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Trascendiendo fronteras: Circulaciones y espacialidades en torno al mundo americano.
Trascendiendo fronteras: Circulaciones y espacialidades en torno al mundo americano.
Trascendiendo fronteras: Circulaciones y espacialidades en torno al mundo americano.
Libro electrónico510 páginas7 horas

Trascendiendo fronteras: Circulaciones y espacialidades en torno al mundo americano.

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Este libro busca contribuir al debate historiográfico en torno a las circulaciones y conexiones en el espacio americano. Si bien las tradiciones historiográficas latinoamericanas, en su afán por legitimar a las nuevas repúblicas, han resaltado la importancia de "la nación", es evidente que la historia de cada país nunca ha estado desvinculada de lo que acontece más allá de sus límites. Trascendiendo fronteras. Circulaciones y espacialidades en torno al mundo americano rescata el lado poroso de las fronteras, resalta las conexiones y circulaciones de personas, objetos, ideas, gustos, entre otros, que, lejos de permanecer confinados dentro de los contornos nacionales, son movedizos, se desplazan entre distintos espacios de lo que hoy concebimos como América Latina, incluso llegando más allá de la esfera continental. En la medida en que hoy el planeta parece más conectado que nunca, los científicos sociales no deben olvidar que sus objetos de estudio se hallan insertos en unas escalas espaciales más amplias y más fluidas que las locales o nacionales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2020
ISBN9789587749571
Trascendiendo fronteras: Circulaciones y espacialidades en torno al mundo americano.

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    Trascendiendo fronteras - Ricardo Arias Trujillo

    1

    Del Biobío al Magdalena: para una historia conectada de experiencias militares y fronteras imperiales, Domingo de Erazo (1592-1617)

    *

    JAIME VALENZUELA MÁRQUEZ

    AMÉRICA FUE UN permanente desafío para la colonización, defensa y administración hispana durante los siglos XVI y XVII. La geografía extensa y sus orografías peculiares, así como la diversidad de sus habitantes originarios y de sus recursos, se combinaban con la codicia de los invasores y sus pretensiones como nuevos colonos, con las tendencias absolutistas de las renovadas monarquías imperiales y, por cierto, con las dificultades de comunicación y control entre los centros virreinales y las adentradas —e incómodamente autónomas— provincias interiores, sus puertos mercantiles y los asentamientos urbanos. Los equilibrios políticos dependían, entonces, de redes dinámicas construidas entre lo global y lo local, donde los intereses de España debían conjugarse con la consolidación de las élites regionales y de su capacidad de negociación, así como de su acceso a privilegios y beneficios otorgados por la administración central¹.

    Pero América también fue un espacio que mantuvo numerosos focos de resistencia nativa y hostilidad geográfica: indios rebeldes, selvas impenetrables, ásperas montañas o remotos y fríos archipiélagos vulneraban la prepotencia imperial y alimentaban su constante preocupación política hacia aquellas fronteras aún no domeñadas. Esta era una preocupación aneja a las tensiones propiamente europeas, donde la expansión de las potencias enemigas y la evolución del quiebre religioso derivó en guerras continentales que terminaron por extenderse hacia las colonias, de la mano de corsarios que amenazaban el flujo de los imprescindibles recursos americanos y recordaban con urgencia aquellas fisuras fronterizas donde aún se mantenía la ausencia del control hispano².

    Nuestro personaje se sitúa en medio de estas tensiones y realidades. Una coyuntura en que, por un lado, se alcanzan los mayores índices de producción y envío de aquella plata potosina que requiere una monarquía embarcada en guerras contra flamencos e ingleses; riqueza que, a su vez, atrae a piratas y corsarios hacia las rutas del Pacífico y del Caribe. Por otro lado, se trata de un período en el cual aún se mantienen regiones poco o nada exploradas, así como fronteras de guerra contra indios irreductibles. Frente a estos desafíos, la monarquía actuará siguiendo una lógica y escala imperiales; es decir, centralizando la información y la toma de decisiones en el Consejo de Indias, y desde ahí —considerando, en ocasiones, consultas a los virreinatos, las juntas de guerra u otras instancias pertinentes— generando una circulación de ideas, estrategias y personas que se necesitasen en los niveles regionales. En el plano bélico, así, se tratará de una dinámica que buscará soluciones conectadas a problemas comunes, más allá de sus distancias y diferencias (como las guerras de Flandes, de Arauco y del alto Magdalena)³. Desde esta geopolítica imperial, entonces, la necesidad de dominar los territorios autónomos de Chile meridional se vio inseparable de la amenaza corsaria a los embarques de plata de Potosí que circulaban hacia Panamá. Por otro lado, la inseguridad en los valles de la cordillera Central del Nuevo Reino de Granada se asociaba directamente con la conexión terrestre entre el Caribe (Cartagena) y el virreinato peruano (Quito); y Flandes, por su parte, se consolidaba ya a fines del siglo XVI como un referente para la renovación en estrategia y lógica militar, con implicancias imperiales.

    Domingo de Erazo se inserta, pues, en esta conexión de espacios y necesidades, jugando entre la escala imperial, la virreinal y la local, y en una dinámica política en la cual los consejeros de la Corona tienen plena conciencia de que pueden disponer de personas especializadas y con experiencias específicas para enviar a lugares donde se necesitan sus destrezas. La circulación de saberes va de la mano de la acumulación de experiencias útiles a las necesidades regionales o locales del imperio, siendo este un factor tomado en cuenta para designar y movilizar a funcionarios. Seguimos aquí el análisis propuesto por Luis Miguel Córdoba en relación, justamente, con las experiencias interregionales que se desplegaron a lo largo de los dominios ibéricos en el plano militar; dinámica que permitió a soldados y conquistadores proyectar su acción hacia territorios aún no controlados por la monarquía, alimentando de esta manera una circulación geográfica y una hoja de servicios que se constituyó en soporte fundamental para el posicionamiento social y político, así como para la obtención de prebendas y mercedes reales⁴.

    Las páginas que siguen exploran esta movilidad y circulación, siguiendo el recorrido vital de un funcionario destacado en espacios periféricos del imperio, con dotes militares y letradas, y enfocando el análisis en la circulación de saberes, experiencias y prácticas que acompañaron al capitán Domingo de Erazo en la guerra fronteriza contra los mapuches de Chile y, luego, contra los pijaos del Nuevo Reino de Granada.

    Primeros pasos

    Nacido en Azpeitia (Guipúzcoa), probablemente hacia 1570, el vasco Domingo de Erazo estuvo ligado desde su infancia con una región volcada al mar y especializada en la construcción de barcos, en especial de aquellos galeones que servirían en las guerras de Felipe II, transportando tropas a Flandes o apoyando el tráfico transatlántico ante los crecientes ataques de la piratería enemiga⁵. No es de extrañar, entonces, que Domingo comenzara muy joven la aventura ultramarina (hacia 1584, según su propio relato), justamente en la escolta que al mando de Juan Martínez de Recalde salió ese año al encuentro de la flota de Indias y de los preciados recursos que transportaba⁶. Poco después estaba ya embarcado en la armada organizada para resguardar el golfo de México y las costas de Tierra Firme, y es probable que haya participado en la flota que en 1586 salió en persecución de Francis Drake, luego de su ataque al Caribe⁷. Su aventura y formación de mar y guerra se consolidará más adelante en el océano Pacífico, al servicio de la llamada Armada del Mar del Sur, que había sido creada en 1580 para asegurar la fundamental ruta marítima Callao-Panamá, por donde circulaba la plata de Potosí que era sacada por el puerto de Arica y transportada luego hasta Portobelo⁸. Se trataba, en efecto, de un derrotero que por esos años ya comenzaba a ser asaltado por los ingleses que cruzaban por el estrecho de Magallanes o el cabo de Hornos, saqueando lo que encontraran a su paso. De hecho, Erazo habría participado en la persecución al corsario Tomas Cavendish⁹, que durante 1587 recorrió las costas americanas, asoló el puerto de Guayaquil e incluso llegó a capturar el codiciado navío que realizaba la travesía comercial entre México y Filipinas.

    Al parecer, en estos años el joven Domingo no solo demostró sus dotes militares de alta mar, sino también una cultura letrada —cuyo origen se desconoce— y una capacidad administrativa que pronto lo llevaron a asentarse en el Callao, base de operaciones de dicha armada, a cargo de sus libros de cuentas. Allí fue donde en 1592 conoció a quien venía a embarcarse como nuevo representante del rey en Chile, oportunidad que probablemente haya sido mediada por las relaciones sociales y militares que Erazo había cultivado en aquellos años limeños, pero cuya clave central debió ser el hecho de que el flamante gobernador Martín García Óñez de Loyola había nacido en la misma ciudad vizcaína que Erazo¹⁰; un origen común en las vascongadas que, para la época, por otra parte, significaba la marca indeleble de pureza de sangre y nobleza innata¹¹. Ello debió facilitar el acercamiento y allanar la confianza que llevó a Óñez a designarlo como su secretario personal, con lo que se embarcó en un nuevo desafío de vida, ahora hacia aquellos territorios lejanos y de mala fama en el extremo meridional del imperio. Un territorio que se transformó en la base de su consolidación personal e institucional; y un nuevo contexto formativo de experiencias y saberes que alimentaron, más tarde, su actuación en el Nuevo Reino de Granada.

    El contexto chileno

    El Reino de Chile tuvo desde el comienzo un signo de ruda marginalidad y pobreza. En contraste con las riquezas halladas en el corazón del Imperio inca, los primeros hispanos que en 1536 se aventuraron hacia aquellas tierras regresaron de su expedición con el sabor amargo de la frustración. La escasez de oro y la hostilidad de los nativos que encontraron en sus avances hacia el sur serían desde entonces la marca indeleble de este territorio; aunque cuatro años después otra hueste europea se aventuró con un proyecto de asentamiento a cargo del conquistador Pedro de Valdivia. Se fundó así la ciudad de Santiago y se comenzó la explotación de algunos lavaderos de oro y de las abundantes tierras con clima mediterráneo de su comarca, gracias al trabajo de los indios del valle central, cuya repartición en encomiendas auguraba una colonización promisoria¹².

    Pero estaban los habitantes de las regiones meridionales: los mapuches de las costas y llanos al sur del río Biobío, aquellos que habían resistido en 1536 y que ahora harían lo propio con el flamante gobernador Valdivia. Este, incluso, perdió la vida en combate, en 1553, con lo que se inició la segunda mitad del siglo XVI, período en el cual el oro se fue acabando y el clásico proyecto imperial de control y usufructo total del territorio se ahogó en su propio espejismo. Esta época fue testigo de nuevos esfuerzos por repoblar y refundar ciudades luego de aquel alzamiento, si bien su precariedad iría a la par con la tensión cotidiana de un territorio hostil, lo que alimentó décadas de gran dureza en las campañas militares, con una lucha casi permanente, depredadora y cruel¹³. Era el apogeo de lo que Guillaume Boccara ha llamado diagrama soberano¹⁴, y que recordaba la lógica de guerra de conquista abierta y brutal desplegada en el resto del continente desde los primeros tiempos, con acciones de devastación, masacre y captura esclavista por parte de los colonos militarizados —aunque la esclavitud indígena se encontrara prohibida desde las Leyes Nuevas de 1542—. Las dos últimas décadas del siglo XVI fueron de enfrentamientos continuos, casi cotidianos, en manos de soldados cada vez más experimentados en el tipo de guerra irregular que allí se practicaba; fue entonces cuando pasó a ser una práctica aceptada la captura y el destierro de indios hacia las regiones agrícolas del centro o al puerto de Coquimbo en el norte, para trabajar en la explotación de minerales¹⁵.

    Pese a todo, sin embargo, no se lograba conquistar efectivamente el territorio. La guerra se instaló y perduró, con ofensivas estacionales que aprovechaban los meses secos del verano pero que volvían sobre sus pasos durante las estaciones lluviosas, ante las dificultades de circular por llanos pantanosos y quebradas boscosas propicias para las emboscadas nativas. Con cada nuevo gobernador, por cierto, se retomaba el incentivo y la ilusión de acabar con esta dinámica, lograr dominar el territorio meridional y controlar a sus habitantes; pero sus resultados no pasaban de ser campañas de devastación de aldeas y cultivos, de muerte, de mutilación y de captura de piezas. Por lo demás, estas campañas basaban su contingente en tropas irregulares, sostenidas por los vecinos, y conformadas por hombres modestos, aventureros y buscavidas sin mayor disciplina ni preparación militar, animados por la posibilidad de botín, a los que se sumaban numerosos indígenas enviados como complemento militar desde las encomiendas del valle central, y los indios amigos que pronto fueron sumándose desde parcialidades que sacaron sus propios beneficios de la alianza militar y el pillaje asociado a las entradas hispanas¹⁶.

    Este fue el escenario al cual llegaron el gobernador Óñez y su séquito, con el renovado impulso que significaba el desafío encomendado por la Corona al considerarlo como el sujeto más apropiado para acabar con la resistencia mapuche, después de una serie de consultas del Consejo de Indias respecto de lo mucho que importaba que vaya a aquel gobierno persona muy práctica no solo de la guerra de aquellos indios, que se tiene por muy diferente de la de acá, pero de saber gobernar y administrar justicia en la paz¹⁷. La fama militar que acompañaba a Óñez de Loyola desde que en 1572 encabezó la captura de Túpac Amaru —hecho que fue recompensado con una encomienda y el matrimonio con una princesa inca— se unía a su ulterior experiencia como corregidor en Potosí, Huamanga y Huancavelica, lo que hizo de él un candidato idóneo para enfrentar los desafíos políticos y militares reseñados por el Consejo para esa lejana provincia chilena.

    En la administración y la guerra, entre Chile y España

    El salto vital que logró Domingo de Erazo al incorporarse al séquito del gobernador Óñez fue sin duda un hecho medular para su carrera posterior¹⁸. Su apuesta social —indisociable de la ambición por cargos y nombramientos— se orientó entonces hacia la posibilidad de escalar por la senda de las aristocracias provincianas, que si bien podían ser más modestas que las élites virreinales, eran menos exigentes en sus requisitos y de mayor rapidez en su ascenso. Además, Domingo tenía a su favor la experiencia y su hoja de vida como militar comprometido con el imperio y funcionario con conocimientos letrados, antecedentes que constituyeron el pilar de base para posicionarse en Chile al amparo del nuevo gobernador. De hecho, este último no solo lo convirtió en su secretario, sino que al año siguiente de su llegada ya comenzaba a encargarle tareas de confianza relacionadas con aspectos administrativos de Chile central, mientras él se mantenía ocupado en la vida castrense de Concepción y las tensiones bélicas con los indios del sur. De esta forma, a mediados de 1593 Erazo asumió la visita de los naturales de la jurisdicción de Santiago, y más adelante fue nombrado como primer Protector general de estos, aunque la documentación deja entrever su constante desplazamiento entre la frontera meridional, donde se asentó luego el gobernador, y la comarca de Santiago.

    Pero los encargos administrativos no lo eximieron de experimentar la acción militar directa y presencial, ya no en la guerra marítima contra corsarios —como había sido su experiencia hasta el momento— sino en la guerra terrestre contra indios insumisos, cuyas primeras vivencias las tuvo a pocos meses de llegar a Chile. En efecto, el nuevo gobernador, que había llegado a Santiago en octubre de 1592, ya en febrero se encontraba a la cabeza de una numerosa comitiva y un centenar de soldados que en pocas semanas hicieron la ruta terrestre hasta Concepción. Este viaje hubo de servir también a Erazo para ir conociendo la realidad de Chile central, así como las fortalezas y debilidades de la presencia española en esta provincia. De hecho, un elemento que saltó de inmediato a la vista de los recién llegados fue la pobreza del erario y la carencia de tropas suficientes para acometer el término de la dilatada guerra de conquista que llevaba décadas sin extinguirse en el sur. Este aspecto no solo fue un tópico omnipresente en las comunicaciones de Óñez con Lima y Madrid, sino que también lo motivó a enviar un primer procurador para exponer la situación ante el virrey —mientras aún iba de camino al sur¹⁹— e incluso, más tarde, para gestionar estas demandas directamente ante el Consejo de Indias, enviando a España a su secretario Domingo de Erazo.

    En ese contexto, una serie de testimonios, en su mayoría de soldados y ofi-ciales que participaron en las campañas organizadas por el gobernador Óñez entre 1593 y comienzos de 1595, dan cuenta de la intervención directa del capitán Erazo en batallas y acciones estratégicas desplegadas desde su llegada a la frontera del Biobío. Sin ir más lejos, apenas llegado al sur, el gobernador tuvo que hacer frente a un asedio indígena al fuerte de Arauco, para lo cual convocó a los oficiales que contaban con la antigüedad de experiencia en terreno a fin de elaborar la estrategia más adecuada a la realidad local. Allí debió estar su secretario Erazo, bisoño en las lides contra los indios pero ávido por escuchar, aprender de los veteranos y actuar en el nuevo escenario de la Araucanía chilena. Allí también tomaron nota de las opiniones predominantes, que apuntaban, por un lado, a desistir de nuevas fundaciones en territorio de guerra mientras no se contara con refuerzos de tropa que aseguraran su defensa, y, por otro, a acentuar las actividades represivas en la zona (tradicionales, por lo demás, de la experiencia global en la conquista de América), y donde la destrucción de cultivos, quema de chozas, muerte ejemplarizante de guerreros enemigos y captura de piezas para su desnaturalización esclavista eran los ingredientes fundamentales. Paralelamente, no obstante, Erazo también incorporaba en su horizonte de aprendizaje político-militar la estrategia complementaria que fue implementando Óñez en el sentido de ofrecer la paz a las parcialidades alzadas, lo que podía traer el beneficio adicional de incorporar posibles indios amigos a las alicaídas fuerzas hispanas de la zona. Esta perspectiva lo llevó a sucesivos intentos de acuerdos diplomáticos (parlamentos) durante esos años²⁰.

    Mapa 1. Frontera del Biobío y espacio de guerra hispanoindígena a fines del siglo XVI (lugares citados)

    Fuente: Cartografía por Gonzalo Vergara.

    Un verdadero bautismo de violencia fronteriza esperaba en el Biobío a nuestro capitán Erazo, que rápidamente se vio involucrado en numerosas malocas, emboscadas y corredurías contra los indios de Catiray y quienes habitaban en el valle de Arauco²¹, entre el fuerte del mismo nombre y la zona de Tucapel, y hasta el fuerte de Purén, ubicado en la salida oriental de la cordillera hoy llamada Nahuelbuta; comarca que a lo largo del siglo XVI había concentrado las hostilidades y enfrentamientos al ser la privilegiada por los invasores para penetrar hacia el interior —en contraste con los terrenos cenagosos y los densos bosques de los llanos centrales, que dificultaban el avance de la caballería—. Sin ir más lejos, el verano anterior a la llegada de Óñez, el saliente gobernador Alonso de Sotomayor había llevado a cabo una importante entrada de pacificación en dicho valle, apoyado por aliados nativos y espías que iban informando de los movimientos concertados por los enemigos en las escabrosas serranías que rodeaban la Cuesta de Laveman²².

    Ya en la primera entrada que hizo Óñez para socorrer el fuerte de Arauco, cercado por una fuerza estimada en más de cinco mil indios, el capitán Erazo participó en un grupo de vanguardia y como tal habría sido de los primeros que entró al fuerte, en lo que sería su iniciación como soldado de conquista. Esta experiencia habría incluido, además, las dosis de violencia que se estilaban en aquella frontera chilena, participando activamente en la quema de chozas y destrucción de las siembras indígenas que iba encontrando a su paso, como táctica para generar hambruna y debilitar al enemigo; estrategia que también veremos luego desplegarse en el escenario neogranadino.

    Tras este debut militar, nuestro capitán viajó a Santiago para asumir las tareas ya referidas (visita de los naturales) y conseguir ropa para los soldados del sur. Pero ya a fines de ese mismo año de 1593 estaba de regreso en la frontera de guerra, donde poco después participó en la fundación de uno de los fuertes más emblemáticos para el gobernador, al que llamó Santa Cruz (refundado a comienzos de 1595 como ciudad Santa Cruz de Óñez) donde asimismo se pasó mucho peligro y trabajo, durmiendo todas las noches en los cuarteles y cuerpo de guardia armados²³. En efecto, el peligro que conllevaba la ubicación de su emplazamiento, cercano a parcialidades enemigas, no tardó en hacerse evidente con una primera expedición mapuche que se organizó en su contra, por lo que Erazo fue en compañía del dicho gobernador a su defensa y socorro²⁴. En esa coyuntura, Domingo fue uno de los ocho soldados que el gobernador designó para salir preventivamente fuera de la empalizada a tomar las espaldas al enemigo si diese de noche en el campo, como se pensaba que iba a suceder. Más aún, luego de recibir la información de espías, el gobernador seleccionó a un grupo de soldados —entre los cuales se encontraba el capitán Erazo— para encomendarles la captura de alguno de los indios involucrados en el proyectado ataque con el fin de interrogarlo. La expedición se dirigió a las faldas de Catiray para emboscar a los enemigos

    […] y habiendo los indios después de haber peleado con el dicho gobernador en defensa de las comidas que les cortaba, vinieron sobre la dicha emboscada y saliendo a ellos se pusieron en resistencia e hirieron algunos soldados, y apeándose el dicho Domingo de Erazo entró en una quebrada honda y de montaña espesa, y prendió un indio [cuya información permitió deshacer el plan enemigo].²⁵

    Como vemos, Domingo también incorporó en su aprendizaje de la guerra fronteriza la táctica de establecer fortificaciones en líneas militares de avanzada o como baluartes que permitían el resguardo de posiciones y espacios estratégicos. Su mentor Óñez de Loyola intentó llevar a cabo esta estrategia en forma metódica durante su gestión, así como la línea de cinco asentamientos que estableció en torno al río Imperial, en 1595[²⁶]. Erazo reencontraría esta táctica más adelante con mayor consistencia militar durante su asistencia al gobernador Alonso de Ribera, sucesor de Óñez de Loyola en la gobernación de Chile.

    Contenida, pues, la amenaza al fuerte de Santa Cruz, el gobernador y su secretario se dirigieron a visitar el puerto de Valdivia y los asentamientos de la llamada frontera de arriba, en la región más meridional que lindaba con la isla de Chiloé. Pero Domingo aún debía experimentar nuevos retos militares en esta frontera insumisa: muy pronto tuvo que participar en nuevos ataques mapuches en la costa de Arauco,

    […] y en la misma cordillera [de Nahuelbuta], cuya subida y camino tenía impedido el enemigo con albarradas y árboles cortados, y fue el dicho Domingo de Erazo uno de los primeros que acudieron al peligro y trabajo, caminando siempre en la vanguardia. Y llegado a un sitio junto donde el campo hizo alto y el enemigo demostración de resistencia y defensa, se adelantó sólo a reconocerle a la ceja de monte donde estaba […] y fue de los primeros que peleando a pie le hicieron retirar y ganaron el fuerte [de los indios], la mayor parte de cuya palizada desbarató y deshizo el dicho Domingo de Erazo […].²⁷

    Dos días después vemos a Domingo encabezando otra operación militar, yendo por la noche en forma encubierta por el Biobío con el objetivo de tomar prisionero a un cacique enemigo de calidad e importancia; […] y habiendo pasado mucho trabajo toda la noche por la dificultad e impedimento de la navegación por los bancos de arena del dicho río, llegaron al amanecer al sitio donde se había de desembarcar. A la cabeza de quince soldados, entonces, Erazo caminó largas horas de subida y bajada del más áspero y dificultoso camino y sitio que hay en toda la tierra de guerra, si bien al llegar a su destino no encontró ningún indígena en el lugar.

    Con las dotes que ya demostraba en los diferentes planos y ante las necesidades que surgían en esta periférica gobernación, Domingo fue desplegando una movilidad y aprovechando las oportunidades que brindaban las emergencias de un territorio en guerra y carente de suficientes recursos humanos y materiales para sostenerla. De esta manera, ante la urgente necesidad de tropas y armas para la frontera mapuche, y frente a la negativa del virrey del Perú a sus solicitudes, el gobernador Óñez decidió recurrir al propio monarca. Contaba para ello con una persona de confianza y, aparentemente, con la cultura letrada necesaria para moverse en el laberinto burocrático del corazón del imperio. Así, a comienzos de 1595 Erazo partió a la corte a tratar los negocios de la pacificación de aquella guerra como procurador general de las dichas provincias²⁸, siguiendo un recorrido azaroso que lo condujo por tierra hasta el puerto de Buenos Aires para embarcar desde allí hacia Europa.

    A poco de navegar, sin embargo, fue capturado por corsarios franceses frente a las costas de Brasil; perdió todo lo que llevaba en el naufragio de su navío, incluidos sus despachos, y pasó cerca de un año retenido en el puerto de La Rochelle. Por cierto, este dramático encuentro con la piratería —ahora atlántica— no era algo ajeno a su vasta experiencia inicial en los azarosos mares del Caribe o en la protección de las costas del Pacífico. De hecho, su conocimiento previo de esta esfera de guerra marítima y de los diferentes enemigos navales del monarca español pudo ser clave en su sobrevivencia y en el trato recibido por los franceses, que al parecer fueron bastante deferentes con el prisionero, según los mismos comentarios de Erazo y lo que se desprende del salvoconducto que le otorgó el gobernador de Montpellier para facilitar su desplazamiento por tierras francesas hasta llegar a España²⁹.

    Luego de su liberación, al fin pudo presentarse ante la Corte en 1597 para comenzar sus gestiones y encargos³⁰, entre los cuales estuvo la redacción de un extenso memorial sobre la situación de Chile, que incluía propuestas para mejorar la calidad del ejército enviando soldados directamente desde España, sin engancharlos en el Perú³¹. No obstante, las condiciones en que se encontraba la Corona abortaron cualquier ayuda militar concreta que se hubiera podido enviar en el corto plazo a aquella lejana provincia, por lo que se postergó el acuerdo de asistencia con tropas, armas y enseres. Pero si las gestiones de Erazo a favor de Chile resultaron un fracaso, no ocurrió lo mismo con respecto a su persona.

    En efecto, Domingo aprovechó la ocasión para sacar ventajas de la entrevista que sostuvo con el Consejo de Indias, exponiendo su odisea y sacrificios de los últimos años —con énfasis en las condiciones de su residencia en la Corte, viviendo con ayudas y préstamos, ya que había perdido todo en su captura y no recibía nada desde Chile, donde lo creían muerto—. También debió exhibir la lista de servicios que podía hacer valer hasta ese momento, y en los que la participación en la guerra de Arauco al lado del gobernador Óñez, así como la confianza brindada por este en los nombramientos y encargos de aquellos tres años previos a su viaje serían cruciales para bendecir su emergente carrera con la benevolencia de la mano real. Sin ir más lejos, la documentación muestra el énfasis de Domingo en el papel que le correspondió durante la presencia del corsario inglés Richard Hawkins en el Pacífico y su derrota frente a las costas de Ecuador a mediados de 1594, suceso que atribuye a su iniciativa de comprar con su peculio un navío para dar pronto aviso al virrey apenas se le avistó en Valparaíso, y donde sin duda debieron rondar las destrezas adquiridas en la experiencia marítima de sus inicios³². De esta forma, a principios de 1598 Erazo emprendió su regreso a Chile con una cédula de recomendación personal dirigida al gobernador y donde el monarca ponía el acento en la participación bélica de Domingo en la conquista militar del periférico reino,

    […] donde lo había continuado aventajadamente, con sus armas, criados y caballos, acudiendo a todo lo que se ofreció, siendo de los primeros en las ocasiones de consideración e importancia, con notable trabajo y riesgo, y que por la suficiencia y satisfacción que tenéis de su persona le ocupasteis en cosas de mucha calidad y confianza de mi servicio.³³

    Es de notar el papel más bien secundario que en este documento se les asigna a los servicios burocráticos —la visita y protectorado de indios que le había encargado Óñez, por ejemplo— en relación con su participación en la guerra. Con ello se subrayaban, sin duda, méritos más favorables para el ascenso social en provincias marcadamente castrenses como la chilena, y se reforzaba la manutención de las lógicas de conquista mediante las cuales la nobleza de espada se había constituido en un referente esencial para beneficiar a la emergente oligarquía de un finis terrae en guerra permanente³⁴. De hecho, Feli pe II finalizaba su recomendación a Erazo con un espaldarazo lo suficientemente amplio y explícito como para entrar por la ancha puerta de los honores y de los beneficios estatales. Así, luego de señalar al gobernador que le tengáis por muy encomendado y le proveáis y ocupéis en oficios y cargos de mi servicio, le ordenaba que en lo demás que se le ofreciese le ayudéis, honréis y favorezcáis³⁵. Palabras regias que serán la base sobre la cual se construirá toda la memoria de los servicios y méritos del linaje de los Erazo en Chile³⁶, antecedente escrito de su veracidad, y catalizador de la legitimidad y del honor que había significado ser recomendado por la propia mano del rey, fuente primigenia —en la lógica del antiguo régimen— de todos los beneficios, usufructos y honores.

    Domingo debió embarcarse de regreso a Chile a mediados de 1598, pocos meses antes de que se desencadenara la gran contraofensiva mapuche que le costó la vida al gobernador que lo protegía, en la batalla de Curalaba³⁷. Este combate marcó el inicio del segundo gran alzamiento mapuche, que se extendió por varios años e incorporó a la mayoría de las parcialidades indígenas, barriendo literalmente con todas las ciudades y fuertes españoles al sur del río Biobío, abrasando el importante puerto de Valdivia —donde quemaron sus iglesias, mataron clérigos y capturaron a más de cuatrocientas mujeres y niños—, e incluso extendiéndose hacia el norte con el asalto e incendio de Chillán³⁸. Miles de indígenas fueron cercando a los españoles en sus fuertes y obligándolos a padecer los trabajos del hambre y sed tan intolerables que terminaron con la muerte, el cautiverio de la mayoría de las mujeres, y en últimas el abandono de asentamientos tan importantes como Angol, Villarrica, la propia ciudad de Imperial, y hasta la floreciente Santa Cruz de Óñez, que no hacía mucho había fundado el malogrado gobernador³⁹. La muerte de este último, por su parte, generó un efecto simbólico muy importante y sin duda debió alimentar en Domingo un fuerte deseo de venganza por su difunto protector, además de la convicción —ya generalizada entre las autoridades locales, virreinales e imperiales— de que la frontera de guerra chilena no solo requería sangre y fuego, sino también un ejército más profesional y una actitud más radical respecto de los enemigos. Esto es, incorporándolos en la lista de indios factibles de ser esclavizados en justa guerra, como finalmente se concretó mediante cédula de 1608[⁴⁰].

    No está de más señalar que Erazo contribuyó en esta misma línea con un texto redactado con el propósito de justificar esta medida, el cual comenzaba con una frase que defendía esta decisión como último recurso: Habiéndose conocido por tan larga experiencia que ningún medio de los que se han intentado para acabar la guerra de Chile ha podido aprovechar […]⁴¹. Nuestro capitán se hacía eco, entonces, de un sentir común en que importantes voces locales clamaban venganza; es el caso de la del provincial de la orden de Santo Domingo, que pocos meses después de Curalaba —y al margen del sustento lascasiano que normalmente se asociaba a dicha comunidad— escribió al rey señalando que su obligación

    […] de religioso y provincial […] me obliga en conciencia y por la experiencia que tengo de las cosas de este reino a decir que esta guerra no se acabará sino es que vuestra real persona dé por esclavos estos indios, tan merecedores de este castigo por su pertinacia y delitos tan graves como han cometido contra la divina majestad y vuestra real persona.⁴²

    La guerra fue nuevamente el escenario que esperaba a Domingo después de sus años cortesanos en Madrid, ya que en su paso por la capital peruana, camino a Chile, se incorporó de inmediato en la expedición enviada en mayo de 1599 para sofocar el alzamiento en la frontera del Biobío, al mando del corregidor de Lima y veterano militar Francisco de Quiñones. Al desembarcar directamente en Concepción, de inmediato hubo de organizarse una campaña para salvar el fuerte de Arauco, una vez más cercado por miles de indígenas alzados y a punto de arrasarlo. Erazo estuvo en plena actividad durante estas acciones, aunque debió compartir su impotencia para romper el cerco de Angol, Imperial y Villarrica, que poco después cayeron en manos de los alzados. Las entradas y correrías hispanas no se hicieron esperar, ya que desde el primer momento Quiñones ordenó castigar la tierra con prisiones, destierros y otros castigos [de los indios rebelados]⁴³; castigos que, al decir de Barros Arana, se desplegaron con un lujo de rigor destinado a aterrorizar a los bárbaros⁴⁴. El mismo Quiñones contaba al monarca que en un momento mandó hacer una hoguera y quemó vivos a unos caciques culpados de fraguar un complot en las cercanías de Concepción⁴⁵; todo lo cual, por cierto, seguía acumulándose en el abanico de experiencias, estrategias y posibilidades que más adelante el capitán Erazo no dudó en emplear ante los nuevos desafíos que le deparó la frontera del Alto Magdalena.

    Por el momento, en todo caso, la situación en Chile era desesperada y la persona indicada para ir una vez más a exponerla ante la Corte y solicitar la urgente ayuda era justamente nuestro capitán, que después de haber asistido a la defensa y reparo de tan grandes revoluciones a comienzos de 1600 embarcó de nuevo con destino a Lima, como primera escala en su ruta a España⁴⁶. En la capital virreinal se encontró, empero, con Alonso de Ribera, que venía trasladado desde las guerras de Flandes para hacerse cargo de la grave situación en Chile; y quien, considerando la experiencia acumulada en terreno por Domingo, decidió suspender la comisión que llevaba e integrarlo a la comitiva que se dirigía a desembarcar directamente en Concepción, adonde llegaron a comienzos de 1601. Domingo volvió a la lucha fronteriza, convertido por segunda vez en secretario del gobernador de Chile.

    Ribera era un experimentado oficial de las campañas en los Países Bajos, especialista en sitiar y atacar ciudades amuralladas (Chatelet y Amiens en 1597, por ejemplo), y que en el momento de ser enviado a esta lejana provincia americana ejercía como sargento mayor y comandante de uno de los famosos Tercios de Flandes. Esta formación profesional fue central a la hora de reevaluar la urgente situación militar en Chile, donde constató la insuficiencia de recursos y de contingente. Durante los siguientes años de su mandato se dedicó a introducir un concepto más moderno de la milicia, creando un cuerpo orgánico, eficiente, estable y remunerado, con un ejército de unos dos mil hombres, financiado con un situado enviado desde las Cajas Reales de Lima, y asentados en una serie de fuertes que se fueron construyendo y reforzando en la que desde entonces se conocería como la frontera del río Biobío, para desde allí organizar las campañas y proyectar el avance paulatino en la conquista del territorio meridional:

    También comencé a tomar puestos, fortificándome en los más cómodos para abrigar la tierra de V[uestra] M[ajestad] y ofender la del enemigo, en la cual entré al tiempo que convino, quitándoles las comidas, quemándoles casas y tomándoles hijos y mujeres, teniéndolo en perpetua inquietud, sin dejarlos reposar un punto, por lo cual se vieron tan acosados que el segundo año de mi gobierno me dieron la paz los indios coyuncheses y gualquis, y al cabo del entrante, el de 603, me dio la paz la cordillera de Chillán […].⁴⁷

    Como su secretario, Domingo sin duda debió empaparse de aquellos conocimientos, experiencias y metodología, renovando su caudal de saberes respecto de la guerra contra indios hostiles y sus avatares, algo que fue fundamental a la hora de enfrentar los desafíos neogranadinos que le esperaban. La frenética actividad político-militar del capitán Erazo se mantuvo durante todo ese año de 1601, en directa relación con la confianza que le manifestaban las autoridades del Gobierno, del clero —su única hija mujer ingresó como monja de clausura al monasterio de las agustinas de Santiago— y de la élite hispana local. De hecho, Ribera le encargó los negocios más graves que se ofrecieron y nombró por corregidor de la ciudad de La Serena y [—por segunda vez—] protector general de los naturales de Santiago y sus términos⁴⁸.

    A estas alturas, y con todo el bagaje de saberes y confianzas que lo revestían, el capitán Erazo seguía siendo la persona más indicada para acudir nuevamente ante la Corte peninsular y solicitar la ayuda militar que requería el plan elaborado por Ribera. En enero de 1602 partió, así, en un viaje —que sería definitivo y sin retorno— con poderes de todas las ciudades y del dicho gobernador […], a tratar con vuestra real persona el remedio de tan graves daños y peligro universal de las Indias⁴⁹.

    Durante los siguientes tres años estuvo radicado en Valladolid —ciudad donde se instalaron temporalmente el monarca y su Consejo de Indias, entre 1601 y 1606— y allí continuó recibiendo noticias sobre el desenvolvimiento de la guerra de Arauco y los avatares de Chile a través de cartas y peticiones remitidas por el propio gobernador, otros funcionarios, particulares y eclesiásticos de la lejana provincia o desde la capital del Perú. Para ello se servía de diversas redes de comunicación imperial que demuestran la interconexión permanente entre las regiones más centrales y las periferias americanas⁵⁰; redes que reforzaban, de esta manera, una dinámica de circulación de información —entre lo local y lo imperial— que respondía, a su vez, a aquellas funciones del saber que cumplía la correspondencia para el dominio colonial⁵¹. Una dinámica de circulación que, al mismo tiempo, continuaba nutriendo, desde la lejanía y con nuevos antecedentes, los conocimientos acumulados por Domingo en aquella frontera insumisa.

    Su gestión como procurador fue exitosa, pues logró en el Consejo de Indias el envío de mil soldados a Chile y el establecimiento de un monto anual (real situado) que debía enviarse todos los años desde Lima para financiar la fuerza militar permanente que ahora se asentaría en los fuertes de la flamante frontera del río Biobío. Sin ir más lejos, Álvaro Jara sitúa a Erazo junto con fray Juan de Vascones —provincial de los agustinos que fue enviado también como procurador de los vecinos de Santiago ante la Corte— como los artífices inmediatos de la gran transformación de la política de la Corona española hacia Chile en los comienzos del XVII⁵².

    Pero los tres años que estuvo viviendo en Valladolid no solo fueron de gastos cortesanos y preocupaciones en beneficio del lejano reino. Al igual que durante su primer

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