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Como Flores Entre Los Escombros: Novela De Ambientación Histórica
Como Flores Entre Los Escombros: Novela De Ambientación Histórica
Como Flores Entre Los Escombros: Novela De Ambientación Histórica
Libro electrónico146 páginas1 hora

Como Flores Entre Los Escombros: Novela De Ambientación Histórica

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Era el año 1922 cuando, en un pequeño pueblo de la Ciociaria, flanqueado por las verdes aguas del rio Liri y bordeado por los montes Aurunci, la pequeña Filomena pierde a las personas más queridas en su mundo: sus padres.
Primero su adorada madre que le es arrebatada por la Gran Gripe, también llamada Fiebre Española, luego el padre que decide emigrar al extranjero, en busca de una mejor vida, para nunca volver. Filomena será criada por los ancianos abuelos , viviendo en la pobreza de aquellos años, el hambre y el muy difundido analfabetismo. Siendo ya una muchacha, hermosa y admirada y queriendo huir de la miseria,  se ve obligada a dolorosas renunciaciones. Parte hacia la Capital en busca de trabajo. Si bien está desilusionada por los hombres está todavía dispuesta a creer en el amor. Víctima de prejuicios, decide regresar al pueblo de origen,donde se enfrenta a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Su tierra natal que se encuentra desafortunadamente sobre la Línea Defensiva Gustav, encontrará la fuerza para volver a resurgir de las cenizas y la sangre de sus caídos gracias al alma fuerte de los sobrevivientes.
"Como flores entre los escombros" es la novela con la cual inicia su labor como escritora, motivada por el amor por la escritura y la exigencia de contar un relato sobre la dolorosa vida real de su abuela paterna y la de los habitantes de su pueblo. A través de la historia de una mujer y su familia, la escritora logra, con un estilo realístico,  encontrar y narrar los eventos históricos de una época y de un territorio. Una novela de sabor agridulce sobre el pasado,  cuando el amor sabía a azucar y canela, a hiel y polvo, en una Italia simple y genuina, en un pais enterrado por un gobierno imprudente e inepto. En este escenario Filomena vive su vida con fuerza y valor, sostenida por un amor lejano y al mismo tiempo cercano. Un pequeño relato para no olvidar lo que fuimos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 dic 2019
ISBN9781071504185
Como Flores Entre Los Escombros: Novela De Ambientación Histórica

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    Como Flores Entre Los Escombros - Monica Maratta

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    Monica Maratta

    COMO FLORES ENTRE LOS ESCOMBROS

    Monica Maratta

    Capítulo primero

    1922

    Generalmente los industriales y los poderosos consideran necesario combatir al comunismo creciente. Aprovechándose de esto, Benito Mussolini abandona el socialismo para darle su apoyo tanto a los patrones como al rey, sacando así ventaja para su ambición de éxito político. Funda los fasci y el rey le entrega el gobierno de Italia.

    ***

    Sant’Apollinare, enero del 1922.

    Saludando al nuevo siglo, que recién empezaba, un diputado dijo:

    Si en el siglo XIX, que acaba de morir, los esfuerzos de las clases trabajadoras fueron sofocados, en el siglo que nace éstos triunfarán. Si el niño no tuvo ni pan, ni educación, si el anciano no encontró ni cama, ni descanso, tú, nuevo siglo, ¡proveerás para que todo hombre tenga trabajo, libertad y alimento!

    Las palabras llenas de entusiasmo del hombre político no fueron más que una utopía, por lo menos en la primera mitad del siglo XX; el desarrollo industrial había logrado crear  bienestar en el norte de Italia pero no se podía decir lo mismo del centro-sur del país.

    Tal como una cuerda alrededor del cuello, la pobreza obligaba a la gente a vivir al filo de la navaja, en equilibrio entre la vida y la muerte. Por esta razón, la muy renombrada América –considerada como el país de las maravillas- y la migración hacia aquel lejano continente, se convirtieron en el desesperado tentativo para encontrarle solución a los numerosos problemas.

    La primera guerra mundial, con su desperdicio de energías y recursos, había dejado una Italia devastada por la pobreza. La gente estaba extenuada, asustada, hambrienta.

    A pesar de que la guerra había terminado, el miedo no se iría nunca, ni de la mente de los ancianos, ni de aquella de los niños. Ahí donde no había dejado más que dolor y pobreza, había que volver a empezar, partiendo de cero.

    La lira había perdido su valor y los alimentos sufrieron un aumento de hasta el 560%. Seguramente no era fácil para aquellas familias que, a pesar de ya estar acostumbradas a sobrevivir con poco, ahora tenían que salir adelante con menos comida en el estómago y siempre menor fuerza en el cuerpo.

    No podían permitir perderse ni un solo día de trabajo en el campo, que representaba su única fuente de sustentamiento. La situación era realmente difícil, terrible.

    Aquella noche, la ya trágica situación nacional fue duramente golpeada por un drama familiar –considerado aún más grande por aquellos que lo vivieron-, ocurrido en un pequeño pueblo de la Ciociaria, rozado por aguas tranquilas –al menos en apariencia- del rio Liri, el cual brotaba en tierras abruceses para luego ir a desembocar en el Mar Tirreno.

    En un principio los romanos lo nombraron Liris pero más tarde en el Medioevo su nombre fue cambiado por Verde, debido a un alga particular que crecía en sus aguas mientras éstas fluían límpidas y tranquilas.

    En una pequeña casa de aquel antiguo pueblo, Filomena apretaba fuertemente su muñeca de trapo contra su pecho. Era demasiado pequeña para comprender lo que estaba ocurriendo, sin embargo su corazoncito latía impetuosamente, como si percibiera algún cambio inminente. Lograba sentir los ánimos intranquilos y tristes de las personas que la rodeaban.

    Sentado delante de la chimenea, el abuelo Mario golpeaba rítmicamente el piso con el bastón de madera, el objeto del cual dependía ya para moverse. A él le confiaba los achaques de su edad avanzada y de una vida dura, con gran fatiga de trabajo en el campo. Las largas horas pasadas bajo el sol abrazador, a merced del viento o del frio, se encontraban todas ahí, marcadas en la piel arrugada de su rostro.

    De vez en cuando se quitaba el sombrero, sacaba el pañuelo del bolsillo de los pantalones y lentamente, se secaba primero la frente y luego los ojos, la primera por el calor del fuego y los segundos por las lágrimas conmovidas.

    También la abuela Caterina estaba inquieta. Caminaba, arrastrando los pies, de la mesa a la puerta, de la alacena hasta la pequeña ventana donde de pie se encontraba su yerno, al cual le acariciaba despacio un hombro para luego regresar a la mesa y sentarse sobre la silla, consumida y endeble. Tomó un trago de agua, apoyando el vaso sin demasiada convicción, con la cabeza llena de preocupaciones.

    Con la mirada siempre dirigida hacia el piso y con los labios suavemente recitando una oración. Acariciaba al pequeño Cristo colgado de una cadenita, del cual nunca se separaba, pidiéndole a Dios piedad por lo dolores, por aquel sufrimiento ya por tanto tiempo soportado.

    A pesar de que la pobre cena ya había terminado desde hace tiempo y de que la cocina había sido reordenada, continuaba pasando el trapo sobre la tabla de madera que era su mesa, se levantaba y se volvía a sentar, se movía por la habitación pero todos sus movimientos eran irracionales. Filomena, en aquella fría noche de enero, veía efectivamente su mirada ausente, perdida en sombrías reflexiones.

    Su padre Vincenzo permanecía ahí, mudo, delante de la ventana con las manos en los bolsillos y con aire desconsolado. Parecía no estar en aquella habitación: sus pensamientos se los llevaba el viento, quien sabe donde, tal vez a los recuerdos de un matrimonio que, en un principio, había parecido feliz pero que después se había consumido lentamente con el tiempo.

    Sentada en su pequeña silla de paja, Filomena miraba su muñeca.

    Amelia se la había hecho con mucho amor. Era raro poseer un juguete en aquellos tiempos, -a menudo solo los hijos de los ricos podían permitírselo- y así, para la niña, aquella muñequita era aún más preciosa que el oro.

    Aún recordaba el día en que la mano consumida de su mamá la cosía mientras que ella la observaba, hechizada por tanta habilidad.

    Con una vieja tela de yute, sabiamente recortada y cosida por todos sus lados, había formado un costalito, dejando únicamente un pequeño agujero por donde encajaría varios retajos de tela. Una vez cosido el hoyo con un cordoncito, amarró las dos esquinas superiores del costalito, formando así las manitas.

    De la misma manera había hecho la cabeza, creando con unos hilos de lana los cabellos y con dos botoncitos los ojos.

    Aquel había sido el regalo por su quinto cumpleaños, festejado con dos meses de anticipación y desde entonces, nunca se había separado de ella. Siempre la llevaba consigo, como a un talismán.

    ***

    La puerta de la recamara se abrió lentamente, chirriando.

    El doctor Di Giacomo apareció en el umbral con los brazos colgando, la mirada baja y frunciendo el ceño. Era el único médico en aquel pequeño pueblo y conocía a su pobre gente desde siempre, como si fueran parte de su familia.

    Filomena nunca olvidaría aquella escena, grabada en la memoria para toda su vida, manifestándose cruelmente en sus pesadillas nocturnas, despertándola con la frente empapada de sudor y haciéndola brincar en la cama.

    El médico miró a la niña con los ojos llorosos y el rostro pálido: él también era padre de una niña más o menos de su misma edad. Se arrodilló a su lado tomando una de sus manitas frías entre las suyas y, con voz entrecortada, le dijo las peores palabras que se pudieran pronunciar:

    -Lo siento, se nos fue...

    Filomena levantó los ojos hacia su abuela que inmediatamente se acercó para abrazarla. Con voz cándida la pequeña estalló en la trágica melodía del llanto que resonaba a su alrededor como una música espectral:

    -¿Adónde se ha ido mi mamá, sin mí?

    El padre, con los ojos llenos de rabia, intentó disfrazar aquel sentimiento con un tono dulce en su voz:

    -Al cielo, mi amor, se fue con los ángeles.

    La fiebre española, también conocida como la gran gripe, se había llevado a Amelia en aquel gélido mes invernal.

    Corría el año 1922 y nadie se lo esperaba: la primera Guerra Mundial había terminado desde hace un tiempo y la gente, cansada del hambre, de los lutos y de las carestías había creído poder saborear ya la alegría de la paz.

    Por el contrario, indiferente a sus pobre sueños, el mortal virus ya había aparecido unos años antes. La llamaban fiebre española porque la prensa ibérica había sido la primera en mencionarla, después de que, por su causa, había muerto el rey Alfonso XIII.

    No existía ni una cura, ni una vacuna, para aquella que llegaría a ser la pandemia más catastrófica de la historia de la humanidad.

    Filomena ignoraba todas estas cosas, sabía solamente que su mamá le había sido arrebatada en pocos días.

    Una noche a Amelia le comenzó a subir la temperatura corporal, empezó a vomitar y cuando inició a expulsar sangre de la boca y de la nariz, la niña fue alejada de inmediato y enviada a la casa de los abuelos.

    Capítulo segundo

    1922

    Durante el primer gobierno de Mussolini, el ministro de la Educación Pública, Giovanni Gentile, reforma la educación que se vuelve igual para todos. La obligación del estudio se prolonga hasta los catorce años de edad pero, de hecho, permanece como un conjunto de palabras vacías para la mayoría de las familias que no tienen

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