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Hambre Cero. Narraciones y esfuerzos institucionales
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Libro electrónico383 páginas4 horas

Hambre Cero. Narraciones y esfuerzos institucionales

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Sin lugar a duda, el rasgo que mejor define a este libro es el de la oportunidad, ya que pone el acento en uno de los peores dramas que afectan a la humanidad: el hambre. El resultado de las investigaciones aquí reunidas da para convencerse que no es un exceso adjetivar con dicha palabra el problema del hambre en el mundo. Si se produce y desperdic
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2024
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    Hambre Cero. Narraciones y esfuerzos institucionales - José Carlos Vázquez Parra

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    Acerca de Editorial Digital

    Hambre Cero. Narraciones y esfuerzos institucionales

    Pablo Ayala Enríquez

    Luz Natalia Berrún Castañón

    José Carlos Vázquez Parra

    (compilación)

    El Tecnológico de Monterrey crea en 2010 su sello editorial con el objetivo de compartir con el mundo el conocimiento académico, científico y cultural, generado por la Comunidad Tec extendida e invitados académicos para lograr el florecimiento humano en el ámbito intelectual.

    A través del catálogo de obras se busca divulgar el conocimiento y la experiencia didáctica de la institución, al mismo tiempo que se apunta a contribuir a la creación de un modelo de publicación que integre las múltiples posibilidades que ofrecen las tecnologías.

    Con la Editorial Digital, el Tecnológico de Monterrey confirma su compromiso con la innovación educativa en beneficio de la sociedad.

    D.R. © Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México 2023.

    ebookstec@itesm.mx

    Directorio

    Parte I. Narraciones

    Capítulo 1. Tensiones éticas en la política global y local contra la pobreza alimentaria

    Pablo Ayala Enríquez

    Tecnológico de Monterrey

    Capítulo 2. Inseguridad alimentaria. Estrategia nacional para una alimentación saludable, justa y sustentable en el estado de Veracruz

    José Luis Castillo Hernández

    Edith Yolanda Romero Hernández

    Krystal Dennicé González Fajardo

    Susana Sánchez Viveros

    Livia Natalia Zamora Contreras

    Guadalupe Jacqueline Olalde Libreros

    Universidad Veracruzana

    Capítulo 3. Impacto en la Calidad Global de la alimentación a partir de lo observado en la pandemia por COVID-19 en México

    Diana Rodríguez Vera

    Rodolfo Pinto Almazán

    Marvin Antonio Soriano Ursúa

    David Lévaro Loquio

    Instituto Politécnico Nacional

    Capítulo 4. Empresas y Hambre Cero: ¿filantropía o responsabilidad ciudadana por los derechos humanos?

    Juan Alberto Amézquita

    Natalia Rocha Díaz

    Tecnológico de Monterrey

    Capítulo 5. Análisis de las pérdidas y desperdicios de alimentos en la cadena agroalimentaria: etapa postcosecha, etapa consumo, estrategias de prevención y accesibilidad de alimento saludable

    Claudia Tomasa Gallardo Rivera

    Carlos Abel Amaya Guerra

    Juan Gabriel Báez González

    Sandra Loruhama Castillo Hernández

    Karla Guadalupe García Alanís

    Mayra Zulema Treviño Garza

    Universidad Autónoma de Nuevo León

    Capítulo 6. Monocultivos. Bases para una propuesta jurídica en México para transitar a la sustentabilidad

    Angelina Isabel Valenzuela Rendón

    Universidad de Monterrey

    Parte II. Esfuerzos institucionales

    Capítulo 7. Género y pobreza alimentaria: una estimación para México desde lo social y lo institucional

    Barbara Guadalupe Gaspar Gaona

    Universidad Nacional Autónoma de México

    Capítulo 8. Pobreza alimentaria en mujeres embarazadas

    Rocío Angélica Salinas Osornio

    Universidad del Valle de Atemajac

    Capítulo 9. Evolución de la pobreza extrema alimentaria, un análisis para las ciudades mexicanas Ernesto Aguayo Téllez

    Cinthya G. Caamal Olvera

    Universidad Autónoma de Nuevo León

    Capítulo 10. Análisis integral de los indicadores propuestos para el alcance de la Meta Hambre Cero

    Dora Elvira García González

    Universidad Nacional Autónoma de México

    Monserrat del Carmen González Espinosa

    Tecnológico de Monterrey

    Capítulo 11. Contexto legal para la Estrategia Hambre Cero Nuevo León: innovación, coordinación interinstitucional y transferencia

    Daniel Carrillo Martínez

    Luz Natalia Berrún Castañón

    Margarita Peña Castillo

    Antonio Vázquez Acevedo

    Blanca Castillo Treviño

    Universidad Autónoma de Nuevo León

    Prólogo

    La alimentación es una de las ramas que se estudia dentro de las investigaciones de ciencias de la salud. Para llegar a comprenderla además de años de estudio, pruebas, experimentos, sondeos y análisis de comportamiento; se necesita una inclinación conductual y humanitaria para conocer las raíces de lo que consumimos, cómo y por qué lo consumimos, el contexto social, incluso las problemáticas ambientales, de salud y los beneficios que brinda.

    La nutrición, por su parte, es uno de los principales factores que determinan la salud del ser humano. Su estudio se ha dedicado a dar a conocer las características de los alimentos, sus beneficios y perjuicios para la salud de los seres vivos, además de los factores que influyen en la ingesta de alimentos y las enfermedades que son consecuencia de los malos hábitos de consumo.

    A pesar de que la alimentación de calidad es un derecho establecido por diferentes organismos, instituciones y leyes, en la actualidad siguen existiendo desigualdades y obstáculos. que no permiten obtener una comida balanceada ni mantener satisfechas las necesidades básicas. Vivir en condición de hambre es uno de los tantos agentes que impide llevar una vida saludable y activa, pone en riesgo la salud alimentaria de las personas y su calidad de vida.

    Hambre Cero es un compendio de investigaciones realizadas por Pablo Ayala Enríquez, Luz Natalia Berrún Castañón y José Carlos Vázquez Parra para entender lo que sucede en los sistemas alimentarios en diferentes partes de México antes de la pandemia por COVID-19 y los resultados de esta investigación.

    Los investigadores abordan aspectos que impactan directamente en la alimentación de calidad, como conflictos de guerra, económicos, condiciones climatológicas y ambientales; escenarios a los que diferentes países se han enfrentado y que los mexicanos están viviendo en la actualidad.

    Los datos que se presentan a lo largo de los capítulos ponen sobre la mesa condiciones que parecen ficticias sobre el acceso a la alimentación y el comportamiento alimentario. Además, muestra los elementos que podemos considerar cómo marcadores de riesgo para comprender y comprobar que nos encontramos ante un problema de salud pública a nivel mundial. Señala los sectores que se involucran en la obtención de estos recursos de primera necesidad e incluye el quehacer de los gobiernos para asegurar el bienestar alimentario de los ciudadanos; describe el contexto que caracteriza a un estado de emergencia y cuáles serían los panoramas ideales que beneficien a la sociedad a la que pertenecemos.

    Sin lugar a duda, un libro que contribuye a la divulgación científica en temas de nutrición y que debe estar en manos de todas aquellas personas que fomentan la actualización de la formación de licenciados en nutrición, así como, en manos de todos los dirigentes que promueven políticas públicas de salud en nuestro país.

    Berenice Sánchez Caballero

    Presidenta de la Asociación Mexicana de Miembros y Facultades de Nutrición

    2018-2022

    Introducción

    Al igual que la migración, la agricultura y la cría de animales, la lucha por la tierra y el poder; la pobreza se inscribe en los orígenes de la humanidad, de ahí que, como apunta Zygmunt Bauman, siempre habrá pobres entre nosotros.

    Aunque tal hecho está próximo a una verdad de Perogrullo, el debate sobre cómo se hace pobres a los pobres y cómo se llega a verlos como tales (Bauman, 2008: 11) continúa abierto, especialmente en la manera en que se ve al pobre como tal. El encuentro con la pobreza de quien no vive aquejado por ella se encuentra mediado por algunos sesgos derivados del desconocimiento, los prejuicios e incluso la fobia. Menos evidente es la manera en que nuestra forma de vida provoca y enquista la pobreza en lo local y lo global.

    Más allá de la forma en que se dé el encuentro con la pobreza, lo cierto es que ser pobre significa cosas distintas, a veces contrapuestas, debido a que

    no es lo mismo ser pobre en una sociedad que empuja a cada adulto al trabajo productivo que, serlo en una sociedad que –gracias a la enorme riqueza acumulada en siglos de trabajo– puede producir lo necesario sin la participación de una amplia y creciente porción de sus miembros. Una cosa es ser pobre en una comunidad de productores con trabajo para todos; otra totalmente diferente, es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo y no sobre el trabajo, la capacidad profesional o el empleo disponible. Si en otra época ser pobre significaba estar sin trabajo, hoy alude fundamentalmente a la condición de un consumidor expulsado del mercado. La diferencia modifica radicalmente la situación, tanto en lo que se refiere a la experiencia de vivir en la pobreza como en las oportunidades y perspectivas de escapar de ella (Bauman, 2008: 11-12).

    Debido a los muchos saldos sociales que sigue dejando tras de sí la pandemia de COVID-19, el planteamiento baumeano sobre el fenómeno de la pobreza cobra pleno sentido por una razón simple de entender: resulta infecundo intentar abordarlo, con vistas a reducirlo o erradicarlo, valiéndonos de estrategias y métodos diseñados para una realidad que ya no existe. El mundo fue uno y será otro después de la pandemia.

    Sobre esto último, como señala Antonio Guterres, cuatro de cada cinco personas viven y se enfrentan a condiciones de pobreza extrema en entornos rurales. En las ciudades, 5.3% de las personas sufren de pobreza extrema, mientras que esta cifra alcanza el 18% en el caso de los habitantes de zonas rurales (ONU, 2021). Para el caso particular de nuestra región, a decir de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2022), como consecuencia de la crisis sanitaria y social prolongada de la pandemia de COVID-19, la tasa de pobreza extrema en América Latina habría aumentado del 13.1% de la población en 2020 al 13.8% en 2021, lo cual representa un retroceso de casi tres décadas en el combate a la pobreza extrema, debido a que a inicios de la década de los noventa del siglo pasado en la región habitaban alrededor de 64 millones en esta condición, elevándose a 86 millones la cifra en 2021 y 201 millones de personas viviendo en condiciones de pobreza (cfr. Cepal, 2022).

    Aunque la distinción que permite diferenciar a los pobres de entre los muy pobres, en apariencia es clara, como refiere Miguel Badillo, desde una perspectiva sociológica se trata de un problema de desigualdad social; los urbanistas la entienden como un índice de marginación; los economistas la miden con niveles de ingreso medio, bajo y muy bajo. Para el gobierno parece ser solo un problema estadístico el que millones de compatriotas carezcan de lo más indispensable como alimentación y agua potable, que mueran por enfermedades curables, que la educación no llegue a sus comunidades y que el desempleo los expulse de sus poblados (Badillo, 2009: 11). Así pues, ¿de qué y de quiénes hablamos, realmente, cuando nos referimos a la pobreza?

    Como apunta Serge Paugam, la reacción inmediata que brota al intentar resolver dicha pregunta se dirige a intentar definir quiénes son los pobres para contarlos, analizar cómo viven y tratar de sacar algunas conclusiones derivadas de la evolución de su situación en el tiempo. Esta aproximación podría enmarcarse bajo el rubro problemas de medida, mismos que se sintetizan en los siguientes enfoques: el monetario, el subjetivo y el de las condiciones de vida.

    De los tres enfoques, el primero es el más extendido, debido a que conlleva una explicación más sencilla. A partir de la cuantificación del conjunto de ingresos del hogar se establece un umbral que permite determinar a partir de sus ingresos las líneas que distinguen a quienes están mejor o peor posicionados en la escala social. De este modo, serán considerados como pobres aquellos integrantes de la sociedad que perciban un salario menor al que indica el umbral establecido en las líneas definidas por las políticas públicas. No obstante, aun y cuando habitualmente las líneas establecidas se determinan a partir de una serie de razones de carácter metodológico que pretenden garantizar una cierta objetividad, como dice Paugam, tal referente no elimina por completo la parte arbitraria y ambigua de los criterios elegidos, de ahí que las nociones de necesidad y bienestar, indispensables para la definición de la escala, son relativas (Paugam, 2007: 15).

    Intentando superar las limitaciones del otro, el enfoque subjetivo recurre a la persona –no al experto– para conocer su situación económica y bienestar. A través de instrumentos como las entrevistas, cuestionarios o los grupos focales, es posible identificar cómo las personas logran llegar a fin de mes y los ingresos que requieren para cubrir la serie de necesidades que les permitan tener un cierto bienestar. Las respuestas ofrecidas, desde la realidad concreta de las personas que viven dicha situación permiten establecer el criterio o umbral subjetivo para medir la pobreza. Al igual que el anterior, este enfoque tiene algunas debilidades, debido a que tampoco permite precisar cómo definen los encuestados su campo de referencia cuando se les pide [por ejemplo] que se definan respecto a ‘una familia como la suya’: ¿Se trata de un hogar con la misma profesión, el mismo número de hijos, que vive en el mismo barrio? (Paugam, 2007: 16).

    Por último, el enfoque de las condiciones de vida trata de establecer una referencia estadística no a partir de los ingresos, sino del cúmulo de desventajas que se tienen al vivir en condiciones de pobreza, en las que figura una larga lista de factores asociados a la dificultad e imposibilidad de participar de la vida social y elegir el tipo de vida que se desea vivir. Al igual que en los casos anteriores, la fragilidad de este enfoque radica en la dificultad de definir de forma totalmente objetiva estos indicadores (Paugam, 2007: 16).

    Objetividad más, objetividad menos, ninguna de las medidas referidas logra dar cuenta de lo que realmente significa ser y vivir en la pobreza, misma que deberíamos entender como un fenómeno evitable que degrada y destruye, moral, social y biológicamente, el más grande milagro cósmico: la vida humana (Boltvinik y Damián, 2004: 11).

    Evolución de la noción

    A partir de la Edad Media, la aproximación al fenómeno de la pobreza ha variado de manera notable. Sobre el proceso de transformación conceptual efectuado, Verónica Villarespe apunta que

    En la Edad Media resultaba complicado distinguir los múltiples usos del término paupertas. La ‘pobreza’ raras veces se concebía como un valor absoluto: era algo relativo, una cualidad –de impecune, enfermedad, infortunio, pena, desprecio, disgusto– y pauper era el antónimo de potents (poderoso), miles (caballero), cives (ciudadano) y cada vez más de dives (ricos). Ser pobre era a su vez condición de gracia, a través de la connotación religiosa de los pauper Christi (pobres de Cristo). Sin embargo, ya a finales del siglo XIII el ser pobre provocaba repudio, dado que se entendía como sinónimo de degradación de la dignidad del hombre. […] Casi al término de la Edad Media, la multiplicidad de significados que la pobreza había tenido se había reducido a dos: el económico y el religioso. La pobreza, entonces, como concepto, siguió siendo ambivalente: a la vez que se le tenía consideración religiosa, se le tenía aversión física (Villarespe, 2002: 14).

    A partir del siglo XVI hasta inicios del XIX, las distintas transformaciones ocurridas en los ámbitos ideológico, económico, político y social condujeron al Estado a emprender una serie de acciones encaminadas a aliviar la pobreza, lo cual, como refiere Stuart Woolf, permitió levantar el andamiaje institucional de la reciprocidad social a partir de los valores asociados al dar y recibir. Así pues, en el siglo XVIII las leyes de pobres tuvieron un carácter nacional y en el XIX la cuestión social orbitaba alrededor de la explotación que se produce en las fábricas, en el mundo productivo industrial, no a la necesidad de acabar con la miseria y el hambre humanas (Cortina, 2009: 17). Siendo hasta la Declaración Universal de Derechos Humanos que surgió la obligación de proteger el derecho a la vida de cada uno de los seres humanos, especialmente de aquellos que corren el riesgo de morir a causa del hambre, por falta de acceso a la atención médica, techo y abrigo.

    Además de ser una condición material, social y sicológica, ser pobre significa estar excluido de lo que se considera una ‘vida normal’; es ‘no estar a la altura de los demás’. Esto genera sentimientos de vergüenza o de culpa, que producen una reducción de la autoestima. [De ahí que] La pobreza implica, también, tener cerradas las oportunidades para una vida ‘feliz’; no poder aceptar los ‘ofrecimientos de la vida’. La consecuencia es resentimiento y malestar, sentimientos que –al desbordarse– se manifiestan en formas de actos agresivos o autodestructivos o ambas cosas a la vez (Bauman, 2008: 64).

    Este resentimiento, que puede entenderse como parte de los muchos efectos que se desprenden de la aporofobia, es decir, la actitud vital de desprecio y rechazo a los peor situados (Cortina, 2017: 43), a la postre, deriva en la carencia de autoestima y respeto propio.

    Quienes son presa de ambas formas de desprecio –el social y el autoinfligido–, se distinguen como mínimo por los siguientes rasgos

    1) en sus hogares se registra una alta tasa de fecundidad;

    2) la persona no puede responder de manera efectiva a una baja transitoria de sus salarios;

    3) cada uno de los miembros de la familia, en cada una de las edades, tiene una participación económica más activa [sin que ello signifique que mejore su posición], restando posibilidades de continuar su formación escolar;

    4) de manera constante deben afrontar los riesgos que se desprenden de las amenazas nutricionales que se desprenden de las caídas de sus ingresos, sin tener muchas posibilidades de acceder al crédito y activos comercializables que les permitan enfrentar alguna emergencia;

    5) la dieta se cambia y ajusta en función de los ingresos disponibles;

    6) su condición nutricional tiene un efecto directo en su productividad –en adultos y niños–;

    7) la importancia de la desigualdad es mayor en los hogares que se encuentran en situación de pobreza extrema (cfr. Dieterlen, 2003: 29).

    Entendida desde la perspectiva de Amartya Sen, la pobreza es, ante todo, la falta de libertad para llevar adelante los planes de vida que una persona tiene razones para valorar. Por ello, la pobreza debe concebirse como la privación de las capacidades básicas y no meramente como la falta de ingresos, que es el criterio habitual con el que se identifica la pobreza (Sen, 2000: 114). Con todo, es importante recordar que la falta de renta es una de las principales causas que conducen a las personas a vivir en condiciones de precariedad material volviendo extremadamente difícil desarrollar las capacidades necesarias para elegir el tipo de vida que quiere vivir. En ese sentido, podemos afirmar que la renta es un medio indispensable para tener capacidades, pero no el único.

    Las ventajas que ofrece el enfoque de las capacidades al momento de analizar y generar medidas para combatir y aliviar la pobreza, tienen que ver con la posibilidad de comprender mejor la naturaleza y las causas de la pobreza y la privación, trasladando la atención principal de los medios (y de un determinado medio que suele ser objeto de un atención exclusiva, a saber, la renta) a los fines que los individuos tienen razones para perseguir, y, por lo tanto, a las libertades necesarias para satisfacer estos fines (Sen, 2000: 117). Vista desde esta manera, la pobreza no debería entenderse solamente –o simplemente– como la ausencia de medios, sino como la falta de libertad y de agencia, es decir, la posibilidad de conducir autónomamente la propia vida.

    Dada la relevancia que tiene la capacidad de agencia en la vida concreta de las personas, el diseño de las políticas públicas contra la pobreza debiera considerar la complementariedad de ambas aproximaciones. Lo anterior responde al hecho de que:

    un aumento de las capacidades de una persona tendería normalmente aumentar su capacidad para ser más productiva y percibir una renta más alta, también sería de esperar que existiera una conexión entre mejora de las capacidades y el aumento del poder de obtener ingresos que fuera de la primera al segundo y no al revés. La segunda conexión puede ser muy importante para erradicar la pobreza de renta. Por ejemplo, la mejora de la educación básica y de la asistencia sanitaria no solo aumenta la calidad de vida directamente, sino también la capacidad de una persona para librarse, asimismo, de la pobreza de renta. Cuanto mayor sea la cobertura de la educación básica y de la asistencia sanitaria, más probable es que incluso las personas potencialmente pobres tengan más oportunidades de vencer la miseria (Sen, 2000: 118).

    Así pues, abrazar el enfoque seniano para entender y abordar el problema de la pobreza, no solo posibilita una aproximación mucho más atinada a las complejidades estructurales que lo rodean, sino, incluso, dar un paso más allá al recuperar el sentido moral de la economía en contextos liberales. De igual forma, dicha perspectiva, nos permite entender que escapar de la pobreza implica no solo poseer recursos materiales, sino las capacidades para poder autogestionar la propia vida y con ello:

    encontrar criterios adecuados para valorar la calidad de vida. A tal efecto, lo primero es evitar que ‘la calidad de vida’ se asimile al ‘bienestar’. No hay que confundir wellfare y well-being, es decir, bienestar y bien-ser. Este último es el que se aleja de la concepción utilitarista del bienestar y se relaciona más con la condición de la persona; es el bienestar ampliamente definido, con el que se hace referencia a otros aspectos como las capacidades, las oportunidades, las ventajas; de ahí que se utilice también el término ‘calidad de vida’. En su propuesta, Sen reactualiza las tradiciones más relevantes de la economía y la ética: dentro de la economía la Economía clásica y la economía del bienestar; y, dentro de la filosofía moral, Aristóteles, Adam Smith, Marx, Rawls y, a mi juicio (aun cuando de un modo no reflexivo y explícito por su parte), también –y quizá de un modo más primordial– la filosofía moral de Kant. No en balde la base más significativa de este novedoso enfoque lo constituye, a mi juicio, ‘la perspectiva de la libertad’, con la que reintroduce en la teoría económica un ineludible trasfondo ético; de ahí que quepa denominarla ‘economía ética’. Libertad y calidad de vida serían dos ingredientes del nuevo enfoque

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