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Pila Himmler: Sin límite de mal
Pila Himmler: Sin límite de mal
Pila Himmler: Sin límite de mal
Libro electrónico157 páginas2 horas

Pila Himmler: Sin límite de mal

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Novela de ficción ambientada en un periodo histórico de infausto recuerdo: la Segunda Guerra Mundial con sus diversos campos de concentración.
Su protagonista, Pilar, es española por parte de madre y alemana por parte de padre, un militar destinado a la escolta del cónsul germano en Sevilla. Por razones de seguridad, cuando estalla la guerra civil española, la familia decide trasladarse a Alemania. Si Pilar ya apuntaba maneras despóticas y dictatoriales en su niñez, su llegada a Berlín y su ingreso en las juventudes hitlerianas acaban convirtiéndola en un monstruo sin sentimientos. Cuando es destinada al campo de concentración de Auschwitz, será el mayor temor de los prisioneros, ganándose el apodo de "la ametralladora de Birkenau".
Todos los personajes que aparecen en esta novela son ficticios, así como los hechos que se narran, excepto, lógicamente, los personajes históricos como Himmler y Hitler. Todos los datos aportados en cuanto a lugares, armamento, vehículos, máquinas fotográficas, etc., han sido contrastados minuciosamente y corresponden a la realidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 nov 2023
ISBN9788410051065
Pila Himmler: Sin límite de mal

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    Pila Himmler - Javier García

    Miguel Vigil

    Miguel Vigil, músico, cómico, actor, escritor... él mismo no sabe si es polifacético o disperso. Miembro fundador del grupo cómico-musical Académica Palanca, fue acusado de hacer humor inteligente saliendo absuelto por falta de pruebas.

    Web: www.miguelvigil.es

    Correo: contacto@miguelvigil.es

    Titulos publicados en Éride: Relax (Teatro)

    Poemas breves (Poesía)

    Relatos polisémicos (Relatos)

    El hombre perfecto, o casi (Novela)

    Migel Vigil

    Juan Javier García García ‘Javier García’

    Escritor. Miembro del CEC nº 35 -Círculo de Escritores Cinematográficos. Crítico de Cine. Fotógrafo de Prensa.

    Director General de la Revista de Internet: Las Estrellas, Mis amigos (www.estrellas5.blogspot.com.es). Redactor y Ayudante de: Edición y Maquetación del periódico Decano de la Sierra del Noroeste de Madrid: Sierra Madrileña; así como: ‘Sierra Deportes’, y la Revista Perfil de la Sierra. En abril 2018 publica su primer libro: ‘Las Estrellas, Mis amigos’; y en julio 2021 ‘LAS ESTRELLAS, Mis amigos 2’ de Éride ediciones.

    Migel Vigil

    Nota de los autores

    «QUE NO SUCEDA ¡JAMÁS!»

    La documentación que hemos manejado los autores para esta novela de ficción sobre algunos hechos reales que sucedieron en los campos de exterminio de la Alemania nazi, ha sido muy variada y contrastada, además de contar con las grandes obras literarias y cinematográficas sobre ese periodo histórico.

    El lector encontrará relatos de personas con horribles vivencias, muchas de ellas causadas, directa o indirectamente, por Pilar Himmler. Hay anécdotas curiosas y sucesos terribles, ya que, la protagonista fue, a la vez, ejecutora y testigo directo de la barbarie nazi en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.

    Disfruten ustedes de la lectura de un libro físico, que puede tocarse y olerse. El placer de poder pasar sus páginas y de tenerlo entre las manos es realmente indescriptible.

    Javier García

    Capítulo 1

    Pilar soplaba la vela imaginaria de una tarta ficticia. Ficticia, sí, ni siquiera virtual. Se veía a sí misma, rodeada de los hijos y nietos que hubiera querido tener, en una casa de campo no excesivamente lujosa pero sí lo suficiente para hacer ostensible su estatus social: viuda de un alto cargo militar alemán fallecido en combate. A diario revivía, con el pensamiento y la imaginación, la vida que le hubiera gustado vivir y los recuerdos que tendría, y que había incrustado en su memoria con los cimientos de los sueños, como si todo hubiera ocurrido de verdad. Como si los recuerdos imaginarios tuvieran el poder de cambiar el pasado. Ese pasado que se empeñaba en no asumir su condición de pretérito perfecto, y seguía manteniéndose impertérrito como presente de indicativo en la cabeza de Pilar.

    —Lo de pretérito puedo asumirlo, lo de perfecto… desde luego que no, si acaso… indefinido, porque he sufrido mucho, —mascullaba en su soledad.

    —Feliz cumpleaños, doña Pilar —le soltó de forma un tanto marcial el señor Brown, su carcelero de guardia, mientras entraba en la celda y colocaba la bandeja de la cena sobre la mesita multiusos—. Como hoy, además de su cumpleaños, es Nochebuena, el menú es especial: cóctel de gambas, lenguado meuniere y arroz con leche.

    —Gracias, señor Brown —contestó la reclusa un tanto displicente.

    El carcelero no dijo más, salió y cerró de nuevo la puerta con llave. Pilar miró con desgana la comida, pero, despacio y ausente, se terminó la cena. Hacía ya tiempo que estaba exenta de comer con las demás reclusas, debido a que para acceder al comedor debía subir cuarenta peldaños, demasiados para una anciana. Las autoridades británicas habían sido condescendientes con ella, y el funcionario de turno le llevaba el menú a su celda. La prisión de Northville estaba situada a unas cincuenta millas al suroeste de Newcastle y más o menos a la misma distancia al noroeste de Durham. Era una prisión de mínima seguridad, a la que trasladaban a las presas de edad avanzada con largas condenas, cuyo riesgo de fuga era casi tan nulo como la esperanza de que salieran vivas de allí.

    Pilar se encontraba a gusto, dentro de lo que cabe, en Northville, un hotel comparado con las cárceles anteriores: Vladivostok, Stalingrado, Gdansk… Solo recordaba el frío de todas ellas y el hambre, pero no los abusos. Hacía tantos años que habían dejado de abusar de ella que había conseguido desterrar esa brutal experiencia al último rincón de la psique; y había tejido sobre esos malos recuerdos (estos sí que eran verdaderos) una capa impermeable a base de olvido y de lo que mejor sabía hacer Pilar, mezclar fantasía y realidad, de tal manera que la realidad de una violación se transformaba en la fantasía de un encuentro amoroso, consentido y deseado.

    Pilar cumplía ese día 90 años y llevaba encerrada desde el 27 de enero de 1945, cuando las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración de Auschwitz. Tenía apenas veinticuatro años, pero no se dejen engañar. Pilar, a pesar de su juventud, era responsable de la muerte de decenas de miles de personas, en su mayoría judíos, naturalmente. Claro que ella había tergiversado sus propios recuerdos, los había endulzado, seguramente porque no podía vivir con ese cargo de conciencia, y se había hecho a la idea de que no era verdugo, sino víctima, que todo el daño que hizo fue indispensable para su propia supervivencia, que no tuvo más remedio, que era: «o tú o yo». Y pensaba, como es habitual en estos casos, que el mundo entero estaba equivocado con ella. Se indignaba cuando su nombre aparecía en la prensa con el apodo de «La ametralladora de Birkenau» (uno de los tres campos principales de Auschwitz, donde se retenía a las mujeres, y del que ella acabó asumiendo el mando). Al principio aparecía con mucha frecuencia en los diarios, con el tiempo su caso se fue diluyendo entre otras noticias de más actualidad.

    Solo volvía a estar en el candelero cuando el juzgado admitía a trámite alguno de los muchísimos recursos que escribía continuamente. Gracias a uno de ellos consiguió que le conmutaran la pena de muerte por cadena perpetua; gracias a otro consiguió que la trasladaran a una cárcel británica; y ahora estaba empeñada en que le concedieran el indulto. Entre los recursos y escribir sus memorias, Pilar pasaba el tiempo y el tiempo pasaba por ella.

    Mil veces había empezado a escribir sus memorias, y mil veces lo había dejado. Al principio solo alteraba a su favor la visión de la realidad, al final se la inventaba directamente, como si Auschwitz hubiera sido Neverland, y Michael Jackson te recibiera en la puerta cantando Thriller; como si el holocausto judío hubiera sido el libreto original de La vida de Brian; como si ella misma, cuando el fin estaba cerca, cuando muchos soldados alemanes desertaron, cuando los mandos desaparecieron, cuando los prisioneros exhaustos y famélicos intentaron, con más hambre que fuerza, asaltar los barracones donde se guardaban toneladas de comida, como si ella misma, repito, no hubiera cogido una ametralladora y hubiera descargado peines y peines de balas para impedírselo, matando a centenares y centenares de prisioneros. De ahí su apodo de «La ametralladora de Birkenau».

    No, eso no lo recordaba Pilar, o al menos no lo recordaba como sucedió. Sus memorias parecían la vida rosa de una jovencita de la alta sociedad, cuyo único interés en la vida era casarse, tener hijos, y sembrar de bondad el mundo entero. No consiguió hacer realidad ninguna de esas tres cosas.

    Memorias de Pilar Himmler García

    Me llamo Pilar Himmler García, tengo 90 años, y he pasado más de dos tercios de mi vida en prisión. Fui juzgada hace tiempo por crímenes contra la humanidad. En un principio me condenaron a la pena máxima, pero más tarde conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua sin posibilidad de remisión.

    Moriré pronto, y creo que tengo derecho a disfrutar en libertad lo poco que me queda. Sé que hice cosas malas, es cierto, pero he pagado con creces mis pequeños errores de juventud, y esos crímenes horribles por los que fui condenada, no fueron tan horribles como dicen, y, además, fueron en defensa propia, era mi vida o la suya. Por eso quiero contar mi versión de los hechos, cómo llegué a esta lamentable situación.

    Peter Himmler y Rocío García, mis padres, se conocieron en España, en la ciudad de Huelva. En las marismas se enamoraron y, poco después, se casaron. Lo recuerdo perfectamente porque mi madre me lo contó muchas veces…

    —Mamá, cuéntame cómo os conocisteis papá y tú…

    —¿Otra vez? Pero si ya te lo he contado cientos de veces…

    —Anda, mamá, por favor, que me gusta mucho cómo lo cuentas…

    —Está bien… Yo iba andando con tu tía Macarena por el paseo marítimo, junto a la playa del Espigón. Era un atardecer de otoño precioso; parecía que el Sol estuviera descolgándose por el horizonte para refrescarse en el mar. Tu tía me estaba contando no sé qué tontería y yo me reía mucho. Entonces, vimos que se acercaban dos jóvenes con uniforme del ejército alemán.

    —Papá y el tío Klaus.

    —Exacto, fue un flechazo cuádruple. Desde lejos, ellos ya estaban marcando la pieza elegida, y nosotras, con nuestra coquetería femenina, también desde lejos, equilibramos la balanza para provocar que su elección coincidiera con la nuestra.

    —¿Y qué fue lo primero que te dijo, papá?

    —Yo seguía riéndome de las cosas de mi hermana, y él me dijo: «Me encanta tu risa, me pasaría horas escuchándola, de hecho, te voy a pedir que te cases conmigo y si me dices que sí, me pasaré el resto de mi vida escuchándola y seré el hombre más feliz del mundo».

    —¿Y tú qué le dijiste?

    —Nada, al principio nada, me dejó sin palabras con sus enormes ojos azules y su labia de conquistador. Di unos cuantos pasos para alejarme, pero luego me volví y le contesté: «Mañana al atardecer, y aquí mismo, te daré una respuesta». Seguí andando un poco más, me volví de nuevo y le grité: «Me llamo Rocío». Y él me contestó: «Yo soy Peter, pero tus hijos me llamarán papá».

    —¿Y la tía Macarena y el tío Klaus, qué hicieron?

    —No lo sé, yo estaba tan obnubilada que no me enteraba de nada de lo que pasaba a mi alrededor, pero al poco tiempo ella también le dijo que sí, que se casaría con él.

    Efectivamente, los cuatro se casaron, y no he conocido nunca a dos parejas tan felices. Resultó que mi tío Klaus era mi tío por partida doble, porque se casó con mi tía Macarena y porque, además, era hermano de mi padre. Los dos hermanos y las dos hermanas se llevaban tan bien, que incluso decidieron hacer una boda doble para compartir gastos y para tener un recuerdo por duplicado que nunca podrían olvidar.

    Siempre estaban juntos, vivían en casas contiguas, y, aunque podían disfrutar de intimidad cuando quisieran, la verdad es que solo se separaban a la hora de dormir.

    Mi madre me contó con todo detalle cómo fue su boda.

    —Tu padre y tu tío iban iguales, con el uniforme de gala del ejército alemán. Además, como eran de la misma estatura y de similar complexión, casi parecían gemelos.

    —¿Quién estaba más guapo, papá o el tío Klaus?

    —Los dos estaban guapísimos, porque lo son, pero yo solo tenía ojos para tu padre. No podía dejar de mirarle, tan alto, tan elegante, tan feliz…

    —¿Y tú, mamá, qué vestido llevabas?

    —Un vestido blanco precioso, de media manga, escote de pico, ceñido en la cintura y falda de vuelo hasta los tobillos, con dos metros de cola. El mismo vestido con el que se casó tu abuela y con el que te casarás tú.

    —¿Y la tía Macarena? ¿No le gustaba ese vestido?

    —Claro que sí, pero no podíamos casarnos las dos el mismo día, con el mismo vestido, a la misma hora y en la misma iglesia.

    —¿Y lo echasteis a suertes?

    —No —me dijo mi madre riéndose—. Tu abuela, antes de morir, nos

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