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Crónicas de Mystirikan: Augurio de Crisis
Crónicas de Mystirikan: Augurio de Crisis
Crónicas de Mystirikan: Augurio de Crisis
Libro electrónico304 páginas3 horas

Crónicas de Mystirikan: Augurio de Crisis

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EN UN MUNDO LLENO DE MAGIA Y FANTASÍA,
CINCO AMIGOS BUSCAN SU DESTINO.

Crecen las responsabilidades. Rotharius es atormentado por una pesadilla: un río de llamas devora un pueblo y un sujeto de mirada carmesí y cicatrices rojas surge desde el fuego. Las imágenes del mundo onírico cobran cada vez más fuerza, por lo que el Quinteto de Oro decide investigar a fondo, enfrentándose a una serie de desafíos que pondrán a prueba sus habilidades y su amistad.

RESPONDE EL LLAMADO A LA AVENTURA.
DESPIERTA A ESE HÉROE QUE LLEVAS DENTRO.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2024
ISBN9789566183761
Crónicas de Mystirikan: Augurio de Crisis

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    Crónicas de Mystirikan - Rodrigo Díaz Suárez

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    © Augurio de Crisis - Crónicas de Mystirikan

    Sello: Tricéfalo

    Primera edición digital: Marzo 2024

    © Rodrigo Díaz Suárez

    Director editorial: Aldo Berríos

    Ilustración de portada: José Canales

    Corrección de textos: Felipe Reyes

    Diagramación digital: Marcela Bruna

    Diseño de portada: Marcela Bruna

    © Áurea Ediciones

    Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

    www.aureaediciones.cl

    info@aureaediciones.cl

    ISBN impreso: 978-956-61-8368-6

    ISBN digital: 978-956-6183-76-1

    Este libro no podrá ser reproducido, ni total

    ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

    Todos los derechos reservados.

    - I - Mal sueño -

    La densa espesura de los majestuosos y colosales árboles nativos rodeaban cálidamente a Rotharius en la soledad nocturna. Brisas heladas del norte acariciaban su rostro, las estrellas tintineaban en el firmamento, las nubes escaseaban y la luna llena brillaba como nunca. No había rastro de personas o criaturas cerca de él, sus únicos compañeros eran los sonidos del viento serpenteando a través del denso follaje y el caudal que nacía de las montañas ubicadas a doscientos metros al este. Mientras observaba el cielo serenamente, una familia de ciervos se acercó a pastar, el padre oteaba a Rotharius y la madre a sus cervatillos, que jugaban libremente. Rotharius caminó hacia el borde del río, un pequeño poblado con casas de madera y arcilla se divisaba en el otro extremo, un robusto puente de madera iluminado con velas lo atravesaba. Miró el agua, era tan cristalina, que podía ver su rostro, los peces y a los astros de la bóveda negra.

    Detrás de Rotharius apareció una familia de taurinos llevando una carreta de provisiones, eran de escasos recursos, sus prendas eran viejas, tenían un sinfín de parches y estaban desteñidas, el menor de ellos miró a Rotharius completamente sorprendido.

    ―¡Mira, mamá, es un Guardián! ―gritó el niño, mientras saltaba y tironeaba del brazo llamando la atención.

    La madre se detuvo con su hijo, fijó la mirada en Rotharius y lo inspeccionó.

    ―Tienes razón, Trauson, tal vez esté buscando algo. Rotbard, ¿por qué no vas y le preguntas si necesita ayuda? ―sugirió la madre mientras miraba a su esposo.

    ―Helga, estoy llevando la comida para la semana. ¿Por qué no se lo pides a Gerson? ―bramó Rotbard.

    ―Creo que alguien ya se adelantó ―interrumpió Gerson mientras apuntaba a Trauson.

    Trauson se acercó a Rotharius, él miraba el arroyo cuando sintió una voz aguda.

    ―¿Necesita ayuda, señor Guardián? ―preguntó Trauson con una mirada pura.

    ―¿Yo? ¿Por qué lo preguntas? ―replicó Rotharius.

    ―Parece como si estuviera perdido, señor ―insinuó Trauson, balanceándose en sus pezuñas.

    La inocencia del taurino provocó una pequeña sonrisa en Rotharius, quien se arrodilló para estar a su altura.

    ―No estoy perdido, solo contemplo la belleza de este lugar ―aclaró Rotharius.

    ―¿Está seguro, señor? ―preguntó Trauson.

    ―Completamente ―respondió Rotharius, posando su mano en la cabeza del taurino―. Gracias por preocuparte, creo que es tiempo de que vuelvas con tus padres, es tarde y debes ir a dormir.

    El taurino volvió corriendo al puente y saltó a los brazos de su madre, Rotharius se despidió de la familia mientras cruzaban el puente.

    Los pobladores entraron a sus humildes viviendas para conciliar el sueño, los guardias salieron a las calles a patrullar cada rincón en busca de malhechores con intenciones de robar, los ratones huían de los gatos callejeros, los perros hurgueteaban los contenedores de basura buscando comida para su jauría, las golondrinas volaban a sus nidos y los búhos ululaban camuflados en las ramas de los árboles de la plaza central.

    Rotharius miró la posición de la luna, estaba llegando al cenit, la temperatura empezó a bajar lentamente.

    ―Creo que es tiempo de volver al hogar.

    El pendiente de cristal de roca empezó a vibrar, Rotharius se percató y bajó la mirada.

    ―¿Qué rayos?

    En la cima de una de las montañas se vislumbró una extraña luz, los ciervos dejaron de comer y arrancaron asustados hacia la profundidad del bosque, los perros empezaron a ladrar, los gatos se engrifaron y las aves levantaron vuelo, alejándose del asentamiento. Rotharius tomó la defensiva ante el posible asalto de una o varias criaturas, tensó los músculos, su corazón latió rápido, su respiración era breve y acelerada y las pupilas se dilataron. El fulgor empezó a bajar por la ladera, serpenteaba por cada rincón, los árboles no pudieron opacar la intensidad del brillo.

    Una sensación de miedo e inquietud paralizó el cuerpo de Rotharius, era la primera vez que presenciaba esto, no había criatura ni maldición conocida capaz de amenazar la tranquilidad del bosque. Armándose de valor, se acercó al afluente para observar, el denso follaje no le permitió encontrar el origen.

    ―¿Dónde estás?

    Sus pupilas se contrajeron rápidamente al descubrir la fuente del resplandor: Unas llamas violentas y voraces, tan altas como las arboledas y tan ágiles como lobos cazando venados. No provenían de la vegetación, nacían del río.

    ―¡El poblado!

    Se situó en medio del caudal, el fuego devoraba toda vida en el río, emitía un chirrido sordo y tétrico, como el grito de la muerte. Rotharius dobló las rodillas, respiró profundo, concentró el maná en su mano izquierda y lanzó Glacialis para extinguir las llamaradas, pero el hechizo se evaporó antes de tocar las lenguas de fuego.

    ―¡Maldición!

    Saltó hacia la orilla antes de ser alcanzado por las llamas, el puente se quemó al instante, el poblado ardió sin piedad, los gritos y llantos podían escucharse a kilómetros.

    Mientras se levantaba, vio una silueta oscura y difusa desde los brazos danzantes escarlatas del cauce, estaba envuelta en un manto sombrío y lo único visible eran sus ojos escarlatas y su brazo izquierdo, negro como el carbón y repleto de cicatrices rojas. Su presencia lo intimidó, era fría como los glaciares y calaba hondo en las entrañas, el pasto se secaba y las flores se marchitaban.

    ―No podrás detenerme, Rotharius Creed ―fanfarroneó el sujeto.

    ―¿Quién eres? ―exigió Rotharius, anonadado.

    La sombra se abalanzó hacia él y lo agarró del cuello, Rotharius intentó liberarse, pero lo retenía fuertemente con una risa burlesca, sus cicatrices brillaron y su mente fue invadida por sus ojos escarlatas.

    "Ryt vynk da weskeus, do rig don mikau

    Ryt vynk da weskeus, do kurvon don kisa

    Ryt vynk da weskeus, do sivra dan gurkan

    Ryt vynk da gurkan, do spragauth sut volm"

    ***

    Rotharius despertó abruptamente, sudaba frío y su respiración estaba agitada, llevó sus manos al cuello, pero no tenía marcas, se quedó mirando sus manos por varios segundos, hasta que se tapó el rostro.

    ―¡Era una pesadilla, una estúpida pesadilla!

    Los rayos del alba atravesaban la ventana de su pieza, Ignis se despertaba bañado por el acogedor calor, sacudió sus alas y emitió un pequeño chillido, el ave miró a su compañero y voló hacia él al ver su rostro alterado.

    ―Fue un mal sueño, Ignis, nada grave.

    Rotharius mimó a Ignis para calmarlo, se levantó de la cama y se preparó para ir a trabajar.

    ***

    Su familia se encontraba en la mesa tomando desayuno, había pan amasado de la panadería El Roble Dorado, famosa por sus masas horneadas; mantequilla del poblado de Cantaurtaria, célebre por sus exquisitos productos lácteos; mermelada de ericto, un fruto azul, ácido y pequeño de las cercanías de Vapharais; rodajas de salame de cerdo de Stuba, ciudadela de las islas de la costa oeste de Utón, donde los porcinos pastan libremente.

    ―Buenos días, hijo ―saludó su madre.

    ―Hola ―contestó Rotharius.

    ―¿Pasó algo? ―preguntó Mäghine preocupada.

    ―Amanecí cansado, es todo ―respondió Rotharius.

    ―¿Son los contratos? ―insinuó Taros.

    ―En cierta medida ―respondió Rotharius mientras comía.

    Ignis bajó volando para comer semillas de fuego en el pedestal del comedor. La mente de Rotharius recordaba las imágenes de la pesadilla, con especial énfasis en la figura misteriosa, era la primera vez que algo así lo atormentaba. Antes de partir llamó al fénix, se despidió de sus padres y cerró la puerta.

    ***

    Rotharius decidió caminar en vez de usar Teletransporte, necesitaba despejar su mente para enfocarse en los contratos del día. El sol brillaba y el clima era cálido, las nubes brindaban una sombra que era aprovechada por los ciudadanos para escapar del calor. Vio varios niños jugando en la calle con palos, pelotas y juguetes creados por ellos o sus padres, ya que no tenían la edad mínima para entrar a los gremios. Rotharius se acercó a la tienda de comida de Garivaldo, el elfo de la costa.

    ―¡Buenos días, Señor Rotharius! Veo que no durmió bien ―dijo el elfo animoso.

    ―Tuve mucho trabajo y no descansé ―mintió Rotharius―. ¿Tienes algo para levantar el ánimo?

    ―Jugo levantamuertos y una bolsa con cerezas de Junil ―respondió Garivaldo.

    ―Quiero las cerezas, por favor ―pidió Rotharius.

    ―Es una pieza de plata ―contestó Garivaldo.

    Rotharius le entregó el dinero al elfo, este tomó una bolsa de papel con veinte cerezas y se la entregó a Rotharius con una sonrisa.

    ―Tenga un buen día, Señor Rotharius ―dijo Garivaldo.

    ―Gracias ―contestó Rotharius.

    ***

    Ignis lo esperaba en el arco de la entrada, una gran afluencia de Guardianes entraba a cumplir sus horas de trabajo, los Compañeros acompañaban a sus tutores, los Novatos y Aprendices lo hacían con libros y cuadernos. El fénix descendió lenta y majestuosamente, su plumaje brillaba con los rayos del sol, era un rojo intenso, como las llamas de una hoguera. Se posó en su antebrazo izquierdo y aleteó sus alas por última vez. En su camino a la oficina se encontró con Leónidas, quien llevaba varios contratos para los Diplomáticos.

    ―¿Tuviste una mala noche? ―dedujo Leónidas al ver las ojeras marcadas de Rotharius.

    ―Una pesadilla, nada más ―respondió Rotharius.

    ―Espero que no afecte tu trabajo, tienes una encomienda importante ―mencionó Leónidas.

    ―¿Para mí? ―preguntó Rotharius, sorprendido.

    ―Sí. Encontrarás todo en la carta que dejé en el buzón. Nos vemos, Rotharius ―respondió Leónidas

    ―Adiós ―contestó Rotharius.

    Rotharius se dirigió a su oficina, abrió la casilla y tomó todos los contratos. Movió las cortinas y los rayos iluminaron la estancia, Ignis voló hacia el nido que preparó Rotharius cuando lo trajo desde Montealegre, dejó los pergaminos en la mesa y se centró en el trabajo mencionado por su amigo.

    "Para el Señor Campeador Rotharius Creed:

    Escribo esta carta pidiendo su ayuda para combatir una horripilante criatura que asola nuestra humilde villa. Atacó hace un par de días, dejó a todos horrorizados por la matanza y destrucción que provocó a una pobre familia de orcos. Sabemos de sus habilidades y proezas contra estos peligros, usted es el único capaz de enfrentarla. Estaré en la taberna Ojo de Puma, cerca de la zona de pesca número tres de Quelpuaris.

    Sin otro particular, se despide

    Trevor Melena Roja".

    Se sentó por un momento y revisó las cosas que había pendientes: una casa embrujada en el sector sureste de Vapharais, un troll del bosque cerca de una plantación de tomates y un basilisco de campo en una casa al norte. Tomó una gran bocanada de aire para tranquilizarse, pero lo único que pasaba en su mente era la imagen sombría que acechaba sus sueños desde el encuentro contra los camahuetos.

    ***

    Gentilius terminaba una bomba que generaba nubes de polvo de plata, capaces de anular el camuflaje de criaturas mágicas.

    ―Necesito un adaptador, Varinka ―pidió Gentilius mientras colocaba el encendedor dentro de la granada.

    ―Aquí tienes.

    ―¿Tienes lista la mezcla? ―preguntó él.

    ―La especialidad de la casa: Cinco cucharadas de salitre natural, cinco cucharaditas de polvo de plata, tres umbelas de lúpulo cocidas, cuatro flores de diente de león, una pizca de polvillo de espinas de Chunk’o, diez semillas de madreselva, cincuenta gramos de pólvora y tres semillas de fuego ―respondió Varinka.

    ―¿Dónde conseguiste las espinas de Chunk’o? esos lagartos gigantes que lanzan proyectiles viven en zonas desérticas ―preguntó Gentilius.

    ―Las compré en un bazar del mercado aledaño a la aduana de portales ―respondió Varinka.

    Gentilius colocó la preparación dentro de la granada, lo selló con la espoleta y lo puso en una caja de madera.

    ―¿Cómo van? ―preguntó Gentilius al resto del equipo.

    ―Tenemos veinte listas, Señor Gentilius ―respondió Adam.

    ―Perfecto, sigan así, solo faltan doscientas ―incentivó Gentilius.

    Varinka vio que abrían la puerta y una mano dorada pálida se asomó. Era Arthwick, sus ojos miraban con desprecio el ligero desorden del laboratorio.

    ―Deberías ordenar el chiquero de tus experimentos, da una mala imagen al gremio ―aconsejó Arthwick, asqueado.

    ―Gentilius, llegó el elfo insoportable ―bromeó Varinka.

    ―Niña imprudente, ¿no sabes a quién te diriges? ―reprendió Arthwick.

    ―Ella sabe quién eres. ¿Qué quieres? ―replicó Gentilius, mientras el resto miraba la situación.

    ―Vine por el pedido de la semana pasada, lo necesito ¡ahora! ―exigió Arthwick.

    ―Adam, ¿podrías entregarle a don carisma la caja que está arriba del estante de herramientas? ―pidió Gentilius.

    ―¡Sí, Señor! ―respondió Adam.

    Adam se levantó de la silla y se dirigió al lugar mencionado. Utilizó Levitton en el arca y se la entregó al elfo.

    ―Era hora ―agradeció Arthwick despectivamente antes de irse.

    El elfo cerró la puerta con fuerza, la vibración del golpe botó un par de frascos con líquido y Adam se acercó a limpiarlos.

    ―¿Cuándo será el día que ese elfo deje de ser tan insoportable? ―reclamó Belle.

    ―No lo sé ―respondió Arthea.

    Pasaron veinte minutos, habían terminado cien bombas cuando la puerta volvió a abrirse, era Leónidas, con varios contratos bajo el brazo.

    ―Buenos días, Gentilius, ¿estás disponible en la tarde? Surgió un trabajo y necesito la experticia de tu equipo ―preguntó Leónidas.

    ―Podemos hacer un alto en nuestras labores ―respondió Gentilius.

    ―Bien, los veré después del almuerzo, hasta luego ―concluyó Leónidas antes de irse.

    ***

    Roland impartía la clase de estrategias de combate a los nuevos Aprendices en el aula doscientos doce, los alumnos estaban atentos anotando todos los consejos.

    ―Cuando entren a una cueva, lo primero que deben hacer es analizar el entorno: Vean cada detalle, saliente, roca o elemento que puede ser usado a favor o en contra. Tras eso, necesitan saber a qué tipo de criatura se van a enfrentar ―explicó Roland.

    ―Instructor, ¿podemos atraerlos a un lugar abierto? ―preguntó uno de los alumnos.

    ―Eso puede traer más problemas que beneficios. Si en el sector hay una zona poblada, la alimaña puede atacar la urbe ―respondió Roland.

    ―Mala idea, Vildebrand ―musitó su compañero.

    ―Como si tuvieras una mejor, Gurbal ―replicó Veldebrand.

    Roland se puso frente a ellos antes de que empezaran a pelear.

    ―Van a formar grupos de cinco integrantes, tienen que realizar una estrategia para derrotar un grupo de goblins que vive en una gruta ubicada a quinientos metros de una villa ―explicó Roland―. Ustedes dos van a trabajar juntos, a menos que quieran pasar la tarde revisando trabajos de los Novatos, ¿está claro?

    ―Sí, Señor Roland ―dijeron los dos a regañadientes.

    Pasaron quince minutos, Roland se acercó a la pizarra usando Levitton en la tiza para anotar las respuestas.

    ―¿Quién parte? ―preguntó Roland.

    Una mano se levantó desde el fondo del salón, Roland pidió al alumno que se levantara de la silla para hablar.

    ―Primero se observa el camino que conduce al sitio, si es estrecho lo podemos usar para atraparlos ―respondió Raufard, el orco.

    ―Interesante propuesta. ¿Quién más? ―siguió Roland.

    ―Se analizan las rocas y salientes del interior, hay que detectar las trampas contra intrusos que nos puedan dañar ―respondió Eufebris, la taurina.

    ―Excelente respuesta ―felicitó Roland.

    El resto de los grupos dieron sus respuestas hasta que sonó la campana ubicada en el techo del edificio.

    ―La próxima semana realizarán este ejercicio en la clase práctica en el coliseo. Pueden retirarse ―concluyó Roland.

    Los Aprendices salieron del aula, Roland borró el pizarrón antes de partir a su oficina.

    ***

    Leónidas se dirigió a su oficina luego de entregar los contratos pendientes, debía revisar las solicitudes de Las Pruebas del Señor para analizar a los posibles tutores. Anna se encontraba archivando los mapas con sus respectivos contratos.

    ―Buenos días, Anna.

    ―¿Cómo ha estado tu semana?

    ―Lo mismo de siempre, nada que agregar.

    ―Supe que hay nuevas peticiones, ¿hay algo interesante?

    ―La de Kayra Velveen.

    ―¿No es la chica del altercado en la mansión de Vallahan?

    ―La misma.

    ―¿Estás seguro de enviarla al Consejo Mayor? ¿No es muy joven?

    ―Hice las pruebas cuando tenía veinte años, al igual que el resto del Quinteto de Oro. La edad no es un requisito, son las habilidades mágicas que posee el individuo.

    ―¿Ya tienes al tutor para esta chica?

    ―Solo una persona. Es alguien que conoce sus habilidades y la entrenará para alcanzar su máximo potencial.

    ―¿Hablas de Fausto Vinewood? Él se fue a Montealegre hace cinco años.

    ―No, alguien más. Es la primera vez que será tutor de Las Pruebas del Señor.

    Anna leyó el archivo y se detuvo en el nombre del tutor.

    ―¿Te refieres a él?

    ―¿Hay algún problema con esa persona?

    ―No.

    ―¿Entonces?

    ―Tengo la duda de si las emociones jugarán en contra.

    ―Anna, conozco su método de enseñanza, es exigente porque él lo es, Kayra necesita un tutor sabio y riguroso. Además, su carácter y templanza lo hacen el mejor candidato.

    Anna seguía con dudas después de la defensa de Leónidas. Él se dirigió hacia la puerta para entregar las solicitudes al Consejo Mayor.

    ―Vuelvo enseguida.

    ***

    Taven se hallaba fuera de una casa ruinosa en la zona portuaria del Oeste de Vapharais, las ratas pasaban a través de los agujeros mientras escapaban de los gatos callejeros, las gaviotas graznaban esperando a los pescadores despistados que vendían su mercancía y las nubes se movían con el viento, generando sombras en el sector.

    ―Clavanius, si te rindes, podemos negociar una condena menor.

    No hubo respuesta, la brisa marina pasó a través de los cristales rotos mientras azotaba los postigos carcomidos por las termitas. Por una de las ventanas se vio una chispa seguida de un siseo, una pequeña bomba atravesó el cristal y cayó a los pies de Taven, él la tomó y la apagó rápidamente.

    ―¡Wharmoh! ―gritó Taven.

    La puerta se abrió de golpe, el delincuente lanzó varios objetos afilados, pero Taven

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