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La invención republicana del legado colonial
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La invención republicana del legado colonial
Libro electrónico630 páginas8 horas

La invención republicana del legado colonial

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POR GENERACIONES HEMOS aprendido a llamar a la época del gobierno monárquico español en América periodo colonial. Se nos ha enseñado que el periodo colonial dejó un conjunto de legados. Creemos en estas enseñanzas porque vivimos, oímos y devoramos huellas de aquel pasado remoto en nuestra vida cotidiana, al comunicarnos en español, al asistir al culto católico o al comer carne de res o de cerdo. Sin embargo, queridos lectores, este libro los invita a reflexionar por qué catalogamos ciertos hechos como legados coloniales y por qué lo hacemos. Los invito a hacer esta reflexión porque el sentido que le demos a nuestro pasado es crítico a la hora de comprender nuestro presente y, a su vez, porque determina la amplitud a la que podemos abrir nuestra imaginación para concebir el tipo de futuro que nos puede estar reservado. En otras palabras, los invito a considerar cómo los legados coloniales han sido inventados para interpretar el pasado. Permítanme ofrecer dos ejemplos.
Pongamos por caso cómo, tras el surgimiento del régimen de Fidel Castro en Cuba, los Estados Unidos han invertido enormes recursos para desarrollar estudios de área, especialmente los relacionados con Latinoamérica. Durante este periodo, un grupo de académicos trabajó por considerar a los Estados Unidos como un país del Primer Mundo, para distanciarse del resto del hemisferio occidental. Tras esto, los Estados Unidos proclamaron el "excepcionalismo americano", un concepto que insinúa que este país es el mejor representante de los gobiernos democráticos y, por ende, aquel que les daría mayores oportunidades a sus ciudadanos. El enorme depósito de erudición anglófona que perpetuó la "leyenda negra" de una monarquía española oscurantista y tiránica ofreció el marco que facilitó este legado colonial inventado, uno que sirvió de apoyo a la "teoría de la modernización". Desde esta perspectiva, el problema del "subdesarrollo" en América Latina como región se convirtió en el resultado natural de las tendencias de larga duración, perdurables e intratables, procedentes del periodo del gobierno monárquico español.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2018
ISBN9789587747713
La invención republicana del legado colonial

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    La invención republicana del legado colonial - Lina del Castillo

    Prólogo a esta edición

    P

    OR GENERACIONES HEMOS

    aprendido a llamar a la época del gobierno monárquico español en América periodo colonial. Se nos ha enseñado que el periodo colonial dejó un conjunto de legados. Creemos en estas enseñanzas porque vivimos, oímos y devoramos huellas de aquel pasado remoto en nuestra vida cotidiana, al comunicarnos en español, al asistir al culto católico o al comer carne de res o de cerdo. Sin embargo, queridos lectores, este libro los invita a reflexionar por qué catalogamos ciertos hechos como legados coloniales y por qué lo hacemos. Los invito a hacer esta reflexión porque el sentido que le demos a nuestro pasado es crítico a la hora de comprender nuestro presente y, a su vez, porque determina la amplitud a la que podemos abrir nuestra imaginación para concebir el tipo de futuro que nos puede estar reservado. En otras palabras, los invito a considerar cómo los legados coloniales han sido inventados para interpretar el pasado. Permítanme ofrecer dos ejemplos.

    Pongamos por caso cómo, tras el surgimiento del régimen de Fidel Castro en Cuba, los Estados Unidos han invertido enormes recursos para desarrollar estudios de área, especialmente los relacionados con Latinoamérica. Durante este periodo, un grupo de académicos trabajó por considerar a los Estados Unidos como un país del Primer Mundo, para distanciarse del resto del hemisferio occidental. Tras esto, los Estados Unidos proclamaron el excepcionalismo americano, un concepto que insinúa que este país es el mejor representante de los gobiernos democráticos y, por ende, aquel que les daría mayores oportunidades a sus ciudadanos. El enorme depósito de erudición anglófona que perpetuó la leyenda negra de una monarquía española oscurantista y tiránica ofreció el marco que facilitó este legado colonial inventado, uno que sirvió de apoyo a la teoría de la modernización. Desde esta perspectiva, el problema del subdesarrollo en América Latina como región se convirtió en el resultado natural de las tendencias de larga duración, perdurables e intratables, procedentes del periodo del gobierno monárquico español. Muchos de estos académicos dieron por sentada la modernidad británica. Para ellos, el parlamentarismo explicó la trayectoria económica y el desarrollo político de los Estados Unidos. Rara vez aquellos académicos mencionaron la enorme riqueza y las inequidades devastadoras creadas por la larga existencia de la esclavitud en las plantaciones de los Estados Unidos. Para estos estudiosos, asentados en Norteamérica, ese tipo de análisis era impensable, quizás en parte porque ignoraban por completo los textos de los intelectuales que aquí consideraremos. Un claro ejemplo de ello son los textos de José María Samper, quien aludía al legado colonial de un persistente esfuerzo por mantener la supremacía blanca, heredada por Inglaterra a los Estados Unidos. (Ya ampliaré este caso en la conclusión del libro.)

    La invención de un legado colonial alternativo emergió alrededor del mismo periodo. Mientras que los teóricos de la modernización inventaron los legados coloniales que supuestamente mantenían a Latinoamérica en el subdesarrollo, otros intelectuales, como Aimé Césaire, denunciaron la brutalidad del colonialismo. En la década de 1960, los juristas latinoamericanos se unieron con los de otros países del sur global para presionar a las Naciones Unidas para que hicieran una declaración contra el colonialismo. Surgió el consenso: el gobierno colonial impedía el desarrollo de la cooperación económica internacional, el desarrollo social, cultural y económico de los pueblos y se oponía al ideal de la paz universal. El colonialismo era una abominación. En este marco, los promotores de la teoría de la dependencia, como André Gunder Frank, ofrecieron interpretaciones completamente nuevas de lo que implicaban los legados coloniales y de sus efectos en los países latinoamericanos. Estos teóricos acertadamente rechazaron las características supuestamente enraizadas desde el gobierno monárquico español que ofrecían los teóricos de la modernización en los Estados Unidos. En cambio, la escuela de la dependencia sostuvo que los legados coloniales se desprendían de las dinámicas de un sistema capitalista global. El subdesarrollo de algunos países estaba directamente relacionado con el desarrollo económico del que gozaban otras regiones. Enseguida, aparecieron argumentos corolarios relacionados con esta postura, incluida la idea de que la explotación de los países pobres por parte de los países ricos estaba relacionada con los intereses de las élites políticas de los primeros. Esta perspectiva les dio forma a las interpretaciones sobre cómo los países de Latinoamérica se insertaron en los mercados internacionales por medio del comercio de bienes durante el tardío siglo

    XIX

    y el temprano siglo

    XX

    .

    Estas diferentes invenciones de mediados del siglo

    XX

    sobre los legados coloniales continúan acompañándonos hoy y alimentan nuestras interpretaciones del pasado. Uno de sus efectos atroces es que han creado una interpretación imprecisa y superficial del siglo

    XIX

    en Latinoamérica, que lo propone como el lapso de un experimento fallido. Los legados coloniales inventados por los teóricos de la modernización y por la escuela de la dependencia parecen ser insuperables. Desde estas perspectivas, el temprano periodo poscolonial no podía sino reunir caos, corrupción y caudillos. Estas narrativas han operado para borrar las contribuciones históricas, geográficas y científicas, comprometidas con la realidad local que ofrecieron los actores del temprano siglo

    XIX

    al gobierno republicano.

    En contraste, este libro escarba en las activas imaginaciones históricas de los actores del siglo

    XIX

    , quienes ofrecieron invenciones originales sobre cómo debía enmarcarse el pasado. Con sus textos, categorías y análisis, estos actores estuvieron entre los primeros en inventar la categoría del llamado periodo colonial para Latinoamérica. Este libro desentraña el vasto conjunto de legados coloniales que desarrollaron para comprender su presente y darle forma al futuro. Así, revela legados coloniales mucho más interesantes que aquellos que nos entregaron los académicos de mediados del siglo

    XX

    .

    La invención republicana del legado colonial: ciencia, historia y geografía de la vanguardia política colombiana en el siglo

    XIX

    es la traducción al español de un texto originalmente escrito en inglés y dirigido a audiencias norteamericanas. Para las audiencias hispanohablantes, debo hacer algunas aclaraciones. Primero, me refiero al periodo anterior a 1808 como el del gobierno monárquico español, ya que el periodo colonial fue inventado activamente por los actores que estudio y sus interpretaciones históricas. Segundo, este libro estudia primordialmente a actores que, mediante el gobierno republicano, pensaron en el país que llegó a conocerse como Colombia. Sin embargo, esto no significa que todos estos actores hubieran nacido en este territorio ni que fueran colombianos. Son, eso sí, una muestra representativa de cómo los americanos poscoloniales resolvieron la gobernanza republicana en los territorios antes reclamados por España.

    Para complicar aún más las cosas, estos mismos actores experimentaron con diversos nombres para identificar no solo sus emergentes repúblicas y su ciudadanía, sino también para crear una región poscolonial más amplia. Por estas razones, porque el término América Latina no apareció sino después de 1856, me refiero generalmente a estos actores como hispanoamericanos, más que como latinoamericanos. Ocasionalmente, uso el término neogranadinos, dado que en la mayor parte del periodo los actores históricos aquí tratados forjaron la república de la Nueva Granada. Para finalizar, aunque entiendo que pueda cuestionarse como una colonización gramatical del pasado, modernicé la ortografía de las citas, dejando atrás la escritura del siglo

    XIX

    . Espero que este libro resulte ser una agradable experiencia de lectura.

    Introducción

    Invenciones poscoloniales del legado colonial

    N

    O EXISTEN LEGADOS

    coloniales en la América hispánica. Sin embargo, este libro es acerca de ellos. Cuenta la historia de los hispanoamericanos del siglo

    XIX

    , cuya notable creatividad y profundo compromiso con las realidades locales les permitieron confeccionar una república que el mundo buscaría emular. Aquí investigo un universo, creado por ellos, de especulaciones poscoloniales sociológicas, políticas y económicas que generó nuevas ciencias sociales y tecnologías que buscaron superar los legados coloniales que ellos mismos inventaron. Inspirados en las revoluciones sociopolíticas y espaciales producidas por la Independencia hispanoamericana y por los procesos tempranos de formación del Estado republicano, estos hispanoamericanos crearon nuevas historias, ciencias y geografías. Todas ellas les dieron herramientas radicales y novedosas para entender el pasado. Crearon un cuerpo de conocimientos detallados sobre las realidades locales para manejar mejor la intersección de la soberanía territorial con la soberanía individual en sus repúblicas y en las que planeaban para el futuro. Estas historias han sido por largo tiempo olvidadas por las narrativas omnipresentes del caos decimonónico, de caudillos liberales versus conservadores y de élites supuestamente distantes y desconectadas que preferían los modelos eurocéntricos a las necesidades y realidades locales. Además, estas narrativas han estado bien sustentadas en el concepto de los legados coloniales¹. La academia continúa consumiendo acríticamente un constructo histórico en el que Latinoamérica es una región caracterizada por la intolerancia intelectual, el racismo, el absolutismo político y la dependencia capitalista, fenómenos que tendrían sus raíces en el periodo del gobierno monárquico².

    El primer objetivo de este libro es resaltar el hecho de que, de no ser por el profundo trabajo cultural adelantado por los hombres del siglo

    XIX

    que aquí se estudiará, la categoría misma de legados coloniales no existiría. El tipo de legados que inventaron no estuvieron supeditados a las nociones políticas y científicas claves que se estaban desarrollando en Europa. Los hispanoamericanos se veían a sí mismos saliendo de las estructuras imperiales que requerían que varios centros de poder político fueran partícipes en la creación de un imperio; el poder no solo yacía en Madrid³. Como herederos de imperios policéntricos, la dicotomía centro-periferia no tenía ningún sentido para ellos⁴. Tal fue el marco en que operaron los hispanoamericanos entre comienzos y mediados del siglo

    XIX

    . Estos se comprometieron con un proyecto republicano liberal que inventó una serie de narrativas sobre lo que significaba el legado colonial, lo que este implicaba y cómo se debía abordar. Distintas invenciones del legado colonial llevaron a la gente a luchar en las urnas, en el campo de batalla, en los tribunales, en los despachos legislativos, en los altares de las iglesias, en las aulas y en la tribuna de la opinión pública. Estas luchas reflejaron los esfuerzos para definir el significado global del republicanismo y cómo debía expresarse territorial, constitucional y culturalmente. No hubo de hecho un legado colonial que definiera la formación decimonónica del Estado por fuera del discurso del lenguaje y de la imaginación sociológica que desarrollaron estos actores. En cierto sentido, el periodo colonial es una invención de la era republicana.

    Un segundo objetivo de este libro es mostrar cómo, para mediados del siglo

    XIX

    , el experimento republicano de los hispanoamericanos no tenía un modelo al cual seguir. Desde su perspectiva, ni los anquilosados regímenes aristocráticos de Europa ni el racismo de los Estados Unidos anterior a su guerra de Secesión habían sido capaces de producir un republicanismo con equidad política y racial⁵. Los hispanoamericanos tenían razones para creer que sus experimentos republicanos estaban a la vanguardia de la modernidad política⁶. Ellos experimentaron con la modernidad política a través de la ciencia. Aquí se demuestra cómo el lenguaje científico del siglo

    XIX

    permeó el pensamiento, los métodos y las prácticas que buscaban construir una república moderna para el mundo. Este libro resalta la cultura material y el trabajo manual práctico que fueron centrales para la producción del lenguaje científico de comienzos y mediados del siglo

    XIX

    ⁷. La creación de este lenguaje fue fundamental en un momento de falta de unidad disciplinar en las diversas ciencias que desarrollaron los intelectuales hispanoamericanos y los oficiales de los nuevos gobiernos republicanos. Es en esta línea que se busca demostrar cómo las élites hispanoamericanas del siglo

    XIX

    estuvieron profundamente comprometidas con las hondas transformaciones revolucionarias que ocurrían en la región. En la Nueva Granada, esto significaría un fuerte compromiso con ampliar el número de cuerpos corporativos de representación política —las municipalidades—, esfuerzo que continuó hasta la década de 1850. La abolición de la esclavitud y el sufragio universal masculino vinieron a continuación. Asimismo, los sectores populares ingresaron en el proceso político del país tras la guerra civil de 1854, lo que cambió la naturaleza de los compromisos regionales de las élites locales. En adelante, las élites poscoloniales dedicaron buena parte de su energía e imaginación a descubrir formas de limitar lo que consideraban que eran los efectos dañinos del legado colonial, que influyeron en el modo de pensar y actuar de las masas cuyos votos, adquirieron tanto poder político.

    El libro pone en evidencia cómo las élites poscoloniales se comprometieron con las realidades locales. Primero, crearon los espacios de sociabilidad en donde los líderes de los partidos encontraron un lugar en común. Líderes de todo el espectro político interactuaron no solo en las salas del Congreso y en las legislaturas provinciales, sino también en las sociedades científicas. Solo unos pocos académicos han explorado las sociedades científicas latinoamericanas y, cuando lo hacen, tienden a ofrecer, tan solo de paso y en general desestimándolas, una mera referencia a estos espacios de sociabilidad de mediados del siglo⁸. En vez de ofrecer una lectura contextualizada de las nuevas formas de conocimiento, los académicos simplemente han menospreciado las innovaciones de mediados del siglo

    XIX

    producidas a través de estas: las han calificado de irremediablemente derivativas, eurocéntricas y desprendidas de las realidades locales. Tales lecturas desdeñosas trivializan tanto los espacios de sociabilidad como el tipo de producción del conocimiento que facilitaron; de esta manera se ignora el terreno de entrenamiento político que ofrecieron las sociedades científicas durante este periodo. Dichas aproximaciones despectivas se deben en parte a los propios actores históricos, que a su vez las trivializaron a partir una lectura basada en la arraigada lucha partidista que vivió la Nueva Granada a mediados del siglo

    XIX

    ⁹.

    Tomando a Colombia como ejemplo, se estudia cómo la sociabilidad científica generó un consenso notable entre diversos actores históricos, incluyendo abogados, comerciantes, oficiales del Gobierno, ingenieros militares, líderes religiosos, arquitectos, naturalistas, periodistas y educadores. Todos estos actores coincidían en que la república necesitaba encontrar vías para fomentar la circulación de personas, ideas y productos, para superar los supuestos bloqueos comerciales e intelectuales del periodo del gobierno monárquico. Esta perspectiva desafía las narrativas de un partidismo tajante y regional, que enfrentaba a los liberales contra los conservadores o a los conservadores contra los federalistas, que estaban inclinados en expandir las economías de plantación para la exportación. En lugar de ello, se muestra la fuerza constructora que adquirió el Estado, la cual emergió a partir de un notable consenso sobre un proyecto de circulación de personas, ideas y bienes que fomentara los mercados internos y la moralidad y virtud de la población. Las élites regionales se unieron alrededor de la necesidad de apoyar un esfuerzo científico sostenido para conocer y cartografiar el territorio nacional así como su gente y los recursos que contenía. Con este fin, las élites poscoloniales crearon diversas formas de producción de conocimiento y prácticas: la consolidación de técnicas para la agrimensura, desarrolladas específicamente para apoyar los esfuerzos neogranadinos de cartografiar, medir y distribuir las tierras comunitarias de los indígenas; la escritura de etnografías que documentaron la cultura popular de las provincias de la Nueva Granada; la naciente ciencia del constitucionalismo y de la administración política de la Nueva Granada; y la producción de escritos geográficos, textos y mapas sobre las provincias neogranadinas. Los espacios que facilitaron el consenso de las élites —sin importar los partidos políticos o los orígenes regionales— fueron instrumentos tanto para promover la expansión del sufragio como para desmantelar y reprimir aquellos que buscaban promover los intereses de sectores populares más radicales. Desde esta perspectiva, las interpretaciones historiográficas sobre las perennes divisiones entre los líderes de los partidos Liberal y Conservador y su aparente desconexión de las realidades locales pierden gran parte de su poder explicativo¹⁰.

    Esto no quiere decir que no hubo conflictos entre las élites neogranadinas. Por supuesto que los hubo. Pero en vez de diferencias ideológicas arraigadas, estas élites luchaban por movilizar o por negociar con los sectores populares, para que estos acudieran a las urnas o los apoyaran en los campos de batalla¹¹. Se tomará, por ejemplo, el dogma historiográfico de una división liberal-conservadora en las discusiones sobre centralismo versus federalismo¹². Los cambios territoriales y constitucionales de mediados del siglo

    XIX

    son mucho más interesantes cuando los analizamos desde el punto de vista del consenso ideológico y del compromiso con las realidades locales. En lugar de ser el resultado entre un impulso ideológico liberal y desconectado que iba hacia el federalismo y un impulso conservador ciegamente reaccionario hacia el centralismo, se deben entender estos cambios desde una óptica que enfatice en lo territorial y en lo constitucional. Los conflictos de los partidos políticos fueron producto de cómo los liberales y los conservadores buscaron formas de expandir la circulación de personas, productos e ideas, al mismo tiempo que controlar la participación política de los sectores populares.

    La Nueva Granada ofrece un caso ilustrativo. Las provincias de la Nueva Granada se multiplicaron a mediados del siglo

    XIX

    , para fomentar la participación local, como parte del proyecto que buscaba la circulación de personas e ideas dentro de la república. Si en 1832 diecinueve provincias tenían voz en el Congreso nacional para elegir al presidente, entre 1836 y 1853 ese número aumentó a treinta y seis. Esta transformación ocurrió en un momento en que las ciudades tenían más derechos políticos que los individuos. El resultado fue una marcada expansión de la participación política de las personas en los nuevos poblados autorizados. Los municipios recientes, dentro de las nuevas provincias, ayudaron a que personajes cuyos linajes habían sido excluidos de la escena política accedieran a cargos en el Gobierno nacional. Estos nuevos actores encontraron sus mayores aliados en el Partido Liberal, fundado en 1848, ya que fue durante el primer mandato de un miembro de esta colectividad que se produjo la mayor parte de estas nuevas divisiones territoriales.

    Por su parte, los miembros del Partido Conservador y sus redes de influencia política comenzaron a ver cómo ellos mismos y sus familiares perdían terreno. Los derechos políticos otorgados a las recién formadas provincias y municipios favorecían al Partido Liberal y, por ende, debían ser debilitados. En lugar de rechazar de manera acérrima la expansión de estos derechos, los conservadores adoptaron con entusiasmo la medida republicana liberal más radical de la época: el sufragio universal masculino. Los conservadores confiaban en sus alianzas con la Iglesia católica y en la religiosidad popular para que los miembros del partido retomaran el poder político. Y estaban en lo cierto. El inicio de la abolición de la esclavitud en 1851 y la aprobación del sufragio masculino en la Constitución neogranadina de 1853 abrieron las puertas para una ardua competencia entre los recientemente formados partidos políticos en pos de movilizar a los nuevos ciudadanos autorizados para votar. Esta competencia desató la guerra civil de 1854, la cual fue más impulsada por los sectores populares que por las élites partidistas.

    Los líderes de los partidos necesitaban alcanzar urgentemente un consenso para reinar en medio de la violencia y la inestabilidad. Los espacios de sociabilidad científica desempeñaron un papel fundamental en su construcción. Uno de los resultados fue que, a comienzos del año de 1855, las numerosas municipalidades de las treinta y seis provincias se incorporaron en nueve estados soberanos que centralizaron el poder político regional en sus capitales de provincia. La influencia política de los partidos en cada uno de estos estados se negoció entre las élites y se territorializó, para que cada estado determinara los requisitos necesarios para sufragar. En 1863, estos estados desarrollaron sus propios límites constitucionales sobre los derechos del sufragio individual, sin temer la impugnación del Gobierno nacional.

    En resumen, los líderes del partido estaban profundamente comprometidos con los efectos que sus experimentos republicanos generaban sobre los territorios de la Nueva Granada. Las apuestas eran demasiado altas como para ignorar las realidades locales. Aunque existía competencia clara entre los partidos políticos, las diferencias entre sus líderes no fueron principalmente ideológicas. Esto se vería sobre todo en el momento de movilizar a los sectores sociales. De esta forma, la violencia, la desigualdad, las cuestiones de soberanía, la circulación del comercio, las guerras civiles, la esclavitud, la emancipación, las luchas por las tierras comunales indígenas y el papel de la Iglesia católica en la formación del Estado entran en este análisis. Sobre todo por las formas en que las variedades de actores aquí considerados lidiaron con estas realidades y sus posibles resultados.

    La metodología usada es abiertamente ecléctica, ya que esta variedad permite identificar los múltiples legados coloniales que las élites poscoloniales inventaron y las diversas tecnologías que utilizaron para superar aquellos presuntos legados. A partir de los métodos desarrollados en estudios sobre la historia del libro, la cultura impresa y la esfera pública, se reconstruyen las formas en que las élites poscoloniales inventaron un legado colonial de ignorancia científica, bajo el dominio monárquico español, a pesar de que la América española estuvo llena de naturalistas. Por medio de la prosopografía, se rastrean las listas regionales de una importante sociedad científica que fomentó la sociabilidad política y la circulación territorial entre élites regionales: el Instituto Caldas. Con este método se demuestra cómo el proyecto de circulación poscolonial reflejaba el consenso bipartidista. Por otro lado, los métodos de la historia social se usan para identificar las técnicas utilizadas para transformar al indio de la era colonial en el indígena poscolonial y demostrar cómo fue adaptada y adoptada la litigación del Estado colonial para legitimar la nueva república. Las técnicas de la historia social también ayudan a demostrar cómo las escuelas normales seculares reemplazaron la educación de primeras letras controlada por la Iglesia, pues algunas élites identificaron la corrupción clerical como un legado colonial atroz, causante de la creación de falsas conciencias en las urnas de votación. Asimismo, con los métodos de la historia constitucional más tradicional, se muestra cómo, en el frenesí de escritura constitucional de mediados del siglo, surgieron tecnologías destinadas a desafiar los impredecibles resultados electorales partidistas, derivados de la abolición de la esclavitud y del establecimiento del sufragio universal masculino. También con los métodos analíticos desarrollados por los historiadores de la cultura se hace una lectura detallada de la cartografía. Este acercamiento revela la aparición de tempranas ideas republicanas sobre Bogotá como la ciudad que coordinaría la circulación nacional. En la cartografía de la época hay una mirada hacia las economías regionales de mercado, que necesitaban ser integradas para superar lo que se pensaba como un legado colonial de fragmentación. Finalmente, las herramientas del análisis literario permitieron descubrir las funciones del costumbrismo como una tecnología de la etnografía política, creada para superar los legados coloniales que se manifestaban en lo pedestre y en lo pintoresco.

    Este libro dialoga con las historias de la ciencia poscoloniales y subalternas, al mostrar cómo los sujetos poscoloniales aquí estudiados operaron fuera de comprensiones dicotómicas. Estos actores se veían a sí mismos como creadores de modernidad y de republicanismo. Las historias poscoloniales de la ciencia han tratado de elaborar posiciones teóricas matizadas, para difuminar las dicotomías a través de la noción de hibridaciones. Pero, en la práctica, estas obras han producido narraciones que enfatizan en pares dicotómicos, tales como esteoeste, subalterno-élite, centro-periferia, local-global, etc.¹³. Más importante, estas historias han admitido categorías como civilización occidental, centros de cálculo, razón e ilustración como creaciones limitadas de las sociedades del Atlántico Norte¹⁴. Críticos como Frederick Cooper han cuestionado las suposiciones de los teóricos poscoloniales del siglo

    XX

    y han demostrado cómo, en efecto, los intentos por provincializar a Europa han hecho invisible el proceso global de cocreaciones. En este proceso, las colonias y las metrópolis imperiales fueron igual de importantes en la invención de categorías tales como las de ciudadanía, razón, dominación ecológica, capitalismo, industrialización y sindicatos¹⁵. Es en esta línea que el presente libro le da voz a un grupo de actores que han sido silenciados por las historiografías dominantes: líderes provinciales, educadores, intelectuales, periodistas, oficiales del Gobierno, religiosos, historiadores, ingenieros militares, naturalistas, agrimensores y novelistas.

    Entonces, se examina cómo estos hispanoamericanos, creadores de ciencias nuevas y autóctonas, de escrituras históricas y de prácticas geográficas, no percibieron sus producciones como formas periféricas de conocimiento. Al contrario, para estos hispanoamericanos, las formas de conocimiento que ellos inventaban eran apropiadas para una república hispanoamericana que buscaba convertirse en un modelo que el mundo debía emular. Adoptaron un conjunto amplio y flexible de tecnologías y métodos científicos para producir repúblicas democráticas modernas.

    Aunque la historiografía sobre la ciencia colonial y poscolonial, vista desde la periferia, ha perdido hasta ahora en gran parte esta dimensión de la ciencia neogranadina, ha llegado la hora de que la academia reconozca estos aportes. Los académicos han argumentado durante mucho tiempo que la periferia no existe¹⁶. Hoy sabemos que todas las ciencias modernas fueron creadas por centros y periferias, a través de formas de acumulación de la información producidas con el trabajo de técnicos invisibles y en diversos centros de cálculo¹⁷. Esta tendencia historiográfica reconoce que la excelencia no era solo el monopolio de los centros de cálculo metropolitanos¹⁸. Sin embargo, son pocos los estudios que examinan ejemplos de excelencia científica en las supuestas periferias, como Latinoamérica. En general, se basan en una ventaja geográfica competitiva y argumentan que rara vez se podrían reproducir tales prácticas en otros lugares¹⁹. Las ciencias exploradas en este libro no encajan con ese modelo. Los hombres que desarrollaron las ciencias de la construcción republicana nacional en la Nueva Granada creían que otros podían imitar sus prácticas y disciplinas científicas. Y, efectivamente, lo lograron²⁰.

    Las élites hispanoamericanas vieron que su camino hacia la modernidad estaba plagado con los obstáculos del pasado. El prisma de los legados coloniales, aunque inventado por ellos, fue muy efectivo. El orden espacial, el nuevo sistema republicano y las narrativas históricas que lo legitimaban se convirtieron en lugares primordiales de experimentación. Las nuevas historias y las contribuciones originales a las prácticas científicas —en las cuales se incluyen a la geografía, la cartografía, la agrimensura, la etnografía, la ciencia constitucional, la sociología y el cálculo de la equidad a través de la reforma agraria— apuntarían a los remanentes del legado colonial, para desterrar los efectos adversos del colonialismo. Estos fenómenos ocurrieron a todo lo largo de Hispanoamérica.

    Para resaltar las dimensiones del impacto espacial de estos experimentos republicanos, este libro estudia casos ilustrativos de diversas generaciones de élites centradas en Bogotá, pero que no necesariamente eran bogotanas, que desarrollaron las ciencias de la vanguardia política desde la capital del país. Las élites nacionales, al igual que las regionales, creían que Bogotá estaba idealmente posicionada para fomentar la circulación de gente, tecnología, bienes, capital e ideas. Además, entre 1821 y 1863, la ciudad sirvió como la capital de al menos cuatro repúblicas distintas, cada una con diferentes configuraciones constitucionales y territoriales. Entonces, se demuestra cómo estos cambios en la territorialidad no fueron gratuitos ni carecieron de sentido. Más bien, respondieron a diversas transformaciones en las formas de movilización política, las cuales estuvieron notoriamente unidas a los esfuerzos de las élites políticas por administrar, aumentar o restringir dicha movilización.

    Unas pocas palabras acerca de los cambios constitucionales, territoriales y económicos de Colombia pueden ayudar a situar al lector en las rápidas transformaciones que se tratan aquí. El lector debe considerar, sin embargo, que cualquier síntesis académica sobre el siglo

    XIX

    en Colombia que intente recrear un sentido global de lo que realmente ocurrió sobre el terreno, incluidos los tres párrafos siguientes, estará inevitablemente influida por las mismas categorías que los actores decimonónicos inventaron. Estos actores del siglo

    XIX

    no solo identificaron nuevos legados coloniales y las formas de superarlos, sino que también produjeron una cantidad enorme de conocimiento en una amplia gama de saberes: económicos, estadísticos, cartográficos, historiográficos y etnográficos. Este es el archivo que los historiadores han usado para reconstruir el periodo. Sin quererlo, este archivo enmarca nuestra visión de Colombia como una nación de regiones que lucha por superar legados de ignorancia, absolutismo, corrupción, partidismo y dependencia económica. Las élites poscoloniales de mediados del siglo

    XIX

    estarían encantadas de descubrir que generaciones de historiadores posteriores a ellas han aceptado dócilmente sus narrativas.

    Los oficiales de la primera república de Colombia (1821-1831) propusieron un orden constitucional centralista, con el fin de facilitar la movilización de tropas y de recursos necesarios para establecer la independencia de un vasto territorio. Este abarcaba la anterior Capitanía General de Venezuela y el previo Virreinato de la Nueva Granada (aproximadamente los territorios de las actuales Colombia, Panamá, Venezuela, Ecuador y partes de Guyana y Brasil). Bogotá se convirtió en la capital por defecto durante estos momentos de inestabilidad, mientras la soberanía de los pueblos aún estaba en juego²¹. Cuando amainó la amenaza de la reconquista española para 1826, ciudades como Valencia, Caracas y Quito, inconformes con el gobierno de Bogotá, se separaron de la primera república de Colombia. Las repúblicas de Ecuador, Venezuela y la Nueva Granada (aproximadamente los territorios de las actuales Colombia y Panamá) surgieron de esta separación. Bogotá, como ciudad capital de la Nueva Granada entre 1830 y 1850, osciló entre ser una fuerza centrípeta que halaba a las regiones para poder ejercer su control político y ser un mecanismo circulatorio que difundía el poder político y económico a otras capitales regionales²². Para 1858, este proceso regional, liderado por unas ocho ciudades dominantes, creó la efímera Confederación Granadina, la cual llegó a su fin con la guerra civil de 1859-1862. Nueve estados nuevos emergieron a su paso para formar un pacto federal con el que se crearon los Estados Unidos de Colombia en 1863, entidad política que desapareció en 1886²³.

    Estos cambios constitucionales y territoriales demuestran las dramáticas transformaciones sociopolíticas y económicas que vivió Colombia durante la primera mitad del siglo

    XIX

    . Los libros de historia económica de Colombia tienden a centrarse en la segunda mitad del siglo

    XIX

    , cuando el país se comprometió de una manera más firme en la exportación de café y otras mercancías²⁴. Estos trabajos, así como los pocos y valiosos estudios que enfatizan críticamente en la primera mitad del siglo

    XIX

    , dependen sobre todo de las fuentes de muchos funcionarios de los gobiernos provinciales: abogados, comerciantes, líderes religiosos, diplomáticos, escritores, ingenieros militares y oficiales gubernamentales aquí considerados²⁵. El análisis de estudios tiende a reproducir los argumentos de los actores decimonónicos: que la segmentación y el estancamiento económico fueron causados por crisis desde la época colonial. También hay que tener en cuenta cómo la geografía del territorio colombiano fue indudablemente significativa en dar forma a los patrones y movimientos económicos, sociales, culturales y políticos del país²⁶. La amplitud de la cordillera de los Andes, la cual se separa en tres partes divididas por los valles de los ríos Magdalena y Cauca, produce una notoria variación climática y dificulta el desplazamiento terrestre.

    Los desafíos que las difíciles condiciones geográficas del país planteaban fueron exacerbados por una considerable deuda internacional, contraída durante el periodo de la Independencia. Las condiciones de fragmentación, estancamiento y pobreza fueron elementos centrales de atención para los actores históricos decimonónicos²⁷. Los esfuerzos por privatizar la tenencia comunal de la tierra tuvieron un efecto transformador en las comunidades indígenas y en las propiedades inalienables de la Iglesia católica²⁸. La transición gradual hacia la abolición de la esclavitud también transformó la economía de cientos de personas²⁹. Aunque fuera un pequeño segmento en la economía nacional, los artesanos también tuvieron un papel significativo en las políticas urbanas en Bogotá y a nivel nacional³⁰. Por último, durante todo este periodo, el istmo de Panamá prometía conexiones fáciles entre el Atlántico y el Pacífico, por lo que desempeñaba un papel importante en la lógica territorial y constitucional de la república a mediados del siglo³¹. Aunque superan el alcance de este estudio, los intereses internacionales en la construcción del canal, junto con las luchas internas que vivía el país en esta época, culminaron en la independencia de Panamá de Colombia en 1903³².

    Estructura del libro

    Los seis capítulos de este libro están relacionados temática y cronológicamente. En ellos, se explora el consenso, las continuidades y las conexiones que condujeron a los dramáticos cambios territoriales, constitucionales y sociopolíticos que le dieron forma a Colombia durante el siglo

    XIX

    . Cada capítulo reconstruye cómo distintos grupos de hispanoamericanos usaron la geografía, la escritura histórica y los discursos científicos innovadores para inventar legados coloniales distintivos. Por medio de estas invenciones, las élites poscoloniales legitimaron sus reclamos para gobernar y ejercer control político. Educadores, intelectuales, oficiales del gobierno y líderes religiosos desarrollaron lo que ellos consideraban como tecnologías científicas modernas. Estas buscaban disminuir supuestos legados coloniales negativos o reforzar aquellas herencias inventadas de la cultura hispánica y del catolicismo, entre las que se destacaban la moral y las ideas de inclusión, que fueron claves para el naciente republicanismo hispanoamericano.³³

    El primer capítulo muestra que los oficiales de la primera república de Colombia utilizaron la cultura impresa como una tecnología que borró la evidencia existente sobre el apoyo de la monarquía a la ciencia ilustrada en las Américas, para legitimar así su independencia de una supuesta tiranía monárquica y oscurantista. La cultura impresa era relativamente nueva para la América hispánica en la década de 1820³⁴. Antes, los oficiales de gobierno imaginaban la comunidad política por medio de la circulación de manuscritos³⁵. En un momento en que la independencia aún estaba en juego, los oficiales republicanos utilizaron la cultura impresa para fundar una república que representara un alejamiento total del gobierno colonial español. Examinar cómo las nuevas republicas borraron de la memoria histórica los esfuerzos científicos del gobierno monárquico profundiza nuestro conocimiento del papel que desempeñó la prensa en la invención de las naciones³⁶. Los oficiales colombianos editaron, replantearon y reimprimieron las escrituras de los criollos, aquellos descendientes de españoles nacidos en el Nuevo Mundo que se autoproclamaron como la nobleza del continente. Los oficiales colombianos insistieron con ahínco en reimprimir el trabajo de los criollos cuya participación en el temprano periodo de la Independencia culminó en su ejecución por las armadas de la reconquista española. Francisco José de Caldas fue el ejemplo más notable de este caso. Antes de su ejecución, Caldas se había unido a los cientos de naturalistas, mineralogistas, ingenieros militares y botánicos que participaron en el enorme proyecto reformista borbónico, para, a través de este, recopilar información por medio de expediciones botánicas, de mapeos y de la centralización de archivos³⁷.

    Sin embargo, en manos de los oficiales republicanos, Caldas, el mártir sabio criollo, tenía un carácter único. Su ejecución era la prueba fehaciente de que la monarquía española era oscurantista y temía el saber ilustrado. Ya Caldas no sería tan solo uno de los cientos de agentes cuyo trabajo científico fue apoyado por la Corona. Para las élites republicanas tempranas, Caldas se convirtió en el martirizado padre patriótico de la geografía colombiana, cuyo conocimiento ilustrado extinguiría el Ejército español. El capítulo demuestra cómo el periódico oficial intentó legitimar el proyecto de la primera república de la Gran Colombia, a través de la presentación de los escritos de Caldas y del comentario oficial sobre la necesidad de centralizar el poder político en época de guerra. Recientemente, los historiadores han mostrado cómo la disolución de la monarquía atlántica española entre 1808 y 1815 devolvió la soberanía a los pueblos, de tal manera que se generó una fragmentación de poder territorial³⁸. Los escritores de la temprana república borraron esa historia compleja y llena de matices para enfatizar en el relato de la Patria Boba, aquella narrativa que enfrentaba el centralismo civilizado al federalismo caótico. Aunque la primera república de Colombia tenía un gobierno distinto de aquel de la república de la Nueva Granada, este capítulo subraya el acuerdo de los líderes patrióticos de 1820 con las ideas de Caldas acerca de cómo el buen gobierno debía tener como base la experiencia científica aplicada a conocer las realidades del territorio. Los líderes republicanos atesorarían este ideal por generaciones.

    El segundo capítulo da un salto cronológico para demostrar cómo una generación después de la Independencia las élites neogranadinas inventaron un legado enteramente nuevo del colonialismo español que, en vez de romper con el pasado, creó continuidades que tenían que desentrañar. Para ellos, el principal legado del periodo colonial español era el bloqueo a la circulación. Los oficiales del gobierno de mediados del siglo así como los educadores, intelectuales, líderes religiosos, arquitectos, ingenieros y militares estaban de acuerdo: el republicanismo necesitaba desmantelar los bloqueos al progreso creados por la monarquía española, a través del fomento de la circulación de gente, productos, ideas y capital por el territorio nacional. La circulación e integración fluirían más fácilmente por medio de las regiones con la imposición de la homogeneidad de la moneda, de las unidades de peso y medida, de la lengua, de la moralidad y de los valores. Caminos, canales, puertos y una infraestructura educativa le permitirían a la Nueva Granada convertirse en el centro internacional que debería ser. Los oficiales provinciales llegaron a Bogotá y volvieron a sus ciudades. Pero desde Bogotá aquellos inauguraron instituciones educativas y sociedades científicas que más tarde establecerían a esta ciudad como un centro crítico de circulación para las generaciones futuras de líderes de otras regiones del país. El capítulo demuestra que este proyecto cultural de circulación, compartido por élites de las variadas provincias de la Nueva Granada y cuyas lealtades se entrecruzaban en el espectro de los partidos políticos, marcó un momento decisivo en la invención neogranadina del nacionalismo³⁹. Así, se desafían las lecturas de las décadas de 1840 y 1850 enfocadas en el caos, la inestabilidad, el desprendimiento de las élites y las supuestas divisiones ideológicas entre liberales y conservadores o entre federalistas y centralistas⁴⁰.

    Este consenso bipartidista desarrolló un proyecto de circulación que sobre todo apuntaba hacia dentro. Las élites poscoloniales de mediados del siglo no mostraron ningún interés en conectarse con mercados mundiales a través de economías de plantación para la exportación. Para ellos, esta orientación hacia fuera era un legado colonial que se debía superar⁴¹. Estas élites estaban al tanto del experimento contemporáneo norteamericano de una república que apostaba por la exportación, respaldada por la esclavitud racial industrializada. Los hispanoamericanos tenían muchas noticias sobre el reino del algodón en Estados Unidos⁴². Varios hispanoamericanos rechazaron este modelo abierta y enfáticamente y abogaron por la emancipación de los esclavos y por la abolición de la esclavitud. Las élites de la Nueva Granada se veían a sí mismas mejor posicionadas que las de los Estados Unidos para ir a la vanguardia en el mundo del republicanismo.

    El capítulo también contribuye a los estudios que buscan mostrar cómo el espacio, el lugar y el entorno siempre han sido culturalmente producidos, socialmente negociados e históricamente cambiantes⁴³. Esto lo hace al ilustrar cómo este proyecto cultural compartido de mediados de siglo condujo a la invención de una función circulatoria del espacio, a través del entrenamiento geográfico y cartográfico que recibieron las generaciones siguientes en el Colegio Militar. Una lectura profunda de la cartografía que produjeron estos cadetes revela el tipo de significado cultural, económico, tecnológico, espiritual y de género que convirtió a Bogotá en la capital que fomentaría la circulación de ideas por todas las regiones neogranadinas. Algunos estudiantes del Colegio Militar fueron más allá de las tareas requeridas y dibujaron planos de lugares imaginados que señalaban la historia y el lugar geopolítico de la Nueva Granada. De esta manera, se reveló aún más el notable compromiso de estos actores con las tendencias mundiales que afectaban las realidades de la república.

    El tercer capítulo empieza con el análisis de una tarea crítica que enfrentaron los graduados del Colegio Militar: la medición y partición de las tierras comunales de las comunidades indígenas. Los esfuerzos por privatizar las tierras comunales de los indígenas encontraron obstáculos significativos en toda la América hispánica⁴⁴. Entre las razones más citadas para las demoras estaba la carencia de conocimiento y de entrenamiento de los agrimensores⁴⁵. La Nueva Granada no era distinta. Este capítulo muestra cómo, a mediados del siglo, los graduados del Colegio Militar, los mejores de los mejores, estaban listos para asumir esta tarea. No obstante, estos expertos bien entrenados fallaron de manera evidente. El capítulo contextualiza estas fallas, al explorar la invención de mediados del siglo del indígena, que reemplazó la categoría de casta de la era colonial vilipendiada por los republicanos: el indio. Los republicanos denunciaron repetidamente al Estado colonial, acusándolo de ineficiente y corrupto. El miserable indio, bajo la Corona española, sufrió la explotación del tributo y estuvo sumergido en la ignorancia a través del asentamiento en resguardos o tierras comunales de los pueblos nativos. Los indígenas serían diferentes. El Estado republicano enviaría agrimensores entrenados en leyes que regulaban la administración de tierras de indígenas, en trigonometría, en aritmética y en un cálculo republicano de la equidad, para asegurar que las reparticiones de las tierras comunales entre las comunidades indígenas fueran equitativas de acuerdo con el ambiente, los usos del suelo y las relaciones sociales. En este proceso, los líderes republicanos recurrieron a los términos legales de la época de la monarquía española, especialmente al término indio miserable, que otorgaba ciertos derechos, para señalar que los indígenas, bajo el Imperio español, sufrieron como tales. Esta invención decimonónica del indígena miserable no solo sería útil para los republicanos que buscaban privatizar los resguardos, sino también para aquellos que quisieran proteger a los indígenas retrasando la partición. Las familias de las élites indígenas que buscaban mantener el control sobre las tierras de los resguardos, los nativos de las clases populares que pretendían una medida de sustento para sus familias y sí mismos así como vecinos mestizos y élites crearon el tropo del indígena para sustentar sus casos. El capítulo rastrea cómo, desde la década de 1820 hasta la de 1870, el Estado republicano produjo una plétora usualmente contradictoria de legislación, decretos presidenciales y dictámenes jurídicos que reflejaron estas tensiones causadas por los resguardos de indígenas.

    Los ingenieros y agrimensores que repartirían las tierras de resguardo debían estar bien versados en estas leyes. Nuevas generaciones de agrimensores también aprendieron un cálculo elaborado y original de equidad republicana, que concedería parcelas de tierra de igual valor a todos los miembros de las comunidades indígenas. Estas tecnologías y prácticas científicas innovadoras transformarían la Nueva Granada y el resto de la América hispánica que implementó este cálculo en la vanguardia democrática que pretendían ser. Así, el capítulo desafía las interpretaciones históricas que caracterizan a los hispanoamericanos del siglo

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    como élites racistas que deseaban imponer inútiles modelos extranjeros —la privatización de la tenencia comunitaria de la tierra— a las realidades locales⁴⁶. Sin embargo, las medidas radicales que desarrollaron para las realidades locales se encontraron con una resistencia abrumadora. Pero, notablemente, esta resistencia no se tradujo en grandes guerras civiles. Más bien, se buscó la resolución del conflicto a través de los variados mecanismos emergentes del Estado en los ámbitos locales, provinciales y nacionales. Con frecuencia estos mecanismos favorecieron los intereses de las élites blancas, pero las élites de las familias indígenas que habían mantenido el control sobre el uso de las tierras de resguardo también encontraron vías para defender sus intereses. Asimismo, las hallaron las familias vecinas de blancos y mestizos que reclamaban derechos sobre las tierras de resguardo, al igual que las mujeres indígenas, muchas de ellas pobres y solteras, que buscaron formas de asegurar el sustento de sus familias a través de reclamos sobre las tierras de resguardo. El sistema descentralizado y multipolar de justicia les dio esperanza a todos los querellantes. A través de la litigación, se reforzó la legitimidad del Estado republicano. Esta forma de legitimación por arbitrio tuvo una sorprendente similitud con las formas de funcionamiento del Estado colonial⁴⁷. Por otro lado, el capítulo demuestra que, a pesar de su experticia, los intentos de agrimensura de los egresados del Colegio Militar no fueron exitosos. La división de la provincia de Bogotá en jurisdicciones provinciales más pequeñas, junto con el conflicto por la inclusión o la exclusión en los censos de los resguardos de indígenas, llevó a que los resguardos a cargo del Colegio Militar estuvieran en litigio hasta

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