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El poder en disputa: Partidos políticos, grupos de interés y movimientos sociales
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Libro electrónico363 páginas5 horas

El poder en disputa: Partidos políticos, grupos de interés y movimientos sociales

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Los partidos políticos son estructuras que en los tiempos actuales han perdido capacidad para cumplir parte de sus funciones tradicionales: las de articulación y agregación de intereses. Este fenómeno va asociado a una sociedad civil más autónoma, que comienza a actuar en el sistema político a través de diversas identidades colectivas —grupos de interés y movimientos sociales— para reclamar nuevos y diversos derechos y sobre todo mayor justicia social, asumiendo en forma paulatina algunas funciones que previamente fueron exclusivas de los partidos políticos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
ISBN9789563570052
El poder en disputa: Partidos políticos, grupos de interés y movimientos sociales

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    El poder en disputa - Pedro Mujica

    ellos.

    Los actores en escena: partidos políticos, grupos de interés, grupos de presión y movimientos sociales

    Los orígenes de los partidos políticos

    No podemos entender a los partidos políticos sino como instancias inseparables de la democracia representativa, puesto que son los que materializan la vinculación entre una parte (ya sea que se le denomine pueblo, sociedad civil o ciudadanía) y otra (el Estado). Es a través de estas estructuras políticas que se ha manifestado y organizado la relación entre el pueblo y el Estado, dentro de un marco institucional conformado por profesionales de la política provenientes de los mismos partidos, bajo cierta regla creada por el sistema: la representación. Se podría afirmar entonces que los partidos han sido un elemento esencial en una concepción realista de la democracia en las sociedades modernas.

    Este rol imprescindible de mediación ha sido cumplido por los partidos políticos durante más de un siglo, verificándose de formas variadas, pero especialmente cuando los partidos políticos agregan intereses, aportan proyectos que reflejan las necesidades de la gente y que se transforman en políticas públicas, dan formación política a cuadros burocráticos y técnicos y crean redes operativas que se instalan en los gobiernos a los cuales apoyan. Ese rol de mediación se ha mantenido no solo en épocas democráticas de alta calidad, sino también en fases de transición o en regímenes democráticos débiles y en sistemas políticos poco institucionalizados, ya que sus capacidades organizativas han sido claves en la lucha por el poder político formal. Sin embargo, ese rol tradicional de mediación está actualmente en entredicho.

    A modo de introducción al tema y solo para aclarar la diferencia conceptual básica entre un partido político y los otros actores o instituciones afines a que estamos haciendo referencia, hay que decir lo siguiente. Un partido político es un grupo que se organiza para acceder al poder y ejercerlo. Esta es la principal diferencia con otros actores que, como los movimientos sociales y los grupos de interés, no participan directamente en el proceso electoral y no estarían interesados en administrar por cuenta propia el poder.

    Resulta de importancia apreciar que, históricamente, los partidos políticos han sido un instrumento fundamental mediante el cual grupos sociales crecientemente diversos, y en su mayoría previamente excluidos, han conseguido introducirse de una forma indirecta en el sistema político para expresar sus reivindicaciones y participar en la formación de las decisiones políticas. En su origen, de hecho, los partidos políticos responden a un momento histórico en que se produjo una ampliación de la esfera de actores involucrados en las decisiones políticas. Para institucionalizar y canalizar tal pluralización de la elite nacen estas instituciones, que pasarán a representar a grupos específicos de la sociedad civil a través del ejercicio de variadas funciones. Ese hito, en Occidente, lo podemos ubicar un siglo y medio atrás y corresponde a la ampliación de la democracia mediante el sufragio y su progresivo proceso de ampliación; a la aparición de las prerrogativas parlamentarias y, en general, a la multiplicación de los actores que tenían derecho a participar en las decisiones políticas.

    Con anterioridad, en el Estado liberal del siglo XIX, la relación entre los escasos ciudadanos con derecho a voto y los gobernantes era directa. Los partidos o protopartidos tenían escasa importancia, toda vez que no existía el sufragio universal, sino que el voto censitario, de acuerdo con el cual solo un grupo reducido de ciudadanos podía votar. En ese contexto, no imperaba la necesidad de contar con organizaciones que articularan intereses con fines electorales. Los partidos eran entidades de notables; asociaciones locales sin reconocimiento legal, relacionadas a candidatos al Parlamento, o a grupos de la burguesía que demandaban la ampliación del sufragio. El acceso de las elites al poder político no requería, por así decirlo, de mayores mediaciones.

    Con la extensión de la ciudadanía producto de la ampliación del sufragio y los procesos sociales que conducen a una pluralización de la elite, surgen los partidos políticos como instituciones. En efecto, los nuevos actores que ingresaron al sistema político fueron los partidos políticos y no la sociedad civil ni el pueblo ni la ciudadanía de forma directa; en función de esta democratización, ellos pasaron a ser representados en el sistema. Son incorporados, si bien de forma mediada.

    A continuación intentaremos recorrer el camino del surgimiento e institucionalización de los partidos políticos en Occidente, momento que suele fijarse a principios del siglo XIX y que se reconoce en Inglaterra y en los Estados Unidos de Norteamérica. Junto con entender el sentido y alcance de los elementos que permitieron el nacimiento de los partidos políticos en su forma moderna, nos interesa especialmente poder determinar si, desde ese momento, hay elementos que hayan cambiado en forma tan radical que ya no sería posible sustentar el análisis en los mismos supuestos que operaban al momento del nacimiento de tales instituciones y el rol que se les atribuyó.

    Es bastante compartido por los especialistas que la denominación partido político únicamente por acomodo o afanes pedagógicos podría ser asimilada a las formaciones que existieron en el mundo antiguo relacionadas con el debate político y la formación de los poderes políticos. Los términos por los cuales se designaban —eterías, stasis, parataxis, en griego, y factio, secta, coniuratio, en latín–, denotan el carácter transitorio de dichas formaciones y asociadas a momentos de convulsión. En el caso griego se trataba de formaciones políticas de base territorial, gentilicia o sectorial, surgidas y vinculadas con una coyuntura particular y destinadas a desaparecer con esta. En el caso de la Roma republicana, la propia estructura de las asambleas políticas y la clasificación de los ciudadanos resultan incompatibles con una institución asimilable a un partido político.

    En términos rigurosos, el fenómeno de los partidos políticos ha de analizarse en el contexto del principio de representación, que es de suyo ajeno a la experiencia política del mundo griego que más se analiza y sobre la cual existe mayor número de fuentes disponibles: la Atenas de los siglos IV y V a. C., donde el ejercicio político era desempeñado en forma directa por aquellos que estaban habilitados para hacerlo¹. En los textos clásicos existe un escaso debate filosófico en torno a las agrupaciones de corte político. La facción, sobre la cual sí existe reflexión, es considerada como el más grande de los peligros, siendo el término facción la traducción del concepto griego stasis, una de las palabras más sobresalientes que se pueden encontrar en nuestro lenguaje². Finley asimila la palabra stasis a partido, partido formado con propósitos sediciosos. La idea de facción queda asociada por tanto a nociones como sedición, discordia, división, disenso y también, guerra civil o revolución. La posición política, entendida como posición partidaria es una cosa mala, que conduce a la sedición, a la guerra civil, y a la disrupción del entramado social³.

    También resulta difícil de explicar por qué el término hetairía, una palabra griega antigua que entre otras cosas significa club o sociedad, haya llegado a significar en el siglo V conspiración u organización sediciosa. Precisamente el término hace referencia al período de las revoluciones oligárquicas en Atenas, específicamente a ciertos comités que se dedicaron a transgredir la Constitución. Es decir, eran más bien células revolucionarias que más tarde fueron prohibidas por las leyes aprobadas entre 410 y 404 a. de C.

    Aristóteles dedica una parte importante de La Política⁴ a describir y clasificar la stasis. En La Constitución de Atenas⁵ hace referencia a los partidos de la Costa, dirigidos por Megakles, el Partido del Campo…, usando para ello la palabra stasis. En su concepto el comportamiento político debía orientarse teleológicamente, de acuerdo con los fines morales que pertenecen al hombre por naturaleza. Aristóteles creía que tales fines se desviaban si los gobernantes tomaban sus decisiones a base de intereses personales o intereses de un grupo o clase. Si bien Atenas se libró en gran parte de formas extremas de stasis, sus líderes políticos sí intentaban eliminar en forma radical a sus enemigos. La técnica más recurrida para estos fines era el juicio político, para lo cual eran esenciales los clubes y los sicofantes. El resultado final de tal juicio estaba representado por la institución del ostracismo o graphe paranomon, es decir, la expulsión física de la comunidad política.

    La denominación partido político la podemos encontrar en las repúblicas italianas de la Edad Media, especialmente en relación con los güelfos y gibelinos o en conexión con las facciones políticas de las republicas de la Italia renacentista, lo cual, una vez más, dista en gran medida del concepto moderno de partidos políticos, toda vez que surgen en función de poderes de naturaleza más bien abstracta⁶.

    En Maquiavelo también podemos encontrar alguna referencia al término a propósito de su análisis del buen gobierno y la necesidad de poseer y ejercer la virtú tanto por parte del Príncipe como por parte del cuerpo de los ciudadanos. Para el autor, el peligro más grave aparece cuando los ciudadanos permanecen activos en los asuntos de Estado, pero comienzan a promover sus ambiciones personales o lealtades partidistas a costa del interés público. Maquiavelo, siguiendo la teoría política romana, defiende las constituciones mixtas entendidas como la composición del gobierno por elementos aristocráticos, oligárquicos y democráticos⁷. Su argumento parte del supuesto de que en toda república hay dos facciones opuestas, la del pueblo y la de los ricos. Por tanto, piensa que la república se verá corrompida si la Constitución permite el control por parte de alguno de estos dos grupos. Entre los peligros más graves para el equilibrio de una constitución mixta, destaca al ciudadano ambicioso que pueda intentar formar un partido basado en la lealtad a sí mismo en lugar del bien común y analiza esta fuente de inestabilidad en diversos capítulos de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio⁸. Su concepto de partidos lo asocia a las dos grandes divisiones ya indicadas, las cuales existirían en todo régimen, ya sea monárquico o republicano, afirmando que los hombres están naturalmente inclinados a tomar partido, allí donde ven una división, prefiriendo una de las dos partes⁹.

    Como ya hemos dicho, hay bastante consenso en que los partidos políticos se convierten en instituciones o entidades con carácter propio dentro de la sociedad política en Europa, más concretamente en Inglaterra, a principios del siglo XIX, momento en el cual podemos señalar el nacimiento de los partidos políticos en su estructura moderna¹⁰. En el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, se afirma que los partidos políticos nacen en los primeros años de vida independiente, bajo la influencia de los eventos asociados a la Revolución francesa, provocando el desarrollo del Partido Federalista liderado por Alexander Hamilton y el Partido Republicano encabezado por Thomas Jefferson. Los dos partidos se enfrentaron por primera vez en las elecciones de 1796. En ambos casos (Inglaterra y EE.UU.), el hito más relevante en la aparición de los partidos políticos es cuando pasan a perseguir intereses generales o colectivos de la sociedad política.

    Nos interesa precisar entonces cuáles fueron los elementos clave que incidieron en la formación del concepto moderno de partido político.

    El inicio de la utilización y construcción conceptual del concepto de partido, en su acepción moderna, se relaciona directamente con el proceso de distinción entre los términos partido y facción. El debate que permite avanzar en esta distinción lo podemos reconocer tanto en Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de Norteamérica.

    Uno de los mayores esfuerzos por separar conceptualmente al partido político de la facción corresponde a Sartori¹¹. Un partido político se define como parte de un todo, en tanto la facción es una parte que se considera a sí misma como un todo in fieri, y su éxito radica en conquistar la totalidad e identificarse con ella. Por otra parte, para Sartori los partidos políticos cumplen una función social y sirven fines sociales, en tanto que la facción estaría dedicada a sí misma¹². En ese sentido se afirma que los partidos políticos persiguen intereses generales, mientras que las facciones obedecen a intereses de una persona o un grupo de personas.

    En opinión de Sartori, la distinción conceptual de entonces que permitió distinguir a los partidos políticos como partes de un todo, se vincula con la aceptación de los conceptos de disenso y diversidad¹³. En esta línea de ideas, los partidos políticos se vincularían con una concepción del interés público, como algo alcanzable mediante el debate a partir de posiciones diferenciadas. El disenso se vuelve algo así como legítimo, en tanto combinación del conflicto y el consenso.

    Así, en opinión del autor, se trató de un proceso que permitió "ir aceptando la idea de que un partido no es forzosamente una facción, que no es forzosamente un mal y que no perturba forzosamente el bonun commune"¹⁴.

    Hay aquí, por tanto, un proceso de legitimación y valorización y un consecuente alejamiento de la negación sistemática de la existencia de divisiones o fracturas múltiples dentro de la sociedad. Más aún, se entendió que tales identidades debían tener un reconocimiento institucional dentro del sistema, lo cual a su vez podía ser útil al gobierno monárquico de entonces. Por tanto, se trata del inicio de una visión más pluralista de la sociedad y en particular del sistema político.

    En su origen histórico, la distinción entre los términos de partido y facción lo podemos rastrear hasta Voltaire, cuando dice que un partido es una facción, un interés o una fuerza que se considera opuesta a otra¹⁵. Agrega que el concepto partido no es en sí mismo odioso pero el término facción siempre lo es. A pesar de ello, de la revisión de los textos de Voltaire puede concluirse que la distinción entre ambos términos es apenas tenue, lo cual da cuenta del pensamiento aún predominante en el siglo XVIII en esta materia.

    El uso no peyorativo del término recién aparece hacia el siglo XVIII con la obra de Bolingbroke y Hume, que veremos en detalle más adelante, quienes comienzan a asociar el concepto de partidos políticos con las partes¹⁶ que existen dentro de todo Estado (monarquías o repúblicas), partes que además son necesarias. La toma de posición más clara se produce poco después, con Burke, lo que sin embargo no equivale a que se produzca una aceptación generalizada del concepto. Este proceso ocurriría de forma muy lenta, requiriendo el desarrollo de la idea de pluralismo para poder asentarse.

    Esta discusión teórica que comienza a distinguir a los partidos políticos como entidades distintas de las facciones, corresponde en la historia política de Inglaterra a la aprobación del Reform Act de 1832 que, al ampliar el sufragio, permitió que los estratos industriales y comerciales del país participaran junto a la aristocracia en la política. Esta reforma liberal de 1832 estableció como requisito contar con diez libras anuales (excluyendo por tanto a los trabajadores y a los pobres), pero permitió a un número importante de miembros de la burguesía comenzar a votar. Aumentó el electorado en alrededor de 750.000 personas sobre un total de población cercana a los 13,5 millones. Posteriormente siguieron las ampliaciones de 1867 y 1884, momento en que se alcanza el sufragio universal masculino en Inglaterra.

    En el caso de Estado Unidos de Norteamérica, el debate sobre este tema es conducido por los denominados padres fundadores de la democracia norteamericana, en forma contemporánea al proceso inglés liderado por Bollingbroke y Burke, quienes también influyeron en el debate en el continente americano.

    Así, en el caso inglés, el establecimiento de los regímenes parlamentarios a comienzos del siglo XIX suele identificarse como el factor contextual decisivo para la emergencia de estas nuevas instituciones. A grupos, facciones y claques que se formaban alrededor de la aristocracia —príncipes, duques, condes o marqueses— se habrían ido sumando grupos o facciones constituidos alrededor de la burguesía: banqueros, financistas, comerciantes y hombres de negocios. Por tanto, regímenes hasta entonces apoyados exclusivamente por nobles pasaron a tener su respaldo en otra clase de elites, aún pequeña pero con mayor diversidad interna.

    Con anterioridad a ese momento no puede hablarse de partidos políticos propiamente tales. En la Inglaterra del siglo XVIII los dos grandes partidos políticos de la aristocracia, presentes en el parlamento, no tenían verdadera relevancia y no contaban con una organización clara; se trataba de nombres que se adoptaban por un grupo no dividido por conflictos de interés o diferencias ideológicas, al que se adhería principalmente por tradiciones locales o familiares. Como afirma Weber, no eran más que séquitos de poderosas familias aristocráticas tanto que cada vez que un lord, por cualquier motivo, cambiaba de partido todo lo que de él dependía pasaba contemporáneamente al partido opuesto¹⁷.

    Desde una visión lineal, algunos han considerado a todas las asociaciones políticas sectoriales anteriores a esa fecha como antecesores de los partidos modernos. Calificarían como protopartidos las fracciones tories y whigs existentes en Gran Bretaña con anterioridad a la reforma de 1832, así como también a las formaciones partidarias de federalistas hamiltonianos y de republicanos jeffersonianos en los Estados Unidos, que son posteriores a la nueva Constitución de las últimas décadas del siglo XVIII.

    A propósito del Reform Act comienzan a aparecer los grupos parlamentarios, instituciones que se relacionan directamente con el nacimiento de los partidos políticos Se trataba de organizaciones que pretendían conseguir votos en favor de sus respectivos candidatos y que por tanto, no se formaban en torno a una ideología o pensamiento común, sino que en torno al nombre de un aristócrata o de un burgués con el fin de conseguir sufragios para este. Estas organizaciones comenzaron a alinearse en la misma tendencia de la disputa entre aristocracia y burguesía, donde la primera estaba conformada principalmente por terratenientes y la burguesía por comerciantes, industriales, banqueros, financistas y profesionales.

    Estos grupos reunían a un número restringido de personas que se reunían y organizaban solo durante los periodos electorales, asumiendo en la práctica la preparación de los programas electorales y la elección de los líderes partidarios.

    Según Ostrogorski¹⁸, la corrupción fue determinante en el nacimiento de los grupos parlamentarios británicos, en cuanto los ministros ingleses lograban obtener mayorías comprando los votos de los diputados, y para hacer frente a ello se creó la Patronage Secretary al interior de la Cámara con el fin de poder vigilar los votos de los diputados y los discursos de los mismos.

    Puede afirmarse que mientras el sufragio fue limitado y la actividad política fue casi exclusivamente una actividad parlamentaria de la burguesía, no hubo cambios en la estructura de los partidos de elite. De hecho, los grupos parlamentarios han existido siempre que nos referimos a una asamblea o una cámara, ya sea electa o de carácter hereditario o cooptada. Estos grupos parlamentarios no nacieron necesariamente como producto de una comunidad de pensamiento político o de una ideología política, sino que principalmente por la vecindad geográfica de un grupo de parlamentarios o por necesidad de defensa de los propios intereses.

    La mejor ilustración de ello es el nacimiento del partido de los jacobinos o los girondinos en Francia, que se origina y se denomina en razón del lugar físico donde se reunían frecuentemente los diputados de las provincias que llegan a Versalles en 1789 a participar en los Estados Generales y que necesitaban conversar para disminuir el aislamiento en que se encontraban y preparar la defensa conjunta de los intereses locales. También tenemos el caso del nacimiento de los partidos en Alemania: el partido del Casino, el partido del Hotel de Wurtenmberg o del Hotel de Augsburgo, los que se reúnen en un mismo lugar físico en función de ciertas ideas comunes y no la comunidad de origen, entendiendo que se trata de ideas y doctrinas no del todo claras e identificables. También es posible identificar el nacimiento de algunos partidos políticos en relación con la necesidad de asegurar la reelección frente a un cambio de sistema de elección como fue el caso de Suiza o Suecia.

    Por otro lado, también se le concede una importancia relativa a los comités electorales en el surgimiento de los partidos en su acepción moderna, tema especialmente desarrollado por Duverger, quien vincula la creación de los comités a la posibilidad de dar a conocer nuevas elites capaces de competir en el espíritu de los electores con el prestigio de las antiguas¹⁹.

    A veces el mismo candidato es quien agrupa a su alrededor a sus amigos fieles para asegurar su elección o su reelección, en cuyo caso el comité es prácticamente una facción. En otros casos un pequeño grupo se reúne para presentar un candidato y promover su campaña.

    Al contar con procesos electorales más amplios, menos oligárquicos, comienza a participar en el sistema político una parte de la población que antes no lo hacía, para lo cual era necesario crear comités electorales aptos para canalizar la voluntad de los nuevos electores.

    Es la vinculación entre los grupos parlamentarios y los comités electorales la que da lugar a los partidos políticos, los cuales una vez formados inician su carrera por crear comités en todos los lugares del país. Duverger considera que es el grupo parlamentario el actor que jugaba un rol esencial en esa etapa, ya que coordinaba la actividad de cada diputado. Cada grupo parlamentario se esmeraba por reforzar sus vínculos con su comité electoral para garantizar su permanencia en el Parlamento.

    El momento que hemos estado revisando en la historia de la política del mundo anglosajón, que dio origen entonces a partidos políticos cercanos al concepto moderno, corresponde a la denominación de partidos políticos de notables. Se trataba de grupos que comenzaron a desarrollar la función de participación en el proceso político; esto es, a desarrollar tareas en la organización de las elecciones, el nombramiento del personal político y la contienda electoral.

    En cuanto a las funciones sociales, esto es, aquellas de cara a la sociedad, no eran ejercidas por los partidos políticos de notables en forma relevante. Así por ejemplo, no se ocupaban de contribuir a la socialización política; en cuanto a la canalización de la opinión pública, solo lo hacían en lo que se refiere a los intereses de la aristocracia y la creciente burguesía. En términos de la legitimación del sistema político, este tipo de partidos no se vislumbraba a sí mismo como responsable de promover el respeto por las instituciones y procedimientos democráticos; tampoco, de vincular al Estado con la sociedad civil. En cuanto a la representación de intereses, solo podría sostenerse que la ejercían en relación con las necesidades expresas de un sector muy reducido y parcial de la ciudadanía.

    A pesar de que el origen de los partidos estuvo marcado por un desprecio generalizado desde la teoría política (en términos de su rol en los nacientes sistemas políticos democráticos), su crecimiento en adherentes y tareas se desarrolló sostenidamente.

    En este punto nos encontraríamos frente a un hito en materia de ampliación de la democracia. Se trata de la aceptación de nuevas divisiones dentro de la sociedad y de la necesidad de reconocerlas y canalizarlas en el sistema político, como una situación de facto que no resultaba posible seguir deteniendo u obstaculizando. Es un momento coincidente con el ingreso al sistema político de una parte de la burguesía, a la cual la clase aristocrática o noble está obligada a ceder un espacio dentro del contexto de las cámaras representativas de los parlamentos. Desde el punto de vista de la ampliación del canon democrático, el cambio se produce definitivamente con la extensión del sufragio y por tanto siempre de la mano del concepto de la representación electoral.

    El avance sustantivo, por lo mismo, es el rescate del disenso. Si el aumento de la tolerancia política y religiosa ha conducido al robustecimiento de una sociedad pluralista, se consideró y se aceptó que la gestión del disenso, por medio de la institucionalización de grupos diversos, puede resultar positiva para el sistema político. Se propendió a la institucionalización de grupos diversos, a través de asociaciones representativas. Curiosamente, esta idea de aceptar la divergencia y eventualmente el conflicto como parte constitutiva de toda sociedad, marca un cambio radical con las concepciones previas del sistema político; y es desde allí que se comienza a infiltrar la noción de que era necesario abrir las puertas a otros actores de manera institucionalizada. Hoy, que volvemos a discutir sobre la apertura del sistema a nuevos actores en la construcción del discurso político y la toma de decisiones, nuevamente podemos encontrar en los autores más radicales la necesidad de reconocer el disenso, el agonismo, la lucha, como un factor necesario para provocar la revitalización de la política, revitalización que, insistimos, nuevamente ha asumido la entrada de facto de otros actores a un sistema que denota la necesidad de actualizarse según el nuevo contexto social.

    A continuación, revisaremos con mayor profundidad el curso de las discusiones sobre teoría política en Inglaterra y en los Estados Unidos, en el entendido que analizar los elementos que estuvieron presentes en el debate al momento de nacer los partidos políticos, nos habilitan para visualizar el contexto específico en que estas instituciones surgieron, en términos de disputa de ideas y de las significaciones que les fueron atribuidas, así como los supuestos que existen tras su reconocimiento, permitiéndonos a su vez contrastar todos estos elementos con la situación actual de nuestras sociedades políticas. Inglaterra es relevante por cuanto gran parte de la elaboración teórica sobre partidos se basa en este caso. El análisis de los Estados Unidos de Norteamérica, en cambio, tiene mérito por la gran disponibilidad de fuentes que permiten entender el debate teórico que, si bien precario, existió a propósito del nacimiento del primer sistema representativo de gobierno, debate que entronca directamente con los partidos políticos, su relevancia como institución política y las funciones que estos han desempeñado tradicionalmente.

    El debate en Europa (Inglaterra)

    Pese a que, como se dijo, los partidos en su acepción moderna empiezan a contar desde principios del siglo XIX, a fines del anterior, Burke ya había construido lo que sería el primer concepto que claramente se acerca a una concepción moderna de partidos, que se obtiene a partir de la diferenciación teórica clara entre partidos y

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