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Actuel Marx N°30: Los intelectuales: poder, dominación y resistencias
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Libro electrónico312 páginas4 horas

Actuel Marx N°30: Los intelectuales: poder, dominación y resistencias

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¿Cuál es la labor de los intelectuales frente al poder? ¿Qué posición juegan los intelectuales en la resistencia de la dominación? Esta publicación se propone abordar el debate sobre lo intelectual a través del poder, el trabajo y la teoría.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento9 ago 2023
ISBN9789560016614
Actuel Marx N°30: Los intelectuales: poder, dominación y resistencias

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    Actuel Marx N°30 - María Emilia Tijoux Merino

    Presentación

    Los intelectuales: asimetrías y simetrías

    de un discurso

    En una entrevista aparecida en un canal de televisión, un conocido intelectual, abogado y rector analizaba las revueltas sociales desarrolladas a partir del 18-O, afirmando que estas protestas fueron «un acto extremadamente violento» de una juventud anómica carente de valores comunes y orientaciones normativas. Para el abogado, no se trataba de un acontecimiento extraordinario de movilizaciones colectivas (aún cuando fueran las más grandes después de la dictadura), sino más bien de «un momento de barbarie» –emocional y pulsional–, un acontecimiento violento derivado de una «convulsión generacional». Cuando uno intenta comprender el trasfondo de este análisis, inmediatamente se encuentra con que el diagnóstico es bien conocido y documentado en un campo de la literatura especializada en la modernidad (política, económica, social), sobre todo cuando se piensa que los factores que influyeron principalmente en el llamado «malestar social» dicen relación con el desarrollo que ha experimentado el país producto de la modernización capitalista. A vista del abogado, ya no es la injusticia y la desigualdad un hecho que explicaría, por sí solo, el fenómeno (pues –como él mismo asegura– las condiciones materiales de existencia se han incrementado considerablemente), sino más bien de lo que se trata es que estos reclamos son propios de un malestar generacional, producto de la expansión del consumo y del bienestar, de los deseos ilimitados y desbocados de una generación carente de orientación normativa.

    Podríamos pensar, por un lado, y tal como lo describe Pablo Oyarzún, que estos diagnósticos no dan cuenta de que lo que llamamos el «acontecimiento» del 18-O «ofrece resistencia», precisamente, de esas «interpretaciones generales», como lo es la modernidad capitalista vista a través de «una plantilla conceptual previamente asegurada»¹. Pero, por otro lado, se puede argumentar que el malestar expresado por estos jóvenes no es otra cosa que los síntomas de una enfermedad mucho mayor, es decir, de un padecimiento que lleva por nombre democracia. Este discurso que ve en una generación anómica «la inconsistencia entre la racionalización de la vida que el bienestar exige»², se encuentra muy en sintonía con otro discurso que, 45 años antes, nos indicaba el oscuro futuro de la democracia. Según un informe emitido por la Comisión Trilateral (organización fundada por David Rockefeller en 1973), los factores que explicarían el profundo «pesimismo sobre el futuro de la democracia» se deben en gran medida a una amenaza intrínseca del sistema. Dentro de este contexto, esta amenaza se produciría principalmente por un cambio en los «valores sociales» –sobre todo en las generaciones más jóvenes–. Para el organismo, este camino –que se aleja de los «valores de orientación laboral» y de «espíritu de servicio público»– está asociado a la «riqueza relativa» de que gozarían las sociedades de consumo, poniendo especial énfasis «en la satisfacción personal, el ocio y la necesidad de ‘pertenencia y autorrealización intelectual y estética’»³. En otras palabras, lo que estos expertos describen es que el problema de la gobernabilidad se vuelve un asunto «vital» y «urgente» a tratar para las sociedades de la Trienal:

    «Un sistema democrático que no ha sido sacudido por las debilidades intrínsecas derivadas de su propia actuación como democracia podría hacer frente con más facilidad a los retos políticos contextuales. Un sistema que no tuviera esas significativas demandas que le impone su ambiente externo podría ser capaz de corregir las deficiencias que surgieron de su propia actividad. Es, sin embargo, la conjunción de los problemas políticos que se derivan de desafíos contextuales, la desintegración de la base social de la democracia manifestada en el aumento de los intelectuales y los jóvenes privatistas opositores y los desequilibrios derivados del funcionamiento real de la propia democracia los que hacen de su gobernabilidad un asunto vital y, de hecho, urgente para las sociedades de la Trilateral»⁴.

    Este discurso, que ve en el aumento del bienestar material de un importante sector de la población –«en particular jóvenes y clases profesionales ‘intelectuales’»– la adopción de «nuevos estilos de vida y nuevos valores socio-políticos»⁵, es el mismo discurso que, ahora más acá, declara la desintegración del orden civil y la disciplina social. Este «aumento de expectativas y aspiraciones» producto de la «intensidad de la vida democrática», es siempre ese exceso impugnado por los estudios que ven en sus distintos informes y sondeos una continua «crisis» que merma la autoridad a la vez que devela un claro desinterés por la cosa pública. En otras palabras, para el discurso intelectual dominante el llamado malestar puede deberse al aumento de todo tipo de demandas (ambientalistas, veganas, feministas, diversidad sexual, animalistas, etc.); en suma, a los deseos ilimitados de la subjetividad moderna que caracteriza a la sociedad de masas. Pero este odio a la democracia no es nuevo, es un síntoma que ya lo observábamos en la literatura clásica, incluso en la tradición de la filosofía griega, al querer esta borrar el «escándalo» democrático para gobernar la polis (Platón). Este escándalo, que contradice la ley natural de la dominación y que lleva a la destrucción de cualquier orden legítimo o natural a través del exceso de libertad de la masa ignorante y vociferante, es un discurso esgrimido hoy en día por varios intelectuales que ven en el peligro de la anomia el peligro de una «subjetividad entregada al ‘mal del infinito’, a las expectativas sin contención»⁶.

    En el campo educacional, este discurso se encuentra muy afín con una lógica que afirma que la labor de las universidades queda supeditada a ser un ente transmisor de saber acumulado, manteniendo, de este modo, una asimetría entre un saber y un no saber. Pero si la labor del intelectual queda cooptada por la jerarquía de aquellos que saben y de aquellos a los que hay que instruir, ¿acaso la instrucción –sobre todo las llevadas a cabo por el Estado– no parte de esa capacidad en potencia (ignorada o negada) de todos aquellos a los que se pretende enseñar? (Rancière) ¿Es posible pensar en el aspecto colectivo de la labor intelectual? ¿Cuál es la distancia entre la actividad intelectual y su objeto de estudio: lo común? Quizás lo que se pone en tensión aquí es precisamente el aspecto individualista del término «intelectual» (como si este fuera parte de una clase de individuos). Contrario a esto último observamos que la pregunta por la labor del intelectual no pasa por modelos o estereotipos que se han creado en torno a este trabajo, sino más bien por una toma de conciencia, aquella del compromiso que recuerda Rodolfo Walsh: «el campo intelectual es por definición la conciencia».

    En un artículo titulado «La loyauté envers les inconnus» (La lealtad hacia los desconocidos) aparecido en la revista Lignes de 1997, Daniel Bensaïd desarrollaba la idea sobre el «intelectual comprometido» aduciendo que el término representaba un problema en cuanto al orden de las palabras, y preguntaba por qué no llamar a esto «comprometido intelectual» o mejor aún «militante», indicando el sentido colectivo del término. En su libro Una lenta impaciencia de 2018 (Une lente impatiense, Stock, 2004), Bensaïd vuelve sobre esta distinción –a propósito de los «trabajadores del pensamiento» y los «trabajadores de las cosas»–, aclarando que es necesario no olvidar la «asimetría de su relación», pues, y al igual que en Gramsci, «en la división social del trabajo, los saberes teóricos y el manejo del lenguaje juegan un papel importante, pero no existe actividad humana que no implique una intervención pensada»⁷. Seguramente no solo Bensaïd cuestionaba el nombre «intelectual» por la «mala fama» que este término arrastraba; también esto era algo que Maurice Blanchot hacía ver en Les intellectuels en question de 1996 (Los intelectuales en cuestion, 2003), al decirnos que para borrar esa mácula era necesario una toma de postura (política y ética), algo que para Gramsci era pensado a través del «intelectual orgánico» y su función directiva y organizativa. Pero esa desconfianza, que para muchos portaba el término «intelectual», se hacía presente al resaltar el supuesto carácter de superioridad de aquellos cuyo trabajo consiste en pensar y de aquellos que no lo es. «En el intelectual –comentará Bensaïd– habría un juez, una tentación de juicio, un deseo secreto de erigirse en juez de jueces, unas ganas reprimidas de hacer de dios, de sacerdote o payaso»⁸.

    En una línea similar Rancière afirmaba en un artículo titulado «¿Qué puede significar intelectual?» (2010) («Ce qu’ intellectuel peut vouloir dire» de 1997), que la discusión sobre el «intelectual» «es semejante, en lo esencial, a lo que sucedió en su momento con los términos de ‘trabajador’ o ‘proletario’»⁹. Se trata más bien –nos dirá– de romper la asimetría entre «intelectual» y «trabajador» y pensar estos términos como «sujetos políticos», nombres simétricos «que invierten de modo similar el orden desigual para enunciar y manifestar la igualdad de cualquiera con cualquiera»¹⁰. No hay posición social que exprese de modo convincente la labor de un sujeto político. Por «intelectual» no designamos una casta singular por su ocupación o pertenencia, sino más bien «una condición general del animal humano». Esta condición general de la que habla Rancière es la que funda al animal político, preso entre las palabras y las cosas, y es esta misma condición general sin privilegios de ningún tipo por sobre otra subjetividad, a la que es necesario presuponer una igualdad intelectual y no una desigualdad originaria o jerarquía social. Es lo que ejemplifica claramente Gramsci con la función hegemónica donde un grupo dominante ejerce control sobre toda la sociedad y donde los intelectuales terminan cumpliendo la función de «‘empleados’ del grupo dominante a quienes se les encomienda las tareas subalternas en la hegemonía social y en el gobierno político»¹¹.

    Con el fin de dar continuidad a este debate, el presente número de Actuel Marx/Intervenciones se encuentra dividido en dos partes. La primera parte, titulada El debate sobre lo intelectual: poder, trabajo y teoría, se inicia con el texto de Josep María Antentas «Daniel Bensaïd: del leninismo obligado a la lenta impaciencia». El escrito recorre pormenorizadamente la trayectoria política y las reflexiones estratégicas de Daniel Bensaïd describiéndolo como un militante fiel a su compromiso revolucionario. Fundador de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR) y posteriormente de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), Bensaïd es en la lectura de Antentas un dirigente clave en las formaciones de la izquierda revolucionaria europea. Sobresale en este artículo la visión de un militante indócil con el poder, un rasgo que se mantiene hasta sus últimos días y algo que se manifiesta por la distancia que mantenía con los nouveaux philosophes.

    Seguimos con el artículo colectivo de Fernanda Flores, Ignacio López, Sofía Montedónico, Leonora Rojas y Alejandra Solar titulado «Entre la Reproducción y la Transformación Social: La Labor Intelectual de las y los Cientistas Sociales en Chile (1980-2021)». En este artículo los autores ponen en contexto la figura y labor del «intelectual de izquierda» no dejando de atender que hoy sus características son difusas, como lo son las y los cientistas sociales. Las dicotomías existentes en dos tendencias contrapuestas (entre la reproducción y la emancipación) serán analizadas por la labor intelectual en el periodo de 1980-2021, su relación con el poder y la posición frente a las luchas emancipadoras y la construcción de un poder popular.

    El dossier continúa con el artículo «Lo que la teoría otorga, la política lo quita. En torno a Las vacas negras de Louis Althusser» de Ignacio Libretti. En este artículo se abordan las circunstancias que rodearon el XXII Congreso del Partido Comunista Francés y la supresión del término dictadura del proletariado de sus estatutos. En el recorrido del texto el autor critica la posición de Althusser y de Étienne Balibar, quienes aceptaron el resultado de supresión. El texto aborda las tergiversaciones del concepto de dictadura del proletariado presente en el texto Las vacas negras y donde el concepto «dictadura» manifiesta una incomodidad al momento de mantener una vía violenta insurreccional con un claro recuerdo de Stalin. El texto rememora esta polémica dentro del PCF y las tácticas empleadas por Althusser para acusar el carácter antiteórico del debate, adaptando enseguida la definición del concepto al documento central del Congreso. El debate muestra claramente cómo la política comunista finalmente burla su propia teoría, dejando al partido la puerta abierta al eurocomunismo.

    El artículo de Mauricio Utz titulado «El resto es música», propone, a través de un análisis histórico-conceptual, y de ciertas nociones matemáticas, aproximarse a la noción de Música y poder ampliar la comprensión de la idea de Saber. Para esta tarea se sitúa a la producción musical latinoamericana y a sus actores en un rol privilegiado entre los intelectuales y el poder. Aun cuando Utz nos dice que en la figura del músico no resulta evidente la condición de intelectual, lo que pone el músico en juego a través de las proto-vivencias es el arjé o principio de la reflexión latinoamericana, una reinvención no aristocrática del pensamiento.

    La segunda parte, titulada Intelectuales situados: pensar la dominación y la resistencia, parte con el texto de Millaray Salinas titulado «Revuelta de octubre en Chile y organización popular: una mirada desde el Movimiento de Pobladoras/es Vivienda Digna». En el artículo se desarrolla una mirada critica desde el Movimiento de Pobladores Vivienda Digna a la revuelta popular de octubre de 2019. La autora se plantea, desde una mirada anticapitalista y antipatriarcal, repensar los hitos más importantes, sus debilidades y repercusiones, para identificar elementos que sirvan para las próximas acciones como pueblo. Se reflexionará además el proceso constituyente y las decisiones tomadas como organización popular para las transformaciones contra la precarización de la vida.

    En el texto «Movimiento Mapuche Autonomista y Rebelión de Octubre: Poder y contra-poder», Tito Tricot se encarga de analizar cómo el Movimiento mapuche autonomista y la Rebelión de octubre chilena se vinculan de manera contradictoria, estableciendo similitudes y diferencias significativas. El texto explorará dos aspectos de esta relación. Por un lado, la constitución de actores políticos colectivos, la posibilidad de transformarse en sujetos históricos y la materialización de una práctica contra-poder. Por otro lado, la dimensión de la violencia material y simbólica, que defiende tanto el modelo neoliberal como el sistema capitalista, como para la autodefensa popular chilena y territorial mapuche. El texto es un aporte importante tanto para comprender las reivindicaciones mapuche y la Rebelión de octubre de 2019 como también sus relaciones y diferencias.

    Continuamos con el título «Sobre la guerra europea en el día 21», de Étienne Balibar. En este texto Balibar aborda la guerra de Ucrania contra la invasión rusa. Para el autor, esta guerra es una guerra justa en el sentido de que no basta con reconocer la legitimidad de la defensa ucraniana, es necesario, nos dirá, «comprometerse con ellos» no permaneciendo pasivos. El texto describe que esta guerra es una guerra «total» contra un pueblo, pero también contra el resto de Europa, que también es el destacamento avanzado de otro imperio: la OTAN. Balibar proyecta un futuro pesimista de esta guerra, ya que los costos son gigantescos, tanto por la guerra «total» como de la guerra «híbrida» entre dos bloques, pero también porque esta guerra retrasa la movilización del planeta contra la catástrofe climática.

    Terminamos de cerrar este recorrido con una reseña de Iván Trujillo al libro de Enzo Traverso ¿A dónde se fueron los intelectuales? Aún cuando la publicación original del texto data de 2013, este no deja de ser un documento actual cuando se habla de los intelectuales, sus orígenes y su actualidad. De este modo, la reseña aborda críticamente las tres partes de este texto, comenzando con el caso Dreyfus a fines del siglo XIX y terminando con lo que se llamó la caída del socialismo real a fines del siglo XX, fecha que marca el periodo de nacimiento y caída del intelectual comprometido. A partir de la caída del muro de Berlín, la reseña aborda además el advenimiento del intelectual neoconservador, sin dejar fuera de escena el pensamiento crítico de esta época.

    Juan Riveros Barrios


    ¹ Oyarzún, P. «El país donde no pasa(ba) nada», Revista Pléyade Nº26, Santiago: 2020.

    ² Peña, C. Pensar el malestar. La crisis de octubre y la cuestión constitucional. Santiago: Taurus, 2020.

    ³ Michael J. Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki. The Crisis of Democracy. Report on the Governability of democracies to the Trilateral Commission. New York: New York University Press, 1975, p. 7.

    Ibid., p. 9. [Las cursivas son nuestras]

    Ibid., p. 158.

    Peña, C. Pensar el malestar, op. cit., p. 105.

    ⁷ Bensaïd, D. Une lente impaciencia. Barcelona: Sylone-Viento Sur, 2018, p. 35.

    Ibidem.

    ⁹ Rancière, J. «¿Qué puede significar intelectual?», en Momentos políticos, Buenos Aires: Capital intelectual, 2010, p. 67.

    ¹⁰ Ibid, p. 68.

    ¹¹ Gramsci, A., La formación de los intelectuales. México, D. F.: Grijalbo, 1967, p, 30.

    I. El debate sobre lo intelectual: poder, trabajo y teoría

    Daniel Bensaïd, del leninismo obligado a la lenta impaciencia

    Josep Maria Antentas¹²

    Recibido: 16/10/2021 - Aceptado: 15/12/2021

    «Una organización revolucionaria solo es viable si dispone de una brújula sobre las cuestiones fundamentales. El día en el que se limite su función a eficacias inmediatas, a la táctica de las luchas y a la gestión de las contradicciones cotidianas, se condenará al desmembramiento»

    Daniel Bensaïd¹³

    «Tal vez la construcción de una organización revolucionaria es tan necesaria como imposible, como el amor absoluto en Marguerite Duras.

    Ello nunca ha impedido a nadie enamorarse»

    Daniel Bensaïd¹⁴

    Nacido en 1946 en Toulouse, Daniel Bensaïd fue uno de los fundadores de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR) francesa en 1966 y de la Liga Comunista (LC) en 1969 (rebautizada Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en 1973 después de su ilegalización). Animador de mayo del 68 desde el Movimiento 22 de marzo, permaneció fiel a su compromiso revolucionario hasta el final de su vida, contrariamente a tantos nombres ilustres de su generación convertidos en rebeldes arrepentidos. Desde este punto de vista podemos considerarlo, siguiendo la reflexión de Achcar¹⁵, como un «intelectual simbólico» que personifica de forma ejemplar el Mayo del 68 francés, aunque siempre rechazó la etiqueta de «sesenta-ochentista» que tan bien portaron quienes convirtieron el acontecimiento solo en una diversión juvenil auto- justificadora.

    En este artículo analizaré de forma sintética el itinerario político de Bensaïd y la evolución de sus reflexiones estratégicas, bastante inseparables de las de su propia tradición política¹⁶. Concretamente repasaré, primero, su singularidad como militante revolucionario e intelectual, para después analizar su evolución política estratégica en tres grandes etapas: mayo del 68 y la fase posterior, el periodo de reflujo de los ochenta, y la búsqueda de una segunda oportunidad tras la caída del muro de Berlín. Abordaré con más detalle esta última etapa, pues es la que corresponde al periodo posterior a Estrategia y Partido, y que coincide con los años de mayor producción intelectual de Bensaïd. Al hacerlo, me detendré más específicamente analizando sus discusiones sobre el horizonte revolucionario y el comunismo, sus debates con las teorías partidarias de cambiar el mundo sin tomar el poder, y sus reflexiones sobre qué tipo de partido era necesario construir.

    Actuar y pensar en colectivo

    Dirigente de la LCR hasta comienzos de los años noventa, jugó un papel clave en la vida y desarrollo de la que se convertiría en una de las formaciones emblemáticas de la izquierda revolucionaria europea. Militante internacionalista, fue animador de la IV Internacional durante un largo período y consagró gran parte de su actividad política al trabajo internacionalista, desempeñando un papel clave en su construcción en varios países, en particular el Estado Español, México y Brasil¹⁷. A pesar de ello señalaba en sus memorias: «Dirigir me inspira una santa repulsión: prefiero hacer que mandar hacer. Esto podría pasar por una virtud igualitaria. También puede ser igualmente, el signo de una incapacidad desorganizadora para delegar y tener confianza»¹⁸.

    En Daniel Bensaïd convergían un hombre de acción (¡fue durante años el responsable del servicio de orden de su organización!), un dirigente político internacional y un intelectual de primer nivel. Una combinación de cualidades que hacen de él alguien muy excepcional en el panorama de la izquierda internacional y una de esas figuras de impronta particular. Su compromiso organizativo, durante décadas con la LCR y después con el Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA), que ayudó a lanzar, resalta como un hecho bastante singular en el panorama de la izquierda europea, donde el compromiso político-organizativo y el trabajo de reflexión intelectual han tendido a disociarse. Quizás por ello la labor intelectual de Bensaïd tuvo una fuerte dimensión colectiva y es inseparable de las discusiones políticas, los seminarios de formación y las reuniones militantes: «en la acción colectiva uno se da cuenta de que todas las ideas son fruto de intercambios y que uno no piensa nunca solo (como lo hace creer la mediatización). Todo el mundo piensa. Los intelectuales quizás son privilegiados en lo que se refiere a dar forma a las ideas, pero, y este es otro elemento satisfactorio, el militantismo es una barrera, un anticuerpo contra las tentaciones especulativas del trabajo intelectual»¹⁹. Así, para él, la militancia colectiva representaba un triple principio simultáneo de realidad, modestia y responsabilidad: supone pasar las ideas por la prueba de la práctica y reflexionar desde ella misma, implica pensar en el seno de una comunidad de iguales, e implica rendir cuentas de las propias afirmaciones y sus consecuencias²⁰.

    En este sentido encarnaba una versión del intelectual distinta a la del «sabio» que interviene en la vía pública inequívocamente en favor de la justicia y la igualdad, bajo la condición de experto o de autoridad moral, pero desde una cierta atalaya intelectual y sin compromiso organizativo concreto. Un modelo de intelectual muy propio de la tradición francesa, al menos desde el caso Dreyfus, que tuvo sus principales exponentes en figuras como las de Jean-Paul Sartre²¹ en la posguerra o de Pierre Bourdieu a finales de los años noventa. Aunque al final de su vida obtuvo cierta

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