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La humanidad disminuida: Capitalismo y plataformas digitales
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Libro electrónico322 páginas4 horas

La humanidad disminuida: Capitalismo y plataformas digitales

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Información de este libro electrónico

La pandemia de Covid-19 exacerbó la crisis capitalista mundial derivada, en parte, del agotamiento de los dispositivos de la tercera revolución industrial que se desplegó en la década de los setenta del siglo pasado. La revolución 4.0 en curso, que gravita en torno a la inteligencia artificial, el big data, los algoritmos, la impresión en 3d, el in
IdiomaEspañol
EditorialGedisa
Fecha de lanzamiento15 feb 2023
ISBN9786078866359
La humanidad disminuida: Capitalismo y plataformas digitales
Autor

Adrián Sotelo Valencia

Adrián Sotelo Valencia es sociólogo, Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha impartido cátedra en instituciones de México y extranjeras y dictado conferencias en diversos eventos académicos como Seminarios, Coloquios y Congresos internacionales. Es profesor/ investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y del Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Autor de diversos libros y artículos, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) Nivel III.

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    La humanidad disminuida - Adrián Sotelo Valencia

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    La pandemia representa una oportunidad, inusual y reducida, para reflexionar, reimaginar y reiniciar nuestro mundo, y forjar un futuro más sano, más equitativo y más próspero.

    Klaus Schwab,

    fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial de Davos.

    Para John Saxe-Fernández, ¡mentor y guía!

    Para Mary, ¡por todo!

    Esta investigación fue aprobada por pares académicos y se privilegia con el aval del Consejo Editorial de la FCPyS de la UNAM.

    Una versión de este libro se publica en idioma inglés por la editorial Brill bajo el título:

    Global Labour in the Fourth Industrial Revolution. How covid-19 Accelerated Humanity’s Degradation, Brill, 2023 (ISBN: 978-90-04-53270-0)

    La humanidad disminuida. Capitalismo y plataformas digitales

    © Adrián Sotelo Valencia

    Primera edición febrero de 2023, Ciudad de México, México

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    © Editorial Gedisa Mexicana, S.A.

    Tepeji No. 86, Col. Roma Sur

    06760, Ciudad de México, México

    www-gedisa-mexico.com

    gedisa@gedisa-mexico.com

    ISBN: 978-607-8866-44-1

    IBIC: JHBC

    Impreso en México / Printed in Mexico

    Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma.

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2023

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Índice

    Resumen

    Prólogo

    Andrés Piqueras

    Introducción

    Parte I

    Capitalismo y hecatombe humana

    Capítulo 1. La pandemia del coronavirus derriba la falacia del fin del trabajo

    Introducción

    Debate y rearticulación del mundo del trabajo

    Conclusión

    Capítulo 2. Precariedad laboral y [extensión de la] superexplotación del trabajo

    Introducción

    2.1. Globalización de la ley del valor y Sft

    2.2. La extensión de la Sft no anula la dependencia, sólo la redefine

    Conclusión

    Parte II

    Expansión, crisis y deterioro del capitalismo

    Capítulo 3. Crisis del capitalismo mundial

    Introducción

    3.1. El declive del sistema acelerado por el coronavirus

    3.2. El fin de la larga expansión de Estados Unidos: la locomotora se desacelera

    Conclusión

    Parte III

    Sociología de la digitalización. El mundo del trabajo deshumanizado en las vicisitudes del capitalismo postpandémico

    Capítulo 4. La pandemia acelera y profundiza la crisis del capitalismo y enriquece a los multibillonarios

    Introducción

    4.1. El mundo del trabajo en la postpandemia

    4.2. Covicidio, precarización y muerte en las maquilas trasnacionales en México

    Conclusión

    Capítulo 5. Teletrabajo (telecommuting), home office, plataformas digitales y superexplotación del trabajo

    Introducción

    5.1. Capitalismo de plataformas

    5.2. La fábrica del futuro como constructora de habilidades y talentos

    Conclusión

    Capítulo 6. Las vicisitudes de la cuarta revolución industrial y la teoría del valor/trabajo

    Introducción

    6.1. Teoría del valor y cuarta revolución industrial

    6.2. Tres revoluciones industriales

    6.3. La cuarta revolución industrial en ciernes

    Conclusión

    Conclusión general

    Referencias Biblio-hemerográficas

    Otras fuentes de consultas

    Resumen

    La Covid-19, enfermedad infecciosa causada por el virus del sars-cov-2 convertida en pandemia global no hizo más que exacerbar la profunda crisis capitalista mundial que se venía desarrollando desde el período anterior, cuyas determinantes consisten en el agotamiento de los dispositivos articulados de la tercera revolución industrial que se desplegó a partir de la década de los setenta del siglo pasado. La actual revolución, denominada 4.0, y que tiene como eje articulador el desarrollo y expansión de la inteligencia artificial, el big data, los algoritmos, la impresión en 3D, el internet de las cosas y las plataformas digitales, entre otras, constituye una estrategia global del capital y del Estado encaminada a revertir los efectos negativos de dicha crisis del capitalismo mundial y auspiciar la recuperación del capitalismo. Desde la perspectiva de la teoría de la dependencia y de la ley del valor, el presente libro desarrolla la hipótesis relativa de que se está fraguando una nueva división internacional del trabajo a partir del desarrollo y aplicación de los dispositivos de dicha revolución digital con fuertes repercusiones en el mundo del trabajo y, de manera particular, en los países dependientes, como es el caso de México.

    Palabras clave: Capitalismo, Covid-19, cuarta revolución industrial (4.0), valor, plataformas digitales, mundo del trabajo.

    Prólogo

    Andrés Piqueras *

    Hay dos maneras principales por parte de la ciencia social de enfrentar aquello que sucede por encima, por debajo y a través de eso que los aparatos ideológicos de nuestro sistema socioeconómico definen como realidad. Una de ellas, la más común, cómoda y fácil, consiste en ignorar todo lo que no entra dentro de los parámetros comprendidos en esa construcción, o bien en otorgarles el estatus de anomalía, aberración u otra ristra de calificativos vinculados a la irracionalidad o a lo que no debe ser. Desafortunadamente aquí se encuentra la ciencia social mayoritaria, ortodoxa, que además debido a la ofensiva neoliberal para erradicar el pensamiento crítico-alternativo de las universidades y disciplinar la actividad científica, se halla atrapada en la vorágine de la curriculización de todo cuanto hace, es decir, que el conocimiento que se le supone, queda sujeto a la más inmediata mercantilización posible. Para ello las nuevas elites gestoras del saber tienen que asegurarse, además, de conseguir el enclaustramiento de la producción de conocimiento en un circuito privatizado y altamente elitista, sustraído a la sociedad; lo que forma parte del proceso de desposesión de la riqueza colectiva y muy en concreto, en este caso, del conocimiento científico. Someterse a este proceder obtiene el privilegio de entrar en los estándares de la ciencia curricularmente rentable, ajena al compromiso con lo común y al servicio a la sociedad. También se beneficia de la recurrencia a –y la permanencia en– los círculos científicos dominantes que se nutren y se citan entre sí.

    De estas dinámicas e imposiciones político-académicas, salen la mayor parte de libros y artículos científicos que no tienen más fin que acrecentar el currículum de quienes los pergeñan, o al menos el de intentar evitar la marginación de sus autores, esto es, que sus personas queden sin valor académico. Son, por tanto, textos que tienden a reproducir las convenciones dominantes, las corrientes mayoritarias de la ciencia ortodoxa, y que, en contrapartida, se suelen olvidar tan pronto como se escriben, dado que no aportan casi nada al entendimiento de lo que ocurre e incluso contribuyen a dificultar la comprensión de los procesos sociales. Sin embargo, en este último caso nos encontremos ante una parcial salvedad, pues con la irrupción hegemónica del neoliberalismo postmoderno, cuanta más confusión logran introducir las elaboraciones académicas, mayor es la resonancia que tienden a alcanzar en ciertos ámbitos del mercado académico y de su correspondiente difusión social. Claro que para ello hay que figurar entre el estrellato del confusionismo (libros como Imperio, Mil mesetas, Cambiar el mundo sin tomar el poder, entre bastantes otros, bien podrían estar en el vértice de esa triste clasificación).

    Lo normal, no obstante, es que, en uno y otro caso, el forzar al profesorado a conseguir y mantener una productividad permanente traducida en publicaciones, como norma de evaluación de su trabajo, tenga el resultado que tiene: generar, como en el resto del mercado, mercancías superfluas y redundantes, con una rápida obsolescencia. Todo lo cual es compatible con la acelerada y muy preocupante ausencia de fundamentos epistemológicos, procedimientos metodológicos dignos de tal nombre y rigurosidad teórica en las investigaciones y análisis académicos y científicos en general, al menos por lo que toca al ámbito de las ciencias sociales.

    Hemos de tener en cuenta, por lo que toca a estas ciencias, que nuestro sistema social vive para la reproducción ampliada del capital, que es su sangre de consumir las energías de las partes que le constituyen, es decir, de nosotros y nosotras. Tiene tantas más posibilidades de lograrlo cuanto más inconscientes somos de ello (todo orden de dominación se desintegraría si quienes lo padecen fueran conscientes de sus basamentos y condiciones, decía mi maestro Ibáñez). Por eso los dispositivos institucionales de gestión, control y administración social, tienen por finalidad (a través de sus especialistas intermediarios: los científicos sociales) extraer información de la sociedad convertida en gente, y devolverla en forma de entropía (dificultad para comprender el orden que mantiene el estado de cosas; obstaculización de la unión para la intervención conjunta y para la formación de sujetos colectivos; entorpecimiento de la reflexión en común). Nos quieren aislados e individuos, como si sólo fuéramos una versión de nosotros/as mismos/as (la que el orden social modela para cada quien), a objeto de que nuestra subjetividad sea lo más parecida posible a la que los dueños del orden quieren. Para que esa subjetividad, huérfana de análisis arqueológico, se convierta tal cual se manifiesta, en objeto de estudio que confirma lo que se quiere que sea, es decir, un refuerzo y prueba de ese orden.

    Por eso la ciencia postmoderna promueve el salto del materialismo al idealismo, el abandono de la preocupación por saber cómo son las cosas para interesarse ardientemente en interpretarlas, en subjetivizar la realidad. La caída en la interpretación y en el lenguaje, y la negación de la estructura capitalista por el postmodernismo tienen en común el rechazo de la capacidad de conocer y transformar lo existente que gira alrededor del papel central y cohesionador, genético-estructural, de la producción de mercancías, nos dice el incansable activista del conocimiento y luchador social Gil de San Vicente.

    Contrariamente a todo esto, hay una manera de conocer y enfrentar el mundo que busca ir a la raíz de las cosas. Sí, obviamente, estamos hablando de la ciencia radical (en realidad metaciencia), la única capaz de conocer a fondo lo que sucede y, por tanto, prevenir en alguna medida lo que puede acontecer, y con ello también albergar la posibilidad de contribuir a transformar lo que se conoce, desde el punto de vista de la propia sociedad.

    Para calibrar la significancia de esta manera de hacer ciencia, nada como recurrir a la insistencia de Marx en que, la mayor o menor razón de las ideas (valga decir aquí la teoría), no se dirime en el propio mundo de las ideas, sino en el de la práctica social, tal como recoge, por ejemplo, en la segunda tesis sobre Feuerbach (El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde cada quien tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado, en la práctica es un problema puramente escolástico). Tal posicionamiento tiene su traducción en que no hay mejor validación en las ciencias sociales que su capacidad para resolver los problemas humanos y mejorar la vida de las personas. Lejos de las prédicas de la ideología dominante convertida en objetividad respecto de la necesidad de neutralidad de los planteamientos científicos, la praxis científico-política que nos proponían Engels y Marx apela al ineludible compromiso del conocimiento con aquello que se conoce y con quienes se conoce. Cuando hablamos de ciencias sociales eso implica indefectiblemente la praxis con propósito político.

    El objetivo de la dialéctica materialista, y con ella de la ciencia crítico-alternativa, no es otro que el de colaborar a la conversión de los individuos en sujetos, y a que estos se (re)ubiquen en el campo social; dibujar los espacios de poder en los que nos movemos, para que podamos analizar colectivamente como sujetos de conocimiento (ya todo el mundo se hace ‘investigador’) nuestras sujeciones; elevando a objeto de estudio privilegiado el propio sistema social. Es decir, al contrario de lo que hace la ciencia dominante, se trata de inyectar neguentropía a los sujetos y entropía al poder, al minar la base sobre la que está sustentado (la privatización y exclusividad del conocimiento, la separación de los/as subordinados/as…).

    Aquí estamos ante un libro de esta segunda categoría. Y como tal, es marxista (no olvidemos que el marxismo viene constituyendo desde el siglo xix la praxis crítico-alternativa de mayor profundidad, alcance y potencial transformador que existe hasta el presente). Los y las marxistas sabemos desde hace tiempo cuáles son las causas profundas que hacen del capitalismo un sistema permanentemente condenado a crisis, y a crisis cada vez mayores. Y lo sabemos porque tenemos el conocimiento básico, raigal, de la enfermedad crónica que padece el capitalismo, una dolencia de la que no puede escapar y que va agravando su estado tendencialmente, aunque logre de manera pasajera combatirla, contrarrestarla o aplazar a veces sus más deletéreos efectos. Esa enfermedad se expresa en crisis que a veces se convierten en recesiones e incluso en depresiones, y tienen una variada gama de manifestaciones externas: de subconsumo o sobreproducción, financieras, por desajustes macroeconómicos, exceso o defecto de circulante, o conmociones originadas por la propia competencia… Tales manifestaciones de las crisis le sirven a menudo a la ciencia económica ortodoxa para elaborar explicaciones causales superficiales cuando no directamente erróneas. En realidad, las crisis sistémicas del capitalismo parten de un común denominador, que Marx nos descubrió, y que es el que se niega a entender esa ciencia: la caída del valor como plusvalor, la cual va implicada en la intrínseca tendencia a la sobreacumulación de capital. Ésta es la enfermedad crónica del modo de producción capitalista.

    Y es tal porque el desarrollo capitalista comporta una tendencial mayor utilización de (e innovación en) tecnologías intensivas en capital, lo que entraña una menor utilización de fuerza de trabajo por unidad de capital puesto a producir. Dicho de otra forma, el capitalismo presenta una tendencia a reducir el trabajo vivo (seres humanos) en la producción directa de mercancías, circunstancia que lleva implícito ese recidivo proceso de sobreacumulación de capital invertido por unidad de valor (y por tanto de plusvalor) que se puede generar.

    El valor refleja un tiempo abstracto que tiende a promediarse, el tiempo socialmente necesario para la obtención de una determinada mercancía (objeto o servicio), en función del desarrollo tecnológico alcanzado en cada momento histórico. A lo largo del decurso del capitalismo ese avance tecnológico ha seguido la flecha, de la manufactura a la robotización, pasando por los procesos de mecanización y automatización: Manufactura es Mecanización es Automatización es Robotización-inteligencia artificial. ¿Qué significa esto? Que según aumenta el peso relativo del capital fijo (maquinaria o tecnología en general) sobre el variable (seres humanos) en la composición orgánica del capital, puede aumentarse la productividad, pero no tanto el valor ni el plusvalor. Esto es, se genera en proporción a la productividad un menor valor, dado que disminuye el tiempo socialmente necesario para producir las mercancías. También significa que el trabajo humano abstracto, propio de la relación salarial capitalista, va perdiendo relevancia en la generación de valor. El trabajo vivo (el ser humano) va quedando relegado como agente de la producción, mientras que el protagonismo es para el trabajo muerto (las máquinas).

    En definitiva, la sobreacumulación de capital se da cuando el capital productivo, aquél que es susceptible de reproducirse a sí mismo de forma indefinida [en el ciclo dinero-mercancías (medios de producción y fuerza de trabajo)-producción-nuevas mercancías-nuevo (mayor) dinero (D-M-P-M’-D’)], no es capaz de crecer en un nuevo ciclo en medida correspondiente al nivel adquirido previamente y, por tanto, no puede completar su ciclo de valorización, generando un capital que compense el capital invertido (no puede ni siquiera conservar el mismo valor que ya tenía antes de comenzar el nuevo ciclo de valorización). Con ello se descomponen también las condiciones materiales de producción y de reproducción de la existencia social del capital, vale decir, de la propia sociedad.

    Esta enfermedad tiene hoy sus síntomas en los distintos procesos de desplazamiento morboso que sacuden al capitalismo.

    Efectivamente, al atascarse el proceso en el circuito primario de acumulación (el industrial, donde se produce plusvalor según una dinámica de reproducción ampliada, y donde los ciclos de valoración están en función de la producción y circulación de mercancías), se tienden a priorizar o acentuar tres tipos de desplazamientos: uno espacial dentro del circuito primario de acumulación, otro espacio-temporal hacia el circuito secundario y terciario de acumulación, y un tercero absoluto, renunciando a la acumulación, es decir, fuera de la producción. Entran aquí las finanzas especulativas (estos desplazamientos acompañan al desplazamiento técnico-organizativo –hacia nuevas líneas de producción, uso de nuevas tecnologías, etc.– y al desplazamiento entre ramas o incluso sectores de actividad, que están permanentemente presentes en las dinámicas de acumulación y competencia capitalistas).

    El desplazamiento espacial se realiza hacia lugares donde la composición técnica del capital es menor y, por tanto, el peligro de sobreacumulación no es inminente. Hacia territorios periféricos dentro de cada Estado y hacia las periferias del sistema, allá donde existan más posibilidades de rentabilizar inversiones, en un movimiento hacia las localizaciones con mejores condiciones para la rentabilidad de la inversión (cercanía de materias primas, exacciones o ventajas fiscales, una fuerza de trabajo con menor poder social de negociación y más barata, etc.).

    El desplazamiento temporal del capital excedente consiste en que los flujos de capital se alejen del terreno de la producción y el consumo inmediatos (circuito primario de la economía), para invertir en infraestructura productiva a ser rentabilizada en un futuro más o menos lejano (circuito secundario de la economía: instalaciones, capacidad de generación de nueva energía, nuevas vías para el traslado de mercancías y fuerza de trabajo, etc.), o bien en gasto social que favorezca la investigación y el desarrollo y, en general, la cualificación de la fuerza de trabajo en el porvenir (circuito terciario de la economía; la inmediatez y cortoplacismo del interés de los diferentes capitalistas, no obstante, nunca les permitió terminar de apostar abiertamente por este desplazamiento temporal de la ganancia, por lo que tuvieron que recibir el empujón de la lucha de clases que posibilitó que el Estado –como capitalista colectivo– asumiera esas tareas con muy diferente entusiasmo en unas y otras formaciones sociales). Sin embargo, en la actualidad ese desplazamiento temporal está siendo integrado en un tipo de desplazamiento espaciotemporal, en el que la inversión se dirige a ámbitos del circuito secundario que no representan una fuente de inversión productiva a futuro sino especulativa, verbigracia, los mercados del suelo, vivienda e hipotecario.

    El desplazamiento financiero, por su parte, implica una especie de trasmutación de los medios de acumulación de capital, por la que el proceso de valorización mediante la producción de valores de cambio y la consiguiente reproducción ampliada del capital (D-M-D’), es subordinada a la vía monetaria de realización de la ganancia (D-D’), desatando el movimiento más ficticio e irreal de la acumulación capitalista, el espejismo de que el dinero produce dinero por sí mismo, sin la mediación del trabajo. El capital financiero especula al alza con la realización de supuestos beneficios futuros (hipotecando el presente a costa del futuro). La financiarización apuntala y refuerza, además, los otros desplazamientos.

    La globalización y sus dinámicas de deslocalización empresarial (offshoring), así como la ofensiva político-económica neoliberal, no fueron, pues, procesos ni naturales ni casuales, sino el resultado forzado para compensar, durante un tiempo, la caída de la tasa de ganancia en las economías centrales del sistema capitalista. En el primer caso, como dije, invirtiendo el capital en las economías periféricas o en ramas de actividad donde todavía no se había dado el proceso de sobreacumulación y donde aún se puede incorporar más trabajo vivo para la extracción de plusvalía (reemprendiéndose así una acumulación extensiva de capital); también expandiendo al mismo tiempo el mercado, la velocidad de rotación del capital y el acortamiento de la vida de los productos. En el segundo caso, a través de la acometida neoliberal, imprimiendo mayores tasas de explotación de la fuerza de trabajo y menor redistribución del beneficio conseguido al conjunto de la población; también buscando nuevos espacios de valorización donde antes se inscribían los bienes comunes y las actividades humanas de preservación de la vida (es decir, el conjunto de la riqueza social que quedaba fuera del mercado; lo que supone a escala interna igualmente una nueva ola de desposesión y de acumulación extensiva de capital). Todo esto va implicado, asimismo, con el hecho de intensificar la disposición de la naturaleza como fuente barata de energía y recursos.

    La combinación de todos esos procesos ha proporcionado un margen temporal al capitalismo, que ha comprado algo de tiempo, en la alusión de Streeck, pero, al final, uno tras otro, van mostrando su agotamiento para continuar compensando la caída tendencial de la tasa de ganancia. La sobreacumulación llega más rápido de lo deseado a las economías periféricas, algunas de las cuales son convertidas mediante la masiva inversión de capital externo en emergentes; la velocidad y amplitud a la que se reproduce el mercado no pueden contrarrestar la magnitud a la

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