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Reina del cielo
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Libro electrónico563 páginas8 horas

Reina del cielo

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Información de este libro electrónico

  Inteligente, hermosa y diligente, la estudiante modelo está secretamente obsesionada con un chico al que constantemente acecha. Lógica y sensatez, pero por encima de todo, fuerza de voluntad, han ayudado a Rebeka a darse su lugar y ser tan perfecta como los adultos quieren que sea. Hasta que el tiempo se termine y se vuelva mayor de edad.

  La sociedad no podrá seguir deteniéndole para que consiga lo que se proponga obtener, por los medios necesarios.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2023
ISBN9798223747673

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    Vista previa del libro

    Reina del cielo - Ramon H. Guiardinu

    Prefacio

    Este libro narra la historia de Rebeka, una joven de la Tierra, justo antes de que el infierno se materializara en la forma de un virus epidémico. Inteligente, hermosa y diligente, la estudiante modelo oculta su sufrimiento, soledad y obsesión por un joven al que acecha sin descanso. La lógica y la sensatez, junto con una fuerza de voluntad indomable, han sido los pilares que han permitido a Rebeka ganarse un lugar en el mundo y convertirse en la respetable joven que los mayores desean que sea. Sin embargo, todo estaba a punto de cambiar tan pronto llegue a la mayoría de edad. En ese instante, la sociedad no podrá ya detenerla en su obstinada tarea de limpiar el apellido de su familia, cuidar de su madre y prevenir que le quiten la casa por cualquier medio necesario.

    Advertencia

    Esta es una lectura no recomendada para menores de edad, contiene sexo explícito y temas polémicos como lo son: relación prohibida, dependencia emocional, secuestro, exhibicionismo, violencia, suicidio, depresión, ansiedad, prostitución, alcoholismo, rechazo paternal, libertinaje y malas decisiones.

    En esta historia tengo el propósito de obtener las dosis perfectas de romance/tragedia que deseo, con tal de poner a prueba mis habilidades en estos dos géneros. Creo que puse mucho de esas dosis, pues este mundo que construí surgió, sin pensar necesariamente, en la felicidad de los personajes, quienes pueden llegar a tomar malas decisiones, si tienen la oportunidad de hacerlo. Al principio, la infelicidad y el sufrimiento serán lavadas con sexo y placeres, como si esto fuera la solución a los problemas, pero no sucederá así al final. Por favor, no leas si crees que te podría afectar en algo un final trágico.

    Escucha el llanto del silencio,

    no pienses, en el momento

    que el infierno se vuelva tu cielo.

    He estado pensando en que tal vez...

    nuestras vidas no regresen a lo que solían ser,

    que siquiera podamos experimentar

    el aburrimiento de la rutina una vez más.

    Tal vez sea egoísta de mi parte,

    pero en verdad quiero que seas tú

    quien venga a salvarme.

    Tan lejos, tan cerca.

    Sé fuerte, mi amada reina.

    Ramón H. Guiardinú

    Capítulo 1: Quién soy

    Junto al intranquilo sonido del despertador, Rebeka abrió sus ojos y estiró su cuerpo sobre las sábanas de una acogedora cama. Como todas las mañanas, extendió su brazo para apagar el teléfono que, aunque se estaba cargando, no dejaba de sonar persistentemente.

    «No importa que use la melodía de mi música favorita, al final, siempre termino sufriendo tan pronto regreso a la realidad», pensaba ella, ya un tanto más despierta, al darse cuenta que no llevaba ropa puesta, ni siquiera las prendas más íntimas que siempre usaba.

    Aún acostada boca abajo en su cama, al alzar su cabeza, Rebeka vio entre sus cabellos despeinados el resultado de una noche intranquila. Un bulto de almohadas apiladas que simulaban la anatomía del cuerpo de un hombre se encontraba en el lado opuesto de la cama, junto a los muñecos, mantas y demás sábanas. Sobre el montículo sobresalía algo creado previamente por medias enrolladas al exterior de un lapicero, que a su vez quedaban dentro de un profiláctico, que tenía un nudo en el extremo opuesto. 

    —¡Aaah! Otro maldito día ¿acaso el invasivo estrés de la rutina no puede tocar más puntual a la puerta de mi vida? 

    Ya más despierta que antes, Rebeka se volteó boca arriba y miró el techo de su cuarto. Podría decirse que ese dormitorio era normal para una chica que estaba a punto de cumplir veintiún años. El lugar no era muy pequeño, pero tampoco lo suficientemente espacioso como para que tuviera todo lo que quería, que incluían cosas indispensables para alguien de su edad. 

    Ella quería tener muchos más libreros dentro de su habitación para colocar sus obras favoritas, esas que literalmente la hicieron correr, sentirse viva, experimentar sentimientos y dejar su vida aburrida atrás y que ahora estaban debajo de su cama, amontonadas, entre la oscuridad y el polvo. 

    La habitación tenía una pequeña mesa con varias gavetas, ubicada justo al lado de la ventana. Pegada a la pared, encima de la madera, se encontraba un espejo redondo con varias luces que se podían encender y apagar. Había algún accesorio de maquillaje, varias libretas, una laptop cargando, materiales escolares como lápices, borradores y marcadores.  Se visualizaba una silla de escritorio frente a la mesa. En la otra pared se encontraban las puertas corredizas del escaparate que estaba pegado a un librero, lo que le hacía ver más grande e imponente. El librero cargaba muchas obras de distintos títulos, pocos adornos y unos pisapapeles.

    —Rebeka —se dijo en voz alta—, eres una estudiante de duodécimo grado, tienes que ser responsable, levántate, no debes llegar tarde. ¡Ahh! Pero, necesito sentir la leche de mi macho golpeando el fondo de mi garganta o algo así ¡¿Por qué será que no sucede nada interesante en mi vida como pasa en los libros?!

    Con este pensamiento en mente, Rebeka miró hacia el consolador que rústicamente había fabricado la noche anterior en un acto de desesperación. La habitación estaba sumergida por penumbras y sobre la cama, todo lo que existía eran almohadas, sábanas y peluches amontonados. Que no hubiera alguien de carne y hueso, una persona que respirara, que le diera los buenos días y le hiciera sentir apreciada, le causaba melancolía.

    «Dormir puede aliviar los pesares del corazón, pero me encuentro sufriendo más en mis pensamientos que en mis sueños», se dijo, con una sonrisa amargada y ojos que estaban a punto de llorar. «Quiero seguir durmiendo, no por un rato... ¡Quiero dormir y no despertar jamás! Es todo lo que pido en compensación por mi sufrimiento. Pero, a quién quiero engañar. Esa no es la solución. Si quiero encontrar algo bueno, tendré que buscarlo. La vida no me lo va a dar, así sin más». 

    Como Rebeka tenía la costumbre de dormir sobre su lado izquierdo, se acomodó y tendió su brazo derecho sobre el bulto de almohadas. Aunque estaba despierta, no se sentía lo suficientemente motivada como para levantarse. Sin importar cuantas vueltas le diera al día que estaba por comenzar, volvía a reír de forma amargada. Una presión en su pecho parecía apoderarse de su corazón y retorcerle la boca del estómago. Abrazó con más fuerza al bulto que simulaba ser una persona, trató de lavar la soledad de su cuerpo, pero el intento fue en vano. 

    «¿Qué sentido tiene seguir viviendo una vida tan miserable como la mía? se preguntó, con actitud cansada. La presión sobre mis hombros está en constante aumento. Las exigencias que la sociedad me impone son mucho mayores con cada día que transcurre, por no comenzar a decir las molestias propias de ser mujer en un mundo como este. Tener que seguir normas sociales y patrones de conducta, ser tratada como menos importante o hasta irrelevante, mantener la distancia con los hombres, ser educada y dar el ejemplo en todo, para ni siquiera recibir los mismos elogios que alguien que hace la mitad de mi trabajo. ¡Literalmente, que se vaya a la mierda todo este mundo!».

    Entre la tristeza que se estaba convirtiendo en enojo, sintió dentro de sus piernas una leve calentura. Tenía la cabeza colocada sobre el montículo de almohadas y sábanas y al abrir los ojos pudo ver la rústica imitación de pene que había inventado, que tenía pequeñas irregularidades, porque el relleno se había desplazado un poco fuera de su lugar. Con su mano derecha sostuvo el artículo y se lo llevó a la boca para pasarle la lengua y chuparle con deseo, mientras que con la izquierda se enfocó en avivar las chispas que sentía en su zona más íntima, con la intención de convertirlas en flama.

    Mientras chupaba y absorbía el profiláctico relleno, deslizó los dedos entre sus piernas.

    «Algo más también puede aliviar los pesares de mi corazón. Mmm... que rica esta sensación, la calentura que estoy sintiendo», pensó. «Pero no, tengo que levantarme. Masturbarme en este momento tan solo contribuirá a que me sienta peor más adelante. Por si fuera poco, el cuerpo tiene que descansar y por este mismo desvío de mi mente no pude dormir las ocho horas que necesito para no levantarme de mal humor como ahora. Además, una vez que empiezo no sé cuándo puedo terminar... cada vez me cuesta más y más poder llegar al clímax». 

    «Si, por ejemplo, llegó tarde a la primera clase y alguno de los instructores nota mi falta, en ese momento exigiría una reunión disciplinaria con mi representante, como advertencia, antes de una expulsión. Mi pobre madre ya tiene muchos problemas. Si no hubiera sido porque ella le rogó de rodillas al director, yo ya habría sido expulsada por una falta que ni siquiera cometí. En ese momento, aunque me presenté ante el director y le conté mi versión de los hechos, mi voz no fue escuchada. ¡Apuesto que se debe sentir bien estar sentado en tu despacho y mirarlo todo de forma arrogante, con complejo de dios! Viejo que ni se le para, ya hacía décadas que tenías que retirarte, junto con tu seguramente diminuto cacahuate. Desde tu silla no fuiste capaz de escuchar mis palabras, solo porque eran insignificantes excusas, pero a mi madre si le escuchaste cuando te besó los zapatos, le hablaste desde arriba, con toda tu superioridad ¡Aaah!»

    «Es mejor dejar el pasado atrás, después de todo, no volverá a pasar, si lo puedo evitar. Cuando las circunstancias no puedan ser cambiadas, soy yo quien se debe adaptar. Me queda la esperanza que, dentro de poco, cuando cumpla veintiuno, voy a conseguir trabajo, dejar la escuela, ganar mucho dinero y pagar las deudas de mi madre, esas que dejó mi padre justo antes de caer preso. Como cajera en un supermercado o de mesera en un restaurante, me podría tomar unos cuantos años, pero una vez la familia ya no daba más dinero, ¡mi gran día se hará realidad! Mientras tanto y regresando al presente, mejor me voy levantando y arreglando antes que se me haga tarde para tomar el tren y verle a él». 

    Rebeka sacó lo que tenía en su boca, se volvió a voltear en la cama, desconecto su celular y al mirar la pantalla pronunció la hora que marcaban los pequeños números: Seis y quince de la mañana. 

    —¿Un día más o un día menos? —Junto a este tipo de pensamientos, se deslizó hasta el borde de la cama y recogió como pudo sus cabellos negros mientras se miraba los pezones endurecidos y los muslos descubiertos. 

    Su uniforme estaba bien acomodado sobre la pequeña silla en frente de la mesa y sin encender ninguna luz en el interior del cuarto, comenzó a vestirse en frente de la ventana con cortinas desgastadas. Siempre lo había hecho así, durmiera con ropa o sin ella, aun sabiendo que, si llegaba a encender cualquier bombilla sin antes cerrar las tapaderas, las personas que pasaban por la calle serían testigos de un acto de exposición indecente y no era que le incomodara mucho, pero, aunque estuviera en su propia casa, para las autoridades era un delito estar desnuda si un público sensible te podía ver. 

    Tras colar sus dos delgadas y esbeltas piernas por los agujeros de las bragas negras cuya tela podía translucir el color de su piel, levantó su torso desnudo para subirse la prenda. Luego tomó la siguiente pieza que se iba a poner, echó un vistazo fuera de su casa para ver cómo un sin número de individuos prefería pasar caminando por la acera del frente de una muy particular vivienda que parecían evitar. 

    No era porque la pintura de la casa estuviera cuarteada y desgastada o porque la hierba del jardín se mostrara seca, sino que las personas de la ciudad se movían de la casa al trabajo y del trabajo para la casa, día a día, sin parar. Ellos preferían no relacionarse con la casa del asesino que tanto había dado de qué hablar en la última década y media.

    Rebeka tomó el sujetador del mismo color que sus bragas, se lo colocó a la altura del estómago luego lo giró sobre su torso, metió sus manos a través de los tirantes elásticos y se acomodó el busto dentro de las copas talla 'D'. El sostén no traslucía como lo hacía la braguita, pues era acolchado y bien firme, lo suficiente como para asegurarse que no se le saliera un seno en caso que tuviera que correr. Luego se puso las medias negras, que eran tan largas que pasaban sus rodillas. Prosiguió con la saya - falda - y por último se colocó la camisa con el sello de estudiante.  

    «Quién diría que esto es una ciudad cuando a primera vista luce como un hormiguero», pensó tras hacer una mueca agria con sus labios mientras terminaba de abotonarse la blusa. Tan pronto terminó de usar el pequeño baño que tenía a un lado de su cuarto, se cepilló los dientes, echó un discreto perfume detrás de sus orejas y en cada muñeca. Por último, tras peinarse mejor, se arregló los mechones de cabello que le tapaban el ojo derecho con un hermoso pasador de color azul, que tenía la forma de una discreta mariposa. 

    «Yo lo veo más como una colonia de ratas acaparadoras. Ninguna está conforme con lo que tiene. Persiguiendo la felicidad, terminan comiendo para no morir y defecando para no explotar en miles de pedazos. ¿Por qué la gente es tan ciega? Pero quién soy para hablar así, si aún no tengo la maestría de impedir que los problemas ajenos y la opinión de mí misma me afecte tanto como lo hace».

    Una segunda alarma se hizo escuchar y el reloj dentro del teléfono ya marcaba las siete en punto. Ya vestida, bien perfumada y arreglada, Rebeka bajó las escaleras y salió por la puerta del frente sin siquiera desayunar, de todas maneras, no le daría tiempo.

    Tras cerrar la desgastada puerta con llave, suspiró de forma honda y pensó: «Esta casa claramente necesita la mano de un hombre».

    El lugar contaba con una entrada discreta, una reja a la altura del pecho de una persona promedio, dos muros a los lados y las demás extensiones de la cerca se encontraba cubiertas por muchas enredaderas descuidadas. El pasillo hacia el interior separaba dos jardines en los que habían florecido exuberantes rosas. Evidentemente, la maleza tenía más vida que las plantas ornamentales que estaban marchitas. La entrada poseía un portalito en donde se encontraban dos sillones lo suficientemente resistentes para permanecer a la intemperie, junto a una mesa de vidrio con una maceta vacía.

    Luego de pasar por el pasillo que dividía al jardín en dos, Rebeka salió a la segunda puerta que colindaba con la calle. Cargaba una mochila llena de libros, libretas, documentos y otras cosas que una chica pudiera necesitar. Una vez pasada la reja, caminó en dirección a la estación de tren y se juntó con quienes se dirigían al mismo destino.

    La multitud de personas siguió moviéndose tranquilamente hacia adelante e ignoraron completamente la presencia de la recién llegada. Trajes negros, ropa formal, zapatos de vestir, algunos con sombreros, otros con maletas, muchos con un vaso de café humeante del cual daban un sorbo de vez en cuando. 

    La luz en el horizonte aumentaba el brillo con el levantar del sol entre las nubes. Se veía imponente, alegre y soberbio, ya que no se disculpaba ni dejaba de ser lo que era ante los ojos cansados que ni siquiera se dignaron a saludarle. 

    «Nadie dice buenos días, no saludan ni se ríen, aun así, el sol no deja de brillar ni el tiempo se detiene», pensó Rebeka. «¿Esa es la solución para vivir una vida feliz? Dejar la hipocresía que muchos conocen, por educación y ser egoístas. Seguir adelante sin que te importe ser quién eres ni tener que disculparte por lo que haces o por cómo lo haces. Se dice tan fácil, pero en la práctica no lo es».

    Desde la multitud se podía observar que ciertamente no existía mucha vida social, era un ambiente individualista de una zona urbana. Por supuesto, nadie diría buenos días, saludaría o se reiría, si no le representaba un beneficio propio. 

    «¿Acaso es posible seguir viviendo en un mundo tan solitario, en el que las pisadas suenan más que las palabras?» se preguntó, mientras escuchó a alguien llamándole.

    —¡¡Presidenta!! Buenos días.

    Eran las distinguibles palabras de un chico que resaltaban entre la lluvia de pisadas. Con ellas, el mundo se volvió más brillante, los colores se intensificaron y el olor se volvió más suave para la percepción de Rebeka. 

    «En un mundo donde nadie hace nada a menos que le resulte conveniente y quiera obtener algo, él me da los buenos días ¿Acaso no es obvio?», pensó, tras escapársele un latido del corazón. «Al menos ya pasamos la etapa en la que tan solo nos mirábamos en silencio. Una cosa es querer algo y resignarte a no tenerlo, otra cosa es querer algo y luchar por ello. Antes él no me hablaba, ahora muestra más iniciativa, a su manera, para mostrarme lo mucho que le gusto».

    Bum-bum, bum, hizo el corazón de Rebeka, flechado dentro del pecho, tras aguantar la respiración, con tal de contrarrestar las palpitaciones. 

    «Bueno, la pregunta es diferente si le tengo a él ¿Quién iba a imaginar que en un sitio tan concurrido y sin color, de pronto, le escucharía llamándome? Mi madre diría que es el amor tocando a mi puerta... yo no lo creo», se decía, mientras que discretamente, se pasaba los cabellos detrás de oreja. «Bueno, me resigno a creerlo. No es que sea la primera vez que coincidimos camino a la escuela, porque atrasé mi salida de la casa para que este evento tan casual se diese lugar... ni que el bulto de sabanas a mi lado no fuera basado totalmente en él. Pero ¡que me llame incorrectamente con tanta confidencia y libertad hace que me irrite tanto!»

    —Es ofensivo que aún no me llames por mi nombre, Omar —dijo Rebeka en voz alta, tratando de esconder la felicidad que sentía—.  ¡Apura el paso que estamos a minutos de perder el tren y llegar tarde! —dijo con voz mandona.

    «¡Aaah! Cuando se está enamorada a veces no se actúa de la mejor manera, lo sé. Rebeka, ya no eres una niña inmadura, tienes que actuar mejor con él. No obstante, ¿qué puedo decir en respuesta a cualquier pregunta de Omar? El sistema de transporte público funciona desde las tres de la madrugada, además, la escuela provee desayuno gratis a quienes llegan antes de las siete y cuarenta y cinco, mientras que las clases comienzan a las ocho. ¿Por qué, a pesar de ser la presidenta de la clase, tomo el tren que sale a las siete y treinta con la intención de llegar diez minutos antes de clases? Él podría ser capaz de preguntarme».

    Por supuesto, él nunca entendería que, a pesar de tener los mismos uniformes, la diferencia de clase es obvia. ¿Cómo le digo que soy prácticamente la esclava de los profesores? Por más temprano que llegue, ellos tendrán una tarea lista para que les cumpla. También quiero evitar a los demás estudiantes que se burlan de mí, al punto de hacerme sentir enferma. Por otro lado, contarle mis problemas al chico que quiero, desahogarme y llorar sobre su hombro, sería desagradable y digno de lástima. Además, los hombres son notorios por buscar fáciles y rápidas soluciones a los problemas que se les cuentan, sin siquiera llegar a escuchar o ponerse en el lugar de quien habla. No vale la pena.

    «Es contradictorio que me quieran echar, pues también soy la presidenta. Pero ese es el punto, no es que sea una alumna ejemplar desde el principio, sino que los profesores quieren exigir de mí cosas que no puedo dar, hasta que cometa un error y puedan botarme, con la justificación de que incumplí con sus expectativas».  

    «¿Porque simplemente no te quejas con el director o dices que estás saturada de trabajos? Si dejas que te traten así, es porque tú lo permites».

    «¿No, Omar, las cosas no son tan simples? No puedo rehusarme a hacer las tareas ni trabajos que me mandan y si lo hiciera, seguramente aparecería el director con un acta de renuncia voluntaria. Los demás profesores pondrían a mis padres como los responsables de engendrar a una hija tan problemática, poco confiable y delincuente. Es más, estoy segura de que ellos pueden expulsarme en cualquier momento y se salvarían de cualquier acusación en su contra, por semejante acto de injusticia».

    Temiendo que surgieran ese tipo de preguntas, Rebeka, con su mente abarrotada por preocupaciones y el estómago hambriento, siguió caminando sin molestarse en continuar algún tipo de conversación con el chico.

    Un paso tras otro, con sus zapatillas de tacón negro, ella avanzaba sobre los ladrillos que componían una calle concurrida. Tan solo alguien que fuera capaz de prestar atención a los pequeños detalles, se daría cuenta que los pasos de la chica fueron precedidos por el suave pisar de unos zapatos deportivos del mismo color.

    «No obstante, tengo una razón, una muy buena. El mero hecho que en todo este tiempo él intenta acercarse a mí sin preguntar o indagar en mis problemas, le hace especial, le diferencia de tantos otros y de los demás. Soy yo, tal vez, la que le mantiene muy alejado con mi actitud agresiva».

    Más calmada, Rebeka miró de reojo al chico que se le acercaba por detrás. 

    «Es entretenida la manera en la que actúa», pensó. «Puedo notar cómo me acecha dentro de la multitud. Todas las mañanas, después que me saluda, avanza y se desplaza, hasta que, en efecto, termina caminando a mi lado, a mi paso, tan juntos que parecemos una pareja. Tenemos las prendas de la academia, así que hacemos juego. Si alguien secretamente me tomara una foto con él, aquí, ahora, sería capaz de pegarla por todas las paredes de mi cuarto».

    Reflexionando sobre la situación, Rebeka tembló de felicidad al ser una pareja, aunque fuese de forma no oficial y estuviera dispuesta a negarlo en voz alta un millón de veces. Con esta emoción, decidió voltear su rostro tan solo un poco más de lo que usualmente solía hacer y vio algo que no esperaba. 

    «Aaah, lleva su mano derecha fuera del bolsillo. Tal vez, ¡hoy podría ser el día! Si no, yo daré el primer paso, pero si por coincidencia, nuestras manos se juntan, ¡¡¡Aww!!! Se me acelera el corazón...».

    Tac, tac, tac... Sonaban los pasos de ella.

    Con sus manos aún más sueltas de lo normal, Rebeka se balanceaba de adelante hacia atrás, ni siquiera le preocupaba estar preparada por si una ráfaga de viento intentara levantarle la saya.

    «Tan solo un roce... no te preocupes, voy a fingir que no lo sentí. Rozar mi mano con la tuya en esta mañana, alegrará el resto de mis días, te lo juro. Lee mis pensamientos, léeme el cuerpo. Oh, a pesar de tu apariencia y actitud holgazana, sé que eres aclamado como el más loco tomador de riesgos de los estudiantes del instituto... no me hagas seguir esperando, sé un hombre».

    Detrás de ella, sonaban los pasos de él.

    Cabellos cortos, descuidados y puntiagudos. Cuerpo alto, esbelto y musculoso. Llevaba una camisa blanca ajustada, con los dos primeros botones sueltos, el cuello subido, algo que escondía poco su físico atlético. Lucía un cinturón negro de una hebilla sencilla que combinaba con el pantalón y los zapatos. Entre su mano izquierda, dentro del bolsillo correspondiente y su cuerpo, sostenía una chaqueta de tela negra. 

    «Ahora que lo pienso, acaso esa es la mano con la que se toca cuando está a solas. Él usa la derecha para escribir, debe usarla también para tocarse. Por otro lado, yo utilicé mi mano izquierda anoche y durante esta mañana. Sería perfecto y a la vez mucho más que un toque, sería más como un contacto indirecto entre él y yo, entre nuestros sexos, así como es de especial respirar el mismo aire que él, ver lo que él ve. ¡Ahh!».

    Ella necesitó controlarse para no salir corriendo, cubrirse el rostro y hasta casi morir de la vergüenza por tener semejante pensamiento en medio de una multitud. Rebeka se justificó con su episodio de autosatisfacción mañanera que tuvo que ser cortado justo después de empezar, por lo que decidió seguir actuando como si fuera una persona normal, libre de pensamientos indecentes. Pretender eso cuando aún estaba caliente, deseosa y necesitada de alguien que no amara a nadie más que no fuese ella, no era tarea fácil. Al menos no, cuando las mismas hormonas se le subían a la cabeza, al punto en el que era normal pensar en cosas inapropiadas. Tan raro como encontrarse mirando al cielo con la esperanza de ver una nube con forma de pene o no poder evitar elogiar a la naturaleza por proveer a la humanidad de pepinos y zanahorias cuando estaba en el supermercado e incluso mirar al interior de las ventanas de las casas con el deseo de ver casualmente a dos personas teniendo un momento de intimidad. 

    «¿A quién quiero engañar? Después de todo, si no estoy durmiendo o pensando en cosas morbosas, no puedo dejar de actuar con negatividad o sentirme deprimida». Mientras Rebeka estaba justificando sus pensamientos, las personas se intensificaron en número. Menos cautelosos que antes, quienes se sentían apurados procuraban situarse en la delantera y también se incrementó el número de quienes iban en dirección opuesta. 

    —El tren con destino al centro llegará en cinco minutos. Por favor sitúense detrás de la línea de abordaje —dijo la voz distante de una operadora—.

    «¡El tiempo pasa rápido cuando se está fantaseando! Quisiera que pasara igual de rápido cuando estoy en la escuela», Rebeka pudo ver los rostros horrorizados de quienes casi corrían con pasos fuertes y respiraciones entrecortadas en dirección a la estación, tan pronto escucharon al altavoz hablar.

    Capítulo 2: Presidenta

    Cada mañana el escenario para el abordaje del metro era el mismo de siempre, solo cambiaban las personas que, con el tiempo, se volvían más desesperadas y egoístas. Puesto que quienes llegaban de primeros a la fila podrían ir sentados y los últimos tendrían que hacer el viaje de pie, los que no querían levantarse cinco minutos antes o se retrasaban al pedir el café, tan solo tenían que apurar sus pasos. Aun estando dentro del tren, las intenciones de cada uno se podían ver con claridad, sin importar la edad o el género, todos se sentían igual de cansados como para prolongar el dolor de sus huesos y nadie se iba a levantar para ceder su asiento que con tanto esfuerzo habían ocupado.

    Rebeka sintió la necesidad de detener a esos que corrían y explicarles lo mal que se veía para la sociedad, lo egoístas que estaban siendo, cuando en primer lugar no se levantaron lo suficientemente temprano como para ser los primeros, pero sabiendo que no podría cambiar la naturaleza de una rata que solo comía y defecaba, le hizo limitarse a pensar:

    «Tampoco es que quiera llegar de primera para tener la cortesía de darle el asiento a quien lo necesite más que yo, una cosa es pensar en lo que está correcto y otra es hacerlo. Es mejor que los apurados tomen asiento, más cuando tienen café en la mano, me hacen un favor al no ocupar tanto espacio y así pueden derramar el contenido sobre ellos y no encima de personas como yo. Cambiando de tema, él y yo nos estamos separando».

    El contacto tan esperado nunca se dio entre las dos manos, mientras que aquellos que iban en sentido contrario se interponen entre Rebeka y Omar. 

    «A veces, cuando caminas entre las personas, si miras decididamente al lado por el cual quieres ir, ellos no se entrometerán en tu camino. Pero si miras al suelo, la gente puede tomar inconvenientes decisiones por ti. Omar ni siquiera tiene que mirar por donde va, con su cuerpo las personas le hacen espacio, mientras que yo tengo que fruncir las cejas e imponer mi presencia. Extraño mi cama, mis sábanas, mi almohada ¡¿por qué hay que levantarse y luchar contra tantas personas cinco veces a la semana?! ¡Omar, necesito que me des la mano y alegres mi día!».

    Tras encontrarse con sus hombros caídos y dando un suspiro, Rebeka decidió inflar su pecho con tal de levantar su barbilla y continuar hacia adelante.

    «¡Ratas que caminan en contra de la juventud, osan interponerse en el medio! Tienen envidia de nuestros cuerpos. Acaso creen que tienen derecho, piensan que les debemos respeto. Todos ustedes son tan irritantes, tanto que pueden desaparecer si de mí dependiera» pensó, tras cambiar un tono cansado a uno que gradualmente se enfurecía en su mente.

    Con sus pensamientos, en el exterior, Rebeka cambió totalmente la proyección de sí misma que expone al exterior, haciendo que más personas salieran de su camino. ¿Quién se atrevería a chocar con alguien que estaba dispuesto a disparar quejas tan pronto se le diera la oportunidad? Junto a esto, bajo el techo de la estación del tren, los sonidos se agudizaron. 

    Los ladridos de pequeños perros malhumorados sonaban constantemente, acompañados de quejas de alguna anciana, mientras peleaba irritada por ser tumbada al suelo. Llantos de bebés desconsolados que iban dentro de coches empujados. El ruido de personas que hablaban por teléfono, de quienes reían entre sí, la tos de enfermos y los que tarareaban o silbaban melodía al viento.

    «Aún con extraños y ruidos entre nosotros, él se siente tan cerca y puedo decir que hoy es el día. Quiero respirar y cerrar mis ojos, con tal de escucharle, distinguir sus pasos, el sonido de su ropa alejándose y rodeando la corriente de gente, con tal de regresar a estar detrás de mí. Pero, aun así, con tanto ruido y distracciones, esta distancia es abismal. Oh felicidad, déjame respirar. Esta inconformidad es lo que me aleja de la felicidad. Para ser felices me encuentro queriendo lo que no está entre mis manos, pero olvido que lo que ya tengo fue algo que en su momento también quise tener. ¿Cuántas veces no deseé que existiera en este mundo, tan equivocado y carente de sentido, alguien como él? En ese tiempo me conformaba con tan solo tener la oportunidad de compartir el mismo cielo que mi chico ideal. Si es así, debo conformarme con que lo que tengo es lo mejor y negar que le amo también».

    Tras cruzar alguno que otro bloque, pasar varios bancos, atravesar las luces de tiendas que ofrecían comida rápida, Rebeka comenzaba a desesperarse, pues el contacto cada vez se volvía más y más imposible. 

    «La conformidad es la base del estancamiento. El egoísmo y la necesidad son las impulsoras del desarrollo. Esta sociedad es la muestra más viva de ese concepto, solo basta con ver a quienes viven mejor y son más felices, como son egoístas, ambiciosos, inconformes y luchadores. Por conformarme con solo verle, estar a su lado desde las sombras y esperar a que sus ojos me puedan ver, me expongo a perder innumerables cosas. Por ejemplo, su primer beso, su primera vez, sus nuevas experiencias como pareja. Sí, apreciaría que un chico con experiencia se encargara de mí, pero ya estaría contaminado por los hábitos de alguien más. Me besaría como besó a alguien más, me cogería como le hizo a alguien más. Todo mientras yo estuve esperando a que se decidiera por mí en vez de alguien más. Mi conciencia no estaría tranquila».

    Respirando tan hondo como pudo, Rebeka llenó de vida sus movimientos y caminó como si andará flotando por el aire.

    «Por esa misma razón me puse las bragas más sexys que tengo en mi arsenal y también estoy usando mi falda más corta. Dejarle atrás y que me pueda ver las piernas, tal vez un poco más si es que cometo un pequeño descuido. Ahora que mi mano espera su mano, estaría dispuesta a dejar que el viento haga de sus caprichos y tener un descuido». 

    Como si también se hubiera contagiado de la felicidad que motivaba a la chica de ojos castaños, una ráfaga de viento veraniego pareció bajar del cielo y acariciar su rostro contento, antes de continuar con su paso.

    «Con esta brisa, estoy segura que él podría sentir mi olor, si es que no estuvo muy enfocado en verme la cola, pero no es suficiente. Tengo que ser aún más arriesgada» pensó.

    La parada del metro que se dirigía al centro ya estaba justo al frente y la operadora anunciaba que faltaban treinta segundos para que llegara el tren. El tiempo de espera perfecto para que cualquier silencio incómodo no se atreviera a nacer, en caso que ella tuviera que quedarse esperando. 

    «Sé que me está mirando y solo debo esperar la distancia perfecta en 3, 2, 1» al tiempo que miró de reojo a Omar.

    Rebeka chocó su hombro contra un transeúnte, una persona que se veía que regresaba a casa después de terminar un turno nocturno. Grosero y sin la mejor actitud, el sujeto le dijo: 

    —¡Haz el favor de tener más cuidado!

    —¡Oh! lo siento señor —respondió e inclinó su cabeza en señal de respeto.

    Tan pronto el ciudadano continuó su paso murmurando entre dientes, Rebeka se llevó la mano en dirección a sus cabellos para dibujar la expresión de alguien sorprendido y preocupado.  

    —¡Omar! se me cayó el pasador. ¡Ayúdame a encontrarlo! — dijo en voz alta.

    Ella se detuvo en el lugar y volvió a observar el suelo, mientras pensaba: 

    «Según he leído, el primer paso que se debe de tomar en las artes de seducir a un hombre es hacer que este te deba un favor o tu deberle un favor a él. Una ayuda, aparentemente desinteresada, por parte de un individuo hacia otro, puede fundar la base perfecta para los cimientos del romance. En este caso, siguiendo esa guía, si voy a admitir que le amo, preferiría deberle un favor, mostrarme vulnerable, darle la oportunidad y terminar mi actitud de peleona contra él. Las relaciones que nacen de pelear no creo terminen bien».

    Aproximadamente tres segundos pasaron y su mirada no alcanzaba a ver el pasador del cabello que se le había caído ni tampoco a Omar esforzándose por encontrarlo.

    «Tal vez debí hablar un poco más alto y parecer desesperada. Lo hecho, hecho está y tengo confianza en el chico que quiero. Sé que él ha estado observándome meticulosamente, esperando una oportunidad como esta. Su instinto varonil va a encajar y con esto va a ayudarme, después de todo, un momento como este no se repite dos veces. La oportunidad perfecta, el príncipe que rescata a la damisela, el héroe que salva el día» pensó, al mismo tiempo que buscaba en el suelo.

    Omar paró en seco para evitar estrellarse contra Rebeka. Ella rompió su posición inclinada y se puso derecha, mientras prestaba absoluta atención con sus ojos, tras notar que había ocurrido algo que no tenía previsto. 

    «En todo este tiempo, has prestado atención a tu maldito teléfono en vez de a mí, a mi falda, a mi olor, a mi persona. Calma, todo no está perdido, aún le puedo pedir de nuevo que me ayude a recuperar mi pasador. No puedo usar esto como una oportunidad para reclamarle, soy madura, ya soy grande.»

    «Oh, guao, escuché el sonido de mi pasador siendo aplastado por el zapato de una rata, la más gorda y pesada de toda la maldita ciudad. Se siente fantástico. Pero no, no voy a pelear, mi corazón tiene antojo de violencia y sangre, pero mi autocontrol se mantendrá bien.».

    —¿Qué sucede? —preguntó Omar, quien dejó de atender el teléfono que tenía en su mano para levantar sus ojos y hacer contacto visual con la presidenta.

    El teléfono que él tenía era moderno, de gran tamaño, con pantalla táctil y sus cuatro puntas redondeadas. Ese dispositivo aún estaba encendido y quedaba a la altura del pecho de Rebeka.       

    «Genial, esa pregunta junto a tu mirada hace que me irrite tanto que juro que me hierve la sangre. Mejor respiro hondo, bajo la mirada», pensó de forma calmada, hasta que sus ojos se encajaron en la pantalla encendida del dispositivo electrónico que Omar tenía en su mano derecha. «¡Qué diablos significa ese mensaje con corazones y besos en tu maldito teléfono! ¿¡Quién es ella!? ¿¡Quién demonios le dio permiso de enviarte mensajes!?».

    Con un movimiento de su dedo pulgar, Omar apago el teléfono tan rápido como se dio cuenta que la pantalla estaba expuesta a la vista de la chica que tenía delante.

    —¿Estás bien? Un pasador que se te cayó ¿de qué color?  —preguntó, ante el comportamiento y el silencio tan incómodo que recibía por parte de la presidenta, cuyas expresiones faciales estaban oscurecidas.

    «¿Acaso no es tan nostálgica esta sensación? El mundo a mi alrededor está perdiendo sus colores. Él sigue hablando, pero su voz no es diferente a la del resto. Debo calmarme. Paciencia», pensó. «Él apagó el teléfono tan rápido como pudo, significa que me tiene respeto. Tampoco vi que le respondiera los mensajes. Estoy sudando, no es bueno para mi piel, mi rostro también se puede enrojecer y me podría ver desagradable. ¿De qué color es el pasador? Acaso mis oídos no me engañan y él en verdad me preguntó tan descaradamente sobre el color de mi más preciado pasador».

    —Ja, ja, ja, eso definitivamente no fue una pregunta —dijo, tras lanzar al aire unas discretas carcajadas.

    Omar retrocedió un paso, trago en seco y respiro hondo. Se sentía tan incómodo ante el comportamiento de la presidenta que agachó la cabeza para esconder su rostro. 

    «En verdad me lo tuve que estar imaginando, pero no fue obra de mi imaginación. Oh, tú eras quien creía indicado para hacerme feliz. Te costará muy caro prestarle más atención a los mensajes de alguien más que a mí. En verdad no entiendo cómo me puedo sentir tan decepcionada. Te aseguro que cuando quieras responder los mensajes de esa que te escribió... tu maldito teléfono estará siendo destrozado por el tren. Idiota. Idiota ¡Idiota! No pienso llorar por alguien como tú».

    —Olvídalo, no tiene más importancia —dijo ella en voz alta y una sonrisa de oreja a oreja, una tan grande que incluso sus ojos quedaron cerrados con semejante expresión de felicidad—. Oh, ¡el tren! 

    Omar vio como la presidenta se volteaba y apuraba su paso en dirección al tren y sintió un sudor frío bajando por su frente. Las palabras que había escuchado definitivamente tenían un significado contrario, igual que la sonrisa que vio. Olvídalo se traduce en no lo vas a entender. No tiene importancia pudiera significar pídeme disculpas en este momento. Las carcajadas y expresión de felicidad técnicamente emanaban una rabia incontrolable por los poros. Eso definitivamente no fue una pregunta significaba por qué no mejor te mueres. Aun así, eran traducciones muy específicas que un chico como él podía imaginar, pero no entender. 

    «Al menos, mi sostén fue la mejor opción para prevenir este tipo de situación. Correr con los cabellos sueltos que tapan mi ojo derecho no es muy cómodo. Él me debe de estar siguiendo y debió de haber guardado el teléfono en su bolsillo derecho, ya va a ver», se dijo, bien irritada.

    Tras atravesar por el pequeño laberinto de sogas y barras de metal entrelazadas para hacer que la fila de espera fuese más organizada. Rebeka pudo llegar a colocarse detrás de los últimos que iban a entrar en el tren.

    «Una vez estemos dentro del vagón, esperaré el momento para quitarle el teléfono, necesito desquitarme con algo».

    —Ups, lo siento —dijo alguien, quien al tropezar empujó a quien tenía delante. 

    —Solo un poco más y cerramos las puertas —anunció un oficial de seguridad.

    Entre los últimos lugares estaban Rebeka y Omar, bien preocupados por poder avanzar entre las personas que no se querían mover, a pesar de tener espacio suficiente para seguir desplazándose. De un movimiento a otro, ella se quedó entre los individuos del frente, ya que le tenían el camino cerrado, mientras que Omar continuó avanzando. Apoyándose de su cuerpo, a él no le importó incomodar a unos y mover a otros.

    Mientras que Omar se las arreglaba para ir a la delantera, Rebeka fijó sus ojos en lo que sería su presa. Para los hombres, una de las desventajas de tener un pantalón ajustado es que si el teléfono que llevan es muy grande, una parte sobresale fuera del bolsillo, queda expuesta y puede ser tomada. Una persona normal y corriente no puede enfocarse en varias tareas al mismo momento, es más propenso de ignorar una sensación mínima de movimiento dentro de su pantalón cuando está forzosamente moviéndose entre personas que lo empujan de vuelta.     

    «Perfecto, ahora, déjame mantenerme alejada de él. No quiero levantar sospechas ni tener nada más que ver con ese desgraciado, que es como los demás», pensó al tiempo que retiraba su mano exitosamente con el dispositivo y tan pronto se acercó a una ventana, lo arrojó con disimulo.

    Tras mirar el techo, ella trató de controlar las lágrimas que se le querían salir. Sabiendo que había hecho algo malo con tal de sentirse mejor, lo que más le frustraba era no sentirse bien.  

    Junto al sonido de las puertas eléctricas del tren siendo cerradas, más las palabras de la operadora que anunciaba la salida del tren al centro, se pudo escuchar la voz de un hombre diciendo:

    —¡Alguien ha visto mi teléfono! 

    —Señor, el tren está saliendo. No hay nada que se pueda hacer, por su seguridad, permanezca detrás de la línea —dijeron los uniformados encargados de la seguridad de la estación.

    Rebeka pudo reconocer al hombre que buscaba su teléfono, que era el mismo contra el que había chocado cuando se propuso dejar caer su pasador del cabello. Era una situación bien rara, a decir verdad. «Tal vez, ¿karma?», se dijo, mientras que el tren comenzó a moverse y con esto, algunas personas empezaron a protestar porque Omar iba de regreso a donde se había quedado ella. 

    «Mmm, ¿se dio cuenta que le tomé el teléfono? No, imposible, tal vez piense que se le cayó y está regresando para buscarlo» pensó, mientras escondía su mirada.

    Disponiéndose a actuar como si nada hubiera pasado, Rebeka sintió cómo el cuerpo imponente del chico se le puso detrás.

    —En verdad siento lo que sucedió con tu pasador de cabello —le dijo con voz temblorosa a Rebeka—. Y que yo tomara una foto tuya mientras no veías. No quiero que creas que soy alguien raro, por favor. Solo escúchame primero y podemos hablarlo.  

    «Él, está... nervioso», pensó, tras sentir el corazón a punto de salirse de su pecho. «Está sudando. Una foto tuya, alguien raro... podemos hablarlo». Si él se dio cuenta, ¿por qué se disculpa en vez de reclamar?».

    Mirando al suelo, entre la gente aglomerada, la superficie metálica de un teléfono se vio, sobresaliendo del bolsillo izquierdo del pantalón de Omar.  

    «¿Mmm? Tiene otro teléfono junto a la mano con la que aguanta su abrigo. ¿Por qué razón un chico tendría dos teléfonos? además, ¿qué foto me tomo?», se dijo, para acto seguido manifestarle en voz alta:

    —No tengo nada que hablar contigo... Dame tu otro teléfono.

    Debido al sonido del tren en movimiento, no se podía notar que la voz de Rebeka temblaba y sonaba asustada. Por otro lado, Omar mostró lo que se podría llamar una verdadera cara de espanto, tanto que se pudieron ver intenciones de querer marcharse de allí. Pero el tren estaba cerrado y en movimiento, todos los pasajeros se paraban como si estuvieran sembrados al suelo, por si fuera poco, como hombre tendría que limpiar su imagen. 

    —¡No! ¡No, por favor! Cualquier cosa menos eso. No podría vivir si lo rompieses —respondió como un niño pequeño que había hecho algo malo.

    «Mmm, su cara de necesidad y súplica es tan adorable que creo que voy a regresar a un buen estado de ánimo. Pero es consciente que destruí el otro dispositivo y aun así me suplica. No puedo permitir que mi voz flaquee de nuevo, no sería bueno para el resultado de esta negociación», pensó, tras agregar

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