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El Comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX: interlocutores, actores, temáticas
El Comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX: interlocutores, actores, temáticas
El Comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX: interlocutores, actores, temáticas
Libro electrónico990 páginas11 horas

El Comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX: interlocutores, actores, temáticas

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EN EL CONTEXTO DE LA CONMEMORACIÓN DEL BICENTENARIO de las repúblicas hispanoamericanas y, por lo tanto, de la formalización del lugar de Colombia en la escena internacional, El comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX constituye una cartografía para ubicar a Colombia en el mundo y al mundo en el país. Pretende ser una brújula que guíe la exploración de las diversas expresiones de lo internacional en Colombia durante dicho siglo con el fin de enriquecer la comprensión de las dinámicas internacionales de nuestro país y cuestionar el aparente determinismo de Estados Unidos como el gran actor desde el siglo xx. También, contribuye al acercamiento disciplinar entre la historia y las relaciones internacionales en el país, a la vez que cuestiona las narrativas tradicionales e interactúa con nuevas corrientes historiográficas, incluye distintos actores -científicos y coleccionistas, entre otros y, ante todo, se constituye como un espacio de debate y diálogo para el estudio de las relaciones internacionales de manera interrelacionada. Si bien en algunos de los ensayos que componen el libro está presente la perspectiva tradicional, que se centra en la diplomacia, las políticas gubernamentales y la economía, otros van más allá y exploran diversas perspectivas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 mar 2024
ISBN9789587985047
El Comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX: interlocutores, actores, temáticas

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    El Comportamiento internacional de Colombia en el siglo XIX - Muriel Laurent

    Introducción

    Muriel Laurent

    Diego Jaramillo Mutis

    El comportamiento internacional

    colombiano fue diferente durante los siglos

    xix

    y

    xx

    , como es claro, en particular, en la preeminencia de los Estados Unidos como socio privilegiado. En la actualidad, este país norteamericano parece el interlocutor más importante de Colombia, debido a la relevancia que adquirió después de la independencia de Panamá y las dos guerras mundiales. Esta relación especial entre Colombia y los Estados Unidos inició con el tratado Urrutia-Thompson de 1914 y se afianzó durante la Guerra Fría, con eventos como la guerra de Corea (1950-1953), la Alianza para el Progreso (década de 1960) y la lucha contra el narcotráfico (década de 1970 hasta hoy) (Borda, 2019; Drekonja, 1983). Sin embargo, no fue siempre así. En el siglo

    xix

    , Colombia tuvo otros interlocutores importantes, tanto en Europa como en América Latina. En esos años tuvo una diplomacia más activa y diversa, debido a la herencia grancolombiana de las revoluciones de independencia y a la ubicación estratégica del istmo de Panamá, entre otras razones. Nuestro propósito inicial fue revisar la historia internacional colombiana del siglo

    xix

    , con la intención de aclarar sus diferencias y particularidades respecto al

    xx

    . Esperamos que esta investigación contribuya a una aproximación renovada a los estudios sobre el lugar que ocupa Colombia en el mundo.

    En la intersección disciplinar entre la historia y las relaciones internacionales, el comportamiento internacional decimonónico de Colombia es un asunto de gran trascendencia para el país, aunque su estudio ha sido desarrollado desigualmente: es sorprendente la poca cantidad de estudios dedicados a la política exterior colombiana del siglo xix que hay disponibles (Borda, 2019, p. 10). El objetivo de este libro es revisar las conexiones entre Colombia y el resto de América y Europa tras la independencia de España, desde diferentes aproximaciones historiográficas y metodológicas. Su novedad radica en que parte de las miradas tradicionales de la historia internacional colombiana para trascenderlas y complejizarlas, al ir más allá de las relaciones bilaterales y los asuntos limítrofes. Los autores, provenientes de diferentes instituciones nacionales e internacionales, reflexionan sobre el contenido,la forma y los actores de la relación de Colombia con el exterior durante este período. Así, este volumen cuestiona las narrativas tradicionales sobre las relaciones exteriores de Colombia, incluye diversos actores en los estudios del comportamiento internacional del país, interactúa con nuevas corrientes historiográficas y se constituye como un espacio de debate y diálogo para el estudio de la historia de las relaciones internacionales de Colombia.

    Los interrogantes generales abordados en los trece capítulos de este libro giran en torno a cómo Colombia, en el contexto de la formación y consolidación del Estado nación, sorteó la transición hegemónica entre las potencias europeas y los Estados Unidos, se conectó con sus vecinos y entendió la política latinoamericana. En principio, quisimos hacer un estudio comprensivo del comportamiento internacional de Colombia durante el siglo xix, con énfasis en la delimitación de las fronteras territoriales como herramientas fundamentales para la construcción del Estado nación, la gestación de las relaciones bilaterales y multilaterales colombianas durante este período y el estudio de temas claves para la agenda internacional del momento, como el comercio exterior, la deuda externa y la producción de conocimiento.

    El término comportamiento internacional surgió desde el comienzo del proyecto, en medio de una discusión entre los autores del libro. Frente a otras opciones, como política exterior, política internacional, relaciones internacionales, relaciones exteriores o historia internacional, consideramos que comportamiento internacional remite a conexiones de distintos tipos (por ejemplo, económicas y culturales) y a un entramado más complejo de actividades exteriores que no se circunscriben a la política o las relaciones intergubernamentales. Este término nos permite dar cuenta del lugar de Colombia en el sistema internacional del momento, pues el Estado o el Gobierno de turno podían ser agentes de estas conexiones con el exterior, pero también podían serlo otros actores (individuos y sectores económicos, por nombrar algunos). Es decir, insistimos en que no se trata de estudiar exclusivamente las relaciones diplomáticas, pues existen otros actores que se preocuparon por insertar a Colombia en su entorno latinoamericano y en el mundo Atlántico. Tendremos ocasión de continuar aclarando este punto en las páginas siguientes.

    Los estudios sobre el comportamiento internacional colombiano del siglo xix adolecen de dos problemas conectados: por una parte, están desvinculados del xx; por otra, son un espacio de conocimiento en el que parece no haber mayor diálogo entre historiadores e internacionalistas. Mientras en el estudio de la conducta internacional del país en el siglo xix priman los análisis de los historiadores y abogados, la mayor parte de la literatura sobre el xx ha sido producida por politólogos e internacionalistas. Esto ha llevado a un quiebre conceptual, empírico y disciplinar, que este libro pretendió subsanar inicialmente. Las diferencias profundas entre estas disciplinas dificultaron el logro de este propósito. Intentar que los historiadores adoptaran otras formas de trabajar, o que los internacionalistas se interesaran por asumir el trabajo histórico resultó un desafío tal que la mayoría de los capítulos son trabajos históricos sobre la conexión de Colombia con el exterior durante el período estudiado.

    Esta desconexión causa también la impresión de que el comportamiento internacional colombiano del siglo xx fue, de alguna manera, inevitable. Quienes estudian la política exterior colombiana del siglo pasado no se remiten al poco material que hay sobre el xix, lo que da la impresión equivocada de que nuestra conducta internacional ha sido siempre igual y tenemos pocas posibilidades de hacer algo distinto en ese escenario. Por esta razón, es preciso profundizar en nuestro conocimiento sobre la historia internacional colombiana del siglo xix y conectarlo con lo que sabemos del xx. Este libro nació con la intención de contribuir al acercamiento disciplinar entre la historia y las relaciones internacionales en Colombia, que fue anterior en otros países hispanoamericanos, como México (De Vega, 2010; Toussaint, 2010). Con este trabajo queremos participar de los debates actuales de la historia del siglo xix colombiano y de las relaciones internacionales del xx y el xxi, más allá de las visiones tradicionales jurídico-militares. Este diálogo disci-plinar en ciernes ha llenado parte del vacío historiográfico que existe sobre este asunto.

    ***

    La historiografía sobre esta materia ha atravesado varias etapas. Los primeros interesados en estos asuntos en la segunda mitad del siglo xx los abordaron desde la historia diplomática y el derecho internacional, y dejaron trabajos que se han convertido en clásicos (Caicedo, 1974; Cavelier, 1997; Lemaitre, 1993; Londoño, 1975; Rivas, 1961; Vázquez, 2000)¹. Por su parte, los internacionalistas se han enfocado en el siglo xx, clave para entender la actualidad, en detrimento de los años fundacionales y de consolidación de la república (Ardila, 1991; Borda, 2019; Pardo y Tokatlián, 1989; Randall, 1992; Tickner y Bitar, 2017). La colección Nueva historia de Colombia, coordinada por Álvaro Tirado Mejía (1989) y más interesada en los asuntos económicos y sociales que en los políticos, solo cuenta con medio volumen (siete artículos) sobre relaciones internacionales. Los tres primeros son sobre el siglo xx, les sigue uno sobre los límites territoriales desde una perspectiva jurídica poco novedosa, dos del historiador argentino-chileno Luis Vitale sobre historia comparada de América Latina a partir de 1886 y uno muy sugestivo del historiador británico Malcolm Deas sobre la relación bilateral con su país (Rojas, 2004). Algunos artículos sobre historia económica tienen pasajes importantes acerca de los asuntos internacionales.

    Recientemente, en el marco del bicentenario de las revoluciones de independencia hispanoamericanas, Eduardo Posada Carbó coordinó una colección de historia republicana de Colombia en cinco tomos. Todos cuentan con un artículo titulado Colombia en el mundo, escrito por David Bushnell (2010), Isabel Clemente (2012), Stephen Randall (2015), Carlos Camacho (2015) y Rodrigo Pardo (2016), respectivamente, que constituyen aportes fundamentales sobre el particular. La coyuntura conmemorativa del bicentenario de las independencias hispanoamericanas parece haber renovado los estudios sobre la historia política e internacional de Colombia y sus conexiones con el exterior, como veremos en los capítulos que dan forma a este libro.

    ***

    Para lograr el propósito de releer el comportamiento internacional colombiano del siglo xix, nos asociamos Muriel Laurent, profesora del Departamento de Historia y Geografía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes; Sandra Borda, profesora del Departamento de Ciencia Política de la misma facultad, y Diego Jaramillo Mutis, profesor de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia. Para empezar, invitamos a participar en este proyecto a otros colegas historiadores, politólogos e internacionalistas que investigan este tema. La Universidad Externado de Colombia es quizá la que cuenta con los profesores que más han investigado sobre esta materia, pero fue necesario abrir el espectro para contar con especialistas de distintas procedencias y formaciones. Al final, el proyecto contó con la participación de catorce académicos de diversas instituciones nacionales e internacionales, con quienes sostuvimos una discusión colectiva prolongada muy enriquecedora.

    Durante varios encuentros presenciales y virtuales realizados entre el 2019 y el 2020 debatimos unos insumos teóricos e históricos y construImos unos ejes transversales Nuestras lecturas iniciales fueron textos de Akira Iriye (2013), sobre historia global y transnacional; Florence Delmotte (2007), sobre sociología histórica, y Valerie Hudson y Christopher Vore (1995), sobre análisis de política exterior. Estas siguieron con trabajos de especialistas en el siglo xix, como Frédéric Martínez (2001), James Sanders (2009) y Jeremy Adelman (2014). A partir de estas referencias definimos seis ejes transversales e invitamos a los autores a integrar varios de estos en su capítulo, para facilitar un diálogo entre los diferentes aportes sobre unos elementos comunes. Los ejes, cada uno de los cuales abre varias preguntas, son los siguientes:

    Objetivos, principios y estrategias: ¿Cuáles fueron los objetivos más importantes de la diplomacia colombiana del siglo xix? Además de la neutralidad en asuntos ajenos y el arbitraje para resolver diferencias, ¿qué principios orientaron el comportamiento internacional de Colombia en estos años? ¿Qué estrategias usaron los diferentes gobiernos para alcanzar sus objetivos?

    Niveles de análisis: Al margen de lo nacional, ¿qué papel desempeñaron los niveles regional y local en el comportamiento internacional colombiano del siglo xix? En un foco más reducido, ¿cómo evolucionaron instituciones clave para estos asuntos, como la Cancillería? ¿Quiénes fueron los tomadores de decisiones más importantes del momento (presidentes, secretarios, ministros plenipotenciarios, cónsules, entre otros)?

    Cambios y continuidades: ¿Qué cambió y qué se conservó del comportamiento internacional colombiano a lo largo del siglo xix? ¿Cómo se relaciona este con el régimen español de los siglos xvi al xviii o con el siglo xx? En la segunda mitad del xix, ¿en qué se diferenció el comportamiento internacional colombiano durante el Radicalismo y la Regeneración?

    Identidad: ¿Qué lugar ocupó el Estado nación colombiano en el sistema internacional decimonónico? ¿Qué opinión tenían los diferentes actores internacionales de Colombia acerca de su propio país? ¿Cómo veían al país en el exterior? ¿Cuáles fueron los Estados interlocutores más importantes de Colombia en estos años?

    República, civilización, progreso y orden: ¿Cuál fue el lugar de la república en las relaciones internacionales hispanoamericanas (en particular de las colombianas) del siglo xix? ¿Cuál fue la importancia de otros conceptos clave, como civilización, progreso y orden, para los actores internacionales colombianos de estos años?

    Superar el Estadocentrismo, el eurocentrismo y las relaciones bilaterales: ¿Cuáles fueron los actores colombianos no estatales más influyentes a nivel internacional durante este período? ¿Cuál fue la participación del Estado colombiano en el ámbito multilateral? ¿Cómo se relaciona la historia internacional colombiana con las historias global, transnacional y atlántica?

    A partir de estos seis ejes y de las primeras versiones de los capítulos, los editores académicos pudimos reflexionar sobre distintas problemáticas que fueron aflorando durante el proceso de esta investigación. A continuación, nos referimos a ellas.

    ***

    Este libro toca asuntos tradicionales de la historia internacional colombiana (como los límites territoriales y la unión americana) y otros más recientes (como el reconocimiento internacional, la deuda externa y la ciencia). Estos temas transversales conectan las diferentes partes del libro entre sí. Los capítulos de Daniel Emilio Rojas y Diego Jaramillo Mutis vuelven sobre los asuntos fronterizos, tantas veces estudiados, pero esta vez desde una perspectiva novedosa que considera otras aristas del problema. A su vez, el artículo de Rojas se cruza con el de Carlos Felipe Cifuentes en la aproximación multilateral a las relaciones americanas. El reconocimiento internacional es otro de los asuntos que ha adquirido relevancia reciente (Gutiérrez, 2012). Los capítulos de Lina del Castillo e Isabel C. Arroyo lo estudian en relación con Francia y la Santa Sede, respectivamente. Otros temas que conectan este libro son la deuda externa, que aparece en los capítulos de Arnovy Fajardo Barragán, Graziano Palamara y Camilo Uribe Botta, y las relaciones científicas, presente en los trabajos de Lina del Castillo y Camilo Uribe Botta, en particular. Además de estas conexiones, otros asuntos transversales fueron la periodización, las fuentes, las temáticas y los actores.

    La periodización constituye uno de los asuntos neurálgicos de la historia internacional colombiana del siglo xix². Para empezar la centuria, pueden considerarse años como 1810 (movimiento juntista), 1819 (batalla de Boyacá y Ley Fundamental de Angostura) y 1821 (Constitución de Villa del Rosario de Cúcuta y creación de la Cancillería). También cabe pensar que, en términos internacionales, el cambio ocurrió desde la rebelión de los Comuneros de 1781. Esta opción dialoga con el planteamiento de Christopher Bayly (2007)de considerar el nacimiento del mundo moderno en una cronología que inicia hacia 1780, con la era de las revoluciones. Es decir, incluiría el fin del antiguo régimen en la América española y el inicio de la industrialización en Europa. Como evidencia de esta posibilidad, Pilar López-Bejarano inicia su artículo en 1802 e incluye el llamado Memorial de Agravios de Camilo Torres de 1809. Esto cuestiona la ruptura tradicional entre régimen español y república, para apreciar mejor las continuidades entre estos momentos.

    En cuanto a la terminación del siglo en materia internacional para Colombia, la guerra de los Mil Días (1899-1902) y la separación de Panamá (1903) parecían imponerse inicialmente. Sin embargo, estas opciones no tienen en cuenta a los interlocutores internacionales. Por esto, los trabajos de Muriel Laurent sobre Bélgica y Luis Eduardo Bosemberg sobre Alemania llegan hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. Así, el largo siglo xix de Eric Hobsbawm cobra sentido para Colombia. La propuesta de Bayly (2007) es que la modernidad se consolida en los decenios previos a 1914, cuando la dominación de la civilización europea es un hecho a nivel mundial. Así, podría evaluarse si el tratado Urrutia-Thompson de 1914, que normalizó la relación bilateral entre Colombia y los Estados Unidos después de la independencia de Panamá, podría ser el cierre del siglo xix para Colombia. Precisamente, el capítulo de Muriel Laurent y Delia María Piña Aguirre revisa esta coyuntura, que marcó un giro en el comportamiento internacional de este país.

    En cuanto a segmentar el siglo, los cuatro grandes períodos de la historia internacional colombiana del xix podrían coincidir con la historia interna: la Independencia y la llamada Gran Colombia (1810-1831), la Nueva Granada (1832-1863), el Radicalismo (1863-1886) y la Regeneración (1886-1900). También podrían pensarse cortes paralelos a la evolución histórica de la Cancillería colombiana, que podrían funcionar como subperíodos³. Sin embargo, ninguno de estos cortes parece convincente. Parte de la historiografía dedicada a la historia mundial del siglo xix ha propuesto la existencia de un quiebre hacia 1860. Así, habría dos siglos xix y la década de 1860 sería el quiebre para la mayoría de los espacios del globo. La separación entre estos dos siglos xix estaría dada por las migraciones, la industrialización, la urbanización, la educación, las primeras mejoras médicas contra las grandes epidemias, la colonización, la afirmación de nuevos horizontes políticos, así como por la implantación de utopías voluntaristas como el socialismo, el feminismo, el cooperativismo, los nuevos mesianismos políticos, el panasiatismo y el panafricanismo (Charle, 2019). La decisión de Diego Jaramillo Mutis de iniciar su investigación en 1860 está relacionada con su interés en la política exterior del liberalismo radical, pero también con esta lógica de cambio.

    Así, ni la política interna ha determinado la periodización de la historia internacional colombiana ni esta tiene una dinámica propia común a todo lo internacional. Como el lector podrá observar, cada capítulo de este libro tiene una periodización propia en función del problema estudiado y de los momentos específicos de cada temática y país (puede ser la apertura de una legación, la firma de un acuerdo, una particularidad del intercambio comercial o cultural o de la negociación política). La periodización elegida por cada autor dependió de los procesos concretos estudiados dentro del contexto internacional compartido, es decir, está sujeta al problema histórico tratado para dar respuesta a ciertos aspectos del comportamiento internacional.

    En cuanto a las fuentes, las primarias son de naturaleza diversa. Las memorias presentadas cada año por el secretario de Relaciones Exteriores al Congreso son una referencia clave, consultada por la mayoría de los autores del libro. Desafortunadamente, esta información esencial para los investigadores sobre esta materia no se encuentra digitalizada, a diferencia de otros países de la región. Esta tarea debe hacerse con urgencia, para facilitar estos trabajos y permitir la producción de más investigaciones sobre el comportamiento internacional colombiano del siglo xix. También son relevantes los fondos del Ministerio de Relaciones Exteriores del Archivo General de la Nación, que hasta ahora han sido muy poco consultados. Los tratados, leyes, periódicos, memorias, mapas y estadísticas del período fueron otras fuentes primarias consultadas por los autores; además de los archivos diplomáticos de México, Brasil, Italia, Alemania y el Vaticano, entre otros documentos.

    Los agentes más importantes del comportamiento internacional colombiano del siglo xix fueron algunos presidentes, secretarios de Relaciones Exteriores, ministros plenipotenciarios y cónsules. Los mandatarios Tomás Cipriano de Mosquera, Manuel Murillo Toro y Carlos Holguín, moldeadores fundamentales de la posición internacional de Colombia, aparecen en diferentes capítulos del libro. Secretarios como Pedro Gual, Lino de Pombo, Joaquín Acosta, Manuel Ancízar y Marco Fidel Suárez, por mencionar los más relevantes, dejaron una huella profunda en la Cancillería colombiana: Gual fue el gestor del reconocimiento internacional del país, Pombo se encargó de la división de la primera Colombia, Acosta hizo avances importantes en materia limítrofe, Suárez fue el canciller eterno de la Regeneración. Llama la atención la figura de Aníbal Galindo, en su momento secretario de Hacienda: en el capítulo sobre Venezuela asoma como ministro residente en Caracas en 1873 y como abogado de Colombia en el arbitraje español de límites de 1882; en el texto de Pilar López-Bejarano es el director de la Oficina de Estadística entre 1874 y 1875; en el que analiza el caso Cerruti es el abogado de Colombia en el arbitraje de 1888 con Italia. Esto constituye una conexión más entre los capítulos y muestra la precariedad del servicio exterior colombiano.

    Los interlocutores internacionales más importantes de Colombia en estos años fueron las potencias Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, seguidas de los vecinos Venezuela, Perú y Ecuador. La presencia de un enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en los Estados Unidos, o al menos de un encargado de negocios, fue permanente. Entre estos hubo varios presidentes de la República, como Pedro Alcántara Herrán, Manuel Murillo Toro y Santiago Pérez. Las legaciones en Gran Bretaña y Francia tuvieron también un perfil alto; por allí pasaron personajes de la talla de Tomás Cipriano de Mosquera, Ezequiel Rojas y Justo Arosemena. Por su parte, estas tres potencias contaron siempre con un encargado de negocios en Bogotá, y en ocasiones excepcionales con un ministro plenipotenciario. Por su parte, Venezuela, Perú y Ecuador también mostraron interés en hacer presencia en la capital colombiana, ya fuera con un encargado de negocios o un ministro plenipotenciario. Durante el Gobierno de Mariano Ospina (1857-1861), la Confederación Granadina solo tuvo legaciones en Washington y Londres (ninguna en América Latina), el Gobierno consideró la anexión del país a los Estados Unidos o Gran Bretaña y el Congreso discutió la desaparición de la Cancillería. Las representaciones diplomáticas y consulares de Colombia, así como las de los países socios en Colombia, tuvieron un papel central en la construcción y consolidación de las conexiones y redes internacionales, y a su vez algunos individuos en particular fueron los motores de estas⁴.

    Cabe recordar el papel que desempeñaron otros actores y que varios capítulos de este libro rescatan, en una nueva forma de pensar el comportamiento internacional de un país. Científicos, comerciantes, industriales capitalistas y coleccionistas de orquídeas, entre otros actores, fueron, en efecto, agentes cuyas actividades impactaron y moldearon las relaciones entre los Estados. En los próximos años aparecerán más investigaciones que saquen a la luz otros grupos de individuos o figuras diferentes a los agentes estatales, que seguirán renovando el estudio del comportamiento internacional colombiano, tanto en el siglo xix como en el xx.

    Este libro tiene vacíos importantes, entre los que se destacan la relación con los Estados Unidos antes de la secesión de Panamá, el reconocimiento de España en 1881 y la relación con el Ecuador después de la separación de 1831. La razón de estas ausencias es que, desafortunadamente, no encontramos investigadores interesados en abordar estos temas. En materia cronológica, cerca de la mitad de los capítulos se interesan por las décadas finales del siglo xix, que parece ser el período sobre el que más investigan los historiadores, dejando quizás un poco desatendidos los años centrales del siglo. Por su parte, el Congreso de la República figura en relación con sus responsabilidades en la ratificación de los tratados internacionales y como destinatario de las memorias anuales del canciller, pero no como legislador, a pesar de su importante labor en este sentido. Sin duda, faltan muchas otras aristas del comportamiento internacional del país por desarrollar, que no pretendemos enlistar. Pronto veremos cuáles son los temas que interesen a los nuevos investigadores respecto a las conexiones de Colombia con el mundo.

    ***

    El libro tiene trece capítulos organizados en tres partes, tituladas Miradas transversales, El vecindario americano y Expectativas europeas. El orden de la presentación de los capítulos y la definición de las partes también fueron objeto de una intensa discusión entre los editores académicos. Barajamos varias opciones. Pensamos en la cronología, pero esta no parecía conveniente porque no permitía dar cuenta de las temáticas ni de las distancias espaciales. Entonces consideramos dos posibilidades más: una sección de relaciones bilaterales y otra de relaciones multilaterales, o trabajar las conexiones con Europa por un lado y con América por el otro. Ninguna de estas opciones parecía convincente. Al final, nos inclinamos por una organización que da cuenta de una combinación de estos elementos: la cronología no desaparece, pero se conjuga con los aspectos temático y espacial, que priman, y donde elegimos ubicar primero al vecindario americano y en segunda instancia a Europa. Esto permite tratar distintas temáticas a la vez, en función de las preocupaciones y el tipo de conexión estudiados.

    El primer bloque cuenta con reflexiones comprensivas sobre el período y la internacionalización de Colombia y está compuesto por dos capítulos: Colombia en la expectativa internacional del siglo xix: la instalación del argumento estadístico, de Pilar López-Bejarano, y El proyecto civilizador y las relaciones internacionales de Colombia en el siglo xix, escrito por Héctor Heraldo Rojas-Jiménez. El primero revisa la importancia de la estadística, como conocimiento científico y administrativo y como retórica política, diplomática y comercial, para la inserción internacional del país. El segundo, que debe entenderse como un ensayo desde la ciencia política, muestra cómo Colombia intentó mostrarse como una nación civilizada ante el mundo, como parte de su estrategia de inserción internacional.

    La segunda parte, titulada El vecindario americano, inicia con el capítulo Colombia y sus relaciones hispanoamericanas: crisis, unión y guerra (1820-1865), de Carlos Felipe Cifuentes. Este ofrece una mirada multilateral a la integración americana en los congresos de Panamá (1826) y Lima (1847 y 1864) y revisa cómo los Estados hispanoamericanos defendieron su soberanía frente a las agresiones imperiales. A continuación, en ¿Pragmatismo o debilidad? Reflexiones sobre la división de la deuda colombiana (1834-1839), Arnovy Fajardo Barragán repasa la división de la deuda externa de la primera Colombia durante el segundo Gobierno del general Santander, a partir de las memorias de la Secretaría de Hacienda. Por su parte, en Interés nacional y equilibrio continental: las relaciones consulares y diplomáticas entre el Imperio del Brasil y la República de la Nueva Granada (1831-1854), Daniel Emilio Rojas analiza la división de la cuenca del río Amazonas con Brasil, Perú, Venezuela y Ecuador, en el marco de un espacio internacional suramericano. Diego Jaramillo Mutis repasa la relación bilateral con Venezuela en las últimas cuatro décadas del siglo xix, con énfasis en el diferendo limítrofe y la región fronteriza marabina, en El ‘bochinche’ colombo-venezolano a finales del siglo xix: una historia breve y renovada de la delimitación de la frontera binacional. Muriel Laurent y Delia María Piña Aguirre cierran el bloque con Triángulo diplomático entre Colombia, Estados Unidos y México: ambigüedades del panamericanismo (1889-1910), que ofrece una mirada a la relación entre Colombia y los Estados Unidos a través de México, en el marco de la separación de Panamá.

    El tercer y último bloque, Expectativas europeas, inicia con un capítulo de Lina del Castillo titulado Destinos cruzados: naturalistas entrenados en Francia, la primera república colombiana y la materialidad de la praxis geopolítica (1819-1830). Este revisa cómo las redes científicas europeas, en particular las francesas, fueron un vehículo clave para el reconocimiento de las repúblicas hispanoamericanas, sobre todo para Francisco Antonio Zea,el Franklin colombiano. Isabel C. Arroyo revisa en La bendición papal a la República: los inicios tempranos de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede el proceso de reconocimiento de la Nueva Granada por parte de la Santa Sede, que culminó en 1839 con una participación destacada del ministro plenipotenciario Ignacio Sánchez de Tejada. Desde la historia global y ambiental, Camilo Uribe Botta analiza la relación con Gran Bretaña y la relación ciencia-poder por medio del tráfico de orquídeas, en Colombia, orquídeas y el imperio (informal) británico (1840-1900): entre la deuda y la ciencia.El capítulo de Graziano Palamara Colombia y el manejo de la cuestión Cerruti: el espejo de una actitud es una buena muestra de la diplomacia de las cañoneras, las tensiones entre la política nacional y la internacional y el papel de terceros en las relaciones bilaterales, características propias de este período. Luis Eduardo Bosemberg hace un esbozo variopinto de la relación entre Colombia y Alemania durante el segundo Imperio alemán, en Colombia y Alemania en el siglo xix: un ensayo en los espacios global, atlántico, marítimo y cultural. El capítulo ‘[U]n gran país que se despierta al progreso’: la propaganda de Colombia en Bélgica (1880-1914) de Muriel Laurent cierra este aparte, con una revisión de las narrativas sobre Colombia que circularon en Bélgica a finales del siglo xix y principios del xx. La Reflexión final fue escrita por Sandra Borda.

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    ceja

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    NOTAS


    1 En la generación anterior, durante la primera mitad del siglo xx, los pioneros fueron Francisco José Urrutia, Laureano García Ortiz, Antonio José Uribe, Fabio Lozano y Torrijos y Jesús María Yepes, entre otros.

    2 Esta constatación llevó a varios autores de este libro a organizar la mesa de discusión "¿Cómo periodizar la historia internacional de Colombia en el siglo

    xix

    ?", en el marco del Congreso de Historia Conmemorativo de los Doscientos Años de la Constitución de Villa del Rosario de Cúcuta, en agosto del 2021. No llegamos a acuerdos sobre las fechas iniciales ni sobre las de cierre, tampoco sobre los quiebres internos del siglo. Lo importante fue la discusión, de la que acá damos cuenta parcialmente. En esta mesa participaron cuatro autores del libro (Diego Jaramillo Mutis, Muriel Laurent, Daniel Emilio Rojas y Héctor Heraldo Rojas-Jiménez), mientras dos más estaban en el público (Isabel C. Arroyo y Carlos Felipe Cifuentes). Otros asistentes, como María José Afanador, Ricardo Sánchez y Silvano Pabón, hicieron aportes valiosos sobre este tema.

    3 Un primer hito sería 1821, por la creación de la Cancillería. La Secretaría de Relaciones Exteriores fue la más importante del período grancolombiano, separada y por encima de la de Interior, mientras otras repúblicas hispanoamericanas como Perú, México y Buenos Aires contaron con una sola Secretaría de Interior y Relaciones Exteriores. En 1832, tras la separación de la primera Colombia, Nueva Granada unió las secretarías de Interior y Relaciones Exteriores, aunque las volvió a separar en 1843. Los radicales volvieron a juntarlas con la Constitución de 1863, en cierta consonancia con su proyecto federalista. El presidente Rafael Núñez las separó definitivamente en 1880, y en 1886 convirtió en ministerios a la Cancillería y las otras secretarías.

    4 Sobre el rol de las legaciones, pero ya para el siglo xx, pueden consultarse Bosemberg (2015) y Laurent (2020).

    Primera parte

    Miradas transversales

    1

    Colombia en la expectativa internacional del siglo xix: la instalación del argumento estadístico

    *, **

    Pilar López-Bejarano

    Introducción

    La pregunta por el desempeño internacional de Colombia en el siglo xix establece un amplio horizonte de reflexión. En este capítulo incursionaré en las expectativas que alimentaron la formación de la nación colombiana, es decir, en lo que otros países esperaban y proyectaban alrededor de Colombia y en lo que los gobiernos de turno buscaron y promovieron de sí mismos a nivel internacional. Este acercamiento lo haré a partir del uso, la producción y la valoración del conocimiento estadístico, entendiendo cómo con su circulación no solo se promovió una imagen del naciente Estado, sino que se instaló una particular manera de conocer. Me preguntaré específicamente por el tipo de información y por la manera en la que circuló, y por cómo se afianzó un consensual argumento estadístico como criterio de evaluación y base de una expandida retórica política, económica, diplomática, comercial y administrativa.

    En estrecha relación con el tipo de análisis que busco adelantar, privilegiaré la noción de expectativa, frente a aquella más común de imagen de país. Se trata de un énfasis que permite un punto de apoyo distinto en el análisis: a diferencia de imagen (que bien puede remitirnos a un cuadro, un dibujo o una idea), la noción de expectativa nos ubica inmediatamente en dinámicas de interacción social. La expectativa no es algo en sí, susceptible de ser definido como una característica o como una esencia. Es más bien, y ante todo, una tensión social (geopolítica, económica, diplomática, cultural) que informa, que nutre y da forma a determinadas relaciones. Plantear la problemática en función de la expectativa, de lo que unos esperaban de otros, nos da una entrada relacional a las tensiones que estructuraron campos de acción a lo largo del siglo xix.

    Antes de entrar en la descripción y el análisis de los documentos de la época, haré dos aclaraciones generales. La primera tiene que ver con la periodización: sabiendo que la trayectoria del argumento estadístico es reconocible en la América hispana desde por lo menos mediados del siglo xviii, este escrito se ubica por fuera de la convencional periodización que separa Colonia y República como universos opuestos y excluyentes. Esta premisa de un pensamiento a largo plazo, atento a singulares periodizaciones, se asocia a las renovadas historiografías que promueven una visión de los siglos xviii y xix como procesos con diferentes ritmos y momentos de inflexión, donde no todo lo anterior a las independencias resulta viejo, ajeno y reducible a la única etiqueta de colonial y donde no todo lo que ocurre después de su independencia política es resultado de esta y representa una novedad. Hay instalaciones, innovaciones o transformaciones (como el argumento estadístico) que se reconocen con anterioridad al evento político de secesión, o avanzan de manera paralela, sin que necesariamente guarden una relación causal.

    La segunda aclaración se desprende de la anterior. Si la cronología se define por la pertinencia de encadenamientos de sucesos que permiten rastrear la manera como se instala un tipo de conocimiento (y no por el acontecimiento oficial de transformación política), el foco de su lugar de acción y de los actores implicados dependerá igualmente de las conexiones que trae el estudio de estos procesos históricos. Lo anterior implica no pensar los países como fichas o unidades homogéneas que interactuaban, chocaban o se asociaban unas con otras sino, más bien, pensar los países en formación como estructuración de tensiones de poder, como entramados de actores públicos y privados, locales y foráneos, todos ellos con proyectos, conocimientos, posibilidades, posiciones e intereses que podían, más allá de sus expresadas intenciones, coincidir o diferir en sus acciones o en sus imposibilidades de actuar. Planteo así el desempeño internacional del país dentro de interdependencias a diferentes escalas (locales, regionales, transnacionales, transcontinentales) y de diferentes tipos (económicas, institucionales, políticas, personales, cognitivas, culturales).

    Con esta perspectiva, se entenderá que lo que llamamos nación se constituyó (desde el principio) en la encrucijada de dinámicas que no respondían estrictamente a límites nacionales, sino a conexiones, a interdependencias y juegos de expectativas que en el siglo xix pasaban de imperiales a internacionales. Esta forma de entender la dimensión transnacional de los procesos locales se sustenta en la concepción historiográfica de las historias conectadas, la cual, según lo indica Sanjay Subrahmanyam (2014), uno de sus principales exponentes, busca poner en perspectiva la historia de las redes y de los intercambios de bienes, de mitos y de ideologías saliendo de los cuadros geopolíticos tradicionales sometidos al modelo del Estado nación, para presentar la historia global como un campo definido y redefinido por historias en conversación.

    Tenemos entonces que ambas premisas —la atención a transformaciones de largo aliento y las conexiones transnacionales de los procesos locales— dan cuenta de una comprensión relacional de las dinámicas históricas (Elias, 1990; Serulnikov, 2014) que pone en juego tanto a los actores implicados como los procesos experimentados. Esta reflexión se organiza desde esta perspectiva y, en esa misma medida, con ella se delimitan las líneas de análisis propuestas.

    El argumento estadístico

    Pudo el filósofo decir: pienso, luego existo. Pero en el Estado moderno y científico no pueden los pueblos decir: pensamos y trabajamos, luego existimos; los pueblos necesitan demostrar la existencia de ese trabajo y de ese pensamiento por medio de documentos, so pena de ser tenidos por estériles o infecundos en las ciencias y en las obras /…/ Un país sin estadística propia y pública es un país enfermo o muerto en su comercio interior y olvidado en y de las relaciones sociales e internacionales.¹

    No es ninguna novedad afirmar que la estadística es arte y parte del mundo político, cultural, social y económico del sistema mundial de los Estados nación que se consolidó durante el siglo xix. La cita anterior nos señala, además, la dimensión transnacional de este conocimiento: la necesidad de existir para sí y para los otros países a través de él. Como lo señala el sociólogo Alain Desrosières (2008), el alcance de la estadística responde tanto a la influencia de sus modelos y procedimientos dentro de un método científico, como a la amplia difusión y a los usos argumentativos que ha conocido con el correr del tiempo, sean estos científicos, políticos, económicos o periodísticos. En las últimas décadas, las ciencias sociales se han ocupado del tema y han mostrado que, en el centro de lo que el antropólogo y economista Karl Polanyi llamó la gran transformación (1989), la estadística se impone como innovación y como promesa, como medio y como necesidad, como parte de nuestra cultura económica y política (Bustamante et al., 2014; Goody, 2007; Rey, 2016). En la Colombia decimonónica, la estadística aparece asociada tanto a la búsqueda de un modelo de gobierno —los datos y los argumentos acerca de los datos, o los argumentos deducidos de los datos (reportes administrativos y ministeriales)— como atada a una necesaria manera de darse a conocer y de evaluarse a nivel internacional (censos, informes y publicaciones de diversos tipos).

    La consideración que alcanza la estadística en la modernidad aparece claramente en la definición que da un diccionario del año 1853. En ella se da cuenta de la tradicional concepción y de la renovada dimensión que toma en el siglo xix:

    Estadística. Censo de la población y de los productos naturales e industriales de una nación o provincia (Acad.). Esta definición es muy pobre para dar una idea exacta de esta sublime ciencia de los gobiernos, que tan óptimos frutos está produciendo en otras naciones más adelantadas /…/ magnífico sistema, base capital y condición sine qua non de un sabio arreglo de la Hacienda, de un buen sistema tributario, de un gobierno justo, equitativo y probo. Creemos poder definir algo mejor que la Academia lo que significa propiamente la palabra estadística, la ciencia más importante de los estados, como que sin ella no pueden prosperar, y marchan a su ruina más o menos lenta pero segura. Ciencia que enseña a conocer un estado en sus distintas relaciones de extensión, población, agricultura, industria, comercio, etc. en una época dada. // Descripción detallada de un país relativamente a las circunstancias especiales de cada una de sus poblaciones, resultando un conjunto de datos minuciosos conducentes a la mejor formación de la estadística general.²

    Se observa en esta visión el prestigio del que gozaba y su necesidad; aparece también ante nuestros ojos la diferencia que existe entre el anterior uso de la noción de estadística y aquel de un conocimiento cuantitativo, matemático y probabilístico, que se fue imponiendo a partir del siglo xx. En un estudio sobre la novedad estadística en Europa y América Latina, el historiador Jesús Bustamante establece esta distinción mostrando que detrás de la misma palabra existieron prácticas distintas que no solo se dieron en diferentes países o en diferentes momentos, sino que existieron y avanzaron de manera paralela (Bustamante, 2014). Se trataría, según este autor, de dos tradiciones distintas de una misma disciplina: la una más cualitativa y política, de letras, y la otra más cuantitativa y de ingeniería social, de ciencias. A lo largo del siglo xix, especialmente en el mundo hispánico, la tradición dominante fue la de letras (p. 60).

    El recorrido y la manera en la que el conocimiento y el argumento estadístico llegaron a ubicarse en el centro de las necesidades de los Estados nación tienen muchos matices, varias capas y, sobre todo, concretas actualizaciones locales con sus propias cronologías y características. Pese a esta variedad, es claro que estos procesos locales existieron interconectados: fueron productores y producto de fenómenos transnacionales donde los límites y las influencias se presentan como interconexiones y dependencias reticulares, más o menos fuertes y definidas en función de los momentos, de las personas implicadas, de las trayectorias, sean estas interpersonales o de grupos a diferente escala. Conocer, contar, clasificar, informarse, calcular o proyectarse son algunas de las facetas que pudo sumar la creciente valoración del argumento estadístico, pero también pueden asociársele las acciones de mostrar, convencer, asegurar, persuadir y negociar³.

    En la historiografía colombiana, el estudio de la estadística se ha centrado en la formación del Estado: en los procesos internos de organización institucional y en el aspecto técnico de estas prácticas (Charry, 1954; Vidales, 1978). En los últimos años, la historiografía hispanoamericana ha ofrecido importantes e iluminadores estudios al respecto (Otero, 2006; Senra y A. de Paiva Rio Camargo, 2010). Apoyándome en estos estudios, avanzaré aquí alrededor de un aspecto puntual y poco estudiado que puede dar elementos para conocer y comprender las complejidades de las dinámicas sociales colombianas (internas y externas) durante el siglo xix. Me refiero al aspecto demostrativo del pensamiento y de la práctica estadística, esto es, a la estadística como prueba, como garantía y como promesa. Este aspecto aparece claramente en el juego de expectativas que crearon los nuevos Estados hispanoamericanos en la reconfiguración política internacional y en el reordenamiento concomitante a la instalación del capitalismo como sistema económico transnacional.

    Saberes, posiciones y recursos

    En la América hispana el argumento estadístico empieza a instalarse en íntima relación con las prácticas comerciales y administrativas de la monarquía. La trayectoria decimonónica del continente, desde este punto de vista, aparece mucho más articulada a su experiencia colonial de lo que nos han mostrado las tradicionales historias nacionales. Trazaré únicamente algunos de los hilos que, tejidos en el siglo xix, pueden identificarse desde el xviii.

    Partiendo de que la práctica descriptiva fue un elemento constitutivo de la administración de la monarquía en sus territorios de ultramar, vemos que el aspecto demostrativo tuvo una amplia expresión en la redacción de relaciones, noticias y visitas; regulares descripciones que, bajo el dominio español, permitieron administrar desde Madrid lejanas provincias. En el siglo xviii, con el impulso de la Ilustración, la práctica descriptiva se vio reforzada con importantes expediciones científicas (Bustamante, 2000). En el virreinato de la Nueva Granada se instaló la Expedición Botánica (1783-1809), y por su territorio pasó la célebre expedición de Humboldt (1799-1804); ambas contribuyeron significativamente al conocimiento de la tierra y de los recursos minerales y vegetales, así como de la población, al establecer parámetros de base del tipo de conocimiento estadístico que se movilizará a lo largo del siglo xix (Nieto et al., 2010). Después de la Independencia, el impulso descriptivo y demostrativo pasó de Su Majestad quiere saber, a las diversas vicisitudes de los acreedores y comerciantes quieren saber, o el Gobierno quiere y necesita saber.

    Si bien al concluir el siglo xix la expectativa que portaba el conocimiento estadístico se presentaba como un asunto interno y propio de la nación, la expresión final no debe ocultarnos la diversidad y amplitud de los procesos de los que fue resultado. Uno que salta a la vista cuando se revisan los documentos de la época es que las provincias de la América española se ubicaron y proyectaron conjuntamente en el juego de poder de las potencias del momento hasta bien entrado el siglo xix. Aunque la expresión América española se asocie básicamente a la historiografía del período colonial, parece lógico considerarla aún en las primeras décadas pos-Independencia, teniendo en cuenta que durante tres siglos existieron dentro de la misma monarquía, es decir, integradas en un mismo cuerpo político en el que circulaban prácticas, saberes, leyes, agentes y recursos; sin contar con que en sus territorios las independencias llegaron como parte de procesos interconectados. Una vez independizadas, las ex provincias españolas de América siguieron existiendo en estrecha interacción, tanto por la conciencia de que defender sus independencias era una labor conjunta, como por la mirada que desde otras regiones las concebía como unidad. El largo proceso de reconocimiento español de sus antiguas posesiones como naciones independientes, que va de 1836 a 1894, da cuenta de esta conexión en dos sentidos: por un lado, la metrópoli consideraba las repúblicas americanas en conjunto, y por el otro, las nacientes naciones sabían que los acuerdos de unas afectaban los de las otras y negociaban en función de lo que iban haciendo sus vecinas (Pereira et al., 2004).

    La construcción nacional de las antiguas posesiones españolas en América paso así, también, por el proceso de ser consideradas individualmente y en este proceso intervino el conocimiento estadístico. En 1840, el ministro inglés de Negocios Exteriores seguía hablando de los compromisos económicos de la América española como unidad, lo que obligaba al encargado neogranadino a demostrar la independencia de las acciones de su Gobierno de las de otras naciones americanas⁴. La diferenciación de las naciones de la América Española fue un proceso que se extendió a lo largo del siglo, pasó de estrategias concertadas a otras más independientes (de la defensa militar conjunta al desarrollo de estrategias comerciales y diplomáticas nacionales)⁵. Igualmente se trató del proceso de diferenciación que desde Europa y los Estados Unidos se fue estableciendo entre ellas: poco a poco la lógica imperial fue dando paso a una lógica inter-nacional o inter-estatal.

    En estos procesos la República de Colombia partió ocupando un lugar de líder regional, de centro aglutinador con gran potencia (toda una promesa a los ojos del mundo, como lo indican los documentos que analizaré); lugar, papel y posición que se fueron desdibujando a lo largo del siglo hasta llegar a una posición aislada, disminuida y rezagada, en un debilitamiento internacional paulatino que culminó con la secesión de Panamá en 1903. En un influyente artículo, el historiador Malcom Deas (1979) habló de cómo descubrir, entender y asumir que Colombia era una nación pobre no fue para nada una evidencia en el siglo xix, ni para los nacionales ni, mucho menos, para los extranjeros; esta percepción también se resalta en el trabajo de Reinhard Liehr (1989) sobre las relaciones con la Gran Bretaña a inicios del siglo.

    En el paso de la promesa de riqueza sin límites (que fomentaban las más diversas descripciones del país), al reconocimiento de la imposibilidad experimentada de dar respuesta a su grave problema fiscal y productivo, reconocemos el papel preponderante que desempeñó el argumento estadístico al articular conocimiento y reconocimiento, transparencia y confianza, economía y política, administración y ciencia. Los informes estadísticos producidos por autoridades de Gobierno, por técnicos y científicos o por agentes extranjeros de comercio o consulares expresaron, en todos los casos, el flujo de información que transitó dentro y fuera de las fronteras. Esta información sirvió tanto para sentar las bases de los gobiernos como para mostrar y demostrar a otros, según la época, el potencial del país como productor y consumidor o las razones de sus limitados recursos.

    Definir y conocer el número de habitantes de un país, de una región, no solo se vinculó con la conformación de la noción de la población: esta extraña idea resultante de la religión cristiana, las matemáticas, la democracia y la construcción de las naciones modernas (Le Bras, 2003, p. 26), sino que se articuló, al mismo tiempo, con la creación de mercados de un capitalismo mundial en proceso de expansión. La expectativa de ubicar y estimular potenciales consumidores fue un aspecto concomitante a las dinámicas transnacionales del siglo xix (Otero-Cleves, 2019). El cálculo del número de habitantes que representaba la América española era una información que circulaba antes de haber consolidado sus independencias de España. En An exposition of the commerce of Spanish America (1816)⁶, el neogranadino Manuel Torres presenta un informe que se ha conocido como el primer manual de comercio interamericano. En él presenta, al lado de las ventajas comerciales de los productos naturales de la América española, la expectativa de nuevos mercados con prometedoras cifras de población. Torres habla de diecinueve millones de personas ya civilizadas y de un gran número de aborígenes que entrarían en el camino de la civilización con el comercio y el consumo. Se trata, en efecto, de una idea que se declinaría a lo largo del siglo bajo el lema de las virtudes del comercio, como nivelador y civilizador de los pueblos (Hirschman, 1980, pp. 58-59). Los elementos para aplicar estas premisas incluyeron la necesidad de poner en circulación información estadística que permitiera cálculos y proyecciones comerciales.

    Para los propósitos de este texto tomaré cuatro fechas, que articulo con cuatro tipos de documentos a los que se asoció el conocimiento estadístico del momento, todos de circulación común a lo largo del siglo. Aclaro que las fechas no buscan marcar puntos de quiebre, tampoco acontecimientos particulares, simplemente nos permiten una secuencia en el análisis. Al lado de los documentos elegidos, presento otros que refuerzan o contrastan los argumentos movilizados. Para 1802, tomo un almanaque o guía de comerciantes publicado en Madrid. Para 1822 y 1826, un par de mapas estadísticos editados en Estado Unidos y en Francia. Para 1862, una compilación estadística sobre la Nueva Granada editada en Londres. Y para 1899, un informe sobre la estadística nacional presentado por el Gobierno colombiano y publicado en Bogotá. Sin ninguna pretensión de exhaustividad, trabajo a partir de estos documentos según la perspectiva planteada: centrando la atención en los aspectos emergentes de procesos de largo aliento, examinando los vínculos más que las variables, rastreando las interconexiones que evidencian expectativas y atendiendo a los recursos movilizados por los actores implicados, más que a los eventuales estados alcanzados.

    1802. Almanak Mercantil o Guía de Comerciantes

    La prevalencia que adquirió el argumento estadístico durante el siglo xix empezó a gestarse en el seno de la monarquía desde mediados del siglo xviii.Ya se mencionó cómo el pensamiento ilustrado impulsó la voluntad de conocer, medir y censar. Las visitas de viajeros con misiones científicas representan algunas de las prácticas que prefiguran el valor del argumento estadístico, criterio que tomará diferentes matices en su largo proceso de instalación.

    Buena parte de la estadística administrativa tardo-colonial alimentó y se alimentó de una serie de libros que empezaron a circular en América bajo el nombre de guías de forasteros o almanaques, impresos que incluyeron recuentos de toda la información de la que se disponía y que se consideraba necesaria para informar a viajeros y comerciantes que circulaban entre ciudades, entre regiones o entre imperios, particularmente a partir de la apertura del comercio en 1774[7]. El que aquí evocamos fue publicado en la península en 1802 para informar expresamente al comercio, según lo había establecido una Real Resolución del 3 de mayo de 1792: "Déseles a los Comerciantes noticia de

    Figura 1.1. Carátula de Almanak Mercantil o Guía de Comerciantes para el año 1802

    los derechos y reglas que rigen en las aduanas, y sepan que la imposición de derechos no es misteriosa, ni su cobranza arbitraria"⁸.

    Al lado de la información sobre los puertos peninsulares, esta guía da cuenta de diez plazas o puertos en América: Cartagena, Buenos Aires, Montevideo, Vera-Cruz, La Habana, México, Guatemala, Guadalajara, Chile y Caracas; precisa la posición de cada una y la composición de los consulados y tribunales de Alzada. Ese año la guía incluye, además, una presentación sobre la riqueza del Nuevo Reino de Granada. El apartado se justifica en los siguientes términos: Este fertilísimo Reyno es sin duda uno de los más abundantes, apreciables y ricos de América, así porque produce casi todo lo que es común y particular de los otros, como porque en el vegetal y mineral tiene preciosísimas producciones que le distinguen infinitamente⁹. Continúa con la descripción de metales y minerales, producción agrícola y materias primas, así como del clima y las dimensiones de su población. Insiste además en que su ubicación estratégica con puertos en el Mar del Sur (Guayaquil, Panamá) y en el Mar del Norte (Río de la Hacha, Santa Marta, Cartagena, Portobello y Río Chagres) le otorgan una posición privilegiada.

    Hecho, como se dijo, para informar al comercio, se entiende que además de facilitar este último, este conocimiento haya facilitado el ofrecer los recursos americanos como garantía para adquirir préstamos. Desde finales del siglo xviii la Corona española se endeudó fuertemente con casas comerciales en Holanda y en Francia, la garantía de estos préstamos fue, en buena parte, la Renta Real en América (Marichal, 1997; Merino, 1982). Para dar un ejemplo, una Cédula Real de 1805 informa así los términos de un préstamo de diez millones de florines de Holanda con la casa Hope y Compañía del Comercio de Ámsterdam:

    Para la seguridad de dichos pagos he mandado poner, y se han puesto en la Caja de Consolidación los libramientos y réditos de los diez años, cuyos libramientos expedidos sobre mis Reales Cajas de México, Lima, Cartagena de Indias y Buenos-Aires se pagarán anualmente en las precisas épocas señaladas en ellos, dispuestas con la anticipación necesaria para que los caudales puedan venir a España y trasladarse a Holanda en los plazos acordados.¹⁰

    Así, el producto de las cajas reales americanas se fue articulando, cada vez más, al espiral de endeudamiento metropolitano, bajo la misma lógica de los situados, que en la organización imperial movilizaban los recursos excedentes de una región para cubrir los déficits de otra¹¹.

    El valor de los recursos hispanoamericanos que la estadística ilustrada puso en circulación, y que aseguró sus préstamos, fue igualmente útil en los argumentos que sustentaron el movimiento independentista. El documento conocido como Memorial de Agravios, presentado por José Camilo de Torres en 1809 en nombre del Cabildo de Santafé, ya incluía amplia información de tipo estadístico (extensión, riqueza, población, comercio) para sustentar sus posiciones políticas, en particular la de una mejor representación de las provincias americanas en la Suprema Junta Central, en función del número de sus habitantes, extensión de su territorio, riquezas e importancia de su posición, argumentos todos sacados de informes de gobierno o de expediciones científicas¹². Esta información también fue argumento en las posibilidades de endeudamiento de las que gozaron los líderes del movimiento independentista: la proyección de Eldorados prometidos permitió la movilización de recursos para las guerras de independencia a través de casas comerciales europeas, en particular inglesas, lo que dio pie a una serie de préstamos que constituyeron la base de la deuda pública con la que nacieron las jóvenes repúblicas americanas (López Bejarano, 2015).

    En 1821, cuando el continente no estaba completamente liberado y aún se libraban batallas, la viabilidad y proyección de sus necesidades y recursos era argumento de discusión y de cálculo en Europa. Así aparece en un libro publicado en Francia en 1821, traducido al castellano y publicado en 1822 bajo el título Europa y América en 1821. En sus páginas, América aparece como una verdadera promesa de riqueza, además de ser el factor que, con sus procesos de independencia, estaba reconfigurando instaladas inter-dependencias imperiales.

    Su autor, Monseñor del Pradt, consideraba que uno de los efectos de la revolución continental americana era la posibilidad de descubrir sus riquezas: Hasta aquí casi no se conoce América sino por su nombre; pero lo que ella vale, no está conocido y excede tal vez a todos los cálculos humanos¹³. Dentro de las promesas americanas, la de Colombia era considerable. La expectativa que generaba se podía evaluar en el valor de sus efectos públicos o reconocimientos de deuda, que ya existían y le daban un aval antes de ser reconocida oficialmente y de haber liberado la totalidad de su territorio: Los efectos públicos de la república de Colombia han tomado lugar entre los de la Europa y hacen mejor figura que los de muchos estados de la Europa; circulan en la plaza de Londres con un valor que va siempre en aumento. Hételes aquí entrados en el mundo, ellos serán seguidos de otros¹⁴.

    Entrados en el mundo quiere decir aquí, ante todo, en el mercado de un creciente capitalismo mundial, para el que la plata y el oro americanos auguraban un mercado prometedor: La España, la Francia, la Inglaterra, todas, en fin, y por los mismos motivos, tiene un solo interés reducido a componer y reglar su orden colonial según el nuevo orden del mundo15. Monseñor De Pradt incluye al final de su libro un apartado de "papeles ingleses sobre el

    Figura 1.2. Carátula de Europa y América en 1821

    comercio, para mostrar hasta qué punto la atención comercial empieza a voltearse hacia la mudanza ocurrida en América"¹⁶. Se dice en estos documentos:

    La España debe ver aquellas regiones perdidas para ella […] En las relaciones libres que van a empezar, se puede esperar que nosotros [la Gran Bretaña] obtengamos una grande parte de las ventajas de un comercio muy lucrativo; porque los americanos, no fabricando, necesitan de todo

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