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Los Hackers Rebeldes de Point Breeze
Los Hackers Rebeldes de Point Breeze
Los Hackers Rebeldes de Point Breeze
Libro electrónico325 páginas3 horas

Los Hackers Rebeldes de Point Breeze

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Información de este libro electrónico

Un grupo de expertos en informática, los Rb Hackers ("los hackers rebeldes") utilizan tecnología cuántica y una red neuronal para defender tanto al mundo empresarial como a los gobiernos de todo el mundo contra los ciberataques. Los jóvenes son los mejores en lo que hacen, por eso los buscan y recompensan su trabajo generosamente. Tienen su

IdiomaEspañol
EditorialRCHC LLC
Fecha de lanzamiento21 sept 2023
ISBN9781088000403
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    Los Hackers Rebeldes de Point Breeze - Nelson Hamel

    Los

    Hackers Rebeldes

    de

    Point Breeze

    Nelson Hamel & Charles Sibley

    Icon Description automatically generated with low confidence

    Los hackers rebeldes de Point Breeze

    ©2023 Nelson Hamel y Charles Sibley

    © Erasmus Cromwell-Smith

    Todos los derechos de autor están reservados. Este libro o cualquier parte de este no puede reproducirse ni usarse de ninguna manera sin el permiso expreso por escrito del editor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.

    ISBN:

    Librería del Congreso:

    Editor y traducción: Elisa Arraiz

    Diagramación y portada: Alfredo Sainz Blanco

    Publicado por Erasmus Press

    www.erasmuscromwellsmith.com

    Primera edición en USA

    2023

    INTRODUCCIÓN

    Al principio fue una idea descabellada, algo simplemente incomprensible. Sin embargo, combinando ingenio desenfrenado y talento ilimitado de alguna manera lo logramos. El problema fue que por el camino y sin darnos cuenta jugamos a ser Dios.

    Las consecuencias se manifestaron cuando se desataron unas fuerzas proporcionales a nuestra transgresión y mucho más allá de nuestra comprensión. Por lo tanto, sin saber en ese momento dónde podía terminar todo esto, decidimos contar lo sucedido con la esperanza de que nuestro testimonio ayude a que otros no cometan los mismos errores que cometimos nosotros. Así es como lo hicimos: utilizamos una supercomputadora cuántica para descifrar y procesar todos los datos; primero construimos una interfaz cerebro-máquina, seguida del desarrollo de un algoritmo que nos permitió interpretar las ondas cerebrales, las señales y los impulsos eléctricos, convirtiéndolos en lenguaje natural. Al mismo tiempo, digitalizamos el genoma humano codificándolo en un sistema operativo para el cerebro. A continuación, construimos una red neuronal artificial que emula las funciones y operaciones cerebrales reales. La interfaz cerebro-máquina, junto con el algoritmo de aprendizaje automático nos permitió, a través de la red neuronal que se ejecutaba en la computadora cuántica, replicar la inteligencia humana.

    Simultáneamente, el sistema operativo construido a partir del genoma humano (ADN), implementado en el cerebro artificial replicado y junto con el algoritmo nos permitió reproducir la conciencia humana dentro de la red neuronal. Fue precisamente en ese momento, al darnos cuenta de que el ADN tenía que formar parte de la ecuación para crear vida humana digital, que involuntariamente separamos la inteligencia y la conciencia humana de nuestros cuerpos físicos. Y al hacerlo, empezamos a jugar a ser Dios. Fue entonces cuando nos caímos por un precipicio hacia un mundo desconocido y aterrador donde no pudimos controlar nuestra caída y mucho menos salir de ella. Tal vez, llegando a este punto, debería explicarme mejor, volver al principio mismo y a cómo comenzó todo…

    (Texto introductorio encontrado en la pantalla de una computadora en el laboratorio de computación cuántica de la Universidad de Syracuse. A continuación se encuentra el resto de la historia).

    Capítulo 1

    LOS ESPACIOS BLANCOS EN EL LAGO ERIE

    ESPACIOS EN BLANCO

    Los espacios en blanco ocurren

    en un breve momento en el tiempo,

    entre el cielo y la tierra,

    ni aquí ni en el más allá.

    Nuestro cerebro todavía está intacto,

    pero la vida de nuestro cuerpo ha cesado.

    Ahí es donde se encuentra el espacio níveo,

    un lugar que no gobernamos ni controlamos,

    donde puede nacer una nueva vida

    o el puro terror puede atraparnos

    y perdernos para siempre en el universo.

    Jonas

    Antes que nada, permítanme presentarme: mi nombre es Jonas Cartwright (más sobre mí después). En la actualidad mi yo digital está dentro y forma parte de Larry Willet (más sobre él luego). Como pronto se darán cuenta, las cosas no van bien...

    Casa de familia, Point Breeze, estado de Nueva York

    Estoy aterrorizado por la alturas y siento que mis pies están sobre un gel resbaladizo. Estoy a punto de caer, el vértigo me atrapa por completo. La ironía es que, a diferencia de Larry Willet, mi objetivo, me encanta el vacío y siento una atracción apasionada y fatal hacia el abismo, los acantilados y los precipicios, específicamente, me gusta saltar desde ellos. Sin embargo, el problema ahora es que ya no puedo hacerlo, al menos por mí mismo, debido a mis propias circunstancias.

    Tembloroso y pálido, Larry está parado en el borde de la ventana del segundo piso de mi habitación. No hay árboles que lo ayuden a caer, solo una cama llena de rosas con espinas gigantes esperándolo directamente debajo. La luna llena intensifica la inquietante situación. Mi habitación es la de un inválido en silla de ruedas y barandas en el baño. Tengo numerosas computadoras, servidores, pantallas gigantes y un tubo para enviarles instrucciones. La casa Tudor sobre la que Larry se tambalea al borde de una peligrosa caída es mi casa. Lo veo como, poco a poco, desliza los pies a lo largo del barandal y con la espalda pegada a la pared. Este desastre comenzó hace unos momentos, justo cuando mi mamá entró en la habitación.

    —Hola mamá, —le digo acercándome para besarla.

    —¿Qué tipo de broma enferma es esta? ¿Dónde está Jonas? ¿Dónde está mi hijo? —dice mi mamá.

    ¡Lo que ella ve frente a ella es otra persona!

    —Mamá, soy yo.

    —¡Deja de hacer eso, muchacho! Sé quién eres. Eres el mayor de los chicos Willet. ¿Larry?, ¿verdad? No sabía que Jonas y tú fueran lo suficientemente amigos como para que te invitara. Entonces, ¿dónde estás hijo? Jonas, ¿dónde estás? ¡Muéstrate ahora mismo!— grita mi mamá mientras busca en la inmensa habitación.—Muchacho, no sé qué tipo de broma estás tratando de hacer, pero no me gusta ni un poco. Cariño, ¿puedes venir aquí?

    Mi madre sale de mi habitación gritando, llamando a mi papá.

    Larry, instintivamente y en estado de pánico, sale de mi habitación por la ventana y se para en el borde.

    Mi madre no me reconoce. ¿Qué estará pasando? No tengo control sobre Larry. Su personalidad tomó el control y  desplazó la mía, reflexiono, lleno de miedo por la sensación de hundimiento y porque el fin de mí mismo está cerca debido a un error catastrófico en la transferencia de datos.

    De repente, una mano gigante agarra el tobillo derecho de Larry a través de la ventana abierta.

    —¿Dónde está mi hijo? ¿Quién eres?

    Esas palabras enojadas brotan en la oscuridad de la noche. Larry voltea la cabeza hacia la voz familiar.

    Es mi padre, me doy cuenta con frustración porque sé que no me va a reconocer. Sin embargo, lo intento.

    —Papá, soy yo, Jonas, —suplica Larry.

    —Cariño, llama a la policía. Tienes razón. Él es el mayor de los chicos Willet y está invadiendo nuestra propiedad, —instruye mi papá en voz alta a mi mamá, sin tener ni idea de que necesito desesperadamente que él me reconozca.

    En ese preciso momento Larry se deja caer sin siquiera preguntarme si nos dejamos caer. Cae en picada y yo me preparo.

    —¡No de nuevo, por favor!, —clamo y ruego en pánico. —¡Querido Dios, por favor no permitas que el destino se repita en mi nuevo ser físico!

    Cuando Larry cae sobre el techo de lona del patio y la estructura se derrumba, el golpe es inesperadamente suave y rebotamos ligeramente sobre ella. Aún en el aire, mientras cae, se agarra a uno de los tubos de soporte de la lona, lo que interrumpe su caída pero lo deja colgando. Luego, en cámara lenta, desciende hasta el suelo mientras el techo de lona se desploma por completo bajo el impacto de la caída y el peso de su cuerpo. Larry, en estado de pánico, comienza a correr como un loco antes de que alguien salga de la casa. Mientras tanto, yo solo puedo observar desde dentro de su cerebro y trato de averiguar cómo controlar la situación.

    24/7, restaurante de hot dogs de Connor,

    Point Breeze, Estado de Nueva York

    Después de una breve carrera Larry llega al centro del pequeño pueblo y entra a la venta de hot dogs de Connor, que es el lugar de reunión local, y se derrumba en uno de los asientos. Luego se mejora aunque sigue sudando y temblando.

    —Larry, mírame, ¿de qué tienes miedo?, —le pregunta la joven camarera.

    De repente la personalidad de Larry desaparece y soy yo quien está a cargo nuevamente de nuestro cerebro, pero no puedo entender por qué. Esta mujer y yo apenas hemos intercambiado una sola palabra. ¿Por qué está tan amable conmigo y me llama Larry? Mientras trato de entenderlo todo mientras siento que me estoy desvaneciendo en el olvido, en algún lugar de la mente de Larry, mi objetivo. Me vuelvo hacia su rostro preocupado con una mirada vacía, sintiéndome totalmente confundido. Quiero huir y salir de este lugar.

    —Estoy un poco perdido y no sé exactamente quién soy en este momento, —balbuceo ansioso, caminando abruptamente frente a ella.

    —¿Qué le pasa? —murmura ella mientras vuelve a sus tareas.

    Salgo corriendo de Connors y camino sin rumbo fijo por la calle Old Lake Shore Road sin saber qué hacer. Un claxon que suena justo trás de mí me hace saltar cuando se detienen a mi lado tres chicas adolescentes en un Mini Cooper rojo descapotable con Lady gaga cantando a todo volumen.

    —Larry, ¿dónde has estado? Te hemos estado buscando toda la tarde, —dice Karlie, la novia pelirroja de Larry durante los últimos dos años.

    Primero, mi papá no me reconoce y ahora me encuentro con las amigas de Larry, reflexiono frustrado. Un sentimiento raro y enfermizo se extiende por todo mi cuerpo. La miro a los ojos verdes llenos de amor y trato de entenderlo todo. ¿Quién es ella?, me pregunto mientras vuelvo mis ojos nervioso. Luego corro hacia el parque junto al lago.

    Karlie salta del auto y comienza a perseguirme.

    —Larry Willet, ¿a dónde crees que vas? —grita ella.

    Pero yo sigo corriendo frenéticamente y sin control, convirtiéndome en un pequeño punto en la distancia.

    —Ven, Karlie, sube, vamos a perseguirlo, —dice su amiga Emma.

    Conduciendo a través del césped del parque, me alcanzan en poco tiempo.

    —¿Qué te pasa?, —Karlie grita mientras conduce a mi lado.

    —Déjame en paz, no las conozco, —respondo de repente y me detengo solo por un segundo entre respiraciones.

    Las tres amigas de Larry están atónitas por la intensidad de mis palabras y mis gritos histéricos. Instintivamente, Emma detiene el auto y las tres se quedan en silencio. Totalmente confundido, sigo corriendo hacia el lago.

    —¿Viste sus ojos?

    —Pura locura y miedo.

    Larry camina sin rumbo por la playa de Point Breeze con ojos confundidos pero intensos. La gente cree que se ha vuelto loco.

    El magnífico telón de fondo del lago Erie sobre el hermoso y pintoresco pueblito cerca de las Cataratas del Niágara es el lugar donde crecí, pero el inquietante problema es que todos los amigables habitantes de este pequeño paraíso de Point Breeze parecen conocerme como Larry, aunque yo no recuerdo a ninguno de ellos. No es de extrañar que mis reacciones de incredulidad parezcan desconcertar y luego preocupar a quienes se cruzan en mi camino. Lo que piensa todo el mundo y el rumor que se propaga rápidamente es que ocurre algo grave con el joven Larry Willet.

    El hacker rebelde

    En cuanto a mí, Jonas Cartwright, soy un hacker de día y de noche y vivo al margen de la sociedad; por eso no soy tan conocido en el pueblo como Larry. En el ciberespacio me conocen como Chief Rb. Actualmente me encuentro en un problema serio porque por mucho que trato de dirigir a mi objetivo no logro hacerlo. Larry hace lo que le place. El problema es que todos sus recuerdos, por el momento, fueron borrados y los que tiene ahora son solo los de mi propia vida. Pero su personalidad todavía está presente y ha tomado el control sobre la mía. Estoy atrapado, es la verdad que finalmente se abre paso en mi testarudo ser.

    A través de una obsesión ciega e imparable logré alcanzar lo imposible: estar vivo dentro de la mente de otra persona. Al principio todo parecía sencillo, pero mi suposición clave estaba equivocada. Pensé que descargar toda la información de los bancos de memoria de Larry y reemplazarla con la mía me habría puesto a cargo de su cerebro. Bueno, la primera parte funcionó bien, pero lo que no tuve en cuenta fue que su voluntad, conciencia, carácter, temperamento, sentimientos, tendencias naturales e instintos seguirían estando allí. En otras palabras, no estoy a cargo porque su personalidad sigue en control y solo está impulsada por los recuerdos de mi vida y mis bancos de datos. Mientras tanto, lo que queda de mí es una sensación desvanecida de quién soy que tiene la forma de una cadena de datos alojada en los bancos de memoria del cerebro de otra persona. Esa cadena de datos representa otra vida en la mente de mi confuso objetivo, una vida que no le pertenece. Para empeorar las cosas mi cuerpo está muerto. Entonces, incluso si supiera cómo salir del lío en el que me encuentro no tengo adónde ir ya que mi masa corporal, mi carcaza, desapareció enterrada a seis pies bajo tierra.

    Hace un año:

    Yo mismo, Jonas Cartwright, y uno de los Rb Hackers

    en el cine del pueblo de Point Breeze

    Soplando un tubo, me dirijo en mi silla de ruedas motorizada hacia la primera fila del teatro y la estaciono en el pasillo junto al escenario. Además de mi cuerpo cojo y atrofiado, soy un joven de 19 años, desertor universitario, con cabello rubio rizado, ojos azul-grisáceos y una expresión permanente de sorpresa. Vivo a poca distancia del teatro. De todos los artistas itinerantes que nos visitan de vez en cuando, ya sean magos, ventrílocuos, espectáculos láser, etc., ninguno fue tan entretenido y memorable para mí como aquel sobre el espacio que ocupamos cuando estamos entre la Tierra y el cielo. Todo comenzó en el pequeño teatro del pueblo con la presentación sobre las experiencias en habitaciones blancas narradas por nuestro visitante...

    Tal vez una de las experiencias de ‘habitación blanca’ más notoria sea la de Marnie. Ocurrió en 1977 después de un accidente automovilístico durante la temporada de monzones en Hawái. La joven Marnie salió lanzada del automóvil pero no sufrió una muerte clínica. Ella describió la experiencia como maravillosa, contó que perdió la conciencia de su cuerpo y que también el tiempo se detuvo y perdió todo significado para ella. Dijo que vio una luz brillante que le lastimaba los ojos, la cual describió como ultrabrillante, sin sombras y sin color. No había absolutamente ningún sonido. Se sintió en paz, sin miedo ni felicidad, pero iluminada. Percibía una alegría increíble a su alrededor y se unió con todas las personas del mundo. De repente, parecía entender todo sobre el universo, así lo narró la visitante misteriosa ante el auditorio lleno a capacidad de 150 asientos.

    Mientras escucho se forma una idea en mi cabeza. Quizás... Pero uno de mis compañeros hackers que me acompañaba interrumpe mis pensamientos. Mi amigo levanta la mano para participar.

    —Señor, tuve una experiencia en una habitación blanca, —anuncia el miembro más joven de los Rb Hackers.

    John Albert Peralta, también conocido como Shorty, es un joven tímido y nerd de 16 años que mide solo 1.60 metros de altura. Es un genio autodidacta de la informática y la programación, aparte de estudiar el último año de secundaria. Johnny es además un adolescente solitario que siempre se esconde detrás de una melena de pelo castaño que le cae hasta los ojos. Legalmente emancipado de sus padres, Johnny vive con sus abuelos en una granja a un par de millas del pueblo. Se desplaza a todos lados en una bicicleta de montaña de alta gama con un par de laptops en su morral, además usa un casco de ciclismo fluorescente.

    —¿Por qué no nos cuentas qué sucedió? —dice el presentador.

    —El día comenzó como cualquier otro día: corriendo con mi perro, un golden retriever de 3 años. La carrera fue en Wendt Beach, en el lago Erie. Wendt Beach consta de como 75 hectáreas de terreno frente al lago que incluye campos de fútbol, bosques, dunas de arena y la mansión de la familia Wendt que tiene cabañas para invitados y establos. A mi perro, Riley, le gusta correr por la zona de las dunas de arena, persiguiendo troncos flotantes y saltando dentro y fuera del agua. Mientras recogía un trozo de madera flotante perturbé inadvertidamente un nido de avispas y recibí tres picaduras. Ya me había picado una abeja cuando era niño y tuve una mala reacción. Sin embargo, esta vez me picaron tres, así que debí tomar una decisión: o ir a ver a mi amigo Matt para almorzar o buscar asistencia médica. Cuando comencé a sentirme mareado y raro supe que no llegaría al almuerzo, entonces puse a Riley en la cesta de la bicicleta y me fui hacia el hospital a 18 kilómetros de distancia. Estaba a mitad de camino cuando mental y físicamente determiné que no llegaría al hospital, así que me detuve en un consultorio médico en la carretera. Entré. me senté y le expliqué a la recepcionista que acababa de ser picado por abejas y que no me sentía bien. De ahí en adelante solo recuerdo estar en la habitación blanca.

    Mientras mi compañero hacker, Johnny, hace una pausa para tomar aire y beber soda, yo comienzo a pensar y soñar. El concepto de la sala blanca me golpea como un globo de plomo. ¡Es tanto un descubrimiento como una revelación! El cerebro sigue vivo, pero el cuerpo ha dejado de existir. Algunos regresan, pero la mayoría no. ¿Y qué tal aprovechar ese momento y descargar todos los datos del cerebro antes de que se convierta en un objeto sin vida? Sería todo un desafío descifrar y digitalizar la totalidad de los datos del cerebro, pero ¿por qué no? Después de todo por eso nos convertimos en hackers y eso es lo que vamos a hacer. Hackearemos un cerebro durante su tiempo entre la vida y la muerte. Yo, Jonas Cartwright, lo llamo el espacio blanco.

    A partir de esta experiencia, por primera vez desde mi accidente, me veo caminando de nuevo. Por eso comienzo a pensar en extraer datos de mi propio cerebro para descargarlos en una persona físicamente capaz y que esté dispuesta a hacerlo. Todo suena bastante sencillo, pero no lo es. Nada lo será. ¡Una montaña rusa emocionante, eso sí! ¡Pero también terrorífica! Y mientras continúo visualizándolo todo puedo escuchar la voz de Johnny en el fondo.

    ...Salí de la sala blanca hacia una audiencia grande y diversa. Había al menos 10 personas de pie participando en la emergencia médica en  una habitación de 3x3 metros. El personal médico de la clínica estaba a mi izquierda y los paramédicos estaban a mi derecha. Un paramédico apoyaba su mano en un EpiPen que acababa de usar en mi pierna derecha. Como la adrenalina del EpiPen rápidamente se apoderó de mi cuerpo me encontré en estado de shock. Me colocaron en una camilla, me sacaron afuera y en una ambulancia me llevaron al hospital…

    Aclarándose la garganta, Johnny continúa... La sala blanca no era realmente una sala blanca, aunque esa es la mejor descripción verbal que puedo proporcionar. El blanco era intenso, nada cegador, ya que no había color ni visión en él. Aunque estaba bien iluminada, no había luces, sonidos, olores, visión o realidad. La sala blanca no tenía bordes ni fronteras. No había conciencia de los recuerdos ya que no existe nada terrenal dentro de ella. No había sentido del tiempo, ya que el tiempo no existe en la sala blanca. Era simplemente una sala blanca perfecta y limpia, no inquietante ni aterradora, solo silenciosa. La sala no tenía principio ni fin. Era de una perfección absoluta y felicidad total. Sencillamente, estaba casi más allá de mis capacidades sensoriales de percepción.

    Hace seis meses:

    Centro de Operaciones de los Rb Hackers (Sede),

    Cabaña en la Orilla del Lago, Point Breeze,

    Estado de Nueva York

    —¡Lo logré, lo logré!, —anuncio a mis compañeros hackers mientras acabamos de infiltrarnos en uno de los servidores de computadora supuestamente inexpugnables de uno de nuestros clientes. Todo el grupo de hackers se reúne a mi alrededor mientras la pantalla de la computadora muestra alertas de seguridad en rojo.

    —¡Choquen esos cinco! —les ordeno con alegría y todos celebramos la intrusión en el sistema de computación de nuestro objetivo.

    —Comienza el cronómetro, veamos cuánto tiempo pasa antes de que detecten la intromisión.

    En menos de una hora nos echan, casi al mismo tiempo que mi teléfono celular comienza a vibrar.

    —¿Escondiéndote a plena vista, Jonas? —dice el CEO de Google.

    —¡Así es!

    —Durante semanas mi equipo te ha estado esperando pero a las

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