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Clemencia a las estrellas: Justificación. Las leyes secretas. Idearium futurismo
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Clemencia a las estrellas: Justificación. Las leyes secretas. Idearium futurismo
Libro electrónico204 páginas3 horas

Clemencia a las estrellas: Justificación. Las leyes secretas. Idearium futurismo

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Asombra, todavía, el silencio y el olvido que se cernieron tras su asesinato sobre una personalidad tan impactante y distinta. Pese a que su leyenda sigue formando parte de la mitología de una ciudad que en tiempos de Lorca alcanzó sus cimas de intensidad y desgarro, ni siquiera un final tan trágico como el del propio Federico ni el hecho de que el poeta se inspirara en ella para escribir La zapatera prodigiosa sirvieron para incluir a Agustina González en la nómina de genios de una generación cuya condena fue adelantarse décadas (o siglos) en su filosofía de vida y sus métodos.
Natural humanista y socialista convencida, defensora de una acción política que buscara únicamente el bien común por encima de intereses personales, detractora del belicismo y de la ineptitud de los políticos, lo que impulsaba a hablar a Agustina era la rebelión ante lo injusto asumido y lo absurdo normalizado. Siguiendo la corriente de sus pensamientos a lo largo de estos ensayos, que ella misma se encargaba de imprimir y vendía en el escaparate de su zapatería, descubrimos a una mujer honesta, fiel a sí misma, de una lucidez transparente, enemiga de la mentira y la hipocresía, sincera y valiente hasta las últimas consecuencias, a quien los juicios adversos no hicieron sino endurecerla y reforzarla en sus convicciones.
Crítica con el servilismo, la avaricia y la soberbia, dignificó a obreros y campesinos, se burló de señoritos ricos de vida holgazana y resuelta que despreciaban a las clases inferiores, ideó numerosos métodos para mejorar la vida diaria en las ciudades y para erradicar la ignorancia de las masas, denunció los peligros del fanatismo, enarboló el feminismo como una de las banderas más necesarias en la construcción de un país futuro con plena igualdad de derechos entre hombres y mujeres, concibió a Dios de modo panteísta y demostró, además de un inmenso apego a la vida, una imaginación y creatividad que el fascismo segó de raíz. Pero sus asesinos no consiguieron callar su voz, que hoy compartimos, ni enterrar sus ideas. Aquí están, recopiladas por primera vez, para que no vuelvan a caer jamás en el negro abismo del olvido.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2019
ISBN9788412020496
Clemencia a las estrellas: Justificación. Las leyes secretas. Idearium futurismo

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    Clemencia a las estrellas - Agustina González

    CLEMENCIA A LAS ESTRELLAS

    Justificación - Las leyes secretas - Idearium Futurismo

    AGUSTINA GONZÁLEZ

    Clemencia a las estrellas

    Primera edición, 2019,

    de los originales Justificación, Las leyes secretas, Idearium Futurismo,

    publicados en 1927, 1928 y 1916, respectivamente

    Diseño de portada:

    © Sandra Delgado

    © Editorial Ménades, 2019

    www.menadeseditorial.com

    ISBN: 978-84-120204-9-6

    PRÓLOGO

    Prodigiosa zapatera

    Quienes la trataron la recuerdan colocando cuidadosamente sus manuscritos, editados y encuadernados por ella misma, en el escaparate de la zapatería familiar de la calle Mesones de Granada para ponerlos a la venta junto a hormas, botines, alpargatas y suelas. Vestida de hombre, paseando tranquila por las calles o entrando, ¡sola!, en los cafés y restaurantes, descubriéndose el pecho ante los fascistas contra los que se manifestó para que impactaran mejor las balas, o hablando de unas teorías que muchos consideraban excéntricas, inaceptables o, cuanto menos, extrañas viniendo de una mujer. «¡Ahí va la zapatera, la chiflada!». Asombra, todavía, el silencio y el olvido que se cernieron tras su asesinato sobre una personalidad tan impactante y distinta a todas. Pese a que su leyenda sigue formando parte de la mitología de una ciudad que en tiempos de Lorca alcanzó sus cimas de intensidad y desgarro, ni siquiera un final tan trágico como el del propio Federico ni el hecho de que el poeta se inspirara en ella para escribir La zapatera prodigiosa sirvieron para incluirla en la nómina de genios de una generación cuya condena fue adelantarse décadas (o siglos) en su filosofía de vida y sus métodos.

    Agustina nació en la ciudad de La Alhambra el 4 de abril de 1891. Lectora voraz, inquieta y preocupada por el mundo que la rodea, desde niña confía encontrar en los libros las respuestas a las preguntas que la acechan y por eso acude a ellos: «Siendo jovencita, leía con avidez todos los libros que llegaban a mis manos; leía con el noble afán de encontrar solución a tantos y tantos problemas que yo con mi limitada inteligencia no podía resolver (…). Contemplando el espectáculo social, la desigualdad que nos diferencia a unos seres de otros, encontraba un problema indescifrable». Después de cursar sus estudios primarios en el Real Colegio de Santo Domingo de Granada, donde demostró también un inusitado interés por la astronomía y las ciencias, su familia (la paterna sobre todo, tras la muerte del padre de Agustina) valoró en asamblea si la adolescente podía o no leer cuanto deseaba, seguramente sospechando ya, o temiendo, que la chica despuntara intelectual y preguntona. La resolución fue favorable en parte, porque pese a que no se le prohibió del todo la lectura, sí se la sometió a una vigilancia estricta que causó en Agustina periodos de ansiedad y nerviosismo de los que intentaba escapar disfrazándose con las ropas de sus hermanos para caminar libre por las calles.

    Las consecuencias al ser descubierta no se hicieron esperar: junto con el diagnóstico de histeria llegaron las primeras críticas generalizadas, puesto que la respuesta a una mujer independiente en un entorno tan asfixiante como el de un pueblo pequeño previo a la Guerra Civil no puede ser más que la burla y el insulto. Su actitud carismática, inteligente y contestataria suponía un desafío intolerable a unos detractores para cuyas aspiraciones de igualdad, cultura y progreso solo podían deberse a una razón: el desequilibrio mental de quien las propugnaba, más aún tratándose de una mujer. Y siendo escritora en ciernes como ya era, Agustina aprovechó sus circunstancias desfavorables para extraer de ellas la inspiración y escribir años más tarde un ensayo, Justificación, donde expondría, ni más ni menos, que la locura que a ella le achacaban afectaba en realidad a los demás, a quienes tenían tal estrechez de miras que no eran capaces de distinguir las ideas que hacen avanzar a la humanidad. Si una sociedad intransigente y cerril le exige justificarse, esta es la única manera en que lo hará una mujer que ya ha escapado para siempre del molde de sumisión y obediencia prefabricado para ella: «La locura social consiste en que el señalado como loco está cuerdo, y que la sociedad en que vive no lo comprende y por lo mismo lo juzga mal (…). Esta locura padecen contadas personas y se manifiesta en el error de los otros. Y esta locura la vengo yo padeciendo veintitrés años (…). Son veintitrés años de sufrir impertinencias, que creo es una condena que ya merece el indulto general (…). La principal característica de esta locura es que la alucinación, los trastornos y el malestar los padece la sociedad, no el sujeto. El sujeto padece el desprecio de la sociedad y las burlas de los menos piadosos».

    Una natural predisposición a la curiosidad por las cosas del mundo le lleva a seguir leyendo a escondidas de sus hermanos, a interesarse por las ciencias, por la religión, por los debates políticos… La joven Agustina divaga, imagina, se recrea, rememora amoríos y cortejos de adolescencia, sueña con un futuro que nunca podrá ver. Juega con los roles de género y los tergiversa, se atreve a desafiarlos, a comprobar hasta qué punto nos condicionan y nos determinan: se viste de hombre para poder salir de noche a las calles, en busca de los duendes y las brujas que los cuentos de su infancia le han prometido que habitan la madrugada, y para su asombro presencia cómo sus amigas, sin reconocerla, sienten miedo cuando se acerca a ellas. Una desencantada adolescente volverá a casa sin haber sido testigo de lo sobrenatural y sin sospechar aún que los monstruos, cuando lleguen para romper los cristales de su zapatería, lo harán a plena luz y sin ocultar sus rostros ni sus galones.

    Justificación (1927) es una obra pegada a la realidad, que todavía no ha ascendido a las altas esferas de opúsculos posteriores. Siguiendo la corriente de sus pensamientos a lo largo de los breves capítulos que componen la obra descubrimos a una mujer honesta, fiel a sí misma, de una lucidez tan transparente que en ocasiones limita incluso con la ingenuidad, enemiga de la mentira y la hipocresía, austera, filántropa, sincera y valiente hasta las últimas consecuencias. Las críticas no hicieron sino endurecerla, reforzarla en sus convicciones tan puras como sencillas: permanecer leal y constante a los propios ideales, que serán los correctos mientras no atenten contra nadie ni promuevan mal ni odio. Porque, al leerla lo descubrimos, el suyo no era tanto rabioso activismo o deseo de contrariar como mera expresión de un sentido común que no veía razón para mantener oculto. Por qué callar si podemos mejorar el mundo, desde las ideas más locas o las más pequeñas, por qué pasar por esta vida sin hacer nada ni decir nada. Es lo que impulsaba a hablar a Agustina, es esa comezón ante lo injusto asumido, lo absurdo normalizado, lo que no la permitía guardar silencio. Y escribía, dando cuenta de todo esto. Con frases rápidas y un discurso ágil nos refiere las anécdotas cotidianas y las experiencias vitales de donde extrae sus reflexiones más profundas para transmitirnos la inmediatez de su pensamiento. Es siempre la vida diaria y sus preocupaciones más cercanas a ella el sustrato primario de sus teorías y soluciones: las habladurías de los vecinos, el coste de la vivienda, la pertenencia a la clase obrera, el reparto igualitario de la riqueza, la defensa de la infancia (los niños como únicos seres puros, los más cercanos a la esfera espiritual), las prohibiciones y convenciones de la vida adulta, el elogio a los esfuerzos que levantan y hacen avanzar a pueblos y países, la concepción panteísta de la religión que hace habitar a Dios, como Espíritu Supremo, en todas las cosas y además lo identifica con la conciencia individual que mora en el corazón de todos los seres humanos para guiarles por el buen camino… Y, por encima de todo, una actitud estoica y un desprecio hacia las vanas fortunas y las efímeras riquezas del mundo, que, al igual que nuestros seres queridos, solo nos pertenecen en esta vida por un tiempo limitado.

    Natural humanista y socialista convencida, defensora de una acción política social que buscara únicamente el bien común por encima de intereses personales («De fantasear con el pensamiento, lo que se debe desear es el bien de todo y de todos»), desarrolló también sus tesis de desarme mundial e imposición de un comunismo utópico, entendido como bienestar de todos sin perjuicio de nadie, a través del amor y el conocimiento, nunca por la fuerza ni haciendo de él excusa para la tiranía de los bárbaros. Detractora del anarquismo y del descrédito de los políticos, causa originaria de su caída y de la falta de fe del pueblo en ellos, achacaba problemas como el separatismo y la ineficacia política a la laxitud burocrática, al desapego ciudadano y, sobre todo, al desinterés de los gobernantes por los gobernados a quienes ellos mismos representan: «Una vez desacreditados los políticos, se encuentran incapacitados para gobernar (…). A ver si se enteran los obreros que los hombres que les representen tienen que ser inmaculados y de que los gobernantes, una vez elegidos por el pueblo, son menos que el pueblo que los eligió: no los endioséis porque se llenan de soberbia y empiezan a cometer errores en perjuicio de ellos mismos y en perjuicio de todos (…). En España carecemos de criterio político; por la poca atención que los ciudadanos españoles ponen en defender sus derechos y el poco interés en elegir sus administradores. Luego vienen las lamentaciones cuando no tiene el asunto remedio: es cobardía lamentarse de los atropellos de un derecho que no se ha sabido defender».

    Junto con todo ello, el feminismo es enarbolado como una de las banderas más necesarias en la construcción de un país futuro en el que la plena igualdad laboral y de derechos entre hombres y mujeres ha de ser una ventaja de la que el propio país extraiga beneficio para su buen desarrollo. La apelación directa a los hombres (padres, maridos, hermanos) en el apoyo a la causa feminista es especialmente llamativa: «Todos los trabajos a que se dedica el hombre honrado puede ejercerlos la mujer, sin menoscabo de su honestidad (…). Es imposible que la mujer, en una hora determinada, improvise un oficio, ni una carrera; para librar a la mujer de esta imprevisión y peligro social, es necesario que el padre de familia se preocupe a su debido tiempo; de poner a sus hijas en condiciones ventajosas lo mismo que se preocupa de los hijos varones. No digo con mayor interés que a ellos, porque tengo muy adentrado el sentimiento de igualdad; pero por lo menos con la misma solicitud que presta en crearles a los hijos varones, un modo independiente de subsistir para lo que ataña a ganarse el sustento. Ningún padre quiere que su hijo sea deshonesto ni ladrón; pues lo mismo debe querer para su hija, lógicamente pensando (…). Creo es buena hora de que el hombre labore por la causa feminista. Comprendo perfectamente que el hombre, por incomprensión, no simpatice con el feminismo; pero los más beneficiados son los hombres (…). ¿Por qué más de media humanidad femenina ha de vivir a expensas de los recursos y del trabajo de la otra escasa mitad de humanidad masculina? (...). ¿No pensará el hombre con desesperación en la injusticia social que se comete con la mujer?».

    Con relación a las opresiones sufridas por la mera condición de mujeres destaca también el fragmento en el que Agustina explica, con irónica resignación, el acoso callejero al que se veía sometida cada vez que le apetecía salir a dar un paseo, y las opiniones de lo más diversas que estaba obligada a escuchar de sus vecinos. Loca, hermosa o mamarracha eran solo algunos de los calificativos: «… de seguir no acabaría nunca. A cada paso una opinión distinta. Chicos y grandes, pobres y ricos, se encontraban con derecho a expresar lo que sentían a mi paso por las calles y plazas. Todos pensábais de mí en alta voz, yo en cambio pensaba de vosotros sin proferir palabra. ¿Quién tenía más razón?». Poco han cambiado algunas cosas desde el siglo pasado.

    Por esta época, finales de los años veinte, Agustina conoció a Federico García Lorca, quien, como ya hemos dicho, se inspiró en ella para trazar los rasgos de la rebelde protagonista de su obra teatral. También resultó determinante para ella el personaje de la hija menor de La casa de Bernarda Alba: Adela era un nombre que utilizaba para firmar algunos de sus escritos y con el que se hacía llamar a menudo. Los dos escritores granadinos, Federico y Agustina, compartirían no solo inquietudes culturales y modo de pensar, sino también final trágico.

    La vocación política de Agustina le llevó a fundar el Partido Entero Humanista para las elecciones de 1933, en las que también se presentó María Lejárraga por la circunscripción de Granada. En la bandera blanca del Partido Entero Humanista solo ondeaban dos palabras bordadas: «Alimento y Paz», y los puntos principales de su Reglamento Ideario del Entero Humanista Internacional tenían por meta objetivos tan elevados como eliminar las fronteras, acuñar una moneda universal, crear el Palacio de Todos para dar alojamiento a los pobres y desposeídos, erradicar el hambre en el mundo o legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, algo absolutamente revolucionario para la época, que en nuestro país se consiguió recientemente pero que fue Agustina la primera política en proponerlo. Después de presentar su programa, dirigido a todo tipo de público interesado pero especialmente a «humanistas, socialistas, sindicalistas, comunistas y libertarios», y conseguir el aval de varios diputados socialistas, el partido de Agustina González consiguió un total de 15 votos: 9 en la capital y 6 en los pueblos.

    Ya en Las leyes secretas (1928), su obra más espiritual y apegada a los principios del panteísmo y la masonería, trató con absoluta naturalidad el tema del amor con independencia del sexo de las personas que lo experimentan: «Si ves por primera vez a una persona y la amas, porque el amor parece que nace espontáneamente, este amor es antiguo, este amor no nació espontáneamente aunque lo parezca; esa persona te perteneció en otra reencarnación y fue un pariente tuyo muy allegado. La ves y te agrada, hablas con ella tres veces y ya le cuentas tus secretos, tus deseos, tus pesares, y ella te consuela, y te corresponde del mismo modo; ambos espíritus se halagan por la atracción magnética, se reconocen como amigos y se agradecen los sacrificios pasados en la existencia anterior; ahora que las materias son completamente extrañas, los espíritus se reconocen (…); en realidad ese amor que parece nacido espontáneamente es muy antiguo». Como consecuencia de esto, los espíritus pueden enamorarse sin necesidad de atender a los sexos de sus respectivos cuerpos. Agustina se adelantó décadas, un siglo, a la defensa y aceptación de las uniones homosexuales y del amor entre personas del mismo sexo. En realidad lo que subyace en los capítulos dedicados al tema es una innovadora reflexión sobre el sexo y el género para los parámetros de la época y lo que podríamos llamar un tímido acercamiento a la consideración de la transexualidad: Agustina afirmará que es el cuerpo humano, la materia imperfecta, el que tiene sexo, pero no así el espíritu, que ha de adaptarse a la envoltura material que le ha tocado en suerte, pero sí puede tener ciertas inclinaciones hacia el sexo masculino o femenino que sean causa de desajuste entre él y el cuerpo que habita. Tiremos un poco más del hilo y encontraremos perfectamente desarrollada la desintegración actual del binarismo, el rechazo del determinismo biológico y genital y, sí, el hecho de que hay niños que tienen vagina y niñas que tienen pene.

    Las leyes secretas son las leyes que condicionan el destino de los seres humanos, comparables al karma o al premio o castigo merecido por nuestra actitud en vidas pasadas. Nuestras circunstancias presentes dependen, por tanto, de según nos hayamos comportado en anteriores existencias. Una especie de Talión supraterrenal determina si lo bueno o lo malo que nos sucede en esta vida es consecuencia de nuestras buenas o malas acciones pasadas, por las que hemos de rendir cuentas en sucesivas reencarnaciones. «Las leyes secretas son muchas; aunque todas estén comprendidas en la ley natural racional, la ley de Dios, gobernador supremo del universo. La ley inflexible o del Talión, llamada en la religión india ley del karma; la ley de las compensaciones, y otras muchas leyes

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