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El tren azul
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Libro electrónico290 páginas4 horas

El tren azul

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Esta es una novela coral, de corte realista y ameno, que reúne las experiencias de varios personajes de improbable coincidencia en el entorno de un centro educativo –ficticio– de Barcelona. A lo largo de estas páginas, y desde sus diversas circunstancias personales –familiares, sentimentales, intelectuales y espirituales–, los protagonistas tendrán que enfrentarse a diversas situaciones y problemas que provocarán un cambio sustancial en su visión de la vida, empujándolos a aprender de cada experiencia, hasta llevarlos a todos a la misma conclusión: a veces la felicidad está tan cerca que ni siquiera percibimos lo fácil que es asirla.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 abr 2024
ISBN9788428571173
El tren azul
Autor

Fernando Cordero Morales

Fernando Cordero Morales, SS.CC., es hijo predilecto de Algodonales, Cádiz. Es consejero general y secretario de la Congregación de los Sagrados Corazones. Vive en Roma y viaja visitando comunidades de los Sagrados Corazones por todo el mundo. Es también miembro de la Comisión de Comunicación de la Secretaría General del Sínodo. Ejerció como párroco de los Sagrados Corazones de Sevilla, del Buen Pastor y como administrador parroquial de Ntra. Sra. de la Oliva de San Fernando, Cádiz. En la actualidad colabora con la edición en español de L’Osservatore Romano, las revistas Vida Nueva, Ecclesia y Misa dominical, con el semanario Catalunya Cristiana y en el programa Paraules de Vida de Catalunya Ràdio. En San Pablo ha publicado Vía Crucis del Corazón traspasado (2014), MasterChef de la santidad (2015 2ª ed.) y Amigos hasta la muerte (2023 3ª ed).

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    El tren azul - Fernando Cordero Morales

    Prólogo

    El tren azul... una inspiración del corazón

    ¿Qué tendrá que ver un tren azul con un libro que habla de una escuela y de lo que en ella pasa? ¿Verdaderamente es este un libro «solo» sobre una escuela cristiana de Barcelona? La respuesta está en la motivación de su autor para escribirlo: un impulso que nace del corazón y que está llamado, sin duda, a tocar el corazón de la persona que se acerque a esta obra, tan humana y profunda a la vez que cercana y ágil, como su propio autor. Esta es la razón de este libro que te atrapa por su narrativa, así como por presentarnos, a través de un tejido de experiencias e historias, un vibrante mosaico de identidades y perspectivas.

    Entorno al cálido y acogedor recinto del colegio Sant Caprasi de unos religiosos en Barcelona, donde el amor es el eje de la educación, se despliega una historia única y fascinante. Los protagonistas, partícipes de una u otra manera de la vida de la comunidad educativa del centro, nos llevarán a las profundidades de la educación y, sobre todo, de la vida humana.

    Desde el punto de vista educativo, la esencia de esta historia radica en la sinfonía armoniosa que se da, en una escuela de estas características, entre la enseñanza académica y la espiritualidad y la cultura cristiana arraigada en el corazón de cada realidad educativa del centro y ejemplificada por muchos de sus educadores. Esta historia nos muestra que un colegio concertado cristiano no es simplemente un lugar de educación, sino un tejido vivo de valores, fe, conocimiento y experiencias que buscan una educación integral de la persona. Al adentrarnos en su realidad, somos testigos de un viaje enriquecedor en el que el proceso educativo está iluminado por la convicción de que la humanidad se reinventa en cada niño. Un viaje que no es solo para los alumnos, sino también para los educadores y las familias que encuentran en una propuesta educativa, como la de este colegio, un lugar de crecimiento personal y profesional.

    Por ello, en estas páginas, los protagonistas no solo son los profesores y los estudiantes, sino también las tradiciones arraigadas, las celebraciones que fortalecen el sentido de comunidad y los momentos cotidianos que se convierten en hitos esenciales en la historia del colegio. A través de esta crónica, nos sumergimos en el palpitar de una institución que no solo transmite conocimientos, sino que también educa a la persona completa y guía a sus estudiantes hacia una comprensión más profunda de la vida desde la fe y desde la vocación personal de cada uno. Y lo hace así porque entiende la educación como encuentro, como relación entre personas y de estas con el conocimiento. La educación se muestra como artesanía, siendo un proceso lento y cuidado, que tiene –como dice Jaime Buhigas– «un buen guía: el sentido común; un aliado: el pasado; una condición: el encuentro, y una misión: enseñar a aprender, una de las labores más nobles a las que puede aspirar el ser humano». Esto es lo que se respira en la escuela Sant Caprasi y que refleja la realidad de tantas escuelas.

    En las páginas de este volumen, se despliega un tapiz de experiencias, un testimonio vivo de la vida de tantas personas, a través de las cuales nos adentramos en las grandes profundidades de la existencia humana. A medida que se desarrolla el relato, descubrimos la profundidad psicológica de los personajes y de las situaciones que viven, que nos hablan del amor, de la enfermedad y la muerte, de la inclusión y el reconocimiento de todos los individuos con independencia de su condición, de los grandes desafíos sociales y culturales del momento.

    Aquí está la magia de este libro, que no es otra que la de evidenciar cómo la educación cristiana es aglutinadora de experiencias y creadora de una cultura encarnada que es capaz de dar sentido e incluso transformar la vida de las personas que forman parte de ella.

    Nuestro querido Fernando, apóstol de estos tiempos, afronta a través de todas estas historias una visión cristiana de estos temas tan presentes en la realidad cotidiana: la homosexualidad, las relaciones afectivas, la vivencia de la enfermedad y la muerte, o la inclusión del diferente, y de la propia Iglesia. Es la Iglesia un eje vertebrador de esta novela. Una Iglesia que es la Iglesia de Jesús, la Iglesia de la acogida, de la apertura, de la misericordia, de la presencia entre los más necesitados; la Iglesia del gesto y la palabra oportuna frente al que sufre, se siente solo o desamparado; la Iglesia del «todos, todos, todos», la que con paso firme quiere caminar con la gente; la Iglesia que impulsa el papa Francisco. Al igual que él, Fernando, con su historia escolar, da voz a diferentes realidades y desafíos y ofrece una respuesta en la que la dignidad de la persona está por encima de todo. Una Iglesia que enamora y engancha. Y que se encarna de forma privilegiada en muchas realidades de la escuela cristiana, donde los vínculos fraternos se fortalecen y se manifiesta el amor de Dios en la cotidianeidad del día a día.

    Al terminar de leer, me doy cuenta del impacto que esta obra ha tenido en mí. Pensando que iba a leer una historia sobre un colegio, me encuentro conmovida por la situación de cada uno de los personajes y la profundidad de temas sobre los que me ha hecho pensar. Y con el corazón contento de ver tanta humanidad, tanta bondad y tanto realismo en todas sus páginas. Hacen falta más personas, sacerdotes, religiosos y laicos que, con una mirada verdadera, buena y bella como la de Fernando, nos contagien la alegría del encuentro, de la vida, de la fe, del amor y de una Iglesia que es Iglesia en salida, Iglesia sinodal. Todo ello sin cursilerías, ni emotivismos, desde la profunda experiencia de la vulnerabilidad y la debilidad que genera el auténtico diálogo humano, y que consiguen el encuentro verdadero entre un yo-autor con un tú-lector. Disfrutarás con esta nueva obra de un escritor de pluma ligera y sabiduría en sus letras.

    Como persona, como educadora y como cristiana, no puedo dejar de agradecer a Fernando este nuevo regalo literario para todos aquellos que creemos que la educación cristiana busca formar personas íntegras que quieran transformar el mundo. Y, además, desde la pequeñez y humildad buscamos encontrar a Dios en la sencillez de las cosas y deseamos una Iglesia abierta, plural, que escucha y acoge, que se desgasta por acercar el Reino a todos y, en especial, a los más necesitados, para que sean bienaventurados.

    Adéntrate en esta historia que celebra la riqueza de la vida de una comunidad educativa, de una escuela cristiana, te conectará con las vivencias de sus personajes, te ofrecerá respuestas profundas y cristianas a las complejidades habituales de la vida, y descubrirás lo que es El tren azul. ¡Disfrútala!

    BELÉN BLANCO RUBIO

    Primera parte

    Nacimiento

    El nacimiento abre a la vida. En el caso de un bebé es el inicio. Caminos que comienzan, sueños que se entrelazan, esperanza que crece. Ríos, amistades, incluso iglesias quedan marcados con un «kilómetro 0», donde se origina todo en su particular génesis. El curso escolar nace, de alguna manera, para unos con más o menos fuerza, con más o menos ganas. En general, nos gustan los nacimientos, que vienen a ser como una aventura o una hilera, en plural, de acontecimientos que se van desplegando, posibilidades en principio múltiples que van tomando forma en las más diversas aristas.

    El nacimiento despierta ternura. No se nos ocurre gritar sino balbucear. Somos más suaves y cariñosos que de costumbre. Lo frágil y nuevo despiertan sentimientos nobles y solidarios. Ante alguien que llora o nos muestra su debilidad, bajamos la guardia del propio yo. Hay una relajación muscular, intelectual y casi vital. La empatía entronca con el que emprende su itinerario. El estreno de una amistad es más fuerte que el de una peli o una serie favorita. Esperamos que nos dure varias temporadas y ojalá sea, como en las relaciones más divinas, hasta la eternidad.

    El nacimiento trae regalos. Tiempo de Magos de Oriente. La vida hay que celebrarla. Es la pista de aterrizaje de nuestros anhelos. De ahí que alimentos, ropa, juguetes o lo más insospechado se den cita en torno al recién nacido. Los regalos más preciados son quizá los más inútiles, se cuelan en el corazón y los afectos. Resultan inolvidables. Aunque con los años descubrimos que hay personas que son un auténtico regalo y no necesitan ningún envoltorio especial. Emergen así, en lo cotidiano, y toman cuerpo propio en las historias de cada día, que se comparten y nos hacen soñar.

    Sí, el nacimiento porta sueños. Unos, como el cuento de la lechera. Otros que buscan armonizar las propias frustraciones en el ser que inicia su andadura. Y los más nobles son los que no encadenan y desmenuzan los planes preestablecidos. A eso se le llama volar. Hay «personas-pájaro» y «personas-encadenadas». ¿Preferimos volar o caer en el ritmo agónico de Sísifo?

    El nacimiento es como un árbol: un ciprés. No, no es símbolo de muerte. Alguien lo colocó en una imponente fachada. Es símbolo de vida eterna, con resistente madera y verdor que no conoce los tonos caducos. Revolotean veintiuna palomas. Números simbólicos: nosotros mismos, cuando nos abrimos al misterio más grande, el de la eternidad. ¿Quieres revolotear? Deja que los personajes de esta historia vuelen junto a ti. Déjales que desplieguen sus alas. Acércate a este ciprés que no provoca sombras, sino que anima a volar y convertirse en hogar. Es un «ciprés-obra de arte», de autor inspirado capaz de canalizar la imaginación más desbordante. Necesitamos un hogar y abrir las alas. De este modo habitaremos el misterio sin darnos cuenta o casi sin querer, porque en el fondo somos misterio, querámoslo o no, desde algo tan fundante como resulta ser, en color o en blanco y negro, nuestro propio nacimiento.

    Un lápiz nunca dibuja sin una mano

    La fachada siempre había estado allí y perduraba en su magnética memoria como la evocación más preciada de la infancia. Ahora recuerda que, detrás del lago camuflado en el parque, le gustaba contemplar el reflejo de aquella imponente construcción, la más grandiosa que la había acompañado desde recién nacida. Las aguas reflejaban un templo que hablaba de vida, con árboles, animales y una mujer oculta bajo un manto. En aquella época, se entretenía aproximándose con su abuela para examinar de cerca los cientos de esculturas que parecían sacadas de un cuento fantástico. Le encantaba el gallo orgulloso y casi salido del corral. Terror le producía alguien que empuñaba una espada y sesgaba vidas inocentes a su alrededor. Y, luego, sus pequeños ojos se posaban fijamente en el inmenso árbol rodeado de palomas que revolotean periféricas circunscribiéndolo en el ámbito simbólico. No entendía aún por qué aquella asombrosa edificación lucía letras esculpidas y elegantes. Lo que sí descubrió es que, gracias a ellas, aprendió a leer con un método de lectura original, mezclado con la piedad que le transmitía la abuela y el color dorado de unos penetrantes rayos de sol. No todos los niños tienen oportunidad de contar con un monumento tan emblemático. A veces resultaba misterioso, como su propia vida.

    Con el tiempo había optado por dar una apariencia de normalidad a su existencia, con la salvedad de que, con frecuencia, realidad y ficción se entremezclaban armónicamente. Aitana Calvet vivía, en la antesala de los treinta, con su abuela Matilde Ferrer, a punto de cumplir los noventa, en un pequeño piso en las proximidades de la obra más conocida del arquitecto Antoni Gaudí. Enérgica y luchadora, la anciana pasaba el día en una butaca entretenida con la oferta televisiva de Telecinco. La que para algunos puede ser considerada como telebasura, para la nonagenaria era prácticamente su salvación. Cerca y atenta estaba Lluna, una tranquila y pequeña perrita que, sin hacer demasiados aspavientos, acompañaba a su anciana dueña que, de cuando en cuando, le regalaba alguna caricia. Dentro de lo que cabe, Matilde era bastante autónoma. La única cosa que necesitaba por las mañanas era que su nieta le pusiera las medias y las gotas en los ojos para dilatarlos, un ritual que se repetía, alternado en ocasiones por su propia hija y madre de Aitana, Silvia Calvet. Esta trabajaba como enfermera en la unidad de oncología del Hospital Vall d’Hebron y vivía con su pareja en un piso cercano. Silvia se quedó embarazada de Aitana antes de cumplir los veinte. Del padre de la criatura nunca se supo más. Ha criado a su hija a la sombra de su madre y han conformado una original familia, unidas por fuertes lazos, aunque quizá sin mostrar hacia fuera excesivos gestos de afecto. Matilde, mujer estricta, las había contagiado. No obstante, Aitana es una joven alegre, creativa, un auténtico torbellino a su alrededor.

    Matilde es protectora al cien por cien con su nieta. Cualquier novedad la altera. Ahora hay una novedad considerable: Aitana va a comenzar a trabajar en un colegio de Secundaria como profesora de biología y ciencias. Silvia y Aitana, para no perturbar a la abuela, han decidido que no le van a contar este inicio laboral, por lo que continuará haciendo el doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Otra de las vías de escape o mentiras que sirven a Matilde, sobre todo algunos fines de semana, es la participación de Aitana en diferentes actividades de colonias y campamentos que organizan desde su antiguo colegio de los maristas, donde lleva ya más de una década de monitora. Así que, oficialmente, Aitana no tiene ni amigas ni amigos, se dedica a sus estudios universitarios y, en los períodos de vacaciones, si hace algún viaje o rompe alguna rutina, es porque está en alguna movida de campas. Esto de tenerse que inventar continuamente una alternativa a la realidad, para que Matilde no se inquiete, le ha agudizado la imaginación con la complicidad de su progenitora. No podemos sospechar cuánto. La abuela no puede ni imaginar cuántos amigos tiene su nieta, una joven sociable, atenta y detallista con aquellos que ha establecido una sinigual amistad.

    —Yaya, me voy a la Uni, que hoy comenzamos los cursos de doctorado.

    —La Uni se me está haciendo eterna. ¿Cuándo vas a terminar?

    —El doctorado es una cosa muy seria, que requiere de mucho tiempo.

    —Tiempo, eso es lo que me va faltando a mí.

    —Yaya, no seas trágica...

    Estos diálogos eran los típicos que mantenían nieta y abuela. Aitana es esbelta y de buena planta, envuelta en una piel fina, pelo castaño y ojos marrones, con pecas que salpican su rostro dándole un toque divertido. Lo del vestido es más complicado. Los que no entienden de moda dicen que es un estilo hippie. Pero ella es difícilmente clasificable, de un colorido radiante, donde priman los verdes y naranjas. Usa ropa que facilita el movimiento, o mejor, la libertad de movimiento, algo que paradójicamente tiene bien asumido, a pesar de las circunstancias familiares con las que ha de lidiar. No obstante, la abuela en lo relativo al vestido de la nieta no se mete. Era como una licencia que le concedía porque, aunque estricta, sabía que no podía asfixiar a su irremplazable nieta.

    Hoy es 1 de septiembre y ha de incorporarse a su nuevo trabajo. Es un colegio de unos 1.200 alumnos, que va de Infantil a Bachillerato. A ella la han contratado para impartir naturales y biología en Secundaria. A Aitana la mueven las ganas de educar y actuar para cambiar el mundo, contribuyendo a que sea mejor de lo que es. Una frase del fundador de los maristas, Marcelino Champagnat, la acompaña: «Para educar a los niños hay que amarlos».

    —Yaya, ¡hago un pipí y me voy!

    Ahí la abuela comienza a recordarle las peregrinaciones que hacían cuando ella era pequeña a Lourdes:

    —¿Te acuerdas del mosén aquel tan guapo que se acercó a mí para darme la botella de agua bendita que se me había caído al suelo?

    —Yaya, tienes una memoria tan selectiva. Te acuerdas del mosén porque estaba de buen ver.

    Matilde, cada vez más, acercaba el pasado al presente. Su pueblo, Pontons, aparece cada poco en su memoria: aquel castillo medieval en los que ella inventaba historias, invasiones y, en algún momento, incluso algún enlace matrimonial. Pero esas imágenes agradables desaparecieron pronto. Llegó la guerra y tuvo que salir de aquel paisaje natural único. Se acabó aquel pan con butifarra que tanto le gustaba.

    —Yaya, te veo un poco traspuesta.

    —¡Qué va! Que me pongo a pensar en Pontons y se me va el santo al cielo. ¡Cuántos años hace que no voy!

    —Si quieres, la próxima primavera podríamos dar una vuelta por allí. A mí me gusta pasear por sus parajes. Es como estar en medio de la naturaleza. Pero ahora, ¡tengo que irme!

    Aitana, como es su costumbre, sale corriendo de casa, atraviesa el parque que está delante de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia, queda fascinada por la portada, gira por la calle Provença y directamente va a la línea 5 del metro, que la lleva hasta Diagonal. Allí hace transbordo en los Ferrocarriles de la Generalitat, los «ferrocatas», que la conducen hasta el Peu del Funicular. En lugar de ponerse a enviar mensajes por wasap a sus amistades, cosa habitual cuando accede al metro, ha decidido escuchar música de un grupo que le encanta: Lax’n’Busto. Casi sin darse cuenta se pone a tararear, bajo la atenta mirada de una señora mayor que la mira de soslayo. La canción es tan motivadora, que no es de extrañar que Aitana la comparta con su voz:

    No quiero pensar en lo que llegará mañana.

    Lánzate, cada instante es único, no se repetirá.

    Siento que el corazón ya no para de latir,

    y dice que me tire,

    que no piense en todo lo que vendrá,

    que un lápiz nunca dibuja sin una mano.

    Un lápiz nunca dibuja sin una mano. Ella estaba acostumbrada a pensar en el pasado y a preocuparse por el futuro. Esta canción la invitaba a vivir el presente, a disfrutar de lo cotidiano. Educada para ser responsable y tomar decisiones con la cabeza, sentía que esta canción la lanzaba a seguir las intuiciones de su corazón. Así que allí estaba ella para dibujar, para contagiar entusiasmo y encauzar tantas potencialidades que la hacían sentir su profesión como una auténtica vocación. Difícilmente podía acoger tanto entusiasmo en su cuerpo. Menos mal que la realidad la apeó por momentos de sus sueños y la megafonía le indicó que su destino había llegado: Peu del Funicular. Ahora le tocaba caminar unos diez minutos hacia su lugar de destino: el colegio Sant Caprasi. Eso hubiera sido lo normal. Ve que unos chicos con uniforme escolar siguen sus pasos. ¿Serán, sin saberlo, sus próximos alumnos? Los pensamientos la transportaban a otro lugar, mientras tanto, la falda verde jungla, un tanto larga que lucía, se enganchó a unas zarzas que dominaban en una de las aceras. Resultado: falda rasgada y apariencia aún más hippie de la acostumbrada. Esto le provocó una cierta preocupación: llegó a un colegio de curas con una pinta tremenda. Detrás un joven alto, moreno y sonriente se le acerca.

    —Hola, ¿necesitas alguna ayuda?

    —O una falda nueva o un milagro.

    —Caray, un milagro no sé. La falda nueva quizá sea más fácil de conseguir.

    —¡Menuda pinta que llevo!

    —Perdona, no me he presentado. Soy Oriol Valès, vengo de Sabadell y voy a trabajar en el colegio Sant Caprasi.

    —¡Anda, yo también! Bueno, no me llamo Oriol, soy Aitana Calvet, vivo cerca de la Sagrada Familia y me han contratado para trabajar en la ESO en ese cole.

    —¡Qué guay, yo también! Bueno, aunque ya sabes, no me llamo Aitana...

    Los dos bajan la cuesta hacia la entrada del centro educativo. A Aitana con los nervios de la llegada a su nuevo lugar de trabajo y la conversación con Oriol se le ha olvidado el percance de la falda.

    La fachada del colegio es antigua, como si se tratara de un torreón. Delante hay una escultura de Sant Caprasi, un santo milagroso que destacó por su fe en la época de los romanos. Fue un obispo que, estando escondido por miedo al martirio, salió de donde estaba para acompañar a sus cristianos. Murió dando un ejemplo de fe que perdura por los siglos. En la capilla del colegio hay una reliquia suya que es muy venerada y querida en la zona. Excepto esa torre central, el resto del colegio es moderno, con unas instalaciones recién remodeladas y un diseño aplicado a las más avanzadas innovaciones educativas.

    —Estoy tan nerviosa, Oriol.

    —No te preocupes, que este cole se distingue por su espíritu de familia. Vamos a estar com el peix a l’aigua.

    De la torre central sale en ese momento un joven de unos cuarenta años, con tez morena y aire asiático.

    —Hola, soy el padre Sudhir Baliar, uno de los religiosos de la Congregación de Sant Caprasi. Acabo de llegar a esta escuela. Antes he estado en una parroquia en Arenys de Mar durante tres

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