El proyecto polaco: Anotaciones sobre el emigrar
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Una vida, la bruma que agita sombras. Un joven polaco es enviado a un gulag, tras la firma del tratado de no agresión de 1939 entre Alemania y la Unión Soviética. Liberado para luchar en la Segunda Guerra, participa de la liberación de Italia. Descubre el amor. Con esperanza, emigra. Es un hombre que silba y fuma.
Éste es un relato histórico, pero la historia no está ante los ojos. Frente a ellos sólo quedan restos. Sin embargo, quizá permita obtener la experiencia de una finitud que es pasado, pero que a la vez perdura, brumosa, en las formas de los instantes de nuestro presente.
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El proyecto polaco - Claudio Martyniuk
Claudio Martyniuk
El proyecto polaco
Europa del Este, 1939 /
América del Sur, 1949
Anotaciones sobre el emigrar
Diseño de tapa e ilustración: Marta Almeida
©Libros del Zorzal, 2008
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
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Índice
Flotación | 8
Tristeza e indiferencia | 16
Fumar | 17
Brumas | 19
En la línea, uniformado | 20
Matiz que no se alcanza | 30
Pantano de historia | 31
Feo | 40
Encierro | 40
Recortes | 43
Soldados | 44
En el frío | 46
Distancia | 48
Noche | 49
Plegado | 49
El peine | 50
Radio | 51
Cajita musical | 51
El peso de los pies | 52
Indeseables | 54
Permitir a los infelices | 56
Reducción | 59
Certificado | 59
Cavó pozos ciegos | 61
Sellos | 62
Experiencia del saber | 63
Trajes | 63
Mapas | 64
Montañas | 68
Hambre | 68
Ucranianos | 69
Peldaños | 71
Letrada | 72
Rusos | 72
El mando soviético | 74
Katyn | 76
Pan de antes | 81
Munro | 81
Panadería | 84
Barco | 86
Palabras sin fotografías | 88
Tal vez mentiras | 91
Pérdidas | 92
Una aparición | 93
Carbón | 93
Zanja | 94
Antióxido | 95
Amasar | 96
Polvo | 97
Esquema | 97
Atlas | 98
Monte Cassino | 99
Pedir | 100
Papas | 101
Pozos | 102
El proyecto polaco | 103
Caminar | 104
Alegato | 105
Debería | 107
Para Felicitas
Flotación
Una luna, un cielo
Y el mar oscuro.
Ingeborg Bachmann,
La noche de los perdidos. El final del amor
Veintidós días de Génova a Buenos Aires, pero eso fue después, después del viaje de la guerra y después de estancarse en el hambre, después también del amor. Primero Jan estuvo en el Oriente Medio de Montgomery, en Persia y Palestina, entre ejercicios y escaladas, en el aburrimiento, intercambiando palabras con el talento lingüístico del europeo oriental. Después en El Cairo, en los primeros encuentros con las tropas alemanas del mariscal Rommel, encuentros sin armas para enfrentar los tanques que provocaron el repliegue y la caída de Tobruk, marcha atrás que no todos pudieron concretar, y ésos terminaron en campos, en celdas ínfimas; marcha atrás para agruparse y esperar, esperar la ofensiva. Y fue a Italia, a subir Italia, para hacer subir a los nazis; estuvo en Monte Cassino. Antes de la batalla los soldados aliados capturados fueron llevados a Cinecittà y el estudio de cine se convirtió en campo de concentración. Batalla, heridas, medallas y después, entre norteamericanos e ingleses, el estancamiento del final de la guerra. Empezó el desplazamiento a campos de internación, campos para personas desplazadas. Cocinar, contar, cantar, beber, dormir en carpas y esperar. Compartir, caminar, descubrir pueblos: descubrió Moresco, con sus chicas jóvenes en el camino. Una: Bernardina. Se atraen. Como él, otros polacos son abrazados por italianas de pelo castaño; eran todos jóvenes que buscaban el sol después de años de destrucción y se encuentran con las pieles más blancas. En las laderas de las montañas, en las playas, en las casas pobres y antiguas, la felicidad no queda por siempre atada a la pobreza. Nace Anna, hija de Bernardina; nace Walter, hijo de Jole, también del pueblo de Moresco, y Enrico, polaco. A ellos, polacos padres e hijos, se les impuso el emigrar. La Cruz Roja certificó los destinos posibles, todos lejanos, pero la lejanía alienta la fantasía. Emigración, utopía del desplazamiento que hace renacer la confianza en el fin del hambre, en el encuentro del trabajo y la prosperidad, pero que lo hace poniendo en riesgo cuerpos, liquidando lenguas. Estaban tomados por la ilusión de comer más que de volver; estaban a pan y sopa, pero Bernardina ya sentía el temor de hallar el espanto en la lejanía. Ya rumbo al océano, con el miedo de que lo mejor pase a ser el presente que se abandona, un presente que abandona, que abandonó a Bernardina. Juntar ropa, sábanas, mantelería y cubiertos; guardar todo en el baúl y tomar un tren a Génova, un día antes de la partida. El embarque, una procesión en el atardecer. El barco, absorbiendo miserias y esperanzas. Se revisan cuerpos, cuerpos que deben aprobarse. Un oficial estudia papeles, muchos son pasaportes humanitarios. Ella temiendo perder a Anna. Jole sin tanto temor vigilaba a Walter. Giovanni –que era Jan, que en Italia dejó de ser Jan– y Enrico –antes Henrik–, ellos dos llevaban los bultos y los papeles. Ya entraban al espacio que se desplaza en el agua, cargado de emigrantes mal vestidos, de mirada temerosa. Un marinero los agrupaba para asignar lugares y después dar la comida. Bernardina bajaba una escalera empinada, Anna sollozaba. No entendía el inglés de los marineros; hablar se hizo tarea de Giovanni. No había parientes despidiéndolos; ya se habían despedido en Moresco. Empiezan los preparativos para salir, pero para Bernardina ya era una eternidad el tiempo afuera del pueblo, ya era enorme la distancia y el dolor preanunciaba angustias futuras. Giovanni marchaba, impulsaba ese marchar que veía como acercarse al futuro. Cansados, anocheciendo, instalados en un espacio hacinado, empezó la partida. Tenían naranjas y manzanas. Comían en la cubierta viendo alejarse las luces de la ciudad, la luz de Italia. Deslizándose por la oscuridad, el mar asediaba a Bernardina. Enrico y Giovanni hablan en voz baja, en polaco. Anna y Walter están adormecidos. La primera noche, como todas las restantes, Anna quedaba atrapada en los brazos de su mamá, madre que así apretaba sus miedos, sus prevenciones. Temía que sus peores pensamientos se realizaran. Se iban realizando. Desorden, incomodidad, mareos y vómitos, temor por Anna, por una caída, y el desprecio por la comida incomible. Y cada instante eternizándose en oscilaciones. Repetición de instantes, de unidades sin progresión. Apretando contra el pecho a Anna, lo único, lo más cierto que tenía. En el inframundo de una celda, la cotidianidad insoportable se dilata. Ella le reprocha desde su interior, mirándolo con un grave silencio: –Qué locura tu idea de ir a América. ¿Por qué me dejé llevar? Hasta que por fin se duermen juntas, Bernardina y Anna. Giovanni, entre los sueños y la impotencia, fuma en la cubierta. Mar movido, azul intenso, muy movido. Ella despreciaba los baños sucios. Asco. Ante la comida se repetían esas sensaciones. No se veía tierra. El encierro de la sala era absoluto, claustrofóbico. Decenas y decenas de personas sobre colchones de paja. Crecía la palidez de Bernardina. Abatida, quería llegar. Ya no importaba dónde. Desanimada, sólo atendía a Anna, y lo hacía con obsesión. El cansancio de la tensión la vencía hasta que los mareos volvían. Las corrientes, las olas, los vendavales eran más potentes en su interior. Sopa aguada, pan duro, lamentos y llantos. Anna aportaba amenidad. Se reía en los pasillos subterráneos. Muchos estaban despreocupados, transparente era la pobreza que los sometía. El barco, nuevo campo de refugio, ofrecía la esperanza del movimiento como principal alimento. Giovanni conversaba con todos los que podía, quería comunicarse. Bernardina sólo con Jole, y las dos mostraban gestos de desprecio por el destino y también por los otros. Más por la noche que de día, crecía la aversión al mar, y la aversión atrapaba el corazón de Bernardina. Evitaba mirarlo. Veinte días, veintidós días de temblor inquietante, de padecimiento mortal. Fue un nervio todo el viaje. Había mil setecientos pasajeros, de los cuales novecientos eran mujeres y niños. Todo estaba ocupado por italianos, italianas y polacos, polacos desesperados y alegres, ciegos y luminosos. Todos de tercera clase, viajando en las peores condiciones, pero viajando por esperanzas. No Bernardina. Los oficiales ocupaban las mejores plazas, y a Bernardina le molestaba la desigualdad. Sobre la sociabilidad, y también acerca de la operatoria marina, ella no mostraba ningún interés. Nació un dolor intenso y recurrente en Bernardina, que de las entrañas le llegaba a la cabeza. El aseo, expuesto a miradas, aunque sean femeninas, le perturbaba. Y ante el agua dulce se preguntaba si habría la suficiente. Ya en la inmensidad del océano, un día de cielo límpido y de aire fresco, pero no importaba para las familias arrinconadas, tristes, con las marcas de la miseria; eran desgraciados consumiendo las últimas fuerzas en un viaje, esperanzados en llegar, como esperando que los esperaran