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Soldado de juguete, corazón de chocolate
Soldado de juguete, corazón de chocolate
Soldado de juguete, corazón de chocolate
Libro electrónico81 páginas1 hora

Soldado de juguete, corazón de chocolate

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Antología de cuentos realizados en el año 2022, y con uno especial que le da título a la publicación. En general, son cuentos sobre el amor en todas sus facetas: de pareja, filial, fraternal y obviamente sobre la amistad: esa familia que elegimos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 ene 2024
ISBN9798224536221
Soldado de juguete, corazón de chocolate
Autor

Mariano Cointte

Mariano Cointte es un escritor argentino nacido el 9 de junio de 1977, en la provincia de Salta, en la región noroeste de la República Argentina. Desde muy joven mostró interés por la escritura creativa, llegando a escribir cuentos cortos a máquina a la temprana edad de ocho, también en esas épocas hizo las primeras incursiones en concursos locales de literatura con poco a nulo éxito debido mayormente a que no escribía ni escribe literatura regional. Luego de dos décadas y media de pausa volvió a la escritura, volcando en relatos toda la experiencia de una vida de anécdotas, aventuras y desventuras. Mariano Cointte es Técnico Universitario en Higiene y Seguridad en el Trabajo, graduado de la Universidad Nacional de Salta. Además trabajó por dos décadas en diversas áreas industriales como petróleo, gas, energía eléctrica, productos alimenticios, productos agrícolas, exploración sísmica, química, siderurgia y seguros. Actualmente se desempeña como escritor fantasma con más de cinco libros en su haber, incluidos guiones para cortometrajes.

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    Soldado de juguete, corazón de chocolate - Mariano Cointte

    Algunas palabras

    Primero que nada: Bienvenidos .

    Los cuentos que leerán a continuación son una antología de los que escribí durante el año 2022. Todos son distintos, sin embargo, si observan con cuidado, todos tratan acerca del amor en sus distintas facetas. No pretendo ser un romántico con estos relatos (bajo ninguna circunstancia), pero a medida que la vida se me acaba, creo cada vez más.

    Y no es que la vida me haya tratado bien, en lo absoluto. Pero soy un convencido que la única forma de hacer un mundo mejor, es a través de nuestra capacidad incalculable de dar amor. Y de esa vertiente y convicción aparecen todos estos cuentos. Cargados de ambiciones, de desamores, de frugales victorias, pero sobre todo..., de esperanza.

    Declaro entonces, que jamás, pero nunca, dejaré de luchar por lo que considero lo más hermoso de nuestro mundo.

    Feliz encuentro, y feliz partida.

    Agradecimientos

    Existen pocas cosas más singulares que ser hijo único, y aunque a muchos les parezca ridículo, no es fácil estar a la altura de las expectativas de los que te aman bien y mal.

    También te permite tener una perspectiva única sobre la amistad y lo importantes que se vuelven los amigos a medida que pasan los años.

    Por eso uno de mis agradecimientos es para ellos, que no dejaron de creer en mí y que me aguantaron en la peor de las adversidades.

    Y el otro ­­—más especial— es para esa anciana infatigable, mi primera fan, a la que confié mis escritos desde que era niño y que hoy me acompaña en esta nueva etapa de mi vida, para vos, tía Dorita.

    Soldado de Juguete, Corazón de Chocolate

    Combatimos toda la tarde. Él, mis camaradas y yo. Éramos un ejército invencible contra las fuerzas invasoras que atravesaron el portal dimensional. Bestias prehistóricas, llenas de cuernos y dientes, con una inteligencia superlativa que les permitía atravesar todas nuestras defensas. Nuestros tanques de poco servían contra tal embestida, ni siquiera el helicóptero de última generación que habían enviado desde el cuartel general. Pero yo confiaba en mi compañero, y aunque la situación era cada vez más desesperada, sabía que Conan sacaría una carta magistral de su enorme arsenal de tácticas, y nos salvaría. A veces hasta yo, con mis humildes habilidades, compartía la gloria que en realidad, era toda de él. Por eso éramos tan amigos.

    El Comandante nos llamó a la tienda verde que se extendía sobre una colina marrón. Con el ceño fruncido, detrás de esos lentes oscuros que jamás se quitaba, nos explicó la situación.

    —Soldados. El enemigo está a las puertas.

    —Lo sabemos, señor —contestamos al unísono con mi gran amigo.

    —No sabemos cuánto tiempo más podremos contenerlos. Pero..., —El Comandante tenía un marcado gusto por lo dramático, siempre con esas pausas que me exasperaban, pero como ya lo dice el refrán: donde manda capitán, no manda marinero; o algo así. Conan se lo sabe de varias formas. Nuestro superior consideró que era tiempo de continuar y dijo—: inteligencia militar nos ha suministrado un dato de extrema importancia. Déjenme decirles, que la información obtenida fue a un gran costo personal.

    Guardamos silencio, esperando la Gran Noticia que tal vez nos permitiera dar vuelta una situación de por sí, complicada. Pero el Comandante, titubeaba, como si estuviera avergonzado. Raro en él.

    —El enemigo está controlado por una Reina —dijo el oficial, seco como tronco de plástico.

    —¿Y qué con eso? —inquirimos con Conan, uno primero y el otro después.

    —Está detrás del portal. Si una pequeña fuerza lograra infiltrarse y acabar con ella, podríamos prevalecer —dijo el Comandante, pero algo lo inquietaba. No nos estaba diciendo todo.

    Sin embargo, Conan aceptó. Esa fue la primera vez en todos los años que combatimos juntos, que lo vi dudar. Lado a lado estuvimos contra las criaturas espantosas de Zeta Reticuli, aquella vez que asaltaron la única colonia humana en la Luna. También desembarcamos en Ciudad Esfinge, Marte, para traer la paz entre terrícolas y marcianos. Esa vez, casi no la contamos, hasta que Conan se percató de los parásitos cerebrales que controlaban a gran parte de la población. ¿Cómo se dio cuenta? Nunca lo sabré, pero mi amigo era así de brillante. Y digo era, pero me estoy adelantando un poco. En ese momento, cuando supimos que debíamos atravesar el portal, por alguna razón que escapa a mi corto entendimiento —después de todo, soy un simple soldado— tuve miedo. Algo me decía, que esta podía ser la última batalla.

    Pero no éramos cualquier soldado, sino la créme de la créme de las Fuerzas de Autodefensa de la Tierra. Nuestro escuadrón estaba compuesto por Conan, tres colegas y yo, el segundo al mando. De hecho, los otros tres eran reemplazos, porque era habitual que en nuestras peligrosas misiones murieran varios. A algunos ya ni les aprendía los nombres, para no extrañarlos.

    Estaba apenas anocheciendo cuando partimos, al amparo del crepúsculo, que hacía las sombras más largas. Atravesamos las filas propias y enemigas, plagadas de cuerpos de ambos bandos. Pero las bestias del portal estaban prevaleciendo. Nuestros hombres flaqueaban, y eso que eran valientes, pero en esta ocasión el Enemigo se imponía con facilidad. Esa fue otra premonición, y no de las buenas.

    Finalmente alcanzamos el portal, era brillante en extremo, un dispositivo rectangular enorme que brillaba con colores marfil y rosa. Parecía que plantas se enredaban por el

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