Meditaciones
Por Marco Aurelio
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componen un texto singular en la literatura antigua. Ningún otro gran personaje del mundo antiguo nos ha legado un testimonio personal tan sincero, tan hondo y tan filosófico. Los doce libros que forman esta obra constituyen una compilación de ideas y sentencias breves en las que Marco Aurelio reflexiona sobre temas como los límites de la naturaleza humana, la fugacidad del tiempo, los valores morales o la manera correcta de conducirse en la vida. Las Meditaciones crecen de orden sistemático y consisten en los apuntes de un diario personal; Marco Aurelio no usa un tono elevado ni grandes abstracciones, sino que se dirige a sí mismo con veracidad.
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Meditaciones - Marco Aurelio
LIBRO 1
1. De mi abuelo Vero: decencia y un temperamento apacible.
2. De lo que dicen y lo que recuerdo de mi padre natural: integridad y hombría.
3. De mi madre: piedad, generosidad, evitar hacer el mal e incluso pensar en ello; también vivir con simpleza, manteniéndome alejado de los hábitos de los ricos.
4. De mi bisabuelo: no haber atendido escuelas para el público; haber tenido buenos maestros en casa y darme cuenta de que esta es la clase de cosa en la que uno debería gastar dinero con opulencia.
5. De mi tutor: no convertirme en un partidario del Verde o el Azul en las carreras, o inclinarme por los Livianos o los Pesados en el anfiteatro; a tolerar el dolor y sentir pocas necesidades; a trabajar con mis propias manos y preocuparme por mis propios asuntos; a tener oídos sordos ante los rumores maliciosos.
6. De Diogneto: a evitar entusiasmos vacíos; a no creer nada de lo que dicen los predicadores de milagros y los charlatanes sobre encantamientos, exorcismos de demonios y temas parecidos; a no organizar peleas de aves y no emocionarme por esa clase de deportes; a tolerar la manera simple de hablar, a tener una afinidad por la filosofía y a atender a las ponencias primero de Baquio, luego a las de Tandasis y Marciano; a escribir ensayos desde una edad temprana; a amar los catres, las sábanas de piel y todo lo demás involucrado en el entrenamiento griego.
7. De Rústico: entender la idea de querer corrección y tratamiento para mi carácter; no desviarme y caer en un gusto por la retórica, de manera que no escribo mis propias especulaciones, no entrego mis propios pequeños sermones morales ni tampoco presento una imagen glorificada del asceta o el filántropo; a alejarme de las peroratas discursivas, de las declamaciones en verso y de todo lenguaje pretensioso; a no caminar alrededor de la casa con túnicas ceremoniosas o hacer algo que se le parezca; a escribir cartas con un estilo sencillo, como su propia carta escrita a mi madre desde Sinuesa; a estar listo para conciliar con aquellos que se han ofendido o que han ofendido, siempre y cuando ellos mismos estén dispuestos a ceder; a leer cuidadosamente, sin quedar satisfecho con mis propios pensamientos superficiales o a aceptar rápidamente las perspectivas fáciles de otros; a haber encontrado los Discursos de Epícteto, a los cuales él me introdujo con su propia copia.
8. De Apolonio: libertad moral, la certidumbre de ignorar los dados de la fortuna y no tener otra perspectiva, ni por un momento, que no sea únicamente la de la razón; ser siempre el mismo hombre, impertérrito ante el dolor repentino, ante la pérdida de un hijo, ante una continua enfermedad; a ver con claridad en su ejemplo vivo que un hombre puede combinar la intensidad y la relajación; a no ser impaciente con las explicaciones; la observancia de un hombre que claramente contaba como el menor de sus dones su experiencia y la habilidad al comunicar sus perspectivas filosóficas; la lección de cómo aceptar favores aparentes de los amigos de uno sin quedar comprometido por ellos y sin parecer insensible si se rechazan.
9. De Sexto: una disposición amable y el patrón de un hogar gobernado por los padres de familia; el concepto de la vida vivida de acuerdo a la naturaleza; una dignidad sin afectaciones; una preocupación intuitiva por sus amigos; tolerancia tanto para las personas ordinarias como para obstinados y huecos; tener una disposición amable con todos, de manera que el placer de su conversación sea más grande que cualquier halago y su misma presencia le conlleve el respeto más alto de toda la compañía; certeza en el entendimiento y el método en el descubrimiento y la organización de los principios esenciales de la vida; nunca dar la impresión de estar enfadado o demostrar ninguna otra pasión, sino combinar la completa libertad de la pasión con el más grande afecto humano; a felicitar sin alardeos y a presentar el gran conocimiento a la ligera.
10. De Alejandro el filólogo: no saltar ante los errores o interrumpir capciosamente cuando alguien comete un error de vocabulario, sintaxis o pronunciación, sino introducir elegantemente la forma correcta de esa expresión particular a manera de respuesta, confirmación o discusión del asunto mismo en lugar de su corrección… o a través de cualquier otra incitación gratuita.
11. De Frontón: el entender el efecto de la sospecha, el capricho y la hipocresía en el ejercicio de los gobiernos absolutos; y que, en su mayoría, estas personas a las que llamamos «patricios», están de alguna manera cortos en afecto humano.
12. De Alejandro el platónico: raramente, y nunca sin una causa esencial, decirle o escribirle a alguien «estoy demasiado ocupado», ni tampoco usar una excusa similar, alegando la «presión de las circunstancias» para evitar constantemente las propiedades inherentes en nuestras relaciones con nuestros compañeros y contemporáneos.
13. De Cátulo: no desdeñar el criticismo de un amigo, incluso si puede ser una queja irrazonable, sino intentar restaurar sus sentimientos usuales; hablar de los maestros de uno con una gratitud que salga del corazón, como se ha hecho con Domicio y Atenódoto; y tener un amor genuino por los niños.
14. De Severo: amor por la familia, amor por la verdad, amor por la justicia; a haber encontrado su ayuda para entender Traseas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; a haber concebido la idea de una constitución balanceada, una mancomunidad basada en igualdad y libertad de expresión, y de una monarquía que valora, sobre todas las cosas, la libertad de los temas; de él, también, un respeto constante y vigoroso por la filosofía; beneficencia, generosidad sin límites, optimismo; su confianza en el afecto de sus amigos, su franqueza con aquellos que se encontraban con su censura, y sus gustos y disgustos abiertos, de manera que sus amigos no tenían que adivinar sus deseos.
15. De Máximo: autocontrol, ser inmune a cualquier impulso pasajero; tener buen ánimo en todas las circunstancias, incluyendo las enfermedades; un buen balance del carácter, tanto gentil como digno; una energía sin quejas para lo que necesita hacerse; la confianza que él inspiraba en todos los que conocía acerca de que él pensaba de verdad todo lo que decía y tenía buenas intenciones en todo lo que había; pruebas en contra de la sorpresa o el pánico; no ser nunca apresurado o dudoso en nada, nunca quedarse sin recursos, nunca estar decaído ni retraído o, por otra parte, enfadado o sospechoso; ser generoso con los buenos trabajos y tener una naturaleza de perdón y verdad; la impresión que él dio de que la rectitud sin desvíos era un camino escogido, en lugar de uno obligado; el hecho de que nadie nunca se sintió desdeñado por él o con la sensación de que él era superior al resto; y un humor placentero.
16. De mi padre (adoptivo): gentileza y una adherencia inamovible a todas las decisiones que fueran tomadas después de gran consideración; ningún gusto vano por los llamados honores; energía y perseverancia; un oído dispuesto a escuchar cualquier propuesta por el bien común; a recompensar imparcialmente, dándole a todos lo que se merecen; experiencia para saber en dónde apretar y en dónde dejar ir; detener el amor homosexual de los hombres jóvenes; una cortesía común, excusando a su corte de atender constantemente a la cena con él y la obligación de acompañarlo fuera de la ciudad, y aquellos que se mantenían alejados por algún otro compromiso siempre notaban que él no era diferente con ellos; centrado y persistente en las deliberaciones del consejo, nunca satisfecho con primeras impresiones y dejando una cuestión prematuramente; la preocupación por mantener a sus amigos, sin ningún extremo de exceso o favoritismo; era su propio dueño en todas las cosas, y vivía sereno por eso; perspectiva para los problemas más largos y un control estricto hasta del último detalle; el control que puso en su reinado sobre las exclamaciones y todas las formas de halagos; su constante vigilancia sobre las necesidades del Imperio, su calidad de guardián sobre sus recursos y su tolerancia ante las críticas de algunas personas sobre esta área; ningún temor supersticioso a los dioses, y tampoco seducía a las masas de hombres con populismo o comportamientos cortesanos obsequiosos, sino que siempre mantuvo una firmeza sobria sobre todas las cosas, lejos de cualquier gusto vulgar o novedoso.
En aquellas cosas que conducen a la comodidad de la vida, y aquí la fortuna le dio suficientes, disfrutarlas sin orgullo o disculpas tampoco, de manera que no haya una aceptación rutinaria de su presencia o una lamentación en su ausencia; el hecho de que nunca nadie lo describiría como un fraude, un impostor o un pedante, sino más bien como un hombre de una gran sabiduría y experiencia madura, más allá de los halagos, capaz de hacerse cargo de sus asuntos y de los de otros.
Además, su gran admiración por los filósofos genuinos, pues por la otra clase él no tenía palabras, pero veía fácilmente a través de ellos; también sociabilidad y sentido del humor, sin llevarlo a un exceso; un cuidado sensible de su propio cuerpo, ni vano ni valetudinario, pero tampoco descuidado, de manera que la atención que se prestaba a sí mismo dejaba muy poca necesidad por doctores, dosis o aplicaciones.
Lo más importante, su presteza para acudir sin quejas a aquellos con alguna habilidad especial (podía ser en expresión literaria, en el estudio de las leyes o costumbres o en cualquier otro tema) y darles su propio apoyo activo para alcanzar una eminencia de conocimiento en sus propias especialidades. Actuar siempre de acuerdo con la tradición, pero sin hacer de la preservación de la tradición un objetivo evidente; además, no le gustaba el cambio y el azar, sino tener un hábito fijo en los mismos lugares y en las mismas prácticas; volver a la acción instantáneamente tras ataques de migraña, fresco de nuevo y vigoroso por su usual trabajo; no mantener muchos asuntos secretos para sí mismo, solo unos pocos casos excepcionales y aquellos únicamente de atención estatal; sentido y moderación en cosas como la provisión de espectáculos, la contratación de obras públicas, dádivas y distribuciones. Los actos de un hombre con un ojo por precisamente lo que necesita hacerse, no por la gloria de sus acciones.
Él no era alguien que se bañara todo el tiempo; no tenía un ansia por construir casas; no era particular acerca de la comida, el material o el color de sus ropas, o de la belleza juvenil en sus esclavos; el hecho de que su ropa venía de Lorio, enviada desde su casa de campo de allí; los muchos detalles de su manera de vivir en Lanuvio; cómo manejaba al oficial de impuestos apologético de Túsculo, y todas esas clases de comportamiento.
Nada acerca de él era duro, implacable o impetuoso, y nunca diría de él que «sudó por el esfuerzo», pero todo tenía su propio tiempo y pensamiento, como con los hombres de ocio, su disposición era calmada, organizada, vigorosa y consistente en general. Lo que se registra de Sócrates aplicaría para él también: que él podía regular la abstinencia y el disfrute cuando muchas personas tienen una voluntad demasiado débil como para abstenerse o disfrutar con demasiada indulgencia.
Fortaleza del carácter, y resistencia o sobriedad según sea el caso, es lo que significa que un hombre tenga un espíritu lleno e indomable, como fue demostrado por Máximo en su enfermedad.
17. De los dioses: a haber tenido buenos abuelos, buenos padres, una buena hermana, buenos maestros, buena familia, parientes y amigos, casi todo; y que no tuve la torpeza de ofender a ninguno de ellos, aunque tuve la clase de disposición que, en efecto, podría haber resultado en una ofensa así, dada la ocasión. Fue la gracia de los dioses la que permitió que ninguna clase de circunstancias que pudiera dejarme en evidencia apareciera. El no haber sido criado mucho tiempo por la amante de mi abuelo, y que mantuve mi inocencia, dejando las experiencias sexuales para el momento adecuado y, en efecto, algo después de ello. Que nací bajo un gobernante y un padre que me quitaría cualquier posibilidad de engaño y me haría darme cuenta de que es posible vivir en un palacio sin sentir la necesidad de tener guardaespaldas o uniformes elegantes, candelabros, estatuas u otros objetos de tanta pompa, sino que uno puede reducirse a uno mismo a estar muy cerca de la posición de un ciudadano privado y no por eso perder la dignidad y el vigor en la conducta de la responsabilidad de un gobernante por el bien común.
Que fui bendecido con un hermano cuyo carácter logró impulsarme a cuidarme a mí mismo, y cuyo respeto y afecto fueron, de la misma manera, una fuente de alegría para mí. Que mis hijos no nacieron cortos de inteligencia o deformes físicamente. Que no progresé más en la retórica, la poesía y otras búsquedas en las cuales bien podría haberme quedado absorto si hubiera sentido que eran mi camino correcto. Que fui rápido en promover a mis tutores a cargos públicos, lo cual pensé que se merecían, y