego volver a remontar la costa oriental y llegar a Trieste. En La Spezia, desde donde sale hacia San Terenzo y Lerici, siente que está a punto de empezar uno de los domingos más bonitos de su vida. En Livorno no dejaría nunca «el enorme litoral lleno de jóvenes y marineros libres y felices». Y, finalmente, en el Circeo: «el corazón me late de felicidad, de impaciencia y de orgasmo. Solo con mi 1100 y todo el Sur delante de mí. Comienza la aventura». 

Es la revista Successo la que encarga a Pasolini este reportaje que finalmente saldrá en tres partes entre julio y septiembre. En su viaje, el poeta encontrará amigos, intelectuales y personajes conocidos, se entusiasma con la gente simple de los pueblos más remotos (en Portopalo «la gente está como loca y es la mejor de Italia, raza purísima, elegante, fuerte y dulce»). Con su entusiasmo por el descubrimiento, con su mirada emocionada y aguda de futuro director toma nota de imágenes e impresiones tan potentes que nos devuelven un cuadro de la Italia de entonces, una Italia donde la explosión económica todavía no prevalece sobre la felicidad y el sueño pasoliniano de inocencia.
IdiomaEspañol
EditorialGallo Nero
Fecha de lanzamiento5 jun 2024
ISBN9788419168320
La larga carretera de arena
Autor

Pier Paolo Pasolini

(1922-1975) es uno de los intelectuales italianos más significativos del siglo XX en la estela de Antonio Gramsci. Poeta magnífico (Las cenizas de Gramsci, Poesía en forma de rosa...), narrador (Chicos de la calle, Una vida violenta...), crítico literario (Descripciones de descripciones, Pasión e ideología...) y director de cine (de Accatone a Pajarracos y pajaritos, de la Trilogía de la vida a Saló), con libros como Las bellas banderas y El Caos, ya publicados en lengua castellana, Pasolini mostró ser además un finísimo, inteligente y nada académico analista y crítico social. En Escritos corsarios y, sobre todo, en Cartas luteranas Pier Paolo Pasolini estableció con rigor y veracidad un conjunto de conceptos y metáforas sobre el mundo contemporáneo muy fecundo en capacidad explicativa y rico en implicaciones. Eso justifica que el interés por Pasolini y la atención prestada a su obra no hayan dejado de crecer, pese a que esa obra quedó truncada precisamente cuando daba los mayores signos de vitalidad. En opinión de Pasolini, la burguesía, más que una clase social, es una terrible enfermedad contagiosa. El autor de Cartas luteranas siempre supo mantenerse al margen de cualquier complicidad con el poder.

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    La larga carretera de arena - Pier Paolo Pasolini

    Portada La larga carretera de arena

    NARRATIVAS GALLO NERO

    50

    La larga carretera de arena

    Pier Paolo Pasolini

    Introducción de Paolo Mauri

    Traducción de David Paradela López

    Logo Gallo Nero www.gallonero.es

    Título original:

    La longue route de sable

    Primera edición: mayo 2018

    Published by arrangement with Éditions Xavier Barral, París, 2005

    @2005 Éditions Xavier Barral

    © 2024 de la presente edición: Gallo Nero Ediciones, S. L.

    © 2024 de la traducción: David Paradela López

    © del diseño de colección: Raúl Fernández

    Maquetación: Sergi Puyol

    Conversión digital: Pilar Torres

    La traducción de este libro se rige por el contrato tipo propuesto por Ace Traductores

    ISBN: 978-84-19168-32-0

    La larga carretera de arena

    La primera versión de La larga carretera de arena apareció en 1959 en la revista Successo y posteriormente se incluyó en el volumen Pier Paolo Pasolini. Romanzi e racconti 1946-1961 (Milán, Mondadori, colección I Meridiani, 1988). La presente versión ya había aparecido en 2014, publicada por la editorial Contrasto y ampliada con pasajes inéditos procedentes del mecanoscrito de Pasolini, aunque ausentes en la edición de 1959.

    Las playas de Pasolini

    Paolo Mauri

    Nos guste o no, la imagen que ha atrapado a Pasolini como a una mosca en el ámbar es la del intelectual corsario y luterano que, con la fuerza de su inteligencia y su pasión, trata de detener el mundo y evitar una uniformización que le habría impedido perpetuar una maravillosa, aunque a menudo dramática, inocencia.

    En realidad, lo que perseguía Pasolini era la felicidad. Como poeta, la buscó en el dialecto friulano, en el que las palabras y las cosas se conjugaban a la perfección con una sensación de completitud que nunca volvería a ser tan plena, y, como escritor, la buscó en el mundo, para él nuevo, de los arrabales romanos, donde los muchachos —que, como siempre, viven más acá de la historia— recitaban sus guiones con una autenticidad total de la que Pasolini se erigía en portavoz y casi sacerdote. Luego llegó Accattone, donde el arrabal se traslada ya no a la página, sino a la pantalla: voces y rostros reales, sin filtros. La felicidad consistía en sumergirse en esas experiencias para satisfacer la inspiración poética y el fluir de un eros incendiario, siempre dispuesto a resurgir de sus propias cenizas.

    Vincenzo Cerami, que, como sabemos, fue alumno de Pasolini en el instituto de Ciampino, recordaba el «gesto de felicidad, infantil y tierno», de su maestro al ver por vez primera su novela Chicos del arroyo en el escaparate de una librería.

    El sueño de Pasolini, y esto es bien sabido, chocó con la moral y la cultura veteroburguesas, tanto en su versión de la derecha católica como en la de la izquierda comunista, partidaria de realismos más ortodoxos. Llegaron los juicios, los tribunales y, no menos duras, las palabras de sus camaradas intelectuales. Sin embargo, excomunión tras excomunión, Pasolini era cada vez más conocido entre el gran público. Se crecía frente al dolor y la rabia. Por eso resulta tan extraño encontrarlo de viaje por las costas italianas en el año de gracia de 1959. Porque es un Pasolini feliz. El encargo del viaje llega de manos de la revista Successo, que publica su reportaje en tres entregas (el 4 de julio, el 14 de agosto y el 5 de septiembre), junto con las fotografías de Paolo di Paolo. Pasolini tiene treinta y siete años y es ya un intelectual famoso. Chicos del arroyo (1955) le ha valido un juicio por obscenidad y, gracias a los testimonios de Carlo Bo, Gianfranco Contini y Alberto Moravia, entre otros, ha sido absuelto. En 1957, el Pasolini poeta ha ganado el Premio Viareggio con Las cenizas de Gramsci, junto con Sandro Penna. En 1959 publica Una vida violenta, algunos de cuyos fragmentos han tenido que ser expurgados para evitarle más problemas a la editorial. No ha ganado el Premio Strega y, a modo casi de resarcimiento, varios de sus prestigiosos amigos (Ungaretti, Debenedetti, Bassani, Gadda y Moravia) le han adjudicado el Premio Crotone. Es en este contexto que tiene lugar su viaje por las playas italianas a bordo de un Fiat 1100 que el escritor conduce personalmente.

    Es el mes de junio. Todo comienza en la frontera con Francia, que cruza, algo más allá de Ventimiglia, por el río San Luigi, en ese momento completamente seco. Algo más arriba se divisa la villa de Vóronov, de quien Pasolini no dice nada, ya que por entonces era mucho más conocido que ahora: científico utópico, Serguéi Vóronov aspiraba a restituir el vigor a los ancianos trasplantándoles testículos de chimpancé. Enseguida llegamos a San Remo, donde el escritor visita el casino: «Entro como Charlot, tratando de pasar desapercibido bajo la monumental mirada de los vigilantes». Luego, de nuevo por la costa, intuyendo la alegría de la gente que abarrota las preciosas playas «en una verbena de amor». «En Spotorno es mi deber pararme, y no me paro.» Ahí vive un poeta de verdad con el que Pasolini mantiene correspondencia: Camillo Sbarbaro. Puede que Pasolini crea que es demasiado pronto para hacer una parada literaria, aunque los encuentros no escasearán más adelante. Pasolini le habla de sí mismo al lector y, de vez en cuando, consigna sus reacciones: más que escribir, se diría que «pasea» con un coche liviano cargado a hombros. Playa tras playa, llega a Versilia, a Cinquale. Aquí veranea Bertolucci (el poeta); aquí, añade Pasolini, estuvo D’Annunzio. En Forte dei Marmi, los Agnelli poseen una gran villa y, bajo un toldo de color óxido, el escritor avista a Gianni Agnelli, «gordo, floreciente, bronceado». El fotógrafo se le acerca y le pregunta: «¿Le molesta si le saco unas cuantas fotos?». Y, «con cortesía celestial, Gianni Agnelli responde: ¡Muchísimo!».

    El que escribe es un Pasolini de vacaciones, de vacaciones también de sus propias iras y neurosis. En Fregene, va enseguida a saludar a Moravia, que está escribiendo su nueva novela, La contemplación y el tedio, que luego se convertiría, sencillamente, en El tedio. Después, se va a ver también a Fellini, que está rodando un episodio de La dolce vita. Pasolini debe pedir perdón: tenía que ayudar al cineasta a escribir algunos de los diálogos y, en cambio, se va de paseo por las playas. «Un día —explica—, desde no sé qué ciudad del mundo, Fellini me escribió una postal en la que me llamaba fidelísimo Paolino (el poso pascoliano de Fellini lo impele al diminutivo).»

    El fragmento sobre Ostia tiene un arranque precioso: «Llego a Ostia bajo un temporal azul como la muerte». Es el mes de julio. La actriz Elsa De Giorgi va con él en el coche: se dirigen al monte Circeo y ella habla sin parar: «Tenían que haberte dado el Strega». Pero a Pasolini le parece que la votación del Premio Strega, que ha tenido lugar pocos días antes, es algo ocurrido hace miles de años. Ese año, por cierto, el premio fue para El gatopardo, publicado de forma póstuma: Tomasi di Lampedusa había fallecido dos años antes. En el Circeo, De Giorgi se baja y Pasolini sigue su camino en solitario: «El corazón me late de alegría, de impaciencia, de orgasmo. Solo con mi 1100 y, por delante, todo el Sur. Comienza la aventura».

    La llegada a Nápoles es de cine: el

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