Mr. Internet: Cómo se relacionan la tecnología y el género y cómo te afecta a ti
Por Marta Beltrán y Horixe Diseño
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Mr. Internet - Marta Beltrán
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La tecnología no es neutra
No es raro asociar la ciencia y la tecnología con lo cuantitativo, con lo objetivo y, por lo tanto, con la neutralidad. Es habitual observar escenarios en los que un avance científico o una nueva tecnología no son buenos o malos, positivos o negativos en sí mismos o de manera absoluta, sino que lo son en función del uso o aplicación que les demos.
En este sentido, sí que es verdad que la tecnología es neutra, no es ni buena ni mala, ni positiva ni negativa. Pero, si interpretamos la neutralidad como la no intervención en la sociedad, en la política, en la economía o en el poder, es fácil llegar a la conclusión de que en la actualidad hay pocas cosas menos neutrales que la tecnología. Cómo se diseña, se despliega o se usa y, sobre todo, quién lo hace y con qué objetivos, son aspectos esenciales que construyen las sociedades actuales. Incluso a las personas individuales, sus valores o su cultura. La tecnología, como fuente de poder, incluso de desigualdad, no puede entenderse como algo neutral o inofensivo. Especialmente cuando es una tecnología tan heterogénea, distribuida y compleja como la que hoy en día está a nuestro alcance, no nos referimos a herramientas o artefactos sencillos como hemos podido hacer en otros momentos de la historia. Y, a una escala tan impresionante, hace años que pasamos aquel momento histórico en el que había más personas en el planeta que poseían un teléfono móvil que personas con un baño en su casa.
Es posible que esta apariencia de neutralidad, este lugar común en el que nos hemos sentido cómodos durante tantos años, en el que asociamos la tecnología, en sí misma, con algo inocuo o imparcial, conlleve ciertos peligros. En primer lugar, una falta de espíritu crítico que hace que adoptemos los nuevos paradigmas con cierta alegría, sin valorar antes (individual y colectivamente) los potenciales impactos negativos que pueden suponer. Antes de tomar una nueva medicación, solemos leer el prospecto para comprender sus potenciales efectos secundarios. Pero no adoptamos una postura similar antes de introducir una nueva tecnología en nuestra vida cotidiana, sea en la esfera personal o en la profesional. Y suele tratarse de algo mucho más duradero o definitivo que un tratamiento para una dolencia puntual. Es sencillo interpretar que la tecnología es siempre una solución, pero no lo es tanto identificar los nuevos problemas que puede suponer. ¿Quién realiza un análisis de riesgos rápido antes de instalarse la última app de moda? ¿O antes de conectar la lavadora a Internet? ¿O antes de ubicar en el salón un asistente virtual para toda la familia?
En segundo lugar, la identificación de la tecnología con un ente autónomo, que surge por generación espontánea y que posee algún tipo de poder intrínseco. La tecnología no tiene inclinaciones, ni voluntad, ni agenda. Pero se trata de una creación humana y, por lo tanto, refleja las inclinaciones, la voluntad y la agenda de aquellos que la construyen, la comercializan, la usan o la despliegan. Es curioso cómo en las pocas ocasiones en las que sí se perciben los riesgos o peligros asociados a una tecnología, no suele profundizarse en sus causas y no suele investigarse qué las provoca. O quién. Cuando se habla de los impactos negativos de una tecnología, se le achacan a la tecnología y no a las personas detrás de ella, individual o colectivamente. Parece que no hubiera responsabilidad humana en ciertas consecuencias del uso de tecnología. Es curioso como en la mayor parte de los futuros distópicos que se muestran en las obras de ciencia ficción, tanto en cine como en literatura, el mundo termina debido a una revolución de los robots, o debido a un fallo de una inteligencia artificial superior. Y los humanos son las víctimas de estos sucesos, no suelen mostrarse como los culpables o los verdugos, a pesar de haber sido los creadores de esas tecnologías «malignas», de las máquinas.
En tercer y último lugar, la falta de comprensión de las limitaciones que toda tecnología conlleva. Si no la asociamos con las personas que la crean u ofrecen, si la percibimos como algo cuantitativo, objetivo, neutral y casi milagroso que hace nuestras vidas más cómodas y que nos resuelve todo tipo de problemas, es muy posible que nosotros mismos seamos la causa de algunos de los impactos negativos de la tecnología al no comprender, desde un principio, en qué condiciones funciona y en cuáles no, cuáles son los obstáculos que puede encontrar y las barreras que todavía no puede o no debe superar. Depositamos demasiada confianza en la tecnología por esa falta de espíritu crítico que ya hemos señalado. Una búsqueda en Internet no debería sustituir a una consulta con un médico o a una tutoría con un profesor. Y si enfermamos o suspendemos el examen, la responsabilidad será nuestra, por no haberlo entendido así.
De hecho, en ocasiones parece que no se trata de depositar confianza en la tecnología, sino de tener verdadera fe en ella. Parece que lo cuantitativo, lo objetivo, lo neutral o lo imparcial se han terminado por asociar, en muchos casos, con lo correcto. O lo que es peor: con lo justo. Ya hemos escuchado en alguna ocasión propuestas que pretenden ayudar a los jueces a tomar sus decisiones mediante tecnología, o incluso sustituirlos en algunos contextos. Las personas nos equivocamos, podemos obrar de mala fe. Pero asumimos que la tecnología no, que el algoritmo es infalible, siempre realiza su función. Y este es uno de los peores peligros: el convertir la supuesta neutralidad de la tecnología en el fundamento de una nueva religión que no la cuestiona. La omnipotencia tecnológica.
Este libro no pretende profundizar en las diferentes corrientes filosóficas que han planteado todos estos problemas desde diferentes puntos de vista y aproximaciones. Pero no está de más saber que el determinismo tecnológico sostiene que la tecnología es el aspecto que más influye en la actualidad en nuestra sociedad, nuestro estilo de vida, nuestros valores o instituciones y nuestras formas de organización. O que, por el contrario, el voluntarismo tecnológico pone a las personas en el centro y defiende que la tecnología ofrece oportunidades, pero que la decisión de aprovecharlas o no aprovecharlas siempre es de los humanos. A medio camino entre estos dos extremos, diferentes pensadores han propuesto sus propias teorías y explicaciones al fenómeno tecnológico y a su relación con las personas. En la mayor parte de los casos se interpreta que la relación entre tecnología y sociedad se produce bajo un modelo de coproducción, es decir, que se modelan mutuamente, que una influye en la otra y viceversa. La mayor parte de los análisis actuales identifican una bidireccionalidad y una reciprocidad en la relación entre tecnología y sociedad.
En nuestro caso es interesante reflexionar sobre las leyes de Kranzberg, que se enunciaron en los años ochenta pero que siguen teniendo vigencia, quizás hoy más que nunca. Curiosamente, la primera de ellas dice: «La tecnología no es ni buena ni mala; pero tampoco es neutral». En la línea de todo lo que acabamos de discutir. La segunda, que dice que «La invención es la madre de la necesidad», resume cómo las innovaciones tecnológicas suelen hacer que la sociedad perciba que tenía una necesidad en un momento concreto, en un contexto concreto, no al contrario, como podría parecer lógico (¿de verdad no nos sirve el penúltimo modelo de móvil y necesitamos el último?). También cómo estas innovaciones suelen generar nuevas necesidades que suelen llevar a nuevas innovaciones, imprescindibles para que funcionen correctamente o de manera eficiente. Tecnología llama a tecnología. Pensemos, por ejemplo, en todas las innovaciones que serán necesarias para que los coches autónomos o inteligentes sean una realidad, no solo en lo que se refiere a los propios auto-móviles, sino a carreteras, señalización, comunicaciones, sistemas de seguridad, etc. La tercera ley, en relación con esta tendencia a la agrupación, dice que «la tecnología viene en paquetes grandes o pequeños». Y es importante analizar las interacciones entre tecnologías y las interdependencias entre ellas, porque, si no, nunca llegaremos a comprender del todo los potenciales impactos que una innovación puede tener sobre las personas.
La cuarta ley enuncia que «a pesar de que la tecnología puede ser un elemento esencial en muchos asuntos públicos, los factores no técnicos tienden a prevalecer en las decisiones de política sobre desarrollo tecnológico». Es decir, que las innovaciones necesitan de nuevas regulaciones, necesitan que reflexionemos sobre ellas y que se tomen decisiones políticas acerca de su desarrollo. Idealmente, antes de su propio desarrollo, porque lo que suele ocurrir en la actualidad es que la tecnología evoluciona tan rápido que cualquier intento de regulación llega siempre tarde. Pero estas decisiones no suelen tomarse con un fundamento técnico, es decir, con una comprensión profunda de lo que implica cada desarrollo. Especialmente en la actualidad, ya que la tecnología se ha vuelto muy compleja. Esto tiene un lado positivo, pues la regulación puede sobrevivir más tiempo si no atiende a aspectos demasiado técnicos, que cambian rápidamente. Pero también hay un lado negativo: corremos el riesgo de regular sin comprender, y de nuevo, sin analizar los impactos que los desarrollos tecnológicos pueden tener para todas las personas y para la sociedad en su conjunto.
La quinta («Toda la historia es relevante, pero la historia de la tecnología es la más importante») y la sexta («La tecnología es una actividad humana y, por lo tanto, también lo es la historia de la tecnología») se refieren de nuevo a la importancia de analizar la relación entre la tecnología, su evolución y el desarrollo de la sociedad y de los acontecimientos históricos, sin perder de vista que somos las personas quienes tenemos el control, ya que la tecnología es una actividad humana y las «máquinas» dependen enteramente de nuestras decisiones. La historia de la tecnología es la historia del ser humano y de sus objetivos, motivaciones, necesidades o, incluso, obsesiones o defectos. En la actualidad, esto se refleja en que Facebook muestra quiénes somos, Amazon determina lo que queremos y Google establece lo que pensamos. Y también en la eliminación que la historia «oficial» ha realizado sistemáticamente de las figuras femeninas que han contribuido a los avances científicos y tecnológicos, al igual que ha ocurrido con las que han