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Amenaza Submarina
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Libro electrónico324 páginas4 horas

Amenaza Submarina

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Océano Pacífico, diciembre de 2022. El submarino "Thomson" detecta un contacto submarino en mar territorial, hecho que pone en tensión las relaciones internacionales. Paralelamente en Chile, en pleno proceso constitucional, una eligrosa organización narcoterrorista, liderada por el enigmático "Puma", se prepara para recuperar las tierras ancestrales de su pueblo. En tanto que en China se lleva a cabo la construcción de una nave secreta, destinada a ambiar el curso de la historia.

Tres hermanos, un empresario, una periodista y un marino, se verán envueltos en un peligroso juego de corrupción, delincuencia, poder e intriga, y harán todo lo posible por develar los secretos que se esconden tras la fantástica figura de un submarino mercante.

Sumérgete en esta apasionante novela, que mezcla los últimos acontecimientos vividos en Chile con una historia de ficción que te cautivará desde el primer momento y que te hará reflexionar sobre el rumbo que está llevando nuestra
sociedad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 sept 2023
ISBN9789564062723
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    Amenaza Submarina - Pablo Stuardo

    PRÓLOGO

    Son las 03:43 de la madrugada del 14 de diciembre de 2022, en algún lugar al sur del paralelo 50º00,0’ S del océano Pacífico, a 250 metros de profundidad, cuando el oficial de guardia ordena despertar de inmediato al comandante del submarino Thomson, uno de los cuatro submarinos que posee la Armada de Chile. Tan pronto se apersona el comandante en el departamento Central, desde donde se dirigía tácticamente el submarino, este le informa que en las pantallas del sonar se observan unas líneas características, indudablemente atribuibles al ruido producido por los hidroplanos de un submarino, según le ha notificado Jorge, el serio y experimentado supervisor de sonares.

    Gabriel, el jefe de guardia, ordena establecer patrulla ultrasilenciosa, cubrir puestos de combate y preparar el tubo 2 para lanzamiento urgente, mientras se mantiene atento al rumbo, para no perder el contacto de sonar recién detectado.

    Ya en sus puestos de combate, nadie se mueve en el submarino. Las respiraciones de cada miembro de esa noble y valiente dotación pueden sentirse a metros de distancia. Todos se encuentran atentos a las órdenes del comandante, quien, empuñando fuertemente la mano derecha en su bolsillo, intenta contagiarles la tranquilidad y serenidad necesarias en ese momento, característica habitual y muy arraigada en los comandantes de los submarinos chilenos.

    En el interior del submarino, tenuemente iluminado con una luz roja incandescente, se acentúa la brillantez de las gotas de sudor que emana el oficial de armamentos, quien a lo largo de toda su carrera se ha preparado para efectuar el lanzamiento de tan temibles armas: los torpedos.

    Luego de doce minutos de una eterna espera, el ruido se desvanece, sin embargo, la alerta de la dotación se mantiene intacta. El operador táctico indica que, según el traqueo efectuado, la velocidad del posible submarino sería de veintitrés nudos. Por este motivo, el oficial de guardia, confiando ciegamente en la recomendación del operador lo clasifica como posible submarino nuclear.

    Tras el desvanecimiento del contacto submarino, comienza a desaparecer la tensión que imperaba en los puestos de combate. En ese instante, Gabriel, más liberado de la tensión inicial, comienza a meditar. ¿Quién iba a imaginar que la operación de fiscalización a la que estaba asignado el submarino, para lograr obtener evidencias de que la gran flota pesquera china se encontraba pescando dentro de la zona económica exclusiva de Chile, iba terminar en la apertura de una de las tapas exteriores de los tubos lanzatorpedos, comandada mediante uno de los sistemas de control de fuego más modernos de las Armadas de Sudamérica?

    Sin duda estos son los tipos de experiencias que apasionan a todo submarinista, y Gabriel, sumido en sus pensamientos, se imagina las caras de sus compañeros de curso en la Escuela Naval, cuando pudiera contarles los hechos recién vividos. Esos gratos pensamientos cesan de golpe, luego de que el segundo comandante le llamara la atención porque el submarino se encuentra a doscientos cuarenta y cinco metros de profundidad y no a los doscientos cincuenta metros ordenados, por ser la mejor profundidad de escucha, de acuerdo con el perfil bativelocígrafo negativo que predominaba en ese momento.

    El comandante del submarino, el capitán de fragata Stuart, tras experimentar una situación tan tensa como las cuerdas de un violín bien afinado, se sienta en su escritorio, ante la soledad que le impone el mando, a tratar de imaginar la cronología de todas las acciones futuras que experimentarían no solo él, su dotación o su patria, sino también el mundo entero.

    CAPÍTULO I

    Se vivía una mañana húmeda en el aeropuerto internacional Arturo Merino Benítez, de la ciudad de Santiago. Llamaba la atención que a finales de noviembre el clima todavía no estuviese tan cálido como otros años en esa misma fecha. Gabriel, un joven oficial de marina, de estatura baja, pelo negro y piel morena, se encontraba sentado en la sala de espera, aguardando la salida del vuelo LATAM 065 con destino a Río de Janeiro. Esperaba con la ansiedad que lo caracterizaba y que llevaba cultivando hacía ya diez años, desde que era un joven cadete en la Escuela Naval de Chile, tratando de terminar todas sus tareas a tiempo y de cumplir las órdenes encomendadas de la manera más eficiente posible, intentando ser digno de honrar el lema de tan prestigiosa institución: Honor y Patria, Eficiencia y Disciplina. Sin embargo, esta característica que aparentemente lo caracterizaba como un profesional eficiente, se transformó en una debilidad al momento de ejecutar sus cursos de calificación de submarinos, en que la paciencia del cazador es fundamental para lograr obtener el rendimiento de un complejo sistema de armas y especialmente de hombres esperando las mejores decisiones en el momento oportuno.

    En Río de Janeiro se celebraría la feria Expo Naval Brasil, evento que reuniría a múltiples empresas del rubro armamentista marítimo y universidades con proyectos de investigación relacionados con el mar. Dicho evento, con una duración de tres días, representaba una excelente oportunidad para que oficiales de las Armadas de toda la región se conocieran, establecieran vínculos y estuvieran al tanto de las nuevas y futuras tecnologías que marcarían el devenir del mundo naval. Gabriel fue seleccionado para asistir, lo que le permitiría relacionarse con los oficiales de la Armada brasileña que conformaban parte del equipo de desarrollo nuclear en los nuevos submarinos de ese país.

    Gabriel había sido designado recientemente como el futuro oficial de la Armada chilena en encargarse del proyecto de construcción de submarinos nucleares en Asmar, Astilleros de Chile, como parte del programa que había instrumentado el Gobierno. Se le asignaba la tarea del desarrollo de tecnologías espaciales e inteligencia artificial a la Fuerza Aérea, ciberdefensa al Ejército y energía nuclear a la Armada. Su propósito en ningún caso implicaba la producción de armamento nuclear, en concordancia con las políticas internacionales de no proliferación de armas nucleares. Sin embargo, se determinó que para el año ٢٠٣٦, Chile debería contar con un reactor nuclear a bordo de un submarino, que le permitiera alimentar eléctricamente a toda la ciudad de Santiago.

    Mientras esperaba, se tocó los bolsillos de su clásico pantalón jeans de color azul, para chequear que tuviese su billetera y pasaporte con él. Una manía que había heredado de su padre, quien constantemente verificaba la presencia de sus documentos y llaves en sus bolsillos. Luego, para combatir la ansiedad y el aburrimiento en la espera, abrió su mochila negra para sacar el libro que estaba leyendo. Verlo le produjo una sensación de tranquilidad, ya que aún le quedaban aproximadamente un cuarto de las páginas para terminar una de las aventuras de Jack Ryan.

    Cuando se preparaba para iniciar la lectura de su libro —actividad que representaba uno de sus hobbies—, inclinó la cabeza en dirección a la televisión que se encontraba a su derecha, al reconocer la voz de su hermana Montserrat, famosa periodista de un canal de noticias. Se encontraba escoltada por Carabineros, reportando en vivo y en directo una de las protestas que se estaban efectuando en plaza Baquedano, lugar que se encontraba situado en el corazón de Santiago. Se llamaba así para conmemorar a uno de los generales que llevó a Chile a la victoria en la guerra del Pacífico y que permitió que actualmente dentro de nuestro territorio se encontraran los yacimientos de cobre más grandes del planeta, los cuales sostienen la economía de esta nación. Probablemente si no hubiese sido por aquella guerra, no seríamos el país que somos en este momento reflexionó Gabriel.

    Las protestas venían generándose desde hace unos años, producto de un sentimiento de desigualdad percibido por la población, el cual desencadenó una serie de hechos que lograron finalmente que se efectuara un proceso de cambio de Constitución. Esta nueva Carta Magna debía estar terminada en noviembre del año 2022 y sería redactada por una serie de ciudadanos y personajes elegidos por votación popular, y aprobada mediante un referéndum final de salida. Quedaban solo tres semanas para este evento democrático, que permitiría aprobar o rechazar la propuesta, y hasta el momento esta no contenía todas las medidas prometidas por los políticos y líderes del movimiento constitucional. Representaba mucho mejor a las minorías que a las mayorías, con lo que dividía más que unía al país.

    La periodista se encontraba a un costado de la plaza, relatando los desmanes que estaban produciendo un grupo de jóvenes encapuchados. Estos, más que pacíficos protestantes, parecían expertos en bombas incendiarias y construcción de estructuras de combustibles en base a neumáticos para confeccionar barricadas. Hasta podrían haber llegado a ser campeones olímpicos en la prueba lanzamiento de la bala, debido a la técnica y fuerza utilizada para lanzar proyectiles a los blancos móviles de color verde, los carabineros. Por su parte, las fuerzas de Carabineros intentaban incansablemente repeler a este verdadero ejército que parecía organizado por profesionales, sin mucha eficiencia.

    El paisaje estaba representado por edificios con protecciones de metal en sus accesos, rayados con grafitis y frases en protesta contra el Estado opresor, reclamando toda la injusticia producida por los militares, los machistas, los sacerdotes, los empresarios y todo gremio que no siguiera fielmente los sentimientos de igualdad de género e igualdad de clases para todos. O se estaba dentro del club o se era un enemigo al cual había que combatir de forma armada, legado de los gobernantes marxistas como Guevara, Fidel y Hugo, quienes mantenían un discurso que traspasó fronteras, incluyendo la imponente cordillera de los Andes. En Chile este discurso se posicionó en una porción minoritaria de la sociedad chilena, que en un principio fue mirada con cierto desprecio y que fue víctima de mofa por defender sus ideales socialistas. Sin embargo, hasta la presente fecha habían logrado la movilización de más de dos millones de santiaguinos para protestar a favor de la elaboración de una nueva Constitución. Era un triunfo magnífico para ellos.

    Montserrat, una chica de 1,65 metros, esbelta, de tez clara, se encontraba con su pelo castaño recogido, el cual le hacía lucir aún más sus lentes que les permitían ver con claridad las formas y colores que se presentaban ante su vista. Ella sabía que todos los que habían asistido a la marcha por la nueva Constitución, al final, serían los responsables del deterioro de la economía del país y del aumento exponencial de la delincuencia y el narcotráfico. Aquella era una fórmula que se había repetido en casi todos los países de Latinoamérica a través de los años, y ella lo sabía muy bien, tras dilatados años de estudio en la universidad.

    Se arreglaba la chaqueta corporativa que hacía juego con sus zapatillas y con sus pantalones estilo militar color caqui, especiales para la faena reporteril, cuando de manera abrupta le arrebataron el micrófono. Se trataba de Mauricio Antilao, un hombre de aproximadamente treinta y cinco años, con claros rasgos indígenas, vistiendo una polera negra con el símbolo del Kimeltuwe en el torso. Ese logo, en la actualidad, era similar al del Wallmapu, que representa el antiguo territorio de los mapuches, pueblo originario de Chile caracterizado por su espíritu guerrero y porque nunca permitió que los conquistadores españoles hicieran posesión de sus tierras.

    Llamaba la atención la forma de hablar de este individuo, quien era uno de los miembros de la Convención Constitucional, organismo seleccionado para redactar la nueva Constitución de Chile. Se encontraba agitado como si quisiera expresar algo contenido al interior. Las palabras comentadas por este líder indígena fueron cortas:

    —El Kimeltuwe renacerá bajo el alero de la mayor potencia mundial y en el territorio más rico del planeta.

    Luego soltó el micrófono y se dirigió al vehículo Mercedes Benz que se encontraba a tan solo unos metros de distancia. Ahí, un musculoso hombre vestido elegantemente le abrió la puerta, permitiendo que el sujeto se introdujera y dejara de verse, debido a los vidrios polarizados.

    Montserrat, un tanto desconcertada por la imprudente intervención de este constituyente, tras haberle arrancado el micrófono lo miró con actitud de protesta. Sin embargo, él rápidamente se alejó, mirándola con una sonrisa incontrolablemente maliciosa, como si estuviese bajo un trance o efectos de alguna droga. La periodista decidió no darle mayor importancia al hecho y continuar con su nota informativa. Igor, uno de los miembros de su equipo periodístico, la miró y le preguntó:

    —Montse, ¿qué es lo que te ocurre? ¡Estás pálida!

    Ella, un tanto distraída y nerviosa, replicó:

    —Nada, es solo que ese tipo es un imprudente, me arrebató el micrófono solo para decir una frase muy extraña, casi ridícula. Solo estoy tratando de asimilar qué hay detrás de todo esto.

    Su compañero le sugirió que diera rápidamente vuelta a la página y se dispusieran a finalizar la nota. Con cada minuto que pasaba, aumentaba el riesgo de ser heridos por los delincuentes que, desde hacía algunos días, dormían, comían y vivían en ese sector de la capital.

    Las palabras recién pronunciadas por el agitador político no fueron percibidas por Gabriel, quien se encontraba un tanto distraído, ya habituado a escuchar discursos de políticos con mensajes descabellados y sin fundamentos. Sin embargo, su hermana Montserrat, quien acababa de sufrir el contratiempo, sintió un pálpito que la puso nerviosa por un par de segundos, mientras recordaba y se repetía las palabras recién escuchadas para aprendérselas de memoria. ¿Qué había querido decir ese sujeto con aquella frase y en un contexto tan extraño? ¿O quizás sería una señal para alguien, a través de las pantallas televisivas? No, eso había sido demasiado extraño, como de películas. Montserrat decidió seguir el consejo de su compañero y dar vuelta rápidamente la página.

    Al finalizar la nota, no obstante, la periodista se dirigió a su departamento, se preparó una taza de té e inmediatamente se dispuso a buscar en Internet la frase, y a investigar al señor Antilao, personaje que le llamó profundamente la atención.

    CAPÍTULO II

    Ana Meriño, una hermosa venezolana, era hija de uno de los excomandantes en jefe de la Armada de Venezuela, de quien nadie se podía explicar cómo pudo llegar a tan alto cargo, debido a su permanente oposición al régimen chavista dirigido actualmente por Nicolas Maduro. La única posible explicación a dicho enigma se resume en la frase mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca aún, complementado con su fuerte carácter, que no lo frenaba ante la necesidad de decirle al presidente, y a cualquier persona de su entorno cercano, lo que pensaba, aunque ello le significara un momento incómodo. Esa convicción moral le permitió dirigir la institución naval de ese país, que se encontraba en fuerte decadencia, como consecuencia de la pésima situación económica reinante.

    Durante su gestión trató siempre de mantener a sus subordinados lo más alejados posible de la escena política. Lidió con aquella situación con tenacidad, pero, tras solo un año ejerciendo el mando, se vio forzado a dimitir de su cargo, tras mantener una marcada diatriba con su jefe inmediato, el ministro de Defensa. Esto, como consecuencia de una sanción disciplinaria que el almirante Meriño impuso al comandante del buque escuela Simón Bolívar por realizar un discurso con cargado sesgo político durante la conmemoración del aniversario del velero insignia de la Armada.

    Meriño siempre había sido un hombre de fuertes convicciones morales y creía fervientemente que, al exponer sus puntos de vista con fundamentos y críticos razonamientos, podría generar cambios y adeptos a sus altos ideales institucionales. Pero pronto se convenció de su error. Por tal motivo, decidió retirarse de la institución a la que le había brindado treintaiocho años de su vida y, junto a su esposa, emprendió viaje a los Estados Unidos de América, debido a que en ese país habían estudiado sus hijas en el pasado reciente. Allí pudo encontrar un lugar cómodo y tranquilo donde vivir, disfrutando de las bondades que ofrecía ese gran país del norte del continente.

    El carácter singular de la hermosa Ana, heredado de su padre, junto a su impresionante inteligencia analítica, contribuyeron a que llegara a convertirse en una de las más prestigiosas gerentes de la empresa aérea LATAM, fusión entre las antiguas aerolíneas LAN, chilena, y su contraparte brasileña, TAM. Estas, a partir del año 2015 generaron una alianza estratégica que se ha mantenido hasta el día de hoy.

    Esta alta ejecutiva era la encargada de supervisar todos los procesos logísticos y cadenas de abastecimiento de la empresa, logro que la hacía sentirse orgullosa, puesto que, a temprana edad, lideraba una de las compañías más importantes de la región. Su ascenso meteórico en la empresa fue apoyado indirectamente por la pandemia del COVID-19, la cual afectó significativamente a la aerolínea. El antiguo equipo directivo no había sido capaz de afrontar la situación de manera agresiva y adecuada, dejando un déficit financiero que por poco produjo el declarar a la empresa en bancarrota. Esa situación impulsó la generación de una renovación total de la directiva de la compañía, lo cual facilitó enormemente que Ana escalara a dicha posición.

    Ana representaba una fusión exquisita entre el carisma caribeño y la ambición norteamericana, dado que a temprana edad tuvo la oportunidad de continuar sus estudios universitarios en Estados Unidos. Ahí se había distinguido como la mejor alumna en todas las clases, lo que le permitió obtener múltiples becas y, una vez graduada, iniciar su profesión al servicio de grandes compañías privadas norteamericanas. Pero no todo eran números para Ana. Su inteligencia se complementaba además con su atrevida y sensual forma de bailar. A través de los tacones, que la hacían parecer incluso más alta de lo que en realidad era, movía sus caderas de una forma que enamoraba hasta al más frío e indiferente hombre del planeta.

    Esta atractiva e inteligente caraqueña de treinta y dos años era alta, de contextura delgada y con caderas similares a las de la más fina guitarra clásica. Tenía una nariz recta y puntiaguda, que hacía un interesante juego con sus ojos de color verde aceituna intenso, los cuales contrastaban perfectamente con su piel blanca y ligeramente bronceada.

    Ese día se encontraba en la ciudad carioca de Río de Janeiro disfrutando de sus bondades y cálidas playas, luego de culminar unas agotadoras reuniones con ejecutivos locales de la aerolínea, frente a su lujoso departamento ubicado en el área de Barra de Tijuca, donde en los próximos días cumpliría su primer año de estadía en esa hermosa ciudad.

    Mientras se encontraba tomando sol, recibió el llamado de su mejor amigo, Javier, a quien conocía desde sus días en la universidad. Ambos compartieron algunas clases en común y, dada la mutua obsesión por obtener los mejores resultados académicos, generaron una sana competencia que a la postre desencadenó en una estrecha y genuina amistad. Por medio de aquella amistad, Javier conoció a Daniela, hermana de Ana, quien tiempo después se convirtió en su esposa. Unieron sus vidas en matrimonio a los pocos meses de conocerse, y de esa fusión surgieron sus dos hijas, Bianca y Bárbara. A esas hermosas niñas les tocó crecer en un mundo convulso, azotado por la pandemia, por las guerras en Europa, el calentamiento global, las discriminaciones a las mujeres en Medio Oriente, las crisis sociales y todos esos problemas que caracterizan nuestra época. Pero Javier y Daniela no permitían que esas cotidianas circunstancias globales afectaran el crecimiento y desarrollo de sus niñas. Ambos trataban de que crecieran como las más felices del planeta.

    Ana contestó la llamada y tras los saludos correspondientes, Javier le contó que lo habían invitado a una cena de gala en el marco de una feria marítima que se estaba desarrollando en esa ciudad y que él, lamentablemente, no alcanzaría a llegar a tiempo. Había sufrido un retraso en Dubái, al ir a comprar el regalo de su aniversario de matrimonio, el cual lo había obtenido a través de un acuerdo con un importante jeque árabe. Era un precioso anillo de diamantes, digno de la esposa de unos de los mayores inversionistas del planeta. El exclusivo anillo lo obtuvo tras una reunión que sostuvo a bordo de un lujoso yate perteneciente a Cristian, un amigo de la familia, quien además era su capitán. La figura de Cristian era fácilmente reconocible, debido a que lucía una abundante barba roja y tenía una pata de palo. En realidad era una prótesis muy moderna de fibra de carbono, que comenzó a usar a los veinticuatro años cuando, surfeando en las costas de Hawái, lo mordió un tiburón y por ello debieron amputarle la pierna a una altura de unos diez centímetros por debajo de la rodilla derecha.

    Javier sabía que no debía interrumpir al jeque cuando contaba las aburridas historias acerca de la fortuna de su familia, ya que podría afectar unas excelentes y muy elaboradas relaciones que valía la pena mantener con esa familia. Mientras escuchaba las rutinas de entrenamiento que los domadores de tigres aplicaban a sus mascotas, Javier decidió que no asistiría a la invitación que le había hecho Joao, un inversionista brasileño, quien además era uno de los organizadores de la feria naval. Mientras tanto continuó tomando pequeños sorbos de uno de los más caros y exclusivos coñac. De allí su retraso en tomar el vuelo a Brasil.

    La cita se demoró alrededor de tres horas, lo que significaba que, ni siquiera volando en su avión privado de lujo, un Boeing B747-8, llegaría a Río de Janeiro a tiempo. Actuando en consecuencia, se puso en contacto con Joao para avisarle que no alcanzaría a llegar a tan importante cita, sin embargo, le informó que en su representación asistiría una muy buena amiga suya, casi tan inteligente como él y muy atractiva, por lo demás.

    —Pero, Javier, ¡cómo haces eso sin siquiera preguntarme! —exclamó Ana.

    —Créeme que eres la única persona a la que dejaría que me representase en algún evento como este. Tú sabes que para mí es importante conocer a los señores de la guerra. Además, no me puedes decir que no —replicó Javier.

    —Está bien, lo haré solamente porque tú me lo pides. Cuida a mi hermana y dile que responda a mis mensajes de WhatsApp —le contestó Ana.

    —Está bien. El evento es mañana viernes a las ocho de la noche en el club de yates de Río de Janeiro. No olvides ser puntual. Bye —sucintamente se despidió Javier.

    Después de cortar la comunicación, Ana, sin entusiasmo de asistir a ningún evento social, continuó disfrutando de la playa, arreglándose su bikini amarillo que permitía ver gran parte de su piel blanca-canela. Se dirigió al agua para refrescarse, tocándose su negra cabellera, para luego volver lentamente, luciendo su figura, a tomar sol boca abajo. Mientras, recordaba las excelentes historias que le contaba su madre cuando regresaba de las cenas navales, cuando su padre era militar activo. Siempre destacaba la comida y lo bien que se pasaba en los eventos de marinos. Esto le produjo una sensación de ligero entusiasmo, que la motivaba para asistir al evento en el que la habían comprometido, sin siquiera haberle preguntado.

    Después de un cuarto de hora, Ana recogió su toalla, la guardó en su lujoso bolso beige de tela biodegradable, se limpió la arena de los pies y se dirigió caminando a su departamento. A lo lejos divisó un avión de la compañía LATAM, que le hizo meditar sobre el estruendoso ruido que producían los aviones que llegaban a la ciudad.

    CAPÍTULO III

    Uno de los principales y más jóvenes inversionistas del mundo era Javier, un inmigrante chileno radicado en Estados Unidos, quien a través de la perseverancia, la autoexigencia y la obsesión se transformó en uno de los hombres más millonarios del mundo. A la temprana edad de trece años llegó a Norteamérica a cursar un año en high school, donde no entendía ni una palabra de lo que se hablaba, pues realmente nunca había puesto atención a las clases de inglés en el colegio de su Chile natal.

    Dado que siempre estuvo atraído por el dinero, se acostumbró a ingeniárselas para conseguir de manera lícita dinero que le permitiera mejorar su calidad de vida. Sin embargo, para lograrlo tempranamente comprendió que no bastaba solo con esforzarse haciendo lo mejor que uno puede durante cuarenta horas semanales. Así pues, decidió dedicar sus veintes a trabajar veinte horas diarias, siete días a la semana, jurando que, si a la edad de treinta años no era millonario, se suicidaría.

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