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El Llanto De Hércules
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Libro electrónico105 páginas1 hora

El Llanto De Hércules

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Desde la poca colonial, una de las principales actividades que se desarrolla en Mxico es la minera. Estos relatos, aqu recopilados presentan una visin personal del autor, de la vida que se lleva, actualmente, en esos lugares. No pretenden ser historias apegadas fielmente a la realidad, sino que presentan algunos aspectos y personajes que han sido trascendentes en esta actividad, adicionada con algunas opiniones y aconteceres que ha juzgado el autor dignas de poner por escrito para que no se olviden.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 jun 2013
ISBN9781463356989
El Llanto De Hércules
Autor

Javier Villegas

Originario de la zona caliente del estado de Michoacán, en México, donde transcurrió su niñez, se vio obligado, él y toda la familia a trabajar arduamente en el pequeño comercio que habían fundado sus padres. Al terminar su educación elemental se trasladó a la ciudad de México, bajo la tutela de un hermano mayor, donde estudió ingeniería. Al terminar sus estudios empezó a trabajar en la industria minera de donde ha sacado estos relatos.

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    El Llanto De Hércules - Javier Villegas

    Copyright © 2013 por Javier Villegas.

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    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 15/05/2013

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    465521

    Índice

    INTRODUCCIÓN

    CUANTIFICANDO RESERVAS

    PROSPECCIÓN

    EL TESORO DE SANTA ROSALÍA

    EL LLANTO DE HÉRCULES

    EPÍLOGO

    INTRODUCCIÓN

    (POR CAUSA DE…)

    Hace algunos años fui a recabar datos a la ciudad de Guanajuato para elaborar un estudio de viabilidad de un proyecto minero. Esa ciudad, que parece más española que mexicana, es la capital minera tradicional del país.

    Por la tarde del primer día que permanecí ahí, me senté en una banca de una de tantas plazuelas a refrescarme un poco.

    Al poco tiempo, empezaron a aparecer muchachos con su jocoso barullo. Le pregunté a uno de ellos a qué se debía ese conato de fiesta.

    —Es que hoy es el día del minero y lo vamos a celebrar a todo vapor, como debe de ser. Somos estudiantes de minería y nos dirigimos a las oficinas de la Asociación de Ingenieros Mineros, aquí cerca.

    Observando los nubarrones que se habían formado en el cielo, le dije:

    —Mucho me temo que la lluvia les va a echar a perder su fiesta.

    —No se preocupe, la raza minera no le tiene miedo a nada.

    —¿La raza minera?

    —¡Claro! Nosotros somos los hombres más esforzados y valientes de la tierra. Trabajamos en lugares espantosos, al fondo de profundos pozos y en rincones obscuros, sin aire y metidos en el lodazal, a veces sin ver el sol durante varios días, soportamos jornadas de más de doce horas continuas sin quejarnos. Por lo que un ridículo aguacero, no nos asusta. Menos cuando de festejar se trata.

    —¿Y para ti, eso solo puede hacerlo un minero?

    —Por supuesto. ¿Sabe de alguien más que supere estas hazañas?

    Ya no contesté. Me quedé reflexionando. Hasta ese momento yo había visto en la televisión que los candidatos a súper hombres eran los médicos por ser bonitos, compasivos, eficientes y honrados, es decir, todos los atributos deseables de la raza humana, (aunque uno llegara a pensar que se necesita una cierta crueldad de nacimiento para ser cirujano o que le constara de cierto paciente que había muerto por negligencia de su salvador o cosa no muy frecuente, por falta de fondos para costearse un tratamiento).

    Por ese entonces yo llevaba unos ocho años trabajando en la industria minera y caí en cuenta de que no me había percatado de la clase tan especial de gente con la que tenía trato.

    ¿Es que la raza minera es la primera fase de la raza cósmica que profetizó José Vasconcelos?, ¿o el súper hombre de Nietzsche? Me constaban algunos rasgos típicos de estas personas. Los había visto salir de sus labores bañados en lodo y con un hondo gesto de cansancio, que no era obstáculo para irse a recorrer los lupanares de los pueblos vecinos y regresar justo a tiempo para entrar a su turno. En algunas francachelas, a las que había asistido, el consumo de alcohol era asombroso, solo comparable al de los cosacos rusos, lo que no les impedía estar en el interior de la mina al siguiente día, frescos y rozagantes, reponiéndose para poder continuar la borrachera por la tarde.

    En fin, buscando indicios que me confirmaran esta posible conexión entre el mundo real y el de esa raza, decidí dejar testimonios de experiencias vividas en este ambiente. Para evitar suspicacias cambié lugares, mezclé personajes y sucedidos pero de lo aquí relatado, tuve conocimientos de primera mano y algunos acontecimientos, los viví.

    CUANTIFICANDO RESERVAS

    En la década de los setentas, del siglo pasado, el Gobierno Federal sintió que México debería ingresar al primer mundo. Después de todo, se habían cuantificado enormes reservas de petróleo y había que administrar la abundancia.

    Una de las carencias que lo mantenían fuera del primer mundo, era no contar con energía atómica disponible en ninguna de sus formas. Desarrollar esta tecnología implicaba elevar la categoría de la ciencia nacional a la altura de las mejores del mundo.

    Desde luego, la energía atómica se desarrolló con propósitos bélicos que hicieron su triste debut asando a cosa de cien mil japoneses sin distinción alguna: chicos, grandes, mujeres, niños, ancianos, todos pagaron con su vida las veleidades de otro individuo que se decía hijo del cielo y que se hacía adorar por sus súbditos y la cruel y fría mente de los políticos que vieron como resolver un conflicto de la peor manera posible.

    Para evitar que este poder destructivo tan grande estuviera en manos de todas las naciones, se formalizó el Club Atómico, formado por las más poderosas para reservarse el derecho de usarlo según sus conveniencias. Claro que las restricciones nunca han surtido efecto y fuera de ese exclusivo club han surgido otras que han desarrollado la energía atómica, las más de las veces, con el noble fin de imponer sus decisiones a quienes se dejen.

    Sin embargo, la energía atómica puede tener varios usos más positivos pero no menos peligrosos.

    Así se decidió construir una planta generadora de energía eléctrica mediante el uso de combustible nuclear en un reactor atómico.

    Estaba claro que el combustible, uranio enriquecido, tenía que ser adquirido de alguno de los miembros del Club Atómico que se encargaría de llevar el control de los desechos minerales que después de usarse en el reactor, tienen posibilidades de reusarse o reciclarse para obtener los componentes de las armas nucleares.

    Sin embargo, México tenía la secreta esperanza de poder autoabastecerse de uranio enriquecido, para lo cual a semejanza de otras paraestatales, conformó EATONAL.

    Lo malo, fue que a diferencia de otras compañías donde las mafias de trabajadores, funcionarios, compradores, etcétera, tardaron años en formarse, EATONAL nació con ellas.

    Inició con una pesada carga burocrática representada por un flamante edificio del sur de la ciudad de México, lleno de gente supuestamente preparada para echar a andar ese mastodonte.

    A diferencia de lo que normalmente se hace, donde una sección de exploración y prospección se encarga de reconocer y cuantificar los yacimientos posibles para determinar cuáles son convenientes, EATONAL desde el principio conto con una legión de geólogos con helicópteros y gran cantidad de materiales y equipos para descubrir los grandes secretos guardados por nuestro territorio que estaban ansiosos por ser descubiertos.

    Uno de estos yacimientos estaba en el Estado de Sonora, a poco menos de 100 kilómetros de su capital, Hermosillo.

    Esta agradable ciudad contaba con una bonita avenida llamada Boulevard de los Presidentes. A lo largo de ella estaban las estatuas de los tres presidentes sonorenses que ha tenido México después de la Revolución; Plutarco Elías Calles, un cantinero que no solo llego a presidente, sino que puso bajo control a casi todas las gavillas de bandoleros que con el nombre de revolucionarios azotaban

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