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Del Poder y el Miedo: Historia de las manipulaciones
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Del Poder y el Miedo: Historia de las manipulaciones
Libro electrónico204 páginas2 horas

Del Poder y el Miedo: Historia de las manipulaciones

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Las técnicas de manipulación han sido perfeccionadas a través de los siglos y al usarlas se despoja a los más débiles de sus propiedades y se les aísla socialmente. El egoísmo y la desigualdad provocada por las élites lo ha facilitado. Esta historia nos revela cómo esas técnicas se han incrustado en la sociedad de forma imperceptible y hacen que los seres humanos sean víctimas de su propia vulnerabilidad. Impactante entender la codicia y la ambición de un grupo de personas al transportarnos entre el presente y el pasado a través de las palabras.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2023
ISBN9788411817097
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    Del Poder y el Miedo - Juan Esteban Ventosa Torras

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Juan Esteban Ventosa Torras

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-709-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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    .

    Agradezco a:

    Adriana y Marcel,

    por ser la inspiración de mi vida.

    Ana María Vázquez,

    sin cuya orientación y enseñanzas

    esto no hubiera sido posible.

    Sigfrido Alcántara,

    por el tiempo y la atención que dedicó

    para ayudarme a mejorar mis escritos.

    Claudia Figueroa,

    por estimular mi creatividad

    al compartirme sus sueños.

    Prólogo

    Los eventos mundiales sucedidos al final de la segunda década del siglo XXI dejarán una marca imborrable en la historia de la humanidad. Una pandemia global que no podrá compararse en sus consecuencias con ninguna otra en la historia; muy lejos de la devastadora peste negra del siglo XIV, que terminó con la mitad de la población de Europa. Sin embargo, esta nueva pandemia impactó de forma determinante a la sociedad mediante el temor y aislamiento. El resultado fue un miedo desproporcionado. ¿Qué es lo diferente de esta epidemia? La manipulación por medio del miedo ha sido empleada una y otra vez por las élites como arma silenciosa para obtener poder y riqueza con objeto de apoderarse y dominar la mente humana. ¿Es eso lo sucedido?

    Los seres humanos somos, por naturaleza, gregarios; ya en la prehistoria se formaron las primeras tribus, donde los más fuertes o los más astutos lideraban. Al estudiar cómo se comporta la sociedad ante este fenómeno, la necesidad de seguir a líderes se hace evidente. Cazadores, curanderas, sacerdotes y líderes espirituales han manipulado la sociedad con la adoración de símbolos y dioses. A través de los años, la sed de poder ha sido el común denominador, y llevó a quienes lo buscaban a encontrar fórmulas para imponerse. El miedo como fuente de poder ha estado presente en todas las etapas evolutivas de la sociedad humana.

    ¿La gente que busca el mando social manipula y usa el miedo para obtenerlo? Esta novela nos revela cómo es que siempre en la historia, los líderes se han enriquecido empleando la manipulación, dominando la narrativa y verdades veladas para usar el miedo y la fragilidad humana como instrumento de poder. Sin escrúpulos, hacen ver que quienes se revelan ante la dominación deben ser tratados como traidores y los etiquetan como parte de conspiraciones. Los han encarcelado y, a veces, eliminado, usándolos como ejemplo para evitar que sus ideas se dispersen. Interesante historia para tomar plena conciencia de lo que sucede.

    Capítulo I

    La fraternidad

    Quien controla el miedo de la gente,

    se convierte en el amo de sus almas.

    MAQUIAVELO

    El príncipe ~ 1531

    En una mansión situada en lo alto de un desfiladero y que proyectaba un diseño modernista mezclado con la arquitectura propia del ambiente colonial mexicano, se encontraba reunido un grupo de personas sumidos en lo que parecían charlas informales. Era una espléndida mañana de primavera en las costas del Pacífico de México, y la gran terraza donde estaban no dejaba de ser acogedora a pesar de su tamaño. Estaba repleta de vegetación, especialmente, buganvilias en flor, y con las mesas estratégicamente distribuidas, lo cual permitía estar aislado y junto a los demás simultáneamente. A un costado, debajo de un enorme toldo que la sombreaba, una mesa que permitiría a los veinticinco sentarse a discutir estaba preparada ya con vasos y cartapacios dispuestos al frente de cada silla.

    Mientras tanto, todos estaban desperdigados —aunque reunidos en pequeños grupos— en charlas triviales mientras sorbían de vasos con bebidas refrescantes. Aunque solo era mediodía, algunos de ellos habían comenzado ya con los cócteles. Todos llegaron a la propiedad en el espacio de tiempo entre el anochecer del día anterior y las últimas dos horas. Sin excepción, todos llegaron en uno de los helicópteros que, para ese propósito, estaban en el aeropuerto, el cual se encontraba alejado casi cien kilómetros, lo que hacía que el desplazamiento por tierra fuera poco práctico.

    A pesar de que algunos de ellos venían desde el otro lado del mundo, ninguno mostraba grandes señales de cansancio. Además de estar acostumbrados a los largos viajes, disponían de dormitorios en las cabinas de sus aviones, lo que combinado con algo de planeación y el uso de somníferos, les permitía aparecer tan frescos después de recorrer enormes distancias.

    Para John McAllister, este era el segundo día de estancia en la mansión cedida por uno de los integrantes de La Fraternidad, nombre informal con el que solían referirse a sí mismos. John supervisó personalmente los últimos detalles para organizar la reunión convocada por él mismo. Esta vez no fueron citados todos los miembros de La Fraternidad, únicamente la cúpula dirigente, que constaba de veinticinco miembros. La Fraternidad estaba formada, en ese momento, por algo más de quinientas personas. El único requisito para ser incluido era detentar una posición de alto poder en la sociedad humana. Aunque había miembros que no contaban con grandes fortunas personales —como algunos líderes religiosos—, la realidad es que, entre ellos, dominaban una porción enorme de la riqueza del planeta. Si el dinero estaba antes que el poder o a la inversa es algo que ni siquiera ellos mismos sabían a ciencia cierta.

    John estaba sentado en una pequeña mesa debajo de una sombrilla con un escocés Macallan de 60 años en la mano, escuchando mientras tanto, sin atención, la plática que Abdul Sayyid mantenía con Giovanni Verrazano acerca del juego de polo que, temprano en la mañana, se había llevado a cabo en el campo que era parte del conjunto de mansiones. De hecho, McAllister no era muy aficionado a ese deporte, ya que prefería los deportes aeróbicos. No dejaba de correr al menos seis kilómetros cada mañana, justo antes de jugar al tenis durante un par de horas. De esa forma, sentía que los días comenzaban de manera adecuada y, claro, esto se reflejaba en su físico, que no aparentaba sus 54 años de edad.

    Abdul dio un trago a su limonada. Al ver su reloj de pulso notó que se acercaba la hora de la reunión; dejó a un lado su bebida y se dirigió al distraído McAllister en la forma tan directa que solía usar y que disgustaba tanto a otros miembros de La Fraternidad, quienes solían tener deferencias entre ellos, especialmente en lo referido a no violentar conversaciones a menos que fuera absolutamente necesario.

    —Supongo, John, que será algo de vital importancia lo que le ha motivado a distraernos a todos de nuestras humildes ocupaciones.

    Al salir de su distracción de forma abrupta, McAllister se sobresaltó al punto de atragantarse con el sorbo que acababa de dar a su vaso. Mientras, Giovanni Verrazano interrumpió sus pensamientos deportivos y se volvió hacia él a la espera de una respuesta a esa pregunta que la mayoría venía haciéndose desde hacía unos días.

    Abdul, nacido en la década de los cincuenta del siglo pasado, en el norte de India, concretamente en Delhi, provenía de una familia descendiente de la dinastía Sayyid, que en el siglo XV dominó la escena económica y política de la región mientras los sultanatos estaban en su apogeo. El poder de la familia sobrevivió desde la dominación de los mogoles y resistió todas las guerras y dominaciones, las europeas incluidas, hasta la independencia de India. Desde tiempos inmemoriales dedicados a la fabricación y diseño de armas, una de sus empresas fue la responsable de la elaboración del arsenal nuclear con el que contó India durante esos años. Abdul era, por eso, uno de los miembros estelares de La Fraternidad. Actualmente viudo, tenía cuatro hijos, todos varones y al cargo de diversos negocios de la familia que, además de los de fabricación de armas, incluían empresas en campos tan dispares como bienes raíces, fabricación de acero, telecomunicaciones, etc. Eran sus hijos quienes quedaron a cargo de las empresas durante estos días de la reunión de La Fraternidad, aunque traía con él un verdadero centro de transmisión y recepción que le permitía entrar en contacto instantáneo con cualquier rincón de la tierra en el caso de una emergencia.

    —No faltan más que unos minutos para que todos conozcan esos motivos y, francamente, no me parecería muy educado de mi parte comunicarlo a solo unos miembros, cuando han venido todos a lo mismo —contestó McAllister visiblemente molesto por la falta de delicadeza del indio.

    —Espero que no se trate de nuevo del viejo asunto de gobernabilidad que parece tenerle tan obsesionado —insistió Sayyid, que sabía que no era uno de los preferidos de McAllister, y a quien correspondía en esa apreciación.

    Las diferencias culturales y de filosofía de vida entre ambos personajes eran enormes. Sayyid veía a la vida de una manera más flexible que el occidental. El enfoque que daba a sus razonamientos se basaba muy poco en prejuicios y eventos pasados y más en las circunstancias actuales de los eventos que analizaba. Podía cambiar de opinión en un asunto –o hasta en una negociación– de un momento a otro si pensaba que el contexto había cambiado así. No obstante, a McAllister esto le parecía frustrante, ya que le imposibilitaba predecir las reacciones de su interlocutor.

    Verrazano presenciaba la escena divertido. Originario de Italia y nacido en la década de los sesenta del siglo XX, su poder familiar se remontaba hasta la época del Imperio romano. Fanático absoluto de los árboles genealógicos, era capaz de seguir el suyo hasta un senador en el tiempo del emperador Augusto, cuando su familia formaba ya parte de la nobleza y de las élites romanas. Según él, el término latifundio fue creado para definir el tamaño de las extensiones de tierras poseídas por sus antepasados, quienes, además de eso, participaban de los beneficios del comercio de esclavos, bien directamente o financiando las operaciones.

    En tiempos modernos, la expansión de los negocios de la familia los llevó a Asia, continente en el que manejaban grandes negocios de construcción y de bienes raíces. Giovanni, soltero aún, vivió varios años en Bangkok, ciudad en la que estaba situado su centro de negocios para esa región del mundo.

    Como todos, conocía la animosidad que existía entre los otros dos miembros de La Fraternidad. Él personalmente, y a pesar de sus orígenes occidentales, comulgaba más con las ideas del indio. Como parte de su formación, había conocido —pero sobre todo, comprendido— la estructura del pensamiento oriental. Giovanni era una persona con una inteligencia fuera de serie y era capaz de tomar lo mejor de ambas culturas. A pesar de su comparativamente corta edad —acababa de cumplir los cuarenta años—, era ya una figura destacada entre los miembros de La Fraternidad. McAllister le temía como contrincante justo por esos motivos.

    De nuevo en control de sus emociones, McAllister sonrió y miró a los ojos de Abdul mientras hacía un pequeño gesto con la mano izquierda a uno de sus asistentes.

    —No tiene sentido especular entre nosotros, Abdul. De hecho, ya es hora de pasar a la mesa de juntas, donde explicaré mis motivaciones y donde, como siempre, usted estará en libertad de usar la palabra tanto tiempo como desee. —Al decirlo, se levantó de la silla y empezó a caminar hacia la mesa, lugar a donde ya varios otros se dirigían después de que su asistente hubiese dado el aviso de que estaban por comenzar.

    Verrazano dio un pequeño sorbo y saboreó un Chateau Petrus de 1977. Conocía del tema y era una de las pocas personas sobre la tierra que podía probar prácticamente cualquier vino. Este era uno de sus preferidos.

    —¿Lo ves, Sayyid? De nuevo, es lo mismo. Este tipo tiene una obsesión con la gobernabilidad que no es comprensible. Él mismo ha abusado del sistema para generar dinero y poder y ahora quiere darnos lecciones.

    —Compañero Verrazano, no es mucha la distancia que nos separa en cuanto a edad, y tienes una inteligencia que podría denominarse excepcional. Me parece que te has detenido poco a pensar sobre las masas. A pesar de que mis ideas son muy diferentes de las del inglés, hay que admitir que estas pueden resultar difíciles de controlar cuando comienzan a sentir que son realmente abusadas. Ese es su punto.

    —No parece preocuparle demasiado la confusión entre el uso y el abuso de las masas cuando se refiere a los productos que fabrican sus empresas, ¿no crees?

    —Es bien cierto eso, pero aquí hablamos de algo muy diferente. A pesar de que el abuso financiero que se ha hecho de los mercados difícilmente pudiera haberse evitado, vale la pena pensarlo y analizarlo. ¿Hubieras dicho tú que establecer una imagen negativa y sucia sobre la práctica del sexo podría haber conducido a controlar a millones y millones de personas? Tenemos que admitir que, a veces, quienes nos precedieron en La Fraternidad fueron geniales. Y esa genialidad en parte viene de la discusión amplia y profunda de los asuntos.

    —Entonces, ¿por qué dijiste lo que dijiste?

    —Ja, ja, ja —rió Sayyid—. Es solo que me divierte ver cómo pierde la compostura un inglés de alta alcurnia como él.

    Capítulo II

    Las alucinaciones

    La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo,

    y el más antiguo y más intenso de los miedos es

    el miedo a lo desconocido.

    H. P. Lovecraft

    Gluck entró a la cueva desde una densa selva, donde una tormenta comenzaba a desarrollarse. Los tiempos habían sido difíciles últimamente; las lluvias torrenciales impedían conseguir alimentos. Todo el grupo estaba hambriento y los frutos resultaban inalcanzables con todos los árboles mojados. Los que se podían alcanzar estaban podridos de tal manera que sus frutos no podían comerse. Lo peor eran las líneas de fuego que caían del cielo. El ruido aterrorizaba al grupo, que corría a refugiarse y dejaba la búsqueda de alimentos. Menos mal que la humedad también traía consigo otros pequeños animales —voladores o no— que circundaban por el bosque y podían servir de sustento. Los voladores tenían tendencia a refugiarse debajo de las hojas de las plantas y allí eran relativamente fáciles de atrapar. Pero eran tan pequeños que, para alimentar a todo el grupo, era necesario que cada uno de ellos saliera a buscar los propios. Los

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