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Código Celuvaris: Código Celuvaris
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Libro electrónico99 páginas1 hora

Código Celuvaris: Código Celuvaris

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Un grupo de futbolistas queda envuelto en un conflicto internacional relacionado con el terrorismo y las drogas. Los estallidos sociales se propagan en el mundo como la peste negra. A cada instante se siente más viva la amenaza nuclear. Es una situación límite para todas las potencias de Europa, por lo cual exigen que las Naciones Unidas convoquen su última arma: El Código Celuvaris, un escuadrón secreto que jugará un papel fundamental en la lucha contra el Dáesh y su nuevo aliado, el mafioso japones Takato Oleguza. Una historia de guerra y espionaje, de valor y amistad a toda prueba, en donde sus protagonistas se verá enfrentados a una vertiginosa carrera contra el tiempo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 mar 2024
ISBN9789569641961
Código Celuvaris: Código Celuvaris

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    Código Celuvaris - Cristopher Johnson

    Mi pasado me condena

    Mi nombre es Otaru Namiya y soy un jugador profesional. Actualmente vivo en la ciudad de Sevilla. El verano había puesto a prueba mi resistencia física con temperaturas que bordeaban los 41°, y que no se dignaban a bajar ni siquiera durante las noches. Los futbolistas esperábamos que terminara el mes de julio para jugar la próxima temporada.

    Si bien he pasado por situaciones que uno podría llamar difíciles, hasta ahora me mantenía saludable, completamente enfocado en los retos que tenía por delante. Las experiencias traumáticas aún no me superaban. Sin embargo, casi toda mi familia fue asesinada por el frío guante de las mafias japonesas. Cuando cumplí catorce años, mi madre decidió sacarme de ese mundo a pesar de que pagaba las cuentas, y entonces el clan Tanase mató a mis padres y a una de mis hermanas durante un atentado en la aduana, mientras la otra —llamada Cereza— resultó gravemente herida. Con el tiempo descubrí que esta bomba solo tuvo como finalidad hacerme entender lo frágiles que éramos. A Cereza le amputaron la pierna derecha y lo demás quedó aparentemente en el olvido: la policía nunca investigó nuestro caso por temor a las represalias, ya que los narcos estaban por encima de ellos en la cadena de mando de Tokio. Este hecho me hizo madurar a la fuerza para hacerme cargo de la niña, que en ese entonces tendría unos siete años.

    Por eso asumo que le he fallado a demasiada gente, y desde muy joven comprendí que nuestro pasado nos condena cuando nos quedamos de brazos cruzados ante la injusticia.

    La ley del karma vive en mi pecho.

    Ya llevaba dos años defendiendo los colores del Sevilla como volante central, aunque también podía hacerlo adecuadamente por la banda izquierda, ya que evolucioné como jugador ambidiestro. Por lo general prefería disparar al arco desde lejos. Mi camiseta llevaba estampado el número catorce y, como se dice en el camarín, cada partido era una batalla distinta.

    Para ser franco, todo eso del fútbol me importaba un soberano carajo, dado que solo me interesaba salvar lo que quedaba de mi familia: Cereza, a quien le juré que siempre cubriría sus necesidades económicas. Mi talento nos había ayudado a sobrevivir en España, y esperaba que algún día en Inglaterra.

    Cuando me ponía a reflexionar sobre mis errores pasados, asumía que muchos de ellos sucedieron por culpa de mi inmadurez. Yo era un pendejo que se creía perfecto hasta que ocurrió lo del atentado en Tokio. Después de eso comencé a vivir un proceso oscuro y solitario. Me costaba mucho confiar en las personas.

    Pero finalmente comprendí que las desgracias no se desatan por arte de magia, sino que consisten en una sucesión de eventos que desembocan en algo terrible. Esta revelación me hizo sentir redimido, aunque todavía buscaba al culpable de aquellos crímenes. Por alguna extraña razón lo veía apuntando sus dardos hacia mi persona, pues ya conocía sus métodos para atraer a las ovejas descarriadas, por muy lejos que llegaran.

    Siempre he tenido una teoría, aunque evitaré decir su nombre para no darle ningún crédito al hijo de puta asesino: a mí simplemente me usaron como cebo para que respondiera por todos sus crímenes. Pero salí más duro de roer de lo que él esperaba, y como medida de precaución aprendí a hacer contactos y armas hechizas, municiones y otras cosas por el estilo. Como decía mi padre, «hay que estar preparado para defenderse en este mundo de mierda».

    En Japón la policía investigó nuestro caso de una manera muy peculiar que rayaba en la apatía, lo cual me obligó a enfrentar un duro proceso judicial que se extendió más de la cuenta. Pero como luego empezaron a fallecer los otros testigos, abandoné todo el asunto y escapé junto a mi hermana. Esto nos llevó a explorar posibilidades en lugares tan inesperados como Europa, donde fuimos recibidos por una desagradable ola de calor que nos obligó a ingresar por el noreste de Alemania, Holanda, Bélgica y Francia; todo en un buque de carga, viajando como polizones junto a una pila de pescados con olor a basura. Tuvimos la suerte de que el capitán no nos denunciara, y que su mujer, que era enfermera de una clínica española, nos tendiera la mano en ese momento tan crítico, ayudándome a aprender español para que no me deportaran.

    Yo no iba a dejar que el puto destino me sometiera, ya que tampoco me consideraba una de esas personas a las que se les pasaba la vida. A pesar de lo sucedido, no renegaba del dolor y lo que sobrevenía de él, incluyendo la amargura, pues de ahí emanaba mi fuerza.

    Si alguien supiera lo que tuve que hacer para limpiar mis papeles, estoy seguro de que me encerrarían en una de esas cárceles infranqueables, hechas para la escoria de la sociedad.

    Lo confieso: sé quitar una vida. Hoy tengo veinticuatro años, pero ya me siento curtido por el fuego de la determinación, del empeño y el afán de ganar algo más que un partido.

    Seré joven, pero también me considero afortunado, un superviviente de la adversidad. Y no me quejo, pues este partido recién comienza.

    Lo demás llegará con el tiempo.

    Capítulo I: La reunión

    En Europa el fútbol se había tomado un merecido receso. Digamos que no se trataba de un buen período social, ya que la comunidad de Andalucía en Sevilla evidenciaba muchos prejuicios relacionados con temas religiosos. Había un grupo en particular que me daba pésima espina, y aunque no era mucho lo que se sabía con respecto a su procedencia, la mayoría estaba al tanto de su vínculo con el Dáesh, el Estado Islámico de musulmanes violentos.

    Como los futbolistas profesionales nos veíamos forzados a cumplir con un estricto régimen y entrenamiento, tarde o temprano cayeron sobre nosotros los ojos de la milicia ibérica. Un día viernes recibí el llamado de una importante autoridad política, felicitándome por haber sobrevivido en el puto infierno para convertirme en

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