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Juristas y otras historias
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Juristas y otras historias
Libro electrónico140 páginas1 hora

Juristas y otras historias

Por GJ

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Un gabinete jurídico con sus pleitos de y para los trabajadores. En Barcelona, con ese mar de fondo y sus turistas inagotables por unas Ramblas de palomas y cotorras. Y esa labor jurídica en un entorno y con un legislador, cada vez, más duro.
Pero la historia del día a día permanece: que si me dijo, te dije, que si ganas o pierdes, que este marrón es de otro, que si el mundo gira y gira y todo permanece.
Picapleitos al aparato, en la barra, en el juzgado y tras una mesa escuchando ese discurrir de las justicias e injusticias inacabadas, esas que nunca caducan.
Y que la vida ruede y continúe, eso sí, con una cervecita y unos cacahuetes, porfa, porfa…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 dic 2023
ISBN9788411818520
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    Juristas y otras historias - GJ

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    ©GJ

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: María V. García López

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-852-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PERE CIUDAD PALANQUES

    Abogado, especialista en derecho laboral y de la función pública, con muchos años dedicados a la docencia, y a la defensa de las libertades y los servicios públicos de calidad.

    Max Pastor, una persona de orden

    Capítulo I

    Habían pasado más de veinticuatro horas y Max Pastor seguía sin dar señales de vida.

    Sandra, su compañera, llamó a todas las amistades que compartían, y nadie supo darle razón. A medianoche, había decidido irse a la cama, convencida de que Max habría quedado con su grupo de amigos, que nunca le presentó, y se le habría olvidado dejarle un aviso.

    Se despertó con la luz del día que se filtraba entre las lamas de la persiana de su habitación. En ese momento constató que Max no había dormido a su lado esa noche. Cuando llegaba más bebido de lo normal, Max, se acostaba en el sofá de su despacho, pero esta noche tampoco durmió allí.

    Sandra no entendía lo que estaba sucediendo.

    Él era despistado y con tendencia a ir a su bola, sin dar demasiadas explicaciones a nadie. Siempre había mantenido estrictamente separada su vida personal de su vida profesional, y no le gustaba compartir sus amistades de toda la vida con Sandra. Pero nunca se había comportado de este modo.

    No sufrían ninguna crisis de pareja, más allá de las típicas discusiones sobre quién recoge la mesa, hace la compra o recoge la colada. No le conocía ningún devaneo amoroso. Por más que intentaba encontrar una explicación a su ausencia no pudo encontrarla por lo que esperó a las nueve de la mañana para telefonear al Gabinete Jurídico de la UGT, donde Max trabajaba, y preguntó si sabían algo de él.

    Nadie lo había visto desde el mediodía anterior, cuando dejó la toga en el perchero, tras regresar de los juzgados. Max era un tipo formal, no se le achacaban excesos juerguistas ni pasiones inconfesables, por lo que convinieron llamar a los hospitales de la ciudad para preguntar si habían ingresado a alguien de su perfil: hombre, cuarenta y cinco años, metro setenta de estatura, pelo moreno y complexión delgada.

    Joana, la secretaria de Max, se ofreció a realizar estas averiguaciones, pero el rastreo hospitalario no dio resultado. Solo quedaba llamar a la policía para preguntar si les constaba alguna detención, o algún incidente en los que pudiera estar involucrado.

    Desde el servicio de emergencias que coordinaba los distintos cuerpos policiales, confirmaron que no les constaba que nadie con esa identidad, o con esas características hubiera ingresado o sido detenido en las últimas cuarenta y ocho horas.

    No activaron ninguna orden de búsqueda al tratarse de un adulto en plenitud de facultades y del que se había perdido la pista tan solo dos días antes. El agente terminó con una frase que, por manida y cruel, se hubiese podido ahorrar.

    Sí, todos sabían de la cantidad de desapariciones de hombres cabales, que se resuelven a los pocos días, cuando la joven atractiva a la que han creído seducir, ha conseguido desplumarles la cuenta corriente. Pero Max no era así.

    Durante los días siguientes, las llamadas entre Sandra y Joana fueron habituales. Nadie del Gabinete tenía noticia. Ninguna llamada telefónica, ningún WhatsApp, ningún correo electrónico.

    ¿Dónde estaba Max? Nadie lo sabía.

    Al gabinete, los clientes de Max, llamaban para concertar citas o saber la evolución de sus temas; nadie sabía qué contestar. Su ordenador estaba bloqueado por una contraseña que solo Max conocía. De los juzgados iban llegando requerimientos a los que había que responder en pocos días, sin que nadie pudiera dar respuesta.

    Joana fue revisando la agenda de juicios de Max. Informaba a los juzgados de la situación e intentaba un aplazamiento de las vistas. Intento vano. La maquinaria judicial es lenta pero avanza con parsimonia inexorable, hacía oídos sordos a lo que consideraba nimios problemas personales. Un abogado no es más que una negra toga sin otro número. Intercambiable.

    En la cafetería donde los compañeros de Max se encontraban, desayunaban y se relamían las heridas del día a día, se disparaban hipótesis y comentarios.

    Luís, el más veterano, el más bregado en asuntos de togas, faldas y otras licencias, concluyó que si no hay hospitalización ni detención, la causa solo puede tener origen en un devaneo sentimental. «Cherchez la femme», esta fue la certeza que utilizó durante aquellos días para finiquitar el tema. Se levantó de la mesa del restaurante Amaya, donde acudían cada mañana, y concluyó con esta sentencia lapidaria: «cherchez la femme».

    Con el paso de las semanas solo Sandra siguió insistiendo ante la comisaría de policía. Exigía que se le diera razón del estado de las actuaciones. Ninguna pista. Su fotografía y las demás señas identificativas habían sido distribuidas entre los agentes que patrullaban por la ciudad, sin resultado.

    La brigada especializada en desapariciones no había detectado ningún movimiento en sus cuentas corrientes. Seguían estando tan despobladas de recursos como siempre. Tampoco las semanas anteriores a la desaparición habían detectado ningún movimiento significativo de ingresos o salidas de dinero. El servicio del Banco de España que fue requerido, tampoco detectó la existencia de cuentas corrientes o depósitos no conocidos por Sandra. Tampoco se detectaron la apertura de nuevas cuentas o depósitos. Ningún seguro, ni plan de pensiones, ni fondo de inversión.

    Su coche seguía en el garaje, acumulando sobre la suciedad de origen, más y más polvo.

    ¿Quizás había decidido un cambio radical de vida?

    Eran muchas las noches en las que Max llegaba desanimado, y sin comentar nada con Sandra, saturado de los temas pendientes en el gabinete. ¿El síndrome del abogado quemado? Unos años antes, había padecido una cierta crisis por problemas con un cliente, unos tres años antes, pero estaba plenamente recuperado.

    ¿Podía haber entrado en una crisis múltiple donde se acumularan las decepciones profesionales junto con los problemas de pareja?

    Pocas semanas antes de su desaparición, le había comentado a Sandra que uno de sus clientes falleció sin hacer testamento, y al ir al notario para tramitar la sucesión, los hijos conocieron que su padre tenía una doble vida. De forma inexplicable, apareció otra mujer, y otros hijos, residentes en Extremadura, de los que nadie en Barcelona tenía noticia. Que esto pueda suceder en pleno siglo XXI parece mentira. Pero estas cosas siguen sucediendo y por ello, Sandra decidió indagar en el ordenador personal de Max. Conocía sus contraseñas y, por tanto, pudo acceder con facilidad a su correo electrónico.

    Nada de nada.

    Solo correos de trabajo y algunas bromas con sus amigos, de lo más aburridas y previsibles. Confirmado, Max era una persona sin doble vida. Una persona de orden.

    Su currículum oculto era tan aburrido e insustancial como su currículum público. Nada donde rascar. Ningún hilo por donde estirar durante los tres primeros meses de su desaparición.

    ¿Quizás un secuestro para pedir un rescate de unos cien o doscientos euros?

    Todo el mundo sabe que un abogado laboralista no responde al perfil de profesional bien remunerado, con una economía boyante. El tren de vida de Max era tan frugal como le permitía su salario, una vez descontada la pensión compensatoria en favor de sus dos exmujeres. Ser una persona de orden no supone que tus matrimonios respondan al mismo perfil. Se puede ser un buen marido de orden, de forma sucesiva.

    La policía también preguntó al gerente del gabinete sobre los últimos casos en los que intervino Max, para descartar que se pudiera tratar de una vendetta de algún empresario, que tras haber sido vencido en el juzgado hubiese decidido presentar un recurso de súplica más contundente del que podría soportar el papel. No podía desestimarse ninguna posibilidad. El gerente puso en antecedentes a la policía, sobre el empresario del taller de reparación de vehículos de lujo, que tras despedir a su empleada no compareció en juicio, siendo condenado a pagar una cantidad muy importante de dinero en concepto de indemnización y salarios de tramitación. Aunque Max se mostró flexible en las condiciones de pago, el gerente de esa empresa le profirió todo tipo de amenazas, hasta que un día desapareció. Quizás ahí había un posible móvil.

    La policía localizó a ese empresario en un barrio marginal de París, a donde huyó, junto con su jefe de taller,

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