Un hogar al final del camino
Por Víctor Manuel
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Un hogar al final del camino - Víctor Manuel
Un hogar al final del camino
Víctor Manuel
Logo_epub_negroSello_calidad_ALPRIMERA EDICIÓN
Octubre 2023
Editado por Aguja Literaria
Noruega 6655, dpto 132
Las Condes - Santiago - Chile
Fono fijo: +56 227896753
E-Mail: contacto@agujaliteraria.com
Sitio web: www.agujaliteraria.com
Facebook: Aguja Literaria
Instagram: @agujaliteraria
ISBN: 9789564090924
DERECHOS RESERVADOS
Nº inscripción: 2020-A-10071
Víctor Manuel
Un hogar al final del camino
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático
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TAPAS
Imagen de portada: Pixabay
Diseño: Jimena Cortés y Josefina Gaete
Dedico esta obra a mi madre Lucía por su amor y cariño, a mis amadas hijas Isabel y Daniela, a mis hermanos, y a todas las personas que de alguna forma me apoyaron para concretar este anhelo.
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Prólogo
En este relato se presenta la historia de vida de un hombre que nació en la República de Finlandia en el año 1918. Este país de población y cultura nórdica se ubica en el norte de Europa y cuenta con dos idiomas oficiales: el sueco y el finés. En esta última lengua, Finlandia significa país pantanoso
, lo que tiene lógica, pues en su territorio se localizan alrededor de sesenta mil lagos de más de una hectárea de extensión. Además, es el país europeo con mayor densidad forestal.
Finlandia declaró su independencia en diciembre del año 1917, para luego sufrir una breve, pero cruenta, guerra civil. Tras ello, el país se mantuvo bajo los mismos cánones que guiaban a todas las naciones europeas; eran los difíciles años de entreguerras y, como pequeña nación, debía mantener un equilibrio circense para no caer en las políticas expansionistas de las grandes potencias.
En ese contexto, en el siglo XX estalló una guerra poco conocida para la mayoría de los habitantes del mundo, opacada por la Segunda Guerra Mundial. Esta fue la llamada guerra de Invierno
, que comenzó cuando la Unión Soviética, un país de ciento ochenta millones de habitantes bajo el mando de Loseb Besarionis Dze Jughashvili —uno de los dictadores más despiadados de la historia humana, conocido para la posteridad como Joseph Stalin
—, invadió a la República de Finlandia. En ese momento, los nórdicos tenían una población de tan solo cuatro millones quinientos mil habitantes. Así, la guerra de Invierno fue una conflagración de un abrumador desequilibrio de fuerzas entre los participantes, tanto en la cantidad de combatientes como en los pertrechos de que disponían. Era el Goliat ruso en contra del David finlandés.
Los finlandeses son un pueblo trabajador y sencillo, que al igual que sus vecinos escandinavos poseen una fuerte identidad nacional. Esto les permitió superar unidos las vicisitudes, y explica cómo soslayaron la disputa que la Unión Soviética les presentó.
El conflicto que se dio entre estas dos naciones fue encarnizado, provocando la muerte de miles de combatientes; sin embargo, es en estos contextos cuando el espíritu humano supera los límites y deja aflorar su temple, ejecutando acciones de valor que en una vida serena no vislumbraría. Es en esos momentos en particular duros y críticos, que la historia nos presenta a personas con valores sobre la media.
Con posterioridad, el país se enfrentó a la Unión Soviética en la llamada Guerra de Continuación. Luego de firmar un armisticio, Finlandia logró por fin la paz el 25 de abril de 1945. El mismo año, el mundo dejaba atrás los horrores de la Segunda Guerra Mundial y Finlandia comenzaba un camino progresivo al desarrollo.
La vida del hombre y su familia que se va a narrar transcurre en una Finlandia inmersa en estas conflagraciones, pero su historia pertenece a todo el mundo y no tiene fronteras.
Capítulo I
La vida de Leo Virtanen Koskinen comenzó en pleno invierno boreal el año 1918, en una atípica familia finlandesa. Su padre, Mika Virtanen, se ganaba la vida talando los árboles de los espesos bosques de hayas, abetos y pinos que se encontraban alrededor de un pueblo llamado Sinikivi, en la provincia de Savonia. Su madre, Sofía Koskinen, era una chica capitalina que había estudiado piano en su niñez, y desde pequeña anhelaba presentarse en las grandes salas de las capitales europeas.
Mika Virtanen y Sofía Koskinen se conocieron en la ciudad de Helsinki, capital de Finlandia, el verano del año 1915. Su amor fue como un rayo, dos seres con proyectos de vida muy disímiles se unieron sorteando los malos augurios que las personas de su entorno habían pronosticado.
Él era un pueblerino de veinticinco años, de rasgos marcadamente nórdicos; alto, delgado, de cabello rubio y ojos azules. Viajó por primera vez a la capital para desempeñar una ocupación de aprendiz en un pequeño taller de reparación de relojes, localizado en el centro de la ciudad.
Este trabajo le brindaba expectativas de progreso laboral; aunque en ese momento recibiría como pago un sueldo pequeño, si llegaba a ser designado maestro relojero su nueva paga le permitiría alcanzar ciertos lujos que por el momento no le era posible cubrir. A su madre le tranquilizaba que no siguiera desempeñando esas duras faenas forestales en plena intemperie, en un clima tan extremo como el finlandés, que en invierno puede llegar hasta los menos treinta grados bajo cero.
Mika se esmeró en aprender esa labor tan meticulosa, que requería mucha concentración, pero anhelaba regresar a su pueblo para trabajar en los bosques de una provincia a la que sentía que pertenecía.
La jornada de trabajo era extensa. Al finalizar, caminaba las tres cuadras que separaban al taller de su hospedaje. Era una casona antigua de dos pisos, construida con madera nativa que rechinaba cada vez que las personas circulaban en su interior, otorgándole un aire lúgubre. Su dueña era una señora viuda que, para subsistir, arrendaba habitaciones principalmente a trabajadores provincianos que se radicaban en la capital, como era el caso de Mika.
El otro aprendiz del taller lo invitaba con frecuencia a su casa para compartir con su familia, pero Mika nunca aceptó. Por eso, su estadía en la capital era solitaria, y su mayor entretención era pasear por la ciudad en su único día de descanso, el domingo. Ni la lluvia ni la nieve le impedían caminar por las callejuelas y los parques, pero su pasatiempo principal era, sin duda, contemplar el movimiento de los barcos en la hermosa bahía de Helsinki.
Sofía era una joven de veinte años, delgada, con un bello rostro de ojos color verdoso, con cabello largo y trigueño. Su sueño era viajar a la ciudad de París para asistir a su renombrado conservatorio y ser seleccionada como una de las pocas mujeres integrantes de su orquesta filarmónica; pero el comienzo de la Primera Guerra Mundial truncó su anhelo. Sus padres, aunque eran personas comprensivas, le prohibieron viajar a un lugar tan lejano, además tan peligroso en aquellos tiempos.
Un domingo de verano, Sofía paseaba por la bella Helsinki, atestada de familias y niños que jugueteaban por sus parques y callejuelas, cuando Mika la divisó por casualidad en la plaza del mercado, a orillas de la bahía. Se prendó de esa bella chica que llevaba un vestido blanco que resaltaba su belleza natural, y le fue inevitable acercarse a su lado presentarse. Inició una conversación en la que le comentó de su vida, de su pueblo y de su familia. Aunque Sofía se mostraba indiferente, en su fuero interno se sintió muy atraída por ese extraño hombre de temperamento tímido y hablar pausado, pero apasionado. Además, vestía ropa formal y demasiado anticuada para esa época; peculiaridades diferentes con respecto a las personas que había conocido hasta ese momento. Conversaron durante horas.
—Cuando era niña, con mis padres fuimos varios veranos a pasear a un pequeño pueblo. Mi padre tenía una cabaña construida a la orilla de un lago; en las noches, contemplaba las estrellas y la luna que se reflejaban en su agua cristalina, realmente me encantaba —señaló Sofía. Mika la miraba embobado, sentía que su corazón iba a escapar
—Me imagino que era muy hermoso —comentó.
—Si, así es —recalcó Sofía—. Cuando paseábamos por las callejuelas del pueblo, mi padre se saludaba con todo aquel que se cruzara en su camino y mantenía largas conversaciones con sus amables habitantes. Esa preocupación de los unos por los otros me parece un hermoso gesto que demuestra el cariño que se profesan. Esto no sucede en las ciudades, donde cada uno vive indiferente a las necesidades de los demás. ¿Es así su pueblo?
—En un pueblo pequeño como en el que yo vivo, todos nos conocemos. Nos encontramos con regularidad en las actividades que organizamos, por ello es inevitable que muchas veces los vecinos se entrometan en la vida de los demás —respondió Mika en tono de broma.
En ese instante, Mika fijó su vista en los ojos de Sofía y le expresó la pasión que sentía por ella.
—Yo soy una persona reservada, no fue fácil para mí acercarme a usted, pero tenía que hacerlo, tenía que conocerle apenas la vi. Un impulso en mi interior, en mi alma, me obligó a ello. Discúlpeme si soy un poco atolondrado.
Sofía guardó sus emociones, quería evitar una mala impresión de Mika y, ante esta declaración apasionada, solo atinó a sonreír.
—La verdad es que a veces me dejo llevar por mis emociones, soy de aquellas personas que no planifica la vida. No puedo evitarlo, está en mi esencia —reconoció el joven.
Sofía veía la vida bajo otro prisma.
—Muchas mujeres planificamos por esencia. Desde niñas imaginamos nuestro matrimonio, los hijos, queremos un amor eterno. De verdad creo que es posible lograrlo, mis padres son un ejemplo para mí.
Perdieron conciencia del tiempo en la conversación y se despidieron cuando ya oscurecía, no sin antes acordar nuevos encuentros por las tardes, que se hicieron cada vez más habituales. Aunque ella tenía muchos pretendientes, no les daba mayor importancia; nunca había sentido una atracción verdadera por algún hombre, hasta que conoció a Mika.
Ahora sus paseos finalizaban frente a la casa de Sofía, una enorme vivienda que se ubicaba en un sector acomodado de la ciudad. Lo habitual era que Mika la acompañara hasta la puerta y, luego de verla ingresar, se marchara caminando a la hospedería. Pero en una ocasión esto cambió, pues ella le solicitó que ingresara ya que sus padres querían conocerlo. A pesar de sentirse intimidado, inseguro y nervioso, aceptó la petición.
Los padres de Sofía, don Elías y doña Lumi, los estaban esperando. Luego de saludarlos, Mika les comentó de su vida. Preocupados por el bienestar de su hija como cualquier padre, lo interrogaron sutilmente acerca de sus planes para el futuro y sus intenciones con su hija. El pretendiente recalcó que era un hombre trabajador y alejado de todo tipo de vicios, y que sus sentimientos por Sofía eran sinceros.
Don Elías era un señor calvo, de estatura mediana y robusto; doña Lumi una dama delgada, de facciones delicadas. Eran una familia que mantenía cierto grado de bienestar fruto de sus negocios, aunque los finlandeses siempre han sido una sociedad muy igualitaria. Si bien gozaban de privilegios que les permitieron viajar por las principales ciudades de Europa, eran personas sencillas que valoraban sobre todo la honradez y el trabajo esforzado. Por ello, no les desagradó el noviazgo de Sofía con ese hombre humilde; al contrario, lo consideraron una persona de buen corazón.
Cuando Los Koskinen se casaron, planearon tener muchos hijos; pero por una condición médica indeterminada doña Lumi no lograba que sus embarazos llegaran a término. Sufrió más de una pérdida, que causaron un fuerte daño emocional al matrimonio. Cuando ya se habían resignado y consideraban la posibilidad de adoptar, Lumi se embarazó cumpliendo los treinta y seis años, dando a luz con posterioridad a una hermosa niña.
Mika llevaba cortejando durante tres meses a Sofía cuando le pidió matrimonio. Entendió rápido que era la mujer de su vida y no requirió de más tiempo para tomar esa decisión tan importante; la felicidad estaba junto a ella. Soy muy afortunado
, se decía. Hay personas que nunca encuentran el amor en toda su vida y solo lo sustituyen por cariño, engañándose a sí mismos y al otro
.
—¡Sofía, yo le amo como nadie le va a amar en la vida!
Ella, en un arrebato de pasión lo besó, fundiéndose ambos en un fuerte abrazo que duró varios minutos. Era una respuesta más que suficiente para Mika, pero ella quiso que todo el mundo fuera testigo de ese bello momento y exclamó:
—¡Sí!, ¡le amo y solo con usted soy feliz!
La tarde del siguiente día, Mika se acercó a la casa de Sofía para cumplir con el protocolo que le obligaba a solicitar la venia paterna. En esa ocasión, volvió a sentir la misma inseguridad de aquella vez que conoció a sus suegros.
Golpeó la puerta y la empleada de la casa le abrió. Ingresó con su cuerpo rígido, sin ninguna gesticulación en su rostro, y se dirigió al salón, donde se encontraba don Elías. Doña Lumi y Sofía esperaban expectantes en otra habitación.
Su futuro suegro, percibiendo el nerviosismo de Mika, le ofreció un vaso de coñac que aceptó con gusto. Bebió un sorbo, hizo una pausa y luego, con tono fuerte y seguro, le expresó su petición.
—¡Señor, quiero solicitar la mano de su hija! La amo con todo mi corazón y dedicaré mi vida a hacerla feliz.
Comprendiendo los sentimientos profundos que sentía su hija por Mika, don Elías aceptó y solicitó la presencia de doña Lumi y Sofía para celebrar el futuro matrimonio. Al llegar al salón, don Elías le dedicó a Sofía unas emocionadas palabras.
—Hija, tú