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Princesa, la Gema Maga
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Libro electrónico194 páginas2 horas

Princesa, la Gema Maga

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“Tu mundo se acaba humano. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué crees que puedes hacer? Te perseguiré a través de los Portales del tiempo y del espacio. Devoraré tu alma y tu energía. Nadie te recordará porque solo yo, el Poderoso, sobrevivirá. Ari, pequeña mascota, eres mía. Corre cachorrito corre, voy a por ti”
Nuestro Mundo, tal y como lo conocemos, se ha roto. Extraños Seres han aparecido de la nada, desbaratando las ideas que teníamos del Universo.
Ari, nuestra protagonista, se embarca en una aventura para salvar su propia vida. Atravesando Portales en el tiempo y el espacio, acaba perdiendo su cuerpo tras el ataque de uno de estos Seres. Transportada a otra dimensión, cae en el cuerpo del Capitán Chamo, pirata y guerrero cuya misión es acabar con los Magos en su mundo natal. Juntos, luchan por destruir a los Magos, pero esta batalla lleva a Ari a convertirse en algo nuevo y único. Se transforma en uno de los Seres que tanto temía, en una devoradora de energía.
Princesa, la Gema Maga es un camino de aventura, amor y autodescubrimiento, en el que Ari se da cuenta de la cobardía y la valentía que habitan en su alma.
La historia tiene diversos personajes dignos de conocer y una trama que nos traslada de un mundo a otro, para llevarnos a caer en algo completamente desconocido.
¿A qué esperas para leerlo?

Noemi Bocanegra es una autora española de literatura juvenil, especializada en temática fantástica. Es Licenciada en Derecho y Gestión Ambiental. Actualmente trabaja en uno de los buques de construcción más grandes del mundo, donde combina su amor por el mar con su pasión por la escritura. Ha cruzado el Atlántico y navegado por los mares de Europa y América, siendo precisamente en el Mar del Norte donde Princesa, la Gema Maga, nació.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ene 2024
ISBN9791220149143
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    Princesa, la Gema Maga - Noemi Bocanegra

    Capítulo I

    Todo sucedió en lo que pareció un suspiro. No tuvimos tiempo de pensar, ni de adaptarnos. Solo pudimos sobrevivir, los que sobrevivimos.

    Era de noche cerrada y un estruendo hizo crujir la tierra, se rompió el cielo y llegó. Cuando salimos a ver lo que sucedía, un torrente de agua lo arrastraba todo.

    Yo trabajaba en un barco y me encontraba en un hotel en un pueblucho con puerto. Esperaba, junto al resto de la tripulación, al día del crew change. Tan solo debíamos esperar un día más. El helicóptero no había podido volar el día anterior, demasiada niebla.

    Eso nos había dado un día extra de vacaciones. Lo sentías por los que se habían quedado atrapados a bordo, pero era solo por un día… o eso pensábamos. Nunca más supimos de ellos.

    Esa noche marcó el fin de la civilización tal y como la conocíamos. Pero no fue únicamente eso. Al romperse la tierra y resquebrajarse el cielo, se abrieron puertas que no sabíamos que existieran. Las pasarelas de un sentido dejaron paso a extraños seres, entes con los que algunos habrían soñado antes, otros nunca nos los habíamos imaginado.

    Mis ideas están muy dispersas, los saltos han contribuido a que me cueste concentrarme. Intentaré relatar mi historia lo más ordenadamente posible, si es que orden es una palabra que se pueda utilizar en este nuevo mundo.

    Como conté al principio, el cielo se rompió. ¿Cómo se rompe el cielo estarás pensando?

    Primero un crujido ocupa hasta el último resquicio de tu mente. Tus oídos quieren estallar y tu corazón se desboca, pues es sabedor de que algo que no tiene vuelta atrás acaba de suceder.

    Saltas de la cama, desconcertado y aturdido por el ruido y el retumbar del suelo. Te tambaleas, buscando la puerta. ¿Has sido solo tú el que lo ha oído? ¿Sigue el mundo ahí?

    Salí al pasillo del pequeño hotel y vi la cara pálida de mis compañeros. Nos mirábamos los unos a los otros sin saber muy bien qué hacer.

    Fue el capitán el que tomó las riendas. Salió como una exhalación de su habitación, ya vestido para ser el líder en la emergencia que estábamos a punto de vivir.

    Al verle, todos reaccionamos y supimos lo que teníamos que hacer. Ya habíamos vivido muchos simulacros, los cursos eran agotadores, pero estábamos bien instruidos.

    Me calcé rápidamente y me puse una chaqueta. Después corrí por el pasillo en busca del capitán.

    Querrás saber cómo era el capitán, pero ahora no hay tiempo de descripciones. La historia se complica.

    Cuando llegué a las puertas del hotel, una piedra se alojó en mi estómago. La única luz que había era la de la luna. La luna más grande y roja que haya visto en mi vida.

    Sabía que los pocos que allí nos encontrábamos gritaban, dando instrucciones sobre lo que hacer. Pero no se oían las palabras, el ruido del agua destrozándolo todo ocupaba cada rincón.

    Se había formado una cadena humana que descendía desde el islote en el que se había convertido el pueblo, hacia el río que había inundado…. el resto.

    De aquella noche, solo recuerdo que salvamos a muchos gatos. Es extraño que me acuerde de aquello y es extraño que el agua estuviese llena de gatos. No salvamos a muchos humanos, o lo que parecían humanos.

    Ahora sí, creo que ha llegado el momento de describir…me.

    Yo tengo o tenía, no lo sé bien, pues el tiempo se ha detenido. Yo tengo 42 años. Físicamente soy ni fú ni fá. Pelo rubio largo, ojos verdes, piel blanca, facciones sencillas, cuerpo menudo y gafas grandes y redondas. Te preguntarás por qué incluyo las gafas en mi descripción, pues porque son muy importantes para esta historia. ¿Cómo pueden unas gafas cambiar el curso de la vida de una persona? ¿Cómo pueden llegar a salvarte la vida unas estúpidas gafas? Pues la respuesta a tus preguntas es Pregunta.

    Pregunta fue uno de los seres que apareció aquella noche. Parecía un hombre, pero no lo era. Su cuerpo era alto, muy delgado, con unos hombros muy anchos y huesudos. Llevaba una túnica que le tapaba el cuerpo. Tenía el pelo corto, rubio y con unas hondas que hacían que su cabeza pareciera cuadrada. Tenía los ojos rasgados y la cara muy escuálida. Bueno, su primera cara era muy escuálida, porque tenía una segunda cara. Esta descripción es la de su cuerpo principal y la cabeza pegada a su cuerpo.

    Junto a su hombro derecho, tenía una segunda cabeza. Digo junto al hombro porque no estaba pegada a su cuerpo. Volaba a su lado, sin despegarse más de veinte centímetros de su hombro.

    Era una cabeza ovalada, completamente blanca, como un huevo y con una máscara blanca de ojos y boca dibujados en rojo.

    La cabeza era independiente, pensaba y hablaba con el cuerpo principal, pero ambos eran Pregunta. El ser más poderoso que yo llegué a conocer en este lado del Salto.

    Volvamos a mí y al capitán, Mark. Exactamente. Te lo estás imaginando ya y es exactamente así. El Capitán. Alto, fuerte, con barba y bigote canos, ojos escrutadores y voz dominante.

    Sus manos eran enormes, capaz de sujetar un cabo, un timón o navegar en DP. Yo le idolatraba. Pensé que nos sacaría de aquella y nos lo robaron.

    Regresemos a la cadena humana.

    Cuando el cielo se resquebrajó y la riada empezó a arrastrarlo todo, nos organizamos para salvar a los que pudimos.

    Fue aterrador. Los estallidos continuaban por doquier. Veíamos enormes masas negras que tapaban la luna y se llevaban más trozos de tierra, sesgando las vidas de todos los que allí se encontraban.

    La noche más larga de nuestras vidas, la peor y la primera.

    Me estoy dispersando de nuevo. Quizá debería ir al otro lado del Salto. No, todavía no. No podrías entenderlo sin conocer a la Niña.

    Uno de los humanos que rescatamos era la Niña. La sacamos de la riada. Estaba sentada con las piernas cruzadas en forma de mariposa, en una especie de cuenco transparente. Qué ignorante era entonces, pensaba que era un cuenco transparente, plástico quizá y que ella se encontraba encima, o dentro.

    Nada más alejado de la realidad. Ella estaba navegando por la riada, disfrutando de un paseo, protegida por su enorme cantidad de energía. Ni siquiera estaba mojada cuando el Capitán la recuperó del torrente y la llevó sana y salva a nuestro islote.

    Ella fue el principio del fin.

    Capítulo II

    Si has llegado hasta aquí es porque todavía no has entendido nada. No me extraña. Todo tomará forma, pero paciencia, a mí me llevó mucho tiempo adaptarme y eso que lo viví. No esperes entender el nuevo mundo en unas palabras. Pensarás que ese día el mundo cambió, pues no. Aquella noche el mundo murió y dio vida a otro diferente. Si pensabas que tu mundo era cruel, te gustará saber que el nuevo mundo es desgarrador. Creías que vivías en un tiempo duro, pero lo que vino después fue aterrador.

    Empezaré con el Salto. Ahí fue cuando estuve a punto de morir y Pregunta se apiadó de mí.

    ¿Debería empezar porque aparecí colgada en una pasarela de madera en medio de un precipicio? No, empezaré porque ya no era una mujer, era un hombre. No, volveré a antes del Salto, al final del mundo, a la cadena humana.

    El Capitán sujetó del brazo a la Niña para sacarla del torrente.

    - ¡Tirad! – Ordenó el Capitán.

    Yo me encontraba en el islote, al final de la cadena humana. Todos tiramos, sujetándonos las manos los unos a los otros. Si la cadena se rompía, perderíamos a muchos de nuestros compañeros.

    - ¡Tirad! - Volvió a resonar y todos tiramos al unísono.

    Tras unos momentos de agonía, conseguimos sacar a los compañeros, al Capitán y a la Niña del torrente.

    Muchos caímos desplomados por el agotamiento. Otros sustituyeron a los primeros en la cadena humana para seguir vigilando el torrente, a la espera de que más humanos apareciesen en nuestro campo de visión.

    No sé si alguien más lo vio, pero yo me fijé en la Niña. Tenía una mirada seria y parecía enfadada porque la hubiésemos sacado de la riada. Era menuda, como una niña de diez años, más o menos. Tenía el pelo castaño, lacio y le llegaba un poco por debajo de los hombros. Llevaba una túnica roja con bordados dorados en mangas y dobladillos. Sus ojos marrones se clavaron en el Capitán. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sin saber muy bien por qué, supe que habíamos cometido un error al sacarla del agua.

    Sacudí la cabeza, regañándome a mí misma por pensar esas cosas de una niña tan pequeña.

    De repente, la Niña me miró fijamente. Ladeó la cabeza lentamente y me sonrió. No llegó a mostrar los dientes, simplemente dibujó una sonrisa en sus labios. El escalofrío que había intentado reprimir y por el que me había regañado a mí misma, volvió, convirtiendo mi cuerpo en una gelatina en medio de un terremoto.

    Aparté rápidamente la vista y me quedé con los ojos clavados en el suelo, rezando para que ella perdiera el interés por mí.

    Ya he dicho que aquella noche fue muy larga. Si lo piensas fríamente, un minuto son sesenta segundos y cada segundo dura lo que dura, ni más ni menos. Una hora son sesenta minutos y ni impacientarte ni desesperarte hace que pase antes. Debes esperar los sesenta minutos para que termine la hora.

    ¿Cuántas horas tiene una noche? Pues ahora mismo, la noche tiene infinitas horas, o ninguna, pues el tiempo no existe.

    Después de lo que voy a llamar, la Noche, llegó el momento de reaccionar y adaptarnos a nuestra nueva realidad.

    - ¡Recuento! - El Capitán, un poco más viejo que el día anterior, hizo acopio de fuerzas y empezó a darnos instrucciones.

    Todos nos pusimos en pie y nos acercamos a él. Miré en todas direcciones. No éramos más de veinte personas. Con unas cuentas rápidas me di cuenta de que habíamos perdido a más de quince compañeros, sin contar a todo un pueblo y pudiera ser que a un continente.

    El recuento fue tan corto… qué pena de vidas, sesgadas en un instante.

    Miré al cielo, era extraño. Estaba oscuro, como noche cerrada, pero con muchas estrellas dispersas. La Luna permanecía en lo alto, inmensa, vigilándonos. Ya no era roja, se había tornado amarilla, dorada, azul. Cambiaba de tonalidad como si el mar se hubiese instalado en ella y las olas decidieran el vestido que debía lucir en cada momento.

    Las horas siguientes fueron determinantes. Una tarea fue asignada a cada uno de nosotros. A mí me tocó buscar, almacenar e inventariar los víveres. Solo esperaba que no me tocase cocinar, porque era un desastre en la cocina y lo odiaba.

    Me recorrí los pasillos del hotel, cada estancia y cada rincón en soledad. No éramos muchos, pero nuestras tareas eran numerosas.

    Los marineros del Capitán colocaron estacas en los límites del islote con el agua. Si el torrente ganaba terreno a nuestro refugio, tendríamos que empezar a tomar medidas.

    Los marineros de cubierta hicieron recuento de todos los materiales con los que se pudiese trabajar, mientras que ingenieros y mecánicos recopilaron todas las herramientas que encontraron en la zona.

    Suena como un gran equipo, pero éramos un grupo muy reducido. Ya lo sé, muchos estarán pensando que por qué a mí, la única mujer en el grupo me tocaba buscar la comida. Pues bien sencillo, yo trabajaba en administración, pero era la única del equipo de Catering que había sobrevivido. De ahí mi pequeña plegaria para que no me tocase cocinar.

    Lo bueno era que los marineros de cubierta eran españoles y los marineros españoles adoran cocinar. Yo preferiría buscar leña, si es que se necesitaba.

    Mientras caminaba por la segunda planta del hotel, un estallido de luz inundó cada rincón. No me llegó a deslumbrar, pero sí me impresionó.

    Corrí a la ventana y miré el cielo.

    Relámpagos de color anaranjado bañaban el antes oscuro cielo. Parecía como si compitiesen en una carrera por ver cuál ocupaba más espacio.

    Y si se trataba de luz, ¿por qué lo he llamado estallido? Pues porque el sonido que hacían al ocupar el cielo era como si lo rasgasen, como si lo hiriesen, seguido de un potente sonido, profundo, grave y aterrador. ¿Aterrador otra vez? Sí, yo estaba aterrada, aunque no lo podía confesar.

    Miré hacia abajo, para ver si mis compañeros también lo estaban viendo. Todos observaban el cielo, algunos con las bocas abiertas, otros apuntando con el dedo, pero todos con la mirada hacia arriba. Todos excepto Pregunta.

    Sus ojos, clavados en mí, llamaron mi atención y mi cabeza se giró, sin mi permiso, para devolverle la mirada.

    Pregunta se encontraba alejado de los humanos, de pie, cerca del torrente, pero cobijado por la sombra de una casa medio derruida.

    Me observaba, sin ninguna expresión en su cara, en sus caras.

    Me asusté. Me asusté como un pollito al que van a cocinar y me alejé de la ventana. Me da vergüenza admitirlo, pero me acurruqué detrás de una cortina. Lo sé, soy una triste y bastante cobarde, aunque este es un detalle de mi personalidad que trato de ocultar por todos los medios. De hecho, mis compañeros siempre me dicen que soy muy valiente, pues soy la única

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