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Ajustando Sentidos: Maneras de encajar en tierra ajena
Ajustando Sentidos: Maneras de encajar en tierra ajena
Ajustando Sentidos: Maneras de encajar en tierra ajena
Libro electrónico135 páginas1 hora

Ajustando Sentidos: Maneras de encajar en tierra ajena

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¿Hasta cuándo es ajena una tierra? De esa interrogante parece partir este magnífico y singular tejido de escrituras en torno a las formas de concebir la propia extranjería hasta hacer de ella una nueva identidad. Aquí, Houston no es solo el paisaje o la cultura en la que suceden estos devenires, sino todo

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento23 mar 2024
ISBN9781685746681
Ajustando Sentidos: Maneras de encajar en tierra ajena

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    Ajustando Sentidos - Wórale Escritores

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    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño de portada: Silvia C. Pérez

    Diseño y maquetación: Diana Patricia González Juárez

    Ilustraciones: Silvia C. Pérez

    Copyright © 2024 Wórale Escritores

    ISBN Paperback: 978-1-68574-667-4

    ISBN Hardcover: 978-1-68574-669-8

    ISBN eBook: 978-1-68574-668-1

    Índice

    Prólogo 5

    Tercer misterio

    Alex Guerra

    Contrabando

    Silvia C. Pérez

    Te faltan varios pisos

    Ma. Elisa Peralta

    ¡Bailo!

    Ma. Elisa Peralta

    La amiga mexicana

    Leslie M. Gauna

    De igual a igual

    Leslie M. Gauna

    Frascos de recuerdos

    Silvia C. Pérez

    La abuela Milagros

    Alex Guerra

    En la fila para entrar

    Lucia Charry

    Sueño americano

    Lucia Charry

    Distancias

    Carlos Hermilo

    Agujero Negro

    Carlos Hermilo

    Semblanzas

    Prólogo

    Somos un grupo de autores latinoamericanos que habitamos en Houston, Texas, unidos por el idioma, la experiencia de la migración y, sobre todo, la escritura. Es por eso que las narraciones se abordan desde diversos ángulos; el allá y el aquí son fluctuantes. Hablamos del allá desde el punto de vista de los que se quedaron, o de los que están en pleno tránsito cruzando fronteras. El allá puede ser el norte de México o la conciencia de una mujer, para quien el presente y el pasado se funden con las paredes de su hogar. El aquí puede referirse a un lugar físico o a una geografía personal, quizás sea una pista de baile en el Southwest , Houston, un hospital, un edificio en construcción, un ascensor o un lavarropas. El aquí se ancla en espacios tan diversos como la ciudad de Houston.

    Esta antología se compone de historias que intentan descifrar el proceso de inmigración. Los doce cuentos son piezas de un rompecabezas que cambian, nos desafían a montar y articular configuraciones. Nos armamos desde el centro, seguimos por las orillas. Buscamos encajar en una nueva realidad. Si las piezas no se articulan, nos sorprendemos al forzarlas para que embonen. A diario, nuevos fragmentos surgen de manera inesperada.

    Las piezas de este libro incluyen costumbres, religión y gastronomía. Exploran cómo migramos y por qué: por avión, por tierra; con o sin papeles; por voluntad propia o huyendo de la violencia física, económica y familiar. Hablamos español con un toque de inglés y viceversa. El proceso de adaptación y adopción de una nueva cultura ha transformado nuestra manera de comunicarnos y, por tanto, afecta a nuestra realidad.

    El cambio geográfico nos dibujó una identidad donde respira una parte que siempre será considerada, por nosotros y por los demás, extranjera; y otra más íntima que no renuncia al derecho a pertenecer. Experimentamos una identidad fragmentada y escribir es la amalgama que nos recompone. Nos encontramos y nos unimos por el lenguaje y la curiosidad por el ethos de este mundo nuevo. Compartimos historias con montañas, ríos o ciudades, a las que creíamos únicas, y ahora se vuelven arquetípicas por abrigar experiencias comunes.

    Al migrar nos hicimos conscientes del tono de nuestra voz, el color de la piel, el grueso del cabello. Es así que, como fruto de esa diaria meditación frente al espejo de los ojos ajenos, nuestro aspecto físico termina convirtiéndose en una bandera. Navegamos entre la exclusión y la inclusión, vividas de diferentes formas por cada uno de nosotros, pues cada uno trae en la memoria un pasado y un origen no siempre homologables. Esto genera un constante cambio en nuestros marcos de referencia; un proceso en el que renacer se vuelve imprescindible.

    El declarar de dónde somos es esencial. Encarar un doble juego de pertenencia y su más alta ambición es vencer el olvido. Las circunstancias nos obligan a integrarnos al lugar que nos promete nuevas posibilidades y aunque continuamos viviendo, mentalmente, en el lugar de origen. La nostalgia permea la vida sin permitir que acabemos de llegar. Vivimos habitando, moviéndonos en múltiples espacios que saben y se sienten lejos; que llevamos cicatrizados en nuestra piel. Estos son nuestros cuentos de compartir el allá, el aquí y quiénes somos en este devenir.

    Tercer misterio

    Alex Guerra

    Las manos ajadas y huesudas de Josefa estaban verdosas por los cincuenta rosarios que había rezado durante el último mes. El rosario de cobre fue, junto con una caja de madera que ella había prometido no volver a abrir, la única herencia recibida al morir su madre. Josefa rezaba el tercer misterio doloroso cuando Anastasia, su comadre, entró a la habitación. La mujer, por respeto, esperó el amén de Josefa para hablar, quien seguía hincada y solo giró su cabeza para verla.

    —¿No ha sabido nada de Simón, comadre?

    —Nada —respondió Josefa—. Según nos dijo el coyote que serían solo siete días, han pasado treinta, y aún no me habla.

    Josefa se descubrió la cabeza y colocó el velo sobre un huacal que le servía como altar. Acto seguido tomó el rosario, lo besó y persignándose lo colocó al lado de unas veladoras ennegrecidas por las flamas que chocaban con el vidrio. Se irguió con dificultad.

    —No sea falta de fe, comadre; estoy segura de que no tarda en llamarla el coyote. Verá usted que para cuando menos lo espere va a recibir noticias.

    —No sé, comadre, y eso de llevarse a su mujer y al crío no estuvo bien. No es como antes, antes brincar al otro lado no era tan difícil. Yo le rogué a mijo que no se fuera, pero aquí no hay forma, ni para comer se saca; o te quitan la tierra para sembrar hierba mala o te piden lo poco que se saca de la venta.

    —Sí, es cierto, pero Simón es joven y fuerte —dijo Anastasia—. Una vez que crucen les va a ir bien.

    —Dios la escuche.

    —Sí, comadre —respondió Anastasia—. ¿Cómo es que dicen? Que Dios ahorca… No, no, que Dios aprieta, pero no ahorca. ¿Se acuerda de que cuando Simón nació Diosito le concedió el milagro de que no lo perdiera?

    Josefa había sufrido varios abortos espontáneos. En el pueblo lo atribuyeron a un castigo divino. Tras meses de oración, Josefa logró acunar en su vientre a Simón, aunque no pudo compartir la dicha con su esposo, pues este murió de tuberculosis tres semanas antes del parto.

    Tanto la madre de Josefa como su abuela siempre tuvieron reputación de practicar abortos y algunos actos de brujería, utilizando los cordones umbilicales para hacer amarres de amor o cumplir venganzas de sus clientes en contra de sus adversarios. En el pueblo fueron conocidas como «las espantacigüeñas». También hacían trabajo de parteras, donde Josefa ayudaba acarreando agua y cambiando las mantas ensangrentadas.

    —No es eso, comadre. Fe sí tengo, pero eso de unirse con gente que viene de no sé dónde y solo Dios sabe con qué costumbres... Se dicen tantas cosas: que si son de la Mara, que si son de los Zetas, que si esto, que si lo otro.

    Josefa se colocó nuevamente el velo sobre la cabeza, besó el rosario y se persignó. Luego, invitó a Anastasia a terminar los últimos dos Misterios Dolorosos. Anastasia estiró su mano regordeta y tomó una manta para utilizarla como velo.

    Al finalizar la oración, Anastasia se despidió y Josefa tomó una silla como apoyo para levantarse. Una vez de pie trató de acomodarse la falda, pero no lo logró, ya que la sangre seca producida por las heridas de sus rodillas se había pegado a la tela.

    —Pues gracias por venir, comadre. Ahí le encargo que no deje de pedirle a Diosito por mi gente.

    La mujer regordeta se metió la mano entre sus pechos sudados, sacó una estampa del

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