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MÁQUINAS PARA VER Y OÍR AL LÍMITE DEL TIEMPO: Hacia una crítica práctica de la comunicación
MÁQUINAS PARA VER Y OÍR AL LÍMITE DEL TIEMPO: Hacia una crítica práctica de la comunicación
MÁQUINAS PARA VER Y OÍR AL LÍMITE DEL TIEMPO: Hacia una crítica práctica de la comunicación
Libro electrónico339 páginas4 horas

MÁQUINAS PARA VER Y OÍR AL LÍMITE DEL TIEMPO: Hacia una crítica práctica de la comunicación

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Organizado como una serie de notas de investigación, este libro presenta una exploración de las posibilidades del arte y la pedagogía como medios para intervenir los horizontes de posibilidad en tiempos de crisis.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9786074177596
MÁQUINAS PARA VER Y OÍR AL LÍMITE DEL TIEMPO: Hacia una crítica práctica de la comunicación
Autor

Pablo Martínez Zarate

Pablo Martínez Zárate (CDMX, 1982) es artista multimedia, documentalista e investigador. Es reconocido en México y Latinoamérica como pionero y uno de los principales exponentes de la narrativa documental web e inmersiva. Ha expuesto individualmente en recintos importantes de México y su obra fílmica e interactiva ha recibido reconocimientos internacionales en festivales de cine y foros académicos. Cuenta con una maestría en arte digital por la Universidad de Edimburgo y un doctorado en comunicación por la Universidad Iberoamericana, donde es académico de tiempo completo y fundador del Laboratorio Iberoamericano de Documental. Ha sido profesor invitado en sitios como la EICTV San Antonio de los Baños, Emerson College Boston y Zurich University of the Arts, entre otros. Su trabajo puede consultarse en su sitio web: pablomz.info

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    MÁQUINAS PARA VER Y OÍR AL LÍMITE DEL TIEMPO - Pablo Martínez Zarate

    Imagen de portada

    Máquinas para ver y oír al límite del tiempo

    Pablo Martínez Zárate

    Máquinas para ver y oír

    al límite del tiempo.

    Hacia una crítica práctica

    de la comunicación

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO


    Martínez Zárate, Pablo

    Máquinas para ver y oír al límite del tiempo: hacia una crítica práctica de la comunicación / Pablo Martínez Zárate. – México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2021 –

    Publicación electrónica.

    ISBN: 978-607-417-759-6

    1. Crítica de la comunicación. 2. Medios de comunicación masiva - Crítica. 3. Comunicación - Filosofía. 4. Medios de comunicación masiva y arte. 5. Medios de comunicación masiva y tecnología. 6. Comunicación en educación. I. Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Departamento de Comunicación.


    Versión electrónica

    ISBN: 978-607-417-759-6

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Nota introductoria

    I. Máquinas, medios, memoria

    Enfermedad y existencia

    Máquinas de guerra

    Medios maquinales

    Pensamiento excéntrico

    Memoria entre misterio y ministerio

    II. Poética de la información

    Resistencia a la muerte

    Comunicación de relaciones

    Forma entre contenido y continente

    Medios al límite

    III. Arte documental

    Inscripción y expresión

    Entre la máquina y la mirada

    El archivo como acontecimiento

    Montaje como intervención de la realidad

    Estas imágenes son verdad. Microarchivo de la ignominia

    Disecciones sobre planos. Ensayo(s) desde Tlatelolco

    IV. Pedagogía centrífuga

    Desplazamiento sobre horizontes de lo posible

    Estrategia versus programa

    Otro mundo es posible

    Bibliografía

    A quienes creen y a quienes dudan.

    De mí y de todo.

    Nota introductoria

    Este texto nace de una investigación doctoral dedicada a establecer algunos aspectos de lo que he llamado crítica práctica de la comunicación. Detrás de esta idea yace la necesidad de articular un sistema de pensamiento con orientación práctica, que permita guiar la práctica comunicacional de carácter artístico desde la óptica de la investigación artística, la producción documental y una propuesta pedagógica que, en su conjunto, construyan un aparato crítico para el quehacer artístico que recurre a los medios de comunicación como soportes de creación.

    El texto cuenta con cuatro partes que refieren a los componentes de la crítica práctica de la comunicación. La primera de ellas, Máquinas, medios, memoria, contiene las bases teóricas de la propuesta. En esta sección combino un abordaje desde la filosofía de máquinas con la relación entre medios de comunicación y memoria poco explorada desde el pensamiento comunicacional. Se plantea que vivimos en un medio maquinal y que el uso artístico de medios es un modo de intervenirlo; que llevar los medios al límite es llevar también las posibilidades de expresión y comunicación a otros horizontes de posibilidad e imaginación. Como se ha desarrollado en investigaciones previas (Martínez-Zárate, 2016a), esta primera gran parte teórica puede leerse como una introducción conceptual a las siguientes tres, las cuales pretenden ofrecer intuiciones que nutren el enfoque metodológico que da sustento a la crítica práctica de la comunicación.

    En segunda instancia, la Poética de la información se desarrolla como el primer momento metodológico de la crítica práctica de la comunicación, y podría entenderse como un método cartográfico. En él, se reconoce la necesidad de una mirada aguda que pueda analizar el contexto de acción y creación, identificar los elementos que la caracterizan (actores, lugares, dinámicas, flujos), y trazar mapas que den sentido a la práctica desde la óptica crítica. La poética de la información es, por tanto, un arte de tejido de relaciones. En esta sección se confirma la herencia híbrida de esta investigación, que combina tradiciones de pensamiento divergentes y hasta contradictorias, en respuesta a un espíritu convergente que ofrezca marcos de análisis y pensamiento crítico capaces de adaptarse a una realidad en crisis.

    El tercer momento de este libro ofrece un enfoque específico para la creación bajo el territorio de lo que llamo Arte documental. Para este, que explora las cartografías del archivo como un espacio de intervención del relato histórico y la configuración de la esfera pública, se apuesta por una mirada metodológica de corte documental con la finalidad de intervenir y reimaginar los horizontes de lo posible. Se propone que el trabajo documental, contrario a lo que podría interpretarse, no es una labor centrada en el estudio del pasado, sino todo lo contrario; es un esfuerzo transversal entre dinámicas temporales, con el fin último de proyectar alternativas de mundo por medio de la recomposición de las posibilidades de representación del discurso histórico. Se ejemplifica el arte documental con dos piezas llevadas a cabo en el marco de esta investigación.

    Finalmente, se apuesta por una Pedagogía centrífuga como el terreno de creación de comunidad y fomento del diálogo directo que sea capaz de fortalecer el ejercicio de la imaginación como un pilar central de la crítica práctica de la comunicación. En esta línea, se comentan las principales inspiraciones detrás de una pedagogía que se aleja del centro, que está en fuga de los mecanismos de poder, para poder construir un contrapunto a las maquinarias hegemónicas que definen el mundo contemporáneo. En esta sección, también se ofrecen ejemplos de la implementación de estas ideas en el Laboratorio Iberoamericano de Documental (http://iberodocslab) que combina activaciones educativas con diseño de piezas artísticas desde la universidad.

    Las conclusiones invitan a imaginar una escuela de artes que persiga estos principios como un espacio de liberación y reconstrucción de los horizontes de posibilidad. Si se considera que vivimos en un mundo en crisis, esta investigación es crítica en cuanto que se posiciona dentro de la crisis misma para lanzar propuestas de intervención de la realidad, desmantelando la propia mirada. La idea detrás de este libro es que el arte, como un acto comunicativo que traza diseños alternativos para la realidad, tiene el poder de cambiar el mundo.

    I. Máquinas, medios, memoria

    Enfermedad y existencia

    Vivimos en un mundo en crisis. Desde antes de la pandemia que azotó al mundo en 2020, ya había desigualdad, contaminación, violencia, injusticias sociales y políticas, destrucción irracional de recursos naturales, explotación de la mayoría en favor de unos pocos, precariedad en todas las esferas de la vida laboral, por no decir más, que se extienden de sur a norte, de este a oeste, como signos de una enfermedad que arrasa con todo lo que toca, vida humana y no-humana por igual.

    Vivimos en un planeta enfermo, nos advierte Guy Debord (2006). Un planeta enfermo que ha aprendido a decorar su enfermedad, haciendo muy difícil identificar los síntomas inscritos en la normalidad de este capitalismo tardío que reina sobre nuestras vidas. Parece que el Covid-19 vino a confirmar esta existencia patológica. Rastrear las causas y encontrar los tratamientos de este malestar masivo que nos aqueja globalmente es también arduo. Lo que sí podemos afirmar con toda certeza, no obstante, es que esta crisis tiene un origen humano. Es una crisis global que porta nuestra marca, sin agotarse en ella. La humanidad se devora a sí misma arrasando con aquellas formas de vida que la rodean.

    Como miembros de esta especie que ha infligido tanto daño y destrucción al planeta, no podemos librarnos de la responsabilidad de actuar en dirección de soluciones posibles, acciones que garanticen posibilidades de subsistencia para la especie y el medio. Habitamos en un estado de emergencia y es urgente plantarnos frente a esta situación con determinación, imaginación, sentido común y fuerza de voluntad.

    De la capacidad del sistema vigente de esconder su enfermedad emana uno de los retos más urgentes de nuestra condición. Los programas que sostienen al capitalismo tardío, esta forma de gobernanza sin rostro ni cuerpo que controla los modos de interacción y significación de la experiencia compartida en las primeras dos décadas del siglo XXI, han alcanzado un grado de complejidad e imbricación que dificulta terriblemente la detección del malestar. Se ha introducido valor en la enfermedad misma, que se presenta como un estado al que debemos aspirar para ser partícipes exitosos del teatro necrófilo en el que nos desenvolvemos a diario. Por si fuera poco, la infraestructura que sostiene a este sistema socioeconómico en el que vivimos, es decir, las condiciones materiales que permiten la operación del sistema financiero en una cartografía que rompe fronteras geográficas y husos horarios, operan en un nivel de sofisticación y expansión que ha potenciado su capacidad de destrucción al punto de que solo imaginar una resistencia en su contra es una tarea no nada más intimidante, sino abrumadora.

    Uno de los componentes centrales de esta enfermedad, que al afectar los cuerpos afecta también la sensibilidad, está asociado con lo que Berardi denomina la masculinización de la percepción: del tiempo, de la política, del poder (Berardi, 2014, p. 118). Las implicaciones de la masculinización de la percepción son, entre muchas otras, la objetivación del cuerpo y el dominio territorial como principio de relación humana. La perspectiva masculina, en la lógica del macho alpha que domina al resto del grupo, anula todo espacio para la diferencia, somete toda existencia alterna a su voluntad. En este sentido, imprime una sola versión legítima de tiempo, fuera del cual se cancelan todos los futuros posibles. El tiempo patriarcal que marca el capitalismo tardío es entonces un tiempo uniforme, vertical, unidireccional, donde la repetición acontece ininterrumpidamente, reduciendo a cero los espacios para la diferencia. El surgimiento y la proliferación de movimientos en defensa de minorías es un síntoma de esta tendencia opresora del programa maquinal contemporáneo.

    La crítica práctica de la comunicación también nace como un desafío de este tiempo unívoco de la máquina de Estado capitalista. El objetivo de esta investigación es ofrecer intuiciones teóricas que guíen el diseño de metodologías de análisis, creación y pedagogía en el campo del arte en medios y la producción mediática crítica. La crítica práctica de la comunicación apela por la polifonía, por levantar el silenciamiento del coro de voces de una colectividad global que tiene cada vez más conciencia de sí, esto por las mismas condiciones infraestructurales que definen nuestros medios de acción, presentación y representación. Las tecnologías de datificación del cuerpo y rastreo de la acción humana permiten también la conjunción de lenguajes y percepciones alternativas, por lo menos como una posibilidad.

    Franco Berardi (2017) sostiene que dentro del horizonte actual hay más posibilidades de las que presenta la máquina capitalista como norma, solo que están encriptadas bajo los códigos enfermizos que edulcoran nuestros padecimientos. Hay que desentrañar el lenguaje de la máquina que somete nuestro potencial imaginativo y expresivo, irrumpir en los ritmos de actualidad para revelar su multiplicidad, encontrar formas alternativas de proyección en el horizonte futuro, una proyección de nosotros mismos y nuestra pertenencia a un mundo global, urbano, precario. A esta labor pretende abonar la crítica práctica de la comunicación.

    Es una crítica porque responde al entorno en crisis. Es una reacción, una resistencia a la indiferencia, una forma de decir: podré estar enfermo, pero sigo vivo, conservo la voz, puedo rugir tan fuerte como el tronido de las armas del Estado corporativo, y hacerlo con mucho amor. Ante la crisis, la acción crítica; ante la violencia normalizada, la revolución amorosa —que se preocupa por el otro como espejo de uno, que recupera el cuidado ante la promoción de lo enfermizo—. La crítica práctica de la comunicación desafía esos condicionamientos que delinean los mecanismos de poder del mundo enfermo, como la táctica de disfrazar la enfermedad, que nos habla ya de una crisis de la representación. El disfraz de nuestra condición congela toda representación de la enfermedad, lo que se traduce en una incomunicación de nuestra condición. De ahí que la crítica práctica que propongo apueste por los actos comunicativos.

    Disfrazar la enfermedad tiene una incidencia profunda en la forma en que tejemos relaciones a diario, entorpeciendo nuestro lenguaje y nuestra capacidad de codificar y decodificar el entorno y nuestro papel dentro de este. La enfermedad capitalista borra mapas de navegación alternativos a su programa, reduciendo el potencial de los medios, entendidos como herramientas expresivas, pero también como entornos de desarrollo personal y colectivo. De esta torpeza significante deriva la crisis de representación que encadena la imaginación y la expresión en contextos de opresión. Entre los resultados presenciamos un cinismo generalizado, una insensibilidad o resignación ante el sufrimiento del otro como norma, una perpetuación de las dinámicas opresoras que nutren nuestra enfermedad. Nos contagiamos entonces de desesperanza, perdemos la fe en el presente, derogamos el futuro como derecho común. Esta afección no afecta solamente nuestra capaci- dad de imaginar, también nuestra capacidad de actuar, nuestra potencia. De ahí que Berardi afirme que vivimos en una era de la impotencia. La desesperanza es una fuerza paralizante.

    La desesperanza es también una forma de silenciar, de negar el mundo, de huir de él. La deshumanización, que resulta del orden injusto, no puede ser razón para la pérdida de la esperanza, la que conduce a la búsqueda incesante de la instauración de la humanidad negada en la injusticia (Freire, 1970, p. 111).

    Si la desesperanza no puede salir victoriosa de la injusticia preponderante, vale invertir nuestra vida en diseñar estrategias para combatirla. La desesperanza se tambalea ante la producción de mensajes alternativos, de resistencia, que inspiran la imaginación de personas hacia la producción de significados y experiencias ricas en diversidad. Para ello necesitamos identificar los síntomas de la enfermedad, sus rasgos distintivos y, entonces sí, actuar en dirección contraria a la muerte, habitar la transformación como medio de resistencia, como lo hacen las formas de vida para sostenerse en las líneas evolutivas.

    En uno de sus cuadernos, el pintor alemán Gerhard Richter afirma que el arte es la forma más elevada de la esperanza, puesto que trabaja con modelos de mundo y proyecciones posibles que parten de las condiciones materiales e intelectuales del presente. El arte, en consecuencia, es una forma de resistir la desesperanza, esta fuerza paralizante que Paulo Freire identificó como uno de los esquemas de control del capitalismo, ya desde la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad, estas tácticas se han diversificado en su potencial tecnológico, tanto por su alcance como por su prevalencia y penetración en las esferas más íntimas de la realidad. La crítica práctica de la comunicación, como la entiendo aquí, es una propuesta basada en el arte como un tipo radical de acción comunicativa al llevar al límite la imaginación y la expresión, renovar los modelos de mundo y restituir constantemente la multiplicidad en los modelos de percepción.

    Revolución o muerte, dice Guy Debord, ya no es la expresión lírica de la conciencia rebelde, sino la última palabra del pensamiento científico de nuestro siglo (Debord, 2006, p. 89). La crítica práctica de la comunicación atiende a la convocatoria de este autor mediante el cruzamiento de pensamiento crítico y acción comunicativa desde el arte y la pedagogía. Lo que él engloba como pensamiento científico y que Berardi llamó el intelecto general, o esa colectividad mundial de agentes dedicados a la reflexión-acción críticas sobre nuestra sujeción, es el sitio desde el cual la crítica práctica de la comunicación busca articular un plan de consistencia en el sentido de Gilles Deleuze y Félix Guattari —instituir una fuga creadora que multiplique los horizontes de posibilidad—.

    Para articular un pensamiento revolucionario, debemos recordar que una revolución y, en concreto, los actos revolucionarios, como nos advirtió Walter Benjamin, siempre están insertos en un contexto histórico y político determinado.

    Al pensador revolucionario, la oportunidad revolucionaria peculiar de cada instante histórico se le confirma a partir de una situación política dada. Pero se le confirma también, y no en menor medida, por la clave que dota a ese instante del poder para abrir un determinado recinto del pasado, completamente clausurado hasta entonces. El ingreso en este recinto coincide estrictamente con la acción política; y es a través de él que ésta, por aniquiladora que sea, se da a conocer como mesiánica (Benjamin, 1942, p. 32).

    Esta oportunidad de abrir el pasado, que coincide con la propuesta de Alain Badiou de despertar a la historia (Badiou, 2012) es el eje analítico de la crítica práctica de la comunicación. Con esto me refiero precisamente al ver y oír al límite del tiempo: empujar los esquemas temporales por medio de la investigación, recurriendo a la imaginación y la expresión como estrategias de revolución de los modos de significación del capitalismo tardío. La intención de la crítica práctica de la comunicación es llevar al límite la potencia expresiva del ser humano para descubrir temporalidades (espacio-temporalidades) antes insospechadas, espacios de imaginación, expresión y representación desde los cuales otorgar sentido a nuestra experiencia compartida. Lo anterior se logra al empujar la investigación hacia el pasado (incursionando en el archivo y la práctica documental), para proyectar escenarios futuros. La crítica práctica de la comunicación apela a la revolución del pensamiento y de la expresión como facultades de construcción de mundo. Mi propuesta revolucionaria no pretende ser total, por lo que se centra especialmente en el arte como un territorio fértil de modelos de mundos posibles, así como en la pedagogía como un espacio de reflexividad que problematiza y complejiza, por medio del diálogo y la investigación, las condiciones actuales de producción de sentido.

    Hay que reconocer que este impulso revolucionario o de resistencia de la crítica práctica de la comunicación se manifiesta en primera instancia en el espacio de intimidad, en la práctica reflexiva sobre nuestro propio actuar en el mundo. Despliega una resistencia a las afecciones que la enfermedad del mundo transmite sobre mi mirada, sobre mi voluntad, los vicios en los que me sumerjo en la mayoría de las ocasiones sin percatarme de ello. Así, la crítica práctica de la comunicación no es una lucha contra un sistema de poder abstracto y lejano, sino que comienza con el desmantelamiento perpetuo de la sensibilidad e inteligencia propias. La crítica práctica de la comunicación busca nutrir, partiendo de la propia mirada, metodologías de pensamiento crítico que trasciendan una condición local o global determinada. Si bien existe un capitalismo financiero que nos acecha al momento en que escribo estas líneas, la crítica práctica de la comunicación reconoce que la opresión ha existido siempre y seguramente no dejará de existir mientras los humanos sean humanos, razón suficiente para imaginar formas de resistencia que atraviesen condiciones de control epocales.

    La revolución es en sí un proceso contradictorio, no un monolito pétreo e incontestable, sino un movimiento multidireccional que atraviesa los cuerpos y las sensibilidades, un flujo de agencias vivas, en choque, diálogo e interacción incesante.

    La revolución se genera en ella como un ser social y, por esto, en la medida en que es acción cultural, no puede dejar de corresponder a las potencialidades del ser social en que se genera. Como todo ser, se desarrolla (o se transforma) dentro de sí mismo, en el juego de sus contradicciones (Freire, 1970, p. 177).

    Bajo este razonamiento, la crítica práctica de la comunicación ofrece plataformas desde donde analizar un contexto cualquiera, no solo el capitalismo, de tal suerte que se pueda pensar siempre en la revolución como potencia transformadora del ser y estar en el mundo.

    Entre las múltiples resistencias que la crítica práctica de la comunicación pretende articular está la resistencia a la inhabilitación del pensamiento que, según varios autores, es uno de los síntomas de la enfermedad en la que vivimos. Si en el mundo actual el acto de pensar implica, de ahora en adelante, que se está al margen de la política y de la economía, que se renuncia a todo efecto concreto en el mundo existente (Bourriaud, 2015, p. 103), la crítica práctica de la comunicación es una práctica marginal desde su origen, que desdibuja y retrasa los límites, las convenciones y las prohibiciones en nuestra relación inevitable con los modos hegemónicos del poder. La voluntad intervencionista de la crítica práctica de la comunicación consiste en desafiar estos modos de percepción, imaginación y expresión mediante el diseño de modelos espacio-temporales (modelos perceptivos) de significación de nuestra experiencia. En este sentido, la reapertura de la historia de Badiou, el salvamento histórico de Bourriaud, la historia potencial de Azoulay, son inspiraciones metodológicas de la crítica práctica de la comunicación que nos obligan a transitar los umbrales de los relatos históricos, sus zonas invisibles. También el ejercicio de la futurabilidad de Berardi (2017), que hace referencia a la capacidad de identificar la presencia de múltiples futuros posibles inscritos en un presente determinado, motiva una propuesta como la que desarrollo en estas páginas. Dicho esto, presento a la crítica práctica de la comunicación como una máquina del tiempo capaz de producir espacios alternativos de percepción.

    Vale insistir en que la idea de llevar esta crítica práctica al campo de la comunicación no solamente responde a una filiación disciplinar, como ya se dijo, sino también al hecho de que, en lo que se ha denominado el orden global de la información, la comunicación juega un papel central.

    La unidad cultural paradigmática en la sociedad mediática es la comunicación, que con su brevedad, velocidad y carácter efímero comienza a imponerse a la narración y el discurso como principio cardinal de la cultura. En rigor, esta lógica de la comunicación barre con la propia teoría, que en un sentido importante se convierte en teoría mediática (Lash, 2005, p. 13).

    A este surgimiento de teorías mediáticas se suman también diversas prácticas comunicativas, que hacen referencia a una apropiación de los medios de comunicación. Y así, la crítica práctica de la comunicación pretende tejer vasos comunicantes entre la práctica mediática y la teoría mediática, que sobre todo en un campo como la comunicación se antojan indisociables.

    Esta investigación pretende ofrecer pistas al lector sobre cómo el arte mediático y la pedagogía crítica orientada a la práctica artística, ambas basadas en un análisis del contexto mediático y el empuje de los medios más allá de sus usos ordinarios, de sus usos automatizados que condicionan las relaciones humanas y los otros imaginarios en esta esfera de realidad que nos hemos creído inmutable, pueden ser caminos de producción de sentido en este teatro de destrucción sin razón.

    Máquinas de guerra

    Nuestra lengua está encadenada; nuestra lengua como lenguaje y como músculo. Que nuestra lengua esté encadenada no es cosa menor, es lo único que tenemos: sin lengua, morimos al nacer. Sin grito, no hay futuro, ni pasado, ni se diga, ni se llore, el presente. La máquina tecnolingüística, según Bifo, es la madre de las máquinas contemporáneas.

    La financierización de la economía debe verse como el proceso de supeditación de la comunicación y la producción a la máquina lingüística. La economía fue invadida por los flujos semióticos inmateriales, y transformada en un proceso de intercambio lingüístico; simultáneamente, el lenguaje fue capturado por la máquina digital-financiera y transformado en segmentos operacionales conectivos y recombinantes. La máquina tecno-lingüística constituida por la red financiera actúa como un organismo vivo, y su misión es la de desecar el mundo (Berardi, 2002, p. 43).

    La desecación es una enfermedad de la imaginación y la expresión. La crítica práctica de la comunicación promueve un pensamiento y un actuar líquidos, donde los cuerpos y las ideas reinstauren un contacto con la tierra que nos vio nacer y nos abrazará al morir.

    Hemos llegado a un punto de la historia humana que rasga los límites de su conclusión material, pero somos incapaces de percatarnos de ello precisamente porque vivimos en la esfera inmaterial del valor financiero. La obra de arte ha caído en esa esfera también relegando cada vez más el campo de lo espiritual. La comunicación parece un intercambio de divisas, el valor de cambio rige las formas de interacción. Cuando la dinámica del valor de cambio-uso gobierna las comunicaciones, toda comunicación deviene en práctica pecuniaria. Así, no solo las lenguas, sino los cuerpos están encadenados, las pasiones, los afectos.

    La máquina tecnolingüística condiciona la capacidad de nombrar la experiencia humana, reduciendo la existencia a un indicador económico o, en el mejor de los casos, demográfico: un consumi- dor menos, un hombre, una mujer menos; en ambos casos, estadísticas, variaciones en los targets. Son blancos de una máquina estatal que busca borrar toda la diferencia y convertir la vida humana en vida meramente mercantil.

    La máquina tecnolingüística, disfrazada de hada madrina de la comodificación de la experiencia, es por demás violenta; es el rostro de la máquina de Estado contemporánea, máquina opresora, máquina silenciadora; aquí debemos entender al Estado por el cuerpo colectivo y afásico de fuerzas que gobiernan los escenarios de la vida común y, por lo mismo, que incluyen actores mucho más diversos que solamente agentes de instituciones públicas; corporaciones, marcas, incluso agencias publicitarias que utilizan los mismos recursos del arte para la intervención de la imaginación de los individuos. El aparato publicitario mundial se confirma como uno de los dispositivos más potentes de la máquina tecnolingüística. La publicidad, como uno de los brazos fuertes del Estado corporativo erguido sobre

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