Contrato con mi ex
Por Giss Dominguez
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Isabella, perdió todo en un instante: su esposo y lo más importante, su bebé. Fue atacada por la persona que hace 10 años, dormía con ella; su esposo cuyo nombre era Gabriel. El disparo además de casi arrebatarle la vida, interrumpió su embarazo. Su vida es salvada, por un empleado de Gabriel.
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Contrato con mi ex - Giss Dominguez
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Contrato con mi ex
Isabella.
Gabriel
Isabella
Gabriel.
Gabriel.
Isabella.
Narrador omnisciente.
Isabella.
Gabriel.
Isabella.
Narrador omnisciente.
Isabella.
La difunta esposa del millonario.
Escucho un sonido, abro los ojos sorprendida. Tomo mí vientre con susto, no comprendo. Salgo de la cama, camino en puntillas de pie. En cuanto abro la puerta, un sujeto en el suelo me asusta. Cubro mi rostro y mis ojos están llenos de lágrimas. No entiendo que ocurre, pero cuando un disparo suena por todo el salón, sé que es algo muy malo.
Estoy temblorosa, dando pasos confusos. Bajo las escaleras, veo cuerpos girando, golpes, puños. Hay una gran pelea en la mansión, no sé a dónde voy pero... quiero encontrar a mí esposo.
—¿Gabi? –comento con dificultad, lo busco con la mirada, no lo encuentro.
Vuelvo a repetir su nombre, lo hago con más ansias, con la certeza de no encontrarlo. Tengo miedo, veo todo borroso por el agua en mi iris. Avanzo, lo hago a pesar de ver a dos hombres disparando. Ahogo un grito, me cubro el rostro y sigo avanzando. A unos metros puedo ver a Gabriel, está dando indicaciones y tiene un arma.
Nunca vi a Gabriel así, ni siquiera lo imaginé alguna vez. Su sonrisa se mezcla en mí rostro confuso, se acerca corriendo y me observa. Sus ojos están entrecerrados, me toma de la barbilla, la levanta y sonríe.
—Isabella –murmura y asiento, confusa ¿por qué pregunta mí nombre?
—Amor ¿qué ocurre? –quiero saber asustada, me toma de la mano. Esquivamos cuerpos luchando, y otros sin tanta suerte.
Entramos a una habitación, toco mí vientre el cual aún no se nota, no sobresale, pero ambos sabemos que está ahí.
—¿Amor...? –pregunto con dificultad, Gabriel mira a través de la ventana, en cuanto me ve, siento alivio. Se coloca de cuclillas a mí lado, levanta mí barbilla y gira mi rostro.
—Amor –comenta con una sonrisa, pero cuando estiro los brazos para sostenerme, se quita.
Está de pie, mirándome desde arriba, con el semblante serio. Desenfunda el arma, me quedo perpleja.
—¿Qué haces...? –pregunto temblorosa, arrastro mis pies hacia atrás. Sostengo a mí bebé y quiero gritar.
—Me estorbas y... te asesinaré –dice de forma sencilla, las palabras no le tiemblan y menos la mano, cuando levanta el arma en mí dirección.
—¿Qué haces? ¡Estoy embarazada! –exclamo, intentando hacerlo entrar en razón. Veo un poco de duda en su cuerpo, baja el arma pero nuevamente me apunta.
Con Gabriel, nos conocemos hace diez años, desde que ambos teníamos quince años. Nos amábamos, al menos yo sí a él. No entiendo porque sus ojos brillan de esa manera, porque hay una sonrisa mientras me apunta con el arma.
Pero sin dudarlo, dispara.
Dos años después.
Isabella.
—Isa ¡Ya trajimos zanahoria! –comenta Lidia, una amable verdulera de mi barrio. Me acerco con una sonrisa, tomo la verdura y asiento. Las guardo en mi bolsa, comienzo a tararear una canción mientras camino.
Atravieso las calles del barrio, sigo viva gracias a Esteban, un muchacho amable que me ayudó. Sin el, yo no seguiría viva.
Abro la puerta y digo:
—¡Esteban llegué! –hablo fuerte y el me sonríe, tiene una gran cicatriz en el rostro. La obtuvo por defenderme, esta era la casa de su madre, nos trajo aquí. Es doctor, sin embargo trabajaba como la seguridad de mí esposo. Decidí quedarme con él, aunque siempre quería volver pero... me quedé.
—¿Trajiste las zanahorias? –pregunta curioso, mientras toma la bolsa, me río y asiento. Le doy un beso en la mejilla y camino a la cocina.
—Tengo una urgencia ¿estarás bien sola? –su pregunta llega a mis oídos, yo asiento.
—Claro que sí –comento y él sonríe.
—¡Te amo! –murmura antes de salir.
Esteban ya me confesó muchas veces, su amor por mí. Sin embargo, nunca he podido corresponderle. Por suerte, el entiende eso, somos buenos amigos. Una parte de mí, a pesar de todo, sueña con Gabriel.
¿Es una locura, verdad? Soñar con la persona que casi me hizo marcharme del mundo, y hacerme perder a mí bebé. A veces toco mi vientre, me imagino estar embarazada y visitar a Gabriel para darle un fuerte abrazo.
Pero no, debo detestarlo. Él me arruinó la vida, y no debo ser tan blanda con su recuerdo.
Estoy tarareando una canción, cuando mi teléfono suena. Lo sostengo como puedo, para no ensuciarlo y del otro lado dicen:
—¿Señorita Alba? –esa pregunta me llega y es curiosa.
—Sí ¿Quién habla? –pregunto preocupada.
—El abogado de la familia, necesitamos de su presencia y...
Corto el teléfono, lo arrojo a un costado y empiezo a hiperventilar. No sabía de mí familia hace mucho tiempo. Yo, soy adoptada. Quien me adoptó con mucho amor, fue la familia de Gabriel. Sí, somos hermanastros, aunque no de sangre. Cuando nos enamoramos, la familia estaba enojada, pero comprendieron que no éramos de sangre y aceptaron nuestro amor.
Pero recién me percato, siempre tendré una conexión con ellos. Son mí familia, nunca mencioné lo que ocurrió con nadie. Gabriel al parecer estuvo buscándome, pero no me interesa que él me encuentre. Me preguntaron por meses, porque me había ido de su lado, pero jamás les di una explicación.
—Gabriel... —suspiro, siento mi corazón latiendo con fuerza ¡No!, no debo sentir nada por alguien que me arrebató todo.
A veces las pesadillas me persiguen, me recuerdan a Gabriel apuntándome sin piedad, mientras suplicaba por mí vida. Mis ojos se llenan de lágrimas, debido a los recuerdos.
Más tarde llega Esteban, me encuentro en un rincón, sostengo una taza de café en mí mano izquierda. Muerdo mis labios, con la vista clavada en el televisor, sin prestar atención a lo que ocurre.
—¿Bonita? –su pregunta llega a mis oídos, me sobresalto un poco y lo observo.
—Hola –murmuro y se sienta a mí lado, pasa su brazo detrás de mí cintura.
—¿Qué ocurre? –pregunta y mis ojos se llenan de lágrimas.
—Me llamó... el abogado de mi familia –comento con dificultad.
—¿Qué te han dicho? –pregunta y sus ojos celestes se clavan en los míos. Esteban es mayor que yo, tiene 35 años mientras yo, 25 años.
—Nada... les corté –comento y el asiente.
—Haz lo que te haga sentir mejor –comenta y asiento. Cuando se va, miro el teléfono de reojo ¿Y si le paso algo malo a mis padres? Aquella pregunta no me deja dormir, cuando son las cuatro de la mañana salgo de la habitación.
Abro la puerta de la habitación de Esteban, cuando tengo pesadillas me paso a su cama, pero nunca pasó nada entre nosotros.
—¿Esteban? –susurro, y él me sonríe, levanta las cobijas e ingreso para abrazarlo. Comienzo a llorar y me dice:
—Vas a poder con todo ¡mi negrita! –comenta y me río, entre lagrimas lo observo. Él acaricia mi mejilla y digo:
—¿Por qué... no me enamoré de tí? –mí pregunta llega a el, sonríe y me acaricia.
—Porque soy demasiado bello –comenta y me río. Me abraza y muerdo mis labios, me marcharé pero... antes de hacer eso, debo hacer otra cosa.
Levanto la barbilla, mis ojos se clavan en los celestes de mí acompañante. Acaricio sus gruesos labios, me acerco y dejo un beso. Esteban me observa sorprendido, acaricia mi mentón. Mis labios se encuentran con los suyos, me toma de la cintura quedo debajo de su cuerpo. Mi lengua conoce el rincón de su boca, y sus manos conocen mi cintura desnuda. Jadeamos mientras conocemos nuestras bocas, puedo sentir algo duro en mí vientre, me separo con sutileza.
—Lo lamento... —murmura y niego, nos volvemos a besar.
Él me detiene, sostiene mis brazos con cuidado y lo observo curiosa.
—¿Qué ocurre? –mi pregunta llega a sus oídos, baja la mirada.
—Te quiero y... no quiero que arruinemos nuestra amistad ¿te estas despidiendo de mí, verdad?
—Sí... —murmuro y él me sonríe. Me abraza con cuidado y dice:
—Ten cuidado.
Cuando se hicieron las ocho de la mañana, Esteban... ya se había ido a trabajar. Me encuentro sola en la cama, sin embargo no quiero sentirme triste. Será raro marcharme de este lugar, que tanto me acobijó. Sonrío con los ojos llorosos,
Tomo el teléfono y digo:
—Estoy lista.
El camino de vuelta, es raro. Hace tanto tiempo no subo a un avión, nadie sabe dónde estoy. Solamente hablé con mis padres por teléfono, y hace bastante no lo hacía. Ellos me culpaban por no regresar, y tenían razón.
El aterrizaje me asustó un poco, pero llegué. Tomo mi maleta, avanzo hacia la salida, me espera un hombre trajeado con gafas negras. Tiene un cartel con mi nombre.
—Hola –murmuro y el asiente.
—Señorita Alba, por aquí –habla y suspiro, no hay vuelta atrás. Sostiene mi maleta y le sigo.
No traje demasiado, tampoco tenía tanto. Me subo a una camioneta negra, tengo miedo. Debo ser fuerte. Pero enseguida los recuerdos de ese día me atormentan. El viaje se me hace interminable, hasta que pronto estamos frente a la gran mansión.
Bajo, mirando a mí alrededor, tengo miedo y desconfianza de lo que pueda ocurrir. Avanzamos hacia la entrada, mis pasos temblorosos resuenan. Abre la puerta, ingreso. El pasillo me parece tan diferente a mis recuerdos, las paredes cambiaron su color. Esta casa es de mis padres, con Gabriel vivíamos a unas manzanas de aquí.
Al llegar a la oficina de papá, el mismo no se encuentra, en su lugar está el abogado y no comprendo.
—¿Y mis padres? –pregunto y el abogado dice:
—siéntese.
—No, dime que pasa –comento alterada, su rostro hace una mueca y dice:
—Fallecieron en un accidente automovilístico, su padre, dejó el testamento armado por las dudas.
—¿Por qué nadie me dijo? –pregunto, mis pies se vuelven gelatinas y me olvido a sentarme.
Unos pasos, suenan detrás de mí espalda.
—Porque no atendiste el teléfono –esa voz, era Gabriel. Asustada, me giro, pero no, él no debe saber que me siento aterrorizada de tenerlo a un metro