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Cartas públicas: Ideas y reflexiones de Gastón Soublette
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Libro electrónico382 páginas5 horas

Cartas públicas: Ideas y reflexiones de Gastón Soublette

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Testigo privilegiado de la sociedad chilena y firma permanente de la página de "Opinión" de El Mercurio, Gastón Soublette nos entrega en este volumen una sustanciosa crónica con profundas reflexiones que contienen una visión crítica del mundo moderno y conforman un deleite intelectual para sus lectores.
A través de una mirada integradora, Soublette nos urge a tomar conciencia y terminar de una vez con la cultura de la deshumanización. Advertencias agudas sobre temas fundamentales como la educación, la sociedad, la política, la fe, los pueblos originarios, el medio ambiente y la armonía del hombre con el orden natural.
Una reflexión seria, basada en un pensamiento coherente, que revelan sus ideas —las que muchas veces encienden polémica— y reflejan aspectos claves de una buena prosa: erudición, integridad, franqueza y valentía.
"El conjunto de estos textos parece adquirir el carácter de un manifiesto, pues hay en ellas una actitud que puede ser definida como militante, no en el sentido fundamentalista de la palabra, sino en el sentido de una afirmación de valores".
Gastón Soublette
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2019
ISBN9789569986475
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    Cartas públicas - Gastón Soublette

    © 2019, Gastón Soublette

    © De esta edición:

    2019, Empresa El Mercurio S.A.P.

    Avda. Santa María 5542, Vitacura,

    Santiago de Chile.

    ISBN Edición impresa: 978-956-9986-46-8

    ISBN Edición digital: 978-956-9986-47-5

    Inscripción Nº A-303657

    Primera edición: junio 2019

    Edición general: Consuelo Montoya

    Diseño y producción: Paula Montero

    Fotografía portada: José Luis Rissetti, El Mercurio

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.

    Índice

    Introducción

    Capítulo 1

    Educación, cultura y sociedad

    Capítulo 2

    Política y desarrollo

    Capítulo 3

    Medio ambiente

    Capítulo 4

    Fe

    Capítulo 5

    Pueblos originarios

    Capítulo 6

    Cine

    Índice de cartas

    Introducción

    La publicación en un solo volumen de las cartas que he enviado a El Mercurio durante veinte y más años, se justifica en cuanto, por lo que ellas plantean en su conjunto, y aunque de diferentes temáticas, estarían vinculadas por un sistema de pensamiento implícito coherente, sobre temas fundamentales de nuestra cultura tradicional, esto es, la ética, la fe, la educación, el humanismo, la ciencia, el desarrollo interior de las personas y la toma de conciencia, la justicia, la paz social y la armonía del hombre con el orden natural.

    En este sentido lo primero que, como autor de estos textos, debo expresar en esta introducción, es mi agradecimiento por el valor que este prestigioso medio de difusión le atribuye a mis colaboraciones, y la amplia acogida libre de prejuicios de que han sido objeto.

    Pero esta unidad de pensamiento que vincula estas cartas es algo que ha ido resultando espontáneamente, sin que le precediera una intención precisa y directa en ese sentido, lo cual habría sido, por demás, imposible, pues cada carta fue escrita en referencia a hechos precisos y puntuales que se fueron dando en el correr del tiempo, ya fueran estas opiniones emitidas por personalidades del ámbito de la política, la ciencia, la cultura, la educación y otros, o acontecimientos relacionados con el tema del medio ambiente o los pueblos originarios. Así cada capítulo agrupa grandes temas y dentro de cada uno de ellos, se les ha dado un orden, a veces cronológico y otras simplemente por la temática, de modo de entregarle algún sentido lógico al lector.

    Leídas de corrido, las cartas publicadas en este volumen y captado el sistema de pensamiento en que se fundamentan, el conjunto parece adquirir el carácter de un manifiesto, pues hay en ellas una actitud que puede ser definida como militante, no en el sentido fundamentalista de la palabra, sino en el sentido de una afirmación de valores.

    El adherir a un credo o cosmovisión determinados puede adquirir un carácter fundamentalista solo cuando se vuelve excluyente. Pero si se admite la validez de otros credos y cosmovisiones, y existe apertura para hacer conscientes los puntos de acuerdo que pueda haber entre ellos, entonces se está libre del peligro de caer en el fundamentalismo. Y todo eso para decir que el remitente de estas cartas se identifica ante sus lectores como cristiano, pero acepta la validez de las verdades enseñadas por otras tradiciones espirituales, que, como el cristianismo, han dado forma a la conciencia de numerosos pueblos como fundamento trascendente de su cultura, incluidos los así llamados pueblos originarios.

    Debo reconocer, por otra parte, que en su conjunto, estos textos, por los temas que abordan, se percibe que fueron concebidos desde una visión bastante crítica del momento histórico que vive el mundo actual. En ese sentido confieso mi firme convicción de que el modelo de civilización que ha dado forma a la vida de las naciones en los dos últimos siglos, y cuyas bases se dieron en la revolución industrial a comienzos del siglo XIX, ha entrado en una crisis profunda después de un largo historial muy acontecido. De esta manera, la generación de riqueza y la creación de todos los ingenios tecnológicos imaginables para mejorar la existencia humana y alcanzar el tan ansiado bienestar, corrieron a parejas con las más brutales manifestaciones de violencia, en guerras destructoras, revoluciones y colonialismo explotador, a lo que se agregan nuevas y más abusivas formas de servidumbre humana. Violencia que también ejerció, con enormes fuerzas depredadoras, la maquinaria industrial en todas las regiones del planeta, desarticulando los ecosistemas, al punto que sus letales efectos han alterado el equilibrio global de la biósfera, y este deterioro, hasta el momento, parece no poder detenerse, pues cuando una cosa adquiere cualidades extremas, se transforma fatalmente en su contrario. Así, lo que se creó en principio para el bien de la humanidad, entró en un proceso de desmesura incontenible que lo volvió destructivo al punto de poner en riesgo hasta la misma supervivencia de nuestra especie.

    Se entiende, por otra parte, que toda crítica se hace desde un marco de referencias que implica un deber ser; en mi caso, y como antes fue dicho, el marco de referencia no es otro sino la concepción cristiana del hombre y de la vida. Y es conforme a esa concepción que en una de mis cartas planteo la posibilidad de que ante este cuadro, podríamos llegar a la conclusión de que el actual modelo de civilización demuestra ya, a estas alturas de la historia, estar fracasando al fin por agotamiento y pérdida de los valores fundamentales de nuestra cultura, los cuales fueron reemplazados por el mito del progreso material de incremento ilimitado, y su ética del esfuerzo productivo, la competitividad y el rendimiento.

    Entiendo que en todas las naciones del orbe hay una élite de hombres talentosos y poderosos que detentan altas cuotas de poder, cuya estructura mental es por esencia progresista, y ellos no podrían emplear en sus juicios sobre el momento histórico que vive hoy el mundo, el mismo marco de referencias que empleo en mi visión crítica, aun conociendo ellos las alarmantes estadísticas de la ONU y de la FAO, o las denuncias que las autoridades ambientalistas del mundo han dado a conocer, las cuales resume en su encíclica Laudato si el Papa Francisco.

    Entiendo también qué es lo que les impide ver el mundo desde esa perspectiva, pues son ellos los que, en última instancia, manejan el mundo, y pese a que saben que varios miles de millones de habitantes viven hoy en la extrema pobreza; y que ochocientos millones ni siquiera tienen acceso normal al agua; y que anualmente mueren de inanición decenas de millones, especialmente niños, ellos siguen en lo suyo impulsando la máquina del mundo. Y lo hacen con ambiciosos proyectos cuyo costo humano no es materia de atención prioritaria sino subordinada al incremento de capital que son capaces de generar, para la puesta en marcha de otros proyectos, pues a fin de cuentas, la forma de vivir moderna o postmoderna, parece haber sido desde siempre la meta suprema hacia la cual evolucionó la capacidad constructiva del homo sapiens (homo faber). Y si el precio que debemos pagar por ese logro es el sufrimiento de un amplio sector de la humanidad y la desarticulación de la trama de la vida planetaria, los poderosos demuestran con su actitud que el constructo tecnológico económico que están levantando es más importante que los hombres, como quien construye un edificio con la intención de dotarlo de todo aquello que beneficia y asegura su funcionamiento propio sin considerar si su estructura beneficia o perjudica a quienes lo habitarán. Y en lo que se refiere al peligro que conlleva la desarticulación de los ecosistemas, los grandes emprendedores descansan sobre la esperanza de que la misma ciencia, la misma tecnología, la misma actividad económica y política que han producido tan indeseables resultados, sean las que disponen de los instrumentos capaces de paliar estos males y librarnos del desastre que nos viene amenazando desde hace más de medio siglo.

    Es un hecho que las bondades de este modelo de civilización puede disfrutarlas un sector privilegiado, el cual no concibe que la dirección de la evolución humana pudiera haber sido otra que la que de hecho fue, pues la generación de riqueza y la creación de los más sofisticados ingenios tecnológicos para traer al mundo el bienestar dan un testimonio indudable, según ellos, de que nuestra especie progresa en inteligencia y creatividad. Por eso, la filosofía y la teología que desde el siglo XVII antecedieron a la revolución industrial en Inglaterra nos enseñan que la generación de riqueza y el progreso de las artes útiles es el camino que le permite al hombre liberarse de la tara del pecado original, según se creía entonces, pues Adán, antes de pecar, poseía todos los conocimientos y capacidades para llegar a ser lo que fueron los Francis Bacon, los Isaac Newton, los Adam Smith, los Charles Darwin y demás genios que apadrinan este modelo desde dos siglos antes; idea que ya habían concebido, desde mucho antes, los teólogos de las órdenes monásticas medioevales.

    Debemos concluir entonces que el éxito del modelo, aunque solo favorezca a un sector determinado de la población mundial, la cual actúa eficazmente en el fenómeno del crecimiento económico y en la concentración del poder, parece ser el argumento que motiva su adhesión incondicional a él, adquiriendo el alto rango de lo que es verdadero y necesario, como si fuera el supremo bien a que el hombre puede aspirar después de dominar la naturaleza y comprometer compulsivamente a todos los habitantes del mundo en esta arriesgada e implacable aventura de la producción, el consumo, el trabajo, y el rendimiento. Y es, en vista de ese éxito que el sector favorecido por las bondades del modelo concibe la elaboración de una pedagogía apropiada para la creación de un tipo de hombre que es sensible y empático solo para con el orden construido por el genio humano, ignorando la obligada premisa de que nacemos, crecemos y vivimos gracias a la existencia de un orden universal. Un orden que nos precede desde toda eternidad, regido por leyes que no es posible transgredir impunemente, pero frente al cual su sensibilidad y su inteligencia parece estar totalmente embotada, pues la misma racionalidad que genera el imperativo prioritario de la generación de riqueza, y la lógica de los negocios que es su vía operativa, necesita ver el mundo entero como una reserva inagotable e inorgánica de materia y energía utilizables.

    De esta cosmovisión derivan los conceptos de recursos naturales y recursos humanos, ideas claves, despojadas de vitalidad que permiten actuar sobre el orden natural y la sociedad misma, homologándolos a los demás componentes del constructo económico-tecnológico en que ha venido a degenerar nuestra cultura y todas las demás culturas históricas.

    Con estos antecedentes se entiende entonces que cuando en el discurso público se habla de servicio al país no se está haciendo referencia necesariamente a la nación, sino preferentemente al constructo económico e industrial que integran todos los emprendimientos financiados por la inversión nacional y extranjera. Así es como quedan determinadas, obligadamente, las prioridades de los gobiernos, las cuales inciden en el crecimiento de la economía cuyos principales parámetros son la producción, el consumo y la inversión. Así es como se termina escamoteando la validez real de una democracia, que, de hecho, deviene una dictadura económica legalizada, pues el sector productivo y la inversión adquieren de hecho la hegemonía en la vida nacional, obteniendo de los gobiernos todas las franquicias que les permiten a los emprendedores instalarse, intervenir, explotar, contaminar el ambiente y todo eso en lugares habitados, subordinando a esos parámetros de crecimiento lo que debiera ser el imperativo democrático de asegurar a la población el buen vivir a que todos aspiramos y tenemos derecho conforme a la ley fundamental de la república.

    Lo dicho hasta aquí es una parte del contenido ideológico de muchas de estas cartas, lo cual se transparenta en los textos, aunque en varias de ellas la motivación para escribirlas fue, como antes quedó dicho, algún hecho preciso u opinión vertida por algún representante destacado del quehacer nacional, político, económico o cultural.

    Otro aspecto importante del contenido ideológico que motiva estos textos, es lo que se refiere a la masificación de los pueblos, pues la así llamada cultura imperante hace ya muchas décadas que dejó de ser una cultura humana. El complejo masivo de actividad económica en que se ha convertido ha ecualizado a la población en la unidimensionalidad de una mentalidad promedio puramente utilitaria. Tal forma de funcionamiento psíquico guarda una estrecha relación analógica con el hacinamiento urbano provocado por el negocio inmobiliario, que instala sus bloques habitacionales uniformados para la masa anónima e inconsciente. Asimismo, en los barrios centrales, por la instalación de monstruosos edificios de hasta cien y más pisos, de hormigón, fierro y vidrio en los que funcionan las oficinas desde las cuales se ejerce el control de la riqueza de los países y la dirección del quehacer de la población enrolada en los múltiples emprendimientos que definen a los países únicamente como economías. Complejo inorgánico de edificación sumido en una atmósfera altamente contaminada e invadida por un variado complejo de ruidos, por donde circula una población afanada cuyo sistema nervioso y respiratorio no puede hallarse en buen estado de salud, y cuya actitud ansiosa y apremiante es necesariamente lo opuesto de la felicidad, pues la amarga verdad de la ciudad que habitamos es que en ella ya se olvidó qué es ser feliz, pues su déficit de humanidad es evidente. La existencia en ella se padece y se soporta, porque es la convicción de todos y en todas las latitudes, que no tenemos otra alternativa.

    Esa masa cuya vida no le pertenece, es hoy el remanente contemporáneo deshumanizado de lo que antes fue un pueblo, pues lo que caracteriza a una comunidad digna de llamarse tal, es que los pueblos tienen tradiciones e identidad, tienen sabiduría y virtud, tienen fe y creatividad, en tanto que la masa carece de esas características; su creatividad está atrofiada, por lo cual carece de la posibilidad de tomar conciencia de su situación y renovarse. Y esto porque asumen como única realidad posible una existencia definida solo en función del trabajo, el rendimiento y el consumo mientras las pantallas luminosas que reflejan el mundo, aun las que todos llevan consigo en sus bolsillos o carteras, acaparan su atención constantemente exhibiendo las imágenes del único mundo posible que les tocó en suerte. Y aun así, todos on line, la mayor parte de los masificados siguen creyendo que progresamos justamente por eso.

    En tales condiciones es muy difícil sostener un orden moral, pues todas las ciudades del mundo van adquiriendo gradualmente una misma apariencia desoladora, cuyo funcionamiento diario reduce a nada la identidad personal de cada individuo y sus aptitudes psíquicas, a la par que todos comparten la certeza de que, en última instancia, es el dinero el que manda, y determina cómo debemos vivir y qué cargas debemos soportar para no ser un obstáculo al desarrollo de nuestro país. Por eso, ese ambiente desnaturalizado es el terreno apropiado para la germinación de la violencia delictiva y las aberraciones morales.

    En lo que se refiere a lo que antes he denominado la ecualización de la mentalidad nacional en un nivel promedio utilitario y consumista de corto alcance, eso es justamente lo que le hace perder a una nación el sustento de su sabiduría tradicional y el referente trascendente de su fe, esto es, su espiritualidad, lo cual afecta también a todos los niveles de la educación.

    Siempre se ha oído decir que en Chile la educación no es buena; y el alumnado de todas las universidades, conforme a las investigaciones que he realizado, sostiene, por lo general, que en los programas de estudio de todas las carreras no hay nada formativo. Entendiendo el sentido de este término como aquel conjunto de enseñanzas que le permiten a los individuos conocerse a sí mismos y desarrollarse psíquicamente en forma amplia y equilibrada para alcanzar el conocimiento que incide en el sentido de la vida, de lo que deriva el comportamiento sensato y virtuoso de las personas.

    Un buen ejemplo de lo antes dicho, es la carta en que comento los consejos sobre educación que el señor Bill Gates, uno de los multimillonarios más importantes del mundo, dio al presidente Sebastián Piñera, los que aparecieron en una crónica de El Mercurio hace algunos años, y consistían solamente en competitividad, tecnología, y mediciones. Como también otra carta en que me refiero a ciertas declaraciones del experto en educación señor José Joaquín Brunner, quien afirmó en un artículo de opinión que las funciones prioritarias de las universidades son, según él, formación de capital humano avanzado, producción de conocimientos científicos y tecnológicos, transmisión y uso del conocimiento por medio de su interacción con diversos usuarios, especialmente el sector productivo; conservación y transmisión integral de los saberes eruditos. Si bien hay una tímida referencia a las humanidades en el cuarto lugar, las prioridades propuestas no difieren mucho de los consejos de Bill Gates.

    Y si esta es la realidad en la así llamada educación superior, salvo algunos excepcionales intentos por aproximarse a una dimensión formativa del conocimiento, la así llamada excelencia en educación superior puede efectivamente dar como resultado lo que Brunner llama «capital humano avanzado», pero sin que los representantes de esas élites den garantías de que en su vida van a actuar con ética y sensatez.

    Por su tendencia a la globalización espontánea, la economía y la tecnología definen hoy a los países en todas las regiones del mundo, por eso se entiende que esas carencias de la educación contemporánea afectan a todos los sistemas educativos, porque el hombre definido solo como consumidor y usuario es el mismo en todos los países. Eso explicaría probablemente por qué en los tiempos que vivimos la corrupción generalizada es un fenómeno concomitante con el bajo nivel cultural de la clase política, al punto que hoy se echa de ver claramente que los países más desarrollados y poderosos están gobernados por hombres cada vez más distantes de la sensatez y la virtud. En cuyos discursos, estratégicamente elaborados, según lo que hoy se llama la «posverdad», abundan los lugares comunes que reducen la vida de las naciones a su sola actividad económica.

    Y son esos hombres, poderosos, pero de baja calidad y formación humana, los que hoy detentan poderes capaces de poner en riesgo nuestras vidas, los que usan un lenguaje arrogante, como si fueran los dueños de sus países, y se amenazan con sus arsenales atómicos, sabiendo mejor que nadie que una guerra moderna entre grandes potencias nos aniquilaría a todos por igual. Tal como dijo últimamente el presidente de Rusia, Vladimir Putin, al verse obligado a fabricar más misiles estratégicos de mediano alcance, ante los absurdos desafíos de su par estadounidense Donald Trump. Diálogo de perros grandes que se muestran los dientes, mientras la humanidad entera, impotente y humillada, contempla el penoso espectáculo.

    Con relación a esto cabe observar que si nuestras prósperas democracias, por cuya prosperidad un vasto sector de la humanidad debe pagar un alto precio en sufrimiento, obligadamente deben ser defendidas con un armamento capaz de erradicar la vida del planeta en su totalidad, esa terrible verdad exige una reflexión acerca de la violencia institucionalizada subyacente en que se basan, como si toda la esencia espiritual de que ha sido vaciada la cultura occidental cristiana se hubiese trasmutado en un ansia de poder tan insaciable como absurda.

    Y llegando a este punto cabe introducir en este texto el concepto de sentido, pues, como se desprende de los textos de algunos pensadores modernos, la pérdida del fundamento espiritual sobre el que se asentó nuestra cultura por dos milenios, el cual le daba un fundamento trascendente a la historia humana y un sentido al ritmo y dirección del acontecer, protegía a los hombres de caer en la arriesgada aventura de lanzarse en pos del crecimiento ilimitado, la acumulación de riqueza, la concentración del poder y la remoción de todo lo que está al alcance de su mano para sacar provecho de todas las cosas y del hombre mismo.

    Lo que Nietzsche llamó «la muerte de Dios» que para él no era solo una fórmula literaria sino que procede de su toma de conciencia del proceso de secularización que trajo al mundo la revolución industrial, el cual, según él, debía generar en la sociedad a modo de compensación, una actividad desenfrenada, como realmente aconteció, es justamente lo que el filósofo coreano Byung-Chul Han señala como causa de la aceleración exponencial de todo el quehacer humano. Con la consecuente pérdida de la organicidad del tiempo y la caída en una vertiginosa sucesión de instantes de pura duración vacía, que bien expresa el sin sentido de un siempre más de lo mismo y el consecuente aburrimiento de los hombres. Pues, según este pensador la noción de un ser supremo era también el supremo regulador del tiempo.

    El alineamiento y reducción del espacio psíquico de las masas a una mentalidad promedio, y el trabajo agotador a que se ve obligada esta sociedad del rendimiento, lo cual queda justificado como la ley del mito del progreso, es la principal causa del ateísmo ambiental en que vive inmerso el mundo hoy. Pues es ya de toda evidencia —y esto va para los cristianos— que este modelo de civilización es de hecho incompatible con el evangelio de Jesucristo.

    En ese sentido, ese ateísmo de base masiva subyacente se da también en millones de creyentes que, sin embargo, razonan y actúan como si Dios no existiera.

    Para una mejor comprensión de este dilema interesa considerar el ejemplo que nos ofrecen las comunidades que el apóstol Pablo fundó en el imperio romano, principalmente en Grecia, en las cuales se daba entonces un orden humano que en todo demostraba ser el reverso del orden vigente entonces en ese imperio. Pues una comunidad en la que se comparte todo fraternalmente a la luz de una misma fe, un mismo amor, una misma esperanza, una misma justicia, una misma misericordia para perdonarse unos a otros, anunciaba ya, desde el pequeño espacio que ocupaba en la sociedad, el hecho de que esa cruzada misionera del apóstol de los gentiles había puesto las bases de un nuevo paradigma cultural, el cual, al cabo de cuatro siglos se impuso en todo el mundo civilizado de

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