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El sujeto constituyente: Entre lo viejo y lo nuevo
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El sujeto constituyente: Entre lo viejo y lo nuevo
Libro electrónico390 páginas5 horas

El sujeto constituyente: Entre lo viejo y lo nuevo

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La forma política del sujeto de cambio es uno de los grandes temas de discusión ligados al ciclo de movilizaciones populares que han tenido lugar en las sociedades del sur de Europa durante los últimos años. La entrada del capitalismo actual en su fase degenerativa, unida a la desaparición de los grandes sujetos históricos y la crisis de los partidos como agentes de representación, ha abierto de nuevo, en el interior de las izquierdas de estos países, el debate acerca de cómo construir un nuevo sujeto colectivo capaz de organizar y gestionar el tránsito democratizador entre lo viejo y lo nuevo y, por tanto, de convertirse en sujeto constituyente.

El presente libro pretende tratar tres cuestiones: la primera, analizar las formas que puede adoptar el sujeto constituyente. La segunda, estudiar la relación existente entre la forma del sujeto constituyente y la de la nueva Constitución política o democracia emergente. Y la tercera, partiendo de lo anterior, considerar qué tipo de sujeto constituyente y Constitución política es hoy más adecuado para configurar una alternativa democrática frente a los gobiernos neoliberales estatales, la Unión Europea y el euro en los países del sur de Europa.
IdiomaEspañol
EditorialTrotta
Fecha de lanzamiento30 oct 2023
ISBN9788413641805
El sujeto constituyente: Entre lo viejo y lo nuevo
Autor

Albert Noguera Fernández

Es catedrático de Derecho constitucional en la Universidad de Valencia, donde dirige la Cátedra de vivienda y derecho a la ciudad. Jurista y politólogo por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctor en Derecho por la Universidad de La Habana. Fue asesor de las Asambleas Constituyentes de Bolivia y Ecuador. Es autor, entre otros libros, de «Los derechos sociales en las nuevas constituciones latinoamericanas» (2010), «Utopía y poder constituyente. Los ciudadanos ante los tres monismos del estado neoliberal» (2012), «La igualdad ante el fin del Estado social. Propuestas constitucionales para construir una nueva igualdad» (2014), «El sujeto constituyente. Entre lo viejo y lo nuevo» (Trotta, 2017), «La ideología de la soberanía» (Trotta, 2019) y «El asalto a las fronteras del Derecho. Revolución y Poder constituyente en la era de la ciudad global» (Trotta, 2023).

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    El sujeto constituyente - Albert Noguera Fernández

    1

    UNIDAD POPULAR, SUJETO CONSTITUYENTE Y CONSTITUCIÓN POLÍTICA

    Llamaremos «unidad popular» (UP) a aquel acontecimiento político en el que las clases populares irrumpen con fuerza en la superficie política y se adueñan de la historia con la voluntad de iniciar un proceso de construcción de una cosa pública común frente a los gobiernos oligárquicos y las exclusiones del sistema capitalista. La UP opera, en consecuencia, como acontecimiento y como sujeto.

    Como acontecimiento, la UP es una irrupción rupturista de las clases populares en el orden ordinario de las cosas que contiene una posibilidad creadora. La dialéctica social hace que la historia sea siempre movimiento real, experiencia constantemente renovada a través de acontecimientos políticos que redefinen las relaciones de poder.

    Además, todo acontecimiento de este tipo debe ser nominado, es decir, debe haber un sujeto colectivo que lo protagonice y que sea capaz de organizar y gestionar el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, formalizando e institucionalizando una nueva Constitución política. A este sujeto político, que, como veremos, puede adoptar múltiples formas, lo llamaremos sujeto constituyente.

    Nos detendremos, a continuación, en el análisis de este doble carácter de la UP: como acontecimiento y como sujeto.

    1. LA UNIDAD POPULAR COMO ACONTECIMIENTO

    Aquello que convierte a la UP en un acontecimiento político o una irrupción popular con posibilidades creadoras es el encaje e interrelación dialéctica, en un único momento histórico concreto, de tres dimensiones: una dimensión organizativa, una dimensión ideológica o instituyente y una dimensión transformadora o constituyente.

    1.1. La dimensión organizativa

    En su dimensión organizativa la UP opera como articulación y/o integración de la heterogeneidad de las clases populares y de sus miembros.

    Las llamadas clases populares están integradas, por un lado, por todas aquellas personas que no detentan capital ni medios de producción, al menos no suficientes como para depender de sí mismos para vivir, y por tanto tienen que enajenar su fuerza de trabajo de sí mismos y ponerla al servicio de otros como único o principal medio de subsistencia (Piqueras, 2011, 221). Y, por el otro lado, por aquellas personas que tienen que autoexplotarse para sobrevivir. Difícilmente se puede decir que la mayoría de trabajadores autónomos surgidos, como estrategia de subsistencia, ante la crisis o el desmantelamiento de la empresa estatal, sean empresarios. Algunos autores denominaron a estos nuevos autónomos con el término de «fundadores de una existencia» (Existenzgründer), para distinguirlos de «fundadores de una empresa» (Firmengründer). La diferencia entre estos nuevos trabajadores autónomos y un pequeño empresario son evidentes (Bologna, 2006, 49-53). Más que empresarios, Theodor Geiger los define como «proletaroides». A diferencia del trabajador asalariado, los nuevos autónomos no tienen jefe, sin embargo, ambos comparten las mismas condiciones de explotación, ambos se hallan bajo la presión de la demanda, es decir, están obligados a reproducir cada día su prestación laboral, gracias a la cual se ganan la vida. Ambos sobreviven a partir de la explotación de su fuerza de trabajo, incluso los nuevos autónomos en mayor grado, pues no tienen horarios, no tienen salario mínimo asegurado, etc. (Geiger, 1971).

    Entre esta amalgama de individuos que conforman las clases populares existe una fuerte fragmentación interna y jerarquización que vienen dadas por diversas divisiones estructurales que se cruzan entre ellas. Entre otras, podemos hacer referencia a tres:

    En primer lugar, divisiones estructurales dentro de la población asalariada. Son diversos los autores que desde la década de los setenta en adelante han estratificado a los trabajadores asalariados en función de su posición de privilegio dentro de las relaciones de explotación o por escalas ocupacionales (profesionales, intermedias, no manuales cualificadas, manuales cualificadas, semicualificadas, no cualificadas) que se corresponden con una amplia serie de desigualdades en los ingresos, la salud y la educación (Reid, 1981; Goldthorpe, 1967; Goldthorpe y Hope, 1974; Wright, 1979, 1980, 1985).

    En segundo lugar, divisiones estructurales entre desiguales y excluidos. La crisis se ha manifestado, claramente, en la aparición de un cada vez mayor número de sujetos excluidos que viven fuera del espacio de los derechos. La diferencia entre desigualdad y exclusión planteada por Boaventura de Sousa Santos (2003) es aquí clarificadora. Ambos conceptos se refieren a sistemas de jerarquía, aunque diferentes. La desigualdad implica un sistema jerárquico de integración social de distinta posición entre los incluidos. Es un sistema de integración subordinada. Quien se encuentra abajo está dentro, y su presencia es indispensable. La exclusión, por el contrario, implica, igualmente, un sistema jerárquico, aunque dominado por el principio de exclusión. Quien está abajo, está afuera, y su presencia es prescindible (ibid., 125).

    Se trata, en consecuencia, de nuevos sujetos que podríamos definir como meros «moradores», «avecindados» o «residentes» pero no como ciudadanos, pues habitan en nuestras sociedades pero en condición de sin derechos o de derechos más limitados que los ciudadanos corrientes. Ejemplos de estos «moradores» sin derechos los encontramos en la conformación de una nueva y cada vez más generalizada generación a la que autores como Guy Standing (2013) han llamado el «precariado» y que se caracterizan, no solo por tener un empleo inseguro, de duración limitada y con una protección laboral insuficiente, sino por quedar anclados en un estatus que no ofrece ninguna posibilidad de carrera profesional, ningún sentido de identidad ocupacional segura y pocos derechos, si es que tienen alguno, en comparación a las prestaciones estatales y empresariales que las viejas generaciones del proletariado industrial o de los funcionarios públicos consideraban como algo propio.

    Y, en tercer lugar, existen otras divisiones que se cruzan con las anteriores y las complejizan, como son la división sexual o la división étnica o cultural que diferencian a los individuos en cuanto a oportunidades de vida a través del diferente acceso a los recursos, al prestigio social, al poder, etc. (Roemer, 1995).

    En resumen, hablaremos de UP cuando se produce la integración, de manera interseccional, de todas estas heterogeneidades y divisiones en un sujeto histórico unitario con afán de historicidad y mejoras universales de sus condiciones de vida, esto es, de alternatividad sistémica al orden dado de cosas.

    1.2. La dimensión ideológica o instituyente

    En su dimensión ideológica o instituyente la UP opera a través de conceptos políticos constituyentes de movimiento y de acción, esto es, a través de instituir en los ciudadanos nuevos imaginarios y representaciones colectivas que confrontan con el orden económico, político y social oficial.

    Gramsci utilizó la noción de «revolución pasiva», que ya había utilizado previamente Vicenzo Couco en referencia a la revolución napolitana de 1799, para referirse a la necesidad para todo grupo social que quiera tomar el poder e instaurar un orden favorable a sus intereses, de promover primero una transición o adaptación de la realidad social hacía su ideología-cultura o a sus imaginarios colectivos: «Un grupo social puede y hasta tiene que ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (esta es una de las condiciones principales para la conquista del poder)» (Gramsci, 1977, 486).

    Para que se produzca una transformación mayoritaria en los imaginarios colectivos y representaciones simbólicas de una sociedad capaces de crear una situación de conflicto entre ordenes cultural-normativos donde el orden económico, político y social oficial no realice las aspiraciones sociales, no es necesario, estrictamente, que todos los ciudadanos y ciudadanas hayan pasado por un proceso previo de formación en teoría crítica y fuerte ideologización, lo que resulta imposible. La vieja concepción termodinámica y mecánica de la evolución progresiva de las estructuras sociales en paralelo a la evolución de la consciencia de los obreros, está ya hoy envejecida. Las recientes experiencias históricas han restaurado el acontecimiento como categoría instituyente de la historia y han demostrado que, sin una población mayoritariamente ideologizada y en el interior del capitalismo social, es posible activar transformaciones de los imaginarios colectivos a través de la expansión de lo que podríamos llamar conceptos políticos constituyentes.

    Fueron autores como Richard Koebner (1953; 1964) y, posteriormente, Reinhart Koselleck (2012) quienes han expuesto magistralmente lo que son capaces de hacer las palabras, cómo permiten controlar formas de comportamiento, y cómo pueden provocar acciones y precipitar advenimientos; pero también cómo dependen de los intereses de los actores políticos y de los partidos. En consecuencia, los conceptos políticos son instrumentos lingüísticos de fundamental importancia para aquellos proyectos políticos que quieran incidir e influir en la realidad para transformarla.

    Esto se puede entender si analizamos los conceptos de la Ilustración (libertad, igualdad, fraternidad, justicia, etc.) y los efectos que ellos tuvieron en Francia. La Ilustración no inventó estos conceptos, pero sí los convirtió en conceptos políticos constituyentes. Fijémonos en el concepto de «igualdad».

    Si bien la igualdad era un concepto que ya existía y que encontramos en la obra de los clásicos, las grandes aportaciones de la Ilustración en este campo fueron: la vinculación entre igualdad y política, y entre igualdad y futuro.

    En cuanto al primero, la vinculación entre el ideal de igualdad y la política, los autores de la Ilustración no inventaron un nuevo concepto de igualdad ni tuvieron ninguna intención de hacerlo. Nunca pretendieron ser originales; de hecho consideraban la originalidad en su campo como peligrosa, y siempre prevenían contra el peligro de lo que ellos llamaban l’esprit de système. No ambicionaban emular los grandes sistemas del siglo XVII de Descartes, Spinoza o Leibniz. En su doctrina de los derechos inalienables del hombre no hay nada nuevo que no apareciera ya en los libros de Locke, Grocio o Pufendorf. El mérito de Rousseau y sus contemporáneos reside en otro campo, en sacar este concepto del ámbito de la metafísica y llevarlo al de la política. El siglo XVII había creado una metafísica de la naturaleza y de la moral. Los autores de la Ilustración perdieron el interés por las especulaciones metafísicas y concentraron sus energías en la acción. No querían inventar ni demostrar los primeros principios de la vida social del hombre, sino afirmarlos y aplicarlos, convertirlos en eficaces (Cassirer, 1992, 208). El objeto de la Declaración de Independencia, escribió Jefferson el 8 de mayo de 1825 en una carta a Henry Lee, «no consistió en encontrar principios nuevos, o nuevos argumentos que nadie hubiera pensado antes, ni siquiera en decir cosas que nadie hubiera dicho; sino en presentar ante la humanidad el sentido común de la cuestión, en términos tan llanos y firmes que obligaran al asentimiento [...] No aspirando a la originalidad de principio o de sentimiento, se quiso que fuera una expresión del pensamiento americano, y que esta expresión tuviera el tono apropiado y el espíritu que la ocasión demandaba» (Cassirer, 1992, 210).

    Por tanto, los autores de la Ilustración convirtieron la noción de igualdad en un concepto para la lucha política; al asociar igualdad y política convirtieron la primera en un ideal que problematiza en relación con el statu quo y pretende transformarlo.

    Y en cuanto al segundo, la vinculación entre el ideal de igualdad y el tiempo futuro, para los pensadores ilustrados del siglo XVIII, el futuro de la humanidad, la formación de un potencial orden social y político donde se hagan efectivos de manera absoluta los ideales filosóficos y políticos de igualdad, libertad, etc., era su principal y verdadera preocupación. A diferencia de los románticos del siglo XIX que se caracterizarán por una idealización y espiritualización del pasado (los románticos aman el pasado por el pasado), la Ilustración articuló sus ideales en torno al futuro. «Nosotros hemos admirado menos a nuestros antepasados, dijo un escritor del siglo XVIII, pero hemos querido más a nuestros contemporáneos, y hemos esperado más aún de nuestros descendientes», decía Chetellux en De la félicité publique.

    Esta asociación entre igualdad y política e igualdad y futuro convierte la igualdad en un concepto político constituyente.

    Los conceptos políticos constituyentes se caracterizan por los siguientes rasgos (Koselleck, 2012, 207-214):

    Son conceptos epocales, esto es, conceptos que se presentan a sí mismos como creadores de una nueva época propia en contraste con el pasado.

    Son conceptos que derivan de un verbo. Esta peculiaridad genética los convierte en conceptos de acción y movimiento, caracterizados por una dinamización que pasa del verbo al sustantivo. No expresan un resultado, sino algo que conseguir.

    Son conceptos que poseen una estructura temporal interna en progreso permanente. Crean una tensión que requiere no solo que haya cambios respecto al pasado, sino que estos cambios sean permanentes. En el momento en que un grupo social consigue total o parcialmente, mediante la lucha social, los objetivos apropiados al concepto, el ideal inherente en él se desplaza automáticamente en el tiempo reconstituyéndose en una expectativa más exigente.

    Son conceptos que producen, directa o indirectamente, ideología. Todo concepto lleva implícito sus contraconceptos, de la oposición interna entre ambos brotan sospechas ideológicas, y cuanto más sospechoso, más debe uno esclarecerlo con el fin de poder desenmascarar la ideología. Estas contradicciones y esclarecimientos presuponen una autorreflexibilidad del concepto e incluyen la capacidad de teorización, lo que produce ideologización.

    Son conceptos que se conforman como singular colectivo. Pueden ser reivindicados por todos, por segmentos o simultáneamente. Pueden personalizarse o despersonalizarse.

    En resumen, estos rasgos convierten los conceptos políticos constituyentes en conceptos-guía con un gran potencial semántico y pragmático.

    Cuando estos dejan de pertenecer solo al lenguaje de los doctos y se convierten también en posesión de la conciencia del hombre común, cuando estos terminan por ser empleados corrientemente, establecen un puente de unión entre la alta y la media cultura, y generan la conformación de nuevos imaginarios sociales que cuestionan la realidad y conducen a la acción colectiva.

    La universalización en los imaginarios sociales, por parte de la Ilustración, de conceptos políticos constituyentes, como el de igualdad, justicia, etc., hizo que la imposición después de la Revolución francesa de los intereses económicos burgueses, la aparición del proletariado y agudización de las contradicciones de clase, solo pudiera llevar a las revoluciones de 1830 y de 1840 y al levantamiento de la Comuna de 1871. Como señala Koselleck, se trataba de insurrecciones que en cierto modo habían sido, involuntariamente, preprogramadas lingüísticamente.

    Conjuntamente con los conceptos políticos surgidos de la Ilustración, los conceptos formados con el sufijo -ismo son también ejemplos que a lo largo de la historia han ejercido de conceptos políticos constituyentes (socialismo, comunismo, patriotismo, etcétera).

    En consecuencia, todo proceso de UP requiere la expansión de conceptos políticos constituyentes en los imaginarios sociales que actúen como conceptos-acontecimiento o conceptos-guía de la movilización y acción colectiva. Estos conceptos puede ser la propia noción de UP en sí misma, conceptos formados con el sufijo -ismo u otro tipo de conceptos.

    1.3. La dimensión transformadora o constituyente

    En su dimensión transformadora o constituyente, la UP opera como institucionalización de una nueva Constitución política creadora de instituciones estatales y/o sociales específicas estables desde las que llevar a cabo la acción política estatal y/o autogestionaria capaz de adecuar el orden real al orden querido.

    Esta es la fase donde el acontecimiento histórico pasa a estar representado por instituciones específicas cuya materialización más visible suele ser, en muchos casos, un gobierno provisional primero y estable después, aunque no necesariamente debe ser así.

    La institucionalización del acontecimiento histórico en nuevas instituciones específicas que lo representen es imprescindible para la consolidación del mismo. En primer lugar, los acontecimientos se representan por medio del lenguaje y es necesario alguien que lo exprese. Y, en segundo lugar, la aceptación por parte de la población de la nueva realidad no puede producirse si no está representada en instituciones específicas.

    Nos detendremos, detalladamente, en este tema de la institucionalización del acontecimiento histórico en el punto 3.1. del presente capítulo.

    Vistas estas tres dimensiones podemos afirmar que cualquier proyecto de UP que se construya a partir de su perfecta triangulación sería un proceso óptimo. Por el contrario, aquellos proyectos de UP que pretendan construirse tomando algunas de estas dimensiones como su totalidad y rechazando las demás, tienen menos posibilidades de éxito.

    Los sujetos políticos que pretendan construir la UP como concepto político constituyente y como institucionalización de un nuevo régimen, pero haciéndolo de espaldas a los movimientos sociales y al resto de organizaciones políticas de izquierdas, están condenados al fracaso. O aquellos que pretendan cerrar acuerdos entre sujetos políticos para institucionalizar un nuevo régimen, pero haciéndolo sin haber creado y universalizado en los imaginarios colectivos de la sociedad donde operan ningún tipo de concepto político constituyente movilizador, están condenados a unos resultados electorales insuficientes. O aquellos que construyan la UP como relato y como articulación y/o fusión de sujetos políticos, pero luego opten por la continuidad institucional y jurídica sin ningún tipo de ruptura, acaban perdiendo todo apoyo social.

    Evidentemente, la construcción de un proceso de UP que triangule de manera óptima las tres dimensiones es siempre imposible, ya que todo proyecto político tiene siempre sus contradicciones, lo que se manifiesta claramente cuando se pasa de un análisis teórico de la noción de UP a un análisis práctico de proyectos de implementación de la misma.

    2. LA UNIDAD POPULAR COMO SUJETO

    Como hemos señalado al inicio, todo acontecimiento político como acto instituyente de la Historia debe ser nominado, es decir, debe haber un sujeto colectivo que lo protagonice, y que sea capaz de organizar y gestionar el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, formalizando la nueva realidad. Pero ¿cómo se conforma y qué formas puede adoptar este sujeto constituyente?

    2.1. Conformación y formas del sujeto constituyente

    Existen dos posicionamientos extremos y antagónicos en este sentido. Por un lado, está la que llamaremos tesis subjetivista del acontecimiento, que defiende que el sujeto político es preexistente al acontecimiento. Según esta tesis, el sujeto hace o crea el acontecimiento. Y, por otro lado, está la que denominaremos tesis objetivista del acontecimiento, que sostiene que el sujeto político surge y se construye en el propio acontecimiento. Al contrario de la anterior, según esta, el acontecimiento hace o crea el sujeto político.

    2.1.1. La tesis subjetivista: el sujeto crea el acontecimiento

    Es común encontrar en los textos de Marx la tesis de que «las personas hacen la Historia». Esta es una afirmación reiterada a lo largo de toda su obra, desde la Crítica de la filosofía del derecho donde escribe: «la Historia no es más que la actividad del hombre que persigue sus propios fines», pasando por La Sagrada Familia donde de manera casi idéntica señala: «la Historia no es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos», y terminando en El capital, texto en el que mencionando a Giambattista Vico, escribe: «la historia del hombre se distingue de la historia de la naturaleza en que hemos hecho aquella, pero no esta» (Pereyra, 1984, 13).

    La frase «las personas hacen la Historia» fue usada por Marx como contraafirmación, por un lado, frente a los planteamientos teológicos y providencialistas de la Historia, según los cuales la vida de las personas viene determinada por Dios, por el azar, etc., lo que conduce a una inevitabilidad de la Historia; y, por otro lado, contra el idealismo kantiano y hegeliano según el cual la Historia se explicaría sin la praxis material, en cuanto movimiento autónomo de la conciencia. Idea expresada, entre otros, mediante el concepto hegeliano de Geist, un sujeto colectivo inmaterial y que trasciende las condiciones materiales, que es el actor de la Historia (nacional).

    Frente a estos planteamientos, Marx usa la afirmación «las personas hacen la Historia» para expresar la idea de que es la acción social de los seres humanos en el interior de las relaciones de producción materiales y sociales la que constituye el punto de partida para la explicación del movimiento de la sociedad.

    Ahora bien, a pesar de que toda afirmación o proposición teórica como a la que aquí nos referimos, creada para actuar en el marco de un enfrentamiento ideológico circunstancial, en este caso contra el teologismo, el providencialismo y el idealismo, debe ser relativizada una vez superado el momento de polémica ideológica; lo que hizo parte del marxismo posterior a Marx fue, por el contrario, interpretarla y aplicarla a la realidad en sentido literal y dogmático, surgiendo la versión más extrema de la tesis subjetivista del acontecimiento histórico.

    Esta versión de la tesis subjetivista parte de la idea de que el acontecimiento histórico viene determinado, fundamental y unilateralmente, por factores subjetivos, por la praxis militante de las personas. Las personas crean (en sentido literal) la Historia.

    Aparece aquí la famosa pareja terminológica «condiciones objetivas/condiciones subjetivas». Entre los factores objetivos o económico-sociales (grado de explotación, desempleo, pobreza, corrupción, etc.) y los factores subjetivos o ideológico-políticos (formas de la conciencia social, nivel de organización, grado de elaboración de una línea político-estratégica, etc.), el advenimiento del acontecimiento histórico depende, principalmente, de la maduración de los segundos.

    Dicho en otras palabras, esta es una tesis que se construye sobre dos premisas:

    La primera es la creencia de que el acontecimiento histórico se produce como consecuencia del tránsito de la clase social económica a la clase social político-ideológica, o, lo que es lo mismo, la transformación de la clase en sí en clase para sí. El marxismo usa el término «clase» en una doble significación: en un sentido estrictamente económico, el concepto clase remite a un grupo social configurado por su lugar en el sistema productivo, por su posición en el interior de las relaciones de producción; y en un sentido ideológico-político, en el que tal concepto se refiere a un grupo social constituido también por una conciencia de sí mismo compuesta por cuatro elementos: identidad, oposición, totalidad y alternativa. Cuando una amplia mayoría de los trabajadores ha hecho el tránsito de clase económica a clase político-ideológica se dan las condiciones para que ocurra el acontecimiento político transformador.

    Y la segunda es que el tránsito de clase económica a clase políticoideológica se da como fruto de la acción pedagógica, formativa, educativa y organizativa que la dirección revolucionaria y sus formas organizativas (partido, sindicato, movimientos sociales, etc.) ejercen sobre el conjunto de los trabajadores. La agitación, propaganda y organización son los elementos que permiten unilateralmente instituir un acontecimiento que reabre la Historia.

    La maduración de lo subjetivo (el grado de conciencia y organización de las masas, de desarrollo de la lucha de clases, de existencia de un programa político-estratégico, etc.) es, en consecuencia, lo que en última instancia acaba determinando el acontecimiento político.

    Esta es una posición heredada de los planteamientos de Lenin en su folleto de 1902, ¿Qué hacer?, y de Trotsky, quien narrando el devenir de la Revolución rusa atacó las que llamaba ideas ingenuas acerca de la espontaneidad de las masas, y se adhería a la posición de un sujeto de vanguardia separado de y capaz de conducir a la sociedad hacia la revolución.

    Se trata de una tesis en la que la realidad (objetividad) se percibe como lo opuesto a lo subjetivo, como lo «otro» situado frente y en contra de él, como lo «dado» a la contemplación, al análisis y a la transformación; la construcción de las condiciones subjetivas es un proceso independiente de la objetividad para transformar; y el acontecimiento es el resultado de la intervención unilateral de los protagonistas de la práctica subjetiva. El medio social es, por tanto, una pura construcción o creación del sujeto.

    En resumen, esta es una concepción que parte de la idea de que el acontecimiento histórico (la revolución) se organiza unilateralmente por un sujeto político preexistente por medio de la llamada acumulación de fuerzas, esto es, la agitación, la propaganda y la organización, de manera que lo que intencionalmente se quiere que suceda, acaba, si se trabaja bien, por suceder.

    2.1.2. La tesis objetivista: el acontecimiento crea el sujeto

    Mientras que la afirmación «las personas hacen la Historia» ha sido interpretada literal y dogmáticamente por unos, ha sido también cuestionada radicalmente por otros. A partir de determinadas preguntas (¿son las personas las que hacen la Historia o la Historia la que hace a las personas?, ¿cómo se relaciona el «hacer» con las circunstancias dadas?, ¿cómo se explica la no coincidencia, en muchas ocasiones, entre los fines o intenciones de los que «hacen» la Historia y los resultados de este «hacer»?) se pone en duda tal afirmación y se la hace menos simple y clara. Es a raíz de este cuestionamiento como se construye la tesis objetivista.

    A diferencia de la tesis subjetivista que otorga prioridad a la acción de los seres humanos como creadora del acontecimiento, la tesis objetivista concede primacía a las circunstancias prevalecientes. Los sujetos no hacen la Historia a su libre arbitrio, sino que esta es el resultado de un complejo de circunstancias y realidades no elegidas por ellos. En consecuencia, frente a la participación consciente, esta tesis opone las circunstancias determinantes y frente a la actividad voluntaria intencional, el medio condicionante.

    Esta es una tesis que percibe, por tanto, las circunstancias condicionantes del acontecimiento como algo autónomo y exterior al sujeto político. Las circunstancias hacen la Historia al margen de la intervención activa de las personas.

    Ahora bien, aun coincidiendo en este punto de partida, han existido distintos posicionamientos dentro de la tesis objetivista acerca de la naturaleza de las circunstancias objetivas condicionantes del acontecimiento.

    Mientras que a finales del siglo XIX e inicios del XX se consideraba que estas circunstancias condicionantes tenían un carácter acumulativo y previsible, en la actualidad, los defensores de la tesis, entre los que ubicamos a Alain Badiou, plantean que las circunstancias condicionantes tienen un carácter espontáneo e imprevisible.

    Uno de los ejemplos paradigmáticos de la tesis objetivista a finales del siglo XIX e inicios del XX, fueron los posicionamientos de algunos de los miembros de la II Internacional (1889-1914), especialmente los de Karl Kautsky, quien educado en las teorías naturalizantes y evolucionistas de Darwin y Herbert Spencer a las que posteriormente incorpora el marxismo, planteaba el paso del capitalismo al socialismo como un

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